Finalmente, este cauteloso suspiro de angustia
se escapó de un diario de la tarde:
Aunque las ganancias ayer fueron impresionantes, el volumen
relativamente bajo de un millón seiscientas mil acciones
da motivo para reflexionar. A pesar de la variedad de razones
expresadas, parece muy probable que la mejoría haya
sido de naturaleza técnica, y puede o no resultar
de un viraje de la tendencia reciente, dependiendo de
—422→
que
los promedios logren penetrar sus máximos anteriores...
El capitán partió rumbo al cuartel
con una aguja de cuajada sangre
pinchándole los
ojos.
III
...si no hay entre nosotros
hombre
a quien este bárbaro no afrente?
Lope de Vega
Mirad al Capitán del Odio,
entre un buitre y
una serpiente;
amargo gemido lo busca,
metálico
viento lo envuelve.
En una ráfaga de pólvora
su rostro lívido se pierde;
parte a caballo
y es de noche,
pero tras él corre la Muerte.
Allá donde anda su revólver
en
diálogos con su machete
y le yelan cuatro fusiles
el pesado sueño que duerme,
libre prisión
un alto muro
su duro asilo le concede.
¡Oh capitán,
el bien guardado!
Pero tras él corre la Muerte.
—423→
Quien le cuajara en nueve lunas
el violento
perfil terrestre,
si doce meses lo maldice,
también
lo llora doce meses.
Un angustiado puente líquido
de rojas lágrimas le tiende:
lo pasa huyendo
el capitán
pero tras él corre la Muerte.
Quien le engendró dientes de lobo
soñándole angélica veste,
el ojo
fijo arder le mira
y en lenta baba revolverse.
Baja,
buscándole en el bosque
cubil seguro en que esconderle:
huye hasta el bosque el capitán,
pero tras él
corre la Muerte.
Un mozo de dorado bozo,
de verde tronco y hojas verdes,
derrama en el viento su
voz,
llora por la sangre que tiene.
¡Ay, sangre (sollozando
dice)
cómo me quemas y me dueles!
El capitán
huye en un grito,
pero tras él corre la Muerte.
Quien de sus rosas amorosas
le regaló
la de más fiebre,
teje una cruel corona oscura
y es con vergüenza como teje.
—424→
Le resplandece
el corazón
en la gran noche de la frente;
huye
sin verla el capitán,
pero tras él corre
la Muerte.
En medio de las cañas foscas
galopa el hirsuto jinete;
va con un látigo de
fósforo
y el odio cuando pasa enciende.
Jesús
Menéndez se sonríe,
desde su pulmón
amanece:
huye de un golpe el capitán,
pero tras
él corre la Muerte.
IV
Un corazón
en el pecho
de crímenes no manchado.
Plácido
Jesús es negro y fino y prócer, como un
bastón
de ébano, y tiene los dientes blancos
y corteses,
por lo que su boca se abre siempre amanecida;
Jesús brilla a veces con ojos tristes
y dulces;
a veces óyese bramar en sus ojos un agua
embravecida;
Jesús dice carro, río,
ferrocarril, cigarro,
como un francés renuente
a olvidar su lengua
de niño, nunca perdida;
—425→
pero es cubano y su padre habló con Maceo;
su
padre, que llevaba en el hombro una estrella de
oro, una ardiente estrella encendida;
alguna
vez anduve con Jesús transitando de
sueño
en sueño su gran provincia llena de hombres
que
le tendían la mocha encallecida;
su gran
provincia llena de hombres que gritaban
¡Oh Jesús!
como si hubieran estado esperando
largamente su venida;
viósele entonces hablarles sin tribuna
y tan
cerca de ellos que les contaba los poros y les
olía la piel agria y repartida;
se
le vio luego sentárseles a la mesa
de blanco arroz
y oscura carne; a la mesa sin vino
ni mantel, y presidirles
la comida;
Jesús nació en el centro
de su isla y allí
se le descubre desde el mar,
en los días claros,
cubierto de nubes fijas;
¡subid, subidlo y contemplaréis desde su
frente
con qué fragor hierve a sus pies y se renueva
en ondas interminables la vida!
—426→
V
Vuelve a buscar a aquél que lo ha herido,
y al
punto que miró, le conocía.
Ercilla
Los
grandes muertos son inmortales: no mueren nunca. Parece que
se marchan; parece que se los llevan, que se pudren, que
se deshacen. Pensamos que la última tierra que les
llena la boca va a enmudecerlos para siempre. Pero la lengua
se les hincha, les crece; la lengua se les abre como una
semilla bárbara y expulsa un árbol gigantesco,
un árbol duro, cargado de plumas y de nidos. ¿Quién
vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aun su asesino.
Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas,
de cañas coléricas. Y ahora grita, resuena,
no se detiene. Marcha por un camino sin término, hecho
de tiempo sutil, polvoriento de instantes menudos, como una
arena fina. No esperes a que Jesús te bendiga y te
oiga cada año, luego de la romería y el sermón
y la salve y el incienso, porque él no espera tanto
tiempo para hablarte. Te habla siempre, como un dios cotidiano,
a quien puedes tocar la piel húmeda temblorosa de
latidos, de pequeñas mariposas de fuego aleteándole
en las venas; te habla siempre como un amigo puro que no
desaparece. El desaparecido es el otro. El vivo es el muerto,
cuya persistencia mineral es apenas una caída anticipada,
un adelanto lúgubre. El vivo es el muerto. Rojo de
sangre ajena, habla sin voz y nadie le atiende ni le oye.
El vivo es el muerto. Anda de noche en noche y amenaza en
el aire con un puño de agua podrida. El
—427→
vivo es el
muerto. Con un puño de limo y cloaca, que hiede como
el estómago de una hiena. El vivo es el muerto. ¡Ah,
no sabéis cuántos recuerdos de metal le martillean
a modo de pequeños martillos y le clavan largos clavos
en las sienes!
Caña Manzanillo ejército
bala yanqui azúcar
crimen Manzanillo huelga
ingenio partido cárcel
dólar Manzanillo
viuda
entierro hijos padres
venganza Manzanillo zafra.
Un torbellino de voces que lo rodean y golpean, o que
de repente se quedan fijas, pegadas al vidrio celeste. Voces
de macheteros y campesinos y cortadores y ferroviarios. Ásperas
voces también de soldados que aprietan un fusil en
las manos y un sollozo en la garganta.
Yo bien conozco a un soldado,
compañero de Jesús,
que al pie de Jesús
lloraba
y los ojos se secaba
con un pañolón
azul.
Después este son cantaba:
Pasó
una paloma herida,
volando cerca de mí;
roja
le brillaba un ala,
que yo la vi,
—428→
Ay, mi
amigo,
he andado siempre contigo:
tú ya sabes
quién tiró,
Jesús, que no he sido
yo.
En tu pulmón enterrado
alguien un plomo
dejó,
pero no fue este soldado,
pero no fue
este soldado,
Jesús,
¡por Jesús que no
fui yo!
Pasó una paloma herida,
volando
cerca de mí;
rojo le brillaba el pico,
que yo
la vi.
Nunca quiera
contar si en mi cartuchera
todas las balas están:
nunca quiera, capitán.
Pues faltarán de seguro
(de seguro faltarán)
las balas que a un pecho puro,
las balas que a un pecho
puro,
mi flor,
por odio a clavarse van.
Pasó una paloma herida,
volando cerca de mí,
rojo le brillaba el cuello,
que yo la vi.
—429→
¡Ay, qué triste
saber que el verdugo existe!
Pero es más triste saber
que mata para comer.
Pues que tendrá la comida
(todo puede suceder)
un gusto a sangre caída,
un gusto a sangre caída,
caramba,
y a lágrima de mujer.
Pasó una paloma herida,
volando cerca de mí;
rojo le brillaba el pecho,
que yo la vi.
Un sinsonte
perdido murió en el monte,
y
vi una vez naufragar
un barco en medio del mar.
Por
el sinsonte perdido
ay, otro vino a cantar
y en vez
de aquel barco hundido,
y en vez de aquel barco hundido,
mi bien,
otro salió a navegar.
Pasó una paloma herida,
volando cerca de mí,
iba volando, volando,
volando, que yo la vi.
—430→
VI
Y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la libertad levanta su antorcha en Nueva York.
Rubén
Darío
Jesús trabaja y sueña. Anda
por su isla, pero también se sale de ella, en un gran
barco de fuego. Recorre las cañas míseras,
se inclina sobre su dulce angustia, habla con el cortador
desollado, lo anima y lo sostiene. De pronto, llegan telegramas,
noticias, voces, signos sobre el mar de que lo han visto
los obreros de Zulia cuajados en gordo aceite, contar las
veces que el balancín petrolero, como un ave de amargo
hierro, pica la roca hasta llegarle al corazón. De
Chile se supo que Jesús visitó las sombrías
oficinas del salitre, en Tarapacá y Tocopilla, allá
donde el viento está hecho de ardiente cal, de polvo
asesino. Dicen los bogas del Magdalena que cuando lo condujeron
a lo largo del gran río, bajo el sol de grasa de coco,
Jesús les recordó el plátano servil
y el café esclavo en el valle del Cauca, y el negro
dramático, acorralado al borde del Caribe, mar pirata.
Desde el Puente Rojo exclama Dessalines: «¡Traición,
traición, todavía!» Y lo presenta a Defilée,
loca y trágica, que le veló la muerte haitiana
llena de moscas. Hierven los morros y favelas en Río
de Janeiro, porque allá anunciaron la llegada de Jesús,
con otros trabajadores, en el tren de la Leopoldina. Puerto
Rico le enseña sus cadenas, pero levanta el puño
ennegrecido por la pólvora. Un indio de México
habló sin mentarse. Dijo: «Anoche
—431→
lo tuve en mi casa».
A veces se demora en el Perú de plata fina y sangrienta.
O bajando hacia la punta sur de nuestro mapa, júntase
a los peones en los pagos enérgicos y les acompaña
la queja viril en la guitarra decorosa. ¿A dónde vuela
ahora, a dónde va volando, más allá
del cinturón de volcanes con que América defiende
su ombligo torturado por la United Fruit desde el Istmo roto
hasta la linde azteca? Vuela ahora, sube por el aire oleaginoso
y correoso, por el aire grasiento, por el aire espeso de
los Estados Unidos, por ese negro humo. Un vasto estrépito
le hace volver los ojos hacia las luces de Washington y Nueva
York, donde bulle el festín de Baltasar.
Ahí ve que de un zarpazo Norteamérica
alza
una copa de ardiente metal;
la negra copa del violento
hidrógeno
con que brinda el Tío Sam.
Lúbrico mono de pequeño cráneo
chilla
en su mesa: ¡Por la muerte va!
Crepuscular responde un
coro múltiple:
¡Va por la muerte, por la muerte
va!
Aire de buitre removiendo el águila
mira de un mar al otro mar;
encapuchados danzan hombres
fúnebres,
baten un fúnebre timbal
y encendiendo
las tres letras fatídicas
con que se anuncia el
Ku Klux Klan,
lanzan del Sur un alarido unánime:
¡Va por la muerte, por la muerte va!
—432→
Arde
la calle donde nace el dólar
bajo un incendio colosal.
En la retorta hierve el agua química.
Establece
la asfixia el gas.
Alegre está Jim Crow junto a
un sarcófago.
Lo viene Lynch a saludar.
Entre
los dos se desenreda un látigo:
¡Va por la muerte,
por la muerte va!
Fijo en la cruz de su caballo,
Walker
abrió una risa mineral.
Cultiva en su
jardín rosas de pólvora
y las riega con
alquitrán;
sueña con huesos ya sin epidermis,
sangre en un chorro torrencial;
bajo la gorra, un pensamiento
bárbaro:
¡Va por la muerte, por la muerte va!
Jesús oye el brindis, las temibles palabras, el
largo trueno, pero no desanda sus pasos. Avanza seguido de
una canción ancha y alta como un pedazo de océano.
¡Ay, pero a veces la canción se quiebra en un alarido,
y sube de Martinsville un seco humo de piel cocida a fuego
lento en los fogones del diablo! Allá abajo están
las amargas tierras del Sur yanqui, donde los negros mueren
quemados, emplumados, violados, arrastrados, desangrados,
ahorcados, el cuerpo campaneando trágicamente en una
torre de espanto. El jazz estalla en lágrimas, se
muerde los gordos labios de música y espera el día
del Juicio Inicial, cuando su ritmo en síncopa ciña
y apriete como una cobra metálica el cuello
—433→
del opresor.
¡Danzad despreocupados, verdugos crueles, fríos asesinos!
¡Danzad bajo la luz amarilla de vuestros látigos,
bajo la luz verde de vuestra hiel, bajo la luz roja de vuestras
hogueras, bajo la luz azul del gas de la muerte, bajo la
luz violácea de vuestra putrefacción! ¡Danzad
sobre los cadáveres de vuestras víctimas, que
no escaparéis a su regreso irascible! Todavía
se oye, oímos todavía; suena, se levanta, arde
todavía el largo rugido de Martinsville. Siete voces
negras en Martinsville llaman siete veces a Jesús
por su nombre y le piden en Martinsville, le piden en siete
gritos de rabia, como siete lanzas, le piden en Martinsville,
en siete golpes de azufre, como siete piedras volcánicas,
le piden siete veces venganza. Jesús nada dice, pero
hay en sus ojos un resplandor de grávida promesa,
como el de las hoces en la siega, cuando son heridas por
el sol. Levanta su puño poderoso como un seguro martillo
y avanza seguido de duras gargantas, que entonan en un idioma
nuevo una canción ancha y alta, como un pedazo de
océano. Jesús no está en el cielo, sino
en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere
sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino
sindicatos: Nadie lo podrá matar.