Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


Abajo

El secreto español para «hablar» a los sordomudos por el «remolino» de la cabeza, en la obra de Lorenzo Hervás y Panduro

Antonio Gascón Ricao




ArribaAbajoIntroducción

De entrar a pie llano en cualquier obra impresa del jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro, un hecho indudable es que el lector no se quedará indiferente, y menos aún si intenta profundizar en ella, puesto que sus obras siguen teniendo en nuestros días innumerables lecturas, dada la variedad y amplitud de los campos científicos que en su día abarcó, tal como sucede en el caso concreto que nos ocupa de su Escuela Española de Sordomudos, (Madrid, 1795)1, obra de por sí muy compleja, que se acostumbra a citar de normal, pero haciéndose de ella, depende los casos, apresuradas lecturas y peores interpretaciones.

Por lo mismo, tratando de ser objetivos en la medida de lo posible, se comentará en plan sintético y extrayendo de dicha obra, más en concreto de su primer volumen, las cuestiones que en específico exponía Hervás y Panduro respecto a la medicina y los médicos, en especial, y bajo su particular punto de vista, el estado en que se encontraban los conocimientos médicos de su época referidos a las enfermedades del oído, al ser dichas enfermedades las causantes directas de la sordera, cuya consecuencia subsidiaria daba y sigue dando como resultado la funesta discapacidad de la mudez2.

En paralelo, se incidirá en la evidente y demostrada preocupación de Hervás y Panduro ante la palmaria carencia que existía en su tiempo de estudios anatómicos concretos referidos al oído humano, y más aún en el caso sangrante de los sordos, denominados por él «sordomudos»3, término descriptivo de aquel colectivo humano que hizo fortuna en España al lograr mantenerse hasta hace muy pocas décadas, con seña específica incluida por parte de los propios sordos.

Hecho que obedecía, según la certera opinión de Hervás y Panduro, al estancamiento general que padecía aquel campo, supuestamente especializado de la medicina, y con él, la falta absoluta de posibles soluciones, las normales o las alternativas, a dicho problema general de la sordera4.

Incomodado Hervás y Panduro ante aquella desidia, decidió entrar en el campo de la que ahora denominaríamos medicina alternativa, y dentro de ella en las experiencias médicas realizadas, al parecer con éxito total, por parte de dos españoles del siglo XVII, según él, ambos médicos de profesión, tratándose en aquel caso concreto de Manuel Ramírez de Carrión (Hellín, 1579-Valladolid, 1653), y de Pedro de Castro (Bayona (España?)-Verona? (Italia), 1661)5. Personajes por fortuna recuperados en las últimas revisiones realizadas de la Historia de la educación de los sordos en España, pero por otro motivo distinto al campo específico de la medicina6.

De hecho, y de situarnos aproximadamente siglo y medio atrás de la publicación de la obra de Hervás y Panduro, el más conocido de ambos y durante aquel mismo siglo XVII era Manuel Ramírez de Carrión7, al haber sido en su momento un afamado y notable «desmutizador», maestro a su vez de determinados personajes sordos, todos ellos miembros de la nobleza8, y con obra propia publicada en España. Mientras que el segundo, citado en extenso en la obra de Hervás y Panduro, era un gran desconocido en España, y así hubiera continuado como tal de no haber sido por las noticias que aportó sobre él Hervás y Panduro, puesto que en nuestro país nada se sabía hasta aquella fecha de 1795, sobre él o sobre su extensa obra escrita, carencia que se mantiene en la actualidad casi invariable.






ArribaAbajoLa desidia médica frente al problema de la sordera

Como no podría ser de otro modo en el «hombre que sabía todo», Hervás y Panduro, en aquella obra dedicada en exclusiva a los sordos, cuya trascendencia en España fue, habrá que reconocerlo, casi nula9, haciendo bueno el dicho popular «de que nadie es profeta en su tierra», abordó primero las causas determinantes que según su opinión producían la sordera y con ella la sobrevenida mudez en el hombre.

Prueba del especial interés de Hervás y Panduro por aquella causa, es su afirmación de que había consultado más de cien obras escritas por los más famosos físicos (médicos)10, afirmación creíble en él, sorprendiéndose Hervás y Panduro de que todos aquellos supuestos especialistas consultados por él estuvieran únicamente preocupados por la sordera producida a posteriori del nacimiento, y por tanto en edad temprana y por las causas más diversas, tanto físicas y a causa de enfermedades propias de la infancia como accidentales, pero ninguno de ellos por la sordera de nacimiento propiamente dicha, que actualmente denominaríamos, de forma coloquial, genética.

Constatación que llevó a Hervás y Panduro a la lógica conclusión de que aquella desidia médica se había producido dada la arraigada creencia antigua y generalizada que corría entre los físicos, por otra parte y en cierta medida falsa a la vista de los actuales avances, de que aquel tipo concreto de sordera era irreparable por vía médica, y por ello mismo habían decidido, de forma tácita, renunciar a cualquier tipo de investigación al respecto.

Conclusión de la cual se desprendía, aunque no lo dijera en explícito Hervás y Panduro, que en las academias médicas de su época, donde se cursaban los correspondientes estudios, por ejemplo, de anatomía, los docentes universitarios eran tan ignorantes o más que los propios alumnos que asistían a las mismas11. Hecho que motivó un mordaz e incisivo comentario por parte de Hervás y Panduro:

«Esta suposición injuriosa al espíritu de perfeccionar la anatomía es la causa o el profundo manantial de errores, y de la ignorancia en que vivimos en orden a conocer los medios para quitar, o hacer tolerable la sordera de los Sordomudos».12



Profundizando en dicha carencia, Hervás y Panduro ponía el ejemplo de los ciegos de nacimiento, apostilla de la cual casi nadie ha tomado buena nota13, aduciendo que en la antigüedad, y en el caso concreto de la ceguera, se creía que aquella deficiencia física era totalmente incurable por vía del «arte» médico y en todos sus aspectos.

Sin embargo, Hervás y Panduro afirmaba en 1795 que se había conseguido «desarraigar» o «aplastar» las «cataratas», en los casos de la ceguera producida por aquella causa, y que los afectados, tras el correspondiente tratamiento, habían podido recuperar la visión merced a dicha invención, y lógicamente a causa de una laboriosa investigación médica anterior en aquel campo oftalmológico. Ejemplo que Hervás y Panduro no dudó en extrapolar, como por otra parte ya era de esperar en él, al caso de los sordos afirmando:

«¿Pues por qué los Sordomudos por nacimiento no podrán esperar de la anatomía el medio de quitar las cataratas a sus oídos, o el impedimento no insuperable que les impida oír? La anatomía es el arte de ayudar a los Sordomudos está aún en su menor infancia: pierde el tiempo en averiguar muchas cosas inútiles, y se descuida en indagar la utilísima de procurar algún medio para quitar la sordera a los Sordomudos por nacimiento, el qual medio quizá fácilmente hallaría; pues probablemente algunos Sordomudos no oyen por causa de algún impedimento extrínseco, y no difícil de quitar.»14



Hablando Hervás y Panduro de aquel impedimento «extrínseco» en concreto, según él no difícil de «quitar», pero causante de provocar una sordera profunda, y que en aquella época empezaba a ser medianamente conocido en los medios, digamos, médicos, gracias a algunas publicaciones, destacaba el asunto del «humor viscoso», vulgarmente «cerilla», que hoy se sabe producida, de forma natural, por el propio oído.

Pero causa natural aquella, que en la época de Hervás y Panduro no era objeto de ninguna atención especial por parte de nadie, y menos aún por parte de los médicos en general15, o al no formar parte diríamos de la higiene diaria personal, y por tanto causa directa en muchos casos de sorderas más o menos severas, o de la proliferación de personajes conocidos y catalogados en general como «duros de oído», o causa, según se mire la cuestión, de ciertos «milagros» al producirse después de años, de forma casual, la salida del consiguiente tapón cerúleo.

Asunto aquel en concreto, que Hervás y Panduro explicaba prolijamente con varios ejemplos incluidos, al ser en algún caso casi «maravilloso»16, «humedad» o impedimento, que se podía remediar, según el médico Pedro de Castro citado por Hervás y Panduro, destilando en los oídos «alguna gota de leche de perra, mezclado con un poco de miel virgen, y con otros remedios»17, pero que según el genial anatomista italiano Antonio María Valsalva18, aquel tipo de sordera, de hecho extrínseca, «podrá quitarse por el que es hábil y práctico en la cirugía, y anatomía», según apuntaba de forma certera Hervás y Panduro:

«El mismo Valsalva hace mención de un viejo, a quien quitó la sordera que por doce años había padecido, y que provenía de la cerilla endurecida del oído. Esta sordera, advierte Valsalva, que es frecuente, pero que se cura raras veces, porque no se conoce.»19






ArribaAbajoEl tratamiento de Manuel Ramírez de Carrión, puesto al descubierto por Pedro de Castro

Pero el hecho más sorprendente, dentro de aquellas reflexiones de Hervás y Panduro sobre la sordera y la posibilidad de cura de la misma, y en todo caso sobre cómo poder hacer llegar directamente al cerebro del sordo, de algún modo experimental, el sonido directo de la palabra hablada, y conseguir con él la adquisición por parte del sordo de la voz y la subsiguiente palabra significativa, con independencia de que dicho sordo continuase afectado por aquella grave discapacidad, pues de eso al final se trataba, es que Hervás y Panduro daba por asentado y confirmado que en España había existido un personaje que lo había conseguido hacía ya muchos años atrás, personaje aquel por tanto único.

Ante aquel hecho en apariencia inaudito, y tras consultar Hervás y Panduro «lo menos cincuenta obras diversas de los más famosos anatómicos», había descubierto, de nuevo con sorpresa, que ninguno de ellos describía la «anatomía» de la «cabeza propia» de los sordos.

Motivo por el cual, según la opinión de Hervás y Panduro, se hacía comprensible que no se hubiera llegado a descubrir los medios necesarios con los que poder paliar en parte o totalmente la sordera, o por lo mismo se había decidido descartar la posibilidad del uso de otros caminos alternativos, dentro de la propia cabeza y que no pasaran directamente por el propio oído, y más aún cuando se sabía a ciencia cierta que dicho oído estaba totalmente afectado, y por tanto que era totalmente irrecuperable, con la excepción del caso que pasaba a presentar, y que atañía a la hazaña lograda en su momento por el español Manuel Ramírez de Carrión, al cual y en determinados párrafos Hervás y Panduro calificaba directamente de «médico», calificativo que en ningún momento se dio a sí mismo Ramírez de Carrión, y causa posterior de ciertos y determinados errores bibliográficos20.

«Aunque esta (sordera) en algunos casos no sea curable, porque se haya echado a perder el mecanismo del órgano en las orejas, no obstante no se debe desesperar, ni juzgarse imposible, que el arte pueda ayudarles con varias industrias. Entre ellas hallo una particular, la qual, aunque ya ha ciento y veinte años que se publicó21, no se, que después se haya perfeccionado, y aún usado. Las noticias que he podido recoger acerca de esta industria hallada en España por Manuel Ramírez de Carrión, son las siguientes22



Después de aquel comentario final, Hervás y Panduro en lugar de presentar directamente a Ramírez de Carrión tal como prometía, inició dicha presentación dando a conocer en primer lugar al autor que, según él, había desvelado por escrito y con todo lujo de detalles la misteriosa «industria» de la cual se valía Ramírez de Carrión para que los sordos le «oyeran», directamente, cuando procedía a su instrucción, y en aquel caso se trataba del médico español Pedro de Castro, personaje sobre el cual se hablará en extenso más adelante.

«El primer autor que he encontrado haber hablado de la industria, de que Ramírez de Carrión se valía para que los Sordomudos le oyesen quando los instruía, es el médico Pedro de Castro que hablaba así de ella».23



Sin embargo, aquella rotunda afirmación de Hervás y Panduro, respecto a que los sordos que trataba Ramírez de Carrión «oían», cuando el personaje se dedicaba a su instrucción elemental, fue muy arriesgada por parte de Hervás y Panduro, y más aún al dar por válidas todas y cada una de las afirmaciones de Pedro de Castro referidas al «arte» o la «industria» de Ramírez de Carrión, y cuando dicho personaje se había negado en rotundo a hacerla pública. Es más, constaba por escrito, de puño y letra del mismo Ramírez de Carrión, que hacía jurar a sus alumnos que jamás revelarían el «secreto» de su «arte», negándole dicha información, incluso, al futuro rey español Felipe IV, detalle último que Hervás y Panduro precisamente no desconocía24.




ArribaAbajoLos antecedentes profesionales de Manuel Ramírez de Carrión

De hecho, todas las noticias anteriores referidas a la labor del propio Ramírez de Carrión, apuntan únicamente a su papel como «maestro de sordos», al menos eso es lo que sobrentiende de los comentarios del propio implicado25, y por tanto no precisamente a su posible e hipotético papel de médico «reparador» o «experimentador» con sordos, tal como abiertamente recogió y escribió Pedro de Castro, afirmación que Hervás y Panduro no dudó en dar por buena.

Un papel hasta cierto punto posible, dado que la otra actividad conocida de Ramírez de Carrión pasaba por el estudio y práctica de la alquimia26, cuyos practicantes se denominaban a sí mismos «filósofos»27, y en un momento en que la química como ciencia y con aplicaciones médicas estaba aún por nacer, y de ahí el título que daría a su única obra Maravillas de Naturaleza28, pero en ningún momento documentada como tal, salvo si no fuera por los comentarios sobre aquel supuesto «tratamiento» farmacológico que aplicaba Ramírez de Carrión a sus alumnos sordos, el mismo tratamiento que el médico Pedro de Castro se encargaría de dar a conocer.

Por otra parte, y dando por buena aquella noticia de Pedro de Castro, es lícito mal pensar que las bondades de aquel supuesto tratamiento no deberían ser tantas ni tan perfectas, y menos aún vistos algunos de los resultados conocidos, con grave y evidente fracaso por parte del propio Ramírez de Carrión en el caso concreto del Marqués de Priego, de hecho su primer alumno reconocido, puesto que el personaje nunca habló vocalmente, salvo en los inicios de su educación, y gracias a la oscura labor pionera del monje franciscano Michael de Avellán29, pero perdiendo definitivamente la facultad del habla pocos años después. Circunstancia que se producía, según la versada opinión de Hervás y Panduro, a los cuatros años de decidir el sordo abandonar definitivamente el habla, en llano, de dejar de practicarla diariamente, por desidia propia y ajena o por comodidad, dado el gran esfuerzo que significa para cualquier sordo su práctica, tanto físico como mental.

Por lo mismo, a la llegada de Ramírez de Carrión a Montilla (Córdoba), lugar de residencia habitual del Marqués de Priego, en una fecha indefinida y con seguridad posterior a la labor anterior de Miguel de Avellán, Ramírez de Carrión, de creer a Pedro de Castro, debió intentar a buen seguro aplicar su «tratamiento» al marqués sin éxito alguno30, fracaso que se podría resumir y explicar de forma simple, de acuerdo con la experta opinión de Juan Pablo Bonet, al pasar por dos hechos puntuales: la elevada edad del marqués y la pérdida absoluta de la necesaria habilidad en la lengua, atrofiado aquel órgano o músculo a causa de la falta de práctica31.

Fracaso que debió motivar la reconversión de Ramírez de Carrión, con la consiguiente pérdida de su primer y principal papel en aquella casa como «desmutizador» y maestro de aquel sordo, pasando tal vez por aquel motivo a ser secretario e intérprete del marqués, dadas las graves deficiencias de todo tipo que al parecer sufría el personaje. Prueba de ello es que el marqués tenía que estar de forma constante rodeado de intérpretes, al entender y responder básicamente mediante el uso de la menguada lengua de señas de aquella época, tal como apuntaba el cronista aragonés Pellicer Abarca32, y en cierta forma o manera por escrito.

Historia aquella que Hervás y Panduro conocía perfectamente por la obra del propio Ramírez de Carrión, pero no por ello dejó de reflejar los siguientes comentarios de Pedro de Castro, que debió suponer daban razones para creer a pies juntillas su historia respecto a Ramírez de Carrión.

«El modo con que en tales infantes se puede curar su mal, es prodigioso, más no por esto dexa de sujetarse al ingenio humano. En España se ven muchos casos de infantes mudos por naturaleza, o por accidentes [...] los cuales no obstante de haber ensordecido perfectamente, y de haber quedado mudos hablan claramente [...] sin ninguna dificultad y tardanza: y solamente se conoce en ellos el efecto de la sordera: y otras muchas personas han recibido este singular beneficio de la habilidad de Manuel Ramírez de Carrión. Ese raro secreto lo aprendí yo, ya discurriendo con el mismo inventor, y ya filosofando con extraordinaria perseverancia, y he logrado bastante bien el intento: más aquí no revelaré el secreto, de que hablaré en mis lecciones varias, si Dios me diese tiempo».33






ArribaAbajoLos fundamentos de la aparente credulidad de Hervás y Panduro

Llegados a este punto concreto, cabe aclarar que la supuesta credulidad de Hervás y Panduro, respecto a Ramírez de Carrión y del mismo modo respecto a los comentarios de Pedro de Castro, pasaba por la idea ciertamente arraigada de que:

«Podrá suceder a algunos Sordomudos, que padezcan sordera de los oídos, y no de las demás partes de la cabeza, con la que tenga comunicación el órgano auditivo. Tiene este comunicación con el paladar, por lo que los viejos que ensordecen, suelen abrir la boca para oír bien, y tiene comunicación con otras partes de la cabeza, por cuyas comisuras puede penetrar el sonido, y hacerse perceptible.»34



Y justamente, en el asunto de las «comisuras» de la cabeza citadas antes por Hervás y Panduro en aquel comentario concreto, conocidas hoy como suturas o fontanelas, se resumía toda aquella esperanza de Hervás y Panduro, al admitir como hecho cierto que por aquellos puntos anatómicos concretos había conseguido Ramírez de Carrión hacer llegar el sonido al cerebro de sus alumnos sordos y con él la palabra significativa, hablando a través de ellos y tras haberlos reblandecido previamente, y por aquel mismo motivo afirmaba Hervás y Panduro que sus alumnos lo «oían» en sus clases.

De hecho, hoy se sabe que el cráneo de un bebé está conformado por seis huesos craneales separados (el hueso frontal, el hueso occipital, dos huesos parietales y dos huesos temporales). Dichos huesos se mantienen unidos por tejidos elásticos, fibrosos y fuertes denominados suturas craneales, y los espacios entre los huesos donde están las suturas, denominadas algunas veces «puntos blandos», reciben el nombre de fontanelas y son parte del desarrollo normal del bebé.

Es por ello que los huesos del cráneo permanecen separados aproximadamente durante 12 a 18 meses, luego se juntan o fusionan como parte del crecimiento normal y permanecen fusionados durante toda la vida adulta. De este modo, las suturas y fontanelas son necesarias para el desarrollo y el crecimiento del cerebro del bebé, ya que, por ejemplo, durante el parto, la flexibilidad de estas fibras permite que los huesos se superpongan, de tal manera que la cabeza pueda pasar a través del canal de parto sin presionar ni dañar el cerebro del bebé.

Pero una cosa es cierta, los conocimientos actuales respecto a aquel tema de las «comisuras», no tienen nada que ver con los conocimientos que se tenían en la época de Hervás y Panduro, ya que el propio autor los resume en un único autor y obra35, de ahí que la propuesta directa de Hervás y Panduro fuera que:

«Será utilísima la industria de procurar enternecer los cascos de los infantes Sordomudos para que no se endurezcan sus comisuras, y poderles hablar por ellas. A este fin es necesario que los infantes Sordomudos tengan siempre cubierta la cabeza, para que de este modo sus cascos tarden mucho tiempo en endurecerse».36



Y justamente, y sobre aquel mismo fundamento se basaba también el supuesto tratamiento externo que al parecer aplicaba Ramírez de Carrión, de creer siempre en las confesiones posteriores del médico Pedro de Castro, encaminado a «reblandecer» mediante la aplicación previa de una serie de ungüentos, medidos y muy concretos, la parte superior de la cabeza del alumno sordo, y con la sana intención de hacerlo «oír» hablándole directamente por el «remolino» de la cabeza, fenómeno en el cual, según parece, Hervás y Panduro también creía por comentarios de terceros:

«El médico Ramírez de Carrión ingeniosamente inventó el dicho secreto, previendo que podría darse sordera por los oídos, y no por otras partes de la cabeza, con que tiene comunicación el órgano del oído. Ya Schotti había dexado escrito, que un jesuita le había dicho, que a los moribundos, quando habían perdido el uso del oído, les hablaba por el remolino de la cabeza, y que le oían bien aunque les hablase con voz natural».37






ArribaAbajoLa revelación póstuma del médico Pedro de Castro

Con indiferencia de lo anterior, las tan prometidas revelaciones del médico Pedro de Castro, respecto a aquel tratamiento experimental que había aplicado tanto él como Ramírez de Carrión, Pedro de Castro nunca las hizo públicas en vida, tal como reafirma Hervás y Panduro, sino un personaje llamado Sachs de Lezvenheimb, gracias a tenerlas «en su museo» y al parecer por escrito y de mano de Pedro de Castro, y fue el mismo Sachs el que se encargó de enviarlas a la Academia alemana médico-física, la cual las imprimió en su primer tomo junto con las observaciones del mismo Sachs, dentro de la Miscellanea medico-physica academeae naturae curiosorum, impreso en Leipzing en el 1670, y cuando Pedro de Castro llevaba fallecido nueve años.

Antes de dar a conocer al lector la fórmula exacta de aquel tratamiento «inventado», según Pedro de Castro por Ramírez de Carrión, habrá que clarificar una cuestión previa y fundamental.

De las dos ocasiones en que Pedro de Castro habla sobre aquel asunto, la primera aparece en una reedición de la obra La commare di Scipione Mercurio38, editada en Verona en 1642 a cargo del impresor Francisco Rossi. Edición «acrecentada» y «aumentada» con dos nuevas adiciones más, un Tratado del Calostro, obra de Pedro de Castro, donde aquel disertaba sobre las diversas enfermedades de los niños con las causas y los remedios, más otro tratado de «un gravísimo autor» ignoto, donde se habla del bautismo de los niños, con avisos espirituales «muy a propósito para las parturientas».

Y fue justamente en aquella edición de 1642, donde Pedro de Castro cita por primera vez y en expreso los nombres de los beneficiados gracias a aquel «tratamiento», citando a Ramírez de Carrión como su inventor, y donde promete, además, explicar algún día, «si Dios me diese tiempo», el tratamiento experimental que utilizaba para ello el propio Ramírez de Carrión, año aquel de 1642 en que el personaje aludido estaba todavía en activo, puesto que morirá en Valladolid en el año 1653, y posiblemente al pie del cañón en casa de los Duques de Medina Sidonia, al tener aquella familia una hija pequeña sorda39.

Dicha obra volvió a reimprimirse en su totalidad, con las dos adiciones de 1642, en 1676 y en Venecia, de cuya edición sacó Hervás y Panduro las noticias de Pedro de Castro para su obra Escuela española de Sordomudos, y de nuevo en Venecia en 1680, 1686 y 1703. De esta forma, de aquellas cinco ediciones donde aparecía su nombre y sus comentarios, sólo la primera fue impresa en vida de Pedro de Castro, puesto que el personaje falleció en 1661.

En el caso de la segunda ocasión, y donde Pedro de Castro revela por fin el «secreto» de Ramírez de Carrión, viene a resultar que aquella revelación fue realizada a título póstumo, y gracias a la pluma y a la diligencia de Sachs, puesto que apareció en 1670, momento durante el cual Pedro de Castro se vuelve a reafirmar en los mismos detalles expuestos por él en 1642, afirmando que los sordos nobles españoles que «hablan claramente» y gracias a aquel tratamiento experimental inventado por Ramírez de Carrión eran:

«Un hijo del Serenísimo Príncipe Tomás de Saboya (Emmanuel Filiberto de Saboya), el Marqués de Priego (Alonso Fernández de Córdoba), el Marqués del Fresno (Luis Fernández de Velasco), que antes eran mudos, hablan ahora sin ninguna dificultad, ni tardanza: y solamente se conoce en ellos el efecto de la sordera».40






ArribaAbajoInconvenientes a determinadas afirmaciones de Pedro de Castro

Sin embargo, aquellas rotundas afirmaciones de Pedro de Castro, que aparecen en ambas obras y respecto a aquellos mismos personajes, en principio, eran falsas, cuando menos en dos de los casos personales que citaba, y más en concreto en los casos de Emmanuel Filiberto de Saboya y de Alonso Fernández de Córdoba.

En el caso del primero, el del príncipe italiano Emmanuel Filiberto (1630-1709), de creer lo escrito en sus Mémories por Louis de Rouvroy, Duque de Saint-Simón (1675-1755), viene a resultar que el muchacho antes de conocer a Ramírez de Carrión en 1636 y en Madrid, tuvo dos maestros anteriores en Italia, según Saint-Simón, al francés apellidado Van Vangelas y al italiano Vincenzo Barini, y a pesar de su paso por la mano de tres maestros sucesivos, incluido el propio Ramírez de Carrión, siempre según la versión de Saint-Simón, Emmanuel Filiberto «podía hablar un poco, aunque con grandes esfuerzos»41. Y en el caso de Alonso Fernández de Córdoba, Marqués de Priego, tal como se ha visto anteriormente, era aún peor, puesto que no hablaba nada en absoluto, extremo que confirmaba su pariente el abad de Rute:

«Aunque con el impedimento natural de lengua y oído, valiéndose de ministros celosos del bien de aquella casa y estado, le gobierna hoy prudentemente, debiéndose la mayor parte del desempeño en que las rentas del se hallan y de la buena administración de la justicia, al licenciado Blanca de Cuerda, su administrador y juez de apelaciones, segundando el marqués sus intentos, ya que no de palabra por escrito, por cuyo medio entiende y responde con vivacidad notable a cuanto se le consulta.»42



Pero en el caso del tercero, el de Luis Fernández de Velasco, Marqués del Fresno, resulta paradójico que Pedro de Castro adjudique aquella «maravilla» a Ramírez de Carrión, cuando existen una serie de indicios muy racionales que apuntan a que su digamos «desmutizador» había sido Juan de Pablo Bonet, autor de la Reducción de las letras, arte para ablar los mudos, Madrid, 1620, y en aquella época secretario del Condestable de Castilla, historia que confirmó Juan Pérez de Montalbán en su Para todos de 163243.

Por tanto, «desmutizado» en primera instancia Luis Fernández de Velasco por Pablo Bonet, debió acaecer que el papel en aquella historia de Ramírez de Carrión quedase resumido y circunscrito a tener que hacer a posteriori de maestro complementario del muchacho durante casi cuatro años, y en particular de «maestro de primeras letras», pero de un personaje que en su caso ya hablaba44 y leía en voz alta cualquier texto, estuviera en el idioma que estuviese, y en los principios de su educación sin entender para nada lo que estaba leyendo o hablando, hoy diríamos, perdón por la expresión, que en plan «loro»45, pero con los lógicos y normales altibajos en la graduación de la voz propia en los sordos46.

Advirtiendo de paso que Luis Fernández de Velasco no era sordo de nacimiento, sino a causa de una enfermedad infantil, y por tanto relativamente fácil de educar tal como apuntaba Pablo Bonet en su obra de 1620, y más aún en aquellos casos concretos de sordos poslocutivos, y a la inversa, casi imposible en los casos de sordos de nacimiento o con impedimentos en la lengua, hecho que en cierto modo explicaría los éxitos o los fracasos del propio Ramírez de Carrión.

Visto lo anterior, habrá que incidir de nuevo en la buena fe de Hervás y Panduro, al dar por buena la historia de Pedro de Castro, de hecho, es de suponer, que sacada casi al pie de la letra de la obra de Ramírez de Carrión editada en 1629, obra que a buen seguro conocía al dedillo Pedro de Castro, o al creer Hervás y Panduro con la fe del carbonero los comentarios sobre el mismo asunto del propio Ramírez de Carrión, aparecidos en su obra de 1629, y cuando era más que evidente la «mudez» absoluta que padecía el Marqués de Priego, reconocida esta, incluso, en toda su crudeza y en dicha obra, por el propio y mismísimo Ramírez de Carrión,

De hecho, lo único que desconocía Hervás y Panduro sobre aquel asunto era el comentario puntual ya visto del cronista aragonés Pellicer Abarca de 1649, sobre la «mudez» absoluta del Marqués de Priego, dado que Hervás y Panduro no cita dicha fuente, desconociendo de igual manera los detalles que años más tarde aportará Saint-Simón respecto al estado lamentable y concreto de Emmanuel Filiberto de Saboya, puesto que la obra de Saint-Simón no verá la luz de la imprenta hasta 1858, pero teniendo en cuenta que Hervás y Panduro residía en Roma, y por tanto, es de suponer, que relativamente fácil de verificar al residir este en la propia Italia, pero investigación que no realizó.




ArribaAbajoEl tratamiento previo para poder hablar a los sordos por el remolino de la cabeza

Conocido lo anterior, ahora sin más preámbulos, reproducimos sic el «tratamiento» que aplicaba Ramírez de Carrión a los sordos, con la intención de «hablarles» por el «remolino» de la cabeza, cuya descripción tomó Hervás y Panduro de la obra de Sachs, procedente a su vez de los papeles inéditos del médico Pedro de Castro:

«En primer lugar la persona Sordomuda se debe purgar según su física constitución, o temperamento: y después se le debe dar una purga de eleboro negro47; la cantidad será de una octava. El autor tomaba tres onzas48 de este cocimiento, y en él echaba tres octavas de agarico49; y habiéndolo colado añadía un siropo50 de epitimo51 en la cantidad de dos onzas. Evacuada la cabeza con esta medicina dos, o tres veces según la necesidad lo pedía, en la cima, o en el remolino de la cabeza se raen los cabellos dejando un espacio, como el de la palma de la mano, y a la parte raída aplicaba el ungüento, que debe constar de tres onzas de aguardiente52, dos octavas de salpiedra53, o de nitro purificado54, y una onza de aceite de almendras amargas. Esta composición se hace hervir hasta que se consuma el aguardiente; después se le añade una onza de nafta55, y se menea bien con una espátula para que se espese. Con este ungüento se unge dos veces al día la parte raída de la cabeza, y principalmente por la noche cuando el paciente va a dormir. Por la mañana después que el paciente haya purgado, o evacuado el humor del cerebro por los oídos, por las narices y por el paladar, y que haya mascado un grano de almaciga (o goma de lentisco)56 o un poco de regaliz (o palo dulce), o lo que será mejor, un poco de pasta de almáciga, ámbar57 y musco58, se le peinará con un peine de marfil, se le lavará la cara, y se le hablará por el remolino de la cabeza: y sucede el efecto admirable de oír el Sordomudo con claridad la voz que de ningún modo podía oír por los oídos.»59



De intentar averiguar qué había de cierto respecto a la autoría de aquel tratamiento, que Pedro de Castro adjudicaba de forma noble a Ramírez de Carrión, el único punto de referencia es la obra Maravillas de naturaleza escrita por el propio Ramírez de Carrión, y si en ella buscamos en el apartado correspondiente a la letra «R», y donde se habla en concreto del «remolino de la cabeza», causa sorpresa advertir que el autor no entra al trapo en el asunto de la sordera, pero sí en el de la medicina, puesto que se trata de su «experta» opinión dentro de la rama ginecológica, afirmando que en función de donde esté situado dicho «remolino» en la cabeza de un bebé, se podía saber a ciencia cierta si sería niño o niña lo que pariría la madre en el siguiente parto, sentencia que, cómo no, firmó con su seudónimo hermético de «Expertus»:

«Remolino de la cabeza de la criatura, si estuviere bien medio de ella, el parto siguiente de la madre será de hijos, si estuviera a un lado, o fueren dos será de hija. Expertus.»



De la misma obra y autor, y de los siete aforismos que recoge Ramírez de Carrión sobre la naturaleza del «Aguardiente», uno de los ingredientes utilizados en aquel mismo tratamiento ya visto, en uno de ellos en concreto se puede apreciar a la perfección su labor como alquimista o «destilador», o su interés en que perviviera su nombre simbólico por los siglos de los siglos:

«Aguardiente refinada, echando en ella un panel de miel, destilará junto por alambique, después echará otro en el agua destilada, y se volverá a destilar, haciendo lo mismo tercera vez, limpiando siempre las heces del alambique esta agua tiene fuerza, que puesto en ella un escudo de oro, lo disuelve. Expertus.»



Dentro de los componentes que Pablo de Castro también aconsejaba utilizar, y que debería masticar el sordo en el último momento previo al inicio de su «audición», sorprende en principio lo que opinaba Ramírez de Carrión en sus aforismos sobre el mismo, al hablar, por ejemplo, de la «almaciga»: «Almaciga es goma de lentisco, mascada causa una hambre insaciable, de donde nació el proverbio que trae Luciano: Estás hambriento, y quieres mascar almaciga?». Afirmación que en el caso supuesto de ser cierta, añadía un problema más, por si ya no tenía pocos, al pobre sordo y durante aquel «tratamiento», en su caso un «hambre insaciable».

Del mismo modo que se podría entender el interés que ponía Pedro de Castro en el uso del «regaliz», ya que las «propiedades» que Ramírez de Carrión adjudicaba al humilde «regaliz» eran sumamente interesantes al venir al caso: «Regalicia (Regaliz), el zumo de sus raíces hace los efectos del aceite rosado: calienta las cosas, refresca las calientes, humedece las secas, y deseca las húmedas». Y en su otra variante: «Regalicia su raíz refresca, mascada quita la sed.», cuestión a pesar del por qué de su uso en aquel tratamiento concreto, de tenerse en cuenta que el sordo había padecido antes el impacto de dos brutales purgas sucesivas.




ArribaAbajoComentarios aclarativos

De intentar aclarar el galimatías anterior, explicación durante la cual nos permitimos un cierto punto de ironía, pues no es para menos, aquel tratamiento tenía varías fases operativas. De este modo, antes de emprender aquella aventura experimental se tenía que tener a mano una serie de digamos «medicamentos»60, en algunos de los casos, elaborados previamente a mano, y siguiendo ciertas «fórmulas» magistrales preestablecidas de antemano, y más en concreto una purga específica y una, diríamos, cataplasma o emplasto.

En paralelo, se debería preparar al sujeto sordo convenientemente, pasándolo por las manos de un barbero, o en su defecto por las tijeras de cualquier aficionado, puesto que el tratamiento se iniciaba procediendo a raparle al sordo la «cima» o el «remolino» de la cabeza, dejando en ella un espacio del tamaño aproximado del de una «palma de la mano».

Previamente se había procedido a elaborar un ungüento, que debería contener «tres onzas de aguardiente», «dos octavas de salpiedra», o «de nitro purificado», al gusto, más «una onza de aceite de almendras amargas». Hecha la mezcla, se ponía al fuego haciéndola hervir hasta que se consumía en su totalidad el «aguardiente». Después se añadía a dicha mezcla «una onza de nafta», meneando la misma bien con una espátula, hasta que quedaba espesada.

Con aquella mezcla en las manos del médico, se procedía entonces a embadurnar la parte de la cabeza rapada del sordo (la sutura coronal), dos veces al día, se sobreentiende que cada doce horas, una la mañana y la otra por la noche, y la segunda en el momento mismo que el sordo se iba a dormir, ignorando si después de aquella aplicación se procedía a envolver de algún modo la cabeza de la víctima. Aplicación de aquella especie de cataplasma que se supone tenía la clara intención de intentar «reblandecer los huesos superiores de la cabeza».

Por la mañana, recién levantado de la cama, y sin que se diga qué se hacía con el mejunje que debería «ornar» desde la noche anterior el occipucio del sordo, se le administraba una primera «purga», cuya composición exacta no especificaba Pedro de Castro, con lo cual debería ser la común y clásica de su época, pero siempre en función de la constitución tanto física como «temperamental» (sic) del individuo.

Después, siguiendo al pie de la letra aquellas instrucciones, y se supone que tras hacer efecto la primera purga, se le suministraba por vía oral otra segunda purga, según Pedro de Castro, en dos o tres dosis y según la «necesidad del individuo pedía», y que servía hipotéticamente para «evacuar», no sólo las tripas del individuo anteriormente ya purgado a conciencia, sino también «la cabeza» (sic).

Purga la segunda, que previamente se había elaborado el día anterior, y que estaba compuesta por «una octava de eleboro», del cual y realizado el correspondiente cocimiento, se tomaban «tres onzas», para posteriormente echarle «tres octavas de agarico». Una vez colado aquel líquido, no sabemos qué tipo de «colador» requería aquella operación, pues Pedro de Castro no lo explicaba, se le añadía «jarabe de epitimo, en una proporción de dos onzas», con lo que aquella purga quedaba lista y a punto para consumir.

Bien purgado el sordo con dos purgas distintas, la convencional y la elaborada aparte, y de creer los comentarios del médico Pedro de Castro, gracias a la segunda quedaba «bien evacuado el humor del cerebro por los oídos, por las narices y el paladar», y suponemos que por otras partes del cuerpo que no se nombran, se le administraba entonces, para que lo mascara, «un grano de almaciga», o en su defecto «un poco de regaliz». En caso de no tener a mano el regaliz, siempre se podría sustituir aquél por una pasta compuesta de «almaciga, ámbar y musgo», «chicle» elemental que a buen seguro resultaría repugnante y de dudosos por no decir nulos efectos terapéuticos.

Después de que el sordo hubiera «mascado» una de aquellas tres porquerías, el regaliz y según el gusto del individuo, a lo mejor se podría salvar, se pasaba a peinarle el resto del pelo superviviente de su cabeza, tras la rapada previa que había sufrido el día de antes, cual tonsura eclesiástica, «con un peine de marfil», ignorando, pues Pedro de Castro no lo explica, el por qué no se podía utilizar un peine elemental, por ejemplo, de madera, hueso, asta o metal.

Concluido el peinado, se le lavaba a conciencia la cara al sordo, ignorando de nuevo si solamente con agua cristalina o con la ayuda de un jabón, momento en que la víctima ya estaba lista y preparada para que el maestro le hablase por «el remolino de su cabeza». Instante aquel que suponemos debería ser maravilloso y supremo, pues el sordo después de aquellas torturas sin fin, y según Pedro de Castro, oía con toda claridad la «voz» de su maestro, «que de ningún otro modo podía oír por los oídos».

A modo de resumen, lo más curioso es la forma o manera en que despachaba Sachs el modo de enseñar a hablar al sordo, en sus comentarios adicionales al texto anterior de Pedro de Castro, puesto que nada dice respecto al método específico que debería utilizarse, y menos aún sobre el necesario aprendizaje del alfabeto manual como complemento comunicativo fundamental, o sobre el polémico asunto de la lectura labial61, logrando «resumir» Sachs, en un simple párrafo, lo que a Juan de Pablo Bonet le costó explicar en su largo tratado de la Reduccion de las letras, publicado en su caso 50 años antes, pero obra española que al parecer desconocía Sachs.

«Si el Sordomudo no sabe leer, se le hará aprender el alfabeto; y cada letra de este se debe pronunciar varias veces hasta que el Sordomudo la pronuncia: y después se pasará a la pronunciación de las voces mostrando sucesivamente a su vista las cosas nombradas para que aprenda sus nombres: y últimamente se le hablará seguidamente para que sepa ordenar las palabras. En los primeros quince días el Sordomudo aprende maravillosamente tanto número de nombres, que sin memoria muy tenaz no podrá retener: la facilidad se adquiere con la práctica, y causa maravilla verle la ansiedad con que el Sordomudo se esfuerza para prorrumpir continuamente en voces.»62



Y en este punto dejamos al lector juzgar la eficacia médica o no de aquel tratamiento o «industria», del cual al parecer fiaba Hervás y Panduro, pero afirmando algo dubitativo que «no sé, que después se haya perfeccionado, y aún usado.»

Tal vez por ello, Hervás y Panduro, insistiendo en la posibilidad de la existencia de los supuestos «caminos» de dentro de la cabeza, que debería descubrir la «anatomía», se dedicó a experimentar en Italia con un sordo de 24 años, poniéndole en la raíz de la lengua la punta de una trompeta, «con que se hablaba»63, significándole el sordo por señas que «dentro de la cabeza sentía alguna cosa», experiencia de la cual Hervás y Panduro desistió, al ser muy penosa para el sordo, pero que de hecho le reafirmó en que:

«En orden al oír por la boca, la anatomía demuestra, que desde el tímpano del oído va al paladar un canal llamado de Estatatio (sic), por el que entra el ayre en el oído interno, y se evacuan las humedades de este. El dicho canal al salir del oído es óseo, y membranoso al llegar a la boca, en cuyo fondo termina algo más abaxo del canal, que va al paladar (a un lado de la campanilla) hasta la nariz. Por el dicho canal de Eustatio se oye, y no dudo, que por él pueden oír algunos Sordomudos».64






ArribaEl misterioso médico Pedro de Castro

De pretender ilustrar de forma mínima a Pedro de Castro, una vez más se hace ineludible echar mano de Hervás y Panduro, personaje al cual dedicaba en su obra Escuela Española dos páginas y media65, pero iniciándolas sorprendido de que no existiera obra alguna española que hiciera referencia al personaje o a su obra, al constarle tras hojear multitud de libros. Constatación aquella por otra parte cierta, pues Pedro de Castro empezó a citarse en España a partir de los principios del siglo XX, en publicaciones exclusivas dedicadas a la educación de los sordos, y cuya fuente en todos los casos, se citara o no, era sin duda alguna Hervás y Panduro.

De ahí que todas las noticias personales que fue recogiendo Hervás y Panduro sobre Pedro de Castro, de forma diríamos que casi detectivesca, provenían de las propias obras del personaje, editadas todas ellas fuera de España, aunque dando razón únicamente de dos de ellas: Petri a Castro Bayonatis febris maligna punticularis aphorismis delineata, Patavii (Padua), 1686, y el Tratado del Calostro, ya visto, en su edición veneciana de 1676 y dentro de la obra del italiano Escipión Mercurio.

Las otras dos fuentes de referencia de Hervás y Panduro fueron el trabajo ya citado de Sachs, donde aparece justamente el tratamiento anteriormente visto, y dentro de la misma publicación y formando parte igualmente del primer tomo de efemérides médico-físicas alemanas, «observación décima»66, los comentarios previos de presentación o pórtico, realizados en su caso por el secretario de la academia alemana, a un remedio «antipleurítico» inventado por Pedro de Castro, a partir de los cuales Hervás y Panduro, y al afirmar dicho secretario que hacía «nueve años ha que murió», llegó a la conclusión de que Pedro de Castro había fallecido en un lugar indefinido, muy probablemente en Verona o Mantua, en el año 1661.

A la hora de resumir Hervás y Panduro afirmaba lo siguiente de Pedro de Castro:

«Sabemos pues según estas noticias, que Castro cuyo apellido es español, estudió y profesó la medicina en España, y que fue natural de Bayona: país equívoco, pues no lejos de Madrid, en donde Castro debió conocer a Ramírez de Carrión, hay un lugar llamado Bayona, otro hay en Galicia y en Francia hay la ciudad de Bayona. El nombre de la patria de Castro no nos dice, si el fue español: más no dicen claramente su apellido español, y haber estudiado y ejercido su profesión médica en España: y como español se cita por autores extranjeros».



En medio del relativo largo texto que Hervás y Panduro dedica a Pedro de Castro van surgiendo otros pequeños detalles, que en cierto modo sirven para rellenar y ampliar un poco más su magra biografía, tales como que Pedro de Castro «hablaba en diversas ocasiones de su práctica de la medicina en España», del mismo modo que afirmaba que «en muchos lugares de Francia he ejercido la medicina», de ahí se explicaría el que figurara en su Tratado del Calostro su título profesional de «médico físico aviñonés».

De Sachs y del secretario de la academia médica alemana proceden las noticias extraídas por Hervás y Panduro de que Pedro de Castro ejerció la medicina «en la provincia de Vizcaya y últimamente en Italia, noble médico de Verona, y después proto-médico del Duque de Mantua», e igualmente de Sachs proviene la noticia referida a que Pedro de Castro había «curado a un Sordomudo en Vizcaya», «desmutización» que al parecer tuvo lugar en Vergara y en dos meses, todo ello de creer siempre en la fuente.

Por otra parte, la arriesgada afirmación que hace Hervás y Panduro respecto a cómo y dónde pudieron conocerse Ramírez de Carrión y Pedro de Castro, «pues no lejos de Madrid, en donde Castro debió conocer a Ramírez de Carrión, hay un lugar llamado Bayona (en la actualidad posiblemente Mirador de Bayona)», estaba basada en una hipótesis discutible.

Hipótesis que pasó por combinar Hervás y Panduro el posible e hipotético lugar de nacimiento de Pedro de Castro, con la existencia geográfica de un lugar llamado Bayona, situado según Hervás y Panduro en las proximidades de Madrid, ligando aquella posibilidad para justificar que por aquel motivo Pedro de Castro, y al ser hijo supuesto de aquel lugar de Bayona, había conocido a Ramírez de Carrión en Madrid, y en cierta medida dando también por supuesto que Ramírez de Carrión vivía de normal en Madrid, un hecho totalmente incierto.

De este modo, aquella posibilidad expuesta por Hervás y Panduro de que aquellos personajes se hubieran podido conocer en Madrid era muy relativa, ya que únicamente podía pasar, en el caso de Ramírez de Carrión, en el de Pedro de Castro se desconoce, por las posibles fechas de las estancias temporales de Ramírez de Carrión en Madrid, detalles que al parecer Hervás y Panduro desconocía.

Puestos en el terreno documental, Ramírez de Carrión, nacido en 1579 en Hellín (Albacete), aparece por Madrid, con motivo de su trabajo con Luis Fernández de Velasco, en unas fechas que oscilan, año arriba o abajo y a gusto de cada autor, entre 1618 y 1622, sin descartar que Ramírez de Carrión estuviera una corta temporada en la Corte durante el año 1615.

Del mismo modo, y por cuestión documental, existe constancia de que Ramírez de Carrión vivía en Montilla (Córdoba), como mínimo y contando ya con la respetable edad para la época de 37 años, en el año 1616, puesto que aquel año casó por primera vez, en agosto y en dicha población, volviéndose a casar en Montilla dos años más tarde, en octubre, al haber fallecido un año antes su primera esposa67.

Concluido su trabajo en Madrid con Luis de Velasco sobre 1622, Ramírez de Carrión regresó a Montilla, y no regresará a Madrid hasta octubre de 1636, año en el que tuvo que hacerse cargo de la educación del príncipe italiano Emmanuel Filiberto de Saboya por orden del rey Felipe IV. Estancia última de la cual se desconoce la fecha de finalización de su trabajo, pero que como mucho no se alargaría más ya de tres años, y probablemente menos dados los problemas que tuvo aquella familia italiana con la corona española, y a causa de la traición del pater familia y progenitor de su alumno.

A todo esto seguimos sin conocer el por qué Hervás y Panduro afirmaba que se habían conocido en Madrid, pues de hecho y bien mirado lo único que decía Pedro de Castro respecto a aquella relación con Ramírez de Carrión era que: «Ese raro secreto lo aprendí yo, ya discurriendo con el mismo inventor, y ya filosofando con extraordinaria perseverancia, y he logrado bastante bien el intento».

Cita de la cual es totalmente imposible extraer la conclusión del lugar exacto donde se pudieron conocer, y menos aún las circunstancias o el año concreto en que se dio aquel «encuentro», suponiendo que se produjera, pues, de tener en cuenta que Ramírez de Carrión se negaba en redondo a hacer pública su «industria», incluso, al futuro rey de España Felipe IV, o que hacía jurar sus discípulos guardar su «secreto», recordemos que todos ellos eran caballeros nobles, se hace muy cuesta arriba creer al pie de la letra las palabras de Pedro de Castro, donde según él aquel «raro secreto lo aprendí yo [...] discurriendo con el mismo inventor...».

De ahí que quepa la sospecha, hasta cierto punto justificada, de que si ambos personajes se conocieron en un momento dado, sería harto dudoso que Ramírez de Carrión, sin más, proporcionara directamente a Pedro de Castro la «receta» de su «arte», salvo que mediara por medio mucho dinero, puesto que el negocio con los sordos, y más con los sordos nobles, debió resultar muy rentable para Ramírez de Carrión, y por el mismo motivo era lógicamente tan celoso de su «secreto», secreto que debió traspasar, como mínimo, a uno de sus múltiples hijos llamado Miguel Ramírez, y por tanto posible continuador de la obra de su padre.

Por lo mismo, se podrá entender que Pedro de Castro ejerciera en una sola y única ocasión aquella profesión de «reparador» y maestro de sordos, y, además, en Vizcaya, pero afirmando con boca pequeña que «he logrado bastante bien el intento», expresión que equivale tanto como decir que medianamente bien, sin olvidar nunca que es su propia opinión y por tanto muy discutible, pero siguiendo todo el resto de su vida con la profesión de médico, aunque indudablemente con muchas y evidentes capacidades, tanto intelectuales como profesionales.

Cuestión que nos devuelve al principio, y de paso a la posibilidad de que aquella «receta» que nunca publicó en vida Pedro de Castro pudiera, incluso, ser propia, y no directa de Ramírez de Carrión, pero «receta» o «industria» que debió utilizar en cierta forma, a modo de reclamo, de su posible capacidad en aquel campo concreto de la medicina dedicada a los sordos, sin descartar que Pedro de Castro, al igual que Ramírez de Carrión, se dedicara también a la alquimia, hecho que explicaría su extraño comentario final de que había descubierto aquel secreto de Ramírez de Carrión «filosofando con extraordinaria perseverancia».

Prueba de ello es el éxito que tuvo su «aceite antipleurítico», se supone que obtenido y elaborado en laboratorio, y por destilación de ciertos compuestos, con el que «sacó de las gargantas de la muerte gran número de enfermos en Italia, en donde es tan común el mal pleurítico [...] (y) vive aún la fama de la utilísima aplicación de aquel remedio», como afirmaba asombrado el secretario de la academia médica alemana en 167068.

Y en este punto concreto hubiera concluido la corta historia de Pedro de Castro de no haber aparecido seis obras impresas más del personaje, una de ellas reimpresión de las dos ya conocidas gracias a la diligencia de Hervás y Panduro, pero que a la vista de los lugares en que tuvieron lugar dichas impresiones, vienen a indicar la gran difusión o el evidente prestigio que tuvo en su época o en los años posteriores a su fallecimiento, no tan solo en Italia sino también en Alemania, obras que Hervás y Panduro no tuvo la suerte de poder localizar en su día.

En Italia (Venecia) apareció en 1640, dentro de una obra conjunta de varios y diversos autores, entre ellos Pedro de Castro, Theumenia simulachrum et imago Dei ostenditur animae inmortalitas69. En Padua y en 1654, Bibliotheca medici eruditi Petro a Castro70, y en Verona en el año 1657, Pestis neapolitana, romana et genuensis annorum 1656 et 165771.

En el caso de Alemania, nos encontramos que la obra de Pedro de Castro, reeditada en Italia en diversas ocasiones, Petri a Castro Bayonatis febris maligna puncticularis aphorismis delineata, también se editó en Norimbergae (Nuremberg) en 165272, pero lo más curioso es la obra Imber aureus sive chillias aphorismorum ex libris epidemion Hippocratis eorumque Francisci Vellesii commentaris extracta, cuyo autor es nuestro Pedro de Castro y donde hacía referencia a los comentarios del médico español Francisco Vallés, el Divino, protomédico de Felipe II, al libro de las epidemias de Hipócrates, obra que se editó en dos ocasiones, una primera en Italia y la segunda en Alemania73.

También en la misma Alemania, se sabe de la existencia de un opúsculo suyo titulado De loquela mutis, et auditi surdis reddito, editado en «Francofurti (Frankfurt) y Lipsiae (Leipzing)» en el año de 1684 y bajo el nombre en latín de Petri a Castro74, obra que volvió a ser referida con detalle en 1820, dentro de un repertorio de Ciencia y Arte Médica y Quirúrgica alemán, pero bajo el título de Mutis loquela data, et surdis auditus; cum addentis75.

Detalles que nos aproximan, cuando menos, a la auténtica dimensión profesional de Pedro de Castro, dando más razón si cabe a la sorpresa expresada por Hervás y Panduro ante la ignorancia a la cual se le tenía sometido en su propia patria, donde hoy no se conserva ninguna obra suya impresa, a diferencia de Francia y de su Biblioteca Nacional de París donde conservan cuatro, pero puestas bajo el nombre francés de Pierre de Castro (médicis).

En resumen, el hecho evidente es que la fama actual que posee Pedro de Castro en España se debe, sin lugar a dudas, a la referencia que en su día dio sobre él el jesuita Hervás y Panduro, todo ello a causa de aquella curiosa y peregrina «industria» española encaminada de forma voluntariosa a intentar hablar a los sordos por el «remolino» de la cabeza.

Por otra parte, las esperanzas puestas por Hervás y Panduro en el futuro descubrimiento de otros «caminos» alternativos a la sordera, en cierto modo se han cumplido con el tiempo, pero reducidas hoy casi a la pura tecnología, que pasa de forma general por actuales audífonos y por los modernísimos y polémicos implantes cocleares, que en algunos casos de sordera profunda envían señales al cerebro, que al final era lo que pretendía Hervás y Panduro76.





 
Indice