Escena I
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MÁXIMO, trabajando en un
cálculo, con gran atención en su tarea;
ELECTRA en pie ordenando los múltiples objetos
que hay sobre la mesa: libros, cápsulas, tubos de ensayo, etc. Viste con
sencillez casera y lleva delantal blanco.
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MÁXIMO.-
Para mí, Electra, la doble
historia que me has contado, esa supuesta potestad de dos caballeros, es un
hecho que carece de valor positivo.
(Sin levantar la vista del
papel.)
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ELECTRA.-
(Suspirando.) Dios te oiga.
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MÁXIMO.-
Todo se reduce a dos paternidades
platónicas sin ningún efecto legal... hasta ahora. Lo peor del
caso es la autoridad que quiera tomarse el señor de Pantoja...
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ELECTRA.-
Autoridad que me abruma, que no me
deja respirar. Yo te suplico que no habiendo de ese asunto. Se me amarga la
alegría que siento en esta casa.
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—137→
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MÁXIMO.-
¿De veras?
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ELECTRA.-
Sí. Y hay más: me pongo
en ese estado singularísimo de mi cabeza y de mis nervios, y que... Ya
te conté que en ciertas ocasiones de mi vida se apodera de mí un
deseo intenso de ver la imagen de mi pobre madre como la veía en mi
niñez... Pues en cuanto arrecia la tiranía de Pantoja, ese anhelo
me llena toda el alma, y con él siento la turbación nerviosa y
mental que me anuncia...
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MÁXIMO.-
¿La visión de tu madre?
Chiquilla, eso no es propio de un espíritu fuerte. Aprende a dominar tu
imaginación... Ea, a trabajar. El ocio es el primer perturbador de
nuestra mente.
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ELECTRA.-
(Muy animada.) Sigo lo que me
habías encargado.
(Coge unos frascos de substancias
minerales, y los lleva a uno de los estantes.) Esto a su sitio...
Así no pienso en el furor de mi tía cuando sepa...
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—138→
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MÁXIMO.-
(Atento a su trabajo.)
¡Contenta se pondrá! Como si no fuera bastante la locura de ayer,
cuando te llevaste al chiquillo, y al devolvérmelo te estuviste
aquí más de lo regular, hoy, para enmendarla, te has venido a mi
casa, y aquí te estás tan fresca. Da gracias a Dios por la
ausencia de nuestros tíos. Invitados por los de Requesens al reparto de
premios y al almuerzo en Santa Clara, ignoran el saltito que ha dado la
muñeca de su casa a la mía.
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ELECTRA.-
Tú me aconsejaste que me
insubordinara.
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MÁXIMO.-
Sí tal: yo he sido el
instigador de tu delito, y no me pesa.
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ELECTRA.-
Mi conciencia me dice que en esto no
hay nada malo.
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MÁXIMO.-
Estás en la casa y en la
compañía de un hombre de bien.
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—139→
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ELECTRA.-
(Siempre en su trabajo, hablando sin
abandonar la ocupación.) Cierto. Y digo más: estando
tú abrumado de trabajo, solo, sin servidumbre, y no teniendo yo nada que
hacer, es muy natural que...
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MÁXIMO.-
Que vengas a cuidar de mí y de
mis hijos... Si eso no es lógica, digamos que la lógica ha
desaparecido del mundo.
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ELECTRA.-
¡Pobrecitos niños! Todo
el mundo sabe que les adoro: son mi pasión, mi debilidad...
(MÁXIMO,
abstraído en una operación, no se entera de lo que ella
dice.) Y hasta me parece...
(Se acerca a la flema llevando unos
libros que estaban fuera de su sitio.)
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MÁXIMO.-
(Saliendo de su
abstracción.) ¿Qué?
|
ELECTRA.-
Que su madre no les quería
más que yo.
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MÁXIMO.-
(Satisfecho del resultado de un
cálculo, lee en voz alta una cifra.) Cero, trescientos diez y
ocho...
—140→
Hazme el favor de alcanzarme las
Tablas de resistencias... aquel libro
rojo...
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ELECTRA.-
(Corriendo al estante de la
derecha.) ¿Es esto?
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MÁXIMO.-
Más arriba.
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ELECTRA.-
Ya, ya... ¡qué tonta!
(Cogiendo el libro, se le
lleva.)
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MÁXIMO.-
Es maravilloso que en tan poco tiempo
conozcas mis libros y el lugar que ocupan.
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ELECTRA.-
No dirás que no lo he puesto
muy arregladito.
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MÁXIMO.-
¡Gracias a Dios que veo en mi
estudio la limpieza y el orden!
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ELECTRA.-
(Muy satisfecha.) ¿Verdad,
Máximo, que no soy absolutamente, absolutamente inútil?
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—141→
|
MÁXIMO.-
(Mirándola fijamente.)
Nada existe en la creación que no sirva para algo. ¿Quién
te dice a ti que no te crió Dios para grandes fines?
¿Quién te dice que no eres tú...?
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ELECTRA.-
(Ansiosa.)
¿Qué?
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MÁXIMO.-
¿Un alma grande, hermosa,
nobilísima, que aún está medio ahogada... entre el
serrín y la estopa de una muñeca?
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ELECTRA.-
(Muy gozosa.) ¡Ay, Dios
mío, si yo fuera eso...!
(MÁXIMO se levanta, y
en el estante de la izquierda coge unas barras de metal y las examina.)
No me lo digas, que me vuelvo loca de alegría... ¿Puedo cantar
ahora?
|
MÁXIMO.-
Sí, chiquilla, sí.
(Tarareando,
ELECTRA repite el andante de una sonata.)
La buena música es como espuela de las ideas perezosas que no afluyen
fácilmente; es también como el gancho que saca
—142→
las
que están muy agarradas al fondo del magín... Canta, hija, canta.
(Continúa atento a su
ocupación.)
|
ELECTRA.-
(En el estante del foro.) Sigo
arreglando esto. Los metaloides van a este lado. Bien los conozco por el color
de las etiquetas... ¡Cómo me entretiene este trabajito!
Aquí me estaría todo el santo día...
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MÁXIMO.-
(Jovial.) ¡Eh,
compañera!
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ELECTRA.-
(Corriendo a su lado.)
¿Qué manda el
Mágico prodigioso?
|
MÁXIMO.-
No mando todavía: suplico.
(Coge un frasco que contiene un metal en
limaduras o virutas.) Pues la juguetona Electra quiere trabajar a mi
lado, me hará el favor de pesarme treinta gramos de este metal.
|
ELECTRA.-
¡Oh, sí...!
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MÁXIMO.-
Ayer aprendiste a pesar en la balanza
de precisión.
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—143→
|
ELECTRA.-
(Gozosa, preparándose.)
Sí, sí... dame, déjame.
(Al verter el metal en la cápsula,
admira su belleza.) ¡Qué bonito! ¿Qué es
esto?
|
MÁXIMO.-
Aluminio. Se parece a ti. Pesa
poco...
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ELECTRA.-
¿Que peso poco?
|
MÁXIMO.-
Pero es muy tenaz.
(Mirándole al rostro.)
¿Eres tú muy tenaz?
|
ELECTRA.-
En algunas cosas, que me reservo, soy
tenaz hasta la barbarie, y creo que, llegado el caso, lo sería hasta el
martirio.
(Sigue pesando sin interrumpir la
operación.)
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MÁXIMO.-
¿Qué cosas son
ésas?
|
ELECTRA.-
A ti no te importan.
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—144→
|
MÁXIMO.-
(Atendiendo al trabajo.) Mejor...
En seguidita me pesas setenta gramos de cobre.
(Presentándole otro
frasco.)
|
ELECTRA.-
El cobre serás tú...
No, no, que es muy feo.
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MÁXIMO.-
Pero muy útil.
|
ELECTRA.-
No, no: compárate con el oro,
que es el que vale más.
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MÁXIMO.-
Vaya, vaya, no juguemos. Me
contagias, Electra; me desmoralizas...
|
ELECTRA.-
Déjame que me recree con las
cualidades de este metal bonito, que es mi semejante. ¡Soy tenaz... no me
rompo...! Pues bien puedes decírselo a Evarista y a Urbano, que en el
sermón que me echaron hoy dijéronme como unas cuarenta veces que
soy... frágil... ¡Frágil, chico!
|
—145→
|
MÁXIMO.-
No saben lo que dicen...
|
ELECTRA.-
Claro: ¡qué saben
ellos...!
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MÁXIMO.-
Cuidado, Electra: con la
conversación no te me equivoques en el peso.
|
ELECTRA.-
¡Equivocarme yo!
¡Qué tonto! Tengo yo mucho tino, más de lo que tú
crees.
|
MÁXIMO.-
Ya, ya lo voy viendo.
(Dirígese a uno de los estantes en
busca de un crisol.) Pues tu tía se enojará de veras, y
nos costará mucho trabajo convencerla de tu inocencia.
|
ELECTRA.-
Dios, que ve los corazones, sabe que
en esto, no hay ningún mal. ¿Por qué no han de permitirme
que esté aquí todo el día, cuidándote,
ayudándote...?
|
—146→
|
MÁXIMO.-
(Volviendo con el crisol que ha
elegido.) Porque eres una señorita, y las señoritas no
pueden permanecer solas en la casa de un hombre, por muy decente y honrado que
éste sea.
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ELECTRA.-
¡Pues estamos divertidas, como
hay Dios, las pobres señoritas!
(Terminado el peso, presenta las dos
porciones de metal en cápsulas de porcelana.) Ea, ya
está.
|
MÁXIMO.-
(Coge las cápsulas.)
¡Y qué bien! ¡Qué primor, qué limpieza de
manos...! ¡Qué pulso, chiquilla, y qué serenidad en la
atención para no embarullar el trabajo! Estás
atinadísima.
|
ELECTRA.-
Y sobre todo, contenta. Cuando hay
alegría todo se hace bien.
|
MÁXIMO.-
Verdad, clarísima verdad.
(Vierte los dos cuerpos en el
crisol.)
|
ELECTRA.-
¿Eso es un crisol?
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—147→
|
MÁXIMO.-
Sí, para fundir estos dos
metales.
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ELECTRA.-
Nos fundimos tú y yo... Nos
pelearemos en medio del fuego, y...
(Tararea la sonata.)
|
MÁXIMO.-
Hazme el favor de llamar a
Mariano.
|
ELECTRA.-
(Corriendo a la puerta de la
izquierda.) ¡Mariano!
Que venga también Gil.
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ELECTRA.-
Gil... pronto... Que os llama el
maestro.
(Dándoles prisa.) Vamos...
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Escena II
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ELECTRA,
MÁXIMO;
MARIANO,
GIL: el primero vestido de operario, con blusa; el
segundo con traje usual, manguitos y la pluma en la oreja.
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GIL.-
(Mostrándole un
cálculo.) Éste es el valor obtenido.
|
MÁXIMO.-
(Lee rápidamente la
cifra.) 0, 158, 073... Está equivocado.
(Seguro de lo que dice y con cierta
severidad.) No es posible que para un diámetro de cable menor de
cuatro milímetros obtengamos un circuito mayor, según tu
cálculo. La verdadera distancia debe ser inferior a doscientos
kilómetros.
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GIL.-
Pues no sé... Señor,
Yo...
(Confuso.)
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MÁXIMO.-
Está mal. Sin duda te has
distraído.
|
ELECTRA.-
No ponéis la atención
debida... una atención serena...
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—149→
|
MÁXIMO.-
Es que mientras hacéis los
cálculos, estás pensando en las musarañas...
|
ELECTRA.-
(Riñéndole.) Y
hablando de toros, de teatros, de mil tonterías. Así sale
ello.
|
GIL.-
Rectificaré las
operaciones.
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MÁXIMO.-
Mucho tino, Gil.
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ELECTRA.-
Y sobre todo mucha paciencia,
aplicando los cinco sentidos... De otro modo, no adelantamos nada.
|
GIL.-
Voy...
|
ELECTRA.-
Y pronto... No descuidarse...
¡Vaya!
(Vase
GIL.)
|
MÁXIMO.-
(A
MARIANO, entregándole los metales
unidos.) Aquí tienes.
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—150→
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MARIANO.-
Para fundir...
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MÁXIMO.-
¿Habéis preparado el
horno?
|
MARIANO.-
Sí, señor.
|
MÁXIMO.-
Ponlo inmediatamente, y en cuanto
esté en punto de fusión, me avisas. Con esta aleación
haremos un nuevo ensayo de conductibilidad... Espero llegar a doscientos
kilómetros con pérdida escasísima.
|
MARIANO.-
¿Haremos el ensayo esta
tarde?
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MÁXIMO.-
(Atormentado de una idea fija.)
Sí... No abandono este problema.
(A
ELECTRA.) Es mi idea fija, que no me deja
vivir.
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ELECTRA.-
Idea fija tengo yo también, y
por ella vivo. ¡Adelante con ella!
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—151→
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MÁXIMO.-
(A
ELECTRA.) Adelante
(A
MARIANO.) Adelante siempre.
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MARIANO.-
¿Manda usted otra cosa?
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MÁXIMO.-
Que actives la fusión.
|
ELECTRA.-
Que active usted la fusión,
Mariano... que queden los metales bien juntitos.
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MARIANO.-
Los dos en uno, señorita.
(Vase
MARIANO llevándose el metal.)
|
ELECTRA.-
Dos en uno.
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MÁXIMO.-
(Como preparándole otra
ocupación.) Ahora, mi graciosa discípula...
|
ELECTRA.-
Perdone usted, señor
mágico. Tengo que ver si han
despertado los niños.
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—152→
|
MÁXIMO.-
Es verdad. ¿Cuánto hace
que comieron?
|
ELECTRA.-
Tres cuartos de hora. Deben dormir
medía hora más. ¿Está bien dispuesto
así?
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MÁXIMO.-
Sí, hija mía. Todo lo
que tú determinas, está muy bien.
|
ELECTRA.-
¡Tú mira lo que
dices...!
|
MÁXIMO.-
Sé lo que digo.
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ELECTRA.-
Que está bien todo lo que yo
determino.
|
MÁXIMO.-
(Mirándola
cariñoso.) Todo, todo...
|
ELECTRA.-
Que conste... Ea, voy y vuelvo
volando.
(Con suma ligereza, cantando, se va por
la puerta de la derecha, hacia el interior de la casa. A punto que ella sale
entra el
OPERARIO por el fondo.)
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Escena V
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MÁXIMO,
GIL.
|
MÁXIMO.-
¡Singular caso! Cada palabra,
cada gesto, cada acción de esta preciosa mujercita; en la libertad de
que goza, son otros tantos resplandores que arroja su alma inquieta, noblemente
ambiciosa, ávida de mostrarse en los afectos grandes y en las virtudes
superiores.
(Con ardor.) ¡Bendita sea
ella que trae la alegría, la luz, a este escondrijo de la ciencia,
triste, obscuro, y con sus gracias hace de esta aridez un paraíso!
¡Bendita ella que ha venido a sacar de su abstracción
—157→
a este pobre Fausto, envejecido a los treinta y cinco años, y
a decirle: «no se vive sólo de verdades...».
(Le interrumpe
GIL que ha entrado poco antes; se acerca sin ser
visto.)
|
GIL.-
(Satisfecho mostrando el
cálculo.) Ya está. Creo haber obtenido la cifra
exacta.
|
MÁXIMO.-
(Coge el papel y lo mira vagamente sin
fijarse.) ¡La exactitud!... ¿Pero crees tú que se
vive sólo de verdades?... Saturada de ellas, el alma apetece el
ensueño, corre hacia él sin saber si va de lo cierto a lo
mentiroso, o del error a la realidad.
(Lee maquinalmente sin hacerse
cargo.) 0, 318, 73... Mirándolo bien, Gil, nuestras
equivocaciones en el cálculo son disculpables.
|
GIL.-
Sí, señor... se distrae
uno fácilmente pensando en...
|
MÁXIMO.-
En cosas vagas, indeterminadas,
risueñas, y los números se escapan, se van por los aires...
|
—158→
|
GIL.-
Y cualquiera los coge.
Distraído yo, confundí la cifra de la potencial con la de la
resistencia... Pero ya rectifiqué... Dígame si está
bien...
|
MÁXIMO.-
(Lee.) 0, 318, 73...
(Con repentina transición a un
gozo expansivo.) Y si no lo estuviera, Gil; si por refrescar tu mente
con ideas dulces, con imágenes sonrosadas, poéticas, te hubieras
equivocado, ¿qué importaba? Nuestra maestra, nuestra tirana, la
exactitud, nos lo perdonaría.
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GIL.-
¡Ah! señor, esa no
perdona. Es muy severa. Nos agobia, nos esclaviza, no nos deja respirar.
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MÁXIMO.-
Hoy no: hoy es indulgente. La
maestra, de ordinario tan adusta, hoy nos sonríe con rostro placentero.
¿Ves esa, cifra?
|
GIL.-
(Diciéndola de memoria muy
satisfecho.) 0, 318, 73.
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MÁXIMO.-
Pues di que los primeros poetas del
mundo, Homero y Virgilio, Dante, Lope, Calderón, no
—159→
escribieron jamás una
estrofa tan inspirada y poética como
lo es esa para mí, esos pobres números... Verdad que la
armonía, el encanto poético no están en ellos:
están en... Vete... Puedes irte a comer... Déjame,
déjanos.
(Le empuja para que se vaya.) No
me conozco: yo también confundo... Lucido estoy con esta inquietud, con
esta pérdida de mi serenidad... Es ella la que...
(Desde el punto conveniente de la escena
mira al interior.) Allí está la imaginación,
allí el ideal, allí la divina muñeca, entre pucheros...
(Vuelve al proscenio.) ¡Oh!
Electra, tú, juguetona y risueña, ¡cuán llena de
vida y de esperanzas; y la ciencia qué yerta, qué solitaria,
qué vacía!
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Escena VI
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MÁXIMO,
ELECTRA.
|
ELECTRA.-
(Entrando con una cazuela
humeante.) Aquí está lo bueno.
|
MÁXIMO.-
¿A ver, a ver qué has
hecho? ¡Arroz con menudillos! La traza es superior.
(Se sienta.)
|
—160→
|
ELECTRA.-
Elógialo por adelantado, que
está muy bien... Verás
(Se sienta.)
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MÁXIMO.-
Se me ha metido en mi casa un
angelito cocinero...
|
ELECTRA.-
Llámame lo que quieras,
Máximo; pero ángel no me llames.
|
MÁXIMO.-
Ángel de la cocina...
(Ríen ambos.)
|
ELECTRA.-
Ni eso.
(Haciéndole el plato.) Te
sirvo.
|
MÁXIMO.-
No tanto.
|
ELECTRA.-
Mira que no hay más. He
creído que en estos apuros, vale más una sola cosa buena que
muchas medianas.
(Empiezan a comer.)
|
MÁXIMO.-
Acertadísimo... ¿Sabes
de qué me río? ¡Si ahora viniera Evarista y nos viera,
comiendo, así, solos...!
|
—161→
|
ELECTRA.-
¡Y cuando supiera que la comida
está hecha por mí!...
|
MÁXIMO.-
Chica, ¿sabes que este arroz
está muy bien, pero muy bien hecho...?
|
ELECTRA.-
En Hendaya, una señora
valenciana fue mi maestra: me dio un verdadero curso de arroces. Sé
hacer lo menos siete clases, todas riquísimas.
|
MÁXIMO.-
Vaya, chiquilla, eres un mundo que se
descubre...
|
ELECTRA.-
¿Y quién es mi
Colón?
|
MÁXIMO.-
No hay Colón. Digo que eres un
mundo que se descubre solo...
|
ELECTRA.-
(Riendo.) Pues por ser yo un
mundito chiquito, que se cree digno de que lo descubran, ¡pobre
—162→
de mí! determinarán hacerme monja, para preservarme
de los peligros que amenazan a la inocencia.
|
MÁXIMO.-
(Después de probar el vino, mira
la etiqueta.) Vamos, que no has traído mal vino.
|
ELECTRA.-
En tu magnífica bodega, que es
como una biblioteca de riquísimos vinos, he escogido el mejor Burdeos, y
un Jerez superior.
|
MÁXIMO.-
Muy bien. No es tonta la
bibliotecaria.
|
ELECTRA.-
Pues sí. Ya sé lo que
me espera: la soledad de un convento...
|
MÁXIMO.-
Me temo que sí. De ésta
no escapas.
|
ELECTRA.-
(Asustada.)
¿Cómo?
|
MÁXIMO.-
(Rectificándose.) Digo,
sí: te escapas... te salvaré yo...
|
—163→
|
ELECTRA.-
Me has prometido ampararme.
|
MÁXIMO.-
Sí, sí... Pues no
faltaba más...
|
ELECTRA.-
(Con gran interés.) Y
¿qué piensas hacer? dímelo...
|
MÁXIMO.-
Ya verás... la cosa es
grave...
|
ELECTRA.-
Hablas con la tía... y...
¿qué más?
|
MÁXIMO.-
Pues... hablo con la tía.
|
ELECTRA.-
¿Y qué le dices,
hombre?
|
MÁXIMO.-
Hablo con el tío...
|
—164→
|
ELECTRA.-
(Impaciente.) Bueno: supongamos
que has hablado ya con todos los tíos del mundo... Después...
|
MÁXIMO.-
No te importe el procedimiento. Ten
por seguro que te tomaré bajo mi amparo, y una vez que te ponga en lugar
honrado y seguro, procederé al examen y selección, de novios. De
esto quiero hablar contigo ahora mismo.
|
ELECTRA.-
¿Me reñirás?
|
MÁXIMO.-
No: ya me has dicho que te
hastía el juego de muñecos vivos, o llámense novios.
|
ELECTRA.-
Buscaba en ello la medicina de mi
aburrimiento, y a cada toma me aburría más...
|
MÁXIMO.-
¿Ninguno ha despertado en ti
un sentimiento... distinto de las burlas?
|
ELECTRA.-
Ninguno.
|
—165→
|
MÁXIMO.-
¿Todos se te han manifestado
por escrito?
|
ELECTRA.-
Algunos... por el lenguaje de los
ojos, que no siempre sabemos interpretar. Por eso no los cuento.
|
MÁXIMO.-
Sí: hay que incluirlos a todos
en el catálogo, lo mismo a los que tiran de pluma que a los que foguean
con miraditas. Y henos aquí frente al grave asunto que reclama mi
opinión y mi consejo. Electra, debes casarte, y pronto.
|
ELECTRA.-
(Bajando los ojos, vergonzosa.)
¿Pronto?... Por Dios, ¿qué prisa tengo?
|
MÁXIMO.-
Antes hoy que mañana.
Necesitas a tu lado un hombre, un marido. Tienes alma, temple, instintos y
virtudes matrimoniales. Pues bien: en la caterva de tus pretendientes, forzoso
será que elija yo uno, el mejor, el que por sus cualidades sea digno de
ti. Y el colmo de la felicidad será que mi elección coincida con
tu preferencia,
—166→
porque no adelantaríamos nada,
fíjate bien, si no consiguiera yo llevarte a un matrimonio de amor.
|
ELECTRA.-
(Con suma espontaneidad.)
¡Ay, sí!
|
MÁXIMO.-
A la vida tranquila, ejemplar,
fecunda, de un hogar dichoso...
|
ELECTRA.-
¡Ay, qué preciosidad!
¿Pero merezco yo eso?
|
MÁXIMO.-
Yo creo que sí... Pronto se ha
de ver.
(Concluyen de comer el
arroz.)
|
ELECTRA.-
¿Quieres más?
|
MÁXIMO.-
No, hija: gracias. He comido muy
bien.
|
ELECTRA.-
(Poniendo el frutero en la mesa.)
Da postre no te pongo más que fruta. Sé que te gusta mucho.
|
—167→
|
MÁXIMO.-
(Cogiendo una hermosa manzana.)
Sí, porque esto es la verdad. No se ve aquí mano del hombre...
más que para cogerla.
|
ELECTRA.-
Es la obra de Dios. ¡Hermosa,
espléndida, sin ningún artificio!
|
MÁXIMO.-
Dios hace estas maravillas para que
el hombre las coja y se las coma... Pero no todos tienen la dicha o la suerte
de pasar bajo el árbol...
(Monda una manzana.)
|
ELECTRA.-
Sí pasan, sí pasan...
pero algunos van tan abstraídos mirando al suelo, que no ven el hermoso
fruto que les dice: «Cógeme, cómeme». Y
bastaría que por un momento se aparta ser de sus afanes, y alzaran los
ojos...
|
MÁXIMO.-
(Contemplándola.) Como
alzar los ojos, yo... ya miro, ya...
|
Escena VIII
|
|
ELECTRA,
MÁXIMO; después el
OPERARIO.
|
ELECTRA.-
(Con tristeza.) Pronto
tendrás que ocuparte de la fusión, y yo...
|
MÁXIMO.-
Y tú... naturalmente,
volverás a tu casa.
|
ELECTRA.-
(Suspirando.) ¡Ay! no
quiero pensar en la que se armará cuando yo entre...
|
MÁXIMO.-
Tú oyes, callas y esperas.
|
ELECTRA.-
¡Esperar, esperar siempre!
(Concluyen de comer.
ELECTRA se levanta y retira platos.)
¡Ay! si tú no miras por esta pobre huérfana, pienso que ha
de ser muy desgraciada... ¡Es mucho cuento, Señor! Evarista y
Pantoja empeñados en que yo he de ser ángel, y yo... vamos, que
no me llama Dios por el camino angelical.
|
—170→
|
MÁXIMO.-
(Que se ha levantado y parece dispuesto a
proseguir sus trabajos.) No temas. Confía en mí. Yo te
reclamaré como protector tuyo, como maestro.
|
ELECTRA.-
(Aproximándose a él
suplicante.) Pero no tardes. Por la salud de tus hijos, Máximo,
no tardes. Oye lo que se me ocurre: ¿por qué no me tomas como a
uno de tus niños, y me tienes como ellos y con ellos?
|
MÁXIMO.-
(Con seriedad, muy afectuoso.)
¿Sabes que es una excelente idea? Hay que pensarlo... Déjame que
lo piense.
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OPERARIO.-
(Por el foro.) El señor
Marqués de Ronda.
|
ELECTRA.-
(Asustada.) ¡Oh! debo
marcharme.
|
MÁXIMO.-
No, hija: si es nuestro amigo,
nuestro mejor amigo... Ya verás...
(Al
OPERARIO.) Que pase.
(Vase el
OPERARIO.)
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—171→
|
ELECTRA.-
Pensará tal vez...
|
MÁXIMO.-
No pensará nada malo.
¿Has hecho café?
|
ELECTRA.-
Iba a colarlo ahora... un café
riquísimo... Sé hacerlo a maravilla.
|
MÁXIMO.-
Tráelo... Convidamos al
Marqués.
|
ELECTRA.-
Bueno, bueno. Pues tú lo
mandas... Voy por el café.
(Vase gozosa, con paso
ligero.)
|
Escena IX
|
|
MÁXIMO, el
MARQUÉS,
ELECTRA; al fin de la escena
MARIANO.
|
MÁXIMO.-
Adelante, Marqués.
|
MARQUÉS.-
Ilustre, simpático amigo.
(Desconsolado, mirando a todos
lados.) ¿Y Electra?
|
—172→
|
MÁXIMO.-
En la cocina.
|
MARQUÉS.-
¡En la cocina!
|
MÁXIMO.-
Volverá al instante. Hemos
comido, y ahora tomaremos café.
|
MARQUÉS.-
¡Han comido!
(Observando la mesa.)
|
MÁXIMO.-
Un arroz delicioso, hecho por
ella.
|
MARQUÉS.-
¡Bendita sea mil veces!
(Muy desconsolado.) ¡Pero,
hombre! ¡No haberme convidado! Vamos, no se lo perdono a usted.
|
MÁXIMO.-
¡Si esto ha sido una
improvisación! ¿Por qué no pasó usted antes, cuando
estuvo en la fábrica...?
|
MARQUÉS.-
Es verdad... Mía es la culpa.
|
—173→
|
MÁXIMO.-
Tomaremos café, y perdone,
querido Marqués, que le reciba y le obsequie en esta pobreza
estudiantil.
|
MARQUÉS.-
Ya lo he dicho: no acabo de
comprender que usted, hombre acaudalado, teniendo arriba tan magníficas
habitaciones...
|
MÁXIMO.-
Es muy sencillo... La ciencia y el
hábito del estudio me recluyen en esta madriguera. Ha puesto a mis hijos
en los aposentos bajos para tenerlos cerca de mí, y aquí vivo,
como un ermitaño.
|
MARQUÉS.-
Sin acordarse de que es rico...
|
MÁXIMO.-
Mi opulencia es la sencillez, mi lujo
la sobriedad, mi reposo el trabajo, y así he de vivir mientras
esté solo.
|
MARQUÉS.-
La soledad toca a su fin. Hay que
determinarse. En fin, mi querido amigo, vengo a prevenir a usted...
—174→
(Entra
ELECTRA con el café.) ¡Oh, la
encantadora divinidad casera!
|
ELECTRA.-
(Avanza cuidadosa con la bandeja en que
trae el servicio, temiendo que se le caiga alguna pieza.) Por Dios,
Marqués, no me riña.
|
MARQUÉS.-
¡Reñir yo!
|
ELECTRA.-
Ni me haga reír. Temo hacer un
destrozo. ¡Cuidado!
(El
MARQUÉS toma de sus manos la
bandeja.)
|
MARQUÉS.-
Aquí estoy yo para impedir
cualquier catástrofe.
(Pone todo en la mesa.) No tengo
por qué reñir, hija mía. En otra parte me asustaría
esta libertad. En la morada de la honradez laboriosa, de la caballerosidad
más exquisita, no me causa temor.
|
MÁXIMO.-
Gracias, señor Marqués.
(Les sirve el café.)
|
MARQUÉS.-
No lo aprecian del mismo modo los
señores
—175→
de enfrente... La noticia de lo que aquí
pasa ha llegado al Asilo de Santa Clara fundación de María
Requesens. Confusión y alarma de los García Yuste. Allá
está reunido todo el Cónclave.
|
ELECTRA.-
¡Dios tenga piedad de
mí!
|
MARQUÉS.-
Hija mía, calma.
|
MÁXIMO.-
Tú déjate,
déjanos a nosotros.
|
MARQUÉS.-
Por mi parte, para todas las
contingencias que pueda traer esta travesurilla, tienen ustedes en mí un
amigo incondicional, un defensor valiente.
|
ELECTRA.-
(Cariñosa.) ¡Oh,
Marqués, qué bueno es usted!
|
MÁXIMO.-
¡Qué bueno!
|
ELECTRA.-
¿Y qué tienen que decir
de mi café?
|
—176→
|
MARQUÉS.-
Que es digno de Júpiter, el
papá de los Dioses. En el Olimpo no lo sirvieron nunca mejor.
¡Benditas las manos que lo han hecho! Conceda Dios a mi vejez el consuelo
de repetir estas dulces sobremesas entre las dos personas...
(Muy cariñoso, tocando las manos
de uno y otro.) entre los dos amigos que ahora me escuchan, me atienden
y me agasajan.
|
ELECTRA.-
¡Oh, qué hermosa
esperanza!
|
MARQUÉS.-
Me voy a permitir, querido
Máximo, emplear con usted un signo de confianza. No lo llevo usted a
mal... Mis canas me autorizan...
|
MÁXIMO.-
Lo adivino, Marqués.
|
MARQUÉS.-
Desde este momento queda establecida
la siguiente reforma... social. Le tuteo a usted, es decir, a ti.
|
MÁXIMO.-
Lo considero como una gran honra.
|
—177→
|
ELECTRA.-
¿Y a mí por qué
no?
|
MARQUÉS.-
(A
MÁXIMA.) ¿Qué te
parece? ¿También a ella?...
|
MÁXIMO.-
Sí, sí... bajo mi
responsabilidad.
|
ELECTRA.-
(Aplaudiendo.) Bravo, bravo.
|
MÁRQUEZ.-
(Muy satisfecho.) Bien, amigos
míos: correspondo a vuestra confianza participándoos que el
Cónclave prepara contra vosotros resoluciones de una severidad
inaudita.
|
ELECTRA.-
Dios mío, ¿por
qué?
|
MARQUÉS.-
Los señores de García
Yuste muy santos y muy buenos... Dios les conserve... se han lanzado a la
navegación por lo infinito, y queriendo
—178→
subir, subir muy
alto, han arrojado el lastre, que es la lógica terrestre.
(MÁXIMO hace signos
de asentimiento.)
|
ELECTRA.-
No entiendo...
|
MARQUÉS.-
Ese lastre, ese plomo, la
lógica terrestre, la lógica humana, lo recogemos nosotros.
|
MÁXIMO.-
(Riendo.) Está bien, muy
bien.
|
ELECTRA.-
(Aplaudiendo sin entenderlo.)
Lastre, plomo recogido... lógica humana... Muy bien.
|
MARQUÉS.-
Dueños de esa fuerza, la santa
lógica, es urgente que nos preparemos para desbaratar los planes del
enemigo. Primera determinación nuestra:
(A
ELECTRA.) que vuelvas a tu casa... No te
asustes. No irás sola.
|
ELECTRA.-
¡Ay! respiro.
|
—179→
|
MARQUÉS.-
Iremos contigo los dos profesores de
lógica terrestre que estamos aquí.
|
ELECTRA.-
(Gozosa.) ¡Dios mío,
qué felicidad! Yo entre los dos, conducida por la pareja de la Guardia
civil.
|
MÁXIMO.-
(Al
MARQUÉS.) ¿No le parece a
usted que debemos ir de día, para que se vea con qué arrogancia
desafían estos criminales la plena luz?
|
MARQUÉS.-
¡Oh, no! Opino que vayamos
después de anochecido para que se vea que nuestra honradez no teme la
obscuridad.
|
MÁXIMO.-
¡Excelente ideal! De noche.
|
ELECTRA.-
De noche.
|
MARIANO.-
(Asomándose a la puerta de la
izquierda.) ¡Señor, al blanco incipiente!
|
—180→
|
ELECTRA.-
(Con alegría infantil.)
¡La fusión!
(Dice esto con alegría
inconsciente.)
|
MÁXIMO.-
(A
MARIANO.) No puedo ahora. Avísame
en el punto del blanco resplandeciente.
(Vase
MARIANO.)
|
MARQUÉS.-
(Con solemnidad, tomando una
copa.) Permitidme, amigos del alma, que brinde por la feliz
unión, por el perfecto himeneo de esos benditos metales.
|
MÁXIMO.-
(Con entusiasmo, alzando la
copa.) Brindo por nuestro primer metalúrgico, el noble
Marqués de Ronda.
|
ELECTRA.-
(Con emoción muy viva,
brindando.) ¡Por el grande y cariñoso amigo!
(Aparece
PANTOJA por la derecha, viniendo del
jardín. Permanece en la puerta contemplando con frío estupor la
escena.)
|
Escena X
|
|
MÁXIMO,
ELECTRA, el
MARQUÉS,
PANTOJA.
|
MARQUÉS.-
¡El enemigo!
|
ELECTRA.-
(Aterrada.) ¡Don Salvador!
¡El Señor sea conmigo!
|
MÁXIMO.-
Adelante, señor de Pantoja.
(PANTOJA avanza silencioso,
con lentitud.) ¿A qué debo el honor...?
|
PANTOJA.-
Anticipándome a mis buenos
amigos, Urbano y Evarista, que pronto volverán a su casa, aquí
estoy dispuesto a cumplir el deber de ellos y el mío.
|
MÁXIMO.-
¡El deber de ellos...
usted...!
|
MARQUÉS.-
Viene a sorprendernos, con aires de
polizonte.
|
—182→
|
MÁXIMO.-
En nosotros ve sin duda criminales
empedernidos.
|
PANTOJA.-
No veo nada, no quiero ver más
que a Electra, por quien vengo; a Electra, que no debe estar aquí, y que
ahora se retirará conmigo, y conmigo llorará su error.
(Coge la mano de
ELECTRA, que está como insensible;
inmovilizada por el miedo.) Ven.
|
MÁXIMO.-
Perdone usted.
(Sereno y grave, se acerca a
PANTOJA.) Con todo el respeto que a usted
debo, señor de Pantoja, lo suplico que dejo en libertad esa mano. Antes
de cogerla debió usted hablar conmigo, que soy el dueño de esta
casa, y el responsable de todo lo que en ella ocurre, de lo que usted ve... de
lo que no quiere ver.
|
PANTOJA.-
(Después de una corta
vacilación, suelta la mano de
ELECTRA.) Bien: por el momento suelto la
mano de la pobre criatura descarriada, o traída aquí con
engaño, y hablo contigo... a quien sólo quisiera
—183→
decir muy pocas palabras: «Vengo por Electra. Dama lo que no es tuyo, lo
que jamás será tuyo».
|
MÁXIMO.-
Electra es libre: ni yo la he
traído aquí contra su voluntad, ni contra su voluntad se la
llevará usted.
|
MARQUÉS.-
Que nos indique siquiera en
qué funda su autoridad.
|
PANTOJA.-
Yo no necesito decir a ustedes el
fundamento de mi autoridad. ¿A qué tomarme ese trabajo, si estoy
seguro de que ella, la niña graciosa... y ciega, no ha de negarme la
obediencia que le pido? Electra, hija del alma, ¿no hasta una palabra
mía, una mirada, para separarte de estos hombres y traerte a los brazos
de quien ha cifrado en ti los amores más puros, de quien no vive ni
quiere vivir más que para ti?
(Rígida y mirando al suelo,
ELECTRA calla.)
|
MÁXIMO.-
No basta, no, esa palabra de
usted.
|
MARQUÉS.-
No parece convencida, señor
mío.
|
—184→
|
MÁXIMO.-
Permítame usted que la
interrogue yo. Electra, adorada niña, responde: ¿tu
corazón y tu conciencia te dicen que entre todos los hombres que
conoces, los que aquí ves y otros que no están presentes,
sólo a ese, sólo a ese sujeto respetable debes obediencia y
amor?
|
MARQUÉS.-
Habla con tu corazón, hija;
con tu conciencia.
|
MÁXIMO.-
Y si él te ordena que le sigas,
y nosotros permanezcas aquí, ¿qué harás con libre
voluntad?
|
ELECTRA.-
(Después de una penosa
lucha.) Estar aquí.
|
MARQUÉS.-
¿Lo ve usted?
|
PANTOJA.-
Está fascinada... No es
dueña de sí.
|
MÁXIMO.-
No insistirá usted.
|
—185→
|
MARQUÉS.-
Se declarará vencido.
|
PANTOJA.-
(Con fría tenacidad.) Yo
no me creo vencido. La razón siempre está victoriosa, y yo me
estimaría indigno de poseer la que Dios me dado y guardo aquí, si
no la pusiera continuamente por encima de todos los errores y de todos los
extravíos. No, no cedo. Máximo, los metales que arden en tus
hornos son menos duros que yo. Tus máquinas potentes son artificios de
caña si las comparas con mi voluntad. Electra me pertenece: basta que yo
lo diga.
|
ELECTRA.-
(Aparte.) ¡Qué
terror siento!
|
MÁXIMO.-
Si quiere usted asegurarse del poder
de su voluntad, pruébela contra la mía.
|
PANTOJA.-
No necesito probarla ni contigo ni
con nadie, sino hacer lo que debo.
|
MÁXIMO.-
El deber esa es mi fuerza.
|
—186→
|
PANTOJA.-
Un deber con móviles terrenos
y fines accidentales. El deber mío se mueve por una conciencia tan
fuerte y dura como los ejes del universo, y mis fines están tan altos
que tú no los ves, ni podrás verlos nunca.
|
MÁXIMO.-
Súbase usted tan alto como
quiera. A lo más alto iré yo para decirle que no le temo, Electra
tampoco.
|
PANTOJA.-
Caprichudo es el hombre.
|
MÁXIMO.-
Para que hable usted de metales
duros.
|
MARQUÉS.-
Electra volverá a su casa con
nosotros...
|
MÁXIMO.-
Conmigo, y esto bastará para
que sus tíos le perdonen su travesura.
|
PANTOJA.-
Sus tíos no la
perdonarán ni la recibirán mejor
—187→
viéndola
entrar contigo, porque sus tíos no pueden renegar de sus sentimientos,
de sus convicciones firmísimas.
(Exaltándose.) Yo estoy en
el mundo para que Electra no se pierda, y no se perderá. Así lo
quiere la divina voluntad, de la que es reflejo este querer mío, que os
parece brutalidad caprichosa, porque no entendéis, no, de las grandes
empresas del espíritu, pobres ciegos, pobres locos...
|
ELECTRA.-
(Consternada.) Don Salvador, por
la Virgen, no se enfade usted. Yo no soy mala... Máximo es bueno...
Usted lo sabe... los tíos lo saben... ¡Que no debí venir
aquí sola...! Bueno... Volveré a casa. Máximo y el
Marqués irán conmigo, y los tíos me perdonarán.
(A
MÁXIMO y al
MARQUÉS.) ¿Verdad que me
perdonarán?...
(A
PANTOJA.) ¿Por qué quiere
usted mal a Máximo, que no le ha hecho ningún daño?
¿Verdad que no? ¿Qué razón hay de esa
ojeriza?...
|
MÁXIMO.-
No es ojeriza: es odio
recóndito, inextinguible.
|
PANTOJA.-
Odiarte no. Mis creencias me
prohíben el odio. Cierto que entre nosotros, por causa de
—188→
tus ideas insanas, hay cierta incompatibilidad... Además, tu padre,
Lázaro Yuste, y yo, ¡ay dolor! tuvimos desavenencias de las que
más vale no hablar ahora. Pero a ti no te aborrezco, Máximo...
más bien te estimo.
(Cambiando el tono austero e iracundo por
otro más suave, conciliador.) Dejo a un lado la severidad con
que al principio te hablé, y forzando un tanto mi carácter... te
suplico que permitas a Electra partir conmigo.
|
MÁXIMO.-
(Inflexible.) No puedo acceder a
su ruego.
|
PANTOJA.-
(Violentándose
más.) Por segunda vez, Máximo olvidando todo
resentimiento, casi, casi deseando tu amistad, te lo suplico...
Déjala.
|
MÁXIMO.-
Imposible.
|
PANTOJA.-
(Devorando su
humillación.) Bien, bien... Me lo has negado por segunda vez...
No tengo más que dos mejillas. Si tres tuviera para recibir de tu mano
tres bofetadas, por tercera vez te pediría lo mismo.
(Con gravedad y rigidez, sin ninguna
—189→
inflexión de ternura.) Adiós, Electra...
Máximo, Marqués, adiós.
|
ELECTRA.-
(En voz baja a
MÁXIMO.) Por Dios, Máximo,
transige un poco.
|
MÁXIMO.-
(Redondamente.) No.
|
ELECTRA.-
¿No dijisteis que me
llevaríais tú y el Marqués? Vámonos todos juntos.
(Esta frase es oída por
PANTOJA en su marcha lenta hacia la salida.
Detiénese.)
|
MÁXIMO.-
(Con energía.) No...
Él ha de irse primero. Cuando a nosotros nos acomode, y sin la
salvaguardia de nadie, iremos.
|
PANTOJA.-
(Fríamente, ya en la
puerta.) ¿Y a qué vas tú? ¿A empeorar la
situación de la pobre niña?
|
MÁXIMO.-
Voy... a lo que voy.
|
—190→
|
PANTOJA.-
¿No puedo saberlo?
|
MÁXIMO.-
No es preciso.
|
PANTOJA.-
No he pretendido que me reveles tus
intenciones. ¿Para qué, si las conozco?
(Da algunos pasos hacia el centro de la
escena clavando la mirada en
MÁXIMO.) No me fío de la
expresión de tus ojos. Penetro en el doble fondo de tu mente:
allí veo lo que piensas... No te interrogué por saber tu
intención, que ya sabía, sino por oírte las bonitas
promesas con que le encubres. En ti no mora la verdad; en ti no mora el bien,
no, no... no...
(Vase despacio repitiendo las
últimas palabras.)
|
Escena XI
|
|
ELECTRA,
MÁXIMO, el
MARQUÉS,
MARIANO.
|
ELECTRA.-
(Aterrada.) Se fue...
¿Volverá?
|
MARQUÉS.-
¡Qué hombre!
(Principia a obscurecer.)
|
—191→
|
MÁXIMO.-
Más que hombre es una
montaña que quiere desplomarse sobre nosotros y aplastarnos.
|
MARQUÉS.-
Pero no caerá... Es un monte
imaginario, inofensivo.
|
ELECTRA.-
(Consternada, buscando refugio junto a
MÁXIMO.) Ampárame,
Máximo. Quítame este terror.
|
MÁXIMO.-
Nada temas. Ven a mí.
(Le coge las manos.)
|
MARQUÉS.-
Ya obscurece. Debemos irnos ya.
|
ELECTRA.-
Vamos...
(Incrédula y medrosa.)
Pero de veras, ¿voy contigo?
|
MÁXIMO.-
Unidos en este acto, como lo
estaremos toda la vida...
|
—192→
|
ELECTRA.-
¿Contigo siempre?
(Aumenta la obscuridad.)
|
MARIANO.-
(En la puerta de la izquierda.)
¡Señor, el blanco deslumbrante!
|
MARQUÉS.-
(A
MARIANO.) La fusión está
hecha. Apaga los hornos.
|
MÁXIMO.-
(Con gran efusión,
besándole las manos.) Alma, luminosa, corazón grande,
contigo siempre... Voy a decir a nuestros tíos que te reclamo, que te
hago mía, que serás mi compañera y la madrecita de mis
hijos.
|
ELECTRA.-
(Acongojada, como si la alegría la
trastornase.) No me engañes... ¿Viviré con tus
niños, será entre ellos la niña mayor... seré tu
mujer?
|
MÁXIMO.-
(Con fuerte voz.) Sí,
sí.
(Iluminada la sala del fondo, resplandece
con viva claridad toda la escena.)
|
—193→
|
MARQUÉS.-
Vámonos... Ya viene la
noche.
|
ELECTRA.-
Es el día... ¡Día
eterno para mí!
(MÁXIMO la enlaza por
la cintura y salen. El
MARQUÉS tras ellos.)
|
|
|
ELECTRA,
PATROS, con una cesta de flores que acaban de
coger.
|
ELECTRA.-
(Sacando del bolsillo una carta.)
Déjame aquí las flores y toma la carta.
|
PATROS.-
(Deja las flores.) Y van tres
hoy.
|
—196→
|
ELECTRA.-
(Escogiendo las flores pequeñas,
forma con ellas tres ramitos.) No caben en el tiempo las infinitas
cosas que Máximo y yo tenemos que decirnos.
|
PATROS.-
Bendito sea Dios, que de la noche a
la mañana ha dado tanta felicidad a la señorita.
|
ELECTRA.-
Anoche pidió mi mano. Hoy
decidirán mis tíos la fecha de nuestra boda.
|
PATROS.-
Y entre tanto, carta va, carta
viene.
|
ELECTRA.-
En estas horas de impaciencia febril,
Máximo y yo no podemos privarnos de la comunicación escrita. En
mi carta de las ocho y quince le decía, cosas muy serias; en la de las
nueve y veinticinco le decía que no se descuide en dar a Lolín la
cucharadita de jarabe cada dos horas, y en ésta que ahora llevas le
advierto que mi tía está en misa, que aún tardará
en venir. Tienen que hablar... naturalmente...
|
—197→
|
PATROS.-
Ya... Hasta las once no
volverá de misa la señora...
|
ELECTRA.-
Y a las once irá yo con el
tío.
(Atando los tres ramitos.) Ea, ya
están. Éste para él, y éstos para los nenes. A cada
uno el suyo para que no se peleen...
(Disponiéndose a componer el ramo
grande.) Ahora el ramo para la Virgen de los Dolores... Vete y vuelve
pronto para que me ayudes... Espérate por la contestación, que
aunque sólo sea de dos palabras me colmará de alegría.
|
PATROS.-
Voy volando.
(Vase corriendo por el foro.)
|
ELECTRA.-
(Eligiendo las flores más bonitas
para formar el ramo.) Hoy, Virgen mía, mi ofrenda será
mayor: debiera ser tan grande que dejara sin una flor el jardín de mis
tríos; quisiera poner hoy ante tu imagen todas las cosas bonitas que hay
en la Naturaleza, las rosas, las estrellas, los corazones que saben amar...
¡Oh, Virgen santa, consuelo y esperanza nuestra, no me
—198→
abandones, llévame al bien que te he pedido, al que me prometiste
anoche, hablándome con la expresión de tus divinos ojos, cuando
yo con mis lágrimas te decía mí ansiedad, mi
gratitud...!
|
PATROS.-
(Presurosa por el fondo.) No
traigo carta; pero sí un recadito que vale más.
|
ELECTRA.-
¿Qué?....
¿Sale?
|
PATROS.-
Ahora mismo, en cuanto se vayan unos
señores que ya estaban despidiéndose... Que le espere usted
aquí, y hablarán un ratito... Mena que ir a una conferencia
telefónica.
|
ELECTRA.-
(Mirando al fondo.)
¿Vendrá ya?
(Siente pasos.) Me parece...
|
PATROS.-
Ya viene.
|
ELECTRA.-
(Dándole el ramo.) Toma...
Para la Virgen.
|
—199→
|
PATROS.-
Ya, ya.
|
ELECTRA.-
(Deteniéndola.) Pero no se
lo pongas a la Virgen del oratorio... Cuidado, Patros... A la del oratorio no,
sino a la mía, a la que tengo en la cabecera de mi cama. Por Dios, no te
equivoques.
|
PATROS.-
¡Ah, no...! ya sé...
(Entra corriendo en la casa.)
|
Escena II
|
|
ELECTRA,
MÁXIMO, después el
MARQUÉS.
|
MÁXIMO.-
(A distancia, abriendo un poco los
brazos.) ¡Niña!
|
ELECTRA.-
(Lo mismo.) ¡Maestro!
|
MÁXIMO.-
Estamos avergonzados... No sabemos
qué decirnos.
|
—200→
|
ELECTRA.-
Avergonzadísimos. Empieza
tú.
|
MÁXIMO.-
Tú... Para que se te quite la
vergüenza, dime una gran mentira: que no me quieres.
|
ELECTRA.-
Dime tú primero una gran
verdad.
|
MÁXIMO.-
Que te adoro.
(Se aproximan.)
|
ELECTRA.-
¡Falso, traidor! Toma esta rosa
que ha cogido para ti. Es pequeñita y modesta. Así quisiera ser
siempre para ti tu chiquilla.
(Se la pone en el ojal.)
|
MÁXIMO.-
(Con admiración.)
¡Corazón grande, inteligencia superior!
|
ELECTRA.-
Aumenta corazón y rebaja
inteligencia.
|
MÁXIMO.-
No rebajo nada.
|
—201→
|
ELECTRA.-
¿Sabes? Quisiera yo ser muy
bruta, muy cerril, para llegar a ti en la mayor ignorancia, y que pudieras
tú enseñarme las primeras ideas. No quiero tener nada que no sea
tuyo.
Ideas hermosas y sentimientos nobles
te sobran. Dios te ha dotado generosamente colmándote de preciosidades,
y ahora te pone en mis manos para que este obrero cachazudo te perfile, te
remate, te pulimente.
|
ELECTRA.-
Te vas a lucir, maestro: yo te digo
que te lucirás.
|
MÁXIMO.-
Haré una mujer buena,
juiciosa, amantes... ¡Vaya si me luciré!
(Mira su reloj.)
|
ELECTRA.-
No te detengas por mí. Miremos
ante todo a las obligaciones. ¿Tardarás mucho?
|
MÁXIMO.-
No creo... Estaré aquí
cuando Evarista vuelva de misa.
|
—202→
|
ELECTRA.-
¿Y nuestro Marqués ha
venido, como nos prometió?
|
MÁXIMO.-
En casa le dejo, escribiendo una
carta para su notario. ¡Incomparable amigo!... ¡Ah! ¿no
sabes? Anoche, cuando volvimos a casa? le referí tu novela paterna... la
novela de dos capítulos. Está el hombre indignado... pero en ello
vamos ganando, que así la tenemos a nuestra completa devoción, y
con más alma y cariño nos defiende.
|
ELECTRA.-
(Sorprendida.) ¿Pero
necesitamos defensa todavía?
|
MÁXIMO.-
En lo esencial, claro es que no...
¿Pero quién te asegura que los rivales de nuestro amigo no, nos
molestarán con dificultades, con entorpecimientos de un orden
secundario?
|
ELECTRA.-
(Tranquilizándose.) De eso
nos reiríamos.
|
—203→
|
MÁXIMO.-
Pero riéndonos... debemos
prevenir...
|
MARQUÉS.-
(Presuroso por el foro.)
¿Aquí todavía?
|
MÁXIMO.-
Marqués, en sus manos
encomiendo mi alma.
|
MARQUÉS.-
(Riñéndole
cariñoso.) ¡Que llegas tarde!
|
MÁXIMO.-
Ya me voy. Hasta muy luego.
|
ELECTRA.-
(Viéndole salir.) Corre...
Ven pronto.
|
Escena III
|
|
ELECTRA, el
MARQUÉS.
|
MARQUÉS.-
Bien por el galán
científico. ¡Y qué admirable hallazgo para ti! Tu amor
juvenil necesita un amor viudo, tu imaginación lozana una razón
—204→
fría. Al lado de este hombre, será mi niña
una gran mujer.
|
ELECTRA.-
Seré lo que él quiera
hacer de mí.
(Con gran curiosidad.)
Dígame, Marqués, ¿trató usted a la pobrecita mujer
de Máximo? No extrañará usted mi curiosidad... Es muy
natural que desee conocer la vida anterior del hombre que amo.
|
MARQUÉS.-
No la traté... la vi en
compañía de Máximo una, dos veces. Era vascongada,
desapacible, vulgar, poco inteligente; buena esposa, eso sí. Pero no
debió de ser aquel matrimonio un modelo de felicidades.
|
ELECTRA.-
A los padres de Máximo
sí le conoció usted.
|
MARQUÉS.-
A la madre no la vi nunca: era
francesa, señora de gran mérito. Mi mujer fue su amiga. A
Lázaro Yuste sí le traté, aunque no con intimidad, en
España y en Francia, allá por el 68... Hombre muy inteligente y
afortunado en el negocio de minas, y con no poca suerte
—205→
también, según decían, en las campañas amorosas.
Era hombre de historia.
|
ELECTRA.-
En eso no se parece a su hijo, que es
la misma corrección.
|
MARQUÉS.-
Bien puedes decir que te ha tocado el
lote de marido más valioso y completo: cerebro de gigante,
corazón de niño. Por tenerlo todo, hasta es poseedor de una buena
fortuna: lo que le dejó su padre, y la reciente herencia de franceses.
¿Qué más quieres? Pide por esa boca, y verás como
Dios te dice: «Niña, no hay más».
|
ELECTRA.-
(Suspirando fuerte.)
¡Ay!... Y ahora dígame, señor Marqués de mi alma:
¿puedo estar tranquila?
|
MARQUÉS.-
Absolutamente.
|
ELECTRA.-
¿Y nada debo temer de las dos
personas que...? Ya sabe usted que se creen con autoridad...
|
—206→
|
MARQUÉS.-
Algo podrán molestarnos
quizás... Pero ya les bajaremos los humos.
|
ELECTRA.-
¿El señor de
Cuesta...?
|
MARQUÉS.-
Es el de menos cuidado. Hoy he
hablado con él, y espero que acabe por apoyarnos resueltamente.
|
ELECTRA.-
¿El señor de
Pantoja...?
|
MARQUÉS.-
Ese rezongará, nos dará
cuantas jaquecas pueda, si se las consentimos; tocará la trompa
bíblica para meternos miedo; pero no le hagas caso.
|
ELECTRA.-
¿De veras?
|
MARQUÉS.-
No puede nada, nada
absolutamente.
|
—207→
|
ELECTRA.-
Y si me le encuentro por ahí,
¿no tengo por qué asustarme?
|
MARQUÉS.-
Como te asustaría un
moscardón con su zumbido mareante, que va y viene, gira y torna...
|
ELECTRA.-
¡Oh, qué alivio para mi
pobre espíritu!
(Con entusiasmo cariñoso.)
Señor Marqués de Ronda, Dios le bendiga.
|
MARQUÉS.-
(Muy afectuoso.) ¡Pobre
niña mía! Dios será contigo.
|
Escena VI
|
|
EVARISTA,
PANTOJA, que en actitud de gran cansancio y desaliento
se arroja en el banco de la izquierda, primer término.
|
EVARISTA.-
¿Pasamos a casa?
|
PANTOJA.-
No: déjeme usted que respire a
mis anchas. En la iglesia me ahogaba... El calor, el gentío...
|
—211→
|
EVARISTA.-
Hará que le traigan a usted un
refresco... ¡Balbina!
|
PANTOJA.-
Gracias.
|
EVARISTA.-
Una taza de tila...
|
PANTOJA.-
Tampoco.
(Sale
BALBINA. La señora le da la mantilla, que
acaba de quitarse, y el libro de misa, y le manda que se retire.)
|
EVARISTA.-
No hay motivo, amigo mío, para
tan grande aflicción.
|
PANTOJA.-
No es mi orgullo, como dicen, lo que
se siente herido: es algo más delicado y profundo. Se me niega el
consuelo, la gloria de dirigir a esa criatura y de llevarla por el camino del
bien. Y me aflige más, que usted, tan afecta a mis ideas; usted, en
quien yo veía una fiel amiga y una ferviente aliada, me abandone en la
hora crítica.
|
—212→
|
EVARISTA.-
Perdone usted, señor Don
Salvador. Yo no abandono a usted. De acuerdo estábamos ya para
custodiar, no digo encerrar, a esa loquilla en San José de la
Penitencia, mirando a su disciplina y purificación... Pero ha surgido
inopinadamente la increíble ventolera de Máximo, y yo no puedo,
no puedo en modo alguno negar mi consentimiento... Ello será una locura:
allá se les haya... ¿Pero de Máximo, como hombre de
conducta, qué tiene usted que decir?
|
PANTOJA.-
Nada.
(Corrigiéndose.)
¡Oh, sí! algo podría decir... Mas por el momento
sólo digo que Electra no está preparada para el matrimonio, ni en
disposición de elegir con acierto... No rechazo yo en absoluto su
casamiento, siempre que sea con un hombre cuyas ideas no puedan serle
dañosas... Pero eso vendrá después. Lo primero es que esa
tierna criatura ingresa en el auto asilo, donde la probaremos, pulsaremos con
exquisito tacto sa carácter, sus gustos, sus afectos, y en vista de lo
que observemos se determinará...
(Con altanería.)
¿Qué tiene usted que decir?
|
—213→
|
EVARISTA.-
(Acobardada.) Que para ese
plan... hermosísimo, lo reconozco... no puedo ofrecer a usted mi
cooperación.
|
PANTOJA.-
(Con arrogancia,
paseándose.) De modo que según usted, mi señora
Doña Evarista, si la niña quiere perderse, que se pierda; si ella
se empeña en condenarse, condénese en buen hora.
|
EVARISTA.-
(Con mayor timidez,
sugestionada.) ¡Su perdición!... ¿Y cómo
evitarla?... ¿Acaso está en mi mano?
|
PANTOJA.-
(Con energía.)
Está.
|
EVARISTA.-
¡Oh! no... Me falta valor para
intervenir... ¿Y con qué derecho?... Imposible, Don Salvador,
imposible...
|
PANTOJA.-
(Afirmándose más en su
autoridad.) Sepa usted, amiga mía, que el acto de apartar a
Electra
—214→
de un mundo en que la cercan y amenazan innumerables
bestias malignas, no es despotismo: es amor en la expresión más
pura del cariño paternal, que comúnmente lastima para curar.
¿Dada usted de que el fin grande de mi vida, hoy, es el bien de la pobre
niña?
|
EVARISTA.-
(Acobardándose
más.) No lo dudo... No puedo dudarlo.
|
PANTOJA.-
(Con efusión y
elocuencia.) Amo a Electra con amor tan intenso, que no aciertan a
declararlo todas las sutilezas de la palabra humana. Desde que la vieron mis
ojos, la voz de la sangre clamó dentro de mí, diciéndome
que esa criatura me pertenece... Quiero y debo tenerla bajo mi dominio
santamente, paternalmente... Que ella me ame como aman los ángeles...
Que sea imagen mía en la conducta, espejo mío en las ideas. Que
se reconozca obligada a padecer por los que le dieron la vida, y
purificándose ella, nos ayuda, a los que fuimos malos, a obtener el
perdón... Por Dios, ¿no comprende usted esto?
|
EVARISTA.-
(Agobiada.) Sí, sí.
¡Cuánto admiro su inteligencia poderosa!
|
—215→
|
PANTOJA.-
Menos admiración y más
eficacia en favor mío.
|
EVARISTA.-
No puedo...
(Se sienta, llorosa y
abatida.)
|
PANTOJA.-
Naturalmente, a usted no puede
inspirar Electra el inmenso interés que a mí me inspira.
(Empleando suaves resortes de
persuasión.) Si por el pronto causara enojos a la niña su
apartamiento de las alegrías mundanas, no tardará en hacerse a la
paz, a la quietud venturosa... Yo la dotará ampliamente. Cuanto paseo
será para ella, para esplendor de su santa casa... Electra será
nombrada Superiora; y bajo mi autoridad gobernará la
Congregación...
(Con profunda emoción.)
¡Qué feliz será, Dios mío, y yo qué feliz!
(Quédase como en
éxtasis.)
|
EVARISTA.-
Comprendo, sí, que al no
acceder yo a lo que usted pretende de mí, privo a esa criatura de llegar
al estado más perfecto en la condición humana... Bien conoce
usted mis sentimientos. ¡Con cuánto gusto trocaría la
opulencia en que vivo por la gloria de dirigir obscuramente una
—216→
casa religiosa de mucho trabajo y humildad!... Siempre admiró a usted
por su protección a La Penitencia; le admiré más al saber
que redoblaba usted sus auxilios cuando mi pobre Eleuteria, traspasada de dolor
cual nueva Magdalena, buscaba en ese instituto la paz y el perdón. En el
acto de usted vi la espiritualidad más pura.
|
PANTOJA.-
Sí: cuando su desgraciada
prima de usted entró en aquella casa, mi protección no
sólo fue más positiva, sino más espiritual. Nunca vi a
Eleuteria después de convertida, pues de nadie ni aun de mí
mismo, se dejaba ver. Pero yo iba diariamente a la iglesia, y platicaba en
espíritu con la penitente, considerándola regenerada, como lo
estaba yo. Murió la infeliz, a los cuarenta y cinco años de su
edad. Gestioné el permiso de sepultura en el interior del edificio, y
desde entonces protegí más la Congregación, la hice
enteramente mía, porque en ella reposaban los restos de la que
amé. Nos había unido el delito, y ya nos unía el
arrepentimiento, ella muerta, yo vivo...
|
EVARISTA.-
Y ahora, el que bien podremos llamar
fundador,
—217→
todos los días, sin faltar uno, visita la santa
casa y el cementerio humilde y poético donde reposan las Hermanas
difuntas...
|
PANTOJA.-
(Vivamente.) ¿Lo sabe?
|
EVARISTA.-
Lo sé... Y ronda el patio
florido, a la sombra de cipreses y adelfas...
|
PANTOJA.-
Es verdad. ¿Y cómo
sabe...?
|
EVARISTA.-
Ronda y divaga el fundador, rezando
por sí y por la pobre pecadora, implorando el descanso de ella, el
descanso suyo.
|
PANTOJA.-
¡Oh! sí... Allí
reposarán también mis pobres huesos.
(Con gran vehemencia.) Quiero,
además, que así como mi espíritu no se aparta de aquella
casa, en ella resida también, por el tiempo que fuera menester, el
espíritu de Electra... No la forzaré a la vida claustral; pero si
probándola, tomase gusto a tan hermosa vida y en ella quisiese
permanecer, creería yo que
—218→
Dios me había concedido
los favores más inefables. Allí las cenizas de la pecadora
redimida, allí mi hija, allí yo, pidiendo a Dios que a los tres
nos dé la eterna paz. Y cuando llegue la muerte, los tres reposando en
la misma tierra, todos mis amores conmigo, y los tres en Dios... ¡Oh,
qué fin tan hermoso, qué grandeza y qué
alegría!
|
EVARISTA.-
(Con emoción muy viva.)
¡Grandeza, sí, idealidad incomparable!
|
PANTOJA.-
¿Duda usted todavía de
que mis fines son elevados, de que no me mueve ninguna pasión
insana?
|
EVARISTA.-
¿Cómo he de dudar
eso?
|
PANTOJA.-
Pues si mi plan le parece hermoso,
¿por qué no me auxilia?
|
EVARISTA.-
Porque no tengo poder para ello.
|
—219→
|
PANTOJA.-
¿Ni aun asegurándole
que la reclusión de la niña tendrá carácter de
prueba...?
|
EVARISTA.-
Ni aun así.
|
EVARISTA.-
No, Don Salvador, no cuente
conmigo...
(Luchando con su conciencia.)
Reconozco la elevación... Con ellas simpatizo... Ecos y caricias de esas
ideas siento yo en mi alma; pero algo debo también a la vida social, y
en la vida social y de familia es imposible lo que usted desea.
|
PANTOJA.-
(Disimulando su enojo.)
Está bien. Paciencia...
(Caviloso y sombrío, se
pasea.)
|
EVARISTA.-
(Después de una pausa.)
¿Qué piensa usted?... ¿Renuncia...?
|
PANTOJA.-
(Con naturalidad, y firmeza.) No,
señora...
|
—220→
|
EVARISTA.-
¿Y cómo...?
|
PANTOJA.-
No lo sé... No me
faltará una idea... Yo veré...
(Resolviéndose.) Evarista:
me hará usted el favor de escribir una carta a la Superiora de La
Penitencia.
|
EVARISTA.-
Diciéndole...
|
PANTOJA.-
Que venga inmediatamente con dos
Hermanas...
|
EVARISTA.-
¿Por qué no lo escribe
usted?
|
PANTOJA.-
Porque tengo que acudir a otra
parte.
|
EVARISTA.-
¿Y ello ha de ser pronto?
|
PANTOJA.-
Al instante...
|
—221→
|
EVARISTA.-
Bien.
(Dirígese a la casa.)
|
PANTOJA.-
Mande usted la carta sin
pérdida de tiempo.
|
EVARISTA.-
(Mirando hacia el jardín.)
Paréceme que ya vienen...
|
PANTOJA.-
Pronto, amiga mía.
|
EVARISTA.-
Ya voy... Dios nos inspire a todos.
(Entra en la casa.)
|
PANTOJA.-
Será con usted.
(Aparte.) No quiero que me vean.
(Se oculta tras el macizo de la derecha,
junto a la escalinata.)
|
|
|
ELECTRA,
PANTOJA.
|
PANTOJA.-
Hija mía, ¿te asustas
de mí?
|
ELECTRA.-
¡Ay, sí!... no puedo
evitarlo... Y no debiera, no... Don Salvador, dispénseme... Me voy al
corro.
|
PANTOJA.-
Aguarda un instante. ¿Vas a
que los pequeñuelos te comuniquen su alegría?
|
—224→
|
ELECTRA.-
No, señor: voy a
comunicársela yo a ellos, que la tengo de sobra.
(Se aleja el canto del corro de
niños.)
|
PANTOJA.-
Ya sé la causa de tu grande
alegría, ya sé.
|
ELECTRA.-
Pues si lo sabe, no hay nada que
decir. Hasta luego, Don Salvador.
|
PANTOJA.-
(Deteniéndola.)
¡Ingrata! Concédeme un ratito.
|
ELECTRA.-
¿Nada más que un
ratito?
|
PANTOJA.-
Nada más.
|
ELECTRA.-
Bueno.
(Se sienta en el banco de piedra. Pone a
un lado las flores, y las va cogiendo para adornarse con ellas,
clavándoselas en el pelo.)
|
—225→
|
PANTOJA.-
No sé a qué guardas
reservas conmigo, sabiendo lo que me interesa tu existencia, tu
felicidad...
|
ELECTRA.-
(Sin mirarle, atenta a ponerse las
florecillas.) Pues si le interesa mi felicidad, alégrese
conmigo: soy muy dichosa.
|
PANTOJA.-
Dichosa hoy. ¿Y
mañana?
|
ELECTRA.-
Mañana más... siempre
más, siempre lo mismo.
|
PANTOJA.-
La alegría verdadera y
constante, el gozo indestructible, no existen más que en el amor eterno,
superior a las inquietudes y miserias humanas.
|
ELECTRA.-
(Adornado ya el cabello, se pone flores
en el cuerpo y talle.) ¿Salimos otra vez con la tecla de que yo
he de ser ángel...? Soy muy terrestre, Don Salvador. Dios me hizo mujer,
pues no me puso en el cielo, sino en la tierra.
|
—226→
|
PANTOJA.-
Ángeles hay también en
el mundo; ángeles son los que en medio de los desórdenes de la
materia saben vivir la vida del espíritu.
|
ELECTRA.-
(Mostrando su cuello y talle adornados de
florecillas. Óyese más claro y, próximo el corro de
niños.) ¿Qué tal? ¿Parezco un
ángel?
|
PANTOJA.-
Lo pareces siempre. Yo quiero que lo
seas.
|
ELECTRA.-
Así me adorno para divertir a
los chiquillos. ¡Si viera usted cómo se ríen!
(Con una triste idea
súbita.) ¿Sabe usted lo que parezco ahora? Pues un
niño muerto. Así adornan a los niños cuando los llevan a
enterrar.
|
PANTOJA.-
Para simbolizar la ideal belleza del
Cielo a donde van.
|
ELECTRA.-
(Quitándose flores.) No,
no quiero parecer niño muerto. Creería yo que me llevaba usted a
la sepultura.
|
—227→
|
PANTOJA.-
Yo no te entierro, no. Quisiera
rodearte de luz.
(Se va apagando y cesa el canto de los
niños.)
|
ELECTRA.-
También ponen luces a los
niños muertos.
|
PANTOJA.-
Yo no quiero tu muerte, sino tu vida;
no una vida inquieta y vulgar, sino dulce, libra, elevada, amorosa, con eterno
y puro amor.
|
ELECTRA.-
(Confusa.) ¿Y por
qué desea usted para mí todo eso?
|
PANTOJA.-
Porque te quiero con un amor de
calidad más excelsa que todos los amores humanos. Te haré
comprender mejor la grandeza de este cariño diciéndote que por
evitarte un padecer leve, tomaría yo para mí los más
espantosos que pudieran imaginarse.
|
ELECTRA.-
(Atontada, sin entender bien.)
|
—228→
|
PANTOJA.-
Considera cuánto
padecerá ahora viendo que no puedo evitarte una penita, un
sinsabor...
|
ELECTRA.-
¡A mí!
|
PANTOJA.-
A ti.
|
ELECTRA.-
¡Una penita...!
|
PANTOJA.-
Una pena... que me aflige más
por ser yo quien he de causártela.
|
ELECTRA.-
(Rebelándose, se levanta.)
¡Penas!... No, no las quiero. ¡Guárdeselas usted!... No me
traiga más que alegrías.
|
PANTOJA.-
(Condolido.) Bien quisiera; pero
no puede ser.
|
ELECTRA.-
¡Oh! ya estoy aterrada.
(Con súbita idea que la
tranquiliza.) ¡Ah!... ya entiendo... ¡Pobre Don Salvador!
Es que quiere decirme algo malo de
—229→
Máximo, algo que usted
juzga malo en su criterio, y que, según el mío, no lo es... No se
canse... yo no he de creerlo...
(Precipitándose en la
emisión de la palabra, sin dar tiempo a que hable
PANTOJA.) Es Máximo el hombre mejor
del mundo, el primero, y a todo el que me diga una palabra contraria a esta
verdad, le detesto, le...
|
PANTOJA.-
Por Dios, déjame hablar... no
seas tan viva... Hija mía, yo no hablo mal de nadie, ni aun de los que
me aborrecen. Máximo es bueno, trabajador, inteligentísimo...
¿Qué más quieres?
|
ELECTRA.-
(Gozosa.) Así,
así.
|
PANTOJA.-
Digo más: te digo que puedes
amarle, que es tu deber amarle...
|
ELECTRA.-
(Con gran satisfacción.)
¡Ah!
|
PANTOJA.-
Y amarle entrañablemente...
(Pausa.) Él no es
culpable, no.
|
—230→
|
ELECTRA.-
¡Culpable!
(Alarmada otra vez.) Vamos,
¿a que acabará usted por decir de él alguna
picardía?
|
PANTOJA.-
De él no.
|
ELECTRA.-
¿Pues de quién?
(Recordando.) ¡Ah!... Ya
sé que el padre de Máximo y usted fueron terribles enemigos...
También me han dicho que aquel buen señor, honradísimo en
los negocios, fue un poquito calavera... ya usted me entiende... Pero eso a
mí nada me afecta.
|
PANTOJA.-
Inocentísima criatura, no
sabes lo que dices.
|
ELECTRA.-
Digo que... aquel excelente
hombre...
|
PANTOJA.-
Lázaro Yuste, sí... Al
nombrarle, tengo que asociar su triste memoria a la de una persona que no
existe... muy querida para ti...
|
ELECTRA.-
(Comprendiendo y no queriendo
comprender.) ¡Para mí!
|
—231→
|
PANTOJA.-
Persona que no existe, muy querida
para ti.
(Pausa. Se miran.)
|
ELECTRA.-
(Con terror, en voz apenas
perceptible.) ¡Mi madre!
(PANTOJA hace signos
afirmativos con la cabeza.) ¡Mi madre!
(Atónita, deseando y temiendo la
explicación.)
|
PANTOJA.-
Han llegado los días del
perdón. Perdonemos.
|
ELECTRA.-
(Indignada.) ¡Mi madre, mi
pobre madre! No la nombran más que para deshonrarla... y la denigran los
mismos que la envilecieron.
(Furiosa.) Quisiera tenerlos en
mi mano para deshacerlos, para destruirlos, y no dejar de ellos ni un pedacito
así.
|
PANTOJA.-
Tendrías que empezar tu
destrucción por Lázaro Yuste.
|
ELECTRA.-
¡El padre de Máximo!
|
—232→
|
PANTOJA.-
El primer corruptor de la desgraciada
Eleuteria.
|
ELECTRA.-
¿Quién lo asegura?
|
PANTOJA.-
Quien lo sabe.
|
ELECTRA.-
¿Y...?
(Se miran.
PANTOJA no se atreve a explanar su
idea.)
|
PANTOJA.-
¡Oh, triste de mí!... No
debí, no, no debí hablarte de esto. Diera yo por callarlo, por
ocultártelo, los días que me quedan de vida. Ya
comprenderás que no podía ser... Mi cariño me ordena que
hable.
|
ELECTRA.-
(Angustiada.) ¡Y
tendré yo que oírlo!
|
PANTOJA.-
He dicho que Lázaro Yuste
fue...
|
—233→
|
ELECTRA.-
(Tapándose los
oídos.) No quiero, no quiero oírlo.
|
PANTOJA.-
Tenía entonces tu madre la
edad que tú tienes ahora: diez y ocho años...
|
ELECTRA.-
(Airada, rebelándose.) No
creo... Nada creo.
|
PANTOJA.-
Era una joven encantadora, que
sufrió con dignidad aquel grande oprobio...
|
ELECTRA.-
(Rebelándose con más
energía.) ¡Cállese usted!... No creo nada, no
creo...
|
PANTOJA.-
Aquel grande oprobio, el nacimiento
de Máximo.
|
ELECTRA.-
(Espantada, descompuesto el rostro, se
retira hacia atrás mirando fijamente a
PANTOJA.) ¡Ah...!
|
—234→
|
PANTOJA.-
Procediendo con cierta nobleza,
Lázaro cuidó de ocultar la afrenta de su víctima...
recogió al pequeñuelo... llevole consigo a Francia...
|
ELECTRA.-
La madre de Máximo fue una
francesa: Josefina Perret.
|
PANTOJA.-
Su madre adoptiva... su madre
adoptiva.
(Mayor espanto de
ELECTRA.)
|
ELECTRA.-
(Oprimiéndose el cráneo con
ambas manos.) ¡Horror! El cielo se cae sobre mi...
|
PANTOJA.-
(Dolorido.) ¡Hija de mi
alma, vuelve Dios a tus ojos!
|
ELECTRA.-
(Trastornada.) Estoy
soñando... Todo lo que veo es mentira, ilusión.
(Mirando aquí y allí con
ojos espantados.) Mentira estos árboles, esta casa... ese
cielo... Mentira usted... usted no existe... es un monstruo de pesadilla...
(Golpeándose el
cráneo.) Despierta, mujer infeliz, despierta.
|
—235→
|
PANTOJA.-
(Tratando de sosegarla.)
¡Electra, querida niña, alma inocente...!
|
ELECTRA.-
(Con grito del alma.)
¡Madre, madre mía...! la verdad, dime la verdad...
(Fuera de sí recorre la
escena.) ¿Dónde estás, madre?... Quiero la muerte
o la verdad... Madre, ven a mí... ¡Madre, madre...!
(Sale disparada por el fondo, y se pierde
en la espesura lejana. Suena próximo el canto de los niños
jugando al corro.)
|
Escena IX
|
|
PANTOJA;
DON URBANO, el
MARQUÉS por la casa, presurosos. Tras ellos
BALBINA y
PATROS.
|
DON URBANO.-
¿Qué ocurre?
|
MARQUÉS.-
Oímos gritar a Electra.
|
BALBINA.-
Y salió corriendo por el
jardín.
|
—236→
|
PATROS.-
Por aquí.
(Alarmadas las dos, corren y se internan
en el jardín.)
|
MARQUÉS.-
(Mirando por entre la espesura.)
Allá va... Corre... continúa gritando... ¡Oh, niña
de mi alma!
(Corre al jardín.)
|
DON URBANO.-
¿Qué es esto?
|
PANTOJA.-
Ya os lo explicaré... Aguarde
usted. Dispongamos ahora...
|
DON URBANO.-
¿Qué?
|
PANTOJA.-
(Tratando de ordenar sus ideas.)
Deje usted que lo piense... Será preciso traerla a casa... Vaya
usted...
|
DON URBANO.-
(Mirando hacia el jardín.)
Llega Máximo...
|
PANTOJA.-
(Contrariado.) ¡Oh,
qué inoportunamente!
|
—237→
|
DON URBANO.-
Los niños corren hacia
él... Parece que le informan... Electra se dirige a la gruta.
Máximo va hacia la niña... Electra huye de él... Hablan el
Marqués y mi sobrino acaloradamente.
|
PANTOJA.-
Vaya usted... Cuide de que
Máximo no intervenga...
|
DON URBANO.-
Voy.
(Se interna en el
jardín.)
|
PANTOJA.-
Temo alguna contrariedad. Si yo
pudiera...
(Queriendo ir y sin
atreverse.)
|
BALBINA.-
(Volviendo presurosa del
jardín.) ¡Pobre niña...! Clamando por su madre...
Se ha sentado en la boca de la gruta, rodeada de los niños... y no hay
quien la mueva de allí...
|
PANTOJA.-
¿Y Máximo?
|
—238→
|
BALBINA.-
Lleno de confusión, como todos
nosotros, que no entendemos... Voy a dar parte a la señora...
|
PANTOJA.-
No, no. ¿Han venido la
Superiora y las Hermanas?
|
BALBINA.-
Ahí están.
|
PANTOJA.-
No diga usted nada a la
señora. Entre en la casa y espera mis órdenes.
|
BALBINA.-
Bien, señor.
|
PANTOJA.-
(Indeciso y como asustado.) Por
primera vez en mi vida no acierto a tomar una resolución. Irá
allá.
(Al fondo del jardín.)
No... ¿Esperaré? Tampoco.
(Resolviéndose.) Voy.
(A los pocos pasos le detiene
MÁXIMO, que muy agitado y colérico
viene del jardín.)
|
|
|
PANTOJA,
MÁXIMO.
|
MÁXIMO.-
(Con ardiente palabra en toda la
escena.) Alto... Me dice el Marqués que de aquí,
después da una larga conversación con usted, salió Electra
en terrible desvarío.
|
PANTOJA.-
(Turbado.) Aquí...
cierto.... hablamos... La niña...
|
MÁXIMO.-
Mordida fue por el monstruo.
|
PANTOJA.-
Tal vez... Pero el monstruo no soy
yo. Es un monstruo terrible, que se alimenta de los hechos humanos. Se llama la
Historia.
(Queriendo marcharse.)
Adiós.
|
MÁXIMO.-
(Le coge fuertemente por un
brazo.) ¡Quieto!... Va usted a repetir, ahora mismo, ahora mismo,
—240→
lo que ha dicho a Electra ese monstruo de la Historia, para
ponerla en tan gran turbación...
|
PANTOJA.-
(Sin saber qué decir.)
Yo... ante todo, conviene asentar previamente que...
|
MÁXIMO.-
No quiero preámbulos... La
verdad, concreta, exacta, precisa... Usted ha ofendido a Electra, usted ha
trastornado su entendimiento... ¿Con qué palabras, con qué
ideas? Necesito saberlo pronto, pronto. Se trata de la mujer que es todo para
mí en el mundo.
|
PANTOJA.-
Para mí es más: es los
cielos y la tierra.
|
MÁXIMO.-
Sepa yo al instante la
maquinación que ha tramado usted contra esa pobre huérfana,
contra mí, contra los dos, unidos ya eternamente por la efusión
de nuestras almas; sepa yo qué veneno arrojó usted en el
oído de la que puedo y debo llamar ya mi mujer.
(PANTOJA hace signos
dubitativos.) ¿Qué dice? ¿Que no será mi
mujer...? ¡Y se burla!
|
—241→
|
PANTOJA.-
No he dicho nada.
|
MÁXIMO.-
(Estallando en ira, con gran violencia le
acomete.) Pues por ese silencio, por esa burla, máscara de un
egoísmo tan grande que no cabe en el mundo; por esa virtud verdadera o
falsa, no la sé, que en la sombra y sin ruido lanza el rayo que nos
aniquila;
(Le agarra por el cuello, le arroja sobre
el banco.) por esa dulzura que envenena, por esa suavidad que
estrangula, confúndate, Dios, hombre grande o rastrero, águila,
serpiente o lo que seas.
|
PANTOJA.-
(Recobrando el aliento.)
¡Qué brutalidad!... ¡Infame, loco!...
|
MÁXIMO.-
Sí, lo soy. Usted a todos nos
enloquece.
(Reponiéndose de su ira.)
¿Quién sino usted ha tenido el poder diabólico de
desvirtuar mi carácter, arrastrándome a estas cóleras
terribles? Sin darme cuenta de ello, he atropellado a un ser débil y
mezquino, incapaz de responder a la fuerza con la fuerza.
|
—242→
|
PANTOJA.-
(Incorporándose.) Con la
fuerza respondo.
(Volviendo a su ser normal, se expresa
con una calma sentenciosa.) Tú eres la fuerza física, yo
soy la fuerza espiritual.
(MÁXIMO le mira
atónito y confuso.) Pueda yo más que tú,
infinitamente más. ¿Lo dudas?
|
MÁXIMO.-
¿Que puede más?
|
PANTOJA.-
La ira te sofoca, el orgullo te
ciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobro fácilmente la serenidad;
tú no: tú tiemblas, Máximo; tú, que eres la fuerza,
tiemblas.
|
MÁXIMO.-
Es la ira que aún está
vibrando... No la provoque usted.
|
PANTOJA.-
(Cada vez más dueño de
sí.) Ni la provoco, ni la temo... porque tú me maltratas
y yo te perdono.
|
MÁXIMO.-
¡Que me perdona!... ¡a
mí! Se empeña usted en que yo sea homicida, y lo
conseguirá.
|
—243→
|
PANTOJA.-
(Con serena y fría gravedad, sin
jactancia.) Enfurécete, grita, golpea... Aquí me tienes
inconmovible... No hay fuerza humana que me quebrante, no hay poder que me
aparte de mis caminos. Injúriame, hiéreme, mátame: no me
defiendo. El martirio no me arredra. Podrá la barbarie, destruir mi
pobre cuerpo, que nada vale; pero lo que hay aquí
(En su mente.)
¿quién lo destruye? Mi voluntad, de Dios abajo, nadie la mueve. Y
si acaso mi voluntad quedase aniquilada por la muerte, la idea que sustento,
siempre quedará viva, triunfante...
|
MÁXIMO.-
No veo, no puedo ver ideas, grandes
en quien no tiene grandeza, en quien no tiene piedad, ni ternura, ni
compasión.
|
PANTOJA.-
Mis finos son muy altos. Hacia ellos
voy... por los caminos posibles.
|
MÁXIMO.-
(Aterrado.) ¡Por los
caminos posibles! Hacia Dios no se va más que por uno: el del bien.
(Con exaltación.)
¡Oh, Dios! Tú no puedes permitir
—244→
que a tu Reino se
llegue por callejuelas, obscuras, ni que a tu gloria se suba pisando, los
corazones que te aman... ¡No, Dios, no permitirás eso, no, no!
Antes que ver tal absurdo veamos toda la Naturaleza en espantosa ruina,
desquiciada y rota toda la máquina del Universo.
|
PANTOJA.-
Sacrílego, ofendes a Dios con
tus palabras.
|
MÁXIMO.-
Más le ofende usted con sus
hechos.
|
PANTOJA.-
Basta. No he de disputar contigo...
Nada más tengo que decirte.
|
MÁXIMO.-
¿Nada más? ¡Si
falta, todo!
(Le coge vigorosamente por un
brazo.) Ahora va usted conmigo en busca de Electra, y en presencia de
ella, o esclarece usted mis dudas y me saca de esta ansiedad horrible, o perece
usted y perezco yo, y perecemos todos... Lo juro por la memoria de mi
madre.
|
PANTOJA.-
(Después de mirarle
fijamente.) Vamos.
(Al dar los primeros pasos sale
EVARISTA de la casa.)
|
Escena XII
|
|
ELECTRA,
MÁXIMO,
EVARISTA,
PANTOJA,
DON URBANO, el
MARQUÉS,
PATROS, la Superiora y Hermanas.
|
EVARISTA.-
Hija mía, ¿qué
delirio es ése?
|
MÁXIMO.-
(Acudiendo a ella
cariñoso.) Alma mía, ven, escúchame. Mi
cariño será tu razón.
|
ELECTRA.-
(Se aparta de
MÁXIMO con movimiento pudoroso. Su
desvarío es sosegado, sin gritos ni carcajadas. Lo expresa con acentos
de dolor resignado y melancólico.) No te acerques. Yo no soy
tuya, no, no.
|
—247→
|
MÁXIMO.-
¿Por qué huyes de
mí? ¿A dónde vas sin mí...?
|
PANTOJA.-
(Que ha pasado a la derecha junto a
EVARISTA.) A la verdad, a la eterna
paz.
|
ELECTRA.-
Busco a mi madre.
¿Sabéis dónde está mi madre?... La vi en el corro
de los niños... fue después hacia la mimosa que hay a la entrada
de la grata... Yo tras ella sin alcanzarla... Me miraba y huía...
(Óyese lejano el canto de
niños en el corro.)
|
MARQUÉS.-
¿Ves a Máximo?
Será tu esposo...
|
MÁXIMO.-
(Con vivo afán.) Nadie se
opone; no hay razón ni fuerza que lo impidan, Electra, vida
mía.
|
ELECTRA.-
(Imponiendo silencio.) Ya no hay
esposos ni esposas... ¡oh, qué triste está mi alma!... Ya
no hay más que padres y hermanos, muchos hermanos... ¡Qué
grande es el mundo, y qué solo
—248→
está, qué
vacío! Por sobre él pasan unas nubes negras... las ilusiones que
fueron mías, y ahora son de nadie... no son ilusiones de nadie...
¡Qué soledad! Todo se apaga, todo llora... el mundo se acaba... se
acaba.
(Con arrebato de miedo.) Quiero
huir, quiero esconderme. No quiero padres, no quiero hermanos... Quiero ir con
mi madre. ¿Dónde está su sepulcro? Allí, juntas las
dos, juntas mi madre y yo, yo le contaré mis penas, y ella me
dirá las verdades... las verdades.
|
PANTOJA.-
(Aparte a
EVARISTA.) Es la ocasión.
Aprovechémosla.
|
EVARISTA.-
Hija mía, te llevaremos a la
paz, al descanso.
|
MÁXIMO.-
No es ésa la paz. El descanso
y la razón están aquí. Electra es mía...
(EVARISTA hace por
llevársela.) Yo la reclamo.
|
ELECTRA.-
Máximo, adiós. No te
pertenezco: pertenezco a mi dolor... Mi madre me llama a su lado.
(Ansiosa, expresando una atención
intensísima.) Oigo su voz...
|
—249→
|
MÁXIMO.-
¡Su voz!
|
ELECTRA.-
Silencio... Me llama, me llama.
(Con alegría,
delirando.)
|
EVARISTA.-
¡Hija, vuelve en ti!
|
ELECTRA.-
¿Oís?... Voy, madre
mía.
(Corre hacia las Hermanas.)
Vamos.
(A
MÁXIMO que quiere seguirla.) Yo
sola... Me llama a mí sola. A ti no... A mí sola, ¿No
oís la voz que dice ¡Eleeeectra!...? Voy a ti, madre querida.
(Las Hermanas,
EVARISTA y
PANTOJA la rodean.)
|
MÁXIMO.-
¡Iniquidad! Para poder
robármela le han quitado la razón.
(Quiere desprenderse de los brazos del
MARQUÉS y
DON URBANO.)
|
MARQUÉS.-
No la pierdas tú
también.
(Conteniéndole.)
|
—250→
|
DON URBANO.-
Calma.
|
MARQUÉS.-
Déjala ahora... Ya la
recobraremos.
|
MÁXIMO.-
¡Ah!
(Como asfixiándose.)
Devolvedme a la verdad, devolvedme a la ciencia. Este mundo incierto,
mentiroso, no es para mí.
|
Escena I
|
|
EVARISTA,
SOR DOROTEA.
|
EVARISTA.-
(Entrando con la monja.)
¿Don Salvador...?
|
DOROTEA.-
Ha llegado hace un rato: en el
despacho con la Superiora y la Hermana Contadora.
|
EVARISTA.-
Allí le encontrará
Urbano. Mientras ellos hablan allá, cuénteme usted, Hermana
Dorotea, lo que hace, piensa y dice la niña. Ha sido muy feliz la
elección de usted, tan dulce, y simpática, para
acompañarla de continuo y ser su amiga, su confidente en esta
soledad.
|
—252→
|
DOROTEA.-
Electra me distingue con su afecto, y
no contribuyo poco, la verdad, a sosegar su alma turbada.
|
EVARISTA.-
(Señalando a la sien.)
¿Y cómo está de...?
|
DOROTEA.-
Muy bien, señora. Su juicio ha
recobrado la claridad, y ya estaría reparada totalmente de aquel
trastorno si no conservara la idea fija de querer ver a su madre, de hablarle,
y esperar de ella la solución de su ignorancia y de sus dudas. Todo el
tiempo que la dejan libre sus obligaciones religiosas, y algo más que
ella se toma, lo pasa embebecida en el patio donde tenemos nuestro camposanto,
y en la huerta cercana. Allí, como en nuestro dormitorio, la idea de su
madre absorbe su espíritu.
|
EVARISTA.-
Dígame otra cosa: ¿Se
acuerda de Máximo? ¿Piensa en él?
|
DOROTEA.-
Sí, señora; pero en el
rezo y en la meditación, su pensamiento cultiva la idea de quererle
—253→
como hermano, y al fin, según hoy me ha dicho, espera
conseguirlo.
|
EVARISTA.-
¡Su pensamiento! Falta que el
corazón responda a esa idea. Bien podría resultar todo conforme a
su buen propósito, si la desgracia, ocurrida anteayer no torciera los
acontecimientos...
|
DOROTEA.-
¡Desgracia!
|
EVARISTA.-
Ha muerto nuestro grande amigo, Don
Leonardo Cuesta, el agente de Bolsa.
|
DOROTEA.-
No sabía...
|
EVARISTA.-
¡Qué lástima de
hombre! Hace días se sentía mal... presagiaba su fin.
Salió el lunes muy temprano, y en la calle perdió el
conocimiento. Lleváronle a su casa, y falleció a las tres de la
tarde.
|
DOROTEA.-
¡Pobre señor!
|
—254→
|
EVARISTA.-
En su testamento, Leonardo instituye
a Electra heredera de la mitad de su fortuna...
|
DOROTEA.-
¡Ah!
|
EVARISTA.-
Pero con la expresa condición
de que la niña ha de abandonar la vida religiosa. ¿Sabe usted si
está enterado de estas cosas Don Salvador?
|
DOROTEA.-
Supongo que sí, porque
él todo lo sabe, y lo que no sabe lo adivina.
|
EVARISTA.-
Así es.
|
DOROTEA.-
(Viendo llegar a
DON URBANO.) El señor Don Urbano.
|
Escena III
|
|
Los mismos;
MÁXIMO, el
MARQUÉS, por la izquierda.
|
MARQUÉS.-
Aquí aguardaremos.
|
MÁXIMO.-
(Viendo a
EVARISTA.) ¡Ay, quién
está aquí! Tía...
(La saluda con afecto.)
|
EVARISTA.-
(Respondiendo al saludo del
MARQUÉS.) Marqués...
¿Con que al fin hay esperanzas de ganar la batalla?
|
MARQUÉS.-
No lo sé... Luchamos con una
fiera de muchísimo sentido.
|
EVARISTA.-
¿Y tú, Máximo,
crees...?
|
—258→
|
MÁXIMO.-
Que el monstruo sabe mucho, y es
maestro consumado en estas lides. Pero... confío en Dios.
|
EVARISTA.-
¿Tú también?
|
MÁXIMO.-
Naturalmente: en Dios confía
quien adora la verdad. Por la verdad combatimos. ¿Cómo hemos de
suponer que Dios nos abandone? No puede ser, tía.
|
DON URBANO.-
Al pasar por estos patios,
¿has visto a Electra?
|
MÁXIMO.-
No.
|
DOROTEA.-
(Asomada al ventanal.) Ahora
pasa. Viene del cementerio.
|
MÁXIMO.-
(Corriendo al ventanal con
DON URBANO.) ¡Ah, qué triste,
qué hermosa! La blancura de su hábito le da el aspecto de una
aparición.
(Llamándola.)
¡Electra!
|
—259→
|
DON URBANO.-
Silencio.
|
MÁXIMO.-
No puedo contenerme
(Vuelve a mirar.) ¿Pero
vive...? ¿Es ella en su realidad primorosa, o una imagen mística
digna de los altares?... Ahora vuelve... Eleva sus miradas al cielo... Si la
viera desvanecerse en los aires como una sombra, no me sorprendería...
Baja los ojos... detiene el paso... ¿Qué pensará?
(Sigue contemplando a
ELECTRA.)
|
MARQUÉS.-
(Que ha permanecido en el proscenio con
EVARISTA.) Sí, señora: falso
de toda falsedad.
|
EVARISTA.-
Mire usted lo que dice...
|
MARQUÉS.-
O el venerable Don Salvador se
equivoca, o ha dicho a sabiendas lo contrario de la verdad, movido de razones y
fines a que no alcanzan nuestras limitadas inteligencias.
|
EVARISTA.-
Imposible, Marqués. ¡Un
hombre tan justo,
—260→
de tan pura conciencia, de ideas tan altas,
faltar a la verdad...!
|
MARQUÉS.-
¿Y quién nos asegura,
señora mía, que en el arcano de esas conciencias exaltadas no hay
una ley moral cuyas sutilezas están muy lejos de nuestro alcance?
Absurdos hay en la vida del espíritu como en la naturaleza, donde vemos
mil fenómenos cuyas causas no son las que lo parecen.
|
EVARISTA.-
¡Oh, no puede ser, y no y no!
Casos hay en que la mentira allana los caminos del bien. ¿Pero hemos
llegado a un caso de éstos? No, no.
|
MARQUÉS.-
Para que usted acabe de formar
juicio, óigame lo que voy a decirle. Virginia me asegura que de Josefina
Perret, sin que en ello pueda haber mixtificación ni engaño...
nació el hombre que ve usted ahí... Y lo prueba, lo demuestra
como el problema más claro y sencillo. Además, yo he podido
comprobar que Lázaro Yuste faltó de Madrid desde el 63 al 66.
|
EVARISTA.-
Con todo, Marqués, no cabe en
mi cabeza...
|
—261→
|
MARQUÉS.-
(Viendo aparecer a
PANTOJA por la derecha.) Aquí
está.
|
MÁXIMO.-
(Volviendo al proscenio.) Ya
está aquí la fiera.
|
DOROTEA.-
Con permiso de los señores, me
retiro.
(Se va por la izquierda.
PANTOJA permanece un instante en la
puerta.)
|
Escena IV
|
|
EVARISTA,
MÁXIMO,
DON URBANO, el
MARQUÉS,
PANTOJA.
|
PANTOJA.-
(Avanzando despacio.)
Señores, perdónenme si les he hecho esperar.
|
MÁXIMO.-
Enterado el señor de Pantoja
del objeto que nos trae a La Penitencia, no necesitaremos repetirlo.
|
—262→
|
MARQUÉS.-
(Benigno.) No lo repetimos por no
mortificar a usted, que ya dará por perdida la batalla.
|
PANTOJA.-
(Sereno, sin jactancia.) Yo no
pierdo nunca.
|
MÁXIMO.-
Es mucho decir.
|
PANTOJA.-
Y aseguro que Electra, que sabe ya
despreciar los bienes terrenos, no aceptará la herencia.
|
MÁXIMO.-
(Conteniendo la ira.)
¡Oh!...
|
EVARISTA.-
Ya lo ves: este hombre no se
rinde.
|
PANTOJA.-
No me rindo... nunca, nunca.
|
MÁXIMO.-
Ya lo veo.
(Sin poder contenerse.) Hay que
matarle.
|
—263→
|
PANTOJA.-
Venga esa muerte.
|
MARQUÉS.-
No llegaremos a tanto.
|
PANTOJA.-
Lleguen ustedes a donde quieran,
siempre me encontrarán en mi puesto, inconmovible.
|
MARQUÉS.-
Confiamos en la Ley.
|
PANTOJA.-
Confío en Dios.
|
MÁXIMO.-
La Ley es Dios... o debe serlo.
|
PANTOJA.-
¡Ah! señores de la Ley,
yo les digo que Electra, adaptándose fácilmente a esta vida de
pureza, encariñada ya con la oración, con la dulce paz religiosa,
no desea, no, abandonar esta casa.
|
MÁXIMO.-
(Impaciente.) ¿Podremos
verla?
|
—264→
|
PANTOJA.-
Ahora precisamente no.
|
MÁXIMO.-
(Queriendo protestar
airadamente.) ¡Oh!
|
PANTOJA.-
Tenga usted calma.
|
MÁXIMO.-
No puedo tenerla.
|
EVARISTA.-
Es la hora del coro. Quiere decir Don
Salvador que después del rezo...
|
PANTOJA.-
Justo... Y para que se persuadan de
que nada temo, pueden traer, a más del notario, al señor delegado
del Gobierno. Mandaré abrir las puertas del edificio... permitiré
a ustedes que hablen cuanto gusten con Electra, y si ella quiere salir, salga
en buen hora...
|
MARQUÉS.-
¿Lo hará usted cono lo
dice?
|
—265→
|
PANTOJA.-
¿Cómo no, si
confío en Dios?
(Se miran en silencio
PANTOJA y
MÁXIMO.)
|
MÁXIMO.-
Yo también.
|
PANTOJA.-
Pues si confía, aquí lo
espero.
|
MARQUÉS.-
Volveremos esta tarda.
(Coge a
MÁXIMO por el brazo.)
|
PANTOJA.-
Y nosotros a la iglesia.
(Salen
DON URBANO,
EVARISTA y
PANTOJA.)
|
Escena V
|
|
El
MARQUÉS;
MÁXIMO, que recorre la escena muy agitado con
inquietud impaciente y recelosa.
|
MARQUÉS.-
¿Qué dices a esto?
|
MÁXIMO.-
Que ese hombre, de superior talento
para
—266→
fascinar a los débiles y burlar a los fuertes, nos
volverá locos. Yo no soy para esto. En luchas de tal índole,
voluntades contra voluntades, yo me siento arrastrado a la violencia.
|
MARQUÉS.-
¿Qué harías,
pues?
|
MÁXIMO.-
Llevármela de grado o por
fuerza. Si no tengo poder bastante, buscarlo, adquirirlo, comprarlo; traer
amigos, cómplices, un escuadrón, un ejército...
(Con creciente calor y
brío.) Renacen en mí los tiempos románticos y las
ferocidades del feudalismo.
|
MARQUÉS.-
¿Y eso piensa y dice un hombre
de ciencia?
|
MÁXIMO.-
Los extremos se tocan.
(Exaltándose más.)
A ese hombre, a ese monstruo... hay que matarlo.
|
MARQUÉS.-
No tanto, hijo. Imitémosle,
seamos como él astutos, insidiosos, perseverantes.
|
—267→
|
MÁXIMO.-
(Con brío y elocuencia.)
Seamos como yo, sinceros, claros, valientes. Vayamos a cara descubierta contra
el enemigo. Destruyámosle si podemos, o dejémonos destruir por
él... pero, de una vez, en una sola acción, en una sola
embestida, en un solo golpe... O él o nosotros.
|
MARQUÉS.-
No, amigo mío. Tenemos que ir
con pulso. Es forzoso que respetemos el orden social en que vivimos.
|
MÁXIMO.-
Y este orden social en que vivimos
los envolverá en una red de mentiras y de argucias, y en esa red
pereceremos ahogados, sin defensa alguna... manos y cuello cogidos en las
mallas de mil y mil leyes caprichosas, de mil y mil voluntades falaces, aleves,
corrompidas.
|
MARQUÉS.-
Cálmate. Preparemos el
ánimo para lo que esta tarde nos espera. Preveamos los obstáculos
para pensar con tiempo en la manera de vencerlos... ¿Qué
sucederá cuando le digamos a Electra que tú y ella no nacisteis
de la misma madre?
|
—268→
|
MÁXIMO.-
¿Qué ha de suceder? Que
no nos creerá... que en su mente se ha petrificado el error y
será imposible destruirlo. ¿Sabe usted lo que puede la
sugestión continua, lo que puede el ambiente de esta casa sobre las
ideas de los que en ella habitan?
|
MARQUÉS.-
Emplearemos, pues, medios
eficaces...
|
MÁXIMO.-
(Con mayor violencia.)
Eficacísimos, sí: pegar fuego a esta casa, pegar fuego a
Madrid...
|
MARQUÉS.-
No disparates... En el caso de que la
niña no quiera salir, nos la llevaremos a la fuerza.
|
MÁXIMO.-
(Muy vivamente hasta el fin.) O
la fuerza vencedora, o la desesperación vencida... Moriré yo,
morirá ella, moriremos todos.
|
MARQUÉS.-
Morir no: vivamos muy despiertos.
Preparémonos para lo peor. Ya tengo las llaves para
—269→
entrar
por la calle nueva. La Hermana Dorotea nos pertenece... Chitón.
|
MÁXIMO.-
¡A la violencia!
|
MARQUÉS.-
¡Astucia, caciquismo!
|
MÁXIMO.-
¡Por el camino derecho!
|
MARQUÉS.-
¡Por el camino sesgado!
(Cogiéndole del brazo.) Y
vámonos, que nuestra presencia aquí puede infundir sospechas.
(Llevándosele.)
|
MÁXIMO.-
Vámonos, sí.
|
MARQUÉS.-
Confía en mí.
|
MÁXIMO.-
Confío en Dios.
|
Escena VI
|
|
Mutación.
|
|
Patio en San José de la Penitencia. A la
derecha un costado de la iglesia, con ventanales, por donde se trasluce la
claridad interior. A la izquierda, portalón por donde se pasa a otro
patio, que se supone comunica con la calle. Al fondo, entre la iglesia y las
construcciones de la izquierda, un gran arco rebajado, tras el cual se ve en
último término el cementerio de la Congregación. Noche
obscura.
|
|
ELECTRA,
SOR DOROTEA.
|
DOROTEA.-
Tan cierto como ésta es noche,
dos caballeros han venido a la casa con propósitos de llevarte al mundo.
¿No lo crees?
|
ELECTRA.-
¿Dos caballeros? Antes que me
digas sus nombres, mi corazón los adivina: Máximo y el
Marqués de Ronda... Si es verdad que quieren llevarme consigo, me ponen
en grande turbación. Desde que vine a esta santa casa, emprendí,
como sabes, la gran batalla de mi espíritu.
—271→
Trato, con la
ayuda de Dios, de transformar en amor fraternal el amor de un orden muy
distinto que arrebató mi alma. Encendido en mí con tal violencia
aquel fuego del sol, no es tarea fácil convertirlo en fría
claridad de luna... Pero al fin el continuo meditar, el desmayo del
corazón, y las ideas dulces que Dios me envía, me van dando
fuerzas para vencer en la batalla.
|
DOROTEA.-
Hermana mía, si en ti sientes
la fortaleza del amor nuevo, ¿por qué temes ver a
Máximo?
|
ELECTRA.-
Porque viéndole, pienso que
todo el terreno ganado lo perderé en un solo instante.
|
DOROTEA.-
(Incrédula.) ¿Y
estás segura de haber ganado algún terreno?
|
ELECTRA.-
¡Oh! sí, alguno... no
mucho todavía.
|
DOROTEA.-
Entiendo, querida hermana que el ver
a la persona te servirá para probar si, en efecto, puedes...
|
—272→
|
ELECTRA.-
(Vivamente.) ¡Oh! no me lo
digas... Tal como hoy me encuentro, en los principios de la lucha, junto a
él no tendría mi conciencia ni un instante de tranquilidad...
¡Jesús mío! forcejeo con dos imposibles: no podré
quererle como hermano, no podré quererle como esposo. ¡Qué
suplicio...! Al mundo no, no... Prefiero estar aquí, en esta soledad de
muerte, en este laboratorio de mi alma, y junto a este crisol divino en el cual
estoy fundiendo un vivir nuevo.
|
DOROTEA.-
No esperes, Electra, que tus propias
ideas te den la paz. Confía en Dios y en las personas que Dios te
envía.
(Resolviéndose a mayor
claridad.) Hermana mía, no tiembles ante el que crees tu
hermano. Alguien quizás negará que lo sea.
|
ELECTRA.-
(Muy excitada.) Calla, calla...
En asunto tan delicado, toda palabra que no traiga la certidumbre, es palabra
ociosa y cruel, que no calma, sino que enloquece... Dios mío, dame la
muerte o la verdad.
|
DOROTEA.-
Sosiégate...
|
—273→
|
ELECTRA.-
(Exaltándose más.)
Todas las confusiones que al venir aquí me atormentaron, ahora
renacen... Ángeles y demonios se atropellan en mi pensamiento...
Déjame... Quiero huir de mí misma.
(Recorre la escena con grande
agitación.
SOR DOROTEA va tras ella y trata de
calmarla.)
|
DOROTEA.-
Cálmate, por Dios... Hermana
querida, tus tormentos tocan a su fin.
(Mira con ansiedad hacia el
portalón de la izquierda.)
|
ELECTRA.-
(Creyendo oír una voz
lejana.) Oye... Mi madre me llama.
|
DOROTEA.-
No delires... Otras voces, voces de
personas vivas, te llamarán...
|
ELECTRA.-
Es mi madre... ¡Silencio...!
(Oyendo. Entra
PANTOJA por la derecha.)
|
Escena VII
|
|
ELECTRA,
PANTOJA,
DOROTEA.
|
PANTOJA.-
Hija mía, ¿cómo
saliste de la iglesia sin que yo te viese?
|
DOROTEA.-
Salimos a respirar el aire puro.
Electra se asfixiaba.
(Aparte.) La hora se acerca...
Dios nos ayudará.
|
PANTOJA.-
Hija mía, ¿te sientes
mal?
|
ELECTRA.-
(Con voz apagada y medrosa.) Mi
madre me llama.
|
PANTOJA.-
(Cariñosamente, cogiéndola
de la mano.) La voz dulce de tu madre, hablándote en
espíritu, te confortará, te ligará con lazos de piedad y
amor a esta santa casa.
(Óyese por la iglesia coro de
novicias.) Escucha, hija mía, esas voces de los ángeles,
que te llaman desde el Cielo.
|
—275→
|
ELECTRA.-
(Delirando.) Es el canto de los
niños jugando al corro. Entre esas voces tiernas suena la de mi madre
llamándome a su sepulcro.
|
PANTOJA.-
Estás alucinada. Es el caso de
ángeles divinos.
|
ELECTRA.-
No hay ángeles, no, no... Oigo
mi nombre, oigo el bullicio de los niños, que remueve toda mi alma. Son
los hijos del hombre, que alegran la vida.
(Continúa oyéndose
más apagado el coro de novicias.)
|
PANTOJA.-
(Inquieto.) Hermana Dorotea, diga
usted a la Hermana Guardiana que vigile la puerta de la calle Nueva y la de la
Ronda.
(A izquierda y derecha.)
|
DOROTEA.-
Voy, señor.
|
PANTOJA.-
No, no: yo iré... No me
fío de nadie... Quiero vigilar todos los patios, todos los pasadizos
—276→
y rincones del edificio.
(Alarmado, creyendo sentir
ruido.) Silencio... ¿No oye usted?
|
DOROTEA.-
¿Qué?... Nada,
señor... Es aprensión.
|
PANTOJA.-
Creí sentir rumor de voces...
golpes en alguna puerta lejana.
(Escucha.)
|
DOROTEA.-
¿Hacia qué parte?
(Mirando al foro derecha, detrás
de la iglesia.)
|
PANTOJA.-
Hacia la Enfermería.
¡Oh, no tengo tranquilidad! Quiero ver por mí mismo... Electra,
vuelve a la iglesia... Hermana llévela, usted... Espérenme
allí...
(Dándoles prisa.)
Pronto...
(Las conduce a la puerta de la iglesia...
Se va presuroso, muy inquieto, por el foro derecha.
DOROTEA le ve alejarse, coge de la mano a
ELECTRA, y vivamente vuelve con ella al centro de
la escena.
ELECTRA, como sin voluntad, se deja
llevar.)
|