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Elementos de economía política

José Garnier




ArribaAbajoAdvertencia del traductor

He procurado en esta traducción acomodar lo mejor que me ha sido posible a nuestro lenguaje usual los términos técninos de la ciencia, apartándome alguna vez de las locuciones tomadas del francés, demasiado servilmente, en mi concepto, por nuestros economistas modernos. El lenguaje técnico de la Economía política se ha formado en Inglaterra y en Francia, es cierto, y de esta última le hemos tomado nosotros; pero no me parece esto razón bastante para que al trasladar las voces a nuestra lengua las dejemos en francés teniendo voces castellanas, corrientes y expresivas, con que traducirlas exactamente. Por más admitido que esté decir «la oferta y la demanda» (l'offre et la demande), creo muy preferible decir, como digo yo, «la oferta y el pedido», Porque demanda en castellano no significa lo que aquí se quiere expresar. Ninguno de nuestros comerciantes ha dicho jamás: «Voy a hacer una demanda de lienzos a la Coruña, de harinas a Santander», etc., sino: «Voy a hacer un pedido de lienzos», etc. Hacer un pedido es locución corriente; la voz demanda no es aplicable a esa idea en ninguna de sus numerosas acepciones. Lo mismo diré de la excesiva extensión que se ha dado a la voz salario (salaire), porque en francés la tiene efectivamente: entre nosotros, en el lenguaje usual, sólo reciben salario los criados de servicio; para los demás estados y profesiones tenemos distintos términos, y sobre todo el genérico y muy significativo de retribución, propuesto por M. Rossi. Llamar concurrencia en comercio y en industria a lo que los franceses llaman concurrence, en la acepción de pugna entre dos o más productores, es olvidarse de que tenemos el hermoso y expresivo vocablo de competencia, que es el competition de los ingleses.

Basta con lo dicho: el lector advertirá en esta obrita algunas otras ligeras innovaciones que me he atrevido a adaptar en nuestro naciente lenguaje económico. La claridad en los términos es el primer elemento de la claridad en las ideas, y una condición esencial para que éstas lleguen a popularizarse.




ArribaAbajoPrefacio de la primera edición

De quince a veinte años hace que se han dado a luz los tratados de Economía política más justamente apreciados que poseemos, desde entonces, aunque las preocupaciones de la escuela proteccionista y las vagas esperanzas del socialismo han adquirido más dominio sobre las cabezas que los sólidos argumentos de la ciencia, como se han publicado trabajos de un mérito eminente1, como se han sucedido acontecimientos políticos e industriales totalmente imprevistos, se han ventilado numerosas cuestiones, se han efectuado nuevos fenómenos económicos y se han hecho grandes experimentos, hanse podido verificar en mayor escala las leyes inmutables de la producción y del consumo de las riquezas. Tal vez después de haber rendido tanto culto a los añejos errores de la balanza del comercio; después de haber desconocido tanto el principio de población, y de haber contado tanto con las virtudes de no sé cuántas panaceas diferentes, se experimentará, en fin, la necesidad de hacer estudiar a la juventud los principios de una ciencia que utiliza los trechos de la ESTADÍSTICA, se aprovecha de las observaciones de la HISTORIA y de la GEOGRAFÍA, guía más que otra alguna a la ADMINISTRACIÓN de los Estados, indica las verdaderas teorías del COMERCIO y de la INDUSTRIA de la naciones, de una ciencia indispensable a la edad madura, encargada de pedir o de hacer leyes sobre los intereses públicos y privados, y cuya primera obligación debería ser no desconocer las de la naturaleza y la razón.

Estudiando la Economía política, y más adelante, profesándola, me ha parecido que algunos de los autores que se han propuesto vulgarizar los elementos o los principios de esta ciencia se han dejado llevar más de lo justo del deseo de publicar, con harto exclusivismo, los elementos y los principios de su economía política. Yo he procurado evitar este grave inconveniente y no ofrecer a mis lectores más que la exposición y la demostración de las doctrinas más generalmente admitidas, he querido escribir, si me es lícito explicarme así, la gramática de la ciencia, apoyándome en la opinión de los mejores autores, a quienes he hallado concordes más frecuentemente de lo que creen los que los critican sin haberlos leído.

He puesto todo mi conato en que este Compendio se distinga de los demás por definiciones escogidas, por el buen orden en las materias, por el enlace de las proposiciones aceptadas y de los problemas no resueltos, por la claridad y exactitud de las demostraciones y la sobriedad en los hechos y en las cifras; en fin, me he esforzado por conservarme en la ortodoxia científica. Sin embargo, el tratadito elemental, que presento al público tiene únicamente por objeto enseñar a los jóvenes a leer los libros de los maestros y a escuchar con aprovechamiento sus lecciones. No tiene más pretensión que la que indica su título; está destinado a servir de primera lectura a los que han oído hablar de la ciencia en bien o en mal, y quieren formarse una idea clara de las cuestiones que forman parte de su patrimonio, a fin de leer luego con fruto las obras para cuya inteligencia se necesita tener una preparación, sin la cual es muy expuesto dejarse extraviar.

Como he procurado más bien esclarecer que innovar, unas veces he tomado en mis modelos frases textuales, y otras he analizado, comparado o concertado numerosos pasajes de escritos diversos para adaptarlos a las proporciones de mi obra.

Algunos capítulos están tomados de un solo autor, en otros he combinado dos o más autoridades; en todos he introducido el método, la forma y los complementos que me han parecido convenientes para un tratado elemental, y de los que, por consiguiente, soy único responsable.

Los escritos que principalmente me han servido de norma son las de QUESNAY, TURGOT, ADAM SMITH, MALTHUS, RICARDO, J. B. SAY y M. ROSSI. También advertirá el lector en mi obra señales del uso que alguna vez he hecho, además, de los libros publicados por otros economistas franceses y extranjeros.






ArribaAbajoParte primera

Producción de la riqueza.



ArribaAbajoSección I

Nociones elementales y análisis de la producción



ArribaAbajoCapítulo I

Nociones preliminares.


I. Definición de la Economía política y de la riqueza. -II. Nociones elementales sobre la utilidad y el valor. -III. Nociones elementales sobre los cambios y la moneda.

§. I. Definición de la Economía política y de la riqueza.

1. LA ECONOMÍA SOCIAL O CIENCIA SOCIAL considera las leyes que presiden al desarrollo de las sociedades humanas e investiga los medios de hacer a éstas felices y poderosas; comprendo sobre todo, entre otras ciencias morales y políticas, la ECONOMÍA POLÍTICA o simplemente la ECONOMÍA, es decir, la ciencia de la riqueza, cuyo objeto es determinar de qué modo se produce y debe producirse la riqueza, y cómo se reparte y consume en el interés de la sociedad entera2.

2. Se entiendo por riqueza, riquezas o bienes, todo lo que sirve para satisfacer nuestras necesidades y nuestros placeres materiales o morales.

Hay dos clases de riquezas: las riquezas naturales y las riquezas artificiales o sociales. (J. B. Say.)

3. La naturaleza da gratuitamente y con profusión las riquezas naturales: el aire, la luz, el agua, la fuerza expansiva del vapor, etc.

4. Las riquezas artificiales o sociales son el fruto de una reunión de medios que no son gratuitos, y se obtienen con trabajos, economías y sacrificios; tales son, por ejemplo, los alimentos, los vestidos, las casas, etc. Para disfrutar de estas cosas, necesitamos haberlas creado u obtenido cambiándolas por otros bienes.

Aunque la riqueza producida no debe ocupar exclusivamente la atención del economista, constituye, no obstante, el objeto principal de la ciencia.

5. El goce y la posesión exclusivos de estas riquezas artificiales o producidas constituyen el derecho de propiedad reconocido y garantido por la sociedad.

Las tierras cultivables, que son riquezas naturales, se comprenden en las riquezas sociales, porque ciertos hombres se las han apropiado con exclusión de todos los demás; lo mismo sucede con un manantial, un salto o una corriente de agua, que pueden servir para algo. Parece, a primera vista, que el derecho del propietario es una injusticia; pero la experiencia de los pueblos demuestra que un terreno, por ejemplo, convertido en propiedad, suministra, aun a los mismos a quienes no pertenece, más medios de subsistencia que los que proporcionaría si careciese de dueño, o a lo menos de poseedor.

§. II. Nociones elementales de la utilidad y del valor.

6. Las riquezas se aprecian, se miden, por medio de su valor.

7. Lo que constituye ante todo el valor de las cosas es su utilidad; y las cosas son útiles cuando sirven para satisfacer nuestras necesidades o nuestros placeres.

8. La utilidad, fuente primera del valor, puede ser directa e indirecta. Es directa cuando estriba en la posibilidad de una aplicación inmediata de las cosas a la satisfacción de nuestras necesidades; tal es el valor de un pan para el hombre que tiene necesidad de comer. La utilidad es indirecta en las cosas que no son más que un medio de proporcionarnos lo que sirve para satisfacer necesidades que ellas por sí mismas no pueden satisfacer. Un hombre posee dos pedazos de pan; con el uno sacia su hambre, y ésta es la utilidad directa; con el otro adquiere en cambio un líquido para apagar su sed, y ésta es la utilidad indirecta.

9. Adan Smith ha denominado valor en uso o valor usual al que procede de la utilidad directa, al que satisface inmediatamente nuestras necesidades; y valor en cambio al que procede de la segunda, o sea al que nos proporciona, por medio del trueque, las cosas que satisfacen inmediatamente nuestras necesidades.

10. El valor no es, pues, más que la expresión de una relación entre nuestras necesidades y las cosas que constituyen la riqueza; así, valor y riqueza, sin ser sinónimos, son dos expresiones necesariamente correlativas.

11. En todas las riquezas naturales o productos que satisfacen nuestras necesidades, M. Rossi distingue: 1.º, las cosas que no tienen más que el valor en uso: el aire, por ejemplo, es útil, pero no se vende; 2.º, las cosas que tienen el valor en uso y el valor en cambio, como la mayor parte de los productos; 3.º, las que, después de haber estado dotadas de valor en uso y de valor en cambio, pierden de nuevo la calidad de cosas cambiables para conservar exclusivamente su valor en uso; tales son, en general, los objetos de nuestro consumo.

12. Una circunstancia que da más valor en cambio a una cosa que lo tiene también en uso, es la de producirse de un modo limitado, o lo que es lo mismo, la de no estar a disposición de todo el mundo. El aire es útil, pero no tiene valor en cambio o cambiable, porque cada cual lo respira en general según sus necesidades. El agua del Sena, en París, está también a la disposición de todo el mundo; pero como es preciso ir a buscarla, y hacer para esto un sacrificio o tomarse un trabajo, la mayor parte de los vecinos consienten en pagarla: el agua tiene, pues, en París, un valor en cambio. Tenía un valor natural, como el aire; el aguador le ha dado una utilidad, o más bien, un valor nuevo, el valor en cambio. Por esto J. B. Say reconoce dos utilidades, la utilidad natural y la utilidad dada.

13. De lo dicho se deduce que el valor tiene dos orígenes: 1.º, la utilidad de las cosas; 2.º, la dificultad mayor o menor de obtenerlas; y podemos decir con Genovesi: «Las únicas cosas que no tienen valor son aquéllas que no satisfacen nuestras necesidades, o las que, aunque las satisfagan, abundan tanto que nadie absolutamente carece de ellas.»

§. III. Nociones elementales de los cambios y la moneda.

III. En una sociedad industrialmente constituida, como la que existe en todos los países que están más o menos civilizados, nadie crea todos los productos de que tiene necesidad; de aquí la precisión de comerciar o de cambiar lo que cada cual produce en un solo género o en algunos, después de satisfechas sus propias necesidades, por todos los demás objetos necesarios.

Pero este cambio directo es casi siempre imposible; un librero, por ejemplo, que no tiene más que libros, no puede pagar a su panadero, a su zapatero, etc., con libros. Por fortuna, hay en la sociedad actual una mercancía excepcional, privilegiada, llamada la moneda, que los compradores de libros dan al librero, y que éste a su vez da a los que le venden a él los géneros que necesita.

15. De la naturaleza de esta mercancía intermedia, que todo el mundo acepta por los motivos que más adelante expondremos, resulta que no vendemos más que para comprar. Cuando vendemos, es decir, cuando cambiamos un objeto por una cantidad de numerario, es para comprar con él alguna otra cosa; si trasmitirnos aquella suma a otra persona, esa persona la empleará en una compra cualquiera; si la fundimos, podemos decir que hemos comprado una barra de metal, etc. Una venta, no es, pues, más que la mitad de un cambio, lo mismo que una compra: de modo que para que exista realmente un cambio es preciso vender y comprar.

16. Lo que importa a nuestros intereses es el valor de un producto representado en otros productos, y no solamente la relación que éstos pueden tener con el dinero. Veremos, en efecto, y a mayor abundamiento es fácil comprender que, si el dinero abunda, está barato, y el labrador recibe mayor cantidad de él en cambio de su trigo; pero también al mismo tiempo tiene que dar mayor cantidad de dinero en pago de los géneros que compra para su consumo; al paso que si el trigo llega a valer más o menos relativamente a los otros productos, el labrador con su trigo obtiene mayor o menor cantidad de éstos.

Lo que interesa, pues, al labrador es el valor del trigo y no el del dinero. Si la América no hubiese contenido numerosas minas de plata y oro, estos dos metales serían mucho más raros, pero las riquezas del mundo serían las mismas. Si, por ejemplo, hubiese la mitad menos de numerario, el labrador no sacaría de la venta de su trigo más que la mitad menos de metálico; todos los demás productos valdrían igualmente una mitad menos de lo que valen ahora. Los valores, en general, serían los mismos, aunque representados por menos números; el caudal de un hombre que tiene un millar de pesos de renta, no es menor que el de otro que tiene de renta veinte mil reales.

17. Muchas veces se han desconocido en el mundo estos principios tan obvios y tan sencillos. Mucha sangre se ha derramado por acumular en un país, con preferencia a otro, los metales preciosos; y sin embargo, ¿qué se ha conseguido, aglomerándolos, más que engrosar las cifras de todos los inventarios? Lo repetimos, el oro, la plata y las monedas no se codician por sí mismos, sino en proporción de lo que con ellos se puede comprar.

18. Si las riquezas se evalúan siempre en dinero y no en otros valores, es porque las monedas disfrutan, como instrumentos intermedios en los cambios, de ciertas propiedades que las hacen más cómodas al efecto que cualquiera otra mercancía.

La moneda no es más que un denominador común de muchos valores. Supongamos que poseemos una casa, dos caballos y un rollo de veinte y cinco monedas de oro; seguramente que nos formaríamos una idea muy confusa del valor de estos objetos si los evaluamos en consideración a las muchas cosas que podríamos obtener en cambio de ellos; pero convirtiendo su valor en una misma mercancía, convirtiéndolo al mismo denominador, es decir, a moneda, y diciendo que una casa vale dos mil pesos, los dos caballos mil, y las veinte y cinco monedas de oro, ciento: total, tres mil cien pesos; nos formamos una idea la más clara posible el valor absoluto de todos aquellos objetos y de su valor relativo.

19. Obsérvese también que lo que constituye la riqueza es absolutamente independiente de la naturaleza de la mercancía que sirve para evaluarla: en otros términos, un valor es una riqueza, no porque puede proporcionar dinero a su adquiridor, sino todo lo que se puede comprar con dinero. Lo que motiva que las cosas sean riquezas es la facultad que nos dan de comprar algo con ellas, y esta facultad es lo que se llama valor.

20. Bastan por ahora estas consideraciones; más adelante examinaremos a fondo la naturaleza íntima de la moneda, que es una de las cuestiones más importantes de la Economía política. (Véase el cap. IX.)




ArribaAbajoCapítulo II

Del valor.


1. Propiedades del valor. -II. De la medida del valor. -III. Del valor de las cosas en moneda y del precio corriente. -Cómo se regula el precio por la oferta y el pedido. -Cómo se regula el precio por los gastos de producción. -IV. Del precio original.

§. I. Propiedades del valor.

21. Aunque algo árida, la noción del valor debe estudiarse antes de pasar adelante, pues es la noción fundamental de la Economía política. Después de haber manifestado las propiedades del valor diremos de qué manera, a falta de una medida absoluta de él, se llega no obstante a determinarle con la mayor aproximación posible.

22. Todos los valores iguales son igualmente preciosos, y se engañaría mucho quien creyese que el valor que reside en el oro o la plata de las minas es un valor más precioso que el que reside en cualquier otro objeto; uno y otro no equivalen más que a lo que con ellos se puede comprar. En efecto: si ocho pesos en plata o en oro valiesen más que ocho pesos en mercancías, ¿se hallarían por ventura compradores que quisiesen dar ocho pesos en metal para obtener ocho pesos en mercancías? La reflexión destruye, por consiguiente, la preocupación de los que se imaginan que un valor en metales es superior a otro valor, siempre que este valor esté bien reconocido y sea fácilmente cambiable, principio que aparecerá fuera de toda duda cuando lleguemos a hablar de las monedas.

23. El siguiente cálculo, al paso que nos hace comprender la importancia de los valores creados por una sola profesión, comparativamente a la de los valores creados por las minas de América, puede completar las ideas qua acabamos de emitir. De este modo aprecia J. B. Say los valores creados por los zapateros en Francia. Sobre 32 millones de hombres (en el día son más de 34) sólo las tres cuartas partes, o sean 24 millones, usan zapatos y consumen cuatro pares al año; este cálculo da 96 millones de pares de zapatos, que con las exportaciones, las botas y otros calzados de todas clases pueden sin temor elevarse a 100 millones. El zapatero aumenta el valor del cuero que emplea, lo menos en 3 francos (sobre 12 rs.), pues un jornalero necesita dos días para hacer un par, y el más modesto jornalero gana por lo menos un franco 50 céntimos (sobre 6 rs.) al día; resultado: 100 millones de pares a 3 francos, valen 300 millones de francos solamente por el trabajo de los zapateros, sin contar los valores producidos por los curtidores, los fabricantes de telas, cintas, etc., que han suministrado las materias primeras. Ahora bien: sabemos por el barón de Humboldt, el autor mejor informado hasta ahora, que las minas todas del Perú, del Brasil y de Méjico no producen arriba de 234 millones de francos (936 millones de rs., a peseta por franco); de modo que los zapateros de Francia producen ellos solos más valores que las minas del Perú.

24.Pero para que un valor sea una riqueza es preciso que sea un valor reconocido, no solamente por el posesor, sino por cualquier otro individuo. Si por adquirir una casa nadie ofrece arriba de 6,000 piezas de a un peso, es prueba de que no vale realmente más que 6,000 pesos, sea cual fuere el valor que yo quiera darle. No es inútil insistir sobre unas observaciones tan triviales; por no comprender las verdades más sencillas dejamos casi siempre de entendernos, dice J. B. Say.

25. Las necesidades cambian con las costumbres y los usos de las naciones, y también con la edad y los gustos y las pasiones de los individuos. La razón puede reprobarlas, debe contenerlas en justos límites; pero es preciso tomarlas en cuenta en los cálculos económicos, tan luego como los hombres se manifiestan dispuestos a hacer sacrificios por satisfacerlas. A los ojos del moralista, una flor artificial, una sortija, pueden pasar por objetos inútiles; pero a los ojos del economista tienen valor desde el momento en que los hombres sacan de su posesión bastantes goces para dar por ellos un precio cualquiera. La satisfacción de la vanidad, dice J. B. Say, es a veces para el hombre una necesidad tan imperiosa como el hambre.

26. La principal propiedad del valor es ser esencialmente variable. En efecto, la fuente del valor es la utilidad; la utilidad se deriva de nuestras necesidades y de los medios de satisfacerlas; estos medios y aquellas necesidades varían hasta lo infinito, de donde forzosamente se deduce que la relación que hemos denominado valor debe también ser variable hasta lo infinito. El valor es sin duda una cantidad positiva, fija, determinada; pero no lo es más que por un momento dado, y es propio, de su naturaleza ser perpetuamente variable, cambiar notablemente de un lugar a otro, de una época a otra.

27. Esta variabilidad complica las cuestiones de la Economía política, y es causa de que muchas veces sean los fenómenos dificilísimos de observar, y sea igualmente dificilísimo resolver los problemas.

§. II. De la medida del valor.

28. Como las cantidades no pueden medirse más que con otra cantidad, tomada arbitrariamente para servir de término de comparación, es claro que los valores no pueden medirse sino con un valor esencialmente variable, y por consiguiente, que no existe marco, medida del valor; y en fin, que no puede apreciarse la grandeza absoluta del valor de las cosas, sino solamente su grandeza relativa y comparativa. Cuando decimos que una casa vale 10,000 pesos, lo único que aseguramos es que el valor de aquella casa es igual al de una suma de 10,000 pesos; pero el valor de esta suma no es un valor existente por sí mismo, prescindiendo de toda comparación, y no podemos formarnos una idea de él, sino comparándole con todas las cosas que pueden obtenerse en cambio; con el de la casa, por ejemplo.

29. Y ésta es una nueva dificultad para la Economía política; pero no es esta ciencia la única en que hay puntos que es imposible resolver; acaso las propiedades del valor no son más fugitivas que las de la electricidad. ¿Tenemos, por ventura, para apreciar el calórico una medida absoluta? No; el termómetro no señala la cantidad absoluta de calor, sino solamente relaciones o resultados de comparación.

30. Puesto que toda riqueza es variable y relativa según los lugares y los tiempos, no pueden compararse dos porciones de riqueza sino cuando ambas se hallan en el mismo lugar y en el mismo tiempo. Salvo un caso de excepción, 1,000 pesos de este año valen más o menos que 1,000 pesos del año pasado; 1,000 pesos en Madrid no son lo mismo que 1,000 pesos en París o en Londres. Cambiando de país, el clima, las contribuciones, las costumbres, etc., influyen sobre el valor de las cosas; es, pues, de toda imposibilidad comparar exactamente las riquezas de dos naciones, porque si existen en la misma época, no pueden existir en el mismo lugar; por consiguiente, cuando se evalúan los capitales y las rentas de Inglaterra y de Francia, por ejemplo, en kilogramos de oro para comprarlos, se comparan dos cosas que tienen un nombre común y las mismas propiedades físicas, pero que no tienen en igual grado el mismo valor, es decir, la única calidad que las hace ser riquezas cambiables. Así, empeñarse en comparar las riquezas de dos épocas o de dos países diferentes más que de un modo aproximativo es empeñarse en hacer una cosa imposible.

31. Varios economistas han procurado de terminar la ley general que regula la variación del valor en cambio. Unos han creído hallarla en la fórmula de la oferta y el pedido; otros en la de los gastos de producción. Más adelante explicaremos estos dos teoremas, después de haber estudiado la naturaleza del precio corriente, esto es, del precio de las cosas en moneda.

32. De lo que dejamos dicho sobre la naturaleza íntima del valor resulta que la investigación de un marco o medida fija del valor debe ser cosa muy difícil por lo menos; y en efecto, los esfuerzos hechos hasta ahora han demostrado la imposibilidad de llegar a un resultado satisfactorio, pudiendo decirse, con J. B. Say, que ésta es la cuadratura del círculo de la Economía política. No entraremos aquí en la demostración completa de este aserto, demasiado larga y abstracta para hallar cabida en estos Elementos, y nos limitaremos a asegurar sobre la fe de los maestros de la ciencia:

33. 1.º Que no hay medida segura e inmutable del valor.

2.º Que la moneda no ofrece una medida segura, un marco del valor.

3.º Que lo mismo puede decirse del trigo y del trabajo humano.

M. Rossi ha demostrado con singular talento estas tres proposiciones3, a las que también J. B. Say ha consagrado tres capítulos excelentes4. Nosotros no volveremos a ocuparnos más que en la segunda proposición al hablar de las monedas. (Véase el cap. IX.)

§. III. Del valor de las cosas en moneda o del precio corriente. -Cómo se regula ese precio por la oferta y el pedido. -Cómo se regula por los gastos de producción.

34. Desde ahora admitimos que el dinero no puede, como tampoco ningún otro producto, servir de marco, de medida del valor; pero que las propiedades de que gozan los metales preciosos son causa de que en los negocios casi siempre se convierte el valor de los productos más o menos aproximativamente en el de un número dado de piezas de oro o de plata, o bien en el de signos de cobre o de papel, que representan una determinada cantidad de aquellas piezas5. Esto supuesto, diremos que el valor de una cosa en dinero es lo que se llama su precio corriente, que también puede definirse así: la cantidad de moneda por la cual se puede corrientemente comprar o vender un producto.

35. En la práctica, el precio corriente oscila siempre hasta el momento en que se ponen de acuerdo el comprador y el vendedor, por la razón de que el primero ofrece siempre un poco menos, y el segundo pide siempre un poco más del precio que al fin ambos acaban por aceptar.

36. Hemos visto que no basta que una cosa sea útil para que tenga valor, y que, si esa cosa útil está al alcance de todo el mundo, nadie quiere dar nada por ella. Por otra parte, se observa que si las cosas raras son, en general, las más buscadas, es preciso, sin embargo, que satisfagan necesidades más o menos razonables, más o menos imperiosas, pues de otra suerte nadie quiere lo que para nada sirve.

Siendo así que el valor en cambio reconoce dos orígenes: 1.º, la propiedad que tienen las cosas de satisfacer nuestros deseos y nuestras necesidades, o de ser útiles; y 2.º, sus desproporciones con estas mismas necesidades; y supuesto que este valor es por su naturaleza variable Y móvil, tiempo es ya de que indiquemos las leyes de estas variaciones.

Dos han discurrido los economistas: la ley de la oferta y del pedido, y la de los gastos de producción.

37. El precio de las cosas se regula por la oferta y el pedido.

De que la misma suma de dinero, 20 pesos, por ejemplo, puede comprar cantidades desiguales de dos mercancías, verbi gracia, un kilogramo de azafrán y 500 kilogramos de trigo, es decir, 500 veces más de una que de otra, 500 veces más trigo que azafrán, se ha sacado por consecuencia:

Que una cosa es tanto más cara cuanto se ofrece menos, y tanto más barata cuanto se ofrece más.

O recíprocamente, que una cosa es tanto más cara cuanto más se pide, o tanto más barata cuanto se pide menos.

38. O en otros términos, que el valor de una cosa está en razón DIRECTA del PEDIDO que de ella se hace, y en razón INVERSA de la OFERTA que se hace de ella.

Réstanos explicar las palabras oferta y pedido. La oferta no es solamente lo que hay en el mercado, sino también todo lo que la producción puede llevar a él fácilmente. Hay un millón de medias almacenado; pero dentro de pocos días las fábricas pueden producir otro millón; ésta es la oferta. Del mismo modo el pedido no es todo lo que puede desearse, sino todo lo que razonablemente puede desearse y comprarse. Yo, posesor de un mediano caudal, pido una magnífica alfombra de Persia; si la alfombra vale algunas decenas de pesos, mi pedido es real y positivo; si vale millares de pesos, mi pedido no figura en el mercado; soy un loco, que deseo lo que no puedo comprar ni por soñación, a menos, sin embargo, de que la energía de esa necesidad me domine totalmente, de suerte que el pedido lleve en sí la idea de la necesidad modificada según las circunstancias.

39. En el fondo, la fórmula de la oferta y del pedido encierra, pues, en sí misma, dice M. Rossi, la solución del problema; pero como esa fórmula necesita comentarios, se ha buscado otra, a saber:

40. Los gastos de producción regulan el precio de las cosas.

Ricardo es el primero que ha discurrido que lo que representa mejor el precio de los productos es la suma de todos los gastos que exige la creación de cada uno de ellos. Más adelante indicaremos cómo se calculan estos gastos en la industria.

41. Para sacar esta conclusión, Ricardo se apoya en los siguientes principios: que nadie produce por el mero placer de producir; que todos los productores codician grandes ganancias, y que nadie compra sin tener los medios de comprar, ni arriba de lo que alcanzan estos medios, de donde resulta que cuando el precio de un género no reembolsa los gastos de producción, la producción de dicho género disminuye o cesa completamente: principios todos de una incontestable verdad.

42. La fórmula de Ricardo es más fácil de comprender que la de la oferta y el pedido, pero desgraciadamente es incompleta. En primer lugar, tiene el inconveniente, pequeño en verdad, de no ser aplicable a las riquezas naturales apropiadas, que tienen un valor en cambio sin haber ocasionado gastos de producción; además, supone una libertad indefinida de retracto (es decir, de comprar o no comprar) en los consumidores, y una libertad indefinida también de competencia por parte de los productores, siendo así que el trigo, por ejemplo, cualquiera que sea su precio, habrá de comprarse precisamente, lo mismo que otra multitud de productos cuyo uso nos imponen las costumbres. Por lo concerniente a los productores, la competencia puede ser indefinida en los productos fabriles; pero la producción agrícola está cimentada en la propiedad, que hasta ahora es un monopolio necesario. No hay, pues, competencia posible, en cuanto a las subsistencias, más que hasta ciertos límites. Las minas, los vinos, se hallan concentrados en ciertos puntos muy circunscritos; su producción es limitada, lo que constituye unos verdaderos monopolios naturales. Ricardo señala algunos de otro género: las obras del ingenio, un cuadro, un escrito son también monopolios. Lo es igualmente una buena posición: el hortelano de las cercanías de una capital tiene un monopolio en comparación con el de un pueblo de provincia.

43. Pero los monopolios artificiales son todavía más numerosos y variados. Los privilegios de invención, los de autor, las fincas enclavadas en ciertos recintos reservados (en las plazas de guerra, por ejemplo), las leyes que prohíben ciertos productos o los gravan a la entrada y a la salida por favorecer a ciertas industrias, los impuestos que pesan sobre tal o cual producto, son otros tantos monopolios que influyen sobre los precios, y no están comprendidos en la fórmula de Ricardo.

44. Las teorías que acabamos de exponer son hasta ahora las que mejor explican la marcha natural de las cosas, cuando se hallan abandonadas a sí mismas; sin embargo, es evidente que son muy vagas, y que el problema de una fórmula exacta y completa del precio corriente está todavía por resolver.

45. Pero en medio de los errores y de las leyes que dominan a la sociedad, sucede con mucha frecuencia que el precio recibe otras influencias además de las que resultan de los gastos de producción y de las necesidades de los consumidores. Entonces la causa accidental no obra más que mientras dura, porque la ley general va poco a poco recobrando su imperio, cuando deja de hallarse contrariada.

46. Ocurre muchas veces que la autoridad fija el precio de ciertos géneros. En este caso, el consumidor paga el producto a un precio abusivo; la operación que de esta suerte se efectúa no es ya un cambio, sino una mera traslación en beneficio del vendedor o del comprador; es lo mismo, dice M. Say, que si la autoridad expidiese un decreto concebido en estos términos: «Cada vez que compréis alguna cosa daréis al mercader, o el mercader os dará a vosotros, tal suma además del precio natural.» (Véase el párrafo siguiente.)

47. En pocas palabras, así es como puede formularse una ley de tasa o máximum, es decir, una ley que fije los precios, pasados los cuales se prohíbe la venta. Tales leyes perjudican a la producción, porque nadie quiere trabajar con pérdida; perjudican también al consumo, porque no se hallan productos que comprar, ya porque no se fabriquen, ya porque se oculten los fabricados. Los que tienen muchas facultades se surten con exceso, y los que no tienen más que unas facultades regulares no pueden surtirse de lo que necesitan. De aquí las escaseces, las crisis y las catástrofes consiguientes.

48. Otras causas fortuitas, físicas y morales pueden también influir sobre la oferta y el pedido: tales son el temor de una buena o de una mala cosecha, la moda, etc.; pero la acción de estas causas no dura más que cierto tiempo, y su influencia es tanto más fácil de prever cuanto se tienen ideas más exactas de las causas permanentes que establecen la oferta y el pedido.

En suma, debemos decir con Genovesi que el valor de las cosas, o para hablar de un modo todavía más correcto, su precio «es una relación cuyos términos fija la naturaleza y no el capricho del hombre6

§. IV. Del precio original.

49. En el análisis de la producción importa mucho distinguir del precio corriente el precio original, al que J. B. Say, en sus primeras obras, da también el nombre de precio real. Adan Smith le llama precio natural. Say no ha adoptado esta última palabra en el sentido de Smith, antes bien la considera como un sinónimo del precio corriente, porque éste, en efecto, estableciéndose por sí mismo, es el más natural, sin dejar de ser también real.

Por precio original entiende J. B. Say la suma de los gastos de producción la primera vez que el producto aparece en el mundo; ahora bien, este precio original es una escala móvil, pues varía a cada instante cada vez que se da al producto una nueva labor, labor agrícola, fabril o comercial. Sin embargo, podemos considerarle como fijo en un momento dado, y entonces es, como ha dicho muy bien Scialoja, «el centro inmóvil al cual, en sus oscilaciones, tiende el precio de venta (o precio corriente); y la oferta y el pedido pueden compararse a una fuerza centrífuga, variable, contenida sin cesar por una fuerza centrípeta, constante.»

50. Más adelante veremos que los gastos de producción pueden bajar sin que se perjudique el productor; por consiguiente, la baja del precio original no le es perjudicial; por el contrario, esa baja es ventajosísima para la sociedad, en especial cuando recae sobre todos los productos a la vez, porque entonces equivale a un aumento de riquezas.

51. Este modo de ver permite dar la solución de una de las cuestiones más controvertidas de la economía política. Si la riqueza general es la reunión del valor de todas las cosas, ¿por qué una nación es tanto más rica cuanto más baratas están en ella todas esas cosas?... Porque como nuestra riqueza consiste en una cierta cantidad de fondos productivos, tanto es más considerable, como dice J. B. Say, cuanto más productos pueden adquirir con su empleo esos fondos productivos, lo cual sucede cuando aquellos están al menor precio posible. Así se explica el bienestar más general de cincuenta años a esta parte, a tal punto que simples artesanos viven en el día con más holgura y son más instruidos que en otro tiempo los príncipes.




ArribaAbajoCapítulo III

Análisis de la producción.


I. De lo que debemos entender por la producción de las riquezas. -II. De qué se componen los trabajos de la industria. -III. De los instrumentos generales de la industria: la tierra, el trabajo, el capital. -IV. Oficios respectivos de los tres instrumentos para producir. -V. Cómo se aprecian los gastos de producción y los progresos en industria. -VI. Si hay un trabajo improductivo. -Analogía de los productos inmateriales con todos los demás. -VII. Clasificación de las industrias.

§. I. De lo que debemos entender por la producción de las riquezas.

52. Producir o crear valor o crear riqueza es dar utilidad a las cosas o bien aumentar la que ya tienen. No podemos sacar de la nada un solo átomo de materia, pero podemos crear cualidades que son causa de que materias sin valor le adquieran y se conviertan en riquezas. En esto consiste la producción en economía política; éste es el milagro de la industria humana7; y las cosas a que se ha dado valor se llaman productos o valores.

53. Como la industria no puede crear materia, su acción se limita a reparar, trasportar, combinar, transformar las moléculas de que se compone la materia. Las materias sobre las cuales se ejerce esta acción toman el nombre de materias primeras.

Un labrador toma semillas y abonos, los pone en una especie de crisol que llamamos campo, y a consecuencia de ciertas operaciones que la experiencia le ha enseñado, resulta que los principios contenidos en la tierra y en los abonos, unidos a los que les presta la atmósfera, se convierten en cereales, yerbas, etc. Luego, con ayuda de otro instrumento (un carnero), ese mismo labrador modifica las partículas que componen sus yerbas, y de ellas hace lana.

Un fabricante compra la lana de aquel labrador, la lava, la carda, la hila y hace con ella un tejido que, después de teñido, abatanado y dispuesto, forma nuestros vestidos.

Un comerciante hace experimentar a esa lana o a ese tejido, o bien al añil que debe darles color, la operación del trasporte, que pone estos objetos al alcance del fabricante, y proporciona así a este último la posibilidad de servirse de ellos.

54. Estas operaciones tienen analogías entre sí. Cuando un tintorero combina en sus cuencos agua, alumbra, añil y otras materias primeras, ¿no ejerce una industria análoga a la del labrador que, siguiendo los procedimientos de su arte, combina el agua, los abonos y los jugos que le suministran la tierra y el aire? El tintorero favorece sus combinaciones con ayuda del calor de un hornillo, el labrador se sirve del calor del sol; el tintorero confía su tejido a su caldera, como el labrador confía sus semillas a su heredad.

55. Después de estas consideraciones, que resumen muchas páginas de J. B. Say, penetremos todavía más con M. Rossi en el fenómeno de la producción.

La arrogante expresión de creación no debiera, en verdad, aplicarse más que a las producciones del ingenio. Hasta cierto punto Newton creó la teoría de la atracción, Corneille la tragedia del Cid; pero en la producción material no es lo mismo: el hombre no pone de su parte, en realidad de verdad, como dice Mill, más que el movimiento8.

El que abre un surco determina un movimiento que rasga el seno de la tierra, con lo cual se hace más fecunda. En una fábrica, el más ignorante jornalero, como el mecánico más hábil, no producen más que movimientos que éste sabe calcular y aquel no. El químico, en fin, se limita a asociar o a separar los cuerpos: determina los fenómenos, pero no es la causa de ellos.

56. La producción es, pues, en último análisis, una aplicación de fuerzas que da por resultado un producto apto para satisfacer nuestras necesidades, y no, como han dicho algunos economistas, un producto apto para ser cambiado, porque esta definición haría creer que sólo el valor en cambio es riqueza, lo cual no es exacto, pues lo mismo comprende la riqueza al valor en uso que al valor en cambio.

57. M. Rossi admite en el fenómeno de la producción tres elementos:

Una fuerza, un modo de aplicación, un resultado; o en otros términos, la causa, el efecto y la transición de la causa al efecto.

Las fuerzas o causas son indispensables en la producción, y aun pueden obrar solas. Los otros elementos no son indispensables: ayudan a los primeros a producir, contribuyen a la producción, pero no la efectúan9.

§. II. De qué se componen los trabajos de la industria

58. La ejecución de un producto exige la cooperación de varias personas y de varios conocimientos. Exige: 1.º el trabajo del sabio, 2.º, el del empresario; 3.º, el del artífice.

El sabio descubre, el empresario aplica, el artífice ejecuta.

59. Los sabios, descubriendo y acumulandolos conocimientos, son perpetuamente necesarios, no obstante que un jornalero o un director de un taller, por ejemplo, no necesiten las más de las veces ser químicos, físicos o mecánicos. Si los sabios y los libros que poseemos desapareciesen de repente, las artes continuarían algún tiempo existiendo por su propio impulso, pero pronto caerían en una ciega rutina; los métodos, cesando de ser rectificados, irían degenerando gradualmente. Ni es ésta una suposición gratuita: ya no sabemos hacer cimentos inalterables como los hacían los antiguos, ni pinturas al fresco como se hacían en Tebas; el trabajo de los obeliscos, el fuego griego y los espejos de Arquímedes, capaces de incendiar las escuadras enemigas, son secretos que se han perdido. La pérdida de las ciencias acarrearía la no satisfacción de ciertas necesidades al mismo precio; la ventaja de consumir resultaría sucesivamente perdida hoy para una clase, mañana para otra. Esas sumas de utilidades que, cambiándose unas por otras, son la vida de cuerpo social, irían desapareciendo por grados, y la sociedad volvería a sumirse en la barbarie.

60. Pero es preciso aplicar la ciencia, y esa aplicación, indicada o no por el sabio, es la obra del empresario o destajista.

Este debe saber apreciar las necesidades físicas del hombre, sus inclinaciones y sus riquezas.

61. Como un empresario no puede hacerlo todo con sus propias manos, la tarea del operario consiste en ejecutar las varias operaciones con sus fuerzas musculares, y en este caso no es más que un simple jornalero; pero aquella tarea puede exigir, además del trabajo manual, inteligencia, habilidad, y aun talento.

62. Fácil es comprender que una misma persona puede desempeñar estos tres oficios; mas como quiera, no hay producto en el que no puedan descubrirse las señales de los tres géneros de trabajos. Un fruto, por ejemplo, parece que es únicamente el producto de la fecundidad sola del suelo; pero para obtenerle, ha sido preciso aprender los métodos de cultivo, apreciar los medios de aplicarlos y las ventajas que de ellos habían de resultar; en fin, ejecutarlos o hacerlos ejecutar.

63. Por lo que precede se ve que el empresario es el agente, principal de la producción. Para crear productos, es decir, para utilizar las investigaciones de los sabios y los trabajos de los artífices, apreciando las necesidades, hallando los medios de satisfacerlas y constituyendo una buena administración, debe tener por dote principal la sagacidad y un conjunto de conocimientos, que forma parte de la inteligencia, o como vulgarmente se dice, del don de los negocios. En parte puede prescindir de tener ciencia, puesto que emplea la de los demás; puede no echar mano a la obra, sirviéndose de ajenas manos; pero sin inteligencia, se arruinará de seguro produciendo con grandes gastos no-valores. Por esta razón todo lo que tiende en un pueblo a rectificar el juicio, a dar ideas exactas sobre todas las cosas, es favorable a la producción de las riquezas.

64. Las tres operaciones de que acabamos de hablar se hallan igualmente en la creación de los productos inmateriales. (Véase el §. VI de este capítulo.)

§. III. De los instrumentos generales de la industria: la tierra, el trabajo, el capital.

65. La industria más grosera no puede prescindir de valerse de instrumentos. El salvaje tiene armas, redes, herramientas, una choza y pieles para cubrirse. En un estado culto, esos instrumentos son muchos y muy variados.

66. De esos instrumentos, unos, como los líquidos caminos del Océano y los ríos, la acción de los vientos, las fuerzas físicas, etc., son instrumentos gratuitos que están a la disposición de todo el mundo. Podemos llamarlos instrumentos naturales comunes o no apropiados.

67. La naturaleza suministra además al hombre industrioso la fuerza productiva de la tierra cultivable; le ofrece metales, mármoles, toda especie de piedras, hornagueras, etc., etc., de que algunos hombres se han apoderado con exclusión de todos los demás, y han constituido propiedades por todos reconocidas. A estas cosas podemos dar el nombre de instrumentos naturales apropiados.

68. Entre los instrumentos naturales apropiados, el más importante es la tierra labrantía, dividida entre un número mayor o menor de propietarios. Ella forma lo que se llama las tierras, los bienes raíces o simplemente LA TIERRA.

69. Otros instrumentos no son de creación natural, sino el fruto de una industria anterior, o sean productos tales como las mercancías, los aperos y las herramientas, los barcos, los ganados, el dinero, etc., que sirven para la reproducción, y se llaman capitales o simplemente EL CAPITAL.

70. Cuando en un terreno hay edificios, cercas, en una palabra, mejoras de cualquier clase, estas cosas son productos de la industria unidos al bien natural apropiado, pero que constituyen un bien capital. Estos dos bienes, aunque diversos por su origen, pertenecen por lo común al mismo dueño.

71. Pero no son éstos los únicos instrumentos de la producción. Entre los medios naturales y apropiados, hay uno muy poderoso, que es las fuerzas del hombre, o simplemente EL TRABAJO, tan superiormente analizado por Adan Smith.

72. Resumiendo: el economista designa los bienes apropiados que constituyen esencialmente los tres instrumentos generales bajo los nombres de tierra, de capital y de trabajo, «denominaciones, a decir verdad, poco felices, pues la palabra tierra no presenta a la mente el conjunto de las fuerzas naturales apropiadas, al paso que la palabra trabajo indica más bien el acto que la facultad, o en otros términos, más bien el erecto que la causa.» (Rossi.)

En cuanto a la palabra capital, el lenguaje usual le asigna un sentido demasiado exclusivamente metálico.

73. Las desemejanzas entre estos tres instrumentos son notabilísimas. El trabajo y la tierra son fuerzas primitivas, el capital no es nunca más que un resultado, el ahorro aplicado a la reproducción; el hombre emplea como instrumento de producción lo que podría emplear como medio de goce. El trabajo, considerado como facultad, no es trasmisible: si los poseedores de esclavos le han hecho serlo, ha sido desnaturalizándole. El capital y la tierra, por el contrario, están regular y legítimamente en el comercio. Los capitales, las tierras, pueden evaluarse en el precio que se sacaría de ellos vendiéndolos; en cuanto a las facultades industriales, que no son enajenables, no pueden tener un precio corriente, pero se pueden evaluar por la retribución que pueden producir, por el rendimiento que de ellas se puede sacar.

La diferencia entre los tres instrumentos quedará más claramente demostrada en los capítulos especiales que les hemos consagrado.

74. Siendo el capital obra del hombre, con razón se lo ha denominado trabajo acumulado. Además, los conocimientos adquiridos son evidentemente otra especie de capital, que puede llamarse capital moral, y que J. B. Say ha reconocido bajo el nombre de caudal de facultades industriales.

75. Después de haber dividido los instrumentos generales de la producción en instrumentos comunes y en instrumentos apropiados, en instrumentos naturales y en instrumentos producidos; después de haberlos igualmente dividido en medios intelectuales y en medios físicos, en medios naturales y en medios adquiridos, todavía podemos distinguir los medios directos y los medios indirectos.

76. Los medios directos son los tres instrumentos, tierra, capital y trabajo, de que acabamos de hablar.

77. Los medios indirectos son muchos. M. Rossi designa con este nombre a todos los que favorecen la producción; el cambio, la circulación de las riquezas, la moneda (uno de los principales agentes de esa circulación), la instrucción pública, el trabajo gubernativo, que proporciona al productor justicia y protección. De este análisis emana la demostración de cuanto queda dicho en el párrafo de los productos inmateriales.

78. En suma, podemos decir que el caudal productivo de una nación se compone:

1.º De los instrumentos naturales comunes o no apropiados, que comprenden el mar, las corrientes de agua pública, la atmósfera, el calor del sol, las leyes de la naturaleza física, etc., etc., que están a la disposición de todos.

2.º De los instrumentos naturales apropiados, que comprenden:

  • LA TIERRA
    • la tierra beneficiada, contando las corrientes de agua, las minas, etc., convertidas en propiedades.
  • EL TRABAJO
    • del sabio, depositario de los conocimientos.
    • del empresario, cultivador, fabricante o comerciante.
    • de los obreros, agentes del empresario.

3.º De los instrumentos artificiales o adquiridos, es decir:

EL CAPITAL, que comprende todos los productos resultantes de una industria anterior.

Estos dos últimos instrumentos son más particularmente el objeto de las investigaciones económicas.

79. Siguiendo las consideraciones de M. Rossi, podemos formar el siguiente cuadro, que completa sus sabios análisis.

Los medios directos son:

  • 1.º Los instrumentos naturales (dados por la naturaleza):
    • materiales, la tierra o el trabajo;
    • intelectuales, el trabajo.
  • 2.º Los instrumentos adquiridos por el hombre:
    • materiales, los capitales;
    • intelectuales, los estudios o el capital moral.

Los medios indirectos son:

El cambio, la circulación, la moneda, variedad del capital, uno de los principales agentes de la circulación; el gobierno, que administra, protege y hace justicia, etc.; la educación y la instrucción, que perfeccionan al trabajador.

§. IV. Oficios respectivos de los instrumentos para producir.

80. En último análisis, la fuente de todas las cosas consumibles es la TIERRA; el medio por el cual saca el hombre las cosas de aquella fuente es el TRABAJO intelectual y físico.

Para trabajar el hombre se ayuda con el resultado de un trabajo anterior y acumulado, que se presenta bajo la forma de herramientas, de construcciones, de abastos, etc., y que se llama CAPITAL.

Este capital o fondo social comprende dos grandes clases de fuerzas: las que el trabajo ha realizado en las cosas, y las que ha desarrollado en los hombres, bien sea en lo físico, bien en lo moral.

81. El instrumento-tierra, el instrumento-capital y el instrumento-trabajo necesitan estar reunidos para producir, y ya demostraremos en el discurso de esta obra que la fuerza del trabajo y del capital no se desarrolla por entero sino cuando ambos instrumentos se aplican, en una grande escala, a vastas empresas.

El empresario industrial arrienda un terreno o un capital.

El simple artífice o el jornalero, que no tienen más que una capacidad industrial insuficiente para crear un producto, la ponen a soldada de otro hombre que tiene la capacidad industrial de reunir los diferentes medios de producción, y que, bajo el nombre de cultivador, de fabricante, de comerciante, los hace servir para un objeto común, para la creación de los productos.

82. El propietario de un capital o el capitalista que no hace producir su capital goza de su facultad productiva y recibe por él un PROVECHO a que se da el nombre de alquiler cuando la propiedad se compone de casas, talleres, almacenes, etc., y el de interés cuando el capital se evalúa en metálico o de otro modo cualquiera.

83. El propietario de bienes raíces, que no hace por sí mismo producir sus tierras, disfruta, sin embargo, de la facultad productiva que contienen, y saca de ellas una RENTA por medio del arriendo.

84. El obrero, que alquila sus facultades personales, saca de ellas una RETRIBUCIÓN o un JORNAL. El salario de un criado, el sueldo de un empleado, los derechos de un letrado son una retribución.

85. La creación de un producto es el resultado de un pensamiento único que hace contribuir a un solo fin una multitud de medios; por lo general, el empresario es el que tiene una idea y reúno todos los instrumentos para aplicarla, haciendo que cooperen a su objeto la voluntad de los trabajadores y la de los propietarios de fincas o de capitales que le confían fondos; y percibe un beneficio, si es capitalista, y una retribución o estipendio como trabajador inteligente.

86. Pero el empresario no es el solo productor: todos los trabajadores y todos los propietarios de instrumentos coadyuvan a la producción. El trabajador y el poseedor de facultades industriales hacen el sacrificio de su tiempo y de su ingenio para contribuir a la producción; el dueño de tierras podría hacer de ellas un parque de recreo, y las consagra al cultivo; un capitalista podría disipar sus caudales en diversiones, y los dedica a un empleo productivo; así los dueños de fincas y los capitalistas deben incluirse en la clase de los productores, porque los primeros producen por medio de las facultades productivas de sus fincas, y los segundos producen por medio de su capital, del mismo modo que el empresario por medio de las facultades industriales. Pero para esto es preciso que ni quede inculta la tierra ni esté ocioso el capital.

Contribuirá la producción por medio de una finca o de un capital es evidentemente cosa muy cómoda; pero no se ha discurrido todavía organización social alguna aceptable sin propietarios.

Claramente resulta de este análisis que hay propietarios más interesantes que otros, y que no existe más que una analogía artificial entre el productor trabajador y el productor propietario.

87. Un mismo individuo puede evidentemente ser productor bajo diferentes títulos, y ser al mismo tiempo propietario o capitalista, empresario o artífice. En general, el empresario es casi siempre más o menos capitalista: el mismo artífice suministra en rigor una pequeña porción del capital que se halla empleado, pues es raro que ni aun el más humilde jornalero deje de poner por su parte las herramientas.

88. Cuando el fondo es un instrumento natural no apropiado o mostrenco, es decir, cuando no pertenece a nadie, como en la pesca de los peces, de las perlas, del coral, etc., pueden obtenerse productos con trabajo y capitales solamente.

89. En las industrias fabriles y comerciales el trabajo y el capital bastan igualmente, y el caudal de tierra no es absolutamente necesario, o a lo menos es de poca importancia, pues que no debe darse aquel nombre más que al solar ocupado por los talleres y los almacenes.

90. De aquí se ha sacado por consecuencia que la industria fabril y la industria comercial de una nación no están limitadas por la extensión de su territorio, sino por la de sus capitales. Numerosos ejemplos pueden citarse en apoyo de esta proposición: los genoveses, que viven en la abundancia, tienen un territorio reducido que no produce ni una décima parte de lo que necesitan para su subsistencia; el bienestar habita en las gargantas infecundas del Jura, cerca de Neuchatel, porque allí se ejercen varias industrias mecánicas. En el siglo XIII, Venecia, sin ninguna posesión terrena en Italia, llegó a ser por su comercio bastante rica para conquistar la Dalmacia, las islas de Grecia y Constantinopla.

§. V. Cómo se aprecian los gastos de producción y los progresos en industria.

91. Los instrumentos de que acabamos de hablar hacen servicios en la creación de los productos, cada uno en virtud de una acción que le es propia, y fácil es comprender que debe luego hallarse en el valor del producto el pago de cada uno de esos servicios, a saber:

1.º El JORNAL o la RETRIBUCIÓN del trabajo de los obreros y de los empresarios.

2.º El PROVECHO o el INTERÉS de los capitales.

3.º La RENTA o el arriendo de la tierra.

Según la juiciosa observación de M. Rossi, el provecho debe comprender los valores necesarios para el reembolso de los adelantos hechos por el capitalista y para la amortización de su capital que se deteriora.

Debemos decir también que la renta territorial no entra en los gastos de producción, según Ricardo y los partidarios de su teoría, más que en ciertos casos; y que la palabra arriendo es impropia, porque puede haber renta lo mismo cuando está la tierra arrendada que cuando no lo está. (Véase el cap. XI.)

92. La producción puede considerarse como un gran cambio en el que todos los productores, y el empresario a su cabeza, dan todo lo que constituye los gastos de producción, para recibir los productos que representan una cantidad cualquiera de utilidad producida. Ahora bien, para que este cambio sea normal, es preciso que el valor de todo lo que se ha destruido esté compensado por el valor de la cosa producida.

93. Considerando la producción como un gran cambio, fácil es ver lo que constituye los progresos de la industria en un pueblo. Ese progreso existe cuando una nación multiplica sus productos sin multiplicar sus gastos, o lo que es lo mismo, cuando disminuye sus gastos sin disminuir sus productos, sin disminuir la cantidad de utilidad producida; porque, produciendo, trueca gastos de producción que tienen un valor menor que los productos obtenidos.

94. Esos progresos, se efectúan al principio en provecho del productor que, por el mismo valor que gasta, recibe en cambio un valor mayor y cuando se generaliza el conocimiento del método empleado al efecto, y la competencia hace bajar el precio del producto al nivel de sus gastos de producción, el público es el que disfruta las ventajas del descubrimiento.

95. Acabamos de hablar de utilidad producida: cualquiera comprenderá que un precio más barato equivale a una utilidad mayor. En efecto; si con gastos de producción que valen tres pesetas obtengo un par de medias, cuyos gastos de producción ascendían antes a seis pesetas, es exactamente lo mismo que si con seis pesetas obtuviese dos pares de medias en vez de uno.

96. Así, pues, queda claramente demostrado que los progresos de la industria son ventajosos para los consumidores, es decir, para la sociedad en general. Por otra parte, cuando un empresario obtiene más productos por los mismos gastos, ¿no puede, sin que de ello resulte el menor perjuicio, dar el producto más barato? Cuanto más abarate su precio, más consumidores hallará (como veremos mejor más adelante) que le hagan ganar en varias veces el beneficio que antes ganaba en una. Es evidente que tomarse más trabajo para obtener el mismo provecho, es perder; pero fuera de que el consumidor gana siempre, sucede muchas veces que, a consecuencia de la mejora de los procedimientos, se obtiene con la misma facilidad una gran producción que una pequeña. Ademas, está en la naturaleza de los progresos el acarrear algunos padecimientos, y es una utopía soñar los unos sin los otros.

97. No puede llegarse a disminuir los gastos de producción sin disminuir la producción, más que por uno u otro de éstos dos medios:

1.º Sacando mejor partido de los instrumentos de trabajo apropiados, y cuyos servicios es preciso comprar.

2.º Reemplazando servicios que es preciso comprar por los servicios gratuitos de los instrumentos naturales no apropiados.

98. Primer medio. Tomemos primeramente por ejemplo el caudal productivo de la tierra. Habrá progreso en el cultivo sino se deja descansar una cuarta parte de terreno por año, y si se plantan en él, después de los cereales, nabos y patatas para cebar los ganados. Del mismo modo, sin pagar un interés más crecido, puede sacarse más partido de un capital si se suprimen días de fiesta y de holganza; si se tiene una tanda de jornaleros para el día y otra para la noche, a fin de obtener mayor servicio de las construcciones y de las máquinas; del mismo modo también, en la mano de obra, se hace un cambio más ventajoso de los servicios personales cuando se obtienen más productos por los mismos gastos, o lo que es exactamente lo mismo, cuando se gasta menos en mano de obra para obtener los mismos productos. Actualmente, en las telas de mucha anchura, con el sistema de la lanzadera volante, un jornalero, sin tomarse más trabajo ni ganar mayor jornal, hace lo que antes hacían dos.

99. Debemos observar que por sacar mejor partido de los instrumentos de trabajo no dejan sus propietarios de estar igualmente bien pagados. Que el arrendador barbeche o no barbeche, el propietario siempre recibe su arriendo; que emplee mejor o peor su capital, que saque mayor o menor partido del trabajo de sus braceros, el propietario de la tierra siempre recibe su arriendo pactado, el capitalista siempre recibe sus intereses y los jornaleros sus jornales, a menos, sin embargo, de que haya entre éstos demasiada competencia. (Véase el capítulo IV DE LA POBLACIÓN.)

100. Segundo medio. Pero las más grandes conquistas reservadas a la industria consisten en el empleo de los bienes productivos no apropiados. La naturaleza nos abre un tesoro inagotable de materiales y de fuerzas que, como a nadie pertenecen, están a la disposición de todo el mundo; bástele a la industria aprender a servirse de ellos. El viento, recogido en las velas, impele las mercancías por cima de la superficie de los mares; el vapor, encarcelado en un cilindro, trabajando tanto como millones de caballos, produce las maravillas a que asistimos, y ha permitido a la Inglaterra, según el dicho de Huskisson, vencer a Napoleón. La luz dibuja como el más hábil artista; la electricidad se deja aplicará varias artes, con grandes ventajas para la salud de los operarios, etc., etc. Estas fuerzas existían desde la creación, pero por mucho tiempo en nada han contribuido a satisfacer las necesidades del hombre.

§. VI. Si hay un trabajo improductivo. -Analogía de los productos inmateriales con los demás.

101. Hemos reconocido la analogía del capital material y del capital inmaterial, es decir, la analogía de las fuerzas desarrolladas por el trabajo en las cosas y en los hombres; réstanos establecer que todo trabajo, en la verdadera acepción de esta palabra, es productivo de riqueza y de productos análogos.

102. Puede crearse una utilidad capaz de satisfacer una necesidad, y aun de llegar a ser el objeto de un cambio, y por consiguiente, un origen de riqueza, sin estar incorporada a ningún objeto material. Un médico, un abogado, producen una utilidad que satisface necesidades y que pueden vender; éste es un producto inmaterial perfectamente análogo económicamente a un producto material, porque en él se hallan reunidas las operaciones del sabio, del obrero y del empresario. Un hombre estudia el derecho y se hace sabio; es empresario recibiéndose de abogado, y obrero haciendo pedimentos o defendiendo causas.

Hállanse con efecto en esta producción una fuerza, la del trabajo, la aplicación de esa fuerza, el trabajo; y un resultado económico, es decir, la satisfacción de una necesidad.

Pero esa producción es indirecta, por cuanto los médicos, por ejemplo, cuidando de la salud de los productores, contribuyen favorablemente a los trabajos de éstos, y en el mismo concepto que el trabajo gubernativo, de que acabamos de hablar al definir la producción.

103. No hay, pues, ningún trabajo improductivo fuera del que nada absolutamente produce, es decir, del trabajo absurdo de un loco, que no es verdadero trabajo. En cuanto al ocioso, no hace ningún trabajo: es esclavo de la pereza.

104. De una inadvertencia de Smith, exagerada por otros economistas, ha provenido un error, causa de que Malthus, Sismondi y otros desconozcan los productos inmateriales, y que ha hecho considerar como ociosos o como trabajadores improductivos, y por consiguiente perjudiciales, a una clase interesante de productores. En efecto, el insigne escritor entendía por trabajo productivo y trabajo improductivo el trabajo que da productos materiales y el trabajo que da productos inmateriales perfectamente análogos; solo que dejó el honor de este análisis a J. B. Say. Además, su observación sobre este punto no fue completa; y cuando sentó por principio que «nada queda de trabajo del criado, por ejemplo, sentó un error, digámoslo sin rebozo, que no debía esperarse de Adan Smith». (Rossi.) En efecto, el criado, sirviendo a su amo, deja a éste ocuparse en otros trabajos.

105. Si a esto se responde que un exceso de criados arruina, vale tanto como decir que arruina el emplear diez caballos en una máquina para la que bastaría uno, lo mismo que el edificar una casa de veinte mil pesos cuando bastaría una de diez mil, o tirar el dinero por la ventana o cometer errores de cálculo. El productor necesita tener criterio y calcular bien, el momento en que debe cesar de hacer o de emplear productos inmateriales.

106. Los productos inmateriales son, pues, análogos a todos los demás, y esta analogía es fácil de seguir. Los productos materiales varían por gradaciones insensibles en cuanto a su forma, su extensión y su duración. Si nos fijamos en esta última propiedad, vemos que una vajilla, por ejemplo, dura más que una tela, y ésta más que una fruta. Ahora, de un producto como las cerezas, que se consume poco después de su creación, podemos descender a los que se consumen necesariamente en el momento mismo de su creación, tales como una representación teatral, una lección de un profesor, una visita de un médico. Todos estos productos satisfacen nuestras necesidades o nuestros gustos, y constituyen riquezas (2 y 25).

107. Así, pues, el trabajo a que se deben los productos inmateriales es productivo. El militar que defiende a su patria a costa de su sangre, el administrador que vela sobre la riqueza pública, el juez protector del buen derecho, el profesor que difunde el saber, etc., etc., suministran una utilidad indirecta, es cierto, pero verdadera, en cambio de los estipendios que reciben.

108. ¿A qué conduce el negar que los productos inmateriales son riquezas? A prescindir en los cálculos de una multitud de producciones interesantes, indispensables, y a desconocer los servicios positivos que hacen a la sociedad profesiones honrosas.

109. Este principio está demostrado; pero puesto que economistas de primer orden, como Malthus, Sismondi, etc., se parapetan en la vaguedad de las palabras de Smith, llevaremos con M. Rossi la refutación hasta sus últimas consecuencias. Se ha dicho que nada queda después del consumo de un producto inmaterial. ¿Qué deja el cantor? El recuerdo; y cuando hemos bebido vino de Jerez y comido pan, ¿qué queda de estos productos materiales?

110. Se ha dicho también que los productos inmateriales no pueden acumularse, y que esta circunstancia les quita su calidad de productos. En primer lugar, los hay que pueden acumularse, y ya lo hemos probado; las fuerzas intelectuales son análogas a las fuerzas físicas: el padre que pone a su hijo en aprendizaje, capitaliza para su hijo, para sí mismo, para la sociedad; y además, puesto que se invoca la facultad de acumular, ¿se acumulan por ventura los frutos y los productos materiales análogos?

111. Resumiendo: si se emplean las fórmulas de productos materiales y de productos inmateriales, no debe ser para distinguir los resultados de un trabajo productivo de los de un trabajo improductivo, sino sólo para distinguir variedades, o más bien, matices de un trabajo productivo. De aquí en adelante, dice M. Rossi, la reunión de las palabras trabajo e improductivo es un contrasentido.

112. Las precedentes consideraciones hacen en parte entrar en la jurisdicción de la economía política todas las industrias inmateriales, cuyo estudio enlaza a esta ciencia con la ciencia social. Una observación atenta demuestra que las artes físicas, intelectuales y morales, que todas las funciones que obran sobre los hombres y perfeccionan sus facultades, están regidas por las mismas leyes económicas que las que obran sobre las cosas(123).

§. VII. Clasificación de las industrias.

113. La producción de los productos materiales se reduce a tomar las primeras materias y a devolverlas en un estado en que tengan mayor valor, lo cual se efectúa por la acción de la industria.

En realidad no hay más que una industria con una multitud de artes diferentes; pero ha parecido más cómodo para estudiar la acción industrial formar grupos principales y reunir en cada grupo las profesiones que tienen entre sí alguna analogía. De esta suerte se distinguen generalmente los trabajos:

1.º De la industria agrícola o de la agricultura.

2.º De la industria fabril o de la industria propiamente hablando.

3.º De la industria mercantil o del comercio.

114. Así se clasifican, bajo el título de industria agrícola, todos los trabajos que tienen por objeto tomar a la naturaleza las primeras materias, aun las que no suponen el cultivo del suelo: tales son los productos del cazador, del pescador y del minero.

115. Del mismo modo se pueden comprender bajo el título de industria fabril todos los trabajos que se ejercen sobre una materia primera, aun cuando no se elaboren más que para el propio consumo. Todos los trabajos mujeriles que se hacen en el interior de las familias son, en rigor, trabajos fabriles o manufactureros.

116. Por último, se clasifican en la industria mercantil todos los trabajos que tienen por objeto revender lo que se compra, sin hacer experimentar a los productos más trasformación esencial que el trasporte y la división por partes, a fin de que el consumidor pueda proporcionarse la cantidad que necesita y en el punto en que le es cómodo hallarla. Lo mismo se comercia en las más vastas factorías, que en las más humildes tiendas: las aguadoras que van gritando por las calles ejercen un comercio.

117. Estas clasificaciones son arbitrarias, porque lo mismo en el orden moral que en el físico, más parece que la naturaleza ha querido borrar que marcar las clasificaciones. Los modos con que pueden modificarse y apropiarse a nuestro uso las cosas se funden unos en otros con imperceptibles matices. El cultivador es fabricante cuando pisa la uva para sacar vino; el hortelano es comerciante cuando lleva sus verduras a la plaza; el mismo comerciante invade las atribuciones del fabricante por poco que modifique los efectos sobre que ejerce su comercio. Cada familia tiene un caudal de tierra en su huerto y un taller en su cocina; en suma, pues que las ocupaciones de la sociedad entera no son más que una serie continua de cambios, todos somos comerciantes.

118. M. Dunoyer ha propuesto formar una cuarta división o clase, la de la industria extractiva10, que comprenda el beneficio de las minas, de los bosques, de las pescas, y en fin, todos los que tienen por objeto una extracción, y no pueden sin alguna violencia incluirse en las tres grandes divisiones clásicas. En el actual estado del desarrollo industrial, esta adición a la nomenclatura no es inoportuna.

119. Por otra parte, Destutt de Tracy, en su Tratado de Economía política11, después de haber sentado que todas las operaciones de la naturaleza y del arte se reducen a trasmutaciones, a mudanzas de forma y de lugar, admite solamente dos industrias: la relativa a la mudanza de forma, que es la industria fabricante, inclusa la agricultura; y la relativa a la mudanza de sitio, que es la industria mercantil, y que M. Dunoyer denomina también industria trajinera o acarreo. No es malo familiarizarse con estas divisiones, pues así se acostumbra la mente a los análisis y a las comparaciones.

120. M Dunoyer, siguiendo el orden más sencillo y según el cual obran sobre el mundo material las grandes clases de las artes, las examina en el orden siguiente:

1.º La industria extractiva;

2.º La industria trajinera;

3.º La industria fabril;

4.º La industria agrícola.

«No sé, dice, si de las artes que obran sobre las cosas la agricultura es la más importante; pero probablemente es la más difícil, pues es la última que se perfecciona.» En efecto, en las operaciones de esta clase de trabajos interviene la vida.

Vemos, pues, que M. Dunoyer separa en dos partes lo que demasiado generalmente se llama el comercio; da un nombre particular al arte de trasladar las cosas, y reserva el nombre de comercio para la operación de los cambios, que es realmente común a todas las industrias.

121. Mucho se ha disputado sobre la preeminencia de las diversas industrias. Mientras se ha creído que el oro y la plata eran las únicas riquezas, no se ha concedido la facultad de producir más que a las minas de metales preciosos, y por mucho tiempo la América se ha considerado como el país más productivo de la tierra. En sentir de los que sostienen este sistema, llamado exclusivo o de la balanza de comercio; solo el comercio, y lo que es más, solo el comercio con el extranjero puede aumentar las riquezas de un país que no tiene minas. Los fisiócratas, o sean los economistas del siglo XVIII, han querido probar que los productos de la agricultura son las únicas riquezas12; otros, en fin, han exagerado la importancia de las fábricas; pero en el día sabemos que el valor de un producto cualquiera es exactamente de la misma naturaleza que el que reside en el oro y la plata, puesto que puede adquirir por medio del cambio los mismos objetos que pueden adquirirse por medio de estos metales; y sabemos también que ese valor, que constituye nuestras propiedades y nuestras riquezas, puede ser el resultado de las operaciones de la industria agrícola, de la industria fabril y de la industria mercantil.

122. Justo es decir que en algunos países predomina una de esas tres industrias; así puede asegurarse que, en general, la España y la Francia son más particularmente agrícolas, la Inglaterra fabricante y la Holanda comerciante.

123. Las industrias que comprenden las artes que obran sobre las cosas no son exclusivamente de la jurisdicción de la economía política; otras ciencias hacen de ellas el objeto de sus estudios bajo otros aspectos; del mismo modo, reservando a todas las ciencias morales el oficio que les correspondo, también la economía puede, sin salirse de su terreno y bajo el punto de vista de la producción y de la distribución de los productos inmateriales, comprender en sus investigaciones las artes que obran sobre los hombres. M. Dunoyer es el economista que más a fondo ha tratado este asunto13. Veamos la clasificación que da:

1.º Las artes que tienen por objeto la conservación y mejora del hombre físico: el baile, la esgrima, la equitación, la gimnástica, la natación, el arte del médico, del cirujano, del dentista, del oculista, etc.

2.º Las artes que contribuyen al cultivo de la imaginación y de las facultades afectivas; la pintura, la escultura, la música, la poesía; en una palabra, las bellas artes.

3.º Las artes que contribuyen a la educación de nuestras facultades intelectuales: las ciencias, la literatura, la enseñanza.

4.º Las artes que contribuyen a la formación de los hábitos morales: el sacerdocio, el arte de gobernar.

124. El cultivo de casi todas estas artes se comprende hoy en la expresión de profesiones liberales. Podríase, pues, decir, en contraposición a las tres grandes industrias agrícolas, fabril y mercantil, la industria liberal, si este, adjetivo liberal no pareciese en verdad demasiado arrogante, atendidas las ventajas que presentan las industrias más particularmente llamadas industriales. Creemos igualmente que debe renunciarse también a decir industria intelectual, porque se necesita en agricultura, en comercio, en fábricas, tanta inteligencia como en las profesiones que suelen llamarse intelectuales. Por lo demás, es estudio todavía muy imperfecto el de la equivalencia de los ejercicios y las facultades.






ArribaAbajoSección II

Del oficio respectivo de los instrumentos de producción: EL TRABAJO, LA TIERRA, EL CAPITAL.



ArribaAbajoCapítulo IV

Del trabajo, primer instrumento de producción del principio de población.


I. De la noción del trabajo. -II. De la doctrina de Malthus. -III. Del principio de población.

§. I. De la noción del trabajo14.

125. Hemos dicho que el trabajo es la aplicación de las fuerzas del hombre a la producción. Hay un trabajo físico y un trabajo intelectual: casi siempre, por no decir siempre, estas dos fuerzas se mezclan en una cierta proporción; luego el trabajo es un instrumento misto en economía política; el jornalero manual trabaja como el médico, como el artesano, como el sabio, como el artista, como el hombre de Estado.

126. Pero trabajo no es sinónimo de operación, y aunque en el lenguaje usual se diga metafóricamente que el buey, la nave o la máquina de vapor trabajan, es lo cierto que ese buey y esas máquinas no son para el economista más que instrumentos, fuerzas materiales que no tienen ni la moralidad, ni la inteligencia, ni la libertad, ni los derechos del hombre, del obrero, que dispone de ellos.

Sin embargo, la opinión contraria ha tenido defensores15 para quienes el trabajador no ha sido más que una máquina, una parte del capital. De aquí a la esclavitud no hay más que un paso, en buena lógica.

127. Por nuestra parte, nunca confundiremos cosas que la mano de Dios ha separado con un abismo que la ciencia no tiene ni derecho ni medios de colmar. (Rossi.)

128. El trabajo que comprende el de la inteligencia y el de los órganos es una fuerza primitiva como la tierra; pero es inmaterial y no trasmisible.

La fuerza reside en el hombre, y el hombre inteligente, libre, responsable y puesto constantemente bajo el imperio de la ley moral, es no solamente el medio, mas también el objeto de la producción, pues que la distribución se hace en provecho suyo.

129. De esta suerte la moral forma parte de la economía y fiscaliza las conclusiones que lógicamente se derivan de principios mal sentados. Si la economía decidiese, por ejemplo, que la esclavitud y el trabajo de los niños son muy convenientes para la producción, intervendría la moral para oponerse a ello, del mismo modo que interviene cuando la Medicina ha desahuciado ciertas existencias ya inútiles, y a las que, sin embargo, no por eso se abandona, ni menos aún se destruye16.

130. Si el posesor del instrumento-trabajo, el trabajador, es el objeto de la sociedad, y si ésta, en su calidad de empresario general no debe abandonarle, la suerte del trabajador resume la ciencia, y todas las cuestiones de población son cuestiones de primer orden, e intervienen, por decirlo así, en todas las demás soluciones de la ciencia.

Ahora bien, la población está regida por un principio, que el economista debe tener en cuenta: principio que influye sobre el número y la multiplicación de los hombres, y en cuya exposición hallaremos la oportunidad de impugnar graves errores.

§. II. De la doctrina de Malthus.

131. Malthus, en vista de las grandes cuestiones sociales suscitadas por los sucesos de la revolución francesa de 1789, hizo laboriosas investigaciones sobre la población de todos los países del globo, en todas las épocas de la historia, y generalizó su sistema formulándole, en cuanto a la primera parte, en dos proposiciones, que han llegado a ser célebres17.

132. PRIMERA PROPOSICIÓN. -La población, si no se le opusiese ningún obstáculo, se desarrollaría incesantemente, siguiendo una progresión geométrica y sin límites asignables.

SEGUNDA PROPOSICIÓN. -Los medios de subsistencia18, por el contrario, nunca pueden desarrollarse sino siguiendo una progresión aritmética, como uno, dos, tres, cuatro, etc.

O en otros términos, y según lo que ha sucedido en Norte-América, la población, duplicándose de 25 en 25 años, aumenta como

124816,

en 25, en 50, en 75, en 100, en 125 años, etc., al paso que los medios de subsistencia no aumentan más que como

12345.

Siendo el mismo el punto de partida, ya desde el tercer término empieza a manifestarse una diferencia, que llegaría a ser inconmensurable.

133. Estas dos proposiciones se demuestran fácilmente. En abstracto, es evidente que si uno da dos (y vamos a ver que la población puede triplicarse, o por lo menos duplicarse, como lo prueba el ejemplo de Norte-América), por la misma razón dos darán cuatro, y cuatro darán ocho. Por consiguiente, si los obstáculos materiales, la libertad humana (que Malthus no echaba en olvido) no contrariasen la reproducción de la especie humana, llegaría a cubrir el globo lo mismo que cualquier otra semilla.

El hombre es apto para la reproducción a los diez y seis años, pero supongamos que no lo sea hasta los veinte; la mujer lo es hasta los cuarenta y cinco, pero supongamos que lo sea sólo hasta los cuarenta; resultará que un matrimonio puede ser apto para la reproducción de su especie por espacio de veinte años cuando menos; dedúzcase, si se quiere, la mitad de este tiempo por la lactancia y todos los accidentes posibles; siempre resultará que cada matrimonio puede dar diez hijos. Supongamos solamente seis, es decir, tres nuevos matrimonios, que, a la vuelta de veinte años, poblarán del mismo modo que el primer matrimonio, suponiendo que sea natural que una mitad próximamente de los humanos perezca antes de los veinte años, como en efecto sucede ahora. Es, pues, evidente que la población tiende a triplicarse en veinte años, o a lo menos a aumentarse de un modo prodigioso. (J. B. Say.)

134. Veamos ahora hechos conocidos. La población de los Estados-Unidos se ha duplicado más de una vez en el trascurso del siglo pasado, en menos de veinte y cinco años; y en los últimos cincuenta años (de 1790 a 1840) se ha cuadruplicado y más, sin contar las emigraciones europeas, y deduciendo una fuerte proporción de esclavos, que no se reproducen con la misma fecundidad que los hombres libres19.

135. Esta rápida multiplicación está en armonía con los fenómenos análogos de la naturaleza. Una adormidera produce 32,000 simientes; un olmo 100,000; una carpa pone 342,000 huevos; un beleño cubriría el globo en cuatro años, dos arenques llenarían el mar en diez años, aunque el Océano cubriese toda la tierra; por último, en la hora presente, la Europa podría estar poblada en su totalidad por los descendientes de la familia Montmorency20.

Este incremento de la especie humana está también en armonía con lo que se observa después de las catástrofes que han dejado un vacío en su población; los matrimonios son más frecuentes y más fecundos, los nacimientos se multiplican21.

136. La segunda proposición es igualmente exacta, porque, para que no fuese cierta, sería preciso que no hubiese obstáculos para el desarrollo de los cereales, del trigo, por ejemplo: ahora bien, la tierra que da la subsistencia es limitada; además, no produce sino con ayuda del trabajo y de los capitales, que también son limitados (65 y siguientes).

En segundo lugar, puede admitirse por hipótesis, que, mientras se apliquen capitales a las tierras de primera calidad, la producción podrá aumentar en proporción de la población; pero esta proporción no será la misma con tierras de segunda y de tercera calidad.

En tercer lugar, siendo notorio que la fuerza productiva de la tierra se agota en cuatro o cinco años, es preciso dejarla descansar o bonificarla con un exceso de abono, es decir, con un exceso de capitales.

En cuarto y último, cuando la tierra envejece y produce menos, no por eso dejan de suceder hombres robustos a otros hombres; y aquellos, más numerosas y más jóvenes, tienden a reproducirse cada vez más.

137. Ahora, ¿por qué esa ley natural que se ha realizado muchas veces en los Estados Unidos a nuestra vista, antes y después de la obra de Malthus, no ha tenido ni tiene siempre en todas partes su curso? La Providencia ha dado a la unión de los sexos el atractivo del placer y la delicia de la paternidad, y muy a duras penas consiguen la religión, la moral, la ley y la autoridad paterna contener y dirigir ese instinto, que impulsa a los dos sexos a la unión y a la propagación de nuestra especie. ¿Cuáles han sido los obstáculos más enérgicos que esas causas tan poderosas?

Una de dos: o esos millones de seres no han nacido, o bien no han vivido.

138. Ahora bien, veamos lo que pasa en el globo. En ciertos países de la América del Sur, y aun de Europa, no hay más que una población precoz que no envejece; en Nidjni-Novogorod, seiscientos sesenta y un niños sobre mil, no llegan a los seis años; en otras partes, por el contrario, como en algunos puntos de Francia, de Suiza e Inglaterra, el número de los nacimientos es proporcionalmente menor, y la vida es más larga; de donde resulta que hay países en que los hombres nacen inútilmente para morir en breve, después de haber aumentado los padecimientos de los demás.

139. Estos hechos habían sido ya observados en la antigüedad; pero Malthus los ha hecho constar de un modo más general y científico, y a él es a quien correspondo el honor de haber descubierto el principio de la población; porque el descubrimiento de una verdad no pertenece tanto al que la vislumbra como al que la demuestra y la vulgariza.

140. Esta tendencia aumenta la miseria de las clases pobres, e impide, cuando no la combate la libertad del hombre, toda mejora duradera en su condición. Si, por ejemplo, las subsistencias de un país son apenas suficientes para diez millones de hombres, cuando sobreviene un millón más, los pobres viven peor; su número hace bajar los jornales por efecto de la competencia, y subir los precios de los alimentos.

141. Después de haber sentado las dos proposiciones, Malthus enumera los obstáculos que se han opuesto, se oponen todavía y se opondrán siempre, uno a lo menos, al desarrollo de la población.

142. Según Malthus, cuando los hombres no hacen uso de su libertad para limitar los nacimientos, la población tiende a sobreponerse a las subsistencias, y entonces la muerte restablece el equilibrio. Hay, pues, dos especies de obstáculos al desarrollo de la población: los que impiden los nacimientos, o sean los obstáculos preventivos, y los que destruyen a los hombres nacidos, o sean los obstáculos represivos.

143. Los obstáculos represivos son todas las calamidades que hacen morir a los hombres antes del término ordinario: los lugares insalubres en que tienen por necesidad que habitar los pobres, el desaseo, los malos alimentos, la insuficiencia de vestidos, el abuso de los licores fuertes, la crápula, etc., en fin, el hambre, que engendra todos los males. Con decir que los obstáculos represivos son el vicio y la MISERIA, Malthus ha resumido la precedente nomenclatura de los obstáculos que influyen directa o indirectamente por medio de los gérmenes que dejan en pos de sí, y por consiguiente, los dolores morales que engendran.

En cuanto al hambre, su acción es instantánea. Los niños, los viejos, los enfermos; en una palabra, los seres débiles sucumban los primeros, y los fuertes, si resisten, se resienten al cabo de las privaciones que han sufrido.

De la miseria resultan las complicaciones políticas, que casi siempre han ocasionado las guerras que matan directamente, y como consecuencia, las devastaciones, que matan también. Malthus hace sobre este punto excelentes investigaciones, y la lectura de su libro es indispensable a los historiadores para explicar una multitud de sucesos antiguos y modernos.

144. Los obstáculos preventivos, en sentir de Malthus, pueden reducirse a dos muy opuestos: el libertinaje, que destruye la fecundidad, y la violencia moral22 (moral restraint), que la proporciona a las necesidades de la sociedad.

El libertinaje, que es siempre el vicio, y casi siempre la miseria, y que hemos visto obrar como medio represivo, comprende la incontinencia y la promiscuidad, cuyos efectos se observan en el estado de esclavitud, la poligamia y la prostitución de nuestros países, que es una de las reliquias de la esclavitud antigua.

§. III. Del principio de población.

145. En suma, Malthus ha probado:

1.º Que la población tiene en todas partes y siempre una tendencia natural a exceder de los medios de subsistencia.

2.º Que cuando el hombre con su prudencia no consigue equilibrar esa ley, la muerte se encarga de hacerlo: la muerte precedida del vicio y de la miseria.

146. Tal es el principio de población profesado después de Malthus por varios economistas, entrelos cuales nos bastará citar a J. B. Say y M. Rossi.

Por ahora nos basta la noción de este principio; resta sacar sus consecuencias para la mejora de las clases pobres; combatir la discusión de las exageraciones y de las ilusiones en que han ocurrido los adversarios de esta doctrina de buen juicio, y fortalecer, en fin, las reflexiones de los que hallan en la libertad del hombre un contrapeso suficiente a la tendencia que, tiene la población a exceder del límite de las subsistencias.

147. Hasta principios de este siglo, es decir, hasta Malthus, los legisladores, los hombres de Estado, los filósofos, partían del siguiente aforismo: Allí donde está la población allí está la fuerza.

Nadie negaba esta proposición, y todas las instituciones sociales tendían de común acuerdo a acrecentar la cifra de la población; no se sospechaba que es preciso que los hombres estén en proporción del capital disponible, a fin de que el trabajo y el capital produzcan el mejor efecto posible; y se creía que si está probado que mil trabajadores producen un millón, lo esencial para un Estado es proporcionarse dos mil trabajadores, a fin de producir dos millones.

148. Bajo la impresión de estas ideas se han hecho nuestras leyes, y en el día legisladores y publicistas invocan todavía esta doctrina.

La religión cristiana dice: Crescite et multiplicamini; la poesía ha hecho mil elegantes paráfrasis de este pensamiento; la moral fomenta las mismas ideas; la política cree que es obligación de un buen gobierno y de un legislador ilustrado hacer todo lo posible por aumentar la población23; en fin, muchos economistas nunca han tratado de saber si se debía seguir o contrariar las ideas recibidas.

149. En tal estado de cosas y a vista del espantoso incremento que va tomando la miseria de las clases pobres, importa examinar esta cuestión, poner bien en claro el principio de población, y ver si de él resulta o no que es preciso oponerse a su desarrollo ilimitado. Acaso veremos que es por lo menos superfluo fomentarle.




ArribaAbajoCapítulo V

Del trabajo, instrumento de producción (continuación.) -de la división del trabajo.


I. Lo que es la división del trabajo y su poder. -II. Utilidad de la división del trabajo en las diferentes profesiones. -III. De la división del trabajo entre las naciones. -IV. Origen de la división del trabajo; de los límites que encuentra. -V. De los inconvenientes que se achacan a la división del trabajo.

§. I. Lo que es la división del trabajo y su poder.

150. Un empleo juicioso de los instrumentos de trabajo aumenta mucho su facultad de producir.

Un ejemplo célebre y una sorprendente confirmación de esta verdad se presentan en los efectos que resultan de la división del trabajo; así se designa, desde Adan Smith, aquella separación de las ocupaciones, mediante la cual cada persona en particular hace siempre la misma operación, o a lo menos un corto número de operaciones.

Según la feliz expresión de M. Rossi, esa es la gran palanca de la industria moderna, entrevista ya por algunos en la antigüedad, pero que no ha podido perfeccionarse sino con ayuda del capital.

151. Adan Smith, que es el primero que ha analizado las ventajas de la división del trabajo con gran sagacidad, no titubea en decir que a esta sola causa debe atribuirse la superioridad de los pueblos civilizados sobre los salvajes.

152. Observemos ahora la división del trabajo en una industria especial, la fabricación de los naipes, por ejemplo, y veremos que no son unos mismos operarios los que preparan el papel con que se hacen y los colores con que se pintan. Considerando solamente el empleo de estas materias, resulta que una baraja es el resultado de muchas operaciones, cada una de las cuales ocupa una serie distinta de operarios de ambos sexos, que siempre se dedican a la misma operación.

En suma, cada naipe es objeto cuando menos de setenta operaciones; y si no hay setenta series de operarios en cada fábrica de naipes, es porque no se ha establecido en ellas la división del trabajo en toda su extensión, estando un mismo operario encargado de dos, tres o cuatro operaciones distintas.

La influencia de esta división de las ocupaciones es inmensa. Oigamos sobre esto a J. B. Say:

Treinta operarios producen en un solo día 15,500 naipes, es decir, 500 naipes por operario; ahora bien, un operario, aunque sea muy hábil en su arte, suponiéndole obligado a hacer él solo todas las operaciones, no produciría tal vez dos naipes por día o la 250.ª parte.

153. En la fabricación de los alfileres, diez operarios encargados de diez y ocho operaciones, producían ya, en tiempo de Smith, que eligió este ejemplo para hacer su demostración, 48 millares de alfileres, es decir, sobre 4,800 cada uno; al paso que si un solo hombre tuviese que estirar el alambre, cortarla, sacar la punta, hacer la cabeza, lustrarle, etc., a duras penas podría hacer veinte alfileres.

154. La producción de las agujas es también un ejemplo insigne.

Para estirar los alambres, ponerlos en paquetes, templarlos, cortarlos, calibrarlos, afilarlos, aplanar las agujas (hacer las cabezas), abrirles el ojo, acanalarlas, etc., se cuentan ciento veinte operaciones; y sin embargo, hay fábricas, y son las más, que con un corto número de hombres y pocos instrumentos producen 100,000 agujas por día.

155. Estos ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito: sólo citaremos uno, dirigido a ciertos escritores que, por no haber comprendido la importancia de la admirable ley de Adan Smith, se han reído de los economistas y de los «48,000 alfileres de su maestro». Burlarse no siempre es comprender, y mucho menos probar. Un día; el ilustre Prony, uno de los primeros matemáticos franceses, se paseaba por las calles de Londres, engolfado, según su costumbre, en sus reflexiones. y acaso más bien en sus devaneos, cuando pasando por delante de una librería llamó su atención el título de la obra que había publicado Adan Smith pocos años antes. Comprar el libro y leerle fue cosa de un momento; naturalmente se fijó en el capítulo sobre la división del trabajo, que inaugura aquella excelente producción. Aquel capítulo fue para el sabio francés un rayo de luz. Habíase encargado de formar unas tablas logarítmicas y trigonométricas para la nueva división centesimal. del círculo, y una tabla de los logaritmos de los números desde 1 a 200,000, y la erección de esto inmenso monumento daba mucho en qué entender a su genio creador: era trabajo para un siglo, aun con ayuda de hábiles cooperadores; pero el ejemplo de las agujas vino a sacarle de apuros. Formó una sección de cinco o seis sabios para la investigación de las nuevas fórmulas, una segunda sección de otros siete u ocho sabios para poner las fórmulas en cifras, una tercera sección hacía los cálculos. En cada una de estas secciones se dividió el trabajo: en la tercera, por ejemplo, secciones especiales hacían las sumas, otras las restas, etc., otras las comprobaciones. De esta suerte logró el ilustre geómetra formar en pocos años diez y siete gruesos volúmenes en folio de números.

La división del trabajo puede, por consiguiente, aplicarse también con buen éxito a los trabajos del entendimiento.

156. Adan Smith atribuye a tres causas esa poderosa fuerza de la división del trabajo. Primeramente, los operarios no pierden tiempo en mudar de ocupación, de sitio, de postura, de herramientas, y la atención, siempre más o menos perezosa, no necesita ocuparse en nuevos objetos. 157. En segundo lugar, el entendimiento y el cuerpo adquieren una habilidad extraordinaria en las operaciones sencillas y muchas veces repetidas. Si un herrero, dice, acostumbrado a manejar el martillo, pero novicio en el arte de hacer clavos, tiene que fabricarlos, muy a duras penas logrará hacer 2 o 300 en un día, y esos de mala calidad; otro herrero que esté acostumbrado a ese mismo trabajo, pero que no haya hecho de él su oficio único y principal, no dará arriba de 800 a 1,000 clavos por día, al paso que los muchachos de menos de veinte años que hacen constantemente ese trabajo, pueden fabricar más de 2,500 en un día, y esto, por supuesto, sin el auxilio de las máquinas que se han inventado para elaborar ciertas especies de clavos. En las fábricas de agujas que acabamos de citar son niños los que abren el ojo a las agujas aplanadas por medio de un punzón, sobre el cual dan golpes: operación que se hace con una rapidez pasmosa y una destreza incomparable, a tal punto, que es muy común ver a aquellos niños taladrar el cabello más sutil y enhebrar en él otro cabello, para ganar las propinas de los que van a visitar las fábricas.

A la larga, la destreza de un operario llega a ser prodigiosa; véanse en comprobación las evoluciones de un pianista, la rapidez de una plegadora de periódicos, de un compositor de imprenta, y de todos, en fin, los que repiten muchas veces una misma operación.

158. En tercer lugar, la separación de los trabajos hace descubrir los métodos más expeditivos, y reduce cada operación a una tarea muy sencilla y siempre la misma; ahora bien, estas tareas son las que fácilmente se consigue hacer ejecutar por medio de herramientas o de máquinas. Una parte de los mecanismos que se emplean en los oficios en que más subdividido está el trabajo han sido en su origen invención de meros operarios, cuyas facultades todas estaban concentradas en discurrir los medios de simplificar la tarea que formaba su sola ocupación. En las primeras máquinas de vapor era costumbre servirse de un muchacho, cuyo único empleo consistía en abrir en el momento oportuno la llave por donde se inyectaba el agua fría en el vapor: uno de ellos, impaciente por irse a jugar con sus compañeros, observó que atando un cordón por una punta al mango de la llave, y por la otra a la misma palanca, la llave se abriría y se cerraría por sí sola, y así se inventó una de las más ingeniosas mejoras de las máquinas de vapor.

159. Por medio de la división es también como llega a la mayor perfección posible toda especie de métodos. En el tinte, por ejemplo, y en un país como León de Francia, hay artífices afamados en los negros, otros en los azules, etc., y que no fabrican exclusivamente más que tintes negros o azules.

160. Y no sólo en una fábrica o en un taller podemos admirar los efectos de la división, sino en el mundo entero, en todas las cosas: las mismas ciencias no alcanzan un alto grado de perfección sino cuando distintos hombres se dedican a los innumerables estudios de que se componen. Los naturalistas, por ejemplo, se dividen en astrónomos, en físicos, en químicos, en geólogos, en mineralogistas, en botánicos, en zoólogos, etc.; y cada ramo de la historia natural puede todavía subdividirse en muchos; así la gravedad, el calórico, la electricidad, la óptica, el magnetismo, la acústica, son otros tantos estudios diversos que absorben la vida entera de físicos muy activos.

Si, pasando a otro orden de ideas, consideramos la industria mercantil, hallaremos en ella, no solamente el comercio al por mayor, el comercio al menudeo, el de exportación, el de una provincia con otra, el del Mediterráneo, el de las Indias, el de los Estados-Unidos, etc., mas también el de cada especie y el de cada variedad de mercancía; y por medio de esta subdivisión llegan los productos más fácilmente y más baratos al alcance de los consumidores. ¿En qué consiste, en efecto, que tenemos vestidos tan bien adecuados a nuestras necesidades y tan baratos? Consiste en que son productores diferentes los que hacen nuestros sombreros, nuestras ropas de paño, nuestra ropa blanca, nuestras medias, nuestros zapatos. ¡Cuántas profesiones diversas coadyuvan a la producción de un frac! El ganadero que cría las ovejas, el lavador de lana, el fabricante de paño (en el cual se confunden diez o doce profesiones); el sastre, las hilanderas que le han hecho el hilo, el botonero, los productores de todos los demás géneros y de todos los instrumentos que emplean todos estos operarios. ¡Cuántos años no se necesitarían para concluir un frac, si un solo hombre estuviese encargado de todas las operaciones, aun admitiendo que fuese bastante hábil y bastante sabio!

§. II. Utilidad de la división del trabajo en las diferentes profesiones.

161. Lo dicho nos enseña cuán mal calcularía el que quisiese acumular las operaciones de varias industrias para atribuirse las ganancias de todas ellas. Nadie puede ejecutar una parte de producción con más baratura que el que entiende en ella exclusivamente: un sastre se proveerá de sombreros a menos precio comprándolos en la sombrerería, que si se empeña en confeccionarlos en su casa.

162. El mismo raciocinio puede aplicarse a otros muchos casos, en que el error del cálculo no parece absolutamente tan ridículo, aunque sin ser por esto menos real y positivo. La forma que da la industria mercantil es lo que principalmente se procura reemplazar: como el comercio no hace en general más que trasportar los productos o dividirlos para ponerlos al alcance del consumidor, cualquiera, sin ser comerciante, se cree de buenas a primeras con el talento y los medios de suplir a la especie de forma que da un comerciante a una mercancía; pero, calculando rigorosamente, se ve que es raro sacar de tales operaciones la ventaja que se esperaba, por las razones siguientes:. 1.ª, en primer lugar, se paga la inexperiencia, pues es natural cometer faltas en un oficio que no se sabe; 2.ª, se está expuesto, no solamente a ser engañado en el género, más a perder por las averías; 3.ª, si el género no conviene absolutamente, es preciso, sin embargo, guardarle al paso que un mercarder tiene muchos medios de colocar, entre algunos parroquianos, una mercancía que no conviene a otros; 4.ª, se necesita un local para almacenar una mercancía que se ha traído por mayor, y que no puede consumirse sino al cabo de cierto tiempo; 5.ª, el adelanto del precio cuesta en general un interés, que es un aumento de precio; 6.ª, a veces se consume de una mercancía de que se tiene provisión algo más de lo que se hubiera consumido si se hubiera aguardado siempre a que la necesidad hubiese obligado a comprar; 7.ª, no se cuentan los gastos menudos, los riesgos, cosas todas que, a pesar de no haberse tomado en cuenta rigorosamente en el cálculo económico que se ha creído hacer, tienen, sin embargo, un valor que hace encarecer lo que se había creído adquirir más barato; 8.ª, en fin, por hacer esa operación tal vez se han descuidado asuntos más esenciales. ¿Y qué se ha ahorrado? Las más de las veces se ha evitado pagar a un comerciante un beneficio reducido a no ser justamente más que la legítima retribución de una forma productiva que ha sido preciso dar igualmente al producto, y que ha costado mucho más cara. La atención y los desvelos que se consagran al negocio principal son generalmente los que dan mejor recompensa, porque son los más ilustrados, los mejor dirigidos, aquellos para que es más provechosa la experiencia. Cuando se aspira a obtener muchos beneficios, se corre gran peligro de quedarse sin ninguno.

162. 2.ª Por el contrario, dividir el trabajo es abreviarle, simplificarle, y por consiguiente, obtener celeridad y economía. La división del trabajo es trabajo prestado de un modo y devuelto de todos los demás24.

Los publicistas, que tratan en todos los casos al comerciante de parásito, ¿han reflexionado bien sobre la verdad de estos pormenores?

§. III. De la división del trabajo entre las naciones.

163. Las diferentes naciones del globo no producen todas las mismas cosas: la España produce principalmente lanas, la Francia vinos, la Rusia cáñamo y brea, la Polonia trigo; y si es preferible para un zapatero comprar los muebles que necesita a su vecino el ebanista, y recíprocamente para éste hacerse vestir por su vecino el sastre, del mismo modo la Rusia no debe empeñarse en producir vino en sus páramos, ni la Francia brea en sus viñedos. Haciéndolo así, estas dos naciones irían en contra de sus intereses; el sano juicio les indica el medio de los cambios como una consecuencia natural de la diferencia de los climas.

164. Sin embargo, no siempre es tan sencilla la cuestión ni todos los productos tienen un origen tan patentemente distinto; hasta hay algunos que pueden reclamar como indígenas diversos países, y que dejan a varios pueblos la esperanza de una nacionalidad con harta frecuencia engañosa; tales son, por ejemplo, el hierro y la hulla: el hierro, que reclaman con diferentes títulos la Inglaterra, la España, la Bélgica, la Francia, la Alemania, etc.; la hulla, que reclaman también con los mismos derechos la Francia, la Inglaterra, la Bélgica, etc. Risa daría seguramente la pretensión, de los que quisiesen producir sabrosos vinos en Siberia; pero no nos causaría extrañeza ver productores que fabricasen hierro en Francia, si supiesen prescindir de la protección de las aduanas, que imponen sacrificios a los consumidores y empeñan a la producción en una senda artificial.

165. La diferencia del suelo y del clima no es la única causa que varia las industrias: las tradiciones, las leyes, las costumbres de un pueblo modifican igualmente las condiciones del trabajo. En el día puede observarse en Europa que, sea por casualidad, sea por circunstancias particulares, la mayor parte de los pueblos han llegado a hacerse, de una industria común a muchos, una especialidad nacional, en la cual lucharán mucho tiempo con ventaja; hay además pocas industrias que cada población no procure hacer suyas. De esta tendencia resulta una serie de fenómenos muy complexos, que los administradores y los estadistas favorecen, sin darse muy bien cuenta a sí propios de los efectos económicos que de ello resultan, y como obedeciendo a preocupaciones y a sofismas económicos; pero no es éste el momento de profundizar esta cuestión práctica, cuyos elementos varían con cada industria, y cuya solución, a mayor abundamiento, no es posible sino cuando se ha estudiado el principio de libertad, de que trataremos en el discurso de esta obra. (Cap. XIII.)

§. IV. Origen de la división del trabajo; límites que encuentra.

166. La división del trabajo, de la cual nacen tantas ventajas, no es el resultado de una combinación humana, antes bien se ha introducido naturalmente, y no es difícil remontarse a las causas que le han producido.

El animal industrioso no trabaja más que en los productos que puede consumir por sí mismo, inclusa su prole. El hombre sabe hacer de una sola cosa mucho más de lo que necesita para satisfacer la necesidad que tiene de aquella cosa, y cambiar el excedente por otros objetos que la civilización hace necesarios para él; el interés de cada individuo le impone la ley de elegir una sola ocupación, y de atenerse a ella, a fin de producir el mayor número posible de objetos cambiables. Así, pues, los cambios son la primera causa de la división del trabajo; ahora bien, la facultad de los cambios no puede hallarse más que con el principio de la propiedad: la existencia de los hermanos moravos y de las sociedades cooperativas en que las operaciones están separadas y los productos son comunes, no son para J. B. Say una objeción a este aserto; en primer lugar, porque existen en lugares cultos que les garantizan sus propiedades; en segundo, porque admiten un cierto cambio mutuo de los trabajos de sus socios; y en fin, porque no está probado que ese sistema de asociación pueda perpetuarse por falta de aquel estimulante que nace del derecho de cada individuo a poseer exclusivamente lo que produce por sus medios personales y a disfrutar de ello exclusivamente.

167. Del hecho de que la división del trabajo se funda en la posibilidad de un cambio, podremos deducir que está necesariamente limitada por la extensión del mercado. Se entiende por mercado, en economía política, toda ciudad, todo país donde puede hallarse salida para los productos fabricados; así, la Europa es un mercado para los tés de la China, para los azúcares de la India, para los algodones del Egipto. En efecto, si treinta operarios con una división de trabajo bien entendida pueden fabricar 15,500 naipes en un día, es señal de que el fabricante halla salida para ese número; porque si no pudiese vender más que 5,000, emplearía dos o tres veces menos operarios, y por consiguiente, cada uno de los operarios estaría encargado de más operaciones diferentes. En un pueblo pequeño, donde es difícil la salida de los productos, donde el mercado es poco considerable, una misma mano ejecuta varios trabajos de distinta naturaleza: un solo hombre es al mismo tiempo médico, cirujano y boticario, al paso que en una ciudad grande, el ejercicio de la cirujía, por ejemplo, se subdivide en varias profesiones, y sólo así se hallan dentistas, oculistas, comadrones, etc., mucho más hábiles de lo que pudieran serlo sin aquella circunstancia. Por eso vemos que en las ciudades es donde se perfeccionan las artes para difundirse luego por toda la superficie de un país.

Igual observación puede hacerse por lo tocante a la industria mercantil. Tomemos por ejemplo un abacero de aldea: el limitado consumo de los géneros que despacha le obliga a ser al mismo tiempo lonjista, papelero, tabernero, ropero, tal vez memorialista, al paso que en Londres, en Amsterdan, en París, hay almacenes especiales para los tés, los aceites, los vinagres, etc. De aquí resulta que esos mercaderes conocen mejor el género, las diversas cualidades que presenta, todos los usos a que puede aplicarse y los diferentes países de donde puede traerse: su tienda está mejor surtida para el consumidor.

168. En los trabajos delicados hay pocas divisiones: primeramente, porque se fabrican en corto número; y en segundo lugar, porque su alto precio los pone al alcance de pocos compradores. La división se reduce a poca cosa en la joyería fina; y como ya hemos visto que aquella es una de las causas del descubrimiento y de la aplicación de los métodos más ingeniosos, cabalmente en las producciones de un trabajo exquisito es en las que más rara vez se encuentran tales métodos.

169. Hemos dicho que la extensión de la división del trabajo está en razón directa de la facilidad del despacho; ahora bien, la facilidad del despacho está a su vez en razón directa de la facilidad de los acarreos. Pues bien: la división del trabajo está poco adelantada en la fabricación de los productos, cuyo acarreo es difícil o costoso (estas expresiones son sinónimas); y si la división del trabajo está poco adelantada, es porque la industria está atrasada también. En este caso se halla la alfarería en Francia; como es pesada y grosera, cada localidad tiene que fabricarse la que necesita.

170. Resulta de aquí que los países marítimos son más favorables a la división del trabajo, porque el acarreo por mar es el menos dispendioso de todos; así se observa que los países más ventajosamente situados a la orilla del mar son los que, no solamente han comerciado los primeros, sino también los que con mejor éxito han cultivado las demás artes industriales; así, los primeros grandes ejemplos de industria y de civilización se encuentran en las naciones que rodeaban antiguamente el Mediterráneo.

171. El descubrimiento de la brújula ha facilitado de un modo prodigioso la división del trabajo, permitiendo a un gran número de países perfeccionar su navegación y extender su mercado, sobre todo cuando han sabido enlazar por medio de canales lo interior de las tierras con los ríos y las costas. Iguales resultados producirán la aplicación del vapor y los caminos de hierro.

172. La división del trabajo es muy compatible con las labores fabriles en general, a causa de la naturaleza misma de aquellas labores, y también porque la mayor parte de tales productos son de un acarreo fácil pero la industria agrícola es de las tres la que la admite menos, a causa de la variedad de las labores que es preciso dar a la tierra y de la mudanza de las estaciones25.

Un hombre no puede sembrar o recolectar todo el año; así es que un gran cortijo ocupa menos jornaleros que una pequeña fábrica de alfileres: excepto en los momentos de la cosecha, no tiene arriba de diez peones, que van a los campos cuando hace buen tiempo, que trabajan en lo interior de la casa cuando llueve, y que se encargan todos de diversos géneros de ocupaciones.

173. La división del trabajo está también limitada por la extensión de los capitales; porque, para que la división sea grande, se necesita un gran número de trabajadores, y para esto son necesarios un local espacioso, un surtido considerable de primeras materias, muchas máquinas, etc., es decir, grandes capitales. Hay excepción si la industria se ejerce sobre materiales de corto valor y por medio de instrumentos poco costosos, y sobre todo, si los trabajos están repartidos entre muchas empresas. En la confección de un par de guantes hay bastante división: el ganadero, el matarife, el curtidor, el zurrador, el cortador de pieles, la costurera, no son las mismas personas, y cada una ejerce su profesión con un capital bastante reducido. Lo verdaderamente notable es que una grande empresa, en la que se intentase reunir estas diversas operaciones, no podría probablemente ejecutarlas con la misma economía.

§. V. De los inconvenientes que se achacan a la división del trabajo.

174. Un autor francés26, M. Lemontey, y varios después de él, han examinado la influencia que puede tener la división del trabajo relativamente a los trabajadores en particular y a los trabajadores en general. Muchas de las observaciones que han hecho merecen ser estudiadas, porque conviene conocer todas las consecuencias de los hechos que se observan, salvo a contrapesar los inconvenientes con las ventajas.

175. Primera objeción. Con la división del trabajo un hombre acaba por no ser toda su vida más que una palanca; otro, una clavija o un manubrio. El salvaje, que disputa su vida a los elementos y subsiste de su pesca y de su caza, es un compuesto de fuerza, de astucia, de sentido y de imaginación. El labrador, a quien la variedad de las estaciones, de los terrenos, de los cultivos y de los valores obliga a incesantes combinaciones, es siempre un ser pensador; pero el jornalero que nunca ha hecho más que levantar una válvula o fabricar la vigésima parte de un alfiler, pierde su inteligencia y su moralidad: su inteligencia, porque no sabe hacer más que la vigésima parte de un producto; su moralidad, porque no tiene ocasión de reflexionar sobre sus deberes ni de elevar su alma a Dios.

No se puede, negar que hay una degeneración en las facultades del individuo, cuando toda su ocupación, toda su atención, todos sus cuidados se encaminan a una operación de detalle contantemente repetida; pero es un error creer que una operación de este género ocasiona necesariamente el embrutecimiento, si el trabajador tiene algunas horas de solaz y un jornal regular. Aunque un hombre sea picapedrero, por ejemplo, es lo cierto que consagra una parte de su tiempo a su esposa, a sus hijos, a sus compañeros, a sus placeres, a relaciones; en una palabra, en que la parte inteligente y sensible de su ser halla algún pábulo27; y aun, durante su trabajo, cuanto más sencilla sea la tarea, más podrá su espíritu reposado ocuparse de sus negocios y de sus ideas personales, luego que el sueño haya restaurado sus fuerzas, si ya no es también mientras que su cuerpo trabaja mecánicamente; pero es preciso no confundir los efectos del exceso del trabajo y de la insuficiencia de los jornales que provienen del exceso de población con los de la división del trabajo éstas dos cuestiones son muy distintas.

Todavía puede añadirse que los que en las artes se dedican a las operaciones más maquinales, no son en general los de mayor capacidad. El que tiene aptitud para ser un buen aparejador, dice J. B. Say, no es toda su vida picapedrero. Con este motivo observaremos además que todos los trabajos productivos son, por efecto de la repetición forzada, algo mecánicos, hacer cálculos, resolver ecuaciones, corregir pruebas o faltas de gramática, preparar medicamentos, etc., es hacer trabajos análogos al pulimento de los cuerpos o a cualquier otra tarea considerada como menos noble. Por otra parte, cuando un trabajador inteligente concentra su atención sobre una operación, esta operación, por sencilla que sea, se divide y se ramifica. Siendo el campo menos vasto, las investigaciones son más profundas: de aquí aquellas observaciones que conducen a los descubrimientos, -¿Cómo habéis hecho, decía uno a Newton, para descubrir vuestro principio de la atracción? -Pensando siempre en él, respondió. Muy lejos se está, lo repetimos, de haber reflexionado bastante sobre la equivalencia de las diversas ocupaciones.

Nada prueba hasta ahora que la separación de los trabajos deprave la parte moral del hombre.

No vemos que en los campos, donde la división está menos adelantada, la superioridad moral o intelectual (prescindiendo de las demás causas de desmoralización) sea más notable en el operario agrícola que en el de los talleres. El operario de los campos ¿es por ventura menos rutinero, más probo y menos tonto? Y el salvaje ¿puede acaso ser un argumento?

176. Segunda objeción. Como el trabajo llega a hacerse extremadamente fácil, el jornalero de profesión puede para él ser reemplazado por el primer vago que se presente. Además, no encuentra fácilmente en otra parte una colocación análoga; se halla, con respecto al amo, en una dependencia tan absoluta como humillante, y se disminuye el precio de la mano de obra sin que él pueda remediarlo.

A esta objeción responderemos recordando el principio de población: es preciso siempre que el número de los hombres esté en proporción con el trabajo disponible. Ya sea el operario más o menos hábil, es raro que no se lo pueda reemplazar, y no es éste un inconveniente exclusivo para los trabajos sencillos: sólo están verdaderamente asegurados contra la competencia los operarios que tienen una habilidad extraordinaria, un verdadero monopolio.

177. También se puede decir hasta cierto punto que la división del trabajo liga la suerte del jornalero a la del fabricante, y hace más estable su posición; porque como la suspensión de los trabajos perjudica al fabricante, éste no se decide sino en el último apuro a dejar descansar sus máquinas y sus capitales, al paso que el operario, que todo lo hace por sí mismo y tiene instrumentos suyos, está más expuesto a que le despida el que le ocupa, a menos, sin embargo, de que haya entre los trabajadores, a causa de su número, demasiada competencia.

178. La división del trabajo tiende, además de esto, a transformar el trabajo individual en un trabajo de asociación, y la ley descubierta por Adan Smith, que tantos progresos ha proporcionado a las industrias, debe tener en el porvenir, según todas las apariencias, una influencia inmensa28.

179. En esta cuestión es preciso no confundir la influencia de la separación de las operaciones con la influencia de las máquinas, de que hablamos más adelante. con ocasión del capital. El trabajo de las máquinas puede hacer superfluo el empleo de muchos jornaleros, pero no simplifica el trabajo de los jornaleros a quienes ocupan. Con la tundidora actual dos jornaleros hacen tanta obra como quince o veinte hombres, pero los dos jornaleros tienen por lo menos tanta inteligencia como cualesquiera tundidores ordinarios.

180. Observaremos que siendo la división del trabajo favorable a la invención de las máquinas, sirve por lo mismo para realzar la dignidad humana, porque desde el momento en que un hombre no tiene que hacer más que las veces de una clavija o de un manubrio, se le libra de esa ocupación para encomendársela a un nuevo mecanismo. No hay razón para que cese el progreso; y si hoy la división del trabajo, todavía incompleta, obliga al hombre a desempeñar una tarea estúpida y le reduce al oficio de máquina, tiende a irle dispensando por días de una multitud de trabajos fatigosísimos, que le convierten todavía algunas veces en rueda, volante o bestia.




ArribaAbajoCapítulo VI

Del trabajo (continuación). -De la libertad del trabajo.


I. Estado de la cuestión. -II. Ejemplos de los gremios; inconvenientes de este sistema. -III. De la división oficial de las profesiones y del aprendizaje; bases de toda organización artificial del trabajo. -De las excepciones que comporta el sistema de libertad.

§. I. Estado de la cuestión.

181. El principio de libertad, tan controvertido, ha sido desconocido por la escuela mercantil, proclamado por la escuela de Quesnay29, y victoriosamente demostrado por Adan Smith, J. B. Say y todos los economistas verdaderamente dignos de este nombre.

Esta cuestión es susceptible de dividirse, y para la facilidad de la exposición, la consideramos primeramente bajo el punto de vista del trabajo propiamente tal, de la producción de la riqueza; más adelante hablaremos de la libertad de circulación, de la libertad del comercio.

182. En este momento, dice M. Rossi, la cuestión es todavía puramente científica, por decirlo así, porque no ha penetrado en la dirección general de los negocios más que en algunos estados secundarios. La mayor parte de los gobiernos creen que es preciso reglamentar la industria, permitir ciertas cosas y prohibir otras. De aquí ha resultado que ciertos ramos de trabajo han tomado una dirección artificial, de que se resienten la industria y la sociedad, pero en la que hay intereses comprometidos, intereses que se agrupan, se defienden y se organizan en sistemas mal llamados económicos gubernamentivos.

Por consiguiente, la misión del economista es mostrar la verdad en esos intereses que se complican, indicar los medios de reemplazar con esa verdad el error seguido hasta el día, y aplicar esos medios cuando llega al poder.

183. Pero para analizar con acierto cada industria facticia es conveniente legitimar el principio de libertad que invocamos en la jurisdicción económica.

Los defensores de los reglamentos han pretendido que era preciso disciplinar al trabajador por medio de un aprendizaje forzado, para desarrollar todas sus facultades; vigilarle por medio de una buena organización, para tener productos más bellos y mejores, para limitar la competencia y conservar la tarifa de los jornales; en fin, que la autoridad de la historia milita a su favor.

184. Ante todas cosas desembarecémonos de este último argumento, que en verdad es nulo. El trabajo, ya lo hemos dicho, fue despreciado hasta el año 1789; todavía lo es en las tres cuartas partes del mundo, y realmente no está emancipado más que en los libros. Mientras que ha sido servil, naturalmente se le ha tenido miedo; se ha creído que era preciso comprimirle, dirigirle y someterle a reglamentos, de suerte que las restricciones no tenían un sentido económico, no se llevaban por objeto una producción más fecunda, una circulación más activa, una distribución más equitativa. Ahora bien, desde este punto de vista es desde el que debe discutirse hoy la cuestión.

185. Para rebatir mejor los asertos de los organizadores prohibitivos, restrictivos, etc., examinaremos el sistema de los gremios, tal cual le encontró la revolución francesa en 1789; demostraremos su inutilidad y sus inconvenientes, y si puede luego verse que los nuevos sistemas reglamentarios propuestos flaquean por los mismos puntos, habremos probado que la libertad es, en resumidas cuentas, el procedimiento mejor para hacer útil el trabajo y poner a la población en estado de equilibrarse con los medios y los productos del trabajo.

§. II. Ejemplo de los gremios; inconvenientes de este sistema.

186. Para completar nuestra refutación de la autoridad de la historia, hagamos constar que a medida que los trabajadores de los pueblos se iban emancipando, se agrupaban bajo la invocación de algún santo personaje para defenderse del pillaje; porque, según las bellísimas expresiones de M. Rossi, es preciso que nos representemos a las clases de los hombres libres que aparecen en medio de las lanzas feudales como yerbas y flores muy tiernas y delicadas que nacen entre espinas y abrojos.

Su organización tenía un objeto político y no un objeto industrial; el aprendizaje no era más que una iniciación; en el día, los trabajadores están suficientemente protegidos, y sería cuando menos una torpeza hacerles perder un tiempo precioso y gastos de administración inútiles. Después del 1789, los gremios hubieran sido una anomalía; además, nunca la agricultura ha podido doblegarse a una clasificación; la naturaleza del comercio le ha retraído de ella siempre, y aún hay muchas partes de la industria que se le han mostrado rebeldes. Por otra parte, y como contraprueba, a medida que iban cesando los peligros políticos, y que la corona, de cada vez más poderosa, pudo proteger a todos los súbditos, se hicieron sentir sordas agitaciones en el seno de los gremios. El genio fue el primero que protestó, y si se necesitasen pruebas, bastaría citar las amarguras y las tribulaciones de los inventores.

Argant, para darnos la lámpara de doble corriente de aire, tuvo que luchar con los lampareros, los alfareros, los caldereros, los cerrajeros en hierro y los cerrajeros en latón, cuyas herramientas utilizaba, no menos que sus métodos de trabajo.

Reveillon, el inventor de los papeles pintados, no hubiera llegado al fin que se proponía si no hubiera tenido bastante influjo para lograr que su establecimiento se declarase fábrica Real; de esta suerte pudo luchar, con un carácter oficial, contra las industrias y las manufacturas antiguas, que le acusaban de robo y usurpación de privilegios.

Inútil sería aglomerar más ejemplos.

187. Para llegar al nudo de la cuestión, distinguiremos dos resultados económicos importantes en el sistema de las veedurías y de las maestrías, o en un sistema análogo: la división oficial de los oficios y el aprendizaje; ahora bien:

La división oficial de las profesiones es imposible;

Y el aprendizaje es impotente y tiránico.

188. La demostración de la primera proposición es fácil.

Hoy el genio de la invención se sirve del vapor, mañana de la electricidad; aquí de la luz, allí del calórico; ya descubre nuevas verdades ya enseña una aplicación mejor de las verdades antiguas; de aquí resalta una descomposición y una recomposición constantes de las combinaciones del espíritu y de las reacciones de la naturaleza. En este estado de cosas, ¿es lícito por ventura pensar en clasificar los trabajos humanos, en poner barreras en tal o cual senda? Dejemos en libertad al genio; él domina las situaciones; él solo, ministro de la Providencia, regula el trabajo.

189. Pasemos a la segunda proposición: el aprendizaje es impotente y tiránico.

Dicen algunos que el aprendizaje es la garantía del saber del operario y de la buena fe del productor, y que preserva de la competencia.

Bajo el punto de vista de la instrucción, la libertad es un excitante más activo.

La buena fe era, con las corporaciones, menor que en el día, si hemos de juzgar por los interminables castigos señalados contra los fraudes.

En cuanto a la disminución de la competencia, cierto que es un medio muy singular de conseguirla el proscribir a los trabajadores. ¿Qué podían hacer los infelices, echados como se veían de todas las cofradías? Semejante tiranía es posible cuando hay profesiones paralas que escasean los brazos; con una plenitud universal ¿cómo caracterizarla? Pero aun cuando haya profesiones para las que escasean los brazos, ¿con qué derecho se me ha de obligar a dedicarme a ellas? Creéis que la zapatería tiene necesidad de brazos; sea en buen hora: yo quiero correr los azares de la panadería, porque esa es mi inclinación, ese es el único trabajo que me acomoda.

190. Preciso es, pues, buscar en otra parte el medio de paliar el exceso de competencia cuyas ventajas no pueden negarse; pero se ha dicho que la dificultad de aprender un oficio y de proporcionarse pan hace y haría aún más previsoras a las clases pobres, lo cual es un homenaje tributado a la doctrina de Malthus, en cuanto se confiesa la necesidad de contener a la población dentro de ciertos límites.

Fuera de que nada prueba que el trabajador artificialmente regimentado quisiese ser prudente; para que el argumento fuese válido sería preciso que todas las profesiones estuviesen perfectamente clasificadas, lo cual se ha demostrado que es imposible, y que el número de los trabajadores fuese limitado en cada profesión; porque ¿qué se haría con el excedente? ¿No hamos de dejar tan siquiera a los que sobran la satisfacción de llamar a las puertas, y la esperanza de hallar una que pueda abrirse?

191. Ahora recordemos, aunque no sea más que de paso, las simplezas que el tiempo había acumulado y acumularía aun en aquellas organizaciones artificiales. Años se necesitaban para pasar a maestro en el arte de asador30; el carnicero sufría un aprendizaje, y el panadero no; las mujeres estaban excluidas de ejercer el arte de bordar. Unos tenían derecho de emplear la grasa de buey, otros la de carnero; éstos tenían el privilegio del cáñamo, aquellos no debían hilar más que lino. ¡Pobres de los zapateros de viejo si invadían las atribuciones de los zapateros de nuevo! Y ¿qué sería hoy de esta industria, que tendría un elemento más de discordia en los boteros? Y ¿quién emplearía el charol y el cuero impermeable?

192. Hasta ahora no hemos tratado más que de los trabajadores; por lo que hace al consumidor, se le imponía un verdadero saqueo.

Damos por supuesto que los síndicos ejercían una policía suficiente en cuanto a la cantidad; pero por lo tocante a los precios, excusado es decir que los fabricantes nunca los disminuían. Por ahora nos limitaremos a esta observación; más adelante, cuando tratemos de la libertad del comercio, tomaremos en cuenta con más detenimiento los intereses del consumidor.

§. III. De las excepciones que comporta en la producción el sistema de libertad

193. De lo que precede resulta con evidencia que, si es preciso admitir los reglamentos, es en el menor número de casos posible y solamente siempre que la moral o la salubridad pública, o si se quiere, la política31 lo exijan, pero prescindiendo de la ciencia de la producción y de la baratura.

Admitimos que se pidan garantías al médico, al boticario, al escribano, al procurador, al agente de cambio, y que en estas profesiones, sobre todo, puede considerarse legítima la acción del gobierno, acción que ciertamente no sería tan fácil de justificar con respecto a las profesiones de abogado, de panadero, de carnicero, de corredor, de ingeniero, de profesor, etc.

El gobierno interviene exigiendo garantías, cierta capacidad, por ejemplo, fijando el número de los productores y reservándose su nombramiento.

Para conciliar todas las ventajas de que tiene derecho a disfrutar el consumidor, parece que el mejor sistema sería el que no pidiese más que garantías de capacidad solamente cuando esto es indispensable, como en los casos del médico y del boticario; que no fijase el número de los cargos para dejar el campo expedito a la competencia, y que nunca hiciese nombrar por el gobierno a los titulares.

La capacidad es indispensable a los boticarios y a los médicos; el público no sabe en estas profesiones elegir con cabal acierto, como en las demás en que él mismo hace justicia de los malos productores. La probidad es necesaria en todas las profesiones, lo mismo en las dos que acabamos de citar que en las de procurador, escribano y agente de cambio; pero ¿cómo probarla? La experiencia demuestra que el gobierno es impotente en este punto; lo que hay que hacer es dejar libre el número de los productores, a fin de que el público pueda escoger; más vale esto que la exclusión por la vía administrativa.

194. Evidentemente no damos a esta proposición, que el trabajo debe ser libre, todo el desarrollo que comporta; pero el lector advertirá que es el colorario de otras muchas proposiciones demostradas en esta obra, y que, en último análisis, la libertad resume las condiciones en las que las fuerzas humanas se ejercen con más poder, no sólo en las artes que se aplican a las cosas, mas también en aquellas que tienen por objeto perfeccionar, ya las facultades afectivas, ya las facultades intelectuales, ya las costumbres, ya los hábitos morales de los hombres.



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