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El tremendismo literario

Ricardo Gullón





Tiene razón Rafael Vázquez-Zamora cuando en el suplemento semanal de España (Tánger) apostilla con su habitual sagacidad el ataque lanzado por Francisco de Cossío contra el tremendismo literario. «El mundo está mucho más podrido de lo que parece y la literatura refleja esas miserias», dice Vázquez-Zamora. Y ahí reside el quid de la cuestión: si los llamados tremendistas intentan mostrarnos, como escribe Cossío, «un mundo de degenerados, de tarados, de pervertidos, de miserables», es porque precisamente esos repugnantes individuos ocupan en la sociedad actual una situación que no solían alcanzar en el pasado. Siempre hubo lacras, miserias y corrupción, pero quizá lo característico de estos tiempos no es tanto su aumento como el impudor con que se manifiestan.

Antes, el degenerado, el corrompido, procuraba disimular su ser verdadero bajo una fachada de normalidad honorable. Ahora, degeneración y corrupción se declaran con alarde, ostentosamente, proclamándose como lo que en realidad son. El pervertido pretende que su perversión sea declarada normal per se, lícita y, por lo tanto, defendible. Esta insólita y cínica actitud atrae la curiosidad de escritores que al analizarla, no pueden menos de exponer en toda su torva miseria el movedizo y a menudo repugnante mundo, en donde tales gentes habitan.





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