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ArribaAbajo 5. Tópicos mitológicos


a) La «trivia diosa»

Al comienzo de la lectura del Sueño nos encontramos con estos versos (vv. 13-15):


[...] de la Diosa
que tres veces hermosa
con tres hermosos rostros ser ostenta.



Es, según anotó Méndez Plancarte (p. 582), «Diana, o la Luna, de tres rostros (sus fases)».

En Flores de poetas ilustres, hay un soneto de Francisco Pacheco que se ocupa de este tópico (p. 227):


    En medio del silencio y sombra oscura,
manto de horribles formas espantosas,
veo la bella imagen de tres diosas,
compuesta de oro, grana y nieve pura.



En Trillo y Figueroa este tópico de la mitología aparece muy a menudo; le aplica el calificativo de «triple» a cualquiera de las diosas (p. 292):


Y tu triforme Cintia,



como aparece en el «Epitalamio en las bodas de don Francisco Ruiz de Vergara y doña Guiomar Venegas de Córdova»; y aun lo complica con el nombre de la madre de Diana en otro «Epitalamio a Don Juan Ruiz de Vergara y Dávila» (p. 317):


Ven, triforme Lucina,



Aparece en la Neapolisea el mismo uso (p. 537):


Y viendo ya que fugitivo el dia
cede el Olimpo a la triforme Luna



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En este último ejemplo de Trillo se le aplica el calificativo de triple a la luna, lo mismo que en los versos de Pacheco, que es el uso que hace Sor Juana.




b) Atlante y Alcides

Las citas de Atlante y Alcides, símbolos de fortaleza superior, lugar común del período que estudiamos, sirven a la poetisa para encarecer lo que de pesado y grave tiene el tratar de investigar la naturaleza (Sueño, vv. 770-780).

Hay en Trillo una cita de Atlante (p. 515):


   De mi patria el rezelo bien pudiera
descansar en los ombros de otro Atlante,
bien que no al peso de tan grande esfera
menos héroe presume ser bastante:



Sor Juana exagera la imagen que Trillo nos ofrece, considerando el afán de investigar la Naturaleza como superiores a las fuerzas de esos personajes. La misma Sor Juana tiene la cita de Atlante en un romance (O. C., t. I, página 16):


que a fuerzas solo de Atlante
fía la Esfera su peso.



Y también de Alcides, recalcando su extraordinario vigor varonil; así en un romance que celebra el primer año del hijo de los marqueses y que empieza «Gran Marqués de la Laguna» (p. 76):


    Ya habéis visto doce Signos,
y en todos, Alcides nuevo,
venciendo doce trabajos
de tantos temperamentos.



Repite el tópico en un romance decasílabo (p. 174), en otra composición llamada «Españoleta» (p. 183), y todavía se ocupa del mismo personaje en otros romances (pp. 185 y 209).

Las citas mitológicas de estos dos personajes son utilizadas por Sor Juana en el Sueño en una comparación desanimadora, desengaño que lo expresa, una vez más, con más fuerza que las otras imágenes decepcionadoras que hasta aquí había utilizado. Sor Juana parece llegar al convencimiento de la imposibilidad humana de «comprehender» el universo. Ha ido, alternativamente, de la esperanza de éxito a la conciencia de fracaso. Es el posible escepticismo de que se ha hablado67.

Representando el tema de la altura, aparecen en los versos del Sueño los montes de Olimpo y Atlante (vv. 309-326).

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Trillo y Figueroa tiene una octava en la Neapolisea donde, en forma más resumida, se ocupa de estos dos tópicos (p. 517):


       Monte Santangel
aquel no menos que de nieues cano,
de blancas rocas, de rizados riscos,
a quien pluma veloz peynara en vano
los de su frente pálidos lentiscos:
monte, que hasta el Olimpo soberano
se leuanta en sagrados obeliscos
que descriuen su nombre, afecto sea,
o voto, ò culto, con el Sol rodea.



Después de esos versos del Sueño que hemos señalado, empieza un larguísimo período que constituye el «Intermezzo de las Pirámides», como lo llama Méndez Plancarte, e incluye el tópico de Homero y el de la Torre de Babel, tópicos, el de las Pirámides y este último, que representan también la altura. Estos versos de Sor Juana, donde trata el tema de la altura con los montes de Olimpo y Atlante, se reanudan mucho después con otro aspecto del mismo tópico, al comparar las pirámides y la torre citada con la inmensa elevación del monte donde se halla el Alma (vv. 423-453, passim).

Recordemos la visión desde lo alto que aparece en el Somnium Scipionis y en otras obras medievales según vimos en la revisión del libro de Patch-Lida y que Sor Juana repite en estos versos. Notemos también la bella forma en que Sor Juana ha utilizado el antiquísimo tópico de la montaña como barrera, incluyéndolo en su aventura intelectual. La montaña altísima era entonces el punto máximo que el hombre podía alcanzar, lo más lejos que podía llegar en su viaje de trasmundo; para nuestra poetisa, este monte más alto que el Olimpo y el Atlante, donde su Alma, que es al mismo tiempo su intelecto, pudo llegar, es el final de su ascenso, y barrera que le impide la comprensión del universo a la que su mente aspiraba.




c) Ícaro y Faetón

En los versos 454-469 del Sueño hace una rápida aparición el personaje de Ícaro como prototipo del desengaño. Sor Juana identifica el vuelo hacia lo alto de su entendimiento, su mirar al sol, con el de Ícaro, y como en el caso del personaje mitológico, lo considera «necia experiencia» vencida por el sol. Este tema, muy común durante la época que estudiamos, ha sido interpretado variamente: debemos escarmentar con el fin de Ícaro, pues fue error necio, locura; es ejemplo de soberbia y ambición: el hombre no debe intentar comprender materias altas que le son imposibles, le está vedado igualarse a Dios; y por fin como ejemplo a seguir, pues fuera error o locura, su nombre ha quedado eternizado por la fama68. Estos tres   —87→   aspectos, que se hallan a veces mezclados, se aplican por igual a Faetón, como veremos después, y son utilizados lo mismo con referencia al amor que con referencia a deseos humanos elevados. De Ícaro puede decirse lo mismo que dice Antonio Gallego Morell, de Faetón, en su trabajo El mito de Faetón en la literatura española (p. 32): «Faetón será para el poeta el símbolo de toda audacia, y siempre que se enamore juzgará peligrosa y audaz la empresa; de aquí que Faetón asome en verso comparativo a toda la lírica amorosa».

Sor Juana trata este mismo tópico en otras de sus composiciones; era verdaderamente obsesionante para ella. Lo utiliza representado por Ícaro, por Faetón, o por los dos, pues en forma clara o vaga lo hemos encontrado, sin contar el Sueño, en trece de sus poesías. En cuanto al tratamiento que Sor Juana le da al personaje de Ícaro, que aparece junto al de Faetón en muchos de los poemas en que lo trata, hay alguna referencia al escarmiento que su figura debe ser para todos, aunque este rasgo no está muy claro. Frecuentemente es para Sor Juana símbolo de audacia; deja pensar o expresa claramente que debe ser imitado. Veamos algunos ejemplos de este último tratamiento que la poetisa ampliará en la figura de Faetón, no de Ícaro, en el Sueño. Del romance que comienza: «Si es causa amor productiva» (p. 16):


    Rumbo que estrenan las alas
de tu remontado vuelo,
aun determinado el daño,
no lo intentara un despecho.



En otro romance aparecen cualquiera de las dos figuras (Ícaro y Faetón). Notemos que Sor Juana adelanta aquí lo que repetirá mejor en el Sueño; la osadía enardece en vez de hacer escarmentar (pp. 54-55):



    Lo atrevido de un pincel,
Filis, dio a mi pluma alientos:
que tan gloriosa desgracia,
más causa ánimo que miedo.
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[...]

    ¿De qué le sirve al Sol mismo
tanta prevención de fuego,
si a refrenar osadías
aún no bastan sus consejos?69



En un soneto de homenaje donde «aplaude la ciencia astronómica del padre Eusebio Francisco Kino, de la Compañía de Jesús, que escribió del Cometa que el año de ochenta apareció, absolviéndole de ominoso», aparece el personaje de Ícaro unido a la ciencia, como en un soneto atribuido a Giordano Bruno; citado por Méndez Plancarte y que veremos más adelante (p. 309):



    todo el conocimiento torpe humano
se estuvo oscuro sin que las mortales
plumas pudiesen ser, con vuelo ufano,

   Ícaros de discursos racionales,
hasta que el tuyo, Eusebio soberano,
les dio luz a las Luces celestiales.



Como hemos visto, todos estos versos se refieren a obras magnas, amorosas o de homenaje, que por ser tan altas, merecen ser comparadas con los vuelos de Ícaro y de Faetón, de los cuales se destaca no tanto lo peligroso sino lo que de admirable tienen en sí. En otras ocasiones Sor Juana parece más bien apuntar al peligro y al escarmiento que el personaje de Ícaro debe levantar en nuestro espíritu, aunque, como dijimos antes, este rasgo no está bien definido. Veamos, referente a este aspecto, una estrofa del romance que comienza: «Señor: para responderos» (p. 137):


¿de qué me sirve emprenderlo,
de qué intentarlo me sirve,
habiendo plumas que en agua
sus escarmientos escriben?



En un «Turdión», marcado por Méndez Plancarte con el número 65 (página 181):


    Y más, siendo el ejemplo tan sabido,
que en el mundo no hay alguien que no sepa
que se paga en castigos de agua y fuego
el que delito fue de pluma y cera.



En unas «endechas de siete y diez» que comienzan: «Divino dueño mío» (página 209):


   Apenas de tus ojos
quise al Sol elevarme,
cuando mi precipicio
da, en sentidas señales,
venganza al fuego, nombre a los mares.



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Es significativo el hecho de que en estos últimos ejemplos que hemos dado, donde hace notar Sor Juana el peligro y escarmiento que el vuelo de Ícaro implica, no utilice nunca a Faetón sino a aquél solamente, pues para Sor Juana, como para los otros poetas de la época, estas dos figuras estaban muy relacionadas. El pasaje de Ícaro en el Sueño nos habla del castigo de los rayos del sol sobre los ojos (vv. 456-461); nos recuerda el pasaje de Ovidio de las Metamorfosis (II, vv. 180-1), cuando éste se refiere a Faetón:


[...] et subito genua intremuere timore
suntque oculis tenebrae per tantum lumen orbortae



Siendo básicamente parecidos estos dos personajes por intentar ambos ejercer empresas prohibidas a los humanos y por haber sido los dos destruidos por el sol, no es extraño que se aplicaran características y recuerdos literarios de uno al otro. No es, sin embargo, Ícaro el que Sor Juana vestirá de nuevos ropajes, mas esto lo veremos al tratar la figura de Faetón por separado.

José María de Cossío, en Fábulas mitológicas en España (pp. 627-629), consigna una sola «Fábula de Ícaro» de Jerónimo Barrionuevo y Peralta comparada con las muchas que se han escrito de Faetón. Se halla en un códice de la Biblioteca Nacional de Madrid y es del año 1700, «muy breve, catorce octavas reales, y se ajusta al texto de Ovidio en el Libro VIII de las Metamorfosis. Sobria y ceñidamente relata el caso». No habiendo leído esta fábula, no podemos saber desde qué punto de vista se relata el caso de Ícaro. El autor citado copia solamente dos octavas, y es difícil por ellas saberlo, mas nos inclinamos a pensar que el caso de Ícaro se presenta como escarmiento, como error cometido por el personaje mitológico. Copiemos la estrofa que cuenta la caída de Ícaro:


    Hacia abajo llevaba la cabeza
manos y pies abiertos y estirados,
perdida ya del todo la belleza,
descompuestos los miembros delicados;
mostrando en el bajar tanta presteza
que al pasar esos aires dilatados,
cometa pareció precipitada
que se acaba muriendo de abrasada.



Teniendo en cuenta los tres aspectos en que se presenta a Ícaro y Faetón, según dijimos antes, daremos ahora algunas citas de otros poetas en las que se presenta a Ícaro como ejemplo de necedad, locura y escarmiento; nos parece ser así como Sor Juana lo interpreta en el pasaje del Sueño al tratar este personaje. Encontramos el Soneto XII de Garcilaso, donde habla de las experiencias de Ícaro y Faetón (señalado por Gallego Morell en la página 14 de la obra citada) presentadas como desengaño, audaz error:



    Si para refrenar este desseo
loco, impossible, vano, temeroso,
y guarecer de un mal tan peligroso
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que es darme a entender yo lo que no creo,

no me aprovecha verme qual me veo,
[...]
¿qué me à de aprovechar ver la pintura
d'aquel que con las alas derretidas,
cayendo, fama y nombre al mar á dado,

y la del que con su fuego y su locura
llora entre aquellas plantas conocidas,
apenas en el agua resfriado?



Fray Luis de León tiene el Soneto I, amoroso, donde parece hacer mención al caso malhadado de Ícaro (p. 567):


que lo que breve sube en alto asiento,
suele desfallecer apresurado.



De entre los ejemplos que nos ofrece Góngora, de Ícaro como error y locura (identificado con el Pensamiento, p. 424):



    Pensamieno, no presumas
tanto de tu humilde vuelo,
que el sujeto pisa el cielo
y al suelo bajan las plumas;

otro bañó las espumas
del Mediterráneo mar
pudiendo más bien volar,
que tú ahora volar puedes.



y del mismo Góngora, en un romance (p. 231):


Profanolo alguna vez
pensamiento que, amoroso,
volando en cera atrevido
nadó, en desengaños loco.



De Bocángel, en un soneto donde alterna versos en italiano (I, p. 48):


   Préstame amor sus alas y tan alto
mi leua lo amoroso mio pensiero,
que qual Ícaro nueuo al Sol espero
di Clori bela, far nouelo assalto.
[...]
Y en mar de llanto fuminado muero.



Y en un romance (I, p. 325):


    Libreme el cielo del mar,
que menos osadas plumas,
su vengança fueron ya.



De Trillo en una letrilla (p. 268):

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    La más leuantada pluma
buela ya riesgos de cera.



Digamos, para terminar con este personaje, Ícaro, que aunque algunos poetas lo escogieron para presentárnoslo como símbolo del esfuerzo humano y ejemplo, Sor Juana, cuando nos lo presenta así, lo hace casi siempre aparecer junto a Faetón, pero cuando habla de Ícaro solamente, se inclina a mostrarlo como símbolo del desengaño humano, de lo que no debe hacerse. En el Sueño, Ícaro se nos aparece bajo ese aspecto negativo «atrevido / y ya llorado ensayo / necia experiencia [...]» Es Faetón el que la poetisa nos presentará en una forma nueva, pero el tratamiento de Ícaro no difiere del que la mayoría de poetas anteriores le dieron. Para Sor Juana, Ícaro presenta, como otros personajes, Alcides y Atlante, los Gigantes, un aspecto decepcionador, de desánimo. Así ha utilizado también las Pirámides, la Torre de Babel, la barca.

Cuando aparece el personaje de Faetón en el Sueño, Sor Juana parece haber ensayado sin éxito todos los medios de que disponía y, por tanto, haber agotado todas sus ilusiones. Faetón era el símbolo más utilizado durante la época como representativo del desengaño; sin embargo, el pensamiento de la poetisa, reafirmándose en lo que dentro de sí misma constituye su aliento vital, le dará un nuevo aspecto. «Faetón se convierte en esperanza casi desesperada [...] en vez de fracasar definitivamente, Faetón se convierte en el símbolo del que se atreve, repetidas veces, a intentar lo mismo, a pesar de nuevos fracasos repetidos»70.

Antonio Gallego Morell, en su obra El mito de Faetón en la literatura española, se ocupa también de los poemas importantes del Barroco que tratan ese tema, haciendo un recorrido, principalmente, de las composiciones menores que se le dedicaron antes. Nos dice: «Hasta el Renacimiento no surge lo que pudiéramos llamar la mitología como género literario, sólo la nueva mirada de simpatía a los clásicos que ensayan los humanistas ha podido traer el rejuvenecimiento de temas literarios olvidados a lo largo de la Edad Media; el Renacimiento como resurrección de la mitología, es probablemente la nota más acusada de su perfil literario» (p. 31). La fábula de Faetón se toma (junto a la de Ícaro), como aleccionadora, y la lección depende del fin que se propone el autor y de su sensibilidad y carácter.

En el Sueño, la imagen de Faetón aparece en los versos 781-806. Sor Juana se ocupó de esta figura mitológica en otras de sus poesías. Además de las que hemos visto donde trata a Faetón junto con Ícaro resaltando su carácter ejemplar, tiene otras donde menciona sólo a Faetón sin resaltar apenas este carácter de obra magna a imitar. El tratamiento de Faetón en esas composiciones es de carácter ligero y de homenaje cortesano en la mayoría de los casos. (Véanse los romances en las pp. 76 y 160). Copiemos algunos versos de un romance dedicado a la Condesa de Paredes   —92→   al felicitarla por su cumpleaños y desearle que siga celebrando muchos otros (p. 60):


[...] más que al infeliz Faetón
el fraternal llanto pío
lloró, bálsamo oloroso,
si empezó humor cristalino.



Hay un romancillo heptasilábico en el que se hace alusión a Faetón o a Ícaro, presentándolos como escarmiento (p. 199):


   Díganlo las rüinas
de mi valor deshecho,
que en contritas cenizas
predican escarmientos.



Tiene también un soneto donde pondera la osadía del personaje considerándola, no obstante, por debajo del hecho de tomar estado para toda la vida (p. 279):



    Si los riesgos del mar considerara,
ninguno se embarcara; si antes viera
bien su peligro, nadie se atreviera
ni al bravo toro osado provocara.

   Si del fogoso bruto ponderara
la furia desbocada en la carrera
el jinete prudente, nunca hubiera
quien con discreta mano la enfrenara.

   Pero si hubiera alguno tan osado
que, no obstante el peligro, al mismo Apolo
quisiese gobernar con atrevida

   mano el rápido carro en luz bañado,
todo lo hiciera, y no tomara sólo
estado que ha de ser toda la vida.



Como vemos, Sor Juana, al tratar el personaje de Faetón en estas composiciones, se halla muy lejos de la forma y aspecto nuevo que le dará en el Sueño; no hace más que repetir los tratamientos que hemos encontrado antes en otros. En el poema mayor de la monja, Faetón se nos presenta, antes que nada, como ejemplo a seguir, e ilustra no sólo el primer intento digno de alabanza, aunque fracasado, sino la figura que no es ni debe ser símbolo de escarmiento, mas lo contrario, y se incita a imitar su modelo no sólo esa vez fracasada, sino muchas veces, aunque no pueda esperarse más que ese mismo fracaso. Copiaremos los versos de poetas anteriores a Sor Juana que nos presentan el personaje de Faetón como ejemplo a seguir en forma más o menos clara, y para los que se interesen en los otros dos aspectos de que hemos hablado antes, los consignamos en nota71. Gutierre   —93→   de Cetina tiene una canción donde alude al asunto que tratamos, en forma ponderativa:


Pagaste con la vida
tu sobrada ventura,
y a respecto del bien poco fue el daño,
¡ay qué sabroso engaño!
¡ay qué muerte sabrosa!
[...]
Faetonte no se alabe
más de su atrevimiento,
pues él ni nadie al tuyo igualar puede.



Fernando de Herrera tiene unas redondillas, apuntadas por Cossío y Gallego Morell, en las cuales nos lo presenta así relacionándolo con el amor (BAE, t. 32, pp. 337-338):


    Faetón con ardor ciego
del sol llevó los caballos
con que el mundo abrasó en fuego,
porque no supo guiallos;
[...]


   Yo, que de mi sol hermoso
presumí la pura lumbre,
y trevido y animoso
no desmayo en la alta cumbre.


   Si quiere Amor que del cielo
encendido baje y muerto,
lugar pequeño es el suelo
para tanto desconcierto.



Lope alaba la «noble osadía» de Faetón en unas octavas de «La Mañana de San Juan» (BAE, t. 38, p. 460):


Si al sol subió Faetón, noble osadía,
también ha de tener Faetón la aurora.



Lupercio L. de Argensola se hace eco de los mismos pensamientos al recordar en un soneto el caso de Faetón y ponderarlo como ejemplo magno (BAE, t. 42, p. 263):

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    Las tristes de Faetón bellas hermanas.
sentadas a la orilla del gran río,
lloraban de su hermano el desvarío,
al convertirse en árboles cercanas.

   Decía cada cual con fuerzas vanas: [...]

   Fue digna de tal pena tu osadía;
y porque sea común el escarmiento,
sin culpa te imitamos en la suerte.

   Con este ejemplo en vano pretendía
yo, triste, refrenar mi atrevimiento,
que busca en vida gloria, o fama en muerte.



De su hermano Bartolomé hemos encontrado también un soneto de alabanza al personaje que estamos tratando (BAE, t. 42, p. 298):



    Debajo de una alta haya Melibeo
retrataba a Faetón en el cayado
de aquel rayo de Júpiter pasado,
que dio fin a su altísimo deseo.

[...]

   Y viendo sus pinturas acabadas,
les dice a las pinturas valerosas:
«Tercero me hicieron mis querellas;

   y el mundo os tiene envidia, almas preciadas,
pues ya que no acabamos grandes cosas,
morimos en la fe de acometellas».



En Floresta de varia poesía, hay un soneto a Faetón de Luis Carrillo, donde nos lo presenta como ejemplo aplicado a empresas amorosas (BAE, t. 42, página 529):



    ¿Caíste? Sí, si valeroso osaste;
¿Osaste? y cual osado, en fin, caíste;
si el cuerpo entre las aguas escondiste,
tu fama entre las nubes levantaste.

   Nombre (¡oh terrible error!), mozo, dejaste
de que a estrella cruel obedeciste.
¿Lámpice gime tal? Tal Fema triste;
una y otra tu losa verde engaste.

   Intentaste, oh gran joven, como osado;
seguiste al hado, que te vio vencido;
caíste mozo más que desdichado.

   Y así, en mi mal, gigante, te he excedido,
pues sin haber tus hechos heredado,
cual tú, menos tus llantos, he caído.



Trillo y Figueroa trata el caso de Faetón apuntando en su comparación de éste con Alcides, su doble aspecto de fracaso y victoria. De la Neapolisea, Libro Séptimo (p. 546):



Fulminado en su mismo atreuimiento
Ioben (el claro rio) hizo adulto,
Heridano incapaz de alterno llanto,
bien que vna selva le llorase en tanto.
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   De aquel carro Faeton, del alto Oetra
Alcides fulminado, ó fulminante



Mas veamos el tratamiento que le da el mismo Trillo a esta figura en el manuscrito inédito, ya citado, de la Neapolisea, Libro sexto, estrofa 96:


   Rayos, Júpiter, ya, no ardiente vibre,
bien que haya, quien escale, el firmamento,
que de esta acción, la vencedora llama,
defenderá (sic) los dioses, con su fama.



Es decir, que Trillo y Figueroa se atreve ya, antes que Sor Juana, con ocasión de alabar esta hazaña, a criticar un tanto el furor de Júpiter y a oponerlo al resto de los dioses del Olimpo.

Salazar y Torres tiene un soneto amoroso donde utiliza la figura de Faetón como término de magna comparación (p. 219):


    A Faetón ha imitado mi osadía,
si bien más venturoso fue mi vuelo,
y entre más soberanos arreboles,


   pues si a él, que rigió el carro del día
un sol le derribó de todo el cielo,
a mí fue todo el cielo con dos soles.



No obstante el ejemplo anterior de Trillo, no encontramos en estos poetas el tratamiento nuevo que Sor Juana le ha dado a esta figura mitológica. Por muy abundante que fuera la cita de Ícaro durante esta época, la de Faetón lo fue mucho más; Sor Juana ha utilizado las dos que, como hemos visto, tenían las mismas significaciones. Sin embargo, a la que la poetisa le dio nuevo sentido fue a la última; recordaría sin duda el epitafio que cuenta Ovidio pusieron las náyades sobre la piedra al enterrarlo (Metamorfosis, lib. II, vv. 180-181):


Hic situs est Phaeton, currus auriga paterni
quem si non tenuit, magnis tamen excidit ausis.



Faetón se nos aparece en una forma que se aparta de su tiempo; ya no es, como nos dice Gallego Morell (p. 25), «símbolo de la fugacidad de todo intento [...] encarnación de lo fugaz y transitorio», sino que adquiere resonancias prometeicas, fáusticas y sisíficas, según se ha observado72, que le dan al Sueño ese aire contemporáneo, al cifrar en el acto, el mero esfuerzo, el valor de la vida humana. Y no es esto raro, puesto que es Faetón y no   —96→   Ícaro, el hijo del Sol, y no es al salir de un laberinto e impulsado por su padre, como en el caso de Ícaro, que Faetón cae, después, precipitado al mar; es por probarse, a él mismo y a todos, que es hijo de un gran dios, al intentar ejercitar, precisamente, el oficio magno del dios de los dioses, es decir, al igualarse a Dios. Para Sor Juana, puede afirmarse que Faetón pierde ese sentido arqueológico ponderado a menudo por Gallego Morell en su obra, y pasa a representar en forma viva ese deseo de éxito que se sabe fracaso, de todo ser humano. Es según afirmación de Gilbert Highet, que apunta Gallego Morell, «encarnación de los múltiples deseos de la humanidad [...] los griegos sabían que la realización de los más extremos deseos del hombre da origen a la tragedia» (p. 25). En el Sueño el entendimiento de Sor Juana, representado por las figuras de Ícaro y Faetón, fracasa con el primero, luego se rehace e inventa una nueva fórmula con el segundo. Así es como Sor Juana compendia, muy personalmente, en esta figura, el optimismo renacentista, el desengaño barroco y la perspectiva del hombre posterior.

Para terminar con el tema de Faetón, notemos la forma utilizada por Trillo en el tratamiento del mismo y de la que son posible eco los versos de Sor Juana. En una octava del Libro Séptimo de la Neapolisea (p. 535):


   Atrevimiento de Faeton segundo
no tanto las campañas encendiera,
aun cuando el mismo Sol, con errabundo
precipitado paso, alli cayera.



Y estos son los versos de Sor Juana que podemos comparar (vv. 792-795):


abiertas sendas al atrevimiento,
que una vez ya trilladas, no hay castigo
que intento baste a remover segundo
(segunda ambición, digo).






d) Aretusa

Al tratar el tópico de Aretusa está Sor Juana dividida entre la esperanza de alcanzar la meta que se había propuesto y el creciente convencimiento de esta imposibilidad. Resuelve que lo cierto es lo último ya que el hombre es incapaz de comprender las cosas más sencillas de la creación, como son el curso de una fuente y el colorido y perfume de una flor (vv. 704-725). Notemos que aquí Sor Juana utiliza la cita mitológica de Aretusa en la misma forma que usó antes la de Acteón: Aretusa sirve para ejemplificar a todas las fuentes en tanto que conserva sus características como personaje de la mitología.

La poetisa se ocupa de este mismo tópico en otras dos de sus composiciones; en una de ellas, la marcada por Méndez Plancarte con el número 43 (p. 123) y que comienza «Sobre si es atrevimiento», solamente la cita como «gentil Aretusa» en el recuento que hace de todas las bellezas que pudo encontrar en los libros como términos imposibles de comparación   —97→   con la hermosura de la Condesa de Galve. En otro romance cuyo primer verso es: «Allá va, julio de Enero», tiene una estrofa como sigue (p. 29):


   Que antes que Amor en mi pecho
el cetro empuñe tirano,
fuente me verá su fuego,
laurel me hallarán sus rayos.



Lope de Vega tiene este tópico en varias de sus composiciones. Lo encontramos en una octava de La Circe, canto II, donde sobresalen los dos aspectos: personaje mitológico y fuente (BAE, t. 38, p. 505):


    Por varias sendas, prados y caminos
corre Aretusa hermosa y diligente
al mar con los coturnos cristalinos,
por belleza deidad, por rigor fuente.



Otra cita la hallamos en La Filomena, canto II, donde Lope menciona juntas a Aretusa y Dafne como en el último romance de Sor Juana que acabamos de ver (BAE, t. 38, p. 478):


O pide al cielo, en tanto mal confusa
Laurel de Dafne o fuente de Aretusa.



En unos tercetos de la epístola a Gaspar de Barrionuevo vuelve a aparecer («Clásicos Castellanos», t. 2, p. 45):


    Mirad, Gaspar, si vivirán confusas
enseñadas a néctar en conserva
y agua de fugitivas aretusas.



Bocángel tiene la cita en un romance donde la utiliza en su doble significado de diosa y fuente (I, p. 100):


    Muere en el Ponto Aretusa
cansada de errar los bosques,
que hasta las fuentes perecen
a manos de sus errores.



Y en Salazar y Torres en el poema citado, «Estación Primera, de la Aurora» (p. 222):


Quieres, como Aretusa desdeñosa,
que por huir a Alfeo [...]
verte mudada en fuente presurosa.



En ninguno de los casos encontramos tan claramente la poética utilización que hace Sor Juana de ese doble significado que hemos señalado: diosa convertida en fuente, y de ahí pasar a significar a todas las fuentes del mundo, aplicada, al mismo tiempo, a la preocupación intelectual de la monja. La «Triforme Esposa» (v. 721), con referencia a Proserpina, recuerda las   —98→   citas de Trillo y Figueroa; es decir, Trillo y Sor Juana llaman «triforme» a cualquiera de las diosas componentes: Luna, Diana (Cintia) y Proserpina y aun, como vimos, a la madre de Diana, Lucina.




e) La Aurora

Veamos ahora la última parte del Sueño donde Sor Juana se ocupa de la Aurora y la lucha de ésta con la noche antes de despertar a la luz el nuevo día (Sueño, vv. 887-916). Sor Juana tiene este tópico de la Aurora y la lucha de ésta o del sol con las tinieblas de la noche en otras de sus poesías, así como el de la Aurora llorando perlas73.

Encontramos la imagen del día en lucha con las tinieblas de la noche también en Fray Luis de León, con el doble significado del bien en lucha con el mal. En la oda A don Pedro Portocarrero, («No siempre es poderosa», p. 510):


    Si ya la niebla fría
al rayo que amanece odiosa ofende,
y contra el claro día
las alas escurísimas extiende,
no alcanza lo que emprende,
al fin y desparece,
y el sol puro en el cielo resplandece.



De Trillo y Figueroa recuérdense los versos de sus endechas reales Pintura de la noche desde un crepúsculo a otro, que tratan este tópico y que cotejamos con el Sueño en el análisis que hicimos antes (capítulo 3). Tiene este poeta otro pasaje perteneciente al Libro Cuarto de la Neapolisea, donde hallamos las notas del Sol completando su giro para el nacimiento de un nuevo día y llenándolo todo con su luz, de la aparición del lucero, y de las sombras que desaparecen vencidas por los nuevos rayos solares que quisiéramos que el lector comparara con los de Sor Juana (p. 508):



   Ya el tiempo permanente en su mudança
Boluia al Sol del circulo postrero
al polo austral, vistiendo quanto alcança
su hermosa luz, de aquel candor primero:
de aquel en cuya hermosa confiança
emulo el prado del mayor Luzero,
con tantas flores quanta luz recibe
en el papel del Cielo se descriue.

   Del frigido letargo redimidos
vn signo y otro, por la llama ardiente,
del perezoso lazo desunidos
siguen del Sol el passo refulgente:
al contacto suave, adormecidos
dexan de ser los miembros del valiente
Leon, quando en opuestos paralelos
opuestas sombras, dan al Sol recelos.



  —99→  

En la misma Neapolisea, Libro Quinto, tiene Trillo el tema de la Aurora abandonando el lecho del viejo Titón (p. 501):


    Poco despues que vezes quatro auia
de su antiguo Titon dexado el lecho
la blanca Aurora, y encendido el dia
con los ardores de su blanco pecho:



El último verso de Trillo en la primera octava (p. 508): «En el papel del Cielo se descriue», corresponde en Sor Juana a «pautando al Cielo la cerúlea plana» (v. 949). Hay otras muestras de Trillo y Figueroa, quien utiliza el tema de la aurora con profusión. En el manuscrito inédito de la Neapolisea hay varias descripciones del amanecer (Libros 2.º, 3.º, 4.º, 6.º, 8.º, 10.º) donde los tópicos: el sueño, el alba, Titón, sol, aves, flores, esfera... son utilizados. Copiemos los versos pertenecientes a esa descripción en el Libro Segundo, estrofas 5 y 6:



   Recordó, al fin, la soñolienta Aurora,
celajes arrojando al Oceano,
que ya oscurece, ya confunde, y dora,
del tierno sol, la luminosa mano:
sabio pintor, ya lejos, los colora,
ya cerca los apaga, soberano,
hasta que el mar, cediendo a la porfia,
de entre las ondas, desenvuelve el dia.

   Recordaron los hombres y las fieras,
fue el ganadero, al ejercicio duro,
dio el pescador, su red, a las riberas.



Y del mismo manuscrito estos versos que nos describen el momento antes de la llegada del sol. Del Libro 10, estrofa 69:


    Era la hora, en que el silencio blando,
arroja del oceano, las estrellas
él, sus rayos, lucientes, apagando,
sus frias ondas, encendiendo ellas:
del tiempo, que las playas, rodeando
el nuevo sol, con luminosas huellas,
sacuden, de la noche, el peso frio,
la selva, el prado, el valle, el monte, el rio.



En Jacinto Polo de Medina hemos encontrado los siguientes versos sobre el tema de la Aurora y sol naciente, donde aparece también el tópico del canto matutino de las aves que vemos en el Sueño, y otros aspectos del mismo tema que estamos tratando ahora. Del «Epitalamio a las felices bodas de Anfriso y Filis» (p. 150):


Ya del lecho que ocupa mal vestida
la roja falda embarca, o capotillo,
que al oriente sirvió de colgadura,
y del metal precioso y amarillo,
—100→
y de rayos, labró la flocadura,
de tanta fiesta nueva
las envidias que prueba
o los celos, despiertan a la aurora,
párpados de jazmín desperezando,
risueño fabricando
cordiales epíctimas a Flora
(guardajoyas del prado)
de aljófar liquidado
en cuya risa le bebió la vida.
Despertar quiere el sol, y al madrugarlo
comienza a vocearlo
con tropeles süaves
de la grita sonora de las aves
[...]
Apriesa nace y alargando el paso
huésped no quiere ser de los planetas,
y ya cuando su edad caduca ardores
(antes que Fénix muera
y en la hoguera se queme del ocaso).



Los versos del Sueño que siguen, continúan elaborando tópicos relacionados con la Aurora que aparecen en varios poetas anteriores a Sor Juana; ahora nos traen el del canto desentonado de los pájaros (vv. 917-942, passim).

Salazar y Torres nos ofrece su interpretación de estos tópicos de la aurora en sus silvas tantas veces citadas. Del «Discurso Primero, De la Aurora» (página 221):



    El alba hermosa y fria,
que bien puede ser fria y ser hermosa
[...]
Con la primera luz del claro dia
se levantó aliñando paralelos
barriendo nubes y fregando cielos.
[...]
Dejando el estropajo
que del cielo lavó los azulejos
por dar al orbe luces y reflejos
tomó la regadera
y desaguando una tinaja entera
que estaba serenada de la noche,
[...]
antes que el Sol sus rayos desabroche
(si los rayos del Sol tienen corchetes),
regó las plantas y roció las flores;
y salpicando a algunos ruiseñores,
a entonar empezaron mil motetes
con sonora armonia
mas nada de la letra se entendia.

   Matizó de colores los regazos
de las altas montañas
—101→
y peinando de sombras las marañas
dejó caer los brazos;
[...]
El alba, pues, mirando ya vacio
uno y otro horizonte
[...]
Voló con alas de jazmín y rosa
a dorar otros valles y otras cumbres
siguiendo de la noche tenebrosa
las apagadas lumbres
por aquellos senderos
que le iban enseñando los luceros.

   Iba llorando y sola
a despertar su llanto y su trabajo
a los que, pies con pies y boca abajo,
del mundo habitan la otra media bola,
que antípoda se llama.



Reparemos en que Polo de Medina, Trillo y Figueroa, y Salazar y Torres, han tratado los tres el tema de la aurora y de la noche en composiciones exclusivamente dedicadas a estos tópicos, como en el caso de las endechas reales de Trillo, y las silvas de Salazar y Torres; o les han dedicado gran número de versos al incluirlos en otras composiciones, como en el caso de Polo de Medina, que nos da su versión de la aurora en el «Epitalamio a las felices bodas de Anfriso y Filis». En ellos encontramos una presentación parecida del levantar de la aurora, y más o menos las mismas citas con respecto a los polos opuestos, antípodas, el mundo llenándose de luz, la aparición del sol precedido por el lucero y el canto desentonado de las aves al despertarlas la luz del día ante las sombras que huyen, y la aparición del azul y oro del cielo; temas que se hallan igualmente en Sor Juana. Comparemos sus versos del Sueño con los de esos autores, teniendo en cuenta en los que siguen, especialmente, las partes que hemos subrayado.

Llegamos ahora a las últimas estancias del Sueño, donde Sor Juana continúa con el tema del nuevo día que llega (vv. 943-975, passim):



    Llegó, en efecto, el sol cerrando el giro
que esculpió de oro sobre azul zafiro:
de mil multiplicados
mil veces puntos, flujos mil dorados
-líneas, digo, de luz clara- salían
de su circunferencia luminosa,
pautando al cielo la cerúlea plana;
[...]
Consiguio al fin la vista del ocaso
el fugitivo paso,
y [...]
en la mitad del globo que ha dejado
el sol desamparada,
segunda vez rebelde determina
mirarse coronada,
mientras nuestro hemisferio la dorada
—102→
ilustraba del sol madeja hermosa,
que con luz judiciosa
de orden distributivo repartiendo
a las cosas visibles sus colores
iba, y restituyendo
entera a los sentidos exteriores
su operación, quedando a luz más cierta
el mundo iluminado, y yo despierta.



Volvamos al «Huerto Deshecho» de Lope, y copiemos unos versos que se ocupan del azul dorado del cielo y de la idea de repetir, por segunda vez, las cosas («Clásicos Castellanos», t. 2, p. 157):



    No fuera el gran monarca,
porque viviera yo, menor planeta,
[...]
que iguales mira al águila y al grillo
aquel topacio del celeste anillo

corre sin desclavarse
del folio de zafir, alma del mundo,
múdase sin mudarse,
de la naturaleza autor segundo,
rey de la luz con paz de su armonía,
hacha inmortal donde se encierra el día.



Comparemos los versos de Sor Juana acabados de copiar con los siguientes de la Neapolisea de Trillo (pp. 544-545):



   Y quando el Sol los montes, la campaña
de luzes viste, de terrores baña.

Llegó, y aun mal aquel espacio inmenso
de habitables florestas, vniforme,
era vrna bastante al claro encienso,
[...]

   De astros la tierra, el mar de luz, el Cielo
de ardor, vn nueuo pululando Oriente,
plausible admiracion al comun zelo
en trono motiuaron refulgente:
de mil vezes mil luzes, el desvelo
Coronó la ciudad, y floreciente
pensil cada balcon, murar de flores
la tierra, el mar presume, los ardores.
[...]
Con mudo aliento el resonante Sistro,
Dorado Cisne del azul Caistro.



Nótese la correspondencia de los versos de Sor Juana: «Llegó, en efecto, el sol» con los de Trillo: «Y quando el Sol [...] Llegó»; «de mil multiplica dos / mil veces puntos, flujos mil dorados» con «De mil vezes mil luzes»; de «mientras nuestro hemisferio la dorada / ilustraba del sol madeja hermosa / que con luz judiciosa / de orden distributivo repartiendo / a las cosas visibles sus colores / iba [...]» con los de Trillo: «[...] y aun mal aquel   —103→   topacio inmenso / de habitables florestas, uniforme, / [...] De astros la tierra, el mar de luz, el Cielo / de ardor, un nueuo pululando Oriente, / Plausible admiración al común zelo / En trono motiuaron refulgente»; de «[...] el Sol [...] / que esculpió de oro sobre azul zafiro / [...] líneas, [...] de luz clara salían / de su circunferencia luminosa», versos de Sor Juana, con los de Trillo: «[...] el Sol [...] / De luzes viste [...] / [...] Era urna bastante al claro encienso / [...] / Dorado Cisne del azul Caistro».

Y con referencia a los últimos versos de Sor Juana que copiamos, veamos unos versos más de Trillo de la misma obra de donde tomamos los anteriores (p. 529):



La tiniebla no solo tormentosa
Desvaneció con esplendor radiante,
[...]

   No intempestiua assi la blanca Aurora
del boton redimió purpurea estrella,
luciente flor, que en rosicleres dora,
en luzes vaña, y en ardores sella.



De Salazar y Torres en sus silvas citadas, y con respecto a esos últimos versos de Sor Juana, encontramos en «Discurso Primero, de la Aurora» (página 221):


Como el titiritero
que, después de tener el teatro a escuras,
enseña al auditorio las figuras,
poniendo en el tablero
las escondidas luces;
arremedando al cielo los capuces
la clara luz del dia,
las figuras del mundo descubria.



Como se puede comprobar, Trillo y Figueroa, y Salazar y Torres presentan antes que Sor Juana, las notas de la claridad del día, las flores y las cosas todas recobrando sus colores y su luz, y el azul dorado que presenta el cielo ante la eclosión del Sol.





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