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El teatro juvenil de Leopoldo Alas


Ana Cristina Tolivar Alas





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Son muchos los aspectos de la obra clariniana que están siendo y van a ser analizados por los más cualificados expertos a lo largo de este año 2001 en que se conmemora el primer centenario de la muerte de Leopoldo Alas, Clarín. Yo simplemente voy a referirme a la pasión que el escritor sintió siempre por el teatro y a las circunstancias biográficas en las que se manifestó con mayor intensidad esa pasión, prestando especial atención a sus producciones dramáticas de infancia y adolescencia, no por el valor literario -más bien escaso- que puedan tener, sino por lo que estos dramas y comedias, que jamás publicó el autor, revelan acerca de las lecturas y de la personalidad de Leopoldo Alas en su etapa de formación.

La primera biografía de Clarín, obra de Juan Antonio Cabezas editada en 1936, lleva por título Clarín, el provinciano universal. El título -con independencia del discutido rigor de esta obra- me parece un total acierto y voy a explicar por qué.

Leopoldo Alas Ureña, nacido en Zamora en 1852, de padres asturianos, vivirá un largo peregrinar por capitales de provincia en función de los diferentes destinos de su padre, gobernador civil. Después, tras casi once años de estudios y de actividad periodística en Madrid, y un año de residencia en Zaragoza -donde había obtenido la cátedra universitaria de Economía Política-, se instalará definitivamente en Oviedo desde 1883, al hacerse cargo de la cátedra de Derecho Romano de su universidad. A partir de ese momento ya no se va a mover prácticamente de la capital asturiana hasta el fin de su vida, exceptuando sus veraneos en Guimarán, localidad cercana a la costa, y tres viajes a Madrid, uno de ellos, precisamente, por un motivo teatral: el estreno de su drama Teresa. En este sentido fue, pues, sin lugar a discusión, un provinciano.

Pero, ¿por qué un provinciano universal? Creo que la universalidad de Clarín se manifiesta en tres aspectos:

1.° Clarín, sin salir de su «Vetusta», de ese Oviedo de cuyo Ayuntamiento fue, incluso, concejal entre 1887 y 1891 -cargo desde el que impulsó la construcción del Teatro Campoamor-, está al corriente   —114→   de todos los movimientos sociopolíticos, filosóficos, literarios, científicos y estéticos del momento, lee las más prestigiosas revistas francesas y alemanas, y colabora en alguna de ellas. Promueve, en 1893, una biblioteca selecta anglosajona y mantiene correspondencia con escritores y críticos de diversos países europeos.

2.° Su novela La Regenta, publicada entre 1884 y 1885, ha sido traducida a algunas de las principales lenguas del mundo como el chino mandarín, el inglés, el alemán, el francés, el portugués, y a otras no tan mayoritarias, como el italiano, el sueco, el noruego o el polaco. A pesar de las distancias culturales y de que su difusión haya quedado a veces restringida al ámbito de los hispanistas, La Regenta siempre causa profundo impacto en cuantos la leen en las lenguas de recepción, luego algo o mucho parece tener de universal.

3.° Clarín, al margen de sus escritos de tema jurídico, cultivó todos los géneros literarios, y aunque se distinguió principalmente como crítico y como narrador (con más de dos mil artículos y ensayos, más de cien cuentos y dos novelas: La Regenta y Su único hijo), cultivó también la poesía, y no sólo la intimista o la religiosa, sino también la lírica próxima a la épica, como atestiguan su poema juvenil Las Willis, publicado en un periódico de la época y del que ahora están apareciendo varios manuscritos, o su oda inédita «A Jovellanos». No obstante, la verdadera poesía de Clarín no hay que buscarla en sus versos, sino en su prosa. Pero sin duda fue el teatro su verdadera vocación, y también, por decirlo de alguna manera, su asignatura pendiente. Vemos, pues, la universalidad de Clarín también en esta omnipresencia de los géneros (entre los manuscritos y en un mismo cuaderno podemos encontrar -además de apuntes de clase- reflexiones filosóficas, fragmentos de obras dramáticas, poesías líricas, esbozos de narraciones y hasta dibujos). Algunos críticos han puesto de relieve la dificultad que entraña la clasificación de muchos textos de Clarín por entremezclarse en ellos distintos géneros.

Pues bien, será en un ambiente provinciano donde nazca la vocación dramática de Clarín, ese aspecto que pasará a integrar su universalidad.

Don Genaro Alas, padre de Leopoldo, se había instalado con su familia en Oviedo en 1859, si bien se sabe que posteriormente ocupó en León el cargo de gobernador civil, el mismo que ocupaba en Zamora cuando nació el futuro escritor. Fue en León cuando, a la edad de diez años, puso en escena el pequeño Leopoldo, en el gobierno civil de la provincia, un drama suyo titulado Juan de Hierro, con una segunda parte, Juan resucitado, por una compañía de aficionados, según refirió muchos años más tarde el propio Clarín a Benito Pérez Galdós. Pero no debió de ser ése su debut teatral. En Apolo en Pafos (1887) afirma Clarín: «A los ocho años hacía ya comedias; las hice hasta los veintidós». Al año siguiente, escribía el autor al crítico catalán José Yxart: «En mi vida he representado en teatros caseros ni públicos después de los doce o catorce años, pero a los diez decían cuantos me veían representar que era yo una maravilla y por lo que recuerdo, y lo que más tarde he hecho a mis solas (sobre todo cuando escribía dramas -más de cuarenta,   —115→   todos perdidos- y me los declamaba a mí mismo) tenía sin duda gran disposición y un poder de apasionarme y exponer la pasión figurada con gran energía y verdad [...]. Actor y autor de dramas, esto creí yo que iba a ser de fijo hasta los dieciocho o veinte años. Y ahora [...] confieso que me divierte poco el teatro, como no haya música». Ese mismo año, informa a Benito Pérez Galdós de que «a veces, leyendo lo que hacen en París con las novelas de Zola y Daudet, se me ocurre sacar dramas y comedias de las novelas de usted. Le chocará a usted esto, pero debo advertirle que yo hasta los veintidós o veintitrés años escribí docenas de obras dramáticas todas herméticamente quemadas, como dijo el otro. Desde los diez a los quince representé yo en la cocina o en el comedor de mi casa casi todos los días un drama en tres actos, en verso en gran parte».

Volviendo al plano biográfico, tras esa estancia de varios años en León, ciudad en la que, como hemos visto, se despertó a través del teatro la vocación literaria de Clarín (alumno por entonces del colegio de los jesuitas de San Marcos), en 1863, don Genaro se trasladó con su familia a Pontevedra, donde residió el pequeño Leopoldo tres meses y fue al colegio de primera enseñanza, según manifestó al final de su vida el propio escritor. Don Genaro obtuvo nuevos destinos en Guadalajara (1865) y en Toledo (1866), pero no hay constancia de que el ya casi adolescente escritor haya vivido, al menos temporalmente, en alguna de estas dos últimas ciudades, si bien su permanencia de unos seis meses en Guadalajara (desde septiembre de 1865 hasta febrero de 1866) queda atestiguada por boca del protagonista del cuento Superchería, además de por sus conversaciones con Adolfo Posada. Tampoco hay testimonio del regreso definitivo de Leopoldo Alas a Oviedo hasta que el 8 de marzo de 1868 comienza la redacción de su periódico manuscrito Juan Ruiz. No obstante, se suponía que la familia había fijado su residencia en Asturias desde el verano de 1867.

La aparición de Tres en una, comedia en un acto fechada ese mismo año (1867) y conservada íntegra, desmiente, por fortuna, las palabras del propio Clarín cuando afirmaba haber destruido todos sus ensayos dramáticos de niñez y juventud, al tiempo que la alusión que se hace en la obra a un padre habitualmente ausente, puede hacer pensar en un don Genaro destinado en Toledo y que deja a su familia en Oviedo. En cualquier caso, es Guadalajara -un pueblo de la Alcarria en concreto- la provincia evocada en Tres en una, pues don Hermógenes, padre del protagonista, es un hacendado alcarreño, muy ignorante, que ha enviado a su hijo a estudiar leyes a Madrid para que luego regrese como abogado al pueblo. La trama de la obra sirve al adolescente Leopoldo para canalizar su rebeldía y autoafirmarse tratando de destruir la imagen paterna: el protagonista, Tomás, de veinte años, es el alter ego de su creador, unos seis años menor que él. Tomás (Leopoldo) llega incluso a afirmar que «no tiene padre», manifestando así, paradójicamente, cómo lamenta la ausencia de su progenitor cuya autoridad, en cierto modo, reclama a una edad tan conflictiva. Este y otros detalles de carácter autobiográfico que aparecen en la obra, vienen a arrojar luz sobre una de las etapas menos conocidas de la trayectoria vital del autor de La Regenta.

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La comedia Tres en una está escrita en un cuaderno escolar en el que aparecen también fragmentos de otra obra dramática en verso titulada El juglar, así como de otros tres textos teatrales, también en verso, cuyos títulos se desconocen.

Al concluir la «pieza dramática» Tres en una y tras una relación de personajes y actores -ligeramente rectificada con relación a la prevista al comienzo de la obra-, se lee «Oviedo 26 de 1867- L.A.U.». Conocemos, pues, el año en que se escribió Tres en una, incluso el día, un 26, en que se da por concluida, o tal vez por representada, la obra. Sin embargo, ignoramos el mes, por lo que Leopoldo Alas, nacido el 25 de abril de 1852, tendría catorce años si ese día 26 correspondiera a los meses de enero, febrero o marzo, o quince años, de referirse a meses posteriores.

Transcurre la comedia a lo largo de catorce páginas manuscritas a dos columnas, con una letra relativamente clara y sin apenas tachaduras, lo que nos lleva a aventurar que tal vez se trate de la copia de una versión anterior -quizá concebida durante su estancia en Guadalajara entre 1865 y 1866, puesto que las referencias a esta provincia son explícitas- y, por lo tanto, aún más temprana en lo que a la cronología literaria de Clarín se refiere. Viene en apoyo de lo que acabo de decir el primer fragmento dramático que aparece en el mismo cuaderno en que Leopoldo Alas escribió Tres en una. Se trata de una «comedia en tres actos y en verso» cuyo título no se da a conocer y que se detiene en el manuscrito sin que llegue a concluir la escena primera. En esta escena inicial dialoga, al estilo de la comedia barroca española, una pareja de «graciosos» que sirve de contrapunto a la pareja protagonista: Pepe, criado de Germán, y Ramona, doncella de Isabel. Pepe corteja a Ramona, le propone matrimonio y añade:

¡Y nos marchamos a Asturias
Que es mi tierra idolatrada!
Quince años hace que falto
De allí, y ya tengo gana
De volver a ver Oviedo
Y sobre todo mi casa,
Mi familia, mi... Di, ¿quieres
Venirte conmigo? Acaba.


Exclama Ramona:

¡Eres un ferrocarril!


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Y replica Pepe:

¡Pues sí, le tengo en mi alma
Ya que no le hay en mi tierra!


Está claro que el pequeño Leopoldo, que no tendría cuando escribió este esbozo de comedia más de trece años, habla por boca de Pepe, sintiéndose desterrado en algún lugar donde puede ver el tren -sin duda la línea Madrid-Zaragoza- pero no los verdes paisajes de Asturias desde los que, decenios más tarde, cuando ya hayan proliferado las líneas férreas en la península, Rosa, Pinín y la «Cordera» contemplarán atónitos el paso de la locomotora. La ausencia de reparto inicial con los nombres de los pequeños actores ovetenses a los que luego me referiré, refuerza la hipótesis de que este fragmento haya sido escrito en Guadalajara.

Con independencia de estas hipotéticas o probadas idas y venidas en razón de los destinos de su padre, en 1863, Leopoldo Alas había iniciado el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Oviedo (actual IES «Alfonso II»). El 10 de agosto de 1869 -es decir, seis años más tarde- se le concede el título de Bachiller no sin antes haber tenido que firmar, junto con cuarenta y cinco compañeros, una solicitud al ministro para no verse afectados por el decreto de 25 de octubre de 1868 que daba una nueva organización a la segunda enseñanza. De no haber sido estimada la solicitud, esa nueva organización habría impedido a Leopoldo Alas iniciar los estudios de Derecho durante el curso 1869-70.

Allí, en el instituto, había trabado amistad con un escogido grupo de compañeros estudiantes, que con el tiempo se convertirían en relevantes personalidades de la literatura, la música, la política, etc., todos ellos muy aficionados a representar dramas y comedias. Se contaban entre este grupo de amigos Pío Rubín, Tomás Tuero, los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle -recién llegados de Cuba- y Armando Palacio Valdés. El teatro en casa seguía siendo una práctica relativamente habitual entre las familias de cierto acomodo y con inquietudes culturales en la sociedad de la época, y esta joven pandilla se caracterizaba por su afición a representar obras dramáticas en sus domicilios, muchas de ellas escritas por el joven Leopoldo. No es difícil imaginar la amenización de los intermedios con virtuosísticas interpretaciones al piano de Anselmo González del Valle que, como afirman sus biógrafos, demostró desde niño ser un consumado artista que anunciaba al futuro gran compositor y académico de la Real de San Fernando. En su edad adulta, don Anselmo, que había nacido el mismo año que Clarín, ejercerá con gran acierto el mecenazgo cultural, y su hermano, Emilio Martín, un año más joven, se convertirá en primer marqués de la Vega de Anzo y en un destacado político, poeta y escritor.

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Así, relatan los biógrafos de Clarín que fue en casa de los hermanos Anselmo y Emilio Martín González del Valle, en la ovetense calle de Cimadevilla, donde estrenó Alas una comedia en verso titulada El cerco de Zamora -representándose también en una fiesta juvenil en el Ateneo, en sustitución de un drama de Zorrilla- y, posteriormente, una pieza burlesca al estilo clásico que llevaba por título Una comedia por un real, en la que se escenificaban las peripecias de la propia pandilla de adolescentes cuando se ve obligada a pagar una deuda de honor.

Nada parece haberse conservado de estos dos títulos. Sin embargo, en el mismo cuaderno que contiene el manuscrito de Tres en una, podemos leer hasta el comienzo de la escena cuarta del «Acto único» de El juglar, drama en verso en el que figura el siguiente reparto: El conde: González del Valle (Anselmo); El juglar (su hijo): Alas y Ureña; Samuel (judío): Buylla; Rodrigo: Valdés; Ballestero 1.°: Oloygorri; ídem 2.°: González del Valle (Martín); ídem: Giménez; don Nuño (padre de Rodrigo): Real.

¿Quiénes eran los otros actores, además de los hermanos González del Valle y del propio Alas Ureña? Todo hace pensar que «Buylla» haga referencia a Adolfo Álvarez-Buylla y González-Alegre (1850-1927), quien, aunque unos años mayor que sus compañeros, bien podía haber formado parte de aquella divertida troupe. Con el tiempo, Buylla se convertirá en catedrático de Economía Política y Hacienda Pública, promotor de las reformas sociales en España, además de académico de Ciencias Morales y Políticas, después de haber sido una de las más destacadas personalidades de la Universidad de Oviedo cuando Leopoldo Alas y Rafael Altamira formaban parte de su claustro. En cuanto a «Valdés» es de suponer que se trate de Armando Palacio Valdés, ya que, aunque en la lista de firmantes antes aludida aparece un Joaquín Valdés, se sabe que el actor de la compañía juvenil e íntimo amigo de Alas desde los doce años era el futuro novelista. Oloygorri, Giménez y Real, sin duda compañeros de estudios y amigos de Alas, no figuran, probablemente por pertenecer a otro curso, en la relación de firmantes antes mencionada, en la que sí figuran en cambio los hermanos González del Valle.

El argumento de este truncado drama titulado El juglar es el siguiente: Rodrigo y los ballesteros comentan que el conde y su rival, don Nuño, entrarán inevitablemente en guerra. No pierde aquí el pequeño escritor la ocasión de lanzar un mensaje antibelicista, similar al que tantos años después proclamará en ¡Adiós, «Cordera»! Declara Rodrigo:

Mas confieso que me pesa
Que dos señores feudales
Se hagan uno a otro la guerra,
Vertiendo de sus vasallos
La sangre en estas quimeras.


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No obstante, Rodrigo lamenta que los señores, en vez de dividirse, no aúnen fuerzas para liberar a España de los moros. El tópico antisemita -cuyo precedente dramático más célebre quizá sea El mercader de Venecia de Shakespeare, se refuerza mediante la sospecha, expresada por un ballestero, de que el judío Samuel, consejero del conde, sea un traidor. En la escena segunda, el conde recuerda angustiado y «casi delirando» ante Samuel cómo su hijo Fernando había sido raptado en una noche tenebrosa quince años atrás. Despliega aquí el joven Alas los tópicos románticos en una evidente imitación del drama El trovador de García Gutiérrez. Rodrigo, que presenciaba oculto la escena, es llamado por el conde. Este le nombra, por su valentía y como si se tratase de su propio hijo, jefe en la batalla que se librará contra don Nuño. El mismo Rodrigo refiere cómo, abandonado de niño, había sido recogido por el caballero Fortún y adoptado por el conde. Es extraño que en el reparto inicial no se atribuya el papel de Fortún a ningún actor, a pesar de que interviene en el diálogo. Es curioso también el hecho de que Fortún sea el nombre del protagonista del poema Las Willis, que mencioné al principio y que está inspirado en una balada del poeta romántico alemán Heinrich Heine.

Siguiendo con el argumento de El juglar, vemos que el judío Samuel insta a Rodrigo y a Fortún a retirarse. Quedan solos Samuel y el conde, y este se percata de que Samuel siente celos de Rodrigo. Se va el conde y queda Samuel solo, iniciándose así la escena cuarta de la que sólo se escribe el primer verso: «Ay, pobre conde, vivís engañado».

Tras esta abrupta interrupción, el cuaderno nos ofrece la versión íntegra de Tres en una, a la que siguen un verso suelto y otros pertenecientes a la última escena de dicha comedia, de la que parecen ser borrador. Luego, tras un diálogo amoroso entre dos personajes llamados Elisa y Julián, se encuentra una serie de cuartillas sueltas con el comienzo de otra obra dramática, en este caso una comedia musical, titulada Salicio y Nemoroso. Se observa una evolución en los rasgos de escritura que hace pensar que esta pieza, también fragmentaria puesto que sólo se conserva desde el inicio hasta la escena tercera ya avanzada, fue compuesta con relativa posterioridad a las que contiene el cuaderno. Va acompañada de algún dibujo marginal (una partitura, un pentagrama, letras ornamentales...) y ofrece la particularidad de presentar personajes femeninos y un coro de mujeres, lo que hace pensar que no está concebida para el elenco de compañeros de instituto, todos varones, que habitualmente escenificaba sus dramas juveniles. No es momento de detenerse en esta especie de zarzuela, de la que parece difícil extraer el hilo argumental y cuya música tal vez pudo componer Anselmo González del Valle, pero sí vale la pena citar unos versos de la escena inicial por el mensaje feminista, en clave cómica, que contiene. La protagonista, llamada Elena, se dirige al coro de mujeres con estas palabras:

Emanciparos queréis,
de vuestra suerte os quejáis.
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Si a puñetazos no andáis
nada jamás lograréis.
Sea cada una un Cid
y emanciparnos podremos,
de otra manera tendremos
que humillar nuestra cerviz.
Quise empezar la cruzada
y no me siguió ninguna,
luchó una y esa una
es hoy una emancipada.


Pero volvamos a Tres en una, que es, sin lugar a dudas, la pieza de mayor interés de cuantos escritos se han conservado de ese Clarín entre niño y adolescente. Se inicia la obra con un reparto en el que el autor (Alas y Ureña) encarna el papel de don Hermógenes, un hacendado de la Alcarria, padre del protagonista. El de don Eleuterio, un capitán, será encomendado a Real. El papel de don Claudio, director del periódico El Neutral, corre a cargo de Anselmo González del Valle. El de Tomás, el joven protagonista de la pieza, se atribuye inicialmente a Valdés. Por último, el papel de Ramón, el criado, se asigna a un actor cuyo nombre, ilegible, aparece tachado.

Al final de la obra, sin embargo, se lee un nuevo reparto: Alas y Ureña le ha quitado el papel protagonista a Valdés, lo que sin duda también ha obligado a un retoque, sin enmienda aparente, en la conclusión de la comedia, donde se pide el aplauso para el «autor» y «actor». Anselmo González del Valle pasa a ser don Hermógenes, Valdés queda relegado al papel del criado Ramón, Real encarna a don Claudio y, en el «rol» del capitán don Eleuterio, aparece, como nuevo actor, Buylla.

La rectificación final del reparto se traslada al comienzo de la pieza, tachándose los nombres que no proceden y superponiéndoles el de los actores que definitivamente asumieron los distintos papeles. Desde el punto de vista literario, nos encontramos ante una comedia de corte neoclásico. La estructura dramática se ajusta perfectamente al principio de la verosimilitud impuesto por la disciplina clásica francesa y codificado en la regla de las tres unidades: lugar, tiempo y acción. El respeto a esas tres unidades es absoluto en Tres en una, y su joven autor se complace en subrayarlas cuando, por ejemplo, en la escena quinta, pone en boca del protagonista: «Cuántas variaciones en un mismo día», «¡Cuántos desengaños en media hora!», una forma de hacer patente la unidad de tiempo muy común en el teatro dieciochesco español de inspiración transpirenaica. En cuanto a la unidad de lugar, todo acontece en «una habitación con   —121→   ventanas en cuyo interior se ve una mesa con libros y papeles», según reza, al principio de la obra, la única acotación referida al espacio. Respecto a la acción, reducida a un solo acto, la unidad es total, sin que nada nos aparte del hilo conductor. Vemos, pues, a un futuro Clarín que, en cuanto al fondo de la obra, manifiesta ya su mordaz sentido crítico con las convenciones sociales de la época, tal como veremos más adelante, pero que, en cuanto a la forma, se muestra sumamente respetuoso con las convenciones estéticas, especialmente con las impuestas al género dramático por la disciplina neoclásica, además de demostrar un perfecto conocimiento de la retórica teatral -con un acertado uso de las acotaciones, los monólogos, los apartes, el cómico de repetición, etc.-, así como dominio del lenguaje y -en algunos fragmentos- de la versificación, destacando su habilidad para los juegos de palabras y para el remedo de citas literarias célebres como, por ejemplo, el famoso monólogo de Segismundo en La vida es sueño de Calderón de la Barca.

Las fuentes neoclásicas en las que se inspira el jovencísimo escritor se concretan, en lo que concierne a la trama, en un referente muy preciso: Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) y sus dos obras maestras, La comedia nueva (1792) y El sí de las niñas (1806). De la primera de ellas toma el nombre de dos personajes, don Eleuterio y don Hermógenes. De la segunda adapta el hilo argumental de tal manera que Tres en una viene a ser un remedo de la comedia moratiniana, hasta el punto de que bien hubiera podido titularse El sí de los niños. Si la adolescente doña Francisca es obligada por su madre, en la obra de Moratín, a casarse con un hombre que casi le cuadruplica la edad, en la comedia de Alas el joven gacetillero Tomás se ve triplemente coaccionado al matrimonio de conveniencia por su padre, por el director del periódico en que trabaja y por un militar. El muchacho se rebela al principio («¿Yo soy, acaso, alguna mercancía?»), pero acaba claudicando ante un porvenir incierto y la presión del «espíritu del siglo: oro, más oro, más oro, igual oro», concluyendo cínicamente: «Si me habré vuelto filósofo». Por fortuna para él, la aclaración del enredo que da título a la pieza pone un final dichoso a Tres en una, al igual que la magnanimidad del «viejo» don Diego propicia el feliz desenlace de El sí de las niñas.

El entusiasmo de Clarín por el gran comediógrafo neoclásico seguirá presente, a modo de homenaje, en uno de sus últimos cuentos, El viejo y la niña (1899), título tomado de una obra de Moratín estrenada en 1790. Los dos protagonistas del cuento clariniano se llamarán igual que los de El sí de las niñas: Paquita y don Diego. Clarín lamentará en uno de sus artículos la repatriación simultánea de los restos mortales de Moratín y de Goya, al considerar que la fama del pintor iría en detrimento del recuerdo de su admirado don Leandro.

Tampoco hay que olvidar que, al igual que Moratín, Tomás, el protagonista de Tres en una, es un acérrimo afrancesado. La pasión de Leopoldo Alas por la cultura francesa se pone ya de manifiesto en esta obra tan temprana, cuajada de galicismos, llegando a lo caricaturesco en la escena duodécima de la   —122→   pieza, en la que el protagonista, Tomás, hilvana una retahíla nada menos que de treinta y cuatro autores transpirenaicos, contraponiéndolos a los españoles «que huelen a rancio». De nuevo aparece aquí un detalle autobiográfico: Tomás se dedica a traducir obras francesas, igual que su creador emprenderá tres años más tarde la traducción de las obras completas de Racine, empeño que se detiene en los inicios. Sin duda, Alas venía practicando desde niño la traducción del francés, una actividad que reanuda al final de su vida con la versión de Trabajo de Zola. De nuevo el Leopoldo adolescente, dramaturgo y traductor, prefigura en Tres en una al último Clarín.

Los personajes de esta «pieza en un acto» son, al tiempo que arquetipos literarios, caricaturas que no pueden desligarse del contexto sociopolítico en que fueron concebidos. Tomás es un joven que se debate entre la rebeldía y el acomodamiento; don Hermógenes, un aldeano rico e ignorante, pero lo suficientemente pícaro como para buscar el apoyo de la ley con el fin de perpetuar sus privilegios; don Eleuterio, el personaje más esperpéntico y guiñolesco, un militar frustrado en su carrera que, con la alegría del desenlace, no vacila en proclamarse implícitamente carlista brindando por el «Rey»; don Claudio, el oportunista director de El Neutral, encarna un tipo de periodismo objeto de feroz sátira por parte del autor, un periodismo lleno de «barbaridades» y «sandeces», que quedan ocultas bajo seudónimo, y en el que la palabra «neutral» equivale a «ministerial». No cabe duda de que El Neutral es un trasunto de El Imparcial, periódico fundado en 1867 -el mismo año en que se escribe Tres en una- que, aunque liberal y progresista, daba pie con su nombre a la ironía. Finalmente, Ramón, el criado sentencioso y cantarín -trasunto, en cierto modo, de Sancho Panza-, manifiesta una actitud totalmente servil hacia su joven amo. Todo ello parece reflejo de la España del momento, de esa España de la Farsa y licencia de la reina castiza que muchos años más tarde escribirá Valle-Inclán, para quien aquella España era «una deformación grotesca de la civilización europea». El país vive en problemática transacción, en equilibrio inestable entre una monarquía desacreditada y unas perspectivas políticas revolucionarias. Desde 1866 los diversos grupos de oposición se habían fundido bajo el signo de la democracia y del sufragio universal y, en nombre de estos principios y ante los graves problemas sociales que provocarán el descontento incluso entre los propios moderados -hasta entonces principales sostenedores de Isabel II-, estallará la revolución de septiembre de 1868, la «Gloriosa», con el subsiguiente destronamiento y exilio de la reina, quien hasta poco antes había contado con el ya desgastado apoyo del general Narváez, fallecido en mayo de aquel mismo año. El joven Leopoldo Alas presenciará por las calles de Oviedo, según algún biógrafo, el arrastre del busto de la «Reina Castiza» y se identificará entusiásticamente con aquel movimiento de signo revolucionario, abrazando desde ese momento la ideología republicana. Cuando esto acontezca, ya habrán visto la luz más de veinte números de su «periódico humorístico» Juan Ruiz.

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Por último, no hay que desdeñar las referencias religiosas de la pieza. El mismo título hace alusión a la Santísima Trinidad, llegando a remedar Tomás y don Eleuterio en la escena trece la definición del catecismo, cuando, entre los dos, concluyen «tres prometidos distintos... Y un solo amante verdadero». (En términos casi idénticos se expresará en el número 50 de Juan Ruiz refiriéndose a los «tres» autores del periódico.) También está la cita, en clave humorística, de personajes bíblicos (escena cuarta), pasando por la parodia de los sermones sobre el infierno, mezclada con la sátira del tópico romántico del suicidio. Contrasta aparentemente esta actitud humorística o crítica con las inquietudes místicas del autor en esta temprana etapa de su vida, inquietudes que se ponen de manifiesto en composiciones poéticas de adolescencia, como el ciclo de poemas Flores de María, así como en declaraciones del propio Alas maduro, sin olvidar su traslación a personajes literarios como la Regenta niña. Pero la dicotomía entre profunda espiritualidad y crítica mordaz al clericalismo, con diversos matices según las diferentes etapas, será algo que perdure a lo largo de la vida y obra de Clarín.

Tendrán que pasar muchos años, casi treinta, para que nuestro pequeño aprendiz de dramaturgo logre adentrarse fugazmente en el mundo del teatro profesional. Será el 20 de marzo de 1895 cuando, por fin, se estrene su «ensayo dramático» Teresa en el Teatro Español de Madrid. Esta obra en un solo acto como Tres en una e inspirada precisamente en un amor de adolescencia, es acogida con hostilidad por un sector del público y buena parte de la crítica. Clarín regresa precipitadamente a Oviedo alarmado por la noticia de la enfermedad de sus hijos. Estos, felizmente, se reponen tras el fracaso de aquella otra hija de la imaginación. Paralelismos y divergencias: Verdi, fallecido el mismo año que Clarín, logra un clamoroso éxito con Oberto, ópera con la que hace su presentación en el Teatro alla Scala de Milán en 1839, coincidiendo trágicamente el triunfal estreno con la muerte, unos días antes, del pequeño Icilio Romano, por entonces único hijo del compositor, de dieciséis meses.

Teresa, obra de fuerte contenido social, es retirada del cartel tras la segunda representación en Madrid. El 15 de junio del mismo año se escenifica en Barcelona con algo más de éxito, aunque es tildada de «especie de lectura de artículos de periódico socialista»... Así empezó y así acabó esta primera y única incursión de Clarín en los grandes escenarios. Pero además quedan infinidad de intentos, multitud de obras de teatro inconclusas, escritas en diferentes épocas, de una veintena de las cuales se han conservado fragmentos o sinopsis, y que llevan títulos como La letra mata, El viudo, La última Infanzón, El temerario en la prueba, Nerón, Juan Ruiz (drama en prosa que no debe confundirse con su periódico manuscrito de juventud), Kategat (posible título de una obra teatral que parece basada en una leyenda nórdica), Julieta, Clara Fe o La millonaria.

Infinidad de intentos, sí, y de ilusiones o, por lo menos, en la primera juventud, de buenos ratos en compañía de un grupo de estudiantes de instituto que un día jugaron a ser actores.





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