El trueque de Saulo en Pablo: los clásicos en el Padre Coloma
Dr. D. Francisco Antonio García Romero
Profesor del ISCR Asidonense y del I. Teológico San Juan de Ávila
En la obra del padre jesuita jerezano Luis Coloma Roldan puede encontrar el lector una buena cantidad de citas y alusiones relacionadas con el mundo grecolatino y con la antigüedad en general. En las líneas siguientes me detendré en ellas, si no de una forma exhaustiva, sí al menos de una manera suficiente para demostrar la presencia e importancia de la cultura clásica en sus páginas, y más concretamente en los cuatro libros y epílogo de su famosa novela Pequeñeces1.
En los Recuerdos de Fernán Caballero, preciosa fuente de datos para conocer a nuestro autor, leemos esto acerca de la hija de Böhl de Faber:
«Hablaba correctamente Cecilia, cuando volvió a España, cuatro idiomas [...] y érale familiar el latín, cuyos clásicos habíale enseñado a manejar su padre [...]». |
(cap. IX)2 |
Esto contrasta con la confesión que él mismo hace poco más abajo:
«Eran a la sazón tan menguados mis conocimientos latinos, que aun ni siquiera recordaba las nociones que la segunda enseñanza exige»3 |
Y como ejemplo
pone aquella malísima traducción de Ex abundantia cordis os
loquitur (Mt. 12, 34: «Lo que rebosa del corazón lo habla la
boca»
):
«La abundancia del corazón quebranta los huesos». |
Se diría, por tanto, que Coloma, al referirnos algunas anécdotas sobre don Juan de Austria en Jeromín (I 6), está reflejando sus propias inquietudes juveniles:
«[...] Pero el latín con sus ibus y sus orum; y el griego con sus horribles patas de mosca, ofrecíanse al muchacho como una empinada cuesta, que [...] trepaba de mala gana y jadeando»4 |
No obstante, desde
sus primeros frutos literarios, se detecta una inclinación
hacia las culturas griega y latina del que llegaría a ser
Académico de la Lengua en 1908. Ya en el cap. VIII de Solaces de un
estudiante (1871), se alude al original nacimiento de Minerva,
que brota del cráneo de Júpiter con la ayuda de
Vulcano, y aparecen expresiones latinas usuales, a veces retocadas
graciosamente. Entre otras, en el cap. I, el conocido epitafio, muy
común en las inscripciones latinas, Sit tibi terra levis (con las
iniciales STTL)5;
y en el cap. X: «¿Quién había de decir que
con una facha tan jilimicupisti había de hacer el
non
plum de las gitanas?
». Por su parte, en
Juan Miseria (cap.
III) se incluye una cómica versión de Chantas, Spes, Fides, «estas caritas sin pies son feas»
; y
poco antes se dice: «Una mañana
lavaba su madre en el corral y Lopijillo señalando la pila
dejó escapar esta profunda sentencia, que hizo estremecer en
sus tumbas a Horacio y a Virgilio: - Pila, pilorum; donde se lava la ropa,
roporum [...]»
6.
Pero la abundancia de citas en latín, sobre todo de carácter religioso, y de pinceladas clásicas de historia, literatura o mitología en Pequeñeces, denotan un mayor influjo de esos estudios, sin duda propiciados por el ingreso de Coloma en la Compañía de Jesús en 1874, dos años después de aquel todavía oscuro suceso del balazo en el pecho.
Y si se me
permite, es esta suerte de «conversión
clásica» la que me mueve a aprovechar en el
título de mi modesta colaboración una frase de
Pequeñeces: «[...]
creyendo tener ante los ojos la conversión de san
Agustín
(Confesiones VIII 12) o el trueque de Saulo en Pablo
(Hch 22, 6 ss.)», aunque sólo sea por sumarme
así a la conmemoración del «Apóstol de
los gentiles» (ego sum gentium apostolus, Rom. 11, 13) en este jubilar Año
Paulino.
Continuando ya con la cuestión, alegaré que también el profuso conocimiento de los autores grecolatinos demostrado por un novelista como Pérez de Ayala (al igual que, en su tiempo, por Calderón de la Barca), se explica por su educación con los jesuitas7. De hecho, el mantenimiento de las humanidades clásicas era lo único positivo que don Ramón veía en las ideas jesuíticas. Hay, además, otras coincidencias entre ambos escritores: así, las anticipaciones de A.M.D.G8 que se descubren en Pequeñeces9, o el escándalo provocado por la aparición, en su momento, de las dos obras. Recuérdese que del disgusto ocasionado en la Orden por la novela de Coloma se hace eco el propio Pérez de Ayala en A.M.D.G. (173).
Centrémonos
ahora en Pequeñeces. Desde el punto de vista que
aquí estoy adoptando, es difícil aceptar ese
«populismo» que Pardo Bazán y después
otros descubrían en sus líneas. Es
«populista» el ataque a la aristocracia que se
desprende de su lectura o el aprovechamiento de los recursos
efectistas del folletín «para
atraer el interés de los lectores menos
cultos»
10;
pero, desde luego, la riqueza de alusiones de todo tipo o de
sutiles reflexiones corrobora el alto nivel cultural de esta obra.
Y no creo que las referencias a la antigüedad se deban a un
mero barniz superficial de conocimientos. Hay ocasiones en las que
puede pensarse que Coloma ha manejado antologías de
máximas, sentencias o proverbios, como en I 9, 151:
«[...] haciendo fango en el mismo cieno, según la enérgica expresión de un historiador antiguo»; |
o en II 3, 197:
«La oportunidad es en todas las cosas precursora del éxito» |
(el kairós griego11). |
Y hay otras en las
que la atribución de un dicho a un autor clásico no
es del todo correcta, como cuando se asignan a Simónides las
palabras Omnes divitiae sunt mecum («Todas mis
riquezas las llevo conmigo»
), aunque la antigüedad
solía ponerlas en boca de Bias de Priene o Estilbón
de Mégara (cfr. Cicerón,
Parad, estoic. I 8 [omnia mecum porto mea]
;
Séneca, Epist. a
Lucilio IX 18 [omnia mea mecum sunt]
).
Pero la impresión general es que Coloma está embebido de la antigüedad, clásica principalmente, si bien salen a relucir el repetido buey Apis, alias de Juan Antonio Martínez, el ministro de la gobernación de la novela (1 5, 116; etc.); Busilis, el mítico rey de Egipto (IV 8, 476); o Nabucodonosor (IV 8, 484).
Que esa profunda
instrucción en los clásicos es una realidad en
Coloma, me lo manifiestan muchos indicios12.
Por Pequeñeces (111 2, 284) vemos desfilar hacia el
Olimpo a Trigeo («Tigeo» en el texto), aquel
extravagante jinete de un escarabajo en la comedia de
Aristófanes, La Paz 64 ss. Más abajo se nos describe la entrada
de la condesa de Albornoz «con aquel paso
de que habla Virgilio, que revela una reina o una diosa»
(III 5, 323), y entiendo que Coloma está
remembrando13
los andares de la diosa Venus, según Virgilio en su
Eneida 1405:
et vera incessu patuit dea («y al andar se reveló como una auténtica diosa»); |
o incluso los de la reina Dido, semejante a Diana Eneida I 496 s. y 501). Y justo antes de ese cuadro, para mí inolvidable por lo caricaturesco, de la primera asociación de señoras y de la designación de sus cargos (III 6, 335 ss.), se nos trae a la memoria de un golpe la retirada de la plebe romana al Aventino en el 494 a. C. y la Anabasis de Jenofonte. O se encaja adecuadamente (II 4, 214) la cita literal de Horacio, Epístolas 15, 19:
Fecundi calices quem non fecere disertum? («¿A quién no le soltaron la lengua las copas rebosantes?»)14. |
Y aún se podrían añadir múltiple s notas históricas, literarias o mitológicas. Por último, antes de incluir en un apéndice final un índice de personajes y temas clásicos de Pequeñeces, me fijaré en una serie de puntos muy sugerentes.
Esa concepción, palpable en la novela, de los niños como víctimas de una expiación hereditaria, que tanto disgustaba a Menéndez Pelayo15, es precisamente una de las claves para la comprensión de la cultura que algunos llaman «de la culpabilidad», de los griegos arcaicos16.
Por otro lado,
para la cómica nalga de corcho del tío Frasquito (II
2, 187; etc.), Coloma ha
debido de tener como modelo el mítico muslo de oro de
Pitágoras (cfr.
Aristóteles, Fragm.
191 Rose; Diógenes Laercio, Vid.
filós. VIII
11; o Jámblico, Vid. Pitág. XXVIII 140). Y cuando
Currita exclama: «¡Qué
animal más hermoso es el hombre!»
(I 4, 106), el
autor quizá está pensando en el conocidísimo
coro de la Antígona 332 ss., de Sófocles; o en el castigo
infernal de las Danaides al comparar a Villamelón con un
«tonel sin fondo en cuanto a la cantidad
de lo que bebía y engullía»
(I 3, 86).
¿Y cómo no ver al auriga y los caballos, trasunto de
la razón y los apetitos, de Platón, Fedro
246a s., en la etopeya del audaz e
irresoluto Jacobo (II 3, 205)?
Acabaré subrayando la conexión entre Coloma y los clásicos en dos procedimientos compositivos. Así, en los motivos de la oración (I 1, 62 ss.) y de la sangre (III 3, 306 s.), que reaparecen más tarde (IV 9, 496 s., y IV 6, 459 s., respectivamente), observo una especie de «composición anular», característica del estilo arcaico, como el episodio de Calipso que da comienzo y fin al relato de Ulises entre los feacios Odisea VII 240 y XII 448). Y ese recalcar constante del término «Pequeñeces», que sirve de título a la novela (I 11, 173; II 8, 256; IV 8, 482; Epílogo, 502) no me parece sino una «idea recurrente», como lo es la «red mortal» que envolvió a Agamenón, el rey de Micenas y Argos, en la Orestía de Esquilo (Agam. 358, 868, 1048, 1115 s., 1375 s., 1382 s.; Coéf. 492, 998 ss.; Eumén. 111 ss., 147, 460 s.).
Valga, pues, lo escrito como humilde aportación para revalorizar hoy la obra de este autor jerezano.
-
Personajes históricos o míticos, lugares y temas del mundo antiguo en Pequeñeces (entre paréntesis la página de la edición citada):
- Agustín de Hipona: IV 9 (487).
- Alejandro: II 5 (219), III 2 (281), III 7 (338).
- Anteo: III 2 (281).
- Apeles: III 3 (293).
- Aquiles: II 4 (215).
- Arístides: I 8 (136), II 3(198).
- Aristófanes: III 2 (284).
- Aristóteles: IV 4 (417).
- Atila: III 5 (323).
- Atleta: IV 5 (428).
- Augusto: IV 4 (417).
- Automedonte: I 3 (95).
- Aventino: III 6 (335).
- Bacante: IV 1 (373).
- Breno: IV 5 (438).
- Buey Apis (=Juan Antonio Martínez): I 5 (116, 118), etc.
- Busiris: IV 8 (476).
- Calipso (=Currita Albornoz): III 1 (273), III 7 (353), etc.
- Casandra: IV 4 (414).
- Catalina: IV 3 (403).
- César: III 7 (338).
- Cicerón: III 6 (337), IV 9 (486).
- Cincinato: II3 (198).
- Ciro: III 7 (338).
- Constantinopla: IV 3 (403).
- «Cuestiones bizantinas»: I 10 (155), I 11 (173).
- Demóstenes: IV 9 (486).
- Diana: I 11 (164)
- Diógenes (=Pedro de Vivar): I 9 (147), IV 1 (381), etc.
- Eacos: I 10 (154).
- Egeria: I 3 (91), III 2 (286), III 5 (325).
- Eneas: II 4 (215).
- Epaminondas: I 8 (136).
- Escipión: III 2 (281).
- Esopo: III 3 (296).
- Estigia: I 3 (86).
- Febo: III 1 (267).
- Fidias: I 3 (96).
- Filipo: IV 4 (417).
- Galo: I 10 (158).
- Grecia: IV 4 (414); IV 9 (486) (cfr. II 1 [180]).
- Hércules: II 3 (197), IV 4 (415), IV 5 (440).
- Héroes: I 3 (86).
- Himeneo: I 7 (127).
- Homero: II 4 (215).
- Horacio: II 4 (214), IV 9 (486).
- Itálica: III 8 (361).
- Jenofonte: III 6 (335).
- Juegos Hípicos: I 3 (97).
- Juno: III 6 (331).
- Léucades (roca de): III4 (308).
- Marco Tulio: cfr. Cicerón.
- Mario: IV 4 (423).
- Mecenas: III 3 (293).
- Medea: IV 6 (450).
- Mentor (=Butrón): III 1 (273), III 7 (353), etc.
- Mesopotamia: IV 5 (429).
- Midas: III 1 (270).
- Minos: I 10(154).
- Mitología: II 2 (188), IV 4 (418).
- Nabucodonosor: IV 8 (484).
- Narciso: II 2 (188).
- Nerón: IV 8 (476).
- Ninfa: I 3 (91), III 2 (286), III 5 (325), III 6 (331, ninfilla), IV 3 (406), IV 6 (450).
- Numa Pompilio: III 5 (325).
- Ogigia: IV 3 (406).
- Olimpo: III 2 (284), III 6 (331), IV 4 (415).
- Ovidio: III 6 (329).
- Pablo (de Tarso): IV 9 (487).
- Partenón: I 3 (96).
- Peinado a la griega: IV 6 (448).
- Phaon (Faón): III 4 (308).
- Pilato: II 6 (238).
- Píramo: III 6 (329, 338).
- Pirro: III 2 (281).
- Radamantes: I 10 (154).
- Rama de olivo: IV 4 (414).
- Roma: I 10 (158), IV 3 (403), IV 9 (486).
- Safo: III 4 (308).
- Saulo: cfr. Pablo (de Tarso).
- Scitas: III 7 (338).
- Séneca: IV 6 (450).
- Sibilítica (palabra): III 8 (370).
- Simónides: II 1 (181).
- Telémaco (=Jacobo Téllez-Ponce): III 1 (273), III 7 (353), etc.
- Tiber: IV 9 (486).
- Tiberio: IV 8 (476).
- Tigeo (=Trigeo de La paz de Aristófanes): III 2 (284).
- Tisbe: III 6 (329, 338).
- Troya: IV 4 (414), IV 9 (486).
- Ulises: III 2 (281).
- Verbo griego: IV 4 (421).
- Virgilio: II 4 (215), III 5 (323), IV 4 (417), IV 9 (486).
-
Expresiones latinas clásicas, bíblicas o de otro tipo (en latín o traducidas):
- I 4 (104), I 5 (118), II 1 (181), II 2 (192), II 3 (199), II 4 (207, 213, 214), II 6 (230), III 3 (304), IV 1 (381), IV 4 (417, 421, 426), IV 5 (430, 434), IV 6 (447, 448, 451), IV 7 (466, 467), IV 8 (481,483), IV 9 (486), Epílogo (501).