Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Emilia Pardo Bazán en el epistolario de Marcelino Menéndez Pelayo

José Manuel González Herrán





Desde mediados de 1982, la Fundación Universitaria Española ha emprendido la tarea de publicar en una colección que alcanzará probablemente los veinte volúmenes, de los que ya han aparecido siete, todo el epistolario de Marcelino Menéndez Pelayo1, tanto las cartas que escribió, como a las a él dirigidas; fácilmente se comprenderá que el grupo más numeroso es el segundo, ya que el investigador santanderino se cuidó de archivar la copiosísima correspondencia recibida, documentación que actualmente se conserva en su Biblioteca de Santander; más difícil resulta la recuperación de las cartas que él envió, dispersas cuando no definitivamente extraviadas. Una parte de toda esta correspondencia ya había sido publicada con anterioridad: así los epistolarios con su hermano Enrique, Valera, Pereda, Alas, Laverde, Milá y otros; pero es mucho más lo que hasta 1982 seguía inédito: téngase en cuenta que la correspondencia que esta colección pretende publicar abarca unas 17.000 cartas, cantidad que puede crecer, puesto que la indagación y búsqueda de documentos no ha concluído.

Es fácil imaginar tanto las dificultades y mérito de la edición de tan compleja colección documental -excelentemente cuidada por Manuel Revuelta Sañudo, director de aquella Biblioteca-, como su interés y utilidad para cuantos se ocupan de cualquier aspecto de la cultura española entre 1870 a 1912. Muestra de ese interés puede ser lo que en este artículo recojo: algunas noticias, datos, juicios o comentarios, poco conocidos o totalmente nuevos, referidos a doña Emilia Pardo Bazán, su biografía, personalidad, actividades, libros, etc.; información contenida no sólo en las cartas de la propia escritora coruñesa, sino en la correspondencia cruzada entre don Marcelino y uno de sus más fieles corresponsales, Gumersindo Laverde Ruiz2.

Como han notado los biógrafos y estudiosos de la Pardo Bazán, no es conocida más que una pequeña parte de las muchas cartas que escribió la autora de Los Pazos de Ulloa3; de ahí la importancia de esta recuperación de su correspondencia con el polígrafo santanderino. Una correspondencia bastante amplia y constante: 55 cartas a lo largo de casi treinta años; al principio, la relación es más continuada (20 cartas entre 1879 y 1882); luego se espacia algo más: de 1882 a 1887 hay 14 cartas; las restantes -entre ellas, varias notas y tarjetas de invitación o cortesía- se reparten hasta 1908, con un largo paréntesis entre 1891 y 19074.

A la información que suministran esas cartas cabe añadir, como dije, la que, de modo marginal, aparece en la correspondencia entre Menéndez Pelayo y su consejero y mentor, el hoy escasamente recordado Laverde Ruiz, cántabro como aquel y largamente vinculado a Galicia: catedrático en el Instituto de Lugo de 1863 a 1873, y de la Universidad de Santiago entre 1876 y 18905. Resulta curioso observar que, salvo alguna mención en textos de otros corresponsales, las alusiones más frecuentes a doña Emilia están en las cartas Menéndez Pelayo-Laverde; no en vano es éste quien por primera vez, con fecha de 19-VI-75, informa a don Marcelino de la existencia de la entonces joven escritora gallega: «Añada V. a la lista de Escritoras el nombre de Emilia Pardo Bazán, coruñesa, cuya firma se ve en varios periódicos gallegos» (I, 239)6. La segunda mención aparece en otra carta del mismo Gumersindo, quien el día de Santiago de 1878 escribe:

«Ya ha salido a luz el Juicio de las Obras del P. Feijoo, escrito por la coruñesa Emilia Pardo Bazán y premiado por el Jurado del centenario del ilustre benedictino en Orense. Cuéntase que los votos estuvieron divididos, inclinándose la mitad de los jueces (los liberales) a favor de otra memoria (que según parece es la que luego publicó en la Revista de España la ferrolana D.ª Concepción Arenal), y que designada para dirimir el conflicto la Universidad de Oviedo, esta sentenció en pro de la Emilia, cuyo trabajo no conozco, aunque creo bien que, aparte la mayor pureza de doctrina, no cederá en valor literario al de su competidora. Dudo que ninguna comarca de España posea hoy dos polígrafas de la talla de estas gallegas». (III, 190).


Nótese en ese juicio la simpatía que el muy conservador Laverde muestra por doña Emilia, a quien supone alejada del liberalismo de la Arenal; en sucesivas cartas insistirá en los elogios a la coruñesa y a su memoria feijoniana, sugiriendo a Marcelino que inicie relación epistolar con ella7. Casi un año después de esas noticias, Menéndez Pelayo acepta el consejo y, a través del mismo Laverde, pide a doña Emilia un ejemplar de su trabajo premiado en Orense, ofreciendo a cambio sus poesías8. No sabemos si por los buenos oficios del catedrático de la Universidad compostelana o por decisión espontánea de la escritora, el caso es que el 3 de septiembre de 1879 ésta firma en La Coruña su primera carta al erudito cántabro, con la excusa de remitirle un artículo sobre Servet aparecido en la Revue Scientifique, animándole a que rebata las tesis de su autor.

No conocemos la respuesta de Menéndez Pelayo (no se ha conservado ninguna de ellas)9, pero sí sus efectos: tras aquella breve y tímida carta primera, el 26 del mismo septiembre, doña Emilia escribe otra bastante más larga y densa, en la que, con su desparpajo habitual, se refiere a los poemas del santanderino, sus traducciones de clásicos, los artículos de La Ciencia Española y pide consejos para sus proyectos de investigación. Más interés tiene la carta que sigue, del 10-XI-79, digna de ser citada y comentada con más detalle del que aquí me es posible: además de referirse a su Pascual López, ya aparecido, y a su proyectada biografía de San Francisco de Asís, ocupa un largo párrafo en una notable autocrítica de su monografía sobre Feijoo, en comparación con la de Arenal («Ello es cierto que el trabajo de la Sra. Arenal no va en zaga al mío, en lo poco pensado o, por mejor decir, mal pensado: con la diferencia que el mío expresa, según creo, más exactamente el pensamiento de Feijoo, que era un positivista-católico, y no un racionalista como la Sra. Arenal lo pinta»; IV, 109). Todavía encontraremos en este epistolario algún otro comentario sobre el mismo Juicio...: en carta del 28-III-80, su autora alude a la intención de refundirlo y ampliarlo, siguiendo consejos de Menéndez Pelayo. (IV, 211-212).

Como vamos notando, es habitual que doña Emilia informe constantemente de sus proyectos, actividades, lecturas, investigaciones, publicaciones, etc.; citaré, por ejemplo, lo que comenta a propósito de su serie de artículos contra el darwinismo (que considera plagiados por Polo y Peyrolón en su libro Supuesto parentesco entre el hombre y el mono)10; los objetivos y propósitos que le han movido a aceptar la dirección de la Revista de Galicia -«aquí no hay sino dos periódicos católicos (en todo el reino de Galicia) y esos, muy malos, y sin lectura apenas. Este, mientras yo lo dirija, respetará siquiera los fueros de la verdad y del buen sentido; no respondo de que respete tanto los del primor literario, porque habrá que cerrar los ojos a más de una falta. Este pueblo y país son poco cultos y es una buena obra ir descortezándoles, en lo posible. Las personas que son dueñas -financieramente hablando- del nuevo periódico, no descuellan por su ortodoxia, pero yo estoy decidida a que la primera falta que en ese terreno cometan sea la señal de mi retirada» (IV, 163)-; el proyecto de la Biblioteca Gallega11; su no desdeñable erudición y amplia cultura (que demuestra al comentar acertada y detenidamente algunos aspectos de los estudios de don Marcelino)12; su interés por ciertos autores extranjeros: Shakespeare, Leopardi, Heine, la novela rusa, y muy especialmente -como luego veremos- la obra de Zola y su escuela. Sin que falten noticias de asuntos «menores», como su petición de recomendaciones para unas oposiciones a cátedras de Instituto, a favor de Jesús Muruais13; (a cambio, hay también encargos de don Marcelino: al igual que hace con otros corresponsales, le pide intervenga para conseguir que determinados institutos, seminarios y colegios adopten como libro de texto un Tratado de Aritmética y Álgebra del que es autor Marcelino Menéndez Pintado, padre de investigador santanderino)14.

De toda esta información, los estudiosos y aficionados a la obra de la Pardo valorarán muy especialmente las alusiones a sus primeras novelas: así, estas frases referidas a Un viaje de novios: «Estaba oyendo, antes de oírlo, todo lo que V. me dice del Viaje de novios. Sospechaba que el género no le había de gustar a V. ni poco ni mucho, y que las descripciones le parecerían prolijas, acaso impertinentes. C'est un peu la mode, como dicen nuestros vecinos, describir así; y además yo noto que sirvo para el caso y que lejos de costarme trabajo, me entretiene tanto esa menudencia de los objetos, esa pintura detallada como a V. los pormenores de erudición e historia» (V, 296). Igualmente, sus frecuentes confidencias a propósito de la preparación, redacción y publicación de su San Francisco, libro por el que don Marcelino sentía especial aprecio (lo que explica que al reeditarlo en 1885, su autora pida al santanderino un prólogo-semblanza)15. A propósito de esa obra, hoy quizá poco apreciada, considero notabilísimo este testimonio que citaré, y que explica con detalle la sensibilidad colorista de la autora de La madre naturaleza:

«...es a mí cosa inevitable, condición de mi temperamento, ver antes que todo el color. Se reiría V. si le comunicase alguna de mis impresiones crómicas. No soy capaz de permanecer en éxtasis ante un cuadro correctamente diseñado (Rafael, v.g.) y los coloristas geniales como Teniers o Rubens, me han tenido a veces sentada horas enteras en los escaños del Museo de pinturas. Los pocos cuadros al óleo que he pintado se distinguen por su colorido brillante y vigoroso. Cuando tengo puesto un traje de colores poco limpios y finos, estoy incómoda. Me han traído ahora de Tánger una gumía árabe, cuya coloración es por todo extremo grata, una combinación de plata oxidada, cobre y seda carmesí: pues a veces estoy leyendo y suelto el libro para recrearme en mirar la gumía (...). El sentido del color impera en mí hasta un grado que parecerá inverosímil al que no sepa lo que se afinan y excitan los sentidos por la contemplación artística. De tal manera me parece característico este modo de sentir las diversas vibraciones luminosas, que se me figura que siempre mis escritos se resentirán de esta excesiva sensibilidad de mi retina».


(V, 482-483)                


No es menor el interés de otros textos que podrían citarse: de la carta del 30-IX-81, sus agudas observaciones sobre el estilo y la intraducibilidad de Shakespeare16; o las razones del sentimentalismo elemental de su poemario Jaime («efusioncillas líricas de corte alemán», a su juicio; V, 227). Igualmente constituye una preciosa información la que se deduce de algunos testimonios de la escritora a propósito de sus entonces encontradas vocaciones, investigadora y creadora: en carta del 22-V-81, tras reconocer las limitaciones de sus trabajos de erudición -«escribo a ciegas: necesitaría comer mucho polvo de códices para decir con conocimiento de causa algunas cosas que digo a tientas y bajo ajena fe»-, añade: «Por eso -aunque V. no quiera- me hallo más a mis anchas en la novela, creando. Allí sé que cada palabra es fruto de una observación o de un sentimiento mío» (V, 27); y en la del 7-I-82 comenta el diferente aprecio público que obtienen ambas facetas de su labor: «Esa obra [un artículo sobre los poetas franciscanos], que me costó más tiempo y trabajo, no tendrá probablemente la mitad de lectores que Un viaje de novios, y de fijo ni la décima parte de críticos. No hay cosa que más se lea, ni dé más fama a menos costa, que las obras de imaginación. Verdad es que requieren facultades especiales» (V, 297).

Además de suministrarnos datos que explican el pensamiento estético y literario de doña Emilia, estas cartas nos ayudan también a diseñar su retrato ideológico, los perfiles cambiantes de su postura en los complejos debates que agitaron a aquella sociedad. Ya aludí a la inicial imagen de ortodoxia católica que ofrecía a gente tan cuidadosa en este punto como lo eran Laverde y Menéndez Pelayo; imagen que confirman declaraciones como la citada a propósito de sus planes al frente de la Revista de Galicia. Pero también en esas primeras cartas, la escritora muestra interés por separarse de las posturas integristas; buen ejemplo de ello lo constituye la declaración que en carta del 15-II-80 hace sobre su pensamiento filosófico: «Me parece que me inclino al misticismo de tejas arriba y al positivismo de tejas abajo» (IV, 180). Evidentemente, no era esa la filosofía de don Marcelino, y en cartas de la coruñesa tenemos ocasión de leer ciertas matizadas discrepancias con el pensamiento de aquel «católico a machamartillo»; así las que el 8-VII-82 manifiesta en defensa de Diderot, o de los que llama «mis amigos krausistas o exkrausistas»; un ejemplo más sutil lo constituye el tono de sus comentarios a propósito del famoso «Brindis del Retiro»: en medio del coro de entusiastas elogios que el integrismo español dedicó al discurso de Menéndez Pelayo, defensor del Calderón tradicionalmente católico y español en contra de las interpretaciones de la crítica alemana, la voz de Pardo Bazán es una de las pocas -otra será la de Valera- en manifestar ciertas objeciones. En la misma carta que toca este asunto, la del 16-VI-81, podemos conocer la difícil situación de doña Emilia, vinculada ideológica y socialmente a los adversarios de don Marcelino: «V. no podrá ver a mis amigos; pero ellos se desquitan. Lo menos cien mil escaramuzas he sostenido ya en defensa del que llaman mi sabio» (V, 132).

De poco servían estas declaraciones de fidelidad: el entonces muy intolerante perseguidor de heterodoxos no había de tardar en incluir a la Pardo entre aquellos: el 15-IX-81 confía a Laverde este duro dictamen, cargado de prejuicios: «A propósito de la tal doña Emilia, te diré que en los pocos días que la vi en Madrid me pareció algo demasiadamente bas-bleu, aunque mujer de indisputable talento y de mucha ciencia. También me pareció muy inclinada a los krausistas, ateneístas y demás gente dañina y levantisca, por lo cual he llegado a temer que dé el salto y se haga librepensadora al modo de doña Concha Arenal. Además, es fea, con lo cual tiene mucho adelantado para ser krausista». (V, 208-209); a lo que responderá don Gumersindo el 26 del mismo mes: «Me parece que no pintas mal a Emilia Pardo Bazán. Los primeros versos suyos que leí hace 16 o más años estaban escritos en progresista. Con todo, no creo que dé el salto» (V, 223). Lo que no impide que algunos meses más tarde, en carta del 15-II-83, formule esta opinión: «Es señora de alientos. Tú y ella habríais hecho un buen matrimonio» (VI, 26).

Precisamente en esa misma carta se hacía eco Laverde de un asunto que había de constituir uno de los primeros motivos de choque, o al menos rivalidad, entre doña Emilia y don Marcelino, resuelto con habilidad y elegancia por ambas partes. Es el caso que la vocación investigadora de la Pardo le había hecho concebir el proyecto de componer nada menos que una Historia de la Literatura Castella, «al estilo de la inglesa de Taine»; esa primera noticia es recibida por Menéndez Pelayo con evidente desagrado, que no trata de disimular: «No deja de molestarme el que Emilia Pardo Bazán se ocupe en escribir una Historia de la literatura española. Quizá diga la gente que yo que por obligación la enseño no la he escrito todavía, o por pereza o por no servir para el caso»; y sigue una muy razonada argumentación que justifica el que esa tan necesaria obra esté aún sin hacer, principalmente por falta de investigaciones preliminares y monografías parciales: «Mientras no estén analizados todos, es imposible el trabajo de síntesis y de conjunto» (VI, 77). No sabemos si doña Emilia tuvo conocimiento de esta reacción del investigador de Santander; al menos lo imaginó, a juzgar por lo que le escribe en carta del 18-IV-83; estas son sus intenciones:

«No he llegado todavía a madurar mi idea, ni sé las variaciones que podrá sufrir: tengo mucho que andar antes de llegar a la meta de los estudios que me he trazado para desempeñar la proyectada obra; pero por lo mismo que todavía estoy en condiciones de modificar mis planes, quisiera conocer de los de V. aquello que sin indisculpable impertinencia puedo desear conocer.

Creo que V. está seguro de la admiración y casi veneración que le profeso, y por tanto no me atribuirá propósitos de competencia que supondrían en mí desconocimiento de lo que V. vale y de lo que yo alcanzo. Al contrario; precisamente en la distancia y diferencia que existe entre nosotros fundo yo mis esperanzas de hacer algo sobre literatura castellana aunque V. cultive también ese terreno. Mis libros no tendrán nunca la riqueza erudita de los de V.: serán -si a tanto alcanzan- libros de no ingrata lectura, jamás libros de consulta, ni arsenal de datos, ni fuente de nueva luz para el conocimiento de nuestras letras».


(VI, 94-95)                


Curiosamente, esta idea estimuló a Menéndez Pelayo17, quien casi inmediatamente, el 29 de ese mismo mes, escribe a su confidente intelectual, Laverde: «...luego pondré mano a la [historia] de la historia española, para evitar que se me adelante D.ª Emilia» (y añade un irónico comentario: cree que mejor sería que la coruñesa se dedicase a alguna monografía más limitada; «pero es condición de los españoles dedicarnos siempre a lo que menos bien podemos hacer»; VI, 101). La propia Pardo le animará a ello, en carta del 5-V-83: «Me hace gracia el que V. se disculpe de tener que escribir la Historia de la Literatura Española. ¡Pues si es en V. un deber hacerlo, y no por oficio, sino por otras razones más altas!» (VI, 108); eso no será obstáculo para ella, pues su plan, objetivos y características (que explica largamente) son muy diversos18.

Durante algún tiempo -al menos hasta principios de 1885 menudean las alusiones a esa proyectada historia de la literatura en la correspondencia de Menéndez Pelayo con Valera, Miguel A. Caro 19y, lógicamente, Laverde Ruiz20, aunque sólo con este último comenta la posible rivalidad con Pardo Bazán. Don Gumersindo le tranquiliza en carta del 5-V-83 («No te dé cuidado el que D.ª Emilia se te anticipe. Al fin y al cabo, su obra, limitada a las letras castellanas no será, respecto de la tuya, más que una monografía. Además, así podrás aprovecharte de sus aciertos, que los tendrá sin duda en todo lo subjetivo»; VI, 105) y propone un recurso para distraer a la gallega de aquel proyecto: «Para lo que me parece cortada D.ª Emilia es para escribir monografías sobre los Personajes poéticos españoles. Creo que no sería difícil meterla por este camino si se la estimulase, y así, acaso desistiera de la Historia literaria. Propón a la Academia que abra un certamen para premiar memorias sobre El Cid en la literatura, por ejemplo, y es casi seguro que D.ª Emilia acudiría a la palestra» (VI, 106); a los pocos días, el 28 de ese mismo mes, sugiere otra variante de aquella estratagema: «Para distraer a D.ª Emilia de la Historia de la literatura castellana, lo mejor sería que la Academia abriese un certamen sobre los Místicos españoles, señalando un plazo largo. Ya creo haberte escrito que dicha señora estuvo vacilando entre este asunto y la historia literaria» (VI, 123).

La preocupación de ambos catedráticos por esta cuestión resulta poco menos que obsesiva: a una carta de Laverde en que este le informaba «parece que [Pardo Bazán] no desiste de su proyectada historia de la literatura castellana» (VI, 258), don Marcelino responde el 1-I-84 advirtiéndole de las precauciones que debe tomar con un documento que le adjunta, el borrador de su programa de la asignatura que ambos explican: «No he querido imprimirle para que no se aprovechasen de él los que piensen escribir la historia de la literatura. Te encargo, pues, que no se lo dejes ver sino a persona de tu mayor confianza, porque si no, podría salir cualquiera desflorándome el pensamiento, vg. nuestra amiga D.ª Emilia» (VI, 269-270). La cual, por su parte, aún parece seguir con el viejo proyecto en enero de 1885; desde París escribe a don Marcelino informándole de la marcha de sus indagaciones: «Como aquel plan que expliqué a Vd. requiere alguna asiduidad de mi parte, he resuelto revolver estas bibliotecas y las de Roma» (VII, 55).

Mas, a pesar de tales declaraciones, ninguno de los dos investigadores llegaría a escribir esa disputada Historia de la Literatura Castellana21.

No podía faltar, entre las cuestiones mencionadas o discutidas en estas cartas, aquella que la propia Pardo Bazán calificó de palpitante; máxime si tenemos en cuenta que, en el debate que la sociedad literaria española sostuvo al respecto en la década de los ochenta, doña Emilia y don Marcelino mantuvieron un protagonismo muy representativo, con posturas encontradas.

Fuera de algunas anotaciones marginales, sugeridas por alguna de las novelas primeras de la Pardo, el tema del naturalismo es objeto de frecuente discusión en las cartas de 1883 a 1885, a raíz de la publicación de La cuestión palpitante y su consiguiente polémica. La primera noticia al respecto que encontramos en este Epistolario figura en una carta de Laverde, el 9-IX-82, que anuncia a Marcelino la próxima aparición en La Época de «una serie de artículos [de Pardo Bazán] sobre el Naturalismo en el arte22» (V. 541). La impresión de Menéndez Pelayo ante la publicación de tales artículos no puede ser más desfavorable: «Siento que D.ª Emilia se haya convertido en defensora acérrima de la más baja y grosera forma del naturalismo francés, quizá por seguir la corriente de la moda», escribe a Laverde el 2-IV-83 (VI, 78).

Podemos fácilmente suponer que en términos no más benévolos formuló su opinión a la propia autora; el 5-V-83 esta escribe en respuesta al dictamen del erudito santanderino, ahora en funciones de crítico, una carta que constituye un muy interesante complemento de lo expuesto en aquellos artículos deLa Época; tras rechazar la opinión de que los tales constituyesen una defensa del naturalismo («sólo es exposición crítica, y en muchos puntos, impugnación y ataques»), fórmula, en estos términos su concepción acerca de ese roman experimental que propone Zola:

«Yo no me atrevo a profetizar (según indiqué también en mis artículos) lo que será de esta nueva forma literaria; pero suponiendo que Vd. acierte y que dentro de 20 años haya cumplido el ciclo de su vida intelectual, no le sucederá ni más ni menos que el (sic) romanticismo, que por ahí duró, sobre treinta años o poco más, y que no obstante fue (hoy nadie lo duda) grande, potente y necesaria transformación. Tampoco discutiré el valor de Zola, que sin embargo me parece muy digno de sentarse con Balzac a la tabla redonda; pero lo que es indudable es su influencia o como dicen ahora, su dinamismo. Ese hombre es una fuerza literaria. Sus defectos y excesos, yo los he declarado en mis artículos antes que nadie.

Lo que hay en el fondo de la cuestión es una idea admirable, con la cual soñé siempre: la unidad de método en la ciencia y el arte. ¡Ahí es nada! La división arbitraria ha desaparecido, y la observación y experimentación se aplican lo mismo a la novela que a los estudios anatómicos».


(VI, 107)                


Algunos meses más tarde vuelve a surgir la discusión, tras la aparición del libro que recoge aquella serie de artículos23; respondiendo a una carta de Laverde del 3-VIII-83, que comentaba la noticia, recogida en periódicos gallegos, de la aparición del libro, Menéndez Pelayo discute los presupuestos del planteamiento estético de aquellos artículos: «Encuentro radicalmente falsa la distinción de realismo e idealismo si se los toma como términos antitéticos, y me parece no menos injusta la condenación intolerante de idealismo»24; discrepa también de lo que llama «empeño de reducir el realismo o naturalismo a la fórmula y a las prácticas de unos cuantos novelistas franceses contemporáneos, de muy dudoso y controvertible mérito. La literatura inglesa, que D.ª Emilia parece tratar con tanto desdén, es mucho más rica en obras de verdadero, genuino y sano realismo»; y concluye con un juicio que equilibra los elogios y las reservas: «en este libro, como en todos de la Sra. Pardo Bazán, admiro el gran talento y el poder del estilo de su autora. Hay hoy muy pocos literatos nuestros que puedan medirse con ella en ingenio y en doctrina. Lástima que por faltarle quizá ciertas delicadezas de gusto, haya tomado en sus teorías críticas una dirección que, a mi entender, es incompleta y falsa, y que no lleva a ninguna parte» (VI, 200-201).

Es lástima que no se haya conservado la carta que, algunas semanas antes, había remitido a la Pardo (en la citada a Laverde del 20 de septiembre afirma que, a propósito de La cuestión palpitante, «he escrito largo y tendido a D.ª Emilia»), aunque también en este caso podemos deducir su contenido por lo dicho a don Gumersindo y por la reacción de la destinataria, quien el 10-X-83, agradece a don Marcelino «su bondadoso elogio» y aprovecha para precisar algunos aspectos del libro comentado.

Sus primeras palabras son para explicar las intenciones, fuentes, aportaciones y limitaciones de su trabajo: «es ciertamente un libro de guerrilla, de escaramuza, y de bien corta novedad en cuanto a las noticias que contiene. En Revistas, en tomos de la Biblioteca Charpentier, un peu partout, como dicen nuestros vecinos, anda esparcida toda la erudición (¿?) de esa obrilla; y figúrese V. qué fuentes tan recónditas. Mi único mérito es haber hecho lo que creo yo que no hizo casi nadie por acá (a lo menos, hablan como si no lo hiciesen), a saber, leerme a todos los novelistas que pasan por realistas, desde Champfleury hasta Guy de Maupassant (...) no es metódico y por eso hay en él claros vacíos que V. nota con razón y que serían más reprensibles si yo lo hubiese titulado Historia del realismo y naturalismo en el arte literario»; se justifica luego por no haber tratado extensamente de Manzoni o de Merimée (a quien considera muy inferior a Stendhal), defiende las opiniones del prólogo de Alas («hijas del más puro y generoso celo literario. Respiran una energía que podrá extremarse más de lo justo en el ardor de la polémica o en el primer movimiento de la indignación, pero que siempre revela un alma abrasada en solicitud por el adelanto serio de las letras»); y ante las críticas de don Marcelino sobre su desatención por la novela inglesa, argumenta: «me aburre soberanamente (hablo en general). Estoy leyendo ahora, como quien sube una cuesta muy pendiente, The mill on the Floss, y Felix Holt, de J. Elliot. Ya ve V., es género realista, y autora muy, muy simpática para mí. Pues me aburre» (VI, 217-219).

Concluyen aquí las referencias a La cuestión palpitante, como tal serie de artículos y libro, fuera de una par de menciones en cartas de Laverde; la primera, el 12-XII-83, para exponer un juicio tan simplista como extendido entre ciertos sectores de la crítica («para mí la cuestión no es entre idealismo y realismo, sino entre lo moral y lo inmoral en el arte», VI, 258) y la segunda, el 25-I-84, para dar noticia de la serie de artículos que el médico compostelano Juan Barcia Caballero está publicando en Libredón, en forma de cartas a Pardo Bazán, sobre el asunto del realismo e idealismo25. Pero la cuestión, esto es, el debate acerca de la nueva escuela literaria, aún ocupa buen espacio en la correspondencia entre doña Emilia y don Marcelino en los años siguientes.

A principios del 85, desde París, la coruñesa anuncia al santanderino su propósito de visitar a Zola, cuyo elogio formula en estos términos: «Sigo en mi herejía de atribuirle un talento prodigioso. El nivel literario actual está en Francia bastante bajo, y hay una plaga de secuaces naturalistas que da asco y fastidio: encima de esta cohorte de pigmeos, la figura del maestro parece aún más grande y alta» (carta del 22-I-85, en VII, 56).

Una nueva ocasión de volver sobre la vieja querella, se plantea a causa del prólogo-semblanza que, como dije, Menéndez Pelayo escribió para la edición de San Francisco de Asís publicada en París por Garnier. A los comentarios que allí se hacían en relación con el naturalismo novelesco de la autora gallega26, esta replica en carta del 2-VIII-85:

«Tengo esperanzas de que, dentro de algunos años, (como no hay peor enemigo de las opiniones erradas que el propio talento del que las sustenta) V. ha de modificar su juicio, no respecto al valor de mis novelas, harto lisonjeramente juzgadas para lo que merecen, sino de la renovación literaria que las ha producido. Y por supuesto que, aun admitiendo toda la parte de responsabilidad que me cabe en esta renovación o secta o lo que V. prefiera, yo declaro que sólo he sido un Ferrán del naturalismo, es decir, que he admitido el virus atenuado, pues mi Cuestión palpitante, más que libro de ardiente propaganda, lo es de distingos, reparos y limitaciones que hacen decir a los colegas de Ultrapirene: C'est du naturalisme à l'eau de rose.

También, si a protestar fuésemos, protestaría yo de eso de que soy naturalista por moda».


(VII, 271)                


Todavía volverá la autora de La cuestión palpitante a salir en defensa de los escritores naturalistas, con ocasión de los desfavorables juicios que el santanderino expone en el tomo III de su Historia de las Ideas Estéticas; en opinión de doña Emilia, la actitud de Menéndez Pelayo se basa en un prejuicio, extendidísimo en los sectores de la crítica más conservadora: medir a Zola y su escuela por ciertas muestras de un naturalismo degradado e «indecente»: «No los juzgue V. -escribe el 26-VI-86- por cuatro libracos lupanarios y pornográficos (...) V. que va teniendo tan amplio criterio, ¿cómo no se toma la molestia de seguir un poco la evolución estética actual en Francia? Vería V. que quienes la infestan son los perfumados secuaces de Ohuet o Feuillet, o Bourget, o Stheuriet (...): los verdaderos discípulos de Zola, Daudet o Gancourt, se cuentan por los dedos: quizás serán tres; de los demás nadie hace allí caso, ni toma por lo serio las novelas verdes cuyos autores aspiran a ganar dinero y no más» (VII, 582).

Hasta aquí me he ocupado de las cartas recogidas en los siete primeros tomos del Epistolario aparecidos hasta ahora (abril de 1985), la última de las cuales está fechada en junio de 1886. Gracias a la amable generosidad del Director de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, y editor de este epistolario, Manuel Revuelta Sañudo, he podido consultar la transcripción de las restantes cartas de Pardo Bazán, entre 1886 y 1908, que se conservan en aquella Biblioteca, dispuestas para su publicación. Curiosamente, y con alguna excepción que luego mencionaré, su interés para nuestro propósito de ahora es muy inferior al de las ya comentadas; por otra parte, algunas de ellas -precisamente las más notables- ya han sido parcial o totalmente publicadas con anterioridad. Me limitaré, pues, como conclusión de este artículo, a dar somera noticia, con algún comentario, de esa última parte del epistolario de doña Emilia a don Marcelino.

En total son 24 cartas (más exactamente, 23, ya que una de ellas, aunque escrita en nombre de su hija, está firmada por la Condesa Viuda de Pardo Bazán, madre de doña Emilia), de las que once no están fechadas. Varias de éstas son tarjetas o brevísimas notas de compromisos sociales: invitaciones a comer o cenar, a tertulias o recepciones en su casa de Madrid, etc.; en otras hay peticiones de ejemplares de obras de Menéndez Pelayo (con la disculpa de que los libros son muy caros y que este es un capítulo importante de sus gastos), o consultas de carácter erudito o bibliográfico (vgr. sobre la obra pedagógica de Luis Vives). Digno de comentario es un párrafo de una carta de finales de 1890, en la que anuncia: «Voy a publicar desde el 1.º de enero un periódico mensual que se titulará Nuevo Teatro Crítico: al primer tomo de Ideas Estéticas que salga realizaré mi ya añejo plan de hablar de V. y de la obra»; pues bien, por lo que sabemos, y a pesar de esa y otras promesas similares (como la que hacía en carta del 3-VIII-80, a raíz de la aparición del tomo II de los Heterodoxos27), la Pardo Bazán nunca llegó a publicar ese proyectado estudio sobre Menéndez Pelayo y su obra.

De las cartas con fecha, hay varias de escaso interés: recomendaciones en favor de opositores, invitaciones a veladas literarias en su casa o en el Ateneo de Madrid, etc. Como ya dije, algunas de las más valiosas de estas cartas han sido publicadas con anterioridad: así, la del 20-VIII-87, que, otra vez, comenta sus estudios y los de Menéndez Pelayo en torno a Feijoo; la del 14-III-88, que, a propósito de un nuevo tomo de la Historia de las Ideas Estéticas, alude a su propia deuda con la filosofía alemana; la del 8-XII-88, que informa de los proyectos de Lázaro Galdiano acerca de La España Moderna28; la del 6-IV-90, que agradece el pésame por el fallecimiento de su padre29; y la del 9-III-1908, que invita a don Marcelino a intervenir en un acto literario en el Ateneo, dedicado a Espronceda y el romanticismo30.

De este mismo objeto -veladas literarias en el Ateneo, cuya sección de Literatura presidía doña Emilia en esos años- se ocupan las últimas cartas del epistolario que vengo comentando; además de la ya aludida, hay otras invitaciones para sesiones en honor de Zorrilla (carta del 3-I-1907), el Duque de Rivas y Pereda (26-III y 12-IV-1908): precisamente a propósito de este último homenaje, las cartas descubren ciertos pormenores curiosos, que revelan cuál era, a estas alturas, la actitud de doña Emilia hacia el autor de Sotileza, olvidada ya la ruidosa polémica que en 1891 había roto las amistosas relaciones entre ambos31. Según la carta del 26 de marzo, ya desde el año anterior era propósito del Ateneo recordar el reciente fallecimiento de Pereda con un acto en el que, al parecer, había prometido participar Menéndez Pelayo. Pues bien, por razones no suficientes aclaradas, el santanderino excusó su intervención, lo que mueve a doña Emilia a escribir la siguiente carta -la última de las suyas a don Marcelino-, notable tanto por lo que declara como por lo que insinúa o calla:

Sr. D. Marcelino Menéndez Pelayo

Madrid, 12-4-908.

Mi ilustre amigo:

Mucho siento no poder contar con V. para la conmemoración de Pereda, que razones de delicadeza, que a V. se le alcanzarán, me obligan a hacer mientras estoy al frente de la Sección. No quiero que nadie pueda decir, con asomo de fundamento, que he prescindido de los que se colocaron respecto de mí en actitud hostil alguna vez.

La otra velada que se celebró en Madrid, en el Teatro Español, si no me engaño, debió de ser algo restringida en su significación; y habló así en tono conjetural, porque a mí no se me invitó ni siquiera a figurar entre el público.

Por la misma razón de delicadeza yo me abstendré de tomar parte en la velada, dejando a otros en quienes no quepa sospecha de parcialidad alguna que llenen el cometido. No me sería difícil zurcir un discurso, pues V. sabe que tengo muy conocido a Pereda; pero creo más discreto proceder así.

Haré lo que pueda, y sólo lamento poder bien poco.

Siempre su constante admiradora y amiga.

Emilia Pardo Bazán


Sirva este documento -a lo largo que se me alcanza, inédito, y que reproduzco según la transcripción facilitada por M. Revuelta Sañudo- como cierre de estas notas referidas a las relaciones entre dos de las figuras más destacadas de la cultura española del pasado siglo32.





 
Indice