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Elvira Silva

Jorge Isaacs





La mort aime à poser sa main lourde et
glacée sur des fronts couronnés de fleurs.


Victor Hugo                





I

¿Por qué las negras sombras de la noche
tras el vivido albor de la mañana,
y el espanto, mudez y hondo silencio
al despertar llamándola en sollozos
los que en el mundo mísero quedamos?  5

Arrobadora realidad creada
por el numen divino que fecunda
mi ya cansado corazón... ¡espera!
Son tan agrias las heces que sobraron
para el final de la existencia mía...  10
Y ayer, ayer no más las endulzabas,
      celestial hechicera,
¡Ángel consolador en mi agonía!


II

¡Espera... espera! Me darán tus ojos,
santa visión del vate dolorido,  15
luz, esperanza y fe para las horas
últimas de batalla... y en mis cantos
habrá de ti misterios y fulgores,
el ritmo sobrehumano de tu acento,
¡Estro inmortal y vida de tu vida!  20

La inspiración que desbordó en tu alma
llanto abundoso que sació mi ardiente
y eterna sed de gloria... ¡Vive, vive!
Para lo excelso, inmaculado y grande;
para ti, la delicia de querubes,  25
embeleso y amor de los amores...
Hálito de Jehová, luz de su mente
humanada en mujer... ¡No!, ¡vuelve al cielo,
criatura del Poeta Omnipotente!


III

Vano ensueño quizá... Delirio y gozo  30
del alma que memora o que presiente
la belleza inmortal... Lágrimas ciegan
los ojos que te buscan y responden
al llamarte, gemidos a gemidos...
¡Ay!, tus risas, tu voz de arrullos llena  35
para el dilecto y amoroso hermano,
escuchar se figura y que en su pecho,
reina mimada del hogar, reclinas
la cabeza de Psiquis en que aja
las níveas rosas entre negros bucles...  40
Y dócil prisionera de sus brazos,
finges huirle y él... ¡Lívida!... ¡Yerta!
Sorda a sus ruegos, para siempre yace,
lujosa con las galas de la tumba
y la noche sin fin... allí do aromas  45
y el color virginal de sus vestidos
y los primores de sus manos quedan...
Engañadoras prendas que de vida
hablan al arrobado pensamiento,
y de la instable bienandanza ida  50
a el alma que se goza en su tormento.


IV

En silencio llorad los que la amasteis...
Y dejadla dormir cándida y pura
en su lecho castísimo de niña.
Ángeles invisibles le han besado  55
las mejillas, hoy mustias, que antes fueron
semblanza de las flores ruborosas,
y púdica cerró los dulces ojos
en que los cielos mismos se miraron...

El féretro mullid. Larga la noche  60
del sepulcro será... ¡lóbrega y fría!
Poned blando cojín a su cabeza,
que en el regazo maternal buscaba
mimos ayer y juegos y caricias...
Trenzad los sueltos rizos que fragantes  65
velan, vivos aún, el casto seno,
y con gasas de espumas arropadla
en su lecho nupcial... ¡Elvira! ¡Elvira!
¡Parece sonreír y que respira!...
¡El ataúd su tálamo! Es la esposa  70
del blondo y bello arcángel de la muerte:
sólo con él soñabas amorosa:
¿Qué ser humano pudo merecerte?


V

¡Cómo se ha helado, inmóvil, sin abrigo,
de la noche luctuosa en el ambiente!  75
Resplandores del alba la circundan,
nimbo le dan a la marmórea frente,
y al fulgor celestial que la ilumina
el áurea luz de los blandones tiembla,
débil palideciendo y mortecina.  80

Es la mañana que las cumbres dora
y los lagos argenta en la llanura,
que acaricia tus flores y en el huerto
besa nidos que guarda la espesura.
¿Duermes aún y tan hermoso el día?  85
¡Azul, azul!..., ¿no ves? Abre los ojos
y los purpúreos labios sonrientes:
¡Todo amor y fragancias y alegría!
Todo a la vida y a la luz despierta...
¡Ay!, sola tú, dormida para siempre.  90
       ¡Y para siempre muerta!


VI

En féretro de flores, al sepulcro
avanzas en los hombros de tus siervos:
Reina de la virtud y la belleza,
triunfadora inmortal, ¡he allí tu trono!  95
Tras de la pompa fúnebre y el llanto...
-¡Oh recuerdo cruel del alma mía!-
Vendrá el olvido de la turba vana,
y el eco lamentoso de mi canto,
en el placer la enfadará mañana.  100

¡Feliz te vas!, feliz porque al sepulcro
llevas el corazón del caro amigo,
tierno guardián de tu niñez dichosa:
¡ciego te sigue aún!... ¿Oyes sus pasos
en pos de ti, como en su edad primera?...  105
¿Qué, si no existes, en el mundo espera?

¡Te vas!... ¡y para siempre!, sorda, muda...
¡Insensible a gemidos y lamentos
de los seres que amaste! ¿Y así pagas
la ternura y amor? ¿Qué su existencia  110
será sin ti, la gala y alborozo
en ese hogar de tus encantos nido,
      donde pasan las horas,
lentas cual las de dicha voladoras,
y en que todo es dolor porque te has ido?  115


VII

¡Señor! ¡Señor!... Si bella la creaste
cual la hija de Jairo, y prez y orgullo
es en tierra de gentes que te adoran;
si a Lázaro en la tumba despertaste
      porque bueno te amaba,  120
y oyes a los que sufren y te imploran...
En ella pon tus manos condolido:
¡levántala, Señor!, y sólo tuya,
de infelices la fe y alivio sea,
del cielo su corona de azahares...  125
Alba nube de incienso en tus altares.
¡No me puedes oír!... Mísero humano,
transito de la tierra los desiertos:
Si cruzo los aduares de los hombres
la iniquidad odiando de los vivos...  130
¿Por qué turbo el reposo de tus muertos?

Bogotá, 12 de enero de 1891.





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