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El tambor del Bruch

Celestino Pujol y Camps





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«Lo timbal del Bruch» se intitula el folleto, escrito en catalán de 48 páginas en 8.º, impreso en la ciudad de Vich en el pasado año de 1890 y del cual su autor, el presbítero D. Antonio Vila, ha dedicado un ejemplar á la Academia.

El título del folleto, revela claramente el mismo asunto que desarrolló nuestro distinguidísimo compañero el Sr. Gómez de Arteche en su conocido y hermoso artículo El tamborcillo de San Pedor; y solo por indicación suya, acogida por el ilustre señor director de la Academia, he podido aceptar la honra que este me confirió de dar cuenta á la docta Corporación, acerca de las nuevas noticias que pudieran hallarse en la obra del Sr. Vila.

La he estudiado ya y debo declarar, que en ella alcanzan positiva valía las comprobaciones históricas á que se entrega el autor, confirmando las apreciabilísimas investigaciones llevadas á cabo por el Sr. Miró, y disipando por completo, en mi concepto, el singular misterio, ahora tan explicable, que por tanto tiempo ha cubierto con sus nieblas la memorable personalidad de aquel famoso tambor, que en el señalado combate del Bruch, tan poderosamente contribuyó á una victoria de tan transcendentales consecuencias.

Veinte y nueve días después del sangriento 2 de Mayo de 1808; dos meses y medio antes que se recogieran los laureles de Bailén, habían brotado con gran pujanza en Cataluña, en una de las estribaciones del Monserrat. El combate que el día 6 de Junio se libró en las abruptas gargantas del Bruch, fué la primera y señalada victoria que el ardimiento español obtuvo sobre las armas de Napoleón que gozaban de no desmentida fama de invencibles: victoria singular que no fué debida á la sabia combinación de movimientos militares, ni tan siquiera al empuje de fuerzas medianamente disciplinadas dirigido oportunamente por un general sobre un punto débil del enemigo, rompiéndole y desbandándole   —218→   después. Nada de esto ocurrió. Los vencedores del Bruch fueron los paisanos de la comarca, sin otra pericia que lo indómito de su valor y lo certero de su puntería, ni otra táctica que el instinto guerrillero de los montañeses españoles, siempre poderoso para saber defender con temible valentía los riscos escalonados de sus ásperas cumbres. A ningún mandato obedecieron al marchar á la pelea: el toque de somatén que señalaba el avance del enemigo, fué quien les convocó para salir á su encuentro. No hubo jefe alguno que mandara el conjunto de las fuerzas que iban acudiendo de los pueblos comarcanos; cada somatén tenía el suyo, labriego, cura, propietario ó estudiante, y se batía su falange matando ó muriendo por su cuenta y riesgo, con la noble emulación (ingénita en los paisanos de Cataluña) de probar de pueblo á pueblo, quién mejor cumplía su obligación en el empeño. Quizás á esa misma falta de unidad en el mando, débese en gran parte la derrota tan extremada de la columna francesa, derrota que fué iniciada por el somatén del pueblo de Sampedor, ayudado impensadamente por el tamborcillo que con él iba.

Antes de estampar el nombre y patria del muchacho, y no atribuirle inverosímiles talentos militares, que hoy que le conocemos puede asegurarse que no pudo poseer, he de bosquejar, aunque rápidamente, lo que sucedió en aquel combate de memoria imperecedera.

El Sr. Gómez de Arteche nos refiere en la citada obra el plan trazado por Napoleón para ocupar las ciudades de Zaragoza y Valencia. Al disponer la marcha de las fuerzas y los puntos estratégicos en que debían juntarse, se formó al mando de Schwartz una brigada de 3.800 hombres de todas armas, con dos piezas de campaña, destinada á caer sobre Manresa, castigarla por haber entregado á las llamas el papel sellado que se le había remitido, y de paso volar los molinos de pólvora que existían en las afueras de la población. Pasando después por Lérida debía marchar á reunirse con Lefebre, formando juntos el núcleo de combatientes destinado á operar en Aragón.

Si los generales franceses que se hallaban en Cataluña hubiesen conocido el temple de los hijos del país, por el cual había cundido la ira que produjeron los fusilamientos en Madrid y la   —219→   ocupacion de las fortalezas de Monjuich y Ciudadela de Barcelona; si hubieren comprendido la facilidad con que se arman y se mueven los paisanos al toque de somatén, que corre velozmente de pueblo en pueblo levantando en armas en pocas horas á toda una comarca, sin duda desistieran de la marcha del general francés por las montañas, ya que 3.800 hombres extranjeros, odiados hasta de la tierra que pisaban, eran muy pocos hombres para poder llegar á Lérida, atravesando aquel fragoso territorio, el más apropiado para las emboscadas. Si Schwartz tiene la suerte de forzar el paso del Bruch, y aun después ganar á Manresa, tengo por seguro, que el enjambre de los somatenes le hubieran bloqueado en la ciudad, siéndole imposible salir de ella por sus propias fuerzas. Descabellado fué el plan, y bien pronto y á su costa lo entendieron los invasores.

La brigada de Schwartz cumplió las órdenes y se puso en marcha, viéndose obligada á detenerse un día en Martorell á consecuencia de la porfiada lluvia que cayó el 5 de Junio de 1808. Esta detención perdió á las tropas, pues llegando á Esparraguera la noticia de que se dirigían á Manresa los franceses, el alcalde la circuló por los pueblos vecinos, invitándoles á que estuvieran prontos para levantar el somatén. Y sonaron las campanas, y se armaron los paisanos, preparándose á salirle al paso á la tropa. El 6 continuó esta su marcha: atravesó confiada por Esparraguera y Collbató, donde otra tempestad la detuvo pocas horas, llegando antes de medio día al Bruch de abajo. Inesperadamente, la fuerza de caballería que formaba en la vanguardia, al bordear una mancha de pequeños y espesos pinos que cubría una ladera, recibió una nutrida descarga, á la que siguió á quema ropa tan certero fuego graneado, que hizo retroceder á los jinetes, después de sufrir numerosas bajas.

Aún pleitean los de Manresa é Igualada la gloria de haber sido los primeros en romper el fuego, porque se alega que también salieron tiros de otra emboscada1. Lo cierto es que los paisanos no llegaron á un tiempo, pues como se trataba de la heroica temeridad   —220→   de combatir al enemigo sin contar su número, valiéndose para recatarse del conocimiento de aquel poco franco territorio, cada grupo buscaba sitio donde poder causar mayor ofensa; y orientados por el estallar de las descargas, acudían al teatro de la lucha, para tomar parte en ella.

El general francés viéndose hostilizado tan de improviso por un enemigo que no dejaba contarse, apercibió su gente y organizando una fuerte vanguardia, la mandó flanquear los puntos de donde partía la agresión, y atacándolos al mismo tiempo por sus fondos, obligó á los paisanos, que eran en los comienzos de la acción pocos en número, á desalojar aquellas posiciones, en las que, de sostenerlas, podían verse envueltos. Así logró la tropa dividirlos en dos mitades que empujó cuesta arriba en su avance, hasta dominar la posición de Casa Massana. Detrás de la vanguardia siguió toda la restante fuerza de la brigada, deteniéndose en el Bruch de Arriba.

Esta fué la primera etapa de la acción. El general recogió los heridos, y dió el rancho á sus tropas, en la confianza de que la columna destacada en Casa Massana era garantía del descanso que proporcionaba á los soldados. Los somatenes no reposaron, pues envalentonados con el refuerzo de los grupos que iban apareciendo, se detuvieron en su retirada. Entre otros acudían presurosos formando cohorte, 60 hombres de Sallent al mando del cura párroco; y capitaneado por José Vinyes, hijo del alcalde de la población, y al son de una caja de guerra, llegó el somatén de San Pedor, fuerte en mas de 100 hombres, bien pertrechados, y tan resueltos, que apenas llegados, rompieron el fuego contra la columna situada en Casa Massana, excitando con su ejemplo á que todos los demás se arrojaran impetuosamente al combate. La arremetida fué tan ruda, tan inesperada y se hizo tan general por todos lados, que la columna vaciló; creyóse víctima de otra mejor urdida emboscada, y viéndose acometida tan fieramente y que el paisanaje materialmente la acosaba, pensaron las sorprendidas tropas que tanta valentía era originada por el apoyo de fuerzas regulares que avanzaban precipitadamente sobre ellas, según la pregonaban los redobles del tambor, cuyos ecos repercutían las peñas. Los sones incesantes de aquella caja de guerra iniciaron   —221→   la derrota. Rápido el pavor se hizo dueño de aquella vanguardia, y cesando de defenderse, volvió la espalda, y cuesta abajo la corrieron llenos de ardimiento los montañeses, arrojándola de cabeza sobre las demás tropas, que se desorganizaron y se desmoralizaron al violento choque de sus compañeros.

En esta crítica situación, imposible era á ningún general soñar en la victoria, cuando ni tan siquiera podía arbitrar medio con que evitar un descalabro salvando sus tropas y sus armas con una ordenada retirada. Ya ni para saber morir á pié firme defendiéndose, servía su gente amedrentada ante la gran falanje de enemigos que imaginaron los franceses se les venía encima, y si se equivocaron en su número, es cierto que en un momento quedaron inferiores á los que les perseguían, ya en valor y en rapidez de movimiento, ya en posiciones ó innegable fuerza moral. Ágiles y duros los leñadores del Montserrat, tras ellos trepaban por los riscos y los salvaban, como las cabras de sus montes: agobiada la tropa de línea bajo el peso de las mochilas y fornituras; Huyendo desatentada sin esperanza de hallar cuartel de manos de aquella gente rencorosa y ébria ya con el correr de la sangre; inhábil el terreno para que el general intentara, como último recurso, lanzar sobre los perseguidores una masa de caballería á fin de contenerles, para ganar unos instantes y ensayar de restablecer el orden entre sus tropas. Todo le fué contrario al desdichado Schwartz, porque cuando una masa organizada se desorganiza, y en el vértigo de la huida, como sucedió en la jornada del Bruch, se precipita en busca de camino al fondo de los barrancos, nadie es poderoso para obligarla á volver la cara, y menos en aquel día, cuando la despavorida vanguardía sentía rodar tras ella, con ronco vocerío, aquel formidable alud humano preñado ele tiros y de hachazos.

En vano el general intentó formar el cuadro; las tropas imponían la huida; los redobles del tambor continuaban, y siempre avanzando; y acudían otros somatenes, y acribillaban á balazos á la revuelta brigada, que viendo coronadas las alturas por gentes que corrían á ganar posiciones para cortarles el paso, apeló á la fuga, más que á la retirada, perdiendo cañones, arrojando muchos soldados armas y mochilas para llegar con poco orden y   —222→   más ligereza en busca de refugio al pueblo de Esparraguera, cuya larga calle hubieron de atravesar corriendo, pues atrancadas las puertas de las casas, ancianos, mujeres y muchachos, les arrojaban desde las ventanas y tejados, mesas, cacharros, tejas, tizones y cuanto hallaban á mano. Desde este punto la desbandada fué general. Si los de Martorell hubiesen imitado á sus vecinos, no quedara un solo soldado para contarlo.

Esta es la relación verídica de lo que aconteció en jornada de tanto renombre. ¿Pero sábese quién fué el osado, que con los redobles marciales de su caja de guerra, vino á decidir la victoria promoviendo muy principalmente la huida de aquellos veteranos? Nada se había podido averiguar con completa certeza, y unos á otros vinieron los autores á hacerse eco del historiador Cabanes, que en su Historia crítica de las operaciones del ejército de Cataluña durante la guerra de la Independencia, al referirse á nuestro héroe, dice, que el somatén de San Pedor «tenía una caja de guerra que un muchacho tocaba con bastante regularidad» y más adelante indica, como una apreciación suya, «sin duda sería algún tambor escapado de Barcelona.»

A contrariar esta presunción del escritor, se dirige con éxito el folleto del presbítero D. Antonio Vila, quien corroborando los asertos del Sr. Miró, declara quién fué aquel famoso muchacho, cuyo nombre debe unirse al glorioso del Bruch, en la épica historia de la guerra de la Independencia. Sigamos al autor del folleto.

El médico manresano D. Olegario Miró, después de dedicarse al estudio del combate, dió á la luz en la Ilustració catalana, números 34, 35 y 37, tomo de 1881, un extenso tratado que intituló Lo Bruch. El proceso de su obra respecto á la averiguación del nombre del tamborcillo de San Pedor, no pudo estar mejor encaminado. Hallóse con la conjetura de Cabanes, modificada por otros, que suponían, que al dirigirse el somatén sampedorense al Bruch, se le había aparecido por el camino y con la caja al hombro, un soldado, ofreciendo acompañarles al combate. Contábase también con una tercera opinión, de la cual había estampado el P. Ferrer «que los de San Pedor, sienten que era un muchacho que sabía tocarlo.» Con buen acuerdo, y viviendo en aquel país, el Sr. Miró se   —223→   dirigió á San Pedor á interrogar á los ancianos del pueblo. Sus gestiones esclarecieron fácilmente lo que se tenía por difícil de esclarecer. El tamborcillo de San Pedor, era hijo de la población y se llamaba Isidro Llusá y Casanovas. Así lo supo de la relación que de la batalla le hizo un sobrino materno del héroe, el carpintero Sr. Sociats, hijo de la mayor de las hermanas de aquel, Josefa Llusá.

La tradición popular convenía con los recuerdos de la familia, sin que en el pueblo los desmintiera nadie, y ya en posesión el Sr. Miró de esta noticia, fué en busca, no sólo de la partida de bautismo del buen patricio, sino que también á pretender la averiguación de cómo había podido adquirir aquella caja de guerra y la práctica de tocarla. Otra vez venció en su empresa el juicioso investigador. De los libros parroquiales obtuvo, que el futuro tambor fué bautizado con los nombres de Isidro, José y Juan, Llusá y Casanovas, nacido el 15 de Marzo de 1791. Contaba, pues, cuando hizo tan principalísimo papel en el combate diez y siete años, dos meses y veintiún días. Averiguó además que era el primogénito entre un buen número de hermanos, y que sin haber tenido maestro, dibujaba de propio ingenio, y atreviéndose á tallar, dejó dos Vírgenes de los Dolores, sin otro arte que aquel que le dictaba su afición. No le fué posible procurarse su partida de óbito, por no haber encontrado el nombre de Isidro en los índices de los fallecidos en el pueblo.

En cuanto al modo como pudo procurarse el muchacho la caja de guerra, lo explica el Sr. Miró de una manera sencilla, y desde luego convincente, para cuantos conozcan las costumbres de Cataluña. La caja era propiedad de la Congregación de los Dolores de la villa de San Pedor, que utilizaba el instrumento para que á sus sones marchara una de esas comparsas á que llaman manayas en la provincia de Gerona, jueus en pueblos de la alta montaña y armats en gran parte de la de Barcelona, ó sean los soldados romanos que, con su traje de percalina y cascos de cartón, figuran imprescindiblemente en las procesiones de Semana Santa. ¡Quién podía sospechar que los redobles de aquella caja, á cuyo compás habían herido tantas veces el empedrado de las calles los regatones de las férreas lanzas de los armats de un lugarejo, sirviendo   —224→   de grato espectáculo á la gente menuda, había de oirse un día en los riscos del Bruch, ocasionando tanta efusión de sangre enemiga, para continuar sonando para siempre en una página gloriosa de la historia patria! Sin duda, alguno de aquellos lanzones de los armats de San Pedor fueron utilizados también en la inmortal jornada.

Pero el designar á quién perteneció la caja de guerra no es una conjetura del Sr. Miró, como aquella que propuso el teniente coronel Cabanes al crear «su soldado fugitivo.» El médico manresano expone el hecho, probándolo con un párrafo de la valiosa «Relación de las fiestas que tuvieron lugar en San Pedor los días 6, 7 y 8 de Noviembre de 1808» (tres meses después de la batalla), publicada en el Diario de Manresa el 29 de dichos mes y año. El texto es de gran importancia; copiaré un párrafo: «... alternaban con los músicos los dos famosos tambores, dignos de eterna fama; el uno de la Congregación de la Virgen de los Dolores, que los somatenes de esta villa llevaran el 6 de Junio cuando atacaron á los soberbios vencedores de Marengo, en la famosa batalla de Casa Massana y Bruch, el que les causó tal temor y espanto, que apenas lo oyeron perdieron el timbre de vencedores, pues se entregaron á la más vergonzosa fuga y derrota, y el otro que, en la misma batalla, cogieron estos naturales á los franceses y entraron en triunfo en nuestra villa, pieza verdaderamente apreciable, por ser el primer trofeo militar que en España han abandonado las águilas imperiales de Napoleón en la presente guerra. Por estos motivos, el estrepitoso sonido de dichas cajas parece que electrizaba los ánimos de estas gentes, y daba todo el realce al entusiasmo y patriotismo que reinaba en los corazones de todo este vecindario, en medio de la iluminación, que se finalizó con ruedas de fuegos artificiales...» etc.

Esta reseña, fechada el 9 en San Pedor, firmada con seis iniciales y destinada á la publicidad á raíz casi de la victoria y para ser leída por los que presenciaron los hechos, es un documento concluyente que acaba para siempre con la fábula del soldado fugitivo que se presentó con la caja á las espaldas al somatén de San Pedor.

Hasta aquí la publicación Lo Bruch, coetánea del suceso; fáltame   —225→   ahora reseñar lo que á ella agrega el autor del folleto D. Antonio Vila.

Habiéndole cabido la honra (nos refiere) de predicar el sermón del Bruch, en la fiesta religiosa que todos los años se celebra en San Pedor, en conmemoración de aquella gloriosa jornada, hubo de engolfarse en un minucioso estudio de tan interesante tema, dándole su tarea por resultado la comprobación de las tradiciones que se conservaban en el pueblo acerca de la personalidad del tambor del Bruch. Cuando se disponía á publicar su trabajo, tuvo noticia del importante artículo que había dado á luz D. Olegario Miró, al cual toma por norma, con objeto de exponer los errores en que han incurrido los historiógrafos y rectificar de paso ligeras equivocaciones en que cayó el médico de Manresa, y ampliando sus noticias con otros detalles desconocidos.

El Sr. Vila comienza lamentando cuánto han fantaseado dramaturgos y novelistas con motivo del hecho de armas del Bruch, y cita después los textos de los historiadores Cabanes, P. Ramón Ferrer y todos los que les han seguido, hasta llegar al artículo del Sr. Gómez de Arteche, El tamborcillo de San Pedor, al que dedica merecidos párrafos de elogio. Porfiadamente critica la ya citada conjetura del Sr. Cabanes, de que el tambor del Bruch fuese un soldado fugitivo de Barcelona, exponiendo la maliciosa sospecha de que, siendo el autor un jefe del ejército, inventó tal vez aquella especie, con el fin de dar á la lucha cierto carácter militar, atribuyendo á la táctica la victoria obtenida, puesto que escribe: «Según noticias de personas de algún carácter que estuvieron en esta acción, este tambor fué el general en jefe. Les indicó (á los somatenes) los puntos de ataque, los movimientos de avanzar, y él con su caja, ejecutaba los diferentes toques de ordenanza.» Contradice el Sr. Vila estas apreciaciones, no apartando la vista de que es ya conocido el tambor del Bruch; pero aun no siendo así, opino yo por mi cuenta que el historiador Cabanes se dejó llevar un tanto por la imaginación, pues aun cuando hubiese sido un soldado el que redobló en el Bruch, era demasiado ascenso elevarle á la categoría de general para mandar la batalla con su caja, con la que tanta pericia nos dijo que expresó; pero aun concediendo al Sr. Cabanes que su tambor poseía los conocimientos   —226→   militares que le atribuye, tampoco era posible que dirigiera el combate, pues mantengo profunda la convicción de que, al pretender mandar, hubiera perdido el tiempo agitando las baquetas con toques de ordenanza, que ninguno de aquellos montañeses era capaz de entender. Bastábales su buena puntería, seguro corazón para acometer y matar, sin subordinar sus movimientos mas que á los impulsos instintivos que han gobernado siempre, en nuestro país, á las fuerzas irregulares no fogueadas, No busquemos, repito, entre los vencedores del Bruch obediencia alguna á otros preceptos, ni á otras dotes, que las naturales que poseen los montañeses avezados á la caza, y al peligro; así fué que, llegada la ocasión, supieron herir desde la emboscada y desplegar su bravura y su denuedo para acuchillar al enemigo acobardado.

Y volviendo al folleto del Sr. Vila, describe la segunda jornada del Bruch, organizada por el general Chabran, quien, con sus tropas y las que se salvaron de Schwartz acogidas en Martorell, se propuso vengar la afrenta que las águilas recibieron en el Bruch, sufriendo el 14 de Junio un nuevo descalabro, que quizá fué de tanta magnitud como el primero, pues se retiraron los franceses con grandes pérdidas, al ver que no les era posible desalojar de sus posiciones al buen número de somatenes que les cerraron el paso.

Copia después la partida de bautismo de Isidro Llausá y Casanovas, hijo del labrador Juan y de su esposa Paula, nacido el 14 de Marzo de 1791 (y no el 15, como había dicho el Sr. Miró). Da detalles de su familia, y hablando de Isidro dice (cosas de pueblo) que le pusieron por mote el bufó, ó sea el «buen mozo, el agraciado.» ¿Fué quizá originado el apodo por el garbo que luciría el muchacho, cuando, vestido con el manto y un casco lleno de plumajos, se balanceaba delante de la comparsa de los armats el día de la procesión, redoblando en la caja de la cofradía de la Virgen de los Dolores? No creo inverosímil esta conjetura; pero sea de ello lo que fuere, bástenos saber que el mote hizo fortuna; y le quedó á la casa, pues nos refiere el Sr. Vila que aun hoy es conocida por casa del bufó.

D. Olegario Miró no supo hallar la partida de defunción de   —227→   Isidro, sabiendo solo por la tradición que murió muy joven, pero las investigaciones del Sr. Vila dieron con ella. Mas ocurre el caso de que en el asiento parroquial no está inscrito Isidro por su primer nombre de pila, sino por el segundo, José, pero queda identificado por el apodo en el documento, en el cual textualmeute se lee: «se ha donat sepultura á Joseph Llusá, fadrí, dit lo bufó» (soltero, conocido por el buen mozo).

Esta sustitución del primer nombre de pila por el segundo lo atribuye el autor á la necesidad de distinguirlo, dentro de la familia, de otro hermano suyo nacido en 26 de Septiembre de 1797, al que sus padrinos le pusieron el nombre de Isidro. Desde dicha época debió verificarse el cambio, ó bien al recibir el sacramento de la confirmación. Lo cierto es que se le llama José, en 1806, al inscribirse su nombre como cofrade en la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores, á la cual pertenecían sus padres.

Pero ahora bien: ¿qué se hizo aquel valiente tambor, preguntan los historiadores, extrañando se escondiera á la gratitud de sus conciudadanos, sin reclamar el premio de que era legítimo acreedor y cesando de improviso en la carrera de gloria tan valientemente comenzada?

¡El tamborcillo de San Pedor; la simpática figura del combate del Bruch, perdió la vida diez meses después de ganar inmarchitable lauro! Recibidos los Santos Sacramentos, entregó á Dios su alma generosa, el día 8 de Abril de 1809. No se ocultó á la fama; no esquivó el ofrecer nuevamente su vida, en aras de la independencia de su patria. ¡Es que había muerto! y con el estrépito inmenso de tantísimos acontecimientos como sobrevinieron, se apagó el eco de su nombre, quedando tan oscuro como su tumba, que hoy alumbran los beneméritos escritos de un hombre de ciencia y de un sacerdote.

Pero aun más averiguó D. Antonio Vila y con dolor lo referiré á la Academia. ¿Existe aún en San Pedor la caja de guerra que tan importante papel jugó en el Bruch? Desgraciadamente no. La tomada á los franceses, para pelear contra franceses se la apropiaron los constitucionales de San Pedor, y marcharon con ella á Barcelona en 1823, donde fueron desarmados. ¡Al grito de   —228→   viva Fernando y mueran los gabachos, sus padres la habían ganado! La que oyeron redoblar las tropas de Schwartz, la que era propiedad de la Congregación de la Virgen de los Dolores, sufrió más antipática pérdida. ¡Un día penetró en la villa partida de matinés (carlistas) y se llevaron cuantas armas pudieron recoger, y con ellos aquella caja que era una veneranda joya!





Hasta aquí las investigaciones del Sr. Vila, las cuales no debo encarecer, pues su sola exposición ya es su alabanza; mas no terminaré mi cometido, sin dejar de proponer á la Academia que este dictamen vea la luz pública en el BOLETÍN de la corporación, al solo efecto, de que las páginas que lo contengan, sirvan de pláceme continuado para los Sres. D. Olegario Miró y el presbítero D. Antonio Vila, por el buen servicio que con sus investigaciones han prestado á la Historia de nuestro país.

Madrid 5 de Enero de 1891.



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