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151

Tomo I. pág. 96. Buenos Aires, 1943.

 

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Advertimos ya en la Introducción que al describir la actitud del americano frente a la vida no era fácil o posible, aislar las peculiaridades de comportamiento autóctono, lo diferencial de lo esencialmente humano. Decíamos, además, que tal dificultad iba en aumento al pensar que la discontinuidad interior no debía ser concebida solamente como una singularidad americana de la conducta, sino, en rigor, concebida como la agudización de un fenómeno característico del mundo contemporáneo. Agregábamos, en fin, que lo particular residía tanto en la acentuación misma, como en el modo de su manifestarse, imputable entre otras causas, a vacilaciones propias de una forma de vida colectiva que aún deja ver sus contornos imprecisos por lo que en tales titubeos acreciéntase cierta humana proclividad. Recordemos que ya el místico flamenco del siglo XIII, Juan Ruysbroeck, El Admirable, pensaba que por la inestabilidad interior pueden conocerse a sí mismos «los que no tienen amor común»: «La primera señal es, que como los hombres iluminados con la luz Divina son quietos simples y estables y, por el contrario, estos hombres son dados a la multiplicidad, inquietos e inestables, y totalmente entregados a los estudios y consideraciones varias y curiosas, no experimentan la unidad interior ni la tranquilidad de ánimo vacía de imágenes, (Adorno de las bodas espirituales, Cap. XLVI). Acontece que este observación, por su misma lejanía en el tiempo, toca a lo actual. Procuraremos, por eso, describir la reacción de inestabilidad en aquellos aspectos donde la teoría del influjo del medio físico en el hombre no logra discriminar la singularidad de las actitudes individuales, históricamente condicionadas. Una vea más, nos desviaremos, aparentemente de nuestro camino, para fijar los límites de las doctrinas que destacan la fuerza configuradora de los factores naturales.

 

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Ob. cit., página 123.

 

154

La tierra y la evolución humana. Barcelona, 1925, pág. 10. Para el desarrollo de la misma consideración, véase, además, las páginas siguientes: 24, 72, 126, 129, 130, 476, 479.

 

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Acerca del concepto de «vegetativismo cósmico», véase la obra del Dr. E. Lluesma Uranga, Estudios de fisiopatología neurovegetativa, págs. 51 y ss., Barcelona 1936, donde se expone el mecanismo fisiológico de las relaciones existentes entre las alternancias vagosimpáticas y los ritmos estacionales (coincidencia, verbigracia, entre verano y vagotonía). Según Pende, el tiroides y la hipófisis son las glándulas más sensibles a las influencias cósmicas; también es de opinión que el «biotipo fisicopsíquico» tiende a variar en función del ciclo solar y de que, en general se modifica con las rítmicas fluctuaciones de las irradiaciones del ambiente cósmico, Biotipología, pág. 365.

 

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E. Jaensch formula su pensamiento de la siguiente manera: «Si se comprobara nuestra idea sobre la relación entre lugar y tipo, entonces individuos integrados serían aquellos que dependiesen más de las condiciones de luz solar y diurna (y también de los rayos de onda larga); en cambio, individuos desintegrados serían los que en mayor grado, se encuentran bajo la influencia de la difusa luz celeste, de la luz de las sombras y de la luz crepuscular (también de los rayos de onda corta»). Además acerca de la acción de la radiación solar, por ej., sobre el tono del vago, véase la obra ya citada del Dr. Lluesma Uranga. págs. 56 y 57.

 

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Grundjormen Menschlichen Seins, pág. 32, Berlín, 1929. La cursiva es nuestra.

 

158

Ob. cit., nota, pág. 39.

 

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Lo cual no significa desconocer que ciertos conceptos manejados con predilección por la física actual, el de interacción, por ejemplo, la sociología los consideró como fundamentales hace ya mucho tiempo. Así, en el siglo pasado, Tönnies, entre otros, habla de las acciones recíprocas operantes entre los individuos. queriendo significar que cada relación humana «constituye una unidad en la pluralidad o una pluralidad en la unidad» (Comunidad y Sociedad). Por consiguiente, en el texto aludimos a aquellos casos en los que la psicología se limita voluntariamente, perdiendo de vista la peculiaridad de su objeto y cayendo, por lo tanto, por debajo de sí misma. Francisco Romero, se ha referido al hecho de que el principio de indeterminación señala la presencia de cierta semejanza entre la situación existente en la física atómica y en las ciencias del espíritu, y particularmente en la psicología. Por lo que toca a esta última ciencia, Romero destaca, a manera de ejemplo, cómo la atención proyectada por el sujeto sobre sus estados íntimos. los modifica inevitablemente. «La misma homogeneidad -nos dice- entre lo observado y el medio de observación aparece en la física atómica...». De lo que, acertadamente, concluye más adelante: «Lejos de aproximarse por este lado las ciencias del espíritu a las de la realidad natural, son éstas como se ha visto, las que se han acercado a aquéllas en los modos de su experiencia, al verse reducidas en su capa más remota -esto es, en su saber fundamental- al recuento estadístico y a las leyes de probabilidad, y al deber admitir el influjo trastornante de la observación sobre el proceso observado.» Véase su artículo «El antes y el ahora»,. en la revista Realidad. Nº. 1, Buenos Aires, 1947.

 

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La totalidad psíquica, pág. 123, Buenos Aires, 1945.