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Ella era blanca como el azúcar

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Ella era blanca como el azúcar, tanto el cuerpo por encima de la cintura -aquella riqueza de belleza brillante y redonda en los hombros, con los globos de nieve de los senos manchados en la punta con dos avellanas tostadas-, como también más abajo donde el vientre se recoge como esculpido en un nudo crecido. Más abajo de este anudamiento del organismo inferior comienza el pelo lucido negro y apenas encrespado, que es la floresta del centro, que constituye el manantial de la regeneración de la humanidad, luego siguen los troncos redondos de las piernas, duras y maduras perfectas para ser montadas por un amante entre ellas, después las rodillas, que hacían hoyuelos, cuando ella estaba sentada, después las chirimías con pulpas cortadas en leche, hasta los tobillos y los pies de plata... Ella sonreía... los labios entreabiertos de esa sonrisa sexual y voluptuosa dejaban ver su dentadura entreabierta como la de una leona sedienta, las mejillas sopladas apenas sonrojadas hacían hoyuelos apenas designados, desesperados por la languidez, los ojos cristalinos bajo las pestañas medio caídas y trémulas, frente nítida salvaje bajo el pelo en el desorden que cae en largas olas brillantes como la madera de nogal sobre los hombros y parte sobre los senos, que lo para y se pavonea en su caída.

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