Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
ArribaAbajo

El viaje entretenido

Agustín de Rojas Villandrando



     [Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Madrid, Emprenta [sic] Real, 1603 y cotejada con la edición crítica de Jean Piérre Ressot (Madrid, Castalia, 1972), cuya consulta recomendamos para una correcta valoración crítica de la obra. El texto entre corchetes pertenece a esta última edición.]



ArribaAbajo

Tasa

     Yo Pedro Zapata del Mármol, escribano de Cámara de Su Majestad, de los que en el su Consejo residen, doy fe que, habiéndose presentado ante los señores del Consejo un libro intitulado El viaje entretenido, que con su licencia fue impreso, compuesto por Agustín de Rojas, vecino de la villa de Madrid, los dichos señores tasaron cada pliego del dicho libro a tres maravedís; el cual libro tiene cincuenta y un pliegos, que al dicho precio monta cuatro reales y medio, y al dicho precio y no a más mandaron se venda cada uno de los dichos libros en papel, y que esta tasa se ponga al principio de cada uno de ellos. Y para que de ello conste de pedimiento de la parte del dicho Agustín de Rojas y mandado de los dichos señores del Consejo, dí la presente, que es fecha en la ciudad de Valladolid, a veinte y dos días del mes de octubre de mil y seiscientos y tres años.

PEDRO ZAPATA DEL MÁRMOL



ArribaAbajo

Aprobación

     Por mandado de vuestra Alteza, he visto este libro intitulado El viaje entretenido, compuesto por Agustín de Rojas, natural de la villa de Madrid, y así por no tener cosa que ofenda, como por ser de buen lenguaje y tocar el autor diversas materias de curiosidad, ingenio y entretenimiento conforme al título del libro, se le puede dar la licencia y privilegio que suplica. En Valladolid, a quince de mayo de mil y seiscientos y tres.

El Secretario,

TOMÁS GRACIÁN DANTISCO

ArribaAbajo

El Rey

     Por cuanto por parte de vos, Agustín de Rojas, vecino de la villa de Madrid, nos fue fecha relación que vos habíades compuesto un libro intitulado El Viaje entretenido, el cual era muy curioso, y se podían sacar de él muchos avisos y doctrina, en que la república sería muy aprovechada, y habíades puesto en él mucho trabajo; atento a lo cual, nos pedistes y suplicastes os mandásemos dar licencia y facultad para lo poder hacer imprimir, y privilegio por diez años, o como la nuestra merced fuese; lo cual, visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron las diligencias que la premática por nos últimamente fecha sobre la impresión de los libros dispone: fue acordado que debíamos de mandar dar esta nuestra Cédula para vos en la dicha razón, e nos tuvímoslo por bien. Por la cual os damos licencia y facultad para que, por tiempo de diez años primeros siguientes que corren y se cuentan desde el día de la data de esta nuestra Cédula en adelante, vos o la persona que vuestro poder hubiere, podáis imprimir y vender el dicho libro que de suso se hace mención, por su original que en el nuestro Consejo se vio, que va rubricado y firmado al fin de Pedro Zapata del Mármol, nuestro escribano de Cámara de los que en el nuestro Consejo residen, con que antes que se venda le traigáis ante ellos con su original, para que se vea sí la dicha impresión está conforme a él, o traigáis fe en pública forma, en como por Corrector nombrado por nuestro mandado, se vio y corrigió la dicha impresión con su original. Y mandamos al impresor que ansí imprimiere el dicho libro, no imprima el principio y primer pliego, ni entregue más de sólo un libro, con su original, al Autor o persona a cuya costa lo imprimiere, y no a otra persona alguna, para efecto de la corrección y tasa, hasta que antes y primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo, y no de otra manera podáis imprimir el dicho principio y primer pliego, y seguidamente pongan esta nuestra Cédula y la aprobación que del dicho libro se hizo por nuestro mandado, tasa y erratas, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en las leyes y premáticas de estos nuestros Reinos que sobre ello disponen; y mandamos que durante el tiempo de los dichos diez años, persona alguna sin vuestra licencia no pueda imprimir el dicho libro, ni venderlo, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido todos y cualesquier libros, moldes y aparejos que del dicho libro tuviere, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís; la cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra Cámara, y la otra tercia parte para el Juez que lo sentenciare, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, Presidente y Oidores de las nuestras Audiencias, Alcaldes, Alguaciles de la nuestra Casa y Corte, y Chancillerías, y a todos los Corregidores, Asistentes, Gobernadores, Alcaldes mayores y ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros Reinos y Señoríos, así los que agora son, como los que serán de aquí adelante, que os guarden esta nuestra Cédula y lo en ella contenido, y contra su tenor y forma no vayan ni pasen, ni consientan ir ni pasar en manera alguna, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Fecha en San Juan de Ortega, a diez y seis días del mes de Junio, de mil y seiscientos y tres años. Yo el Rey. Por mandado del Rey nuestro Señor. Juan de Amezqueta.



ArribaAbajo

Privilegio

     Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla; de Aragón, de León, de las Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de Gibraltar, de las islas de Canaria, de las Indias Orientales y Occidentales, islas y tierra firme del mar Océano, Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante, de Milán, de Atenas y Neopatria, Conde de Apsburgh, de Flandes, de Tirol, de Barcelona, de Rosellón y Cerdeña, Marqués de Oristan y Conde de Goceano. Por cuanto por parte de vos, Agustín de Rojas, natural de la nuestra villa de Madrid, me ha sido hecha relación que con vuestra industria y trabajo habéis compuesto un libro intitulado El Viaje entretenido, el cual deseáis imprimir en los nuestros Reinos de la Corona de Aragón, suplicándonos fuésemos servido de haceros merced de licencia para ello: y nos, teniendo consideración a lo sobredicho, y que ha sido el libro reconocido por persona experta y por ella aprobado, para que os resulte de ello alguna utilidad, lo hemos tenido por bien. Por ende, con tenor de las presentes de nuestra cierta ciencia y real autoridad, deliberadamente y consulta, damos licencia, permiso y facultad, a vos el dicho Agustín de Rojas, que por tiempo de diez años, contaderos desde el día de la data de las presentes en adelante, vos o la persona o personas que vuestro poder tuvieren, y no otro alguno, podáis y puedan hacer imprimir y vender el dicho libro intitulado El Viaje entretenido, en los dichos nuestros Reinos de la Corona de Aragón, prohibiendo y vedando expresamente que ningunas otras personas lo puedan hacer por todo el dicho tiempo, sin vuestra licencia, permiso y voluntad, ni le puedan entrar en los dichos Reinos para vender de otros adonde se hubieren imprimido. Y si después de publicadas las presentes, hubiere alguno o algunos que durante el dicho tiempo intentaren de imprimir o vender el dicho libro, ni meterlos impresos para vender como dicho es, incurran en pena de quinientos florines de oro de Aragón, dividideros en tres partes, a saber: es una para nuestros cofres Reales, otra para vos el dicho Agustín de Rojas, y otra para el acusador; y demás de la dicha pena, si fuere impresor, pierda los moldes y libros que así hubiere imprimido, mandando con el mismo tenor de las presentes a cualesquier Lugares Tenientes, y Capitanes generales, Regentes la Cancelería, Regentes el oficio, Portantes veces de General, Gobernador, Alguaciles, Porteros, Vergueros y otros cualesquier oficiales y ministros nuestros mayores y menores, en los dichos nuestros Reinos y Señoríos, constituídos y constituideros, y a sus lugares tenientes y regentes los dichos oficios, so incurrimiento de nuestra ira é indignación, y pena de mil florines de oro de Aragón, de bienes del que lo contrario hiciere, exigideros y a nuestros Reales cofres aplicaderos, que la presente nuestra licencia y prohibición, y todo lo en ella contenido, os tengan y guarden, tener, guardar y cumplir hagan sin contradicción alguna, y no permitan ni den lugar a que sea hecho lo contrario en manera alguna, si demás de nuestra ira e indignación en la pena sobredicha desean no incurrir. En testimonio de lo cual mandamos despachar las presentes con nuestro sello Real común en el dorso selladas. Datas en la nuestra Ciudad de Valladolid, a veinte y cuatro días del mes de Setiembre, año del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, de mil y seiscientos y tres. YO EL REY. Dominus Rex mandavit mílti, Hieronymo Gasol; vise per Covarrubias, Vicecancellarium, Comiti generalem thesaurarium; Guardiola, clavero; Sabbater et Nuñez, Regentes Cancelarium, et Franquessa, Consiliarium generalem. In diversorum, IIII, fol. CCXII.



Del doctor Agustín de Tejada Páez

                                  Camina el avariento, y el salado
piélago surca, al Norte de la mina,
cuya codicia el pecho suyo inclina
que rompa el mar, del Austro alborotado.
    Y el mercader camina fatigado
(porque sigue el cansancio al que camina),
y el peregrino el mundo peregrina,
cumpliendo el voto a quien está obligado.
    Mas no sintieran del trabajo ultraje,
mercader, peregrino, ni avariento,
con Viaje tan bien entretenido:
    que Rojas facilita ya el viaje,
con dulce prosa y numeroso acento,
muerte del tiempo, espada del olvido.


De Alonso de Contreras, alguacil de la casa y corte del rey nuestro señor

                            Si tanto estimó Trajano
la elocuencia de Adión,
y a Virgilio, Octaviano,
y a Enio, el gran Cipión,
y a Ausonio Galo, Graciano;
    Si aquella estatua a Platón
el rey Mitrídates hizo
por la mano de Asilón,
y de aqueste varón quiso
dejar eterna opinión,
    a quien también la merece,
y este Viaje enriquece
con tanto decir gallardo,
hoy para Rojas la aguardo,
que de oro España la ofrece.


De don Juan de Piña

                              Sois, Viaje entretenido,
cifra del siglo dorado,
do el arte, ingenio y cuidado
muestran bien lo que han podido.
Mercurio, Apolo y Cupido
os den por tan rica historia
lauro de eterna memoria,
con esmeraldas por hojas,
pues la fama en vuestro Rojas,
tiene Homero y nueva gloria.


De Juana Vázquez

                                  Tan bien del Viaje usas
que si éste leyendo estoy,
entiendo que al monte voy,
do están coronadas musas.
    Madrid, advierte dos cosas,
que cualquiera te enriquece:
Vega, que vega te ofrece,
y Rojas, jardín de rosas.


Del doctor Francisco de Corcuera, a Agustín de Rojas

                                  Revuelvo y miro al círculo en que afirma
el antártico curso nuestro polo,
paso adelante, y veo la luz de Apolo,
con su Diana que en tu amor confirma.
    Miro más alto y veo que se refirma
con nueve cielos este Mauseolo;
vi vuestra estrella al fin, y sois vos solo
quien rige, manda, predomina y firma.
    De vos recibe el sol sus rayos bellos
con que nos rige, y a su esfera casta
dais luz, que no alumbrara si no os viera.
    Vuestro Viaje ha sido la luz de ellos,
y al fin sois Rojas, que esto sólo os basta
para estar con Faetón allá en su esfera.


De don Juan Luis de Velasco, caballero del hábito de Santiago

                                  Cansancio es vano el de mi débil pluma
en querer remontarse tan de vuelo,
pues mientras se levanta más del suelo,
es todo cuanto dice leve espuma.
    Porque la más gallarda que presuma
comunicar su estilo con el cielo,
en tratando de vos, ha de hacer pelo,
antes que reducirlo a breve suma.
    Pensar, divino Rojas, alabaros,
bien se ve claro que mi lengua yerra,
que engrandeceros ella, es humillaros.
    Y así mirando lo que en vos se encierra,
espántase, y concluye con llamaros
prodigioso milagro de la tierra.


De doña Juana de Figueroa

                                  No os culparán vagamundo
puesto que en romero dais,
pues dando una vuelta al mundo,
como reliquias mostráis
vuestro ingenio sin segundo;
    y como al amado nido,
buen romero habéis venido,
enseñáis reliquias tales,
por honras y por señales,
del Viaje entretenido.
    Que como el diestro romero,
por su crédito ejercita
tomar medallas de acero
en los templos que visita
para bordar el sombrero:
    vos, Rojas, que el templo amado
de Apolo habéis visitado,
las medallas que sacáis,
por escrito las mostráis,
que es el crédito doblado.


De Alonso de Salas Barbadillo

                                  Del rubio Febo el celestial viaje,
cuando ciñendo el mar cerca la tierra
hasta que el propio mar su luz encierra,
dándole en su corrientes hospedaje,
    rinda al vuestro el debido vasallaje,
pues el vuestro le humilla y le destierra,
sin que le cante el monte, valle y sierra,
alabanzas en lírico lenguaje.
    Ciña, por hijo tal, la bella frente
Manzanares del lauro victorioso,
poniendo raya al mar de sus congojas.
    Palacios le fabrique en su corriente,
pues por aqueste Rojas milagroso,
estima Febo más sus trenzas rojas.


De doña Antonia de la Paz

                                  Ninfas que en vuestro coro retumbando
están los instrumentos, en olvido
los dejad por agora, celebrando
de Rojas El Viaje entretenido.
    Veréis en él cuán bien que va imitando
al sacro Apolo y al rapaz Cupido;
y pues le pinta cual famoso Apeles,
coronadle su frente de laureles.


De Leonardo el cortesano, a Agustín de Rojas

                           Que lo que se puede ver
puede exceder al deseo,
en vuestro Viaje veo
hoy, Rojas, que puede ser;
¿qué más puede apetecer
el juicio más delicado
que un estilo tan limado,
tan divino y celestial,
que sólo el original
es igual a lo copiado?


De María de los Ángeles

                           En Viaje tan divino,
digno de cien mil loores,
pintado con vivas flores
miro el humanal camino,
caso raro y peregrino;
en él claramente veo
lo incierto, lo hermoso y feo,
y dibujado un varón,
donde al juicio y la razón
no vence el torpe deseo.


Del licenciado Francisco Sánchez de Villanueva

                                  De jazmín blanco y de purpúrea rosa,
a sembrar tu camino nos incitas,
que descubre de ricas margaritas
el valor sumo y la beldad preciosa.
    Es útil la jornada y deleitosa,
porque eres, con ventajas infinitas,
cuando a aquél y éste, en uno y otro imitas,
Píndaro en verso, y Luciano en prosa.
    De nuevo, ¡oh Manzanares cristalino!
por Rojas quedas incapaz de agravios,
y él de laureles y memorias digno,
    pues con lengua erudita y dulces labios,
haciendo dos mandados de un camino,
enseña idiotas y deleita sabios.


De don Antonio de Rojas, caballero del hábito de San Juan

                                  Tengas, Madrid, muchos días
de contento y regocijo,
que ya ha parecido el hijo
que por perdido tenías;
Manzanares, alegrías,
que ya Rojas ha venido
de las Indias, y ha traído
perlas, diamantes y oro,
y con ellos, el tesoro
del Viaje entretenido.


Del licenciado Francisco de Aranda

                                  Tanto volaste con tus alas, Rojas,
que la más roja esfera, sin dañarte,
procuraste pasar con sólo el arte
del dios Apolo, que en tu ingenio alojas.
    Las cómicas historias quedan cojas
sin ti, y cual guerras viven con su Marte,
alimentando (sólo en escucharte)
el ingenio sutil que desenojas.
    Alégrese Madrid con hijos tales,
pues a aquel que la voz parlera llama
(para vivir continuo en su memoria)
    exceden con ventajas desiguales,
ganando nombre, ser y eterna fama,
con triunfo altivo de suprema gloria.


De doña María de Guzmán

                                  El planeta mejor que conocemos
entre los astros, es el rojo Apolo;
y Rojas es, en los linajes sólo,
el más gallardo y amplo que sabemos.
    En el Bermejo o Rojo mar tenemos,
a quien con vientos hincha el dios Eolo,
el milagro que de uno al otro polo
haber Dios hecho todos entendemos.
    Apolo te da el lauro de elocuencia,
pues entre Rojas solo te ha escogido,
dándote en sus palacios hospedaje.
    Eres el Rojo mar de ingenio y ciencia,
y así por Rojas bien has merecido,
se tenga por milagro tu Viaje.


De Pedro Juan Ochoa

                                  Famoso Rojas, que dejando el puerto
que bate Manzanares caudaloso,
andáis por alta mar tan animoso,
que es nada el mar en ánimo tan cierto.
    Engolfado piloto en el desierto
del mar de Apolo, en donde habéis, gozoso,
cual otro Colón nuevo, en Indio honroso,
las Indias del Parnaso descubierto.
    Con razón de Pisuerga, el puerto claro,
porque en él zabordó el barco lucido,
os debe recibir en su regazo.
    Y pues desembarcáis, piloto caro,
mostrad de ese Viaje entretenido,
nuevas hojas del mundo de Parnaso.


De don Fernando de Ledesma

                                  Aquel que dio principio al Astrolabio,
ordene que su máquina excelente,
pues con su anhelo va de gente en gente,
publique tu saber de labio en labio.
    Diga de tu viaje el modo sabio,
pues ya esa roja y laureada frente
corona y ciñe el Délfico luciente,
sin recibir Virgilio en cosa agravio.
    Y en tanto que tu altiva y dulce tuba
en torno del Parnaso se baldona,
viendo que se renueva tanta fama,
    pues es razón que el rojo a Rojas suba,
baje aquél radiante de su zona,
y lleve vuestra fénix en su llama.


De Felipe de Sierra al celebrado Rojas

                                  Hoy las divinas musas se juntaron
en su insigne y famoso anfiteatro,
voló la fama desde el Tile al Bactro
y en la academia el Seita y Persa entraron.
    El Albanés llegó; no comenzaron,
porque del mundo y de sus partes cuatro,
vinieron mil naciones al teatro,
y de ver tal grandeza se espantaron.
    Entró a la posta un español vistoso,
de buen cuerpo, galán, bizarro en suma,
que Manzanares es su patrio nido.
    Las Musas le coronan y él, gozoso,
tomó el laurel, y con su heroica pluma
las escribió El Viaje entretenido.


De Luis Vélez de Santander

                                  Entre los dulces cisnes de tu orilla,
Manzanares famoso, hoy se levanta
otro nuevo hasta el Sol, con lo que canta,
para vivir por nueva maravilla.
    Tus ninfas por los prados de Castilla,
le tejan lauros de la ingrata planta,
que al Sol corona la cabeza santa,
que para hacerle salva hoy se le humilla.
    El premio de un Viaje le apercibe
la fama, aventajada con el vuelo
del ingenio de Rojas peregrino.
    Con esta pluma nuevo honor recibe,
que el Sol hiciera (a no moverle el cielo),
por aqueste Viaje su camino.


Del licenciado Juan de Valdés y Meléndez

                                  Pintó en sus doctas tablas Tolomeo
el indio mar, el Alpe y Apenino,
ganando con su estudio peregrino,
eterno nombre e inmortal trofeo.
    Seguro de las aguas del Leteo,
heroicos versos escribió el Latino,
y buscando el dorado vellocino,
cumplió Jasón en Coleos su deseo.
    Mucho más que a los tres te debe el mundo,
divino Rojas, pues tu ingenio alcanza,
quedando solo, de los tres la gloria.
    Pintando a España, quedas sin segundo,
vuelve inmortal el verso tu esperanza,
y este Viaje eterna tu memoria.


De Doña Inarda de Artiaga

                                  El Fénix es estimado,
porque si vive en el mundo,
no puede tener segundo,
hasta que muere abrasado;
mas tanto te has levantado,
con lo que al inundo previenes,
que ya corona tus sienes,
y ensalza más tu loor,
porque Fénix sucesor
agora ni después tienes.


De Juan Gerónimo Serra, criado de Su Majestad

                                  El rojo Apolo, ¡oh, Rojas ingenioso!
en el Viaje excelso se apresura,
alumbrando de paso su hermosura,
hasta que el mar le hospeda generoso.
    Ocaso tiene el sol maravilloso,
y por su ausencia el mundo noche oscura,
cuya sombra apadrina la locura
del mozo que se arroja a ser vicioso.
    Mas tú, de Manzanares premio y gloria,
en el Viaje que formó tu mano,
asistiendo las nueve del Parnaso,
    de tu ingenio fijaste la memoria,
divino sol, luciente y soberano,
que siempre alumbras sin tener ocaso.


De Gerónimo de León

                                  Por prosa Cicerón muy bien merece
el lauro y la corona que le han dado,
hasta ser orador tan estimado,
pues Roma que lo sea le agradece.
    A Virgilio la fama le enriquece,
por los versos que ha escrito y enseñado:
esto César Augusto lo ha mostrado,
con el favor que a otro ensoberbece.
    El lauro que los dos han merecido
a ti se debe, pues con buen lenguaje
entretienes la vida trabajosa.
    De hoy más el caminar es buen partido,
pues muestras ser en este tu Viaje,
Virgilio en verso, Cicerón en prosa.


De Don Alonso de Trujillo, criado del Marqués del Carpio

                                  De Smirna parte Homero el celebrado,
desde el alegre Oriente al triste Ocaso,
Maron de Mantua con ligero paso,
de Sulmo Ovidio tierno enamorado.
    De Italia va el Petrarca sublimado,
de, nuestro pueblo ibero Garcilaso,
cada cual deseando en el Parnaso
ser de mano de Apolo laureado.
    Vais después de ellos, Rojas elocuente,
y tan alto voláis que habéis llegado
primero que ellos ante el sacro Apolo.
    Y así os dio lauro y coronó la frente,
dejando vuestro nombre eternizado,
del celebrado Betis a Pactolo.


ArribaAbajo

A Don Martín Valero de Franqueza

Caballero del hábito de Santiago y gentilhombre de la boca de su Majestad

     Conociendo el caudal de mi pobre ingenio, y el poco valor de esta pequeña obra, no acabo de entender lo que me ha podido animar a dirigir a vuestra merced una cosa tan humilde, siendo como es un atrevimiento tan grande. Porque si digo que la gravedad de la compostura pudo darme alas, yerro; si digo que la confianza de mi buen entendimiento, es locura. Pues ¿qué me pudo mover o me movió? La gran novedad del libro o la íntima afición de criado. Porque si yo fuera un hombre muy docto, pudiera estar seguro vuestra merced no me imputara de necio: antes amparara mis buenos deseos, cual hizo el Magno Alejandro con el poeta Homero, que sin conocerle fue tan aficionado suyo, que debajo de su almohada tenía de contino su Iliada. O como el gran Rey Demetrio con el filósofo Hermógenes, que estando el uno en Asiria y el otro en Grecia, Hermógenes presentaba muchos libros a Demetrio, y Demetrio hacía grandes mercedes a Hermógenes. Pero siendo yo tan mozo y de tan poco ingenio, la obra tan humilde y de tan poco fruto, bien conozco que no ha sido acertado; pero también confieso que aunque no tengo discreción para escribir, partes para merecer, suficiencia para dirigir, tengo humildad para suplicar: reciba vuestra merced debajo su poderosa mano la humildad de mi pobre entendimiento.

AGUSTÍN DE ROJAS



ArribaAbajo

Al vulgo

     Con mal andan los asnos cuando el arriero da gracias a Dios. Con mal va mi libro, cuando yo me acuerdo de ti, vulgacho, que como te conozco, no es razón que te pase en blanco. Dirás tú agora: «¡Válgate Dios por Caballero del milagro!» ¿Libro has compuesto de loas, prosas y versos? Pues ven acá, Rojuelas: las loas, ¿no conoces que son malas y un disparate todas? Porque ya sabes que no tienen más misterio de juntar rábanos, alcaparras, lechugas y falsas riendas, y decirlo con velocidad de lengua (que la tienes buena), y acabóse la historia; que es como juntar dos asnos y un Pedro, que hacen un asno entero. Pues prosa, tú la tienes mala, y cuando valga algo, no para hacer un libro. Pues versos, tú no tienes ciencia; ¡anda, que eres un bárbaro!»

     ¡Ay, vulgo, vulgo! Si como en esto andas acertado lo anduvieras en todo, mi libro disculpara su yerro, el sabio no me tuviera por loco, tú fueras más discreto, y yo hablara menos temeroso. Mas ¿qué diré de ti? Pero escucha mi disculpa, que luego oirás de tu justicia.

     Has de saber, amigo vulgo, que (así para mi intento, como para el discurso de mi libro) importa darte cuenta de quién soy, dónde nací, los padres que he tenido, y en los oficios que me he ocupado: que por saber que en esto como en todo andas ciego y errado, te daré en poco razón de mucho. No digo que nací en el Potro de Córdoba, ni me crié en el Zocodover de Toledo, aprendí en el Corrillo de Valladolid, ni me refiné en el Azoguejo de Segovia: mas digo que nací en la villa de Madrid, fui soldado, y alojando por Galicia, hallé un gallego que afirmaba ser yo su hijo, porque era un traslado de la malograda de su mujer y de una hija que en su poder tenía, no poco hermosa. Al fin, que quise, que no quise, me llevó a su casa. Aconsejóme mi capitán que callase y concediese. Hícelo, regalóme, diome dineros y mi hermana tres camisas (que sabe Dios si llevaba yo más de una, y a esa le faltaba manga y media), Pasé por su hijo, llamándome el mismo nombre que él me puso.

     Después de algunos años, andando en las galeras vine a Málaga, donde, buscando un escritorio para descansar, hallé un pagador que me llevó a Granada por su escribiente, donde llegué a tener vestidos y cadenas, que éste fue el primero de mis milagros, y el mayor haber compuesto este libro. Viéndome galán, dieron en decir que le parecía en todo a mi amo con grande extremo, y que sin duda era hijo suyo, y yo tenía entonces veinte y dos años, y él poco más de veinte y ocho: ¡mira como podía ser mi padre!

     Vine a la Comedia, y en Ronda, estando para representar, llegóse a mí un morisco, llena la cara de tizne (porque era carbonero), muy puerco, hecho pedazos, y empieza a abrazarme, y dando gritos dice que soy su hijo. Volví a mirarme, y halléme tiznado todo el cuello, un coleto blanco que llevaba, sucio, y unas botas blancas y nuevas, llenas de lodo. Alborótase la compañía, y yo, corrido, ni sabía qué hacer, ni acertaba qué decir, ni aun entiendo que podía negar. El autor, que se llamaba Angulo, y otros compañeros entraron de por medio: hízose la comedia, lleváronme a su casa, metíle por camino, nunca tuve remedio. En efecto, quedé por su hijo.

     Y agora ha un año, estando representando con Villegas en Sevilla, un hombre que trataba en Indias da en decir que es mi padre y que me dejó niño de cuatro años en Córdoba, donde había nacido. Habláronme sobre ello, y díjele como no era yo, y no dándome crédito, responde que negaba porque era representante: y háceme prender, y dice que él dará información que soy su hijo, y que mi nombre no era Rojas, sino Jiménez, y que para más comprobación, había de tener un lunar en el muslo izquierdo. Míranme, y hallan el lunar como él lo había dicho. De manera que me llama un oidor y, después de un largo preámbulo, me dijo que no negase ser hijo de un hombre tan honrado, que si lo hacía por ser de la profesión cómica, que muchos buenos lo eran. Y al fin, para desengañarle de esto, dije había nacido en Madrid, en el Postigo de San Martín, y era hijo de Diego de Villadiego, receptor del Rey nuestro señor, natural de Melgar de Herramental, y de Luisa de Rojas, natural de la villa de San Sebastián, en Vizcaya. Y para más claridad, yo haría información de esto. Hícela con dos contadores y otros criados del Rey, que eran de Madrid, y vista por el mercader, dijo era falsa, y que él quería quitarme de la comedia y darme dos mil ducados de mercaduría y enviarme a las Indias; al fin, no quise aceptarlo, por no ser éste mi intento.

     Y últimamente, agora en Salamanca, no ha treinta días, estando en un monasterio, se llegó un viejo a mí, y me preguntó de dónde era y cómo me llamaba; díjeselo, y respondió que le engañaba y que era su hijo. Un fraile me apartó aparte y me requirió dijese la verdad y no me afrentase de decirla. En efecto, viendo que yo negaba, el viejo se fue santiguando y yo me quedé riendo.

     Ves aquí, hermano vulgo, los padres que he tenido. Faltan agora los oficios en que me he ocupado. Sabrás, pues, que yo fui cuatro años estudiante, fui paje, fui soldado, fui pícaro, estuve cautivo, tiré la jábega, anduve al remo, fui mercader, fui caballero, fui escribiente y vine a ser representante. Dolencia larga y mujer encima, mala noche y parir hija. ¿Qué azuda de Toledo ha dado más vueltas? ¿qué Guzmán de Alfarache o Lazarillo de Tormes tuvieron más amos ni hicieron más enredos? ¿ni qué Plauto tuvo más oficios que yo en el discurso de este tiempo?

     Vesme aquí agora en la comedia, de donde te conozco por las loas que digo y lo poco que en ella represento; éstas sabes la honra que me han dado, las veces que las he dicho, los hombres de buen entendimiento que las han loado, y la mucha gente que me las ha pedido. Y aunque es verdad que los versos son malos, algunos sujetos son buenos, porque los más de ellos no son míos, y si su bondad atribuyes a mi lengua, otros las dicen: mira tú lo que parecen. Y aunque son de rábanos, como dices, quien a muchos ha de contentar, de todo se ha de valer. Para tu gusto bastan hojas de lechugas y para los discretos la voluntad del dueño. Porque la harina de los sabios comen los simples por salvado, y el salvado de los simples es harina de los filósofos. Tras todo lo que me dices, respóndeme, pues me conoces: ¿no soy humilde? ¿no aprendo de los sabios? ¿no huyo de los necios? ¿no me corrijo de muchos? ¿no tomo parecer de todos? Tú, el primero, ¿cuántas veces me habrás dicho que de estos disparates hiciese un libro? ¿No te acuerdas? No. Pero no me espanto, porque tú eres un sueño que echa modorra, un piélago que no tiene suelo, una sombra que no tiene tomo, una fantasma que está encantada, y un laberinto que no tiene salida. Tirano vulgo, ya te conozco; a perro viejo, no cuz cuz. Si dices que no tengo ciencia, mira el natural que tengo, los trabajos que he pasado, las tierras que he visto, la experiencia de que estoy cargado, los muchos libros que he leído: y con no más de cuatro años de estudio, considera si puedo saber algo. Y cuando esta obra sea mala, (según dice Plinio) no hay libro por malo que sea, que no tenga alguna cosa buena, y con una sola en que me honren, me animaré a hacer otras con que me alaben. Porque, como dice Tulio, la honra cría las artes, y no hay tan buen ingenio que no tenga necesidad de ser censurado. Porque has de saber (que tú no lo sabrás) que Sócrates fue reprendido de Platón, Platón de Aristóteles, Séneca de Aulo Gelio, Tesalo de Galeno y Hermágoras de Cicerón. Pues en los modernos, ¿quién se escapa de tu ponzoña venenosa y de tu rapante lengua, que es, como dice Séneca, comparada al perro rabioso, que él rabia, y a cuantos llegan a él hace rabiar? Mas no me espanto, porque eres un sepulcro de ignorantes, una sima de maldicientes, un tirano de virtudes, un inventor de mentiras, una mar de novedades, una cueva de traidores, un amigo de malos, un verdugo de virtuosos y un pantano donde se hunden los buenos entendimientos. No quiero que me honres; di de mí lo que quisieres: que cuando desplegares al viento las banderas de tu lengua, sobre el muro de tu ignorancia, y asestares la mosquetería de tus palabras y los tiros de tus mentiras sobre el alcázar de mi buen celo, y desportillares la muralla de mi voluntad, asaltando la ciudad de mis intentos, saldrá la escuadra de mi humildad con las armas de mis deseos, que resistan tus balazos, derriben tus muros y entronicen mis buenos pensamientos.



ArribaAbajo

Al lector

     Dice Aulo Gelio en el libro de las Noches de Atenas, que por eso fueron los pasados tan tenidos porque había pocos que enseñasen y muchos que deprendiesen. Al contrario se ve en el tiempo presente que hay muchos que enseñen y no hay ninguno que aprenda, porque todos pensamos que sabemos más para poder ser maestros que para humillarnos a ser discípulos: y antes nos inclinamos a dar pareceres que a admitir consejos, a censurar lo ajeno, que a enmendar lo propio. Y teniendo (como dice el divino Platón) tanta necesidad los sabios de consejo como los pobres de remedio, nos parece que el recibirle es locura, pero el darle, mucha discreción o sobra de experiencia, sabiendo que dice Cicerón que no hay en el mundo hombre tan sabio que no se aproveche del parecer ajeno. Pero como ya los hombres tengamos los pensamientos tan levantados y a todos nos parezca que podemos enseñar y no ser de filósofos reprendidos, queremos enmendar sin letras lo que otros han estudiado quemándose las pestañas. Y no contentos con decir de lo bueno mal, queremos muchas veces decir de lo malo bien, sustentando nuestro parecer y perseverando en nuestra necedad, Y así todo el tiempo se nos va en hablar, en contradecir y en porfiar; pero no en saber si no es vidas ajenas: cómo vive Rojas, de qué come, quién le viste; muchos milagros hace: y no ve lo que el triste Rojas padece.

     Solón Solonino ordenó en sus leyes a los de Atenas que todos los de la ciudad tuviesen cerraduras en las puertas de sus casas y que si alguno entrase sin llamar, fuese castigado con la pena que el que roba la casa ajena. Entre los cretenses era ley inviolable que si algún peregrino viniese de extrañas tierras a las suyas propias, ninguno fuese osado preguntarle de dónde venía, quién era, qué buscaba, o a dónde iba, pena de muerte al que lo preguntase, y de doscientos azotes al que lo dijese. Plutarco, Aulo Gelio y Plinio loaban mucho al buen romano Marco Porcio, porque nadie jamás le oyó preguntar las nuevas que había en Roma, cómo vivía Fulano en su casa, del oficio que tenía el uno, ni de la vida ociosa que pasaba el otro. Filípides, poeta, siendo muy querido y privado del Rey Lisimaco, díjole un día: «Amigo Filípides, pide mercedes; mira, ¿qué quieres que te dé?» A lo cual respondió: «La mayor merced que me puedes hacer ¡oh, Rey y señor mío! es que no me des parte de tus secretos». La causa porque estos antiguos ordenaron estas leyes y estos filósofos dijeron estas sentencias, fue para quitar a los necios maldicientes el vicio de esta maldita murmuración y el mal deseo de saber vidas ajenas, no haciendo, como no hacen, caso de las suyas propias, y siendo cosa común que ninguno, por justo que sea o haya sido, tenga su fama tan limpia, su conciencia tan justa, ni aun su vida tan corregida, que no haya en ella qué decir y qué enmendar. Porque puesta en juicio, hallaría tanto que examinar en su casa o en su oficio que no se acordase de lo que el otro había hecho en el suyo. Y siendo juez de su vida propia, no e acordaría de murmurar la vida ajena.

     Habiendo, pues, yo consumido la flor de la mía en Francia, en servicio del Rey nuestro señor (que fueron seis años), siendo de diez y seis, después de haber padecido inmensos trabajos y necesidades (así por tierra como por mar), arribé a España. Y como mi edad aún no fuese capaz de consejo, ni mi pobre ingenio cargado de experiencia, ni mi persona humilde digna de merecimiento, andaba lleno de santos deseos, cercado de humanos vicios y combatido de temerarios pensamientos (según los pasos en que andaba y los peligros a que me ponía). Porque si hablaba mucho, decían que era necio; sí callaba, que era grave; si servía, no me estimaban; si no servía, me aborrecían; si buscaba la paz, era cobarde; si seguía la guerra, era perdido; si me enamoraba, era liviano; si quería un libro de un mercader, no tenía quien me fiase; si pretendía una comisión, no tenía quien me favoreciese; si me paseaba, decían de qué vivía; si andaba galán, que hacía milagros; si representaba, todos me honraban, todos me acariciaban, todos me prometían; y en no representando, nadie me remediaba. Y todo aquesto era falta de ventura. Porque ya sabemos que para emprender una cosa, es menester prudencia; para entablarla, discreción; para seguirla, industria; para conocerla, experiencia; para merecerla, partes, mas para alcanzarla, fortuna. Areta, la gran Grecíana, tuvo la hermosura de Elena, la honestidad de Tirma, la pluma de Arístipo, el ánima de Sócrates y la lengua de Homero; la cual decía que más quería para sus hijos buena dicha y crianza con que viviesen, que mucha hacienda y fama con que se perdiesen. Y así como ésta me faltase, procuré buscar los sabios, tratar con los sabios, aprender de los sabios, no dejando de aplicarme muchas veces con necesidad a los necios, a quien enseñaba lo que de los sabios aprendía, y con alguna experiencia aconsejaba. Y ojalá supiera yo también enmendar lo que hago como sabía y sé decir lo que los otros han de hacer. Mas como mi voluntad haya sido tan libre y mi libertad tan grande, no vine a ver mi daño hasta que ya no llevaba remedio. Pues siendo, como es, el tiempo tan mudable y el hombre tan variable, no entiende el estado que ha de escoger, ni aun sabe del oficio que se ha de aprovechar. Pues por momentos vemos que con lo que uno está contento, otro vive desesperado; con lo que uno ríe, otro llora; con lo que uno sana, otro enferma; y aun con lo que uno se honra, otro se afrenta. Porque no hay cosa en este mundo en que no haya trabajo; no hay cosa en que no haya disgusto; no hay cosa en que no haya murmuración; no hay cosa en que no haya peligro, ni cosa en que haya contentamiento; y así como en todas las maneras de vivir, siempre vivimos tan descontentos, procuramos buscar alguna, por infame que fuese, donde hallásemos gusto, aunque en ello pusiésemos todo nuestro cielo: ya procurando a qué sabe el ser pícaro, a qué sabe el ser religioso, a qué sabe el ser soldado, y aun a qué sabe el ser representante (como yo lo he sido algún poco de tiempo).

     Porque no hay años tan bien empleados como los que se gozan con hombres discretos, aunque el venir a serlo fue más movido de virtud que de vicio, más apremiado de necesidad que de ocio, Aunque en casos del tener y valer, vemos muchas veces vivir unos más contentos con el oficio que tienen que otros con lo mucho que valen.

     Licurgo, en las leyes de los Lacedemones, mandó que los padres pusiesen a sus hijos (cumplidos catorce años), no a los oficios que los padres quisiesen, sino a los que los hijos se inclinasen. Que ya sabemos que no hay oficio de hombre en el mundo en que no se pueda salvar, ni hay estado en la Iglesia de Dios en que no se pueda perder: porque para el hombre bueno no hay oficio malo, ni para el hombre malo hay oficio bueno. El religioso (según dice Guevara) puédese salvar rezando, y puédese condenar maldiciendo; el eclesiástico puédese salvar diciendo su misa, y puédese condenar usando de avaricia; el rey puédese salvar haciendo justicia, y puédese condenar haciendo tiranías. Y el pastor puédese salvar guardando sus ovejas, y puede condenarse hurtando las ajenas. Y para más claridad y comprobación de lo que tengo dicho, digo que en el estado de sacerdotes Matías fue bueno y Onías fue malo. En el estado de profetas, Daniel fue bueno y Balaan fue malo. En el estado de reyes, David fue bueno y Saul fue malo. En el estado de ricos, Job fue bueno y Nabal fue malo. En el estado de casados, Tobías fue bueno y Ananías fue malo. En el estado de viudas, Judith fue buena y Jezabel fue mala. En el estado de consejeros, Achitofel fue bueno y Cusi fue malo. En el estado de los Apóstoles, San Pedro fue bueno y Judas fue malo. Y en el estado de pastores, Abel fue bueno y Abimelec fue malo. De los cuales se puede claramente entender que el ser buenos ó ser malos no depende del oficio que elegimos, sino del ser nosotros poco o mucho virtuosos.

     No con poco miedo me he atrevido, discretísimo lector, a sacar a luz esta pequeña obra, siendo como soy en edad tan mozo, en ciencia tan falto y en experiencia tan corto. Pero, según lo que dice Salomón, a los veinte y ocho capítulos de sus Proverbios, «bienaventurado el varón que siempre va medroso», podré animar mis deseos y dar valor a mis escritos. Ellos van pobres de todo, pero la discreción de los hombres sabios supla la falta de los hombres necios. Bien sé que no ha de haber nadie que no diga de ello mal, ni a ninguno que le parezca bien; mas puédome consolar con lo que dice Cristo (por San Lucas, a sus seis capítulos): «¡Ay de Vosotros cuando todos dirán bien de vosotros!».

     Lo que me ha animado a hacer esto, no ha sido confianza de mi ingenio, sino persuasión de mis amigos y volunatd de mis nobles deseos, pareciéndoles que, pues había gastado el tiempo en componer tantas y tan varias loas, y algunas de tanto gusto, hiciese un libro para dejarles algún entretenimiento. Y yo por servirles y entretener algunas horas que he tenido desocupadas quise hacerlo, imitando a San Agustín (según dice Erasmo) que escribió sus Condiciones estando ocioso y para gente baldía. Y así, por dar muestra de mi humildad, obedecí, aunque no con poco recelo de errar. Que ya tendrán entendido todos de mí que, pues siempre los he servido con lo que mis fuerzas han alcanzado, que el hacer agora esto más es voluntad de humillarme en su servicio que ánimo de engrandecer mi pensamiento.

Arriba