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ArribaPresenta Pedro al juicio de los académicos una burla, castigo de la vanidad de un cortesano y provecho de su bolsa

Todas las noches siguientes a la pasada, los ensayos de la comedia y el juego dieron al entretenimiento materia, prosiguiéndose cada día con mayor fuerza, porque viéndose ya diestros y hábiles, la misma satisfación que tenían de que lo habían de hacer bien les encendió el ánimo. La víspera de la fiesta comieron juntos por gastar la tarde y algo de la noche en aquel último ensayo, que se hizo con todos los aparatos, galas y vestidos que la propiedad de la fábula pedía. La fama acreditó tanto esta fullería de las musas en el pueblo, que cudiciaron vella los más ilustres y los más poderosos, valiéndose de los ruegos y aún alguno del imperioso ceño, amenazando con la dignidad que tenía en la república, más para administrar justicia que para hacer fuerza. Llególes el viento de este aviso tan a tiempo que en venganza de su descortesía, se fingió la bellísima Inés enferma, y con esta causa se dio razón justificada para que la fiesta se suspendiese. Decía ser achaque, y no mal el suyo, por no obligarse a la penalidad de la cama y comprar con su particular daño la quietud común de sus académicos.

La[s] visitas de las amigas fueron muchas, y las de los amigos no menos largas, aunque más útiles, porque con los regalos pagaban el calentar la silla, o lo que les calentaba, porque siempre salían con más fuego que dejaban, que aunque las dádivas en todos tiempos han sido pólvora de ánimos helados y unción que hace volar a las mozas, que siempre de semejante sangre fueron brujas, la castellana se rendía menos a quien ponía mayores esfuerzos en el combate. Recibíalos a todos vestida y echada en una camilla que tenía hecha sobre la tarima de su estrado, y habiendo conseguido con el arte desmedrar los colores del rostro cuando quería, representó la mentira de su mal, como si fuera verdadera fatiga, mas de tal modo, que no quedando su belleza menos apacible, la comiseración se aumentaba en los circunstantes, que por divertilla, hallándose presentes dos músicos de los que a su lado habían de ser de la fiesta el mayor adorno, cantaron sin ser rogados, causa de que fuesen con más gusto oídos.


   Para celebrar mis ansias
como en el alma las siento
debían rendir los ojos
el llanto de mi deseo.
Ya como curioso amante
le encargo a mi pensamiento
que para amarte, Belisa,
descubra caminos nuevos.
La fe que te sacrifico
no es hija mortal del tiempo,
pues como eterna levanta
murallas de amor eterno.
No te olvidaré en la muerte,
invencible a sus tormentos,
porque ella no es poderosa
para tan alto trofeo.
Retrato soy de amor sólo en el fuego,
porque amo con razón y no estoy ciego.
Soberbios se veen los campos
más galanes que los cielos,
después que tus ojos verdes
honrar su color quisieron.
La primavera segura
y eterna vivirá en ellos,
porque allí no han de ofendella
tiranías del invierno.
Toda el alma les he dado,
y no por eso estoy muerto,
que el alma que me da vida
es el amor que les tengo.
Nadie con mi amor se iguala,
y hago en esto lo que debo,
porque sé cierto que nadie
se iguala con el sujeto.
Retrato, etc.
¿Qué nieve desvanecida
sobre los montes soberbios
mal atrevida compite
con tus manos y tu cuello?
Tus labios y tus mejillas
son original del cielo,
de quien traslada las rosas
que adornan los campos bellos.
Pues si tantas perfeciones
en tu hermosura contemplo,
fuera, señora, el no amarte
culpa del entendimiento.
Sólo en ti vivo ocupado,
porque luego que en mi pecho
nació cuidado tan noble,
todos los demás murieron.
Retrato soy, etc.

Mucho de aplauso se les dio en premio, y por merecer divididos lo mismo que juntos, cada uno quiso manifestar sólo los primores de su habilidad, y empezando el que cantaba la voz del contrabajo se halló con un oyente más, que fue su propio compañero que con mayor atención que todos le rindió los oídos, que con la perfección de las artes, aquel se suspende más, que más entiende dellas, cantó así:



    -Ojos, ¿porqué os defendéis
de un amor tan poderoso?
Advertid que es juez piadoso,
y riguroso le haréis.

    Volved, ciegos, no perdáis
ocasión tan oportuna,
que vuestra buena fortuna,
huyendo, desobligáis.

    Si os llevó el atrevimiento
a ver de Laura el valor,
fuera esconderse a su amor
culpa del entendimiento.

   Ojos, si es que a ver nacistes
ricos y bellos despojos,
decid que no fuistes ojos
hasta el punto que la vistes.

   Ociosos sin ejercicio
sólo el nombre habéis gozado
de ojos, porque hoy os han dado
la ocupación del oficio.

    ¿Qué haría yo si se perdiese
suerte de tanto placer,
y dejándola de ver,
el bien que pierdo no viese?

    Si es que lo dispone así
mi estrella, siempre atrevida,
antes que muera esta vida
viva ya la muerte en mí.

   Un tiempo que desterrado
estuve en el Tajo ausente,
no viendo su luz presente
lloraba con mi cuidado.

    La arboleda me ofendía,
y el agua me daba enojos,
que en soledad de sus ojos
no hay alegre compañía.

   Con razón, pues conocéis
al dueño de vuestra vida,
si no queréis que os despida,
servid y no os descuidéis.

    Servid siempre, sin pedir
otro precio a mi cuidado,
que a un servir bien empleado
bastante premio es servir.

   A su gusto acudiréis
volando, pues es razón,
que bien podréis, corazón,
pues dicen que alas tenéis.

Sin dar campo a las alabanzas tan mal logradas cuanto bien debidas ocupó el instrumento, y los oyentes el otro músico, que dijo con voz menos suave, aunque con modo de cantar más airoso:



   -Con mil gracias viene abril,
tras sí los ojos se lleva,
ya risueño entre las fuentes,
ya galán entre las yerbas.
Enamorados le miran
los vientos que le pasean,
porque en su olor se regalan,
y con su vista se alegran.
¡Qué claro que rompe el Sol!
No hay nube que se le atreva,
y como es alma del mundo
ya vuelve a vivir la tierra.
Todo se ríe y Jacinto,
mientras más quiere más pena,
amante en quien la fe vive,
y está la esperanza muerta.
Su enemiga artificiosa,
siempre armada de apariencias,
persuade con los ojos,
que arde cuando se yela.
Naturaleza la hizo
tan sutil en sus cautelas
que diciendo desengaños
engaña con mayor fuerza.
Sus agraviados amantes,
número que no se cuenta,
todos empiezan en gustos,
todos acaban en quejas.
Jacinto entre tantos firme
en amalla persevera,
y a[u]nque crecen las injurias
no muestra su amor flaqueza.
Después que en su cárcel vive,
prados y espaciosas vegas
dos veces se han desnudado
de flores y verde yerba.
Y viendo que a su esperanza
justos premios se le niegan,
así da quejas al viento,
aunque sabe que es perdellas:

    «Ya dos veces se han visto los campos verdes,
y mi triste esperanza nunca florece.
Ríndase mi confianza,
basta el tiempo que he perdido,
pues que más han merecido
los campos que mi esperanza,
como hizo el tiempo mudanza
vestidos se veen y alegres,
y mi triste, etc.

    Ya como se huyó el rigor
con que el invierno ofendía,
no hay fuente que no se ría,
ni campo que esté sin flor.

   Los vientos llevan olor,
la voz del ave suspende,
y mi triste, etc.»

Envió unas flores de su mano Inés a los dos cantores en igual número, porque no pareciese desigual el premio, disgustándolos a entrambos con lo que pretendió obligallos, porque favores comunes, cuando más bien suceden, si no pierden los amigos, no los hacen mayores. Pedro, que se hallaba caudaloso de chistes, y conocía devoción y afecto en el auditorio a sus narraciones yocosas, eligiendo un asiento eminente, para poder ser visto como oído de todos, pronunció estas palabras:

-Lleváronme a Madrid, no las pretensiones de mis aumentos, como a los más hace, no los cuidados de mis pleitos, porque nunca los tuve. La curiosidad de ver sus grandezas me trasladó de mi patria a aquella, que es común a todas las naciones. Admiré los primeros días tanta variedad de milagros, y mucho más el ver que sólo yo y algunos, que eran también cortesanos modernos, pagábamos alabanzas a tales maravillas, porque los demás pasaban por ellas como si no fueran, en que conocí que nada había tan digno de admiración como que lo admirable no admirase. Pasé ocupado en tan altas suspensiones como si estuviera en éxtasis, hasta que apeando el entendimiento, quise gozar la variedad de los entremeses que en su teatro representan tantos graciosos y peregrinos humores, cuyas costumbres y singulares naturales acechaba atento y astuto, por no perder dellos aun lo más pequeño, que no hay libro docto que enseñe tanto a un hombre ingenioso como otro hombre aunque sea necio.

»Cayóme en mi propia posada por compañero un don Lucas, mancebo fantástico, melindroso y femenino, la tez del rostro vertía resplandores, las g[u]edejas más peinadas y rizas que pobladas, por ser mal cumplido de pelo, le notificaban calva para los años mayores. Tan singular en el traje, que tenía sastre particular que entendiese su modo de vestir, muy presumido de buenas manos, hacía con ellas todas las ceremonias que las damas suelen envainando y desenvainando con arte. Quería ser pretendido y festejado, porque aunque su condición liviana con facilidad se abrasaba por cualquier moderada belleza, disimulaba estos ardores y deseaba ser rogado del mismo sujeto a quien adoraba, y era tal el gustoso desvanecimiento que desto se le seguía, que conocí dél, con el trato largo, que si hubiese una mujer socarrona y de buen despejo que por esta parte le acometiese, le podría dejar en carnes, y aun sin dejalle en tan mal estado, hacerse ella rica, supuesto que él lo era mucho, porque le oía yo decir infinitas veces: "Dicen las mujeres de esta Corte que soy miserable, y por Dios que no lo entienden, sino que mis liberalidades no se emplean sino en personas que saben hacer finezas, y si ellas las ignoran, o si las alcanzan, no las ejercitan, que es lo mismo; no es la culpa mía. ¡Ay, Sevilla, Sevilla! Y cuán diferente trato es el que en ti se profesa. ¿Qué pureza de Amor? ¿Qué verdad? ¿Qué estremo?".

»Los demás huéspedes de la casa, y vecinos del barrio, se reían de su capricho, y yo aunque les ayudaba determiné que no sólo me sirviese de entretenimiento, sino de provecho, que cuando la utilidad y el deleite se conforman, es la última y la mayor de las felicidades. Para esto tenía necesidad de hallar quien fuese capaz de ejecutar mis órdenes, cuidado que me trujo muchos días inquieto. Pero como aquel mar espacioso de la Corte es tan abundante y vario que apenas la imaginación forma los deseos cuando halla instrumentos para cumplillos. Por medio de una amiga anciana, embajadora de Amor, amparo de pecadoras modernas, y consuelo de todas edades, conocí a una, si digo mujer es poco, y si digo demonio, ya se sabe que para embustes es mucho menos que mujer, su nombre doña Bárbara; era la tal señora persona que en los años no pasaba del segundo diez, los cabellos y los ojos vestían un mismo disfraz, y tal, que habiendo nacido en medio de España, parecían de Etiopía, y no por esto se hacía despreciable, porque los unos y los otros brillaban lucidos por ser la tez del rostro pedazos de nieve y nácar. Tenía la boca con algún desenfado, y esta que en otra fuera fealdad, era su mayor hermosura, porque descubría en ella dos escuadras de dientes que sólo con mostrallos merecía ganar de comer para ellos, aunque su limpieza era tanta, que se pudiera pensar dellos que nunca se habían ocupado en semejante ejercicio. Las manos sin puños, sin guantes, a todos tiempos y a todas horas, siempre fueron blancas, sin que se recatasen de los yelos ni de los soles, porque ni los unos ni los otros tenían juridición sobre ellas. Sus movimientos eran todos tan airosos, como si fuera pequeña, y su disposición tan gentil como si fuera desairada. Cantaba tan bien, que se le podía perdonar el ser necia, y razonaba con tanta sutileza, que no parecía que con eminencia cantaba.

»Toda fue arte, toda industria, fácil de pasar en un instante de un estremo a otro. Fingía todas las pasiones humanas sin conocellas. Mirábase en ella su venerable y anciana madre como en un espejo, y decía que era el traslado de todas sus costumbres. En la Corte para con los poco práticos pasaba plaza de virgen, y la verdad es que fue doncella titular, y que pescaba inocentes; y tantos, que apenas había parte donde no hubiese dejado memoria de sus estragos. Conocióme, y conocíla, y después de habernos dado por amigos y juramentado, hicimos liga contra don Lucas, y tomamos asiento en el modo de su persecución y castigo. Señalóse el domingo prójimo para el día de la primera escaramuza, y el sitio fue la iglesia de San Felipe de Madrid, que por ser acomodada a todos con igual distancia de nuestras casas, la elegimos. Vestímonos, pues, aquella mañana don Lucas y yo nuevas galas, y sin madrugar más que otras fiestas, entramos a las once dadas en el templo, y apenas estuvimos en él un cuarto de hora, cuando rompiendo por medio de nosotros acompañada de dos escuderos, un paje y otras dos criadas con verdugado y abanillo, basquiña y ropa de raso de oro, novedad en el tocado y no poca munición de olores, entró aquella Bárbara en nombre, ángel en belleza, y demonio en sus resoluciones, pasó por en medio de nosotros, y dejándose caer, aunque yo la di la mano, rehusó la suya, y arrimándose a mi buen don Lucas, le miró tan despacio, que todos llegaron a darle el parabién de aquel singular favor, afirmando que aquello no podía haber sido acaso, y algunos tan invidiosos que maldecían tan mala elección, y decían que había sido de mujer hermosa, que siempre escogen lo peor.

»Yo que vi el camino abierto, aticé por mi parte el fuego, y más porque ella proseguía en ayudarme, clavando desde el puesto donde estaba muchas veces los ojos en su persona. A todo esto se mesuraba el muy falso y me respondía: "Estos son principios, no me obligo yo de tan pequeñas demostraciones".

»Estuvimos allí hasta las doce, y teniendo mi don Lucas un negocio a que decía le era fuerza acudir temprano, sin esperar a los cumplimientos que se deben a las damas, salió de la iglesia con pasos largos, a quién seguí para enlazar más los ñudos de la historia. Íbamos bajando juntos las gradas de la iglesia, y haciendo yo como que reparaba en cosa importante, me detuve y le di ocasión a que me preguntase por qué no andaba, y yo le respondí: "Paréceme que aquel mozuelo nos sigue".

»Y él replicó: "¿Qué importa?"

»Proseguimos con esto nuestro camino por la plaza a la calle de Toledo, donde a lo que después supe, porque participé del beneficio, era convidado de otro majaderón de su tierra. Al llegar, pues, a la torre de Santacruz, volví los ojos atrás y él hizo también lo mismo, y hallamos el mozuelo sobre nosotros, que quitándose el sombrero y retirándose disimulado, quería darnos a entender que aquello hubiese sido acaso. Fingí yo alterarme, cuando el vano dijo: "Sosegaos, que éste pienso que es el paje que entró siguiendo a aquella dama que estaba en san Felipe".

»Yo, representando la turbación y cólera que no tenía, me opuse así: "Y aun eso me daba más cuidado, porque podría ser que fuese de algún galán suyo, que celoso de ver los favores que os ha hecho le envía a que nos espíe los pasos, procurando saber nuestra posada para después a la noche en cuadrilla hacernos una mala burla".

»No le descontentó esta razón, pero ya el mozo no parecía. Caminamos con esto algo más sueltos de pies, y al llegar a la boca de la calle de Toledo, vi otra vez a mi lado a aquel de quien yo mostraba ofenderme, viniendo allí por orden mía, y echándole la mano al cuello, furioso y airado, le metí a empellones en el zaguán de una casa y le pregunté: "¿Por qué nos sigue, mancebo?".

»Él, que no era la primera vez que se ejercitaba en embustes, respondió con muy seguro semblante: "Vuesa merced se engaña".

»"Acabe", volví yo a decirle más airado, "confiese la verdad y no replique".

»Procuró él satisfacerme así: "no hay verdad más cierta que la que tengo dicha".

»Desnudé entonces la daga, y poniéndosela a los pechos, le amenacé con tanto rigor, que muy apriesa dijo: "Cosa fuerte es que me ponga vuesa merced en el último aprieto, para que yo falte a la obligación del secreto que prometí guardar a mi señora doña Bárbara, que ha querido ser curiosa y saber la casa donde posa este caballero que viene con vuesa merced".

»Aquí mi don Lucas orgulloso me cogió de la mano y formó estas palabras: "Venid amigo, veis como era el propio que yo decía dejadle".

»Y luego vuelto a él, le habló de este modo: "Mi casa es en la calle Mayor, en una que tiene agora una almoneda, y de tres balcones en el medio una alfombra Turca y dos retratos míos, uno a caballo y armado y otro en hábito cortesano, allí estoy para servir a esa señora y a vos en lo que se ofreciere".

»Con esto le dimos libertad, y caminando con mayor priesa, llegamos a la parte donde nos esperaba el convite, que tuvo más llaneza de lo que yo pensé, y tanta que creo que hubiéramos comido en nuestra posada con más regalo; el tiempo era en la mayor furia de los caniculares, y los aposentos de la posada tan calurosos, que di yo gran batería porque una conversación que se armaba de juego se pasase a la nuestra, y pude tanto, que embarcándolos a todos en un coche lo conseguí.

»Jugóse desde las cuatro hasta las seis, y para templar el fuego que aquel tiempo trae consigo, se bebió helado. Con la ocasión de un disgusto que hubo sobre el juzgar una mano, yo, que estaba cuidadoso de proseguir la fábrica que se fundaba sobre principios tan ilustres, les obligué, dando por causa el gozar del fresco y de la mucha gente que pasaba a trasladarse a los balcones. No estuvimos mucho tiempo en ellos, cuando la ingeniosa Bárbara pasó sentada en el estribo de un coche, y a su lado el paje con quien yo fingí la refriega; que dando a entender que la mostraba nuestra casa, la hizo alzar el rostro y mirarnos con tanta atención, que fue fuerza hacella cortesía. Examináronla todos cuidadosos, y vieron que sacando gran parte del cuerpo del estribo, tuvo siempre puestos los ojos en nuestros balcones, hasta que los perdió de vista, y de este modo dio tantas vueltas a la calle Mayor, cuantas alcanzó luz de día aquella tarde. Causó nota y escándalo en los que nos acompañaban, y todos dijeron que aquella mujer estaba loca y perdida de amor de mi rizo y peinado majadero. Él, que no tenía otro camino por donde le tentase su flaca naturaleza, sino éste, y que estimaba a las damas no tanto para gozallas (porque inútil en esta parte se hallaba sin la disposición necesaria para ejecutar estos deseos), como para hacer ostentación dellas y del rendimiento con que le adoraban y pretendían, vio aquella tarde llenas todas sus fantasías, y reducidas a prática las vanas ideas de su imaginación, pero disimulando, respondió con algún desprecio a los que mostraban admirarse de semejante caso en este modo: que debían ser poco afortunados con las mujeres hombres de que tan pequeñas señales recebían espanto y maravilla; que por su causa se habían desafiado en Sevilla dos damas de las más ilustres, de las más bellas; y que por hacerlas iguales y escusar cuestiones, se retiró a un convento de cartujos, y desde allí se vino a la Corte; que la tal doña Bárbara no era tan bella como ellos la celebraban, pero que no le hacían falta estas prendas, porque él más se obligaba de las finezas en el ánimo, que de las perfecciones en el rostro; que les rogaba mucho no hablasen con nadie de su tierra lo que allí había pasado, porque no quería que se entendiese que él hacía rostro a mujeres de la Corte, cuando todos presumían que estaba retirado de semejantes liviandades; que pensaba enviar un recaudo a la tal señora paseante, ordenándola que so pena de su desgracia no hiciese demostraciones públicas, sino que le diese a entender su pena con más recato por papeles, así en verso como en prosa; que también pensaba hacer la misma advertencia al paje que le había seguido aquella mañana, porque no anduviese su reputación en bocas de mozuelos libres, y de ellas pasase a las de las personas superiores, con quien estaba tan valido y acreditado.

»Estas y otras razones del mismo metal dijo, hasta que estando solos habló conmigo con más llaneza, y después de haberme obligado con poderosos juramentos al secreto, me confesó que estaba tierno y agradecido».

Hasta aquí llegaba el cordobés sutil, cuando haciéndoseles tarde a los dos músicos, por ser gente que servía, obligación a que en primer lugar debían acudir, pidieron licencia para irse, que no se les concedió hasta que cantasen, queriendo que fuese precio de su libertad su voz, y el mayor, por ser hermanos, gozando hasta en esto del mayorazgo de la naturaleza, ya que se le negó la fortuna, primero dijo así:


    -En estos campos hermosos
de Navarra, que ya están
en opinión que son ellos
paraíso terrenal,
donde le alienta al rendido
contra el humano pesar
la elocuencia de las fuentes,
que parla en su soledad,
donde con dichoso imperio
reina segura la paz,
y está la invidia en el ocio
de un silencio celestial,
nació una serrana ilustre,
que iguala, si ya no es más,
a los montes su aspereza,
y a los prados su beldad.
Tan rosado está su rostro,
que en todo tiempo y lugar
resplandece en sus mejillas
la mañana de San Juan.
Harpía de corazones,
porque es su riguridad
contra los pechos más altos
remontado gavilán.
Belisa se llamó un tiempo,
mas creció en belleza ya
tanto, que menos que ángel
no se le puede llamar.
Trasladóse a Manzanares,
que con su retrato va
a llevar admiración
más que no tributo al mar.
Allí la vieron mis ojos,
y en fe de la soledad
el tesoro de su boca
quise atrevido saquear.
Armáronse mis deseos
de tanta temeridad,
que de vellos la razón
turbada no pudo hablar.
Di dos pasos hacia ella,
y ella volviólos atrás,
encendiéndose en sus labios
la cólera del volcán.
Perseveré en la porfía,
cuando miré disparar
su vista más pedreñales
que un salteador catalán.
Cerró la mano de nieve,
y empezóme a amenazar,
que esto fue darme en los ojos
puñaladas de cristal.
Oh cuánto entonces quisiera
tener de juez potestad,
por desarmalla y llevarme
dentro del alma el puñal.
Encendíme en mayor fuego,
vime de nuevo abrasar,
porque es la espuela de Amor
la honesta dificultad.
Moríame por llegarme,
su ropa quise tocar,
jamás con tanta codicia
he visto a mi voluntad.
Mas ella, temiendo el daño,
tan veloz volando va
huyendo de mí, que el viento
tuvo culpa en mi pesar.
Seguilla quise, y turbados,
viendo la dificultad,
los pies a mi pensamiento
este cuidado le dan.
Y él ha jurado y bien puede
(alas tiene en quien fiar),
que aunque se le suba al cielo,
ha de seguilla hasta allá.
Mas la fortuna, que tuvo
la mano en hacerme mal
nunca escasa, con más olas
dio fuerza a la tempestad.
Desterróme de sus ojos,
donde con ansia inmortal
lloro, por volver a vella,
si antes no vengo a cegar.

Pasó la guitarra del mayor al menor hermano, y él con este romance entretuvo a los ingeniosos académicos, que con su atención y silencio le pusieron ánimo, y mucho mayor el ver que la bellísima Inés le rogó que no fuese breve, y él por obedecella dijo así:


   -¿Ya de qué sirve la vida
a quien la Fortuna agravia,
pues que por tantos caminos
se me atreven las desgracias?
Yo gocé en horas dichosas,
dichosas mas ya pasadas,
de los más divinos ojos
que dieron invidia al alba.
En su alegre compañía
la tempestad de mis ansias
mostraba sereno el cielo,
y hallaba puerto mi barca,
que un amor correspondido
es retórico que engaña
a las mayores desdichas
con dulzura de palabras.
No hay instrumento tan noble
que iguale sus consonancias,
que es música, que se forma
para el deleite del alma.
Fugitiva Amarilis
espera, aguarda,
que son penas presentes
glorias pasadas.
Llevóte de mi el ausencia,
que es enemiga cosaria
del amante, cuyos bienes,
o los anega o abrasa.
Guárdate de sus engaños,
que las más veces derrama
borrones en la memoria
sobre lo que Amor señala.
¡Triste de mí!, que te sigo
con solas mis esperanzas,
porque los pies están presos
de obligaciones honradas.
Aquí el Amor me detiene
en cuidados que me arrastran,
donde reina la mentira
con la lisonja villana.
Cuánto mejor me estuviera
(mi desdicha lo dilata)
ver amanecer al día
en los soles de tu cara.
Fugitiva, etc.
Corrí la posta veloz,
por saber que decretabas
esconder entre unos hierros
el oro de tantas gracias.
Cuando llegué, ya había un hora
que sus paredes guardaban
lo imposible de tu cielo,
que aun el discurso no alcanza.
Con ser de noche y en tiempo,
que la triforme Diana
con la pasión de un eclipse
sangrienta y escura estaba,
me volví desesperado
de saber que te eclipsabas
cuando en el cielo la Luna
siendo el Sol que la aventajas.
Arrojé secos suspiros,
que cuando el alma se abrasa,
despiden los ojos fuego
en vez de llorar el agua.
Fugitiva, etc.
Después que estoy en tu ausencia,
ningún día se me pasa
sin que vierta por los ojos
la sangre de las entrañas.
Mis ruegos doy a la muerte,
que será justo que vaya
a ver la cosa más fea,
pues la más bella me falta.
Estos años que me quedan
yo los perdono a la Parca,
discurra, aunque no sea tiempo,
su acero por mi garganta.
Quien vee la cara al disgusto,
y al gusto por las espaldas,
duerma en el eterno olvido
menor pena aunque más larga.
Faltádome ha el sufrimiento,
y es cosa muy necesaria
quien tiene corta fortuna
que tenga paciencia larga.
Fugitiva, etc.
¿Qué día en su juventud,
al tiempo que la mañana
saca colores al cielo,
a tu belleza se iguala?
La nieve te reconoce
sobre las sierras más altas,
concediendo que su cumbre
es más debida a tus plantas.
Las flores que abril produce
olorosas y gallardas,
en estando en tu presencia
la razón las pone faltas.
Cuando tu risa enriquece
tus ojos, pues los regala
con las perlas de tus dientes,
desprecio pone del alba.
Tanto bien gozar podía
si la Fortuna tirana
no torciera a mis estrellas
para que triste llorara.
Fugitiva, etc.

Con esto, se les dio permisión a los cantores, para que acudiesen al servicio de su dueño, y hablándoles Pedro al oído, les rogó encarecidamente, que en cumpliendo con su obligación volviesen luego y caminando con su narración dijo así:

-Alegréme, y no poco, de ver tan dulce a mi don Lucas, y prometíme prosperidad en aquella navegación. Visité a doña Bárbara, a quien di parte del estado en que estaban las cosas, y ella tan gallarda como entendida (para lograr con más brevedad el despojalle), quiso aventurar algunos regalos que consultó conmigo, y yo aprobé, siendo igual asiento entre los dos capitulado, que fuese de por mitad la pérdida o la ganancia. Concluido nuestro tratado en la forma dicha, yo me fui a comer con él, que por hablarme en plática que ya era de su gusto, me tenía convidado. Pasamos en la conversación chistes bien graciosos, que yo no los refiero por no dilatarme en lo que para la inteligencia de lo principal de este cuento no es conveniente, cuando a lo último de la comida oímos llamar a la puerta al mozuelo paje de doña Bárbara, y diciendo que tenía dos palabras con el señor don Lucas, se retiró con él a otra pieza más adentro, y en ella le dio un azafate grande en que venía muy curiosa ropa blanca, con media docena de guantes de ámbar, y sobre todo un papel de mi señora doña Bárbara, por cuya respuesta, dentro de dos horas, se ofreció a volver, y con esto se despidió.

»Mi don Lucas abrió el papel tan fogoso, que fue mucho no rompelle, y comunicándole conmigo dice así: "El atrevimiento de haber puesto los ojos en v. m. se disculpa en el gusto de la buena elección que en ello he tenido. Luego que le vi, me entregué toda, sin resistirme, por no resbalar en esta común culpa en que caen al principio todos los amantes. Quisiera ser tan poderosa en hacienda como en voluntad, pero la que poseo se ofrece toda a los pies de v. m., sirviendo de muestra esa pequeña dádiva, que si contentare, proseguiré, desvanecida de haber acertado. Guarde Nuestro Señor a v. m. muchos años, como a vida de la mía, deseo de que no se me deben gracias por estar en él fundados mis mayores intereses".

»Estaba echado sobre la cama para reposar la siesta, y con él mucho gozo, cumpliéndose en su persona los efetos del otro caballero antiguo de quien dice un célebre romance:


    Salto diera de la cama
que parece un gavilán.



»Daba tantos brincos, que llegaba con la cabeza a las nubes, y volviéndose a sosegar decía: "Esta es mujer de veras, ¡qué bien pena; pero qué bien lo emplea!' Y abrazándome, proseguía:'Carísimo amigo, no lo perderá, porque yo soy muy agradecido'".

»Así estuvo sin poder reposar, y después desenvolviendo el presente, partió conmigo con mucha igualdad, así de la ropa blanca como de los guantes, con que yo ya no podía perder nada en el asiento que con doña Bárbara tenía hecho. Después, viendo que se llegaba la hora en que habían de venir por la respuesta del papel, se retiró a escribille, y antes de cerralle me le leyó. Era en esta forma: "No estoy poco agradecido de la buena voluntad que v. m. muestra tenerme, y debe estimarlo en mucho. El recato encargo ante todas cosas, y principalmente con los criados, que son personas en cuyas bocas no querría verme; por amor de Dios, señora, que se mire mucho en esto, y téngase por avisada de que este es mi gusto. El regalo es bien bonito, y yo le he recebido con buena voluntad. Guarde Dios a v. m. y prosiga".

»Era tan gentil majadero mi huésped, que me parecieron pequeños disparates los del papel, y que doña Bárbara se había de hallar en menos admiración que aquella en que yo la había puesto. Al fin volvió el criado y llevóle a su señora, que en respuesta y mensajes se entretuvo hasta el domingo siguiente, que viéndonos en la iglesia y sabiendo que a la tarde iba don Lucas a correr al Prado a la carrera pública, fue en un coche siguiéndole los pasos. Sucedió, pues, que mudando tres caballos, el último era tan mal acondicionado, que poniéndose sobre los pies tan derecho como si fuera persona racional, estuvo cerca de tender sobre la verde yerba a mi andaluz Narciso. La prudente Bárbara aprovechó la ocasión y remedó un desmayo tan a tiempo, que pareció haberse quedado difunta. Acudieron muchos al socorro, y entre ellos mi don Lucas, que tomando un vidro de agua de un aguador que andaba por el Prado, la bañó el rostro, y recobrándose ella algo, volvió a su posada, yendo nosotros en su seguimiento. Pasó don Lucas aquella noche con grandísima inquietud, y asegurándome con muchos juramentos no haber conocido mujer tan fina. Lo confirmó más la mañana, que yendo a visitalla los dos, hallamos en la primer pieza unas escudillas de sangre, que nos dieron a entender que había salido de los brazos de la bellísima Bárbara, porque con la alteración precedida se encendió en una calentura muy ardiente, y que entonces reposaba. La verdad es que a puerta cerrada estaba almorzando con unas amigas, y que lo contenido en las escudillas se trajo del matadero, porque como nada se hacía sin mi consejo y parecer, tuve yo antes que se ejecutase aviso de esta determinación.

»Acabó de cerrar con esto los ojos mi afectado y afeitado caballero, y caminando desde allí a la Platería, la envió de sangría muy buenas joyas, y lo mismo hizo el día siguiente, porque se fingió haberse sangrado otra vez. Contaba él las singulares finezas de esta dama a sus más parciales, que inducidos por mí, le decían todos que no cumplía con sus obligaciones, si no procedía con ella muy liberal. Empezóla a visitar, y gozar de ella la fruta que dan las doncellas a sus amantes; mas por haber nacido él con falta natural para poder apurar los deleites del amor, que por las dificultades que ella le ponía. Pero yo, como buen amigo, suplía este defecto, y cumplía en su nombre, si no todos los deseos, los que podía de la señora, hasta donde mis fuerzas alcanzaban buenamente. Como ella era tan mañosa y astuta, le fue embarcando tanto en la voluntad, que picado della, gastó pródigo en menos de un año mucha cantidad en joyas, vestidos y dineros; pero como al fin de este tiempo se sintiese preñada, causándonos a entrambos el suceso no pequeña congoja, porque mi don Lucas turbado de ver obra que no había sido autor, se retiraría con grandes quejas y sembrando de ella muchas infamias, dando por color que unos tíos honrados que tenía en una aldea que estaba junto a Madrid trataban de casarla, se la ausentamos. Hizo él sus ciertos estremos y corrió algunas veces la posta por ir a vella, pero como yo le disuadía aquel intento, afirmándole que era quitalle a doña Bárbara su remedio, y sucediese al tiempo que se hallaba en Madrid con pocos dineros, y que de Sevilla le llamaban con muchos, alquilando una litera para su persona y mulas para los criados, se restituyó a su patria.

»Yo no quise que doña Bárbara compliese conmigo lo capitulado en la partición de todo lo procedido de tan ingeniosa estafa, pareciéndome que bien merecía esta liberalidad el haber gozado de ella sin ningún interés tan largos días, ni tampoco seguí esta demanda, por no obligarme a la cría de lo que naciese, que pienso que no fui tan solo que en conciencia me tocase a mí esta obligación en particular, y temía encontrarme con personas poderosas que la manejaban, obligándome este prudente discurso a volver a Córdoba satisfecho de lo pasado, y prevenido contra lo futuro».

Concluyó Pedro, y entrando al mismo tiempo los músicos, cumpliendo con puntualidad lo que les había pedido, estando allí juntos los demás actores de la comedia, y con ellos solas aquellas personas que eran amigos familiares de casa, y que ellos tenían elegidos para que gozasen de la fiesta, se cerraron las puertas de la calle, y entregándose en las llaves el señor de la casa, cuando los curiosos del lugar estaban más descuidados de que aquello pudiese suceder, con mucho silencio y no pequeño aplauso se recitó la comedia, con tanta gala en los trajes y propiedad en la representación, que no se debió nada a los de los teatros públicos. Siguióse luego una cena estraordinaria, curiosa y abundante, que la hizo más admirable cuanto era menos esperada.

Cobró por esto Pedro en la ciudad infinitos enemigos poderosos, y como allí son tan libres, temió alguna violencia, y así se retiró cinco leguas al lugar de un caballero amigo suyo, donde estuvo muchos días con tanto silencio, que a mí me obligaba a ponerle a esta primera parte, previniendo para la segunda todos los papeles originales que tengo de su vida, para sacar dellos lo más útil y entretenido. Por cumplir con algunos deseos, he querido imprimir juntamente la comedia, para que se consuelen los que no pudieron vella, remitiendo a su consideración las ingeniosas acciones de Inés y Pedro, que son inimitables a la pluma y lengua.




 
 
FIN
 
 


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