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Elena Garro y la dramaturgia mexicana escrita por mujeres

Olga Martha Peña Doria

Universidad de Guadalajara

Es esclarecedor situar en la dramaturgia mexicana del siglo XX a Elena Garro mediante un estudio generacional que permite, no únicamente comprender el periodo histórico en que esta escritora llevó a cabo sus labores creativas, sino también comparar sus logros en comparación con los de otras dramaturgas mexicanas. En forma paralela, es posible ampliar el ángulo de visión e incluir diferencias/correspondencias con otras dramaturgas que vivieron en esos mismos años en España y en Hispanoamérica.

La dramaturgia escrita por mujeres ha sido un logro esporádico a través del tiempo. En los tres siglos que perteneció el continente hispanoamericano al imperio español únicamente hay un nombre preclaro, que es comparable a la dramaturgia de los siglos de oro: sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). Singular resulta el caso de esta escritora considerada el máximo exponente de la literatura colonial mexicana por lo excepcional de su obra, que incluye poesía y ensayo de gran mérito, pero que también cuenta con cincuenta y dos piezas dramáticas, en géneros tan diversos como comedias, autos, sainetes, villancicos dramáticos y loas. En una palabra, es la única mujer que compite sin menosprecio con los ingenios del Siglo de Oro de la literatura española.

Guillermo Schmidhuber en su estudio sobre las comedias de la monja afirma que «El género de "capa y espada" define a las comedias sorjuaninas no porque las damas sean las protagonistas sino porque son ellas las que determinan la acción dramática, mientras los galanes son receptores de las acciones femeninas. Las tres comedias sorjuaninas fueron escritas para ser representadas en festejos cortesanos, La segunda Celestina para la corte real, Los empeños de una casa y Amor es más laberinto para la corte virreinal. La gran comedia de La segunda Celestina fue escrita para ser representada en el natalicio de la reina Mariana de Habsburgo (22 de diciembre de 1675), pero su autor Agustín de Salazar murió el 29 de noviembre del mismo año, dejando la comedia inconclusa. Schmidhuber presentó en 1989 la hipótesis de que un final -hasta ese momento considerado anónimo- de la misma comedia de Salazar, que había sido publicado en una suelta, pudiera ser obra de sor Juana. La comedia fue editada con la adjudicación coautoral de sor Juana en 1990, con un prólogo de Octavio Paz, un estudio crítico de su descubridor Guillermo Schmidhuber y la edición bajo mi cuidado.

No podemos localizar a otra dramaturga importante hasta el siglo XIX. Su nombre es Isabel Ángela Prieto de Landázuri (1833-1876), quien fue la única mujer autora de teatro y poesía que alcanzó fama en el México independiente. Aunque nacida en Alcázar de San Juan, provincia de Ciudad Real, España, Isabel Ángela arribó a México -específicamente a Guadalajara, Jalisco- a los tres años de edad y fue ahí en donde se formó en el mundo literario. Esta dramaturga escribió quince obras dramáticas que fueron representadas con éxito en la ciudad de México. Los títulos de sus piezas son Oro y oropel, Abnegación, La escuela de las cuñadas, Un lirio entre zarzas, El ángel del hogar, En el pecado la penitencia, Una noche de carnaval, ¿Duende o serafín?, Un corazón de mujer, Espinas de error, Un tipo del día. En colaboración con el historiador y cronista español-mexicano Enrique de Olavarría y Ferrari, escribió una pieza de magia titulada Soñar despierto o La maga de Ayodoric, inspirada en La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca. Las únicas obras que escribió en prosa fueron En el pecado la penitencia y Una noche de carnaval. La última obra de su autoría fue Bertha de Sonnenberg, terminada poco antes de morir. Desafortunadamente solo se localizan Las dos flores y Un lirio entre zarzas.

En la España del siglo de oro, existieron varias mujeres que escribieron teatro: Sor Marcela de San Félix, la hija de Lope de Vega y Micaela de Luján, quien fue autora de varios coloquios entre los que figura Muerte del apetito. También en España, sor María de San Alberto escribió obras breves que se representaron en su convento, así como también la monja portuguesa sor María del Cielo. También están Ángela de Acevedo, autora de tres comedias: El muerto disimulado, La Margarita del Tajo, que dio nombre a Santarem y Dicha y desdicha del juego, devoción de la Virgen; Leonor de la Cueva y Silva, autora de La firmeza en la ausencia, quien fue hija de Francisco de la Cueva y Silva, un poeta y dramaturgo; Ana Caro Mallén de Soto, autora de Valor, agravio y mujer y de El conde Partinuplés, y María de Zayas y Sotomayor, autora de Traición en la amistad1. Sin embargo, ninguna alcanza la creatividad y la persistencia en el género dramático para merecer el epíteto de dramaturga.

En los inicios del siglo XVII vivió Feliciana Enríquez de Guzmán, autora de la Tragicomedia de los jardines y campos Sabeos, quien no fue religiosa y contrajo matrimonio en dos ocasiones, y algunas otras escritoras más2. Hay que notar que entre estas autoras, la proporción de dramaturgas monjas/casadas es similar; en general, su producción fue muy parca y sin la calidad de la de sor Juana. Al editar la antología Dramáticos posteriores a Lope de Vega en el siglo XIX, Mesonero Romanos únicamente incluye a dos: sor Juana, con los Empeños de una casa, y Ana Caro, con El conde de Partinuplés; dos mujeres que recibieron el epíteto de «décima musa»; aunque primero se lo ganó Ana Caro, calificada así por el editor en la Parte cuarta de Comedias escogidas (1653).

En México no hay noticia de otras dramaturgas hasta el siglo XX. Sin embargo, podemos suponer que debió de haber un grupo anónimo de escritoras que nunca se atrevieron a mostrar su incipiente teatro, como sucedió con religiosas que escribieron para conventos y colegios, así como autoras de sainetes que se conocieron bajo seudónimos masculinos. Ninguna es mencionada en la historia del teatro mexicano y, podemos conjeturar que si las hubo, su obra sufrió el paso de la indiferencia al olvido.

En el siglo XX, aparecen varias dramaturgas, como María Teresa Farías de Isassi y, posteriormente, conformando la primera generación de dramaturgas mexicanas: Catalina D'Erzell, Amalia de Castillo Ledón, Conchita Sada, María Luisa Ocampo, Julia Guzmán y Magdalena Mondragón, y otras más. Esta generación pertenece a los límites temporales establecidos por Juan José Arrom para ser incluida en la generación 1924, con predominio de 1924 a 1953, que incluye dramaturgos de la talla de Rodolfo Usigli, Xavier Villaurruia, Salvador Novo, etc.3

La generación 1953 del conteo de Arrom, que es la generación decimoséptima en la literatura hispanoamericana, tiene predominio de 1954 a 1983 y es calificada de reformistas y realistas. A esta generación pertenece Elena Garro, junto a dramaturgos como Hugo Argüelles, Héctor Azar, Emilio Carballido y otros. El debut teatral de Elena Garro fue en el Cuarto programa de Poesía en Voz Alta, en el Teatro Moderno, Marsella 23, cercano a la Avenida Reforma, en la Colonia Juárez. El programa abrió el 19 de julio y duró hasta el 11 de agosto de 1957. [En 2007 celebraremos los cincuenta años del debut de Elena Garro como dramaturga]. Octavio Paz fue el responsable del Cuarto programa, como lo había sido del primer programa y contó con la ayuda del escritor Diego de Mesa y Héctor Mendoza. Dos piezas de Garro abrieron la noche y una lo cerró. La primera pieza de Garro fue Andarse por las ramas, con el siguiente elenco4:

Don Fernando de la Siete y CincoJosé Luis Pumar
TitinaTara Parra
PolitoEnrique Stopen
LagartitoCarlos Castaño

Fotografía de Ricardo Salazar, de una escena de la obra de teatro «Andarse por la ramas»

Andarse por las ramas, fotografía de Ricardo Salazar

Luego siguió la pieza de Garro Los pilares de doña Blanca con el siguiente elenco:

BlancaTara Parra
RubíCarlos Castaño
Cuatro CaballerosEnrique Stopen, Juan Ibáñez, Juan José Gurrola y José Luis Pumar
El Caballero AlazánCarlos Alazán

Fotografía de Ricardo Salazar, de una escena de la obra de teatro «Los pilares de doña Blanca»

Los pilares de doña Blanca, fotografía de Ricardo Salazar

Como tercera parte siguió la pieza de Francisco de Quevedo y Villegas titulada La vida airada, que consistía en un collage de cuatro de sus textos: tres bailes, un diálogo y un entremés. Cerró la función el estreno de Un hogar sólido. Los actores que personificaron a los ocho habitantes de la tumba fueron:

Don ClementeJuan José Gurrola
Doña GertrudisArgentina Morales
Mamá JesusitaTara Parra
CatitaPina Pellicer
Vicenta MejíaCarlos Castaño
MuniEnrique Stopen
Eva, extranjeraAna Ofelia Murguía
LidiaManola Saavedra

En ese año la asociación de críticos votó como la mejor pieza mexicana a Un hogar sólido, mientras Héctor Mendoza fue nominado mejor director, Tara Parra mejor actriz joven y Carlos Fernández mejor actor joven.

En el Quinto programa de Poesía en voz Alta se presentó Asesinato en la catedral de T. S. Eliot, con altas y bajas artísticas y económicas. En este programa no colaboró Héctor Mendoza, sino su asistente José Luis Ibáñez. Y ya no se prosiguió con la idea de un programa planeado de tres nuevas piezas de Garro: El rey mago, Ventura Allende y El encanto, tendajón mixto. Únicamente hubo una lectura escénica de las dos últimas obras en dos ocasiones.

Pronto todo cambió, Paz fue nombrado diplomático y regresó a Paris en 1959, en compañía de su esposa Elena, y la aventura de Poesía en Voz Alta había llegado a su fin. Los logros de este movimiento fueron varios: la presentación de una dirección vanguardista, trabajos escenográficos de excepción de Juan Soriano y la presentación pública de una gran dramaturga, Elena Garro. Posteriormente, las piezas en un acto han constituido un acierto en la dramaturgia mexicana, acaso resultado del éxito de las piezas de Garro.

En la generación 1954, la dramaturgia de pluma femenina cuenta con Garro y con Luisa Josefina Hernández como las únicas autoras teatrales de primera importancia. Luisa Josefina presentó Los frutos caídos en el mismo año del debut teatral de Garro y con el apoyo de Salvador Novo montó también su obra Arpas blancas... conejos dorados, pero pronto fue el director sustituido por Héctor Mendoza. La obra dramática de Luisa Josefina no llegó a cumplir con los requisitos de una dramaturgia continuada y valedera, y su aportación al teatro mexicano ha ido disolviéndose lentamente.

En otras latitudes, la generación 1954 contó con pocas dramaturgas hispanoamericanas. Coincidente con la generación de Elena Garro, en Chile hubo únicamente una dramaturga de prometedora carrera, Isidora Aguirre. Sus primeras obras, Carolina y Pacto de medianoche, fueron escritas en 1955 y 1956 respectivamente y son comedias en un acto. Su obra más famosa, la comedia musical La pérgola de las flores, fue estrenada en 1960 por el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica, lo que le valió un gran éxito comercial y la fama en toda Latinoamérica. Esta fecha es considerada el año de partida de la dramaturgia de pluma femenina en ese país. En Argentina Alfonsina Storni, quien se suicidó en 1939, fue la primera dramaturga de importancia en este país y no volvería haber otra hasta a la aparición de Griselda Gambaro, nacida en 1929, quien debuta con El Desatino en 1965, pieza que es seguida por Matrimonio en el mismo año y Las paredes, de 1966. Después de esta generación tan abundante de dramaturgas el camino se abrió en toda Hispanoamérica y hoy se puede afirmar con certeza que no hay diferencia entre la dramaturgia masculina y la femenina ya que los triunfos de ambos van paralelos. En México ha aumentado de forma considerable la cantidad de escritoras para el teatro pero, a pesar de que ha habido muy buenas dramaturgas, ninguna ha logrado escribir textos superiores a Elena Garro. De la misma forma, no se puede hacer a un lado a todas las dramaturgas de la generación de los cincuenta quienes se consideran las forjadoras del teatro escrito por mujeres en nuestro continente. La generación de 1984 cuenta en México con abundantes dramaturgas, por ejemplo, Sabina Berman, Vivian Blumenthal, Carmen Boullosa, Estela Leñero, Olivia de Montelongo, etc.

Elena Garro fue definida por Antonio Magaña Esquivel con palabras reveladoras que conviene hoy recordar:

Con asuntos que parecen sencillos, que son sencillos por cotidianos y demasiado familiares, por su inmediata cercanía, porque son juegos infantiles, recuerdos y pequeños sucedidos, minucias, compone un teatro esta joven autora en el que lo alegórico o lo fantástico se ironiza hasta hacerse poesía. Es un teatro que confía su destino al sutil poder de la palabra, y a la revelación que de ella pueda obtener el director escénico. Elena Garro procura un teatro quieto, solemne, sin convenciones teatrales, pero con buenos recursos escénicos; un teatro surrealista, casi intangible, cargado de misterio y de guarismos. Un hogar sólido, pongo por caso ejemplar, para mostrar la íntima frustración femenina, no se da nada parecido a la zona intermedia, etérea, indefinida, sino la cripta misma con sus muros y techos de piedra y sus literas empotradas en sus muros para descanso de los cadáveres; la losa sobre la tumba completa el hogar sólido. Hay en estas piezas de Elena una especie de sonambulismo y aventura en los que el candor y la más aguda malicia encuentran su equilibrio irónico, humorístico5.


Las obras breves de Elena Garro están entre las mejores del teatro mexicano y Felipe Ángeles es la única pieza que puede ser comparada sin menosprecio con El gesticulador, de Rodolfo Usigli, pieza fundadora de la dramaturgia nacional. Los logros del teatro garroísta son la inusitada originalidad a nivel continental, pionera en incorporar el realismo mágico al teatro mexicano, el escribir obras de formato breve pero de complejidad dramatúrgica, su visión personalísimo del cosmos dramático que crea y, por último, la utilización de un diálogo poetizado que funciona excepcionalmente en escena.

En conclusión, Garro debe ser aceptada como la más importante dramaturga mexicana después de Sor Juana Inés de la Cruz y la mayor del siglo XX. Esta escritora, sin proponérselo, constituye la primera gran dramaturga mexicana del siglo XX y la pionera del nutrido y valioso grupo de mujeres que hoy escriben teatro en México.

Bibliografía

  • Garro, Elena. Teatro de Elena Garro. Alburquerque: Rosas Lopátegui Publishing, 2003. Edición y prólogo de Patricia Rosas Lopátegui.
  • —— Teatro completo. México: Fondo de Cultura Económica, 2016. Prólogo de Jesús Garro y Guillermo Schmidhuber.
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