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El vuelo del tigre [Selección]

Daniel Moyano






ArribaAbajo- II -

De los primeros días de salvación quedan imágenes aisladas, bultos que se mueven, cicatrices que se agregan a la naturaleza. Con piernas bamboleantes sentado en una mesa Nabu agita una campanilla para despertar a la familia, recién afeitado y con olor a lavanda tocando siempre en el sitio la misma campanilla, los objetos que le cuelgan del cuello son otras campanillas cuando se mueve Nabu haciendo formar fila por orden de estatura, toalla y cepillo de dientes en la mano, tienen cuatro minutos para lavarse y después todos aquí otra vez decía Nabu dice Nabu dirá Nabu para siempre, aún apretando los párpados ese bulto estará siempre delante de los ojos. Levantar más los brazos, mover bien el cuello y la cabeza girando, nunca habían hecho gimnasia, ¿no? Y la lectura de sermones moralidad buenas costumbres, caramba, los que se negaron a tocar pero antes tocaron otras cosas, tengo fechas y nombres de lugares que tocaron no hace mucho tiempo, cosas que están frescas todavía, y muchas más si miramos para atrás. Usted ha tocado trenes, casas de negocios, monumentos públicos, símbolos sagrados antes de perder la pierna. Lo dicen claramente los papeles, y su hijo lo acompañaba; también lo tengo escrito. Inventando trenes y monumentos que entonces no existían, con un tono de voz que los creaba y obligaba a creer, una voz sin estridencias, él para gritar usaba la cara y sobre todo los ojos, que alcanzaban alturas donde no llegaría ninguna voz. Y ahora cada uno a su habitación, dice con la misma voz de nombrar trenes incendiados, vayan pensando qué cosas han tocado. Y las ventanas tapadas con cartones negros y no saber qué hay afuera, madurarán los higos en la huerta quién lo sabe; cicatrices. Y el cartero que llega y Nabu cuando dice toda carta que llegue la leeré yo primero por supuesto, ridículo pensar que vamos a permitirles una libre comunicación con el exterior en estas circunstancias. ¿Puedo salir de compras? preguntando la Coca tontamente: Nabu sonriente tolera la burrada y llegan los proveedores externos con sus cajas que son saldos de fábrica, lípidos y almidones, hoy tampoco hay azúcar la escasez es tremenda. Pero por lo menos el abuelo podría salir a tomar sol en la huerta o en el patio. Es muy peligroso, dice Nabu, son zonas en conflicto, hay piedras y pozos, podría caerse y romperse la otra pierna. Y el timbre de la puerta y los que llegan trayendo más reglamentos y aparatos, Nabu que firma y ellos que se van, cada cosa que llega significa más tiempo, como el papelito de la fábrica donde trabaja el Cholo, comunican de la fábrica que le han concedido la licencia especial que yo solicité para usted por el tiempo que sea necesario, imágenes, imágenes, y pueden retirarse a sus habitaciones sin hablar, y la noche interminable, afuera hay ruidos y gallinas que aletean, se oyen truenos sin lluvia, después todo silencio con patrullas que pisan algodones y amanece otra vez, amanecen campanillas y lavanda, uno dos la gimnasia y el uso correcto del cepillo, un día más y todavía no me han contado nada de importancia (son todas cicatrices), y usted señora quítese ese vestido, no es ropa para usted, es que me hace calor, se lo quita inmediatamente, y la Coca va a desvestirse mientras Julito succiona su chupete y Sila contesta preguntas en una de las piezas y Kico espera su turno mirando el techo y el viejo talla una cánula para la pipa. Y Nabu que pasa apurado buscando más papeles y le dice qué es eso quitándole el cortaplumas, un cortaplumas me parece, es un arma cortante dice Nabu, por qué no la declararon cuando se hizo el inventario, son cosas que uno olvida dice el viejo sin cortaplumas y sin cánula, aprendizaje de Nabu, cicatrices. Y los relojes detenidos y prohibidos, qué hora es por favor, dice tontamente Cholo, usted está incomunicado, le dice Nabu lleno de relojes y carteras. Ya es de noche me parece, dice el Cholo en voz muy baja; no puede ser, dice la Coca, ha pasado muy poco tiempo, te parece que es de noche porque debe estar nublado, y allá lejos Nabu abre la puerta de calle, firma papeles recibe más paquetes, atiende al cartero y dos o tres días después entregará las cartas, no tiene tiempo de leerlas. Nos escribe la tía Francisquita, no dice casi nada, apenas que hay que tener fe y muchos besos a los chicos y saludos de Carlos. Coca en la cocina pelando papas y en la otra pieza está Nabu interrogando a su marido. Yo no toqué esas cosas, dice Cholo. Vamos a ponernos de acuerdo con el tiempo, porque estamos hablando de tiempos distintos. No las tocaste cuándo. Ya sé que antes de tocarlas no las había tocado. Así es muy fácil decir yo no toqué. Yo pregunto después, después que las tocaste te pregunto, y en ese caso es una falsedad decir yo no toqué. Porque tocaste y aquí están las fechas. Usted bien sabe que yo no toqué, esas son todas invenciones, yo no toqué, yo no tocaba. Así que no tocabas pero ibas a tocar. ¿Habías de tocar o ya habías tocado? ¿Hubiste de tocar o habiendo tocado ya tocabas? Porque entonces hubiste de tocar o habrías de tocar habiendo lo que hubo. ¿No es verdad? Yo, señor, no comprendo. Porque hubiste de tocar, porque todos hubieron, tengo fechas y lugares precisos. ¿Hubo de haber habido o había de haber habiendo habido? Entonces no hubiste pero hubieras habido, ¿nok? ¿Hubiste lo que hubo o habías de haber lo que ya había? No hube lo que había, yo no he. Ah, pero entonces había, hubo. ¿Por qué negaste entonces que había lo que hubo? Queda claro que hubiste de tocar, o sea que tocaste. Yo no toqué, no había. Mentiras, falsedades, dijiste recién que no hubiste lo que había, o sea que hubo. Yo no sé lo que hubo, pero yo no hube. No hubiste porque habías habido. Poco a poco van aclarándose las cosas. ¿Hubiste habido sí o no? No, no hube habido ¿Habrías habido o habías habido? Quiero respuestas claras. No, yo no habría habido. Caramba, no habrías habido si qué. No habrías habido si no hubiera habido lo que hubo, es decir, lo que haya habido. No señor, yo no hube lo que haya habido, yo no sé nada del hubiese habido. Vamos, hubiste de haber habido lo que hubo si hubo de haber habido lo que había. ¿Hubieres habido lo que hubiere habido? ¿Haste hubido? ¿Huste? ¿Histe? ¿Habiste hubido? ¿Habreste hubido hayendo? No, yo no hi, yo no hu. Entonces también hubos lo que haya hayido, y esto pone las cosas peor, porque entonces quiere decir que hubriste, hubraste, hayaste, histe. Conque histe, ¿nok?, son bultos, cicatrices. Y Kico mira el techo esperando su turno, y a las nueve el silbato y todos a la cama y el sueño que no llega y relámpagos en las ventanas de lluvias que no llegan, son las bengalas de Nabu buscando gatos en las tapias, cicatrices, todo fijándose en la memoria, en la piel, son cinco continentes con sus mares cicatrices. Por fin una alegría cuando Nabu cuelga un calendario y ya sabemos en qué día vivimos. Hoy es domingo, dice Nabu para que podamos empezar a contar otra vez el tiempo; qué maravilla dice el viejo y el salvador sonríe satisfecho, nos ha regalado el tiempo cicatrices. Pero el tiempo de ellos no es el de los almanaques, tiene sus propios números, se mide en otros términos dice el Cholo. Sus números son las horas de encierro en la habitación y tener que pedir permiso para todo, Nabu paseándose a la hora de la comida y leyendo sus sermones, y el tema de hoy es la violencia paradójica. Y a la tarde las preguntas, hoy le toca al Kico veamos lo que hubo, de todos modos todos hubimos, ya lo ha resuelto Nabu, mientras tratamos de inventarnos alegrías, cortarse las uñas es una alegría, el novio que podría tener Sila otra alegría, el hijo del compadre, qué duda cabe, medio tonto el muchacho pero todo se irá arreglando en su propio sentido. Íbamos al monte a juntar fruta silvestre, a cortar leña. Íbamos a la casa de Juanjo a tomar café, a la de tía Céfira a pasar el año nuevo, a la del Yeyo a ver sus choclos. Íbamos. Y ahora Nabu nos regala un almanaque como el almacenero de la esquina a fin de año. Nunca habían hecho gimnasia, ¿ehk? y ahora cada uno a su habitación sin decir nada, Nabu silbato y campanillas en la madrugada, Nabu permiso para bañarse, Nabu leyendo cartas que nos entregará otro día, lípidos y almidones y todo sin azúcar, y no ver el sol en tanto tiempo, ni siquiera los chicos, qué lindo estar ahora en el patio, a lo mejor caigan las hojas de la parra, a lo mejor recién están brotando, lindo estar ahora en el patio pareciera que hace un día espléndido, sin embargo estaba lloviznando pero sólo el Percursionista lo sabía cicatrices, son todas cicatrices.




Arriba- XI -

El Percusionista apartó cables y aparatos para que la silla del viejo pudiera entrar en la habitación. Corrió las cortinas hasta lograr total oscuridad y encendió una lámpara pequeña. El viejo miraba los aparatos como ido. Nabu lo miró de frente y le preguntó si tenía miedo.

-Sí, un poquito.

-La pregunta es muy simple: quién y por qué robó la foto del Cachimba. Tiene cinco minutos para pensarlo bien. Mire que los demás delincuentes han hecho una confesión sincera sin mentiras inútiles. Pronto se les levantará el castigo.

Pensar era como buscar una arañita en la pared. Los ojos fijos en un punto, y lo demás paralizado. Porque nada se mueve cuando se busca la arañita. Le llegaban palabras sueltas, sin nexos, y los verbos de pronto no existían. Imposible armar un pensamiento. Y las pocas palabras que llegaban eran exactamente lo contrario de las necesarias. Lo único que podía hacer era mirar fijo buscando la arañita, que en este caso eran las manos del Percusionista abriendo cajas, prendiendo y apagando luces, como palancas de una máquina las manos.

Movimientos exactos y medidos. La mano número uno de Nabu saca un papel de una caja y lo pone en la copiadora; la numero dos prende una luz que proyecta una imagen sobre el papel, que desaparece cuando la luz es apagada con la misma mano, que de paso saca el papel de ahí y lo pone en una bandeja con un líquido, mientras la Uno toma otro papel de la caja y lo pone en la copiadora y la Dos vuelve a prender la luz y aparece otra imagen que dura unos segundos hasta que la Dos la hace desaparecer apagando la luz; la Uno se ocupa de ese papel poniéndolo en el líquido mientras la Dos con unas pinzas mueve el primer papel y entre el movimiento aparece poco a poco una cara de viejo que es la de él no cabe duda, suyo ese ojo cerrado que combinado con los dedos, también muy visibles en la foto, está diciendo una palabra cuyo significado momentáneamente olvida, mientras la Uno echa en el líquido el segundo papel, que agitado por la Dos empieza a mostrar al Cholo en un trance parecido.

-¿Se reconoce? -dijo Nabu mostrando la primera foto con la Dos.

-Sí, ya le dije que son señas que nos hacemos para pasar el tiempo, es muy duro este cautiverio, nos contamos cosas, recuerdos.

-Bien -dijo el Percusionista ritualmente, quietas por fin la Uno y la Dos-. Dejemos por el momento este asunto del lenguaje de guerra para pasar a algo mucho más importante. Hablemos del Cachimba. Acérquese.

Como si se hubiera olvidado de algo, Nabu se desplazó todavía, como si estuviese muy cansado, hacia un armario.

La Uno, lenta, abrió unas cajas; la Dos, lenta, removió objetos metálicos en otras. La lentitud transformaba a Nabu. Le crecían las manos, que a esa altura ya eran más importantes que el propio Percusionista. Cuando todo estuvo en orden en las cajas, se volvieron hacia el viejo. La Uno y la Dos, tapando el horizonte, no dejaban ver nada, en una nube que se alza.

-Le ruego -dijo como pudo- que lo que tenga que hacer conmigo no lo demore mucho.

Cuando el viejo Aballay llegaba a esta altura de la historia hacía como en las películas de antes; cuando había espaldas desnudas y un beso y una cama, de pronto se apagaba la luz o la cámara se escapaba hacia las cortinas del ventanal movidas por las brisas, la cámara salía y enfocaba largamente un río que temblaba bajo la luna. El viejo, según su ánimo, usaba dos versiones: o se ponía a hablar de los esquimales, o bien contaba una película. Decía que estábamos en el intervalo, con números vivos como antes, alguien que toca el piano, otro que canta, después seguiríamos viendo tranquilamente la película.

En la película, de argumento confuso, había un estudiante de medicina obligado a practicar una operación de urgencia, y en su vida había visto un bisturí; pero el caso era gravísimo y había que animarse aunque hubiera poca luz en la sala de operaciones y sus conocimientos de anatomía no fuesen muy precisos. Argumento difícil, decía, que se puede comprender perfectamente si se apela a la historia y a la zoología. La historia de esquimales era más simple. Hay un abuelo esquimal que abandona el iglú casi desnudo y se queda por ahí para hacerse comer por los osos. Los osos blancos tienen hambre, en el polo no hay nada que comer. Menos mal que están los esquimales viejos, dicen los osos blancos. Pero lo que pasa es que en el iglú ha nacido un nuevo esquimalcito y no hay comida para tantos, es necesario luchar para comer. El abuelo esquimal ha comprendido que él está de más, ya vivió lo suficiente y ahora que vivan otros, y ha dejado su ropa en el iglú como pañuelo despedida, apenas se ha llevado un taparrabos para salvar pudores últimos, innecesarios para el caso ya que todo muerto al final es un desnudo. Ojalá me mate el frío antes que lleguen los osos blancos, piensa el viejo esquimal, que le tiene mucho miedo a la lengua caliente de los osos, el corazón de los viejos esquimales quiere salir volando cada vez que se acerca el oso blanco en esas circunstancias, una vieja costumbre de osos y esquimales. Los osos llegan con las cabezas altas olfateando al viento y cuando sienten los olores de los viejos que abandonan el iglú (ellos ignoran el motivo y la intención, los osos no saben que ha nacido un nuevo esquimalcito), corren preparando los dientes en medio de la noche polar que dura seis meses ya se sabe. El abuelo esquimal ve acercarse al oso y cerrando los ojos se entrega a su costumbre; el oso comerá hasta hartarse y quedará pesado, apenas podrá andar en medio de la nieve o del hielo de tan lleno, caminará torpemente hasta que lo sientan los otros esquimales. Ellos ya saben que acaba de comerse al abuelo esquimal, por eso está pesado y torpe y no puede defenderse. Entonces lo persiguen, no puede correr el oso, llegan los esquimales y lo matan, ahora tienen comida para muchos días; son costumbres; al esquimalcito no le faltará comida ahora, crecerá fuerte el esquimalcito con tanta carne gorda aprendiendo a matar osos, y mucha ropa para el esquimalcito con la piel del oso que murió por su costumbre.

En la película el médico abre la puerta del quirófano, cruza la sala de espera y les abre paso a las visitas, que se sientan en unas sillas contra la pared y se ponen a tejer para matar el tiempo. Parece que al médico le ha ido bien en su tarea pese a su inexperiencia, no hay cosa peor para un cirujano que el paciente se le muera en la sala de operaciones. Por eso deja pasar a las visitas; enseguida podrán ver al enfermo, pero tranquilos y callados, el paciente necesita silencio y todavía está bajo los efectos de la anestesia. Las visitas han venido con sus chicos, sentados en el suelo ellos también tejen, apoyando la espalda en la pared. El médico los mira, duda un momento rascándose la nariz, y los hace salir de la sala de espera, no vaya a ser que los chicos molesten al enfermo. Y enseguida aparece arrastrando al enfermo en su silla quirúrgica. Un caso grave parecía, la operación había sido de urgencia, con instrumentos muy precarios. Pálido, sin sangre, un viejo largo y flaco dormía medio muerto, y esas manos que no se movían por sí mismas, balanceaban siguiendo el movimiento de la silla. El médico le toma el pulso mirando a las visitas, cara más bien de loco el médico aquel con su piel casi colorada y sus bigotes y unos ojos que de persona no tenían nada, colorada al lado de la cara pálida que tienen todos los recién operados, cara pidiendo a gritos una transfusión pero nada, cosas del cine que para poder contar la historia muchas veces se apartan de la lógica como si tal cosa como el caso de la gata en el hospital por ejemplo, no sé qué querían decir con esa gata fuera de lugar, a cada rato la cámara enfocándole los ojos, gata con moño al cuello echada arriba de un armario mirando al operado en la sala de espera que más parecía un velorio, sillas de velorio contra las paredes y el viejo en el medio como un muerto. El médico escribe a máquina, cómo vuelan sus dedos. Al lado de la máquina el bisturí recibe las vibraciones de la máquina, se corre hacia un costado, está llegando al borde de la mesa y va a caerse, rápido movimiento de la mano del médico que lo arrima a la máquina otra vez sin dejar de escribir haciendo volar dedos. Los de las sillas no hablan, miran para abajo, están tejiendo y miran el tejido mientras esperan que se acabe el efecto de la anestesia y el viejo diga algo o mueva algo por lo menos. El viejo está echado en la silla quirúrgica plegada como cama, camisa rota y mano pendulante. De pronto respira profundamente, se ha movido el viejo por fin, el sol se está poniendo en la cordillera, un cóndor vuela a contraluz y todos tejen sin hablar. El médico termina de escribir y estampa sellos en las hojas, la gata mira al médico, el bisturí está quieto al lado de la máquina. El médico hace firmar una hoja a las visitas y él mismo firma; reanima al viejo, lo despierta y le pone la estilográfica en la mano y el viejo firma, como puede abre los ojos, sale de la anestesia para firmar y vuelve a cerrarlos. Pareciera que no sabe que ya lo han operado y está esperando al anestesista; que acabe pronto, piensa el viejo. Los tejedores lo miran deteniendo sus agujas en el aire, quietas las agujas con un gancho en la punta. El enfermero abre una puerta clausurada que da al patio y se puede ver que afuera está oscureciendo. Empuja la silla de operaciones y el viejo sale para afuera dando saltos, se pierde en unas piedras. El médico clausura otra vez la puerta y ya no se sabe bien si se trata de un hospital o un manicomio. Todos parecen locos. La cara colorada del cirujano tiene la sangre que le falta al viejo. El médico se va para su habitación, abre la ventana y vemos otra vez al viejo afuera en su silla mirando para arriba, tocándose la cara como si no fuese suya, se la acaricia despacio con una mano y con la otra mueve su silla de ruedas como escapando a las miradas del cirujano. Pasa la silla con el viejo por el rectángulo de la ventana, va arrastrando hilachas, desaparece por la izquierda el viejo, se ven todavía las puntas de las tiras de los trapos que arrastra todo hilachas todo cola de cometa. Curioso proceder del médico o enfermero en la escena siguiente. Revuelve las cosas en la habitación del viejo, rompe el armario con algún instrumento, saca el colchón, lo despanzurra busca cosas en medio de la pieza destrozando amontonando zapatos viejos ropa vieja objetos y papeles todo en medio de la pieza camión de la mudanza las paredes han quedado lisas no hay sillas ni repisas, apilándose en el suelo, y las visitas tejen silenciosas mordiéndose los labios contra las paredes en sillas de velorio, calladas y callado también el cirujano, único ruido el de las cosas volcándose y rompiéndose y el de la ventana clausurada que cuesta abrir, las maderas hinchadas, pero se abre de un golpe y podemos ver la huerta, y allá van las maderas rotas un baúl un cofre que es un insecto que revienta, la gata con su moño sale por la ventana precedida por su grito, por el aire va desarmada su moño es una hilacha amarilla. Entonces uno se da cuenta de que no es un cirujano totalmente, y está furioso por algo que le ha hecho el viejo. Uno no sabe, ha llegado tarde con la película empezada y es como si lo odiara por algo que ha hecho el operado; uno empieza a sospechar a ver quién es aquí el enfermo y de pronto se da cuenta. Pero claro, el que hace de cirujano en realidad es un enfermo que se disfrazó de médico para vengarse de algo. El verdadero médico puede ser el viejo, y los que tejen son sus ayudantes. El enfermo que se apoderó del manicomio donde antes tejía como enfermo y se desquita operando a su médico y haciendo tejer a sus ayudantes. Tejan, canallas, como yo tejía antes. Y es casi seguro que en la parte que no vimos, en la sala de operaciones, el enfermo disfrazado de médico puso al médico en la silla de operaciones y le sacó la sangre, se hizo una transfusión de sangre de médico y ahora es médico y enfermo y vive con dos personalidades, con una rompe cosas y tira gatos vivos por la ventana, con la otra mantiene quietas a las visitas. En ese momento empecé a comprender el argumento. Todo es cuestión de paciencia en el cine cuando uno llega tarde. Lo que pasa también es que la película era muda. En la banda sonora estaba solamente el ruido de las cosas apilándose y el grito de la gata al salir por la ventana; lo demás todo mudo como en las de antes; lo único claro era el quejido de la gata, una voz humana; quejidos de la gata es un decir, a lo mejor se trataba del viejo; a lo mejor se terminaba el efecto de la anestesia, empezaban los dolores postoperatorios y el viejo se quejaba. Daba un poco de lástima pensar en el médico obligado a ser enfermo incurable esperando en el quirófano y a la vez imaginarse el bisturí en manos del enfermo. Pero si yo estoy sano, pero si, y el otro no me importa, con manos enguantadas toma el instrumental esterilizado, tiene una bandeja llena, como no sabe mete el bisturí por cualquier parte, se equivoca, usted no sabe nada de medicina, por ahí no por favor, son órganos vitales, y ahora está pasando el efecto de las drogas y se oye a la gata quejándose con voz humana o al viejo que se queja con voz de gato, no se sabe. Después de esa escena las cosas se van poniendo claras, uno ya puede seguir la línea del argumento, se imagina hasta el título «Rebelión de los enfermos» o algo así, mientras las últimas cosas del viejo salen por la ventana, culpables como él y castigadas, ellas siempre vivieron con el viejo y también tienen culpas. El viejo desde afuera al pie de la pila ve salir su vida por la ventana, en pequeños objetos su vida apilándose a sus pies, los ponchos las semillas los aguayos las cajas los papeles los remedios los sombreros y el papel prendido que da principio al fuego; el viejo ve las llamas y recuerda su vida, escena un tanto cursi, mientras el médico o enfermo sigue tirando cosas, una manta un charango sin cuerdas una libreta de almacén un bastón de tala rápido en arder un cántaro de barro un colchón una pipa dos pantalones un jergón dos calzoncillos largos tiradores dos ligas bacinilla certificados de buena salud buena conducta e invalidez se queman juntos; tientos de cuero crudo una pata de halcón un frasco de aceite para el reuma una onza de oro un dios de arcilla una cajita con botones un yesquero puco incaico una libreta de ahorro una cánula de pipa planos de campos en litigio una caja de zapatos con objetos inútiles una hilacha un chaleco una pulga un palito, y primer plano de documento de identidad del viejo que se borra, y por corte directo están comiendo todos menos el operado, comen silenciados, la muchacha hace una seña al dueño del hospital a ver si puede llevarle una taza de sopa al operado, el dueño es generoso y ella sale; el viejo está mirando el fuego, se calienta las manos, con las llamas su cara tiene mejor color, las manos le tiemblan un poquito cuando agarra la taza. Después todos se acuestan y el viejo sigue afuera, parece que ahí tendrá que quedarse para siempre hasta que aguante. No ha tomado la sopa, tiene la taza fría entre las manos. Se la lleva a la boca, traga un sorbo, a la luz de la llama una hoja de parra va a parar al fuego. Adentro se han apagado las luces suena el toque de queda, se está durmiendo el viejo. Por las tapias blancas aparecen los gatos que van a cuidar su sueño postoperatorio.





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