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Ella estaba acostada sobre su cama blanca

Mihai Eminescu

Traducción de Ricardo Alcantarilla

Ella estaba acostada sobre su cama blanca, con sábanas de un lino limpio como la plata. La chica estaba hundida en la almohada, su pelo rubio y bello se había ensanchado sobre la almohada, y los brazos desnudos y redondos estaban unidos sobre la cabeza. Cuello todavía se veía, y sobre el pecho estaba tirada la colcha de lana dorada, de oro. Me acerqué a la cama... ella dormía. Me arrodillé junto a la cama, desuní las manos de encima de su cabeza sin despertarla y, tirando su manita blanca y dulce a mi corazón, la tenía como un tesoro con las dos manos y la besé como a un niño. Después me puse en la cama junto a ella, de modo que la miraba a la cara. Apoyándome en mis manos, colocadas una por un lado de su cabeza, la otra por el otro lado, incliné mi boca sobre los ojos grandes y cerrados y sobre su cara pálida y, descubriendo con una mano indiscreta el pecho de debajo de la colcha que lo cubría, acosté mis mejillas sobre un pecho redondo, blanco y pequeño. Ella todavía dormía. Yo mismo tenía sueño, ya que no había dormido dos noches, por eso hice sitio a su lado y me tumbé vestido junto a ella, poniendo mi ardiente cara entre sus pechos y colocando una mano tras su cuello. Parecía que una música de sueño me dormía. La apretaba cada vez más fuerte a mi pecho, pero sentía que un sueño de muerte me penetraba el alma. Ella se despertó, y, tomando mi cabeza embriagada de sueño con ambas manos, la puso sobre la almohada al lado de la suya y se cubrió de nuevo hasta el cuello, atusándome la frente y besando, como furtivamente y sonriendo somnolienta, mi cara pálida. El sueño juega sus colores verdes -azules ante mis ojos, y de este modo brazo en brazo, sonriendo lentamente, adormeciendo los dos-, es decir, a mí me pareció que no adormecí. En cambio, me parecía dormíamos en un lecho de flores blancas en medio del campo con la hierba verde, la luna corría por el cielo, las estrellas brillaban como el oro, las abejas parecían enjambrar alrededor de nosotros, y los rayos de la luna tocaban nuestra cama de modo que él se levantaba lenta, lentamente hacia arriba con nosotros y con todo. La tierra desaparecía y llegamos al lugar donde las estrellas enjambraban alrededor, golpeaban a nuestras caras pálidas, llovían y nevaban sobre nosotros, como una lluvia de gotas de oro. Nosotros dormíamos aunque parecía que viéramos todo -ella parecía blanca como la plata, y una mano mía estaba puesta sin querer entre sus pechos redondos y dulces-. «¡Qué hermosa eres, Poesis», ¡murmuraba soñando!, «Cuánto te amo», susurraba ella, rodeando mi cuello con los brazos blancos, su palabra era temblorosa, dulce como música que espira, los ojos medio cerrados eran solo voluptuosidad, solo mi mano sentía como su corazón late como la ola virgen. Y la lluvia de estrellas caía sobre nuestra cama de flores blancas y nuestra cama flotaba con nosotros siempre, siempre hacia arriba -y le acariciaba con la mano ya la cara, ya el pecho y ella ni decía nada, ni me detenía, sino sonreía avergonzada, aunque de su boca húmeda le bebía todo su alma virgen, limpia, infantil, incluso su pelo de oro se mezclaba con el pelo negro y brillante de mi cabeza, incluso tenía ahora como una cadena con mis brazos en la cintura delgada y flexible de su cuerpo, incluso mis piernas se entrelazaban con sus pies pequeños y blancos.

«Te amo» -espira ella y su cuerpo fino, hermoso, blanco palpitando temblando bajo el mío y sus ramas desnudas y abiertas entre las que yacía yo subieron con convulsiones sobre mi cuerpo. Mi pecho apretó sus pechos fuertes, redondos y blancos, mi boca yacía apretada a la suya, ella unió sus brazos sobre mi espalda y me apretaba al pecho con toda la fuerza de su alma, yo empujaba lento y mecánico en ella hasta que sentí que ella temblaba espasmódicamente y se atormenta de placer hasta que un golpe eléctrico nos tuvo derrotados uno en el otro con una voluptuosidad dolorosa, hasta que después, derramándome junto a ella, adormecí dulce y tranquilo al lado de mi joven amor.

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