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El septenio 1940-1946 en la bibliografía de Camilo José Cela

José María Martínez Cachero1





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ArribaAbajoI. La hazaña del laureado Adolfo Esteban Asunción

Hay un libro, de muy cuidada presentación, impreso en Madrid por Afrodisio Aguado para Ediciones Fermina Bonilla y aparecido en 1940 -dentro del llamado Año de la Victoria y «bajo el signo de Franco en la paz de España»-, cuyo título es Laureados de España, y su objeto y contenido, la exaltación de los méritos contraídos por aquellas personas que durante la Guerra Civil de 1936 a 1939, militando en el ejército nacional, fueron distinguidas individualmente con la Cruz Laureada de San Fernando. A la realización de tal homenaje contribuyeron colaboradores pictóricos como José Caballero, Domingo Viladomat, Andrés Conejo, José Escassi o Pedro Bueno; y colaboradores literarios como los ya prestigiosos escritores Eduardo Marquina, Ricardo León, Manuel Machado, Gerardo Diego, Francisco de Cossío, Ernesto Giménez Caballero o Juan Ignacio Luca de Tena, más otros a la sazón menos conocidos -Víctor de la Serna, Antonio de Obregón, Juan Antonio de Zunzunegui, Joaquín Calvo Sotelo, Félix Ros-, amén de algunos bastante ajenos al menester literario -caso del filósofo José Pemartín y del político Antonio Goicoechea- y de unos cuantos jóvenes que comenzaban su carrera como escritores y entre los cuales -Jesús Evaristo Casariego, Carlos Martínez Barbeito, Diego Navarro o José Vicente Puente- se encontraba Camilo José Cela, por entonces un desconocido muchacho de veintitrés años, a quien se confió la narración del hecho   —430→   heroico llevado a cabo por el capitán Adolfo Esteban Asunción, del 6º de Numancia, en el frente de Vizcaya el día 27 de mayo de 1937.

Tres partes claramente deslindadas por el sentido y separadas también tipográficamente integran esa colaboración, a saber: 1.ª, una muy apretada síntesis histórica del señorío de Vizcaya, que va desde personajes y tiempos medievales hasta las guerras carlistas (páginas 181-183) y sirve de introducción a cuanto sigue, que es ya suceso recientísimo; 2.ª, el relato, más literaturizado que concreto, de la hazaña protagonizada por el capitán Esteban en Las Minas, rechazando un duro ataque y poniendo en fuga al numeroso enemigo (páginas 184-187), y 3.ª, una divagación sobre la casta (págs. 187-190), concepto que el autor contrapone a raza -«la raza es cronométrica, periódica pura [...]. La casta es algo interno, es algo oculto [...]»-, divagación que arranca del dicho de un soldado tras la batalla: «¡Es un castizo el capitán Esteban!».

La colaboración de Cela en Laureados... pertenece a ese grupo de textos, incipientes o primerizos, que el autor ha querido olvidar a la hora de ofrecer sus Obras completas.2 Se trata, a mi ver, de una muestra como tantas otras de la retórica tópica del momento, calificada por alguien de estilo «imperial» o «falangista»,3 caracterizado, entre otros rasgos, por una casi carencia de concreción real cuando se narra o se describe, carencia pretendidamente suplida por un engolamiento expresivo que parece otorgar a las palabras y a los objetos que éstas nombran condición simbólica o representativa, trascendentalizando la anécdota que es presentada a medias, como encubierta -tal ocurre en las páginas 184-187, relativas a la peripecia bélica de Las Minas-. La similicadencia es otro notorio rasgo de   —431→   semejante manera de decir y en la colaboración de Cela suenan al oído más de una vez heptasílabos y alejandrinos4. Finalmente, algunas aseveraciones y algún jugueteo con el sentido de las palabras -castizo / descastado, casta, castidad (líneas tercera a séptima de la página 188)- llevan a pensar en una resonancia de Giménez Caballero, quien por entonces era ejemplo de ideólogo y escritor no poco influyente entre colegas jóvenes.

Lleno, pues, de aceptación a modos que estaban de moda y, por lo mismo, consabidos y tópicos se manifiesta a la altura de 1940, en el comienzo de nuestro repertorio, quien muy pocos años después iba a convertirse en original y poderoso escritor.




ArribaAbajoII. De 1940 a 1942, antes de la publicación del «Pascual Duarte»

Y (la inicial de la Reina Católica) y Medina fueron en los años cuarenta publicaciones periódicas mantenidas por la Sección Femenina de FET y de las JONS, cuya jefatura nacional ostentaba Pilar Primo de Rivera; en las páginas de ambas revistas para la mujer hubo una estimable presencia literaria y los pasos iniciales del escritor C. J. C. en alguna medida se vinculan a ellas.

Su artículo «Fotografías de la Pardo Bazán» apareció en el número 25 de Y (que dirigía la escritora Marichu de la Mora), correspondiente al mes de febrero de 1940, y constituye, según declara el interesado5 lo primero   —432→   que publicó en España. Al año siguiente, y también en 1942, varios cuentos de Cela vieron la luz en Medina, revista mensual que dirigía la escritora Mercedes Fórmica6 y en la que trabajaban por entonces Alberto Crespo, Federico Muelas y Eugenio Mediano Flores, amigos de Cela, quienes «me animaron a escribir un cuento». El que abrió marcha fue Don Anselmo y vinieron luego Marcelo Brito, Don David y Catalinita (dentro de 1941) y Don Juan (ya en 1942), relatos breves en torno a un personaje-protagonista cuyo nombre da título y en los que el humor y la ternura hacen acusado acto de presencia.

En 1942 Cela continúa siendo el joven escritor que trata de ampliar sus posibilidades de colaboración en publicaciones periódicas. Además de Medina, ahora son el diario Arriba y el quincenal Santo y Seña. Un artículo «un tanto divagatorio», titulado «¿Vocación? ¿Aptitud?», en el primero (n.º del 3-X) y otro «Divagaciones bordeando la estética», en el segundo (n.º 9, del 15-IX). «Divagaciones...» tiene la apariencia de un cuento cuyo protagonista, don Evaristo Montenegro de Cela7, marino mercante retirado y «elegante prosista», en vez de relatar aventuras de su vida profesional piensa acerca de la fortuna que pudiera estarle reservada en cuanto escritor y su breve divagación, próxima a la estética, se tiñe de triste melancolía -«[...] tampoco os colmarán de dones y el dinero os lo escatimarán [...]. Pero a los cincuenta o sesenta años de vuestra muerte, un crítico sagaz dará la voz de alarma [...]»-.

Mientras tanto, concluían felizmente las trabajosas gestiones para publicar La familia de Pascual Duarte y su autor quedaba así más cercano a la celebridad.



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ArribaAbajoIII. Brevísimo paréntesis sobre «La familia de Pascual Duarte»

El nacimiento de La familia... como libro para su autor tuvo lugar el día de los Santos Inocentes de 1942 y C. J. C. ha contado suficientemente8 las vicisitudes por las que hubo de pasar esta primera edición de su novela, llamada a hacerse y a hacerle famoso. En otra ocasión9 ofrecí algunas pruebas documentales de la inmediata y favorable acogida que obtuvo La familia... en la España literaria de entonces, a lo que parece muy deseosa y, desde luego, muy necesitada de nombres nuevos y valiosos y no es cosa de repetirme; más recientemente Jorge Urrutia10 ha agotado tal vez semejante filón testimonial, con piezas harto diversas por su índole y enjundia.11

Fue un acontecimiento extraordinario: la revelación de un joven escritor, destinado a mantenerse y a crecer más y más en nombradía, opuestamente a lo que sucedió con otros colegas sólo apoyados en algún título de aceptación efímera; y el comienzo de la literatura de posguerra, desigual aventura en el interior de nuestra patria tras la muerte, el exilio y la desolación12.




ArribaAbajoIV. 1943: A la sombra de un éxito

Acababan de iniciarse para Cela los que alguien13 llamó «años clave», tiempo de irrupción, de posesión y, finalmente, de triunfo. Las publicaciones   —434→   periódicas oficiales fundadas y dirigidas por Juan Aparicio, esto es: El Español, La Estafeta Literaria, Fantasía, Fénix dieron acogida propicia a nuestro autor, tanto a sus colaboraciones como a cuanto se decía y escribía sobre él14, de acuerdo con la política cultural que alentaba el entonces director general de prensa15. Acogida propicia cuando en la página catorce de El Español y desde el número 20 (13 de marzo) al número 43 (21 de agosto) se insertó el texto de Pabellón de reposo16, la segunda novela de Cela; o cuando Fénix, «treinta días que vuelven a vivir», la revista exhumadora que reunía y clasificaba temáticamente lo más valioso publicado en diarios y revistas españoles durante el mes anterior, recoge dos artículos de Camilo José -«Iria Flavia» (n.º 2, agosto) y «Epicedio en prosa, en alabanza de un mártir gallego» (n.º 6, diciembre)- como dignos de semejante antología. Las posibilidades colaboradoras de Cela aumentan a medida que pasa el tiempo y su prestigio crece; así, por ejemplo, próximo a concluir 1943, en el seminario seuista Juventud17 ve la luz otro de sus cuentos, «A la sombra de la colegiata» (n.º del 28-XII), posteriormente integrado en el libro Esas nubes que pasan.

Se habla ya frecuentemente del novelista C. J. C. y todo ello por el éxito rotundo de su Pascual Duarte, cuya segunda edición, también de mano del editor Aldecoa (y dos pesetas más barato el ejemplar que un año antes), salió en noviembre de 1943 y fue no tardando objeto de prohibición y recogida. A veces se le aplaude y encasilla un tanto extrañamente, ya que los motivos aducidos para lo uno y lo otro nada tienen que ver con la estética. Tal ocurre cuando Pedro García Suárez (La Prensa, Barcelona, 20-IX-1943) polemiza amistosamente con Ángel María Pascual y defiende a Cela de cualquier acusación de influencia: «la influencia de don Pío (Baroja) no puede alcanzar a Cela porque éste es más joven, más generoso, es católico y fue legionario en la Cruzada burlando   —435→   la inquietud solitaria de los médicos y los amigos», o cuando Juan Aparicio (n.º 52 de El Español, rúbrica «Pasado mañana, lunes») le mete en un equipo narrativo-universitario con los cuatro miembros siguientes: «Si clasificamos a los novelistas españoles por su contacto cronológico con la Universidad, hemos de hallar la clave de las diferencias y afinidades, proclamando que Zunzunegui fue escolar cuando no existían el SEU ni la FUE; Pedro Álvarez, en medio de la apoteosis de una FUE erizada de chalecos rojos; en tanto que Camilo y Rafael (García Serrano) han cursado sus estudios universitarios al socaire de la camisa azul y de las pistolas, transformándose en ametralladoras», para concluir que el éxito de La familia... se debe al «amasijo psicológico, terruñero y soez» que ofrece esta «novela legendaria, aunque sea una novela bárbara, porque es una novela con un clima por donde ha pasado la guerra».




ArribaAbajoV. La activa plenitud de los años 1944 y 1945

C. J. C. trabajó intensamente durante este bienio y las señales de éxito de tiempo antes se corroborarían ahora: libros, colaboraciones, entrevistas, antologías, reseñas, menciones elogiosas, etc.

La novela Pabellón de reposo fue publicada en volumen por la editorial madrileña Afrodisio Aguado18, incluida en la serie «Literatura» de la colección «Los Cuatro Vientos»; acompañan al texto y lo ilustran adecuadamente los dibujos de Suárez del Árbol (que así firmaba entonces Lorenzo Goñi); la novela va dedicada «A mi amigo F.(rancisco) M.(ota)». Luego de la violencia exasperada del Pascual Duarte llamó la atención de los lectores el suave lirismo con que era ofrecida la patética y   —436→   última peripecia vital de los forzosos inquilinos del sanatorio antituberculoso donde sucede la acción, rematada capítulo a capítulo de la segunda parte con la reiterada presencia de la carretilla del sepulturero19.

De este acento lírico se hizo eco José García Nieto en su carta al autor de Pabellón...20, insistiendo en la presencia de «el gran poeta que sé que llevas dentro. El poeta que tú eres, Camilo, y que hemos perdido en el gremio por los pelos. Por los pelos resecos y greñudos de ese incinerable de Pascual»; poeta en ejercicio que adeuda algo a sus amigos y lectores: «Tú eres un poeta, Camilo, y no puedes hacerte el sordo a las voces de ese hijo que viene a llamarte papá y que tú reconocerás de buena gana. Nosotros lo esperamos, y ahora se nos explicará mejor ese lírico tremendo que ha cruzado por el pabellón de reposo». Se alude a un libro prometido y esperado que no era otro sino el que, con verso gongorino, se titulará Pisando la dudosa luz del día, del que la revista Garcilaso ofreció en 1944 (núms. 9, enero, y 13, mayo de 1944) un par de muestras: los poemas «Himno a la Muerte» y «Tránsito adónico», respectivamente.

En el inevitable cotejo entre las dos novelas celianas, Pabellón... quedaba para algunos lectores por debajo de La familia...; tal es el caso del periodista Federico Izquierdo Luque, que advierte21 cómo «al escenario de la novela (Pabellón...) le falta la raigambre y la fortaleza que por sí mismo tenía en La familia... [...] Pabellón... es duro, sin las compensaciones naturales que tenía la vida del asesino extremeño».

Otro libro novelesco de C. J. C., anticipado asimismo en forma de entregas semanales22, salió a los escaparates en este año 1944: Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes. Lo sacaba Ediciones La Nave, de Madrid, dentro de una serie («Las mejores obras de los mejores   —437→   autores») en la que figuraban (hago el cómputo sobre los cuarenta y cinco primeros volúmenes) algunas biografías, clásicos de la novela como Dostoiewski y Balzac, títulos extranjeros muy de éxito a la sazón (Cumbres borrascosas, Rebeca, La posada de Jamaica, por ejemplo) y sólo cinco autores españoles, dos de ellos (C. J. C. y Pedro Álvarez con Los colegiales de San Marcos) muy recientemente revelados23. «Creo que es mi mejor obra», declaraba Cela en la faja que envolvía el libro, encuadernado, de 316 páginas en octavo, con una ilustración en la cubierta (que se repite en el interior) firmada por Ribera y una fotografía del joven autor; todo ello al precio de dieciséis pesetas. Llama la atención del investigador que en una página del volumen así descrito se dé cuenta de la obra de C. J. C. publicada y próxima a publicarse, figurando en este último apartado dos títulos que, efectivamente, no tardaron mucho en ver la luz junto a otros tres cuya lista es la siguiente: un libro de relatos -Lo que quedó cuando el amor ya muerto..., destinado a Afrodisio Aguado- y un par de novelas -Un marino mercante y Las aguas tranquilas, para esta misma serie de Ediciones La Nave-. ¿Qué fue de tales proyectos?24

Bastantes de los críticos que comentaron a su aparición La familia... insistieron complacidamente en la raíz picaresca de esta novela, lo que se probaba a más de otros rasgos por la idiosincrasia del protagonista, el extraño fatalismo a que se veían sometidas algunas decisivas acciones y la forma autobiográfica utilizada. Pudiera sospecharse que tales opiniones forzaron a su autor a probar fortuna en dicha prestigiosa modalidad narrativa y de semejante deseo fue consecuencia este libro, supuesta obra de un descendiente del Lázaro de Tormes que vivió y escribió mediando el siglo XVI -«el libro es breve, como el de mi abuelo [...]»-.

Quiero emparejar ahora dos reseñas críticas que vieron la luz casi simultáneamente en un diario madrileño -Arriba, número del 19-X-1944- y en un periódico provinciano -El Progreso, Lugo, número del 21-X-. La primera la firmaba el profesor universitario Manuel Muñoz Cortés,   —438→   colaborador asiduo y crítico literario de Arriba, quien estima que este Lazarillo (título acaso no pertinente), aunque inserto en una tradición, no permite hablar de pastiche, pues posee «espíritu y conformación nuevos»; destaca el reseñista personajes como el penitente Felipe y capítulos como el cuarto («que trata de la paz que encontró mi alma paseando a orillas de los ríos, y habla también de las filosofías del penitente Felipe»), «el de valores más completos». Aunque este libro corrobora el talento de su autor y la calidad excepcional e impresionante de su lenguaje, cierto es que «la segunda parte llega a ser un poco monótona [pues] carece de la chispa ágil de la primera».

La reseña de Lázaro Montero, catedrático de «Lengua y Literatura españolas» en un instituto de Lugo, entra de lleno en la crítica desfavorable y no por animadversión hacia Cela, ya que el crítico admira y aplaude el Pascual Duarte. Aparte de otras carencias -personajes que no parecen de este tiempo ni de ninguno, sátira «fallida»-, muestra el reseñista la inexactitud de este Lazarillo porque ni la geografía mencionada -«los lectores del Lazarillo (del siglo XVI) se dan cuenta en seguida de que el autor no habla de memoria de lugares y parajes [...], C. J. C., en cambio, no sólo no ha corrido por las tierras que hace andar a su Lázaro, sino que ni siquiera se ha tomado la molestia de conocerlas por libros o mapas»-, ni el ingrediente dialectal -«a pesar de algunos modismos charros a Cela rezúmale su región, Galicia [...]»-, ni en ciertos pormenores concretos -«los encinares salmantinos truécalos en robledales, los tesos en montes, haciendo rumorear el viento por el monte bajo [...]»-, se ajusta el novelista a la realidad pretendida.

Atención, desde luego; en ocasiones, controversia; aplauso y rendimiento con mayor frecuencia, promueve a estas horas C. J. C. Cuando Miguel Villalonga, el autor de Miss Giacomini, hace recuento, desde su forzado retiro mallorquín de Buñola, de la literatura española en los doce meses de 1943 concluirá lo siguiente (Baleares, número del 1-I-1944) respecto de novelas y novelistas: «No me cansaré de repetir que [...] las obras que más admiro y abomino son Nasa, de Pedro Álvarez, y Pascual Duarte (sic.), de C. J. C. [...], son lo mejor y más desagradable de la novela contemporánea». Cuando meses después Darío Fernández Flórez entrevista a Conchita Montes (Primer plano, Madrid, núm. del 4-V-1944) y le pregunta qué le   —439→   parece Cela, la celebrada actriz responde: «Extraordinario. Es un autor que me impresionó, sobre todo porque tiene tal sabor auténtico y está tan enraizado en la tierra que describe que casi asusta pensar que vivimos tan cerca de ella. Me gusta también el idioma en que están escritas sus novelas: un castellano sin afectación y de crudeza y diafanidad grandísimas».

Otras muestras de lo antes señalado podrían ser: la aparición de su firma como colaborador del diario madrileño Ya, donde escribe, verbigracia, acerca del joven dramaturgo, amigo y compañero de afanes y de generación, Víctor Ruiz Iriarte, quien por entonces iniciaba con buen pie su carrera teatral25; y de Escorial, «revista de cultura y letras», la más encumbrada de cuantas se publicaban por entonces, cuyo número 45 (correspondiente al mes de julio de 1944) ofrece, dentro de la sección «Poesía», acompañada de unos sonetos de Fernando Gutiérrez y de unas versiones castellanas de R. María Rilke debidas a Luis Felipe Vivanco, la breve narración poemática celiana titulada «La horca», con dedicatoria al pianista Luis Galve. Incluyo en este repertorio noticioso el soneto anónimo (pero obra de José García Nieto, como todos los que constituyen la «Galería de retratos») inserto en la penúltima página del número II (mes de marzo) de la revista Garcilaso; en él se manejan con no demasiada destreza las referencias sobre C. J. C. más asequibles por entonces -nombre repetido de sus progenitores, legionario en la Guerra Civil, tuberculoso algún tiempo, español de nación en Galicia, pero con ascendencias italiana e inglesa-:


    Este celta que coge por el filo
el cuchillo del verbo y bien lo doma,
padre y muy señor mío del idioma,
vástago de Camila y de Camilo,
    usa para sus prosas el pistilo
de una flor, una pluma de paloma;
combate golpe a golpe, broma a broma,
por la legión, la letra o el bacilo.
—440→
    Nos dirá quién le pone mediasuelas,
las fechas de sus amonestaciones,
vida y milagros de sus cuatro abuelas.
    Una Academia guarda en sus riñones,
responden de su nombre dos novelas,
se disputan su sangre tres naciones.



Entre los textos primerizos que Cela ha relegado deliberadamente al olvido, pero que será permitido recordar al investigador, figura el capítulo décimo de la novela colectiva Nueve millones que compusieron dieciocho personas (no todas ellas cultivadoras habituales del género), publicó la editorial Afrodisio Aguado26 y ofreció en adaptación radiofónica de Francisco Garzón el cuadro de actores de Radio Madrid. Lo escrito por nuestro autor no llega a ocho páginas (es una de las aportaciones menos extensas) y en su brevedad adopta, al igual que alguna otra colaboración, la forma dialogada; es sólo un capítulo de tránsito sin mayor novedad en cuanto a personajes y marcha de la trama. Simple trabajo de encargo que como tal fue aceptado y realizado.

Único representante de lo que a la altura de 1944 denominaríamos narrativa joven y nueva, Cela fue incluido en el equipo ocasional de Nueve millones junto a escritores ya prestigiosos como Concha Espina o los promocionistas del «Cuento Semanal», Martínez Olmedilla y José Francés, el modernista Emilio Carrere y las novelistas «rosa» Carmen de Icaza y Concha Linares Becerra. Pero no sólo a la hora de las colaboraciones colectivas se tenía presente el nombre de C. J. C.; aunque pueda extrañarnos como decisión prematura, a la hora de antologizar se contaba ya con nuestro autor. Así lo prueban dos compilaciones aparecidas en 1944, a saber: Novelistas españoles contemporáneos, formada por «Juan del Arco» (seudónimo de Francisco Mota), donde Cela ofrece sendas Autobiografías -«escribir es la única ocupación que me distrae y me hace   —441→   olvidar el nada divertido drama del cotidiano existir»- y Estética, en la que se declara afecto al realismo en cuanto la novela no es para él sino «reflejo de la realidad, de la hermosa o sucia realidad»27. La profesora de la Universidad de Madrid Josefina Romo preparó la antología Cuentistas españoles de hoy con el objeto de reaccionar contra un tópico mentiroso: «la pretendida decadencia del género en España» tras su brillante cultivo por los realistas decimonónicos y los noventayochistas. Señala la antóloga hasta tres promociones de cuentistas coexistentes en la actualidad: los mayores -Azorín, Concha Espina, W. Fernández Flórez-, los entrados ya en la madurez -como Tomás Borrás, Ramón Ledesma Miranda o Samuel Ros-, los recién llegados o «esperanzada vanguardia de juventud y talento», en la que es incluido Cela junto a otros trece nombres28. A la sombra de la colegiata, subtitulado ahora «cuento de Navidad», es la muestra de C. J. C. ofrecida por Josefina Romo en las páginas 75-81 de su compilación.

El año 1945 supone en la bibliografía de nuestro autor actividad por el estilo de la que acabamos de recontar para 1944. Veamos los hechos que así lo prueban.

Correspondiendo al día 11 de marzo de 1945, y dentro de la política cultural de Juan Aparicio, salió el número I de Fantasía, «semanario de la invención literaria» hasta el 2 de septiembre (núm. 26) y «quincenario...» desde el número 27 al 38 y último: 6 de enero de 1946. A ilustrar prácticamente esa fantasía «creadora, constructora, germinativa y fecundante» que necesitaba la España de posguerra contribuyeron dramaturgos,   —442→   guionistas cinematográficos, poetas y narradores muy diversos en edad, temas y estética: desde Azorín, Gerardo Diego, Pemán, Jardiel Poncela o Casona hasta Samuel Ros, Leopoldo Panero, Victoriano Crémer, Eugenio de Nora o José Luis Cano. C. J. C. fue uno de sus colaboradores y lo hizo en dos ocasiones, cultivando géneros distintos: la narración El bonito crimen del carabinero29, breve historia criminosa como de romance de ciego, dedicada a Pedro de Lorenzo y con dibujos de Luisa Butler (núm. 12, 27-V), y los versos de El monasterio y las palabras (Antología censurada) (1935-1941), ingenioso divertimento donde a veces resucita burlescamente la guitarrada modernista que dijo Unamuno y otras, como el poema «El escarmentado», son ejemplo de campoamorismo vergonzante (núm. 33, 28-X)30. En las más notorias revistas poéticas de aquel momento aparece nuestro autor firmando poemas; así en Garcilaso, números 25 y 32, salieron «La risa de Dios»31 y «Como los muertos», respectivamente, y en el número 12 de Espadaña, en su primera página (que coincide con la cubierta), bajo el título y flanqueado por un dibujo de la hierba tifácea epónima, va «Es ya hora», poema avisador de extraños males que ya suceden o que resultan inminentes -«[...] los niños presuntuosos asesinan tímidas ancianas [...]»-.

Tres libros de Cela muy distintos entre sí vieron la luz en 1945. Las colaboraciones periodísticas en Arriba, , Ya, El Español, Santo y Seña, etc., se agrupan en el volumen Mesa revuelta, dedicado «a la memoria de Federico Izquierdo Luque», periodista y amigo fallecido en plena juventud. Un retrato de Cela pintado al óleo por Luis Mosquera; unas palabras de Carlos María Rodríguez de Valcárcel presentando como jefe nacional del Sindicato Español Universitario la colección «Sagitario», que   —443→   se integraba en las Ediciones de los Estudiantes Españoles32, iniciada con este libro, y un «Pórtico» en verso de García Nieto preceden a la recopilación: artículos de asunto literario, de crítica pictórica, meras divagaciones otros, breves apuntaciones narrativas algunos. La impresión de lectura formulada por M.(anuel) M.(uñoz) C.(ortés) en un dominical de Arriba resulta desfavorable: la publicación de Mesa... «me parece sencillamente un error», pues algunos de los artículos «no son ni republicables y pudiéramos decir que ni debían haber sido publicados nunca»; la amistad y la estimación de Muñoz Cortés hacia C. J. C. le llevan a desear públicamente «que no se nos pierda presentando trabajos poco serios, nada importantes [...]».

Ediciones del Zodíaco, que radicaba en Barcelona, publicó libros muy primorosamente presentados y fruto de exigente selección, como el Erasmo, de Huizinga (1946); entre ellos figura el poemario de Cela, Pisando la dudosa luz del día, subtitulado «poemas de una adolescencia cruel», con prólogo de Leopoldo Panero, para quien el libro resultaba «aparentemente anacrónico», lo que se entiende sin dificultad ya que las aguas de la poesía marchaban entonces, si no de modo unánime, sí mayoritariamente por cauces bien distintos al surrealista33.

Los cuentos reunidos en el libro Esas nubes que pasan...34 son los que habían ido apareciendo años atrás. Todos ellos van dedicados, componiéndose así un censo de queridos amigos y jóvenes colegas como lo eran   —444→   José María Sánchez Silva -importante redactor de Arriba y director del suplemento , galardonado autor de cuentos-, Alfredo Marqueríe -crítico teatral de ABC, en cuyas columnas vapuleaba las comedias de Adolfo Torrado, tan aplaudidas por el público-, Samuel Ros -fallecido antes de la aparición del libro, Premio Nacional de Literatura por una serie de cuentos inédita, Con el alma aparte-, Julio Angulo -reciente autor del tomo de relatos De dos a cuatro-, Federico Izquierdo Luque y José María de Vega, conjuntamente -ambos redactores del semanario Juventud y nombres muy de primera fila en el periodismo joven-, José Vicente Puente -novelista de éxito con Viudas blancas y Una chica topolino, autor de una adaptación de Fausto estrenada en 1943 en el Teatro Español de Madrid-, Manuel Muñoz Cortés -el crítico de Arriba no siempre conforme con los libros de su amigo- y Eduardo Llosent y Marañón -fundador y codirector de la revista Santo y Seña, director del Museo de Arte Moderno-,35 Eugenio Suárez, uno entre los varios comentadores que tuvo inmediatamente Esas nubes que pasan..., hablaba36 de lo insatisfactorio de la anécdota de estos relatos, pues su autor «nos hace esperar un poco más de la entraña temática» y el lector esperará en vano y «no nos enfadamos» si al término de la historia «nos encontramos con que el alma del ovillo es una bolita de papel en blanco». C. J. C., que consigue «rasgos de extraordinario humorismo», que escribe «párrafos de tremenda ternura», parece tener mucha prisa en deshacerse de sus personajes y los mata enseguida y sin piedad: «echa mano de la tisis, del hacha, del mal parto, de lo que sea»37.

Exagerando no demasiado podría decirse que a la altura cronológica y estética de 1945 Cela era ya un recientísimo clásico de nuestra narrativa.   —445→   Cuando en abril de ese año el catedrático universitario Ángel Valbuena Prat ejemplifica desde su residencia murciana acerca del tempo lento en la novela española última38, repara en Pabellón de reposo y elogia esta novela diciendo que es un «bello, interesante y torturado ejemplo» de ese modo de conducir la acción, más cerca de Tomás Mann que de Proust, «¡qué encanto doliente en las jóvenes que viven un romanticismo dolido e imposible de recuerdos, en los hombres de negocios, a los que se [les] olvida el temblor de cifras y actividades ante la suave presencia de una muerte que les atraviesa de intimidad, qué ansias de vivir, de gozar o soñar, o qué reductos místicos para las almas buenas en agonía! Sin más acción que los deseos y los sueños, con diversos personajes y reacciones, este libro se empaña de nostalgia lírica gallega entre sangre, dolor y tortura». Pedro de Lorenzo firmaba un breve artículo, «Donde se habla de tres novelas de un mismo autor», dedicado al elogio de la novelística de Cela, autor dotado de enorme poder narrativo y capaz de «desenvolver un mismo mundo crudo y elemental en tres relatos desbordantes de fantasía, apretados de acción [...]»; nuncio además, con Pedro Álvarez y Gonzalo Torrente Ballester, de «los albores de una primera novelística española con vigencia universal»39. Deseo recordar, finalmente, lo que constituye la avanzadilla bibliográfica de un tema -la novela española de posguerra- después abundantemente tratado y largamente debatido; aludo a mi folleto, primerizo trabajo de estudiante universitario, Novelistas españoles de hoy que, si impreso en 1945, abarca sólo hasta el otoño del año anterior, tiempo de su composición. A vuelta de mucha erudición menuda y de primera mano, tras mencionar, ordenar y valorar libros y autores, llegado el momento de señalar nombres más relevantes en el conjunto, estos son los cinco siguientes: Zunzunegui, García Serrano, Pedro Álvarez, Miguel Villalonga y C. J. C.; Cela sobre todos ellos: casi cuatro páginas en un total de treinta y dos, más entusiasmo   —446→   en la crítica y este remate: «[...], una bien dispuesta propaganda le sirve fielmente»40.




ArribaAbajoVI. 1946, final del septenio

Diríase que 1946 fue en la historia de la literatura española de posguerra un año de signo funeral, y quien como Juan Aparicio era a un tiempo animador y contemplador de aquella actividad testificaría así41: «-Entonces, ¿hay una coincidencia entre la muerte de Villalonga, el óbito de Garcilaso, el silencio de El silencioso, la retirada del Desmemoriado, la tetriquez del Gijón y la transformación de La Estafeta Literaria y de Fantasía en esas lápidas sepulcrales, que son las magnas páginas de El Español, donde se han refugiado bajo el epígrafe que parece el epitafio de 'Aquí yacen'?-. En efecto, parece ser que existe una coincidencia. -¿No viviremos literariamente en un in pace?-. «Pues, mientras tanto, descansemos en paz». Es cierto que entre marzo de 1945 (núm. 53) y enero de 1947 (núm. 54) estuvo sin aparecer la revista Escorial; y que la revista Garcilaso, tribuna de la llamada «Juventud creadora», dio fin en mayo de 1946 con su número doble 35-36; y que La Estafeta Literaria sacó su número 40 y final coincidiendo con enero de 1946; y que Fantasía (núm. 38 y último: 6-I-1946) dejó pendientes de publicación una tragedia de Mariano Tomás (La quinta mujer de Barba Azul), un poemario castellano de Luis Pimentel (Barco sin luces), una novela extensa de R. González Castell (Cuando la cuarta de Apolo), un puñado de cuentos y el guión cinematográfico de J. López Clemente, La vida comienza de nuevo. 1946 trajo también la desaparición de Vértice, que había salido como revista de FE y de las JONS, en abril de 1937, el mes de la Unificación, e importó lo suyo -certamen de 1938, suplemento «La novela de Vértice»- en el inicio de la narrativa española de posguerra. Había desaparecido ya   —447→   Artes y letras, heredera de Santo y Seña, e iba a desaparecer no tardando, con 1947, Cuadernos de Literatura Contemporánea, revista del Consejo Superior de Investigaciones Científicas dirigida por el catedrático universitario Joaquín de Entrambasaguas y atenta a la marcha de nuestra penúltima y última literatura. Precisamente una de las colaboraciones de Cela en Arriba durante 1946 sería su elegía por Garcilaso42: «Ha muerto -entre el dolor honesto de las gentes de bien, que también las hay, y la turbia, venenosa sonrisa de las gentes de hiel y el amargor- una revista literaria que se llamaba, lector amigo, Garcilaso [...]», y, tras la noticia y el repaso sucinto a lo que supuso tal revista, la vergüenza y el dolor: «Un poco de vergüenza, sí, y un dolor inmenso da el asistir, impasiblemente, atado de pies y manos y bolsa, a la muerte de lo que -¡por tantas causas, Señor!- no debiera haber muerto jamás».

En tanto iban saliendo a luz todas las cosas que hemos visto salir luego de La familia de Pascual Duarte, C. J. C. preparaba La colmena, cuya primera versión, que no fue la definitiva y publicada, presentó a la censura el día 7 de enero de 1946, con el resultado negativo que he relatado en otra ocasión43.

Si hasta ahora nuestro escritor había sido incluido en algunas antologías narrativas, en 1946, ampliadas su nombradía y obra, lo será también en antologías de la poesía española. Son dos las que vieron la luz este año, a saber: Antología de poetas españoles contemporáneos en lengua castellana, preparada por César González Ruano, quien inserta el poema «Tránsito adónico»44, e Historia y antología de la poesía castellana (del siglo XII al XX), cuyo colector, Federico Carlos Sainz de Robles, se mostró más generoso y dedicó a la poesía de Cela cinco páginas con un total de seis poemas45.

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Habían comenzado ya las traducciones y al italiano se habían vertido muy tempranamente -1944- La familia... y un par de cuentos, estos a cargo de Ettore de Zuani que dirigía en Madrid el Instituto de Cultura Italiana. Estaba bien próxima la aparición -1947, enero- de Pascual Duarte's Family, la versión inglesa debida a John Marks.




ArribaVII

Minuciosa y documentadamente, si bien con uso no exhaustivo de noticias, hemos seguido la bibliografía «de» y «sobre» C. J. C. durante el septenio 1940-1946, años decisivos o clave para nuestro autor. Desde la modesta y desapercibida comparecencia de 1940 -en Laureados de España- y 1941 -amigos que le valen para poder publicar algunos cuentos- hasta el éxito de La familia de Pascual Duarte (1942); desde aquí hasta las primeras traducciones, las entrevistas, las reseñas, las menciones, la inclusión en antologías van sólo unos pocos años, pero mucho tesonero empeño y un indesmayable amor a la profesión literaria.





 
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