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ArribaAbajoXVIII. La campana y el esquilón



ArribaAbajo   En cierta catedral una campana había
que sólo se tocaba algún solemne día
con el más recio son, con pausado compás,
cuatro golpes, o tres, solía dar no más.
Con esto a ser mayor de la ordinaria marca,  5
celebrada fue siempre en toda la comarca.
   Tenía la ciudad en su jurisdicción
una aldea infeliz, de corta población,
siendo su parroquial una pobre iglesita
con chico campanario a modo de una ermita;  10
y un rajado esquilón pendiente en medio de él,
era allí quien hacía el principal papel.
   A fin de que imitase aqueste campanario
al de la catedral, dispuso el vecindario
que despacio, y muy poco, el dichoso esquilón  15
se hubiese de tocar sólo en tal cual función;
y pudo tanto aquello en la gente aldeana,
que el esquilón pasó por una gran campana.
   Muy verosímil es, pues, que la gravedad
suple en muchos así por la capacidad.  20
Dígnanse rara vez de despegar sus labios
Y piensan que con esto imitan a los sabios.

IRIARTE.



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ArribaAbajoXIX. Canto religioso




1.

ArribaAbajo   ¡Señor!, pasar veo mis días de luto
tal como escuadrones de armados guerreros,
que sueltan las bridas al rápido bruto,
clavando en mi pecho sus duros aceros.
   ¡Oh!, ¡cuando me llames al lecho de arcilla  5
o envuelvas mi rostro con frío sudario,
y en breves minutos derrumbes la silla
que ocupo en el cieno del mundo nefario;
   será que allí cierre mi párpado seco
que vela comido de infausta carcoma,  10
cual ave nocturna que gime en el hueco
de torre gastada, pared que desploma!
   Ni al viento que silba se escuche mi nombre,
ni al sol que ilumina mi sombra se vea,
ni a par de la mía la sombra del hombre  15
me hiele las venas, de espanto me sea.
   Yo tiemblo a tus iras, cual grímpola leve
que azotan los vientos en golfo profundo:
Si truenas, me escondo; mi pie no se mueve,
cual si desquiciases los ejes del mundo.  20
   Yo al rayo que lanzas distingo tu ceño
rasgando los lutos que esconden la esfera,
que entonces el hombre recuerda del sueño
y el bronce del pecho se ablanda cual cera.
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   Si escucho a los euros rugir tempestades,  25
conozco que agitas las orlas del manto,
y el soplo produces que arranca ciudades
y allana los montes, Dios fuerte, Dios santo.
   ¿Qué libra a estas cañas que suenan vacías
de jugo y de flores cantando en el suelo,  30
si al fuerte castigo señalas los días,
cansado de ingratos que escupen al cielo?
   Si envías el hambre, los reyes más vanos
que pisan el oro, llorando sus yerros,
serán como furias que muerdan sus manos,  35
y el pan se disputan que comen los perros:
   Y a nobles infantes que ensalza su cuna
colgados de un seno sin fuentes de vida,
famélicas madres darán por fortuna
las últimas gotas de sangre perdida.  40
   Si envías la guerra, la aurora que hiciste
verá hervir el mundo con bélico alarde;
verá ser el mundo sarcófago triste,
la luz amarilla del sol de la tarde.
   Y el ancho Danubio lamiendo las rocas  45
con lengua rojiza que anuncia escarmiento,
raudales de sangre dará en cinco bocas
que corren al fondo del mar turbulento.
   Si viertes la copa de airados furores
do el rey de los astros sus vuelos encumbra,  50
será mancha enorme de opacos colores,
final esqueleto del sol que hoy alumbra.
   Sin hombres la tierra, sus ámbitos solos
veré, si te olvida, con ciego idolismo;
si miras con ceño, vacilan los polos;  55
si el brazo levantas, ya todo es abismo.
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2.

   Cargado de penas pasé mi camino:
vi al malo en orgías do el júbilo estalla,
la sangre del justo bebiendo por vino,
cantando unos himnos beodos... Dios calla.  60
   Volviendo mis ojos tras breve momento,
volcadas las mesas, vi al malo que muere
leproso y exangüe, pasando tormento
de vómitos, llagas y pestes... Dios hiere.
Vi al margen de un río ciudad deleitosa,  65
nefanda y gastada, que vicios respira2.
Sus hijos desnudos, ceñidos de rosa,
danzaban con hijas desnudas... Dios mira.
Vi sobre sus torres la nube que ardiente
con flancos de llamas, con furia postrema  70
revienta y abrasa las casas y gente,
cual leves aristas del campo... Dios quema.
   Vi en solio sublime purpúreo tirano,
que vastos dominios y estados anhela,
uncir a los hombres con yugo villano,  75
diciendo: «Sois siervos, sois bestias...» Dios vela.
   Vi alzarse los siervos rompiendo sus grillos
y hundiendo aquel solio de púrpura y plata,
herir al tirano con fuertes cuchillos
y el cuerpo ser pasto de buitres... Dios mata.  80
   Nacido en Ajaccio, león sin segundo,
vi al héroe del siglo correr todo clima;
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que pone a sus plantas los reyes del mundo,
que llega, ve y vence... Dios es quien sublima.
   Vi al héroe que busca por lecho una peña  85
que el mar con sus olas y espumas combate;
va solo en un barco sin gloria ni enseña,
corriendo al sepulcro... Dios es quien abate.


3.

   Señor, si adormeces el ángel de muerte,
si cortas sus alas y embotas su espada,  90
¿será que por grande, por santo, por fuerte,
te rinda sus himnos la tierra cansada?
   Da paz a los mares: tu aliento divino
les rice las ondas con gratas bonanzas;
da paz a la tierra por donde camino,  95
y el bálsamo dulce de tus esperanzas.
   Da paz a las penas y afanes del hombre
que gime en los valles de tétrica hondura,
y en siglos eternos bendiga tu nombre
volando en las tiendas que están en tu altura:  100
   Y mientras te vistes de luz esplendente,
y mientras te elevas en alas del Austro,
las súplicas oye benigno y clemente
de un cisne que canta tu gloria en el claustro.

AROLAS.




ArribaAbajoXX. El retrato de golilla



ArribaAbajo   De frase extranjera el mal pegadizo
hoy a nuestro idioma gravemente aqueja,
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pero habrá quien piense que no habla castizo
si por lo anticuado lo usado no deja.
Voy a entretenelle con una conseja:  5
Y por que lo traya contentarniento,
en su mismo estilo referilla intento,
mezclando dos hablas, la nueva y la vieja.
   No sin hartos celos un pintor de hogaño
vía como agora gran loa y valía  10
alcanzan algunos retratos de antaño,
y el no remendallos a mengua tenía:
Por ende, queriendo retratar un día
a cierto rico-hombre, señor de gran cuenta,
juzgó que lo antiguo de la vestimenta  15
estima de rancio al cuadro daría.
   Segundo Velázquez creyó ser con esto:
Y ansí que del rostro toda la semblanza
hubo trasladado, golilla le ha puesto,
y otros atavíos a la antigua usanza.  20
La tabla a su dueña lleva sin tardanza,
el cual espantado fincó des que vido
con añejas galas su cuerpo vestido,
magüer que le plugo la faz abastanza.
   Empero una traza le vino a las mientes  25
con que al retratante dar su galardón:
Guardaba heredades de sus ascendientes,
antiguas monedas en un viejo arcón:
Del quinto Fernando muchas de ellas son
allende de algunas de Carlos primero,  30
de entrambos Filipos segundo y tercero,
y henchido de todas le endonó un bolsón.
   Con estas monedas o, si quier, medallas,
el pintar le dice, si voy al mercado,
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cuando me cumpliere mercar vituallas  35
tornaré a mi casa con un buen recado.
Pardiez, dijo el otro, ¿no me habéis pintado
en traje que un día fue muy señoril
y ahora lo viste sólo un alguacil?
Cual me retratasteis, tal os he pagado.  40
   Llevaos la tabla y el mi corbatín,
pintadme al proviso, en vez de golilla,
cambiadme esta espada en el mi espadín
y en la mi casaca trocad la ropilla.
Ca non habrá nadie en toda la villa,  45
que al verme en tal guisa conozca mi gesto:
Vuestra paga entonces contaros he presto
en buena moneda corriente en Castilla.
   Hora, pues, si a risa provoca la idea
que tuvo aquel sandio moderno pintor,  50
¿no hemos de reírnos siempre que chochea
con ancianas frases un novel autor?
Lo que es afectado juzga que es primor,
habla puro a costa de la claridad,
y no halla voz baja para nuestra edad,  55
si fue noble en tiempo del Cid Campeador.

IRIARTE.




ArribaAbajoXXI. La calle de la amargura



ArribaAbajo   Con paso presuroso, la faz llena de llanto,
las manos sobre el triste y amante corazón,
al aire desprendido el anchuroso manto,
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la Virgen madre cruza las calles de Sión.
   Y aquella a quien adornan el sol y las estrellas  5
temblando, acongojada detiene el raudo pie,
y a una mujer que avanza tras sus divinas huellas,
le dice sollozando: «Más lejos le veré.
   Pasemos esa plaza, rumor ninguno suena;
¡Señor, que al hijo mío consiga yo abrazar!  10
El ansia de encontrarle me vuelve, Magdalena,
las fuerzas que me quita lo inmenso del pesar».
   Y entrambas atraviesan por la desierta calle,
la de Amargura siguen; más lúgubre clamor
escuchan, que asemeja al son con que en el valle  15
las mieses se querellan del viento asolador.
   Ya crece, y ya remeda el lúgubre murmullo
al que alzan sacudidas las cañas del Jordán,
y luego al que los mares levantan con orgullo,
si ruge por sus antros el férvido huracán.  20
   La Virgen madre llora, comprímese la frente,
«¿No escuchas, Magdalena?, exclama con terror:
¿No escuchas?, es el pueblo, el pueblo que impaciente
al Gólgota conduce al hijo de mi amor.
   ¿Entre el confuso polvo, allá lejos no alcanzas  25
reflejos que se ocultan y tornan a lucir?
Los hierros son, los hierros de las romanas lanzas
que al inocente cercan que llevan a morir.
   Son ellos, Magdalena; ¿los ves como aparecen
al sol que centellea con viva claridad?,  30
¿no escuchas esas voces que se alzan y que crecen?...,
ya asoman, ya adelantan... Lleguemos por piedad».
   Y por la calle extensa avanzan anhelantes
oyendo cual acrece la extraña confusión;
las puertas se franquean y asoman por instantes  35
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los niños y mujeres temblando de emoción.
   Y allá lejos, cercado por turba que le hostiga,
cargado con el leño do en breve expirará,
sangriento, moribundo de angustia y de fatiga,
al Dios-hombre conduce el pueblo de Judá.  40
   Resuenan las trompetas, auméntase el gentío
como tras fuerte lluvia las ondas del Cedrón,
alzándose por cima del ronco vocerío
de la sentencia inicua el hórrido pregón.
   La madre se adelanta, y al Dios de tierra y cielo  45
al divisar caído, arrójase hacia él,
abriéndose la turba ante su inmenso duelo,
como del mar las aguas al paso de Israel.
   Y estrecha entre sus brazos al hijo agonizante,
sus lágrimas se mezclan, y viendo su dolor,  50
con las nevadas alas se cubren el semblante
los ángeles que cercan el trono del Señor.
   Los guardias entre tanto con impaciencia torva
los cuentos de las lanzas golpean con afán,
y al fin, cual rudo brezo que el paso les estorba,  55
la triste madre apartan y hacia el Calvario van.
   Y el pueblo y los sayones rugiendo como hiena
el paso doblar hacen al que expirando ven:
La Virgen se desmaya, la abraza Magdalena,
y lloran por el justo las hijas de Salén.  60
   Por la pendiente ruda subamos, alma mía,
y al Gólgota lleguemos, la cruz espera allí.
Con la divina sangre regada está la vía,
la sangre que el Dios vivo vertiendo va por ti.
   Sigamos, alma mía, la madre dolorosa  65
su duelo sofocando del hijo llegue en pos:
Sigamos, que ya llevar la escala misteriosa
—174→
que a Dios baja hasta el hombre y el hombre sube a Dios.
   ¿La ves en el espacio cual árbol que cimbrea?,
abrázala la Virgen, y al oscilar la cruz,  70
en fecundante riego la sangre que gotea
al mundo regenera, brotar hace la luz.
   ¿La ves en el Calvario sangrienta, infamatoria,
sublime en los sepulcros al cielo señalar?
Alzarla Constantino cual lábaro de gloria,  75
y santa con su nombre al mundo cobijar?
   Sigamos... mas no puede el alma a quien oprime
de la enojosa culpa la carga pertinaz;
y ante el amor inmenso del Dios que nos redime,
humillo en la ceniza la consternada faz.  80

MARÍA MENDOZA DE VIVES.




ArribaAbajoXXII. El ángel y el niño




ArribaAbajo   ¡Niño feliz!, hermoso, le llamaron,
como un sol, las mujeres, al nacer,
mas su madre besándola en la frente
«Ángel de Dios» llamole, y ángel fue.
   Que era tan bello aquel niño  5
con su cabellera de oro,
que el Señor para su coro
ya al nacer le destinó.
Por eso su frente hermosa
de candor místico santo,  10
y sus mejillas de rosa
—175→
de sacro rubor bañó.
   Y encendió Dios con su aliento
de fuego un alma en su seno,
altar sacrosanto, lleno  15
de ardiente divino amor;
y diole por compañero
y defensor en el suelo
el ángel que allá en el cielo
posa a los pies del Señor.  20
   Y el ángel con él hablaba,
como un amigo a su amigo,
y en sus juegos se mezclaba
porque era niño como él:
Con él cantaba sus cánticos  25
postrado en el mismo lecho,
y él recostado en su pecho
soñaba sueños de miel.
   Por eso en aquella hora
en que las aves, los árboles,  30
y las nubes que el sol dora,
hablan al hombre de Dios,
so el pabellón de los cielos,
en un prado, cada día,
en santa paz y alegría  35
hablaban así los dos:

EL ÁNGEL.

«¡Bello es vivir!, la tierra con sus flores,
Las nubes, sus cascadas y su mar,
sus mantos de verdor, sus ruiseñores,
es el jardín de Dios, del hombre altar».  40
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EL NIÑO.

   «¡Bella es la vida!, sí; mas ¿quién por ella
trocara el cielo templo del Señor,
altar do es una antorcha cada estrella,
su sacerdote Dios, su incienso Amor

EL ÁNGEL.

   «¡Bella es la infancia!, el niño aquí en el suelo  45
es de amor, de inocencia un serafín,
para amar le hizo hermoso el Dios del cielo,
para orar le dio labios de carmín».

EL NIÑO.

   «¡Bello es ser niño!, mas sus días de oro
diera y sus juegos, flores y reír,  50
para ensalzar a Dios en santo coro,
ángel postrado en alas de zafir».

EL ÁNGEL.

   «¡Bello es, oh niño!, el sol de las mañanas,
matizando las hojas del clavel;
la tarde con sus voces de campanas  55
que saludan al Santo de Israel».

EL NIÑO.

   «¡Bella es la aurora!, hermoso el despedirse
del mundo el sol, del sol el ruiseñor;
más bello es, ¡ay!, en himnos derretirse
de amor en el regazo del Señor».  60
—177→

EL ÁNGEL.

   «¡Bello es vivir!, la tierra con sus flores,
sus nubes, sus cascadas y su mar,
sus mantos de verdor, sus ruiseñores,
es el jardín de Dios, del hombre altar.
   «¡Bella es la vida!, sí, mas ¿quién por ella  65
trocara el cielo templo del Señor,
altar do es una antorcha cuya estrella,
su sacerdote Dios, su incienso Amor
       Así dijeron: y el viejo
   campanario de la villa  70
   sobre la tarde amarilla
   alzó tres veces su voz;
   tres veces también el niño,
   sobre las flores de hinojos,
   tintos de gozo los ojos,  75
   oró a la madre de Dios.
       Y luego al volver la vista,
   en vez del niño, a su lado,
   en su propia luz velado
   a un ángel del Señor vio:  80
   Y otra vez fijó en los cielos
   sus rasgados ojos bellos...
   ¿Qué vida, Señor, en ellos,
   que mirándolos murió?
       Que es fama que aquella noche  85
   viose subir hacia el cielo
   dos estrellas, tras un velo
   de nívea esplendente luz;
   y a la mañana siguiente
   a una madre que lloraba,  90
—178→
   mientras triste derramaba
   flores al pie de la cruz.
   ¡Niño feliz!, hermoso, le llamaron,
como un sol, las mujeres, al nacer;
mas su madre, besándole en la frente,  95
«ángel de Dios», llamole, y ángel es.

RUBIÓ.




ArribaAbajoXXIII. El beso maternal



ArribaAbajo   ¿Qué valen las caricias,
los abrazos y los besos
si no son prodigados
por maternal afecto?
Es la amistad efímera,  5
el amor pasajero,
humo fugaz la gloria
y el porvenir incierto:
¡Ay!, sólo es positivo
el cariño materno.  10
¿Buscáis amistad firme,
afecto duradero,
y en el amor y gloria
un porvenir risueño?
Pues bien, lo hallaréis sólo  15
en el materno pecho.
   ¡Felices los que han sentido
su tierno rostro oprimido
por el labio maternal!
—179→
¡Dichosos los que han oído  20
y al canto se han adormido
de aquella voz celestial!
   Tú no puedes comprender
la dicha de poseer
lo que tienes, niño, ahora;  25
lo que vale esa mujer
que ríe con tu placer
y que si tú lloras, llora.
   Que vela siempre a tu lado
con solícito cuidado  30
y tu querer adivina;
su amor desinteresado,
tan dulce, tan sosegado,
como el aura matutina.

   Niño, cuando la razón  35
alumbre tu corazón
y veas como es debido,
recuerda con qué ilusión,
con qué delirio y pasión
esa mujer te ha querido.  40
Besa el polvo que pisó
y la cuna que meció
con un afán tan prolijo;
respeta lo que tocó,
lo que te dijo y mandó;  45
¡mucho debe hacer un hijo!
   Alza su lánguido brazo,
forma con el tuyo un lazo
y no le sueltes jamás;
dirige su tardo paso,  50
—180→
no andes en amarla escaso;
¡Nunca cual ella amarás!

   ¡Oh!, si Dios por su clemencia
mi madre me devolviera
y bendecirme pudiera,  55
hija llamarme una vez!
Por verme contra su pecho
estrechada con ternura,
¡Dios mío!, por tal ventura
¿qué no daría después?  60
   Diera mi amor en la tierra,
belleza si la tuviera,
mi dicha, mi vida entera
por un beso maternal;
más que fuera el esqueleto  65
que de la huesa se alzara
el que tierno me besara
con su boca sepulcral.
   Yo sé bien que este cariño
no será frío, mudo, inerte;  70
que más allá de la muerte
llevan las madres su amor.
Un beso fuera de fuego
y de la gloria un destello,
ardiente, célico, bello,  75
cual la gracia del Señor.

JOSEFA MASSANÉS.



  —181→  

ArribaAbajoXXIV. La virtud y el vicio

Fábula



Arcta via est quae ducit ad
vitam.


Matth. VII, 14.                




ArribaAbajo Con diabólico estruendo,
       por su camino,
el vicio va corriendo
       con desatino;
       mientras despacio  5
la virtud va siguiendo
       su eterno espacio.
Aquél lo grita:-«¿A dónde
       corres tan viva?»
Y la virtud responde  10
       también festiva:
       -Repare el majo
que yo voy cuesta arriba
       y él cuesta abajo».

FERNÁNDEZ.-Fábulas ascéticas.



  —182→  

ArribaAbajoXXV. El leopardo y la ardilla

Fábula


Cor pravum dabit tristitiam.


Ec. XXXVI, 22.3                




ArribaAbajo   Saltando y triscando alegre
sobre una frondosa encina,
estaba libre de sustos
una juguetona ardilla.
   ¡Mas ay!, por su mala estrella,  5
faltó una rama, y la mísera
vino a dar sobre un leopardo
que al pie de un tronco dormía.
   ¡Qué horror!, ¡qué espanto! Su Alteza
despierta azorado, y mira,  10
crispando la piel lustrosa,
con ojos que lanzan chispas.
   Encógese la cuitada...
tiembla... dobla su rodilla...
Al cabo le habló la fiera  15
así templando sus iras:
   «Te perdono la vida, bestia inerme,
con una condición, nada gravosa:
Que en frases de verdad has de exponerme
el por qué tan alegre y deliciosa  20
la vida pasas, sin que nunca merme
—183→
el júbilo que en ti siempre rebosa,
mientras yo, que soy rey, con mi grandeza
me pudro de fastidio y de tristeza».
   «¡Ah!, señor (le responde), tan rendida  25
por ese don que me otorgáis me veo,
que os diré la verdad; pero... subida
en la copa del árbol, porque creo
ser regla de oratoria recibida,
que suba en alto el orador pigmeo.  30
¿Lo consentís, señor?» «Ve sin demora».
«¡A... ja... ja! Puesta en salvo, escucha ahora:
       ¿Es posible,
       rey temible,
   que no sepas a tu edad,  35
       el sendero
       verdadero
   para haber felicidad?
       La inocencia
       ve la ciencia  40
   que me otorga tanto bien;
       porque gusto,
       sin ser justo,
   ¿quién lo goza, dime, quién?
       Sin congojas,  45
       frutos, hojas
   son mi pasto siempre igual;
       nunca mato
       ni maltrato,
   ni a ninguno quiero mal.  50
       Pura el alma,
       duerme en calma
   sin gusano roedor;
—184→
       y en mis hijos
       están fijos  55
   los cuidados de mi amor:
       aunque frágil,
       lista y ágil
   salto y brinco de placer
       y consuelo  60
       me da el cielo
   cuando es fuerza padecer.
       ¿Y tú quieres
       de placeres
   disfrutar en la maldad?  65
       ¡No!, la sombra
       que te asombra
   es tu misma iniquidad.
       pues tu pecho
       nunca estrecho  70
   para el odio y la ambición,
       la matanza,
       la venganza
   son tu ley y tu razón».
   Seguir pretende su discurso, cuando  75
lanzó la fiera con horrible saña
tan gran rugido, su furor mostrando,
que hizo al bosque temblar de la montaña.
«¿Qué os sucede, señor?» (dijo saltando
con irónica risa la alimaña).  80
Su alteza comprendió en aquel momento
que sin virtud la vida es un tormento.

ID.



  —185→  

ArribaAbajoXXVI. La noche



ArribaAbajo   Horas de calma y sosiego,
horas de dulce reposo
en que late más dichoso,
más tranquilo el corazón;
yo por vosotras deliro,  5
yo vuestras sombras anhelo,
que son del triste el consuelo
y del feliz la ilusión.
   Volved, ¡oh noches de estío!,
que tenéis tanta hermosura  10
con vuestra atmósfera pura
y vuestra brisa sutil;
brisa impregnada de aromas
que le presta cada planta,
que en el bosque se levanta  15
o se mece en el pensil.
   En ese inmenso concierto
de cariñosos arrullos,
de indefinibles murmullos
y gritos que dan pavor,  20
vuestra solemne belleza
canta el búho funerario
en el alto campanario,
y en la selva el ruiseñor.
   Esa bóveda celeste  25
con sus brillantes estrellas,
—186→
diminutas luces bellas
que otros tantos mundos son,
a nuestra vista se ofrece
cual rico manto azulado  30
de diamantes esmaltado
con lujosa profusión.
   Tantos globos encendidos
que giran en el espacio
son fanales que el palacio  35
iluminan del Señor;
¡y este mundo con sus mares,
sus llanuras deliciosas,
sus ciudades populosas,
será quizás el menor!  40
   ¿Qué es, pues, el hombre, Dios mío,
átomo que arrolla el viento,
pobre flor que en un momento
deshoja la tempestad?
Es la débil criatura  45
que de su nada se olvida
y un semi-Dios se apellida
en su loca vanidad.
   ¿De un solo mortal qué importa
la adversa o próspera suerte,  50
si es su porvenir la muerte
que amenazándole está?
¿Quién se afanará mañana
por indagar su destino?
Entre el polvo del camino,  55
¿quién sus huellas buscará?

   Mas estos astros fúlgidos sin cuento,
—187→
que en su inmutable marcha van girando
y esmaltan el hermoso firmamento,
sus luces perderán;  60
y las fuertes encinas seculares
y los montes que al cielo desafían
y los ríos, los lagos y los mares,
también fenecerán.
   No quedará vestigio ni fragmento  65
de la grandiosa máquina del mundo,
que del caos saliera en un momento
y al caos tornará;
el Señor la dotó de tal riqueza
para mostrar su inmenso poderío,  70
e igual a su beldad y su grandeza
la destrucción será.
   Cuando este pensamiento que germina
del mortal en la mente luminosa,
esta noble ambición que le domina  75
e infunde nuevo ser,
me dice que el espíritu increado
de su luz inmortal le dio un destello,
y que no nace el hombre condenado
por siempre a perecer.  80
   ¡El alma!... el alma que radiante y pura,
emanación sublime del Eterno,
nos llama sin cesar hacia la altura
con invencible ardor;
sobre montes de ruinas horrorosas  85
siempre impasible se alzará serena
y al través de las nubes tenebrosas
se elevará al Señor.
   ¡Oh!, benditas mil veces, noches bellas,
—188→
las que inspiráis cantares a mi lira,  90
y bendito el fulgor de las estrellas
que encanta el corazón;
prefiero vuestras sombras misteriosas
a los rayos del sol más esplendente,
y bebo en vuestras auras misteriosas  95
la santa inspiración.




ArribaAbajoXXVII. La misión del maestro



ArribaAbajo   Un hombre vi de corazón valiente,
de virtud, de talento esclarecido...
Acaso puso Dios sobre su frente
el signo salvador del elegido.
   El hombre virtuoso trabajaba  5
día y noche en la viña del Señor,
y a la infancia inocente consagraba
su sólida instrucción, su inmenso amor.
   El ángel malo su mirada impura
fijaba siempre en él cuando sufría,  10
el mundo despreciaba su amargura
y el ángel tentador se sonreía.
   En su rencor murmuraba
siempre del justo al oído:
«Hombre infeliz y sufrido,  15
¿por qué te afanas, por qué?
La sociedad egoísta
a consolarte no viene,
¿quién tu constancia sostiene?»
—189→
Y él contestaba: «La fe».  20
   «A este tu pobre retiro
ni el aura de los jardines,
ni de suntuosos festines
el vago rumor alcanza.
El mundo tiene placeres  25
que conocer no deseas,
¿en estas tristes ideas,
quién te anima?» -«La esperanza».
   «¡La esperanza!, vanamente
su nombre plácido invocas,  30
esas esperanzas locas
me causan risa en verdad.
Si la niñez que hoy educas
mañana ingrata te olvida,
¿qué será lo que a la vida  35
te ligue?» -«La caridad».
   «En vano intentas, en vano
acibarar mi existencia,
mientras tenga la conciencia
de mi propia dignidad;  40
entre sus pliegues el viento
lleva tu palabra impura,
y en torno a mi sien murmura:
Fe, esperanza y caridad».
................................................  45
................................................
   Transcurrieron después algunos meses,
el hombre generoso no existía,
y cercada de fúnebres cipreses
una tumba modesta se veía.  50
   Cuando aquella morada solitaria
—190→
invadían las sombras misteriosas,
se oía murmurar una plegaria
por voces infantiles y armoniosas.
   Y de flores fragantes alfombrada  55
la tumba estaba al despuntar el día,
y una lágrima dulce, inmaculada
tal vez entre las hojas relucía.
   Era el tributo fiel de la inocencia,
impulsada de noble gratitud,  60
al insigne varón que su existencia
consagrara al deber y a la virtud.
   Al mirarle de gloria coronado
los ángeles del cielo sonreían,
y al recibir al tentador burlado,  65
los hijos de Belial se estremecían.




ArribaAbajoXXVIII. Cuento infantil



ArribaAbajo   Clara es una niña hermosa
que se educa en un colegio;
tiene los ojos azules,
blanca tez, blondos cabellos;
es simpática y graciosa  5
y no le falta talento,
mas como nadie en el mundo
exento está de defectos,
se deja llevar a veces
de su carácter violento.  10
   Una tarde que se hallaban
—191→
en el salón de recreo,
riñó con su amiga Julia
por un motivo ligero;
vinieron después los lloros  15
y con ellos los denuestos,
y todas sus compañeras
a las voces acudieron,
e informadas de que Clara
motora fue del suceso,  20
de parte de su enemiga
se pusieron al momento.
   De los ojos de la niña
llanto brotó de despecho;
pero cruzó por su mente  25
un pensamiento funesto,
y a meditar su venganza
retirose a su aposento.
No respira libremente
en recinto tan estrecho,  30
que la cólera y enojo
oprimen su pecho tierno,
bajó al huerto, allí sentose
so las ramas de un almendro
que crece en la verde orilla  35
de un cristalino arroyuelo.
La amenidad de aquel sitio,
la soledad y el silencio
van mitigando su pena,
y por fin se rinde al sueño.  40

   Una idea su espíritu absorbía
y durmiendo también la dominaba,
—192→
y soñó que un anónimo escribía
en que a su amiga Julia delataba.
   Con bien negros colores describía  45
el cuadro de sus faltas más ligeras,
y allí cien travesuras refería,
falsas algunas y otras verdaderas,
y a la noche siguiente bien despierta
pensaba, levantándose a deshora,  50
echarlo por debajo de la puerta
del cuarto de la amable Directora.
   Y soñó que un mancebo más hermoso
que el sol cuando aparece en el Oriente,
se llegó a contemplarla cariñoso  55
con su rostro de luz resplandeciente.
Exhalaba un perfume cual las flores,
mejor que el del jazmín y el de la rosa,
y tenía unas alas de colores
cual las de una dorada mariposa.  60
   Su precioso vestido deslumbraba,
bordado de esmeraldas y rubíes,
y su frente modesta coronaba
guirnalda de violetas y alelíes.
   No se cansa la niña de admirarlo,  65
conoce que es un ángel bendecido,
y absorta más y más en contemplarlo
suelta el fatal papel ya concluido.
   De la boca del ángel deliciosa,
cual suspiro suavísimo salió  70
una aura juguetona y bulliciosa
que el escrito de Clara se llevó.
   Trató de recobrarlo, vanamente;
el viento hasta el arroyo le arrastraba
—193→
y el agua con su rápida corriente  75
un culpable placer le arrebataba...
................................................
Despertó y hallose sola:
Reinaba en torno el silencio,
sólo el aura de la tarde  80
jugaba con sus cabellos:
Una inspiración sublime
la iluminó en el momento,
y cayendo de rodillas,
alzando la vista al cielo,  85
con estas sencillas frases
pidió perdón al Eterno:
«Jamás, jamás, ¡oh, Dios mío!,
»guardaré resentimiento,
»renuncio ya para siempre  90
»de mi venganza al proyecto
»y a todas mis enemigas
»perdón y amor les ofrezco».
   Al levantarse en su rostro
sintió un roce puro y fresco,  95
impregnado de perfumes,
lleno de dulce embeleso...
Es el ángel de su guarda,
el mismo que ha visto en sueños,
que en su frente de alabastro  100
imprime un ósculo tierno.



  —194→  

ArribaXXIX. Las niñas



Arriba   Oh flores, que un día
doquier brillaréis,
preciosos capullos
nacidos ayer,
que en medio del fango  5
del mundo crüel
su ornato más bello
vinisteis a ser.
   Vosotras que todo
lo veis al través  10
del diáfano velo
de cándida fe;
¿queréis, adquiriendo
virtud y saber,
lograr contra el vicio  15
luciente broquel?,
¿honrosas coronas
queréis obtener?
Venid a la escuela,
venid y aprended.  20
   Concurrid a las escuelas
de ilustradas profesoras
que dedican largas horas
a labrar vuestra ventura;
mirad que van sus desvelos  25
—195→
a vuestro bien dirigidos,
no cerréis, pues, los oídos
a la voz de su ternura.
   Las prematuras arrugas
que en sus frentes han surcado  30
son, niñas, el resultado
de sus desvelos y afán.
Y ese afán, esos desvelos
y su amorosa porfía
para vosotras un día  35
bienes mil reportarán.
   No extraño que sus lecciones
hoy escuchéis distraídas,
que no comprendéis, queridas,
lo que vale la instrucción;  40
mas mañana los aplausos
de los hombres virtuosos
serán los frutos dichosos
de esmerada educación.
   Mañana, tiernas esposas,  45
madres felices y amadas,
de los buenos respetadas
en el mundo viviréis;
y entonces al contemplaros
ilustradas, virtuosas,  50
la que os hizo tan dichosas
por siempre bendeciréis.
   Cuando mis tiernas alumnas
se encuentren en tal estado
ya tal vez me habrá llamado  55
a su presencia el Señor;
y alguna, reconocida,
—196→
en mi tumba solitaria
quizá eleve una plegaria
o deposite una flor.  60
   Ante el trono del Eterno,
acaso yo venturosa,
de dulce paz gozaré...
Que sabe Dios que en la tierra
no recogí verdes palmas  65
y en el bien de vuestras almas
he trabajado con fe.