Emulación y simulación en «La Florida» del Inca1
Daniel Mesa Gancedo
(Universidad de Zaragoza)
A cuatrocientos años de su primera publicación (Lisboa, Pedro Crasbeeck, 1605), La Florida del Inca sigue revelando su condición de basamento en la escritura historiográfica de su autor, el Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616), y su carácter fundador respecto de una concepción artística y moderna del género en su momento. En las páginas que siguen, intentaré analizar uno de los aspectos que contribuyen, en mi opinión, a la modernidad de esa escritura: la importancia de un cierto régimen de reproducción, el de la emulación y simulación, que, junto con el de la imitación, y hasta el de la fructificación, confieren al texto una poderosísima densidad semántica.
«Todo el mundo es uno»
. Esta frase de
Hernando de Soto en La Florida del Inca resume, como
señalara Avalle-Arce, uno de los aspectos más
importantes de lo que podría considerarse la
cosmovisión del Inca Garcilaso de la Vega: el
uniformismo2.
Este concepto constituye un sustrato ideológico clave en la
escritura historiográfica de Garcilaso y alcanza su
máxima importancia en los Comentarios reales. Sin
embargo, ya en La Florida encuentra un desarrollo
singular, vinculado no sólo al trasfondo filosófico
que puede sostenerla o a la concepción moral del
género historiográfico3,
sino también en conexión con aspectos constructivos
como son la importancia de la emulación de acciones, gestos
o conductas en el proceso narrativo y los problemas que plantea el
simulacro o la semejanza, así como en los efectos
retóricos que dichos problemas generan (la opción por
la elipsis o por la redundancia).
Desde el proemio a
La Florida, aparece subrayada la importancia del
ejemplo o el parangón como patrón
de escritura. En esas páginas introductorias, dos son los
aspectos que se anticipan: en primer lugar, el peso del modelo
romano (que se convertirá en tópico en los
Comentarios reales), cuando se anima a poblar
América «aunque [...] no sea
más de para hacer colonias donde envíe a habitar a
sus hijos, como hacían los antiguos romanos cuando
no cabían en su patria»
(64; la cursiva es
mía)4.
En segundo lugar, surge en estas primeras páginas el ejemplo
del indio «discreto»
, que
debiera ser favorecido por su capacidad:
(69) |
Como parece
sugerirse que «todos los indios»
también son «unos»
,
desde ese momento el «yo» que habla en la obra de
Garcilaso se presenta como piedra de toque o sujeto representativo
de una colectividad cuyo mérito pretende defender.
Una vez colocadas esas dos primeras piedras (la equiparación de civilizaciones; la importancia del sujeto ejemplar), el edificio de La Florida crecerá en torno a un núcleo de analogías (simulacros o emulaciones) que contribuye a la elaboración de la citada visión uniformista del mundo y desarrolla una serie de modelos de conducta que pueden o deben ser imitados y sustentan el sentido moral de la obra histórica.
La armonía
entre niveles de realidad aparentemente diferentes es uno de los
principios que organiza esta visión del mundo. Ello puede
detectarse ya en el nombre mismo de la tierra sobre la que se va a
escribir. Podría decirse que en la toponimia se refleja una
analogía entre tiempo y espacio que Garcilaso hará
explícita: «[...] la Florida
(llamada así por haberse descubierto la costa día de
Pascua Florida) [...]»
(I, 1: 72). Esa explicación
tradicional, no obstante, debe proyectarse también sobre el
título de la obra: a diferencia de la gran mayoría de
los textos historiográficos de Indias5,
éste no lleva la inscripción del tipo de texto
(Historia o crónica o
relación o comentario) sino que,
directamente, se equipara por su nombre con la realidad de la que
va a hablar, y apenas se diferenciará por el determinante
que apunta al autor del texto.
Al parecer, la
decisión de optar por un título semejante es
tardía en el proceso de redacción6,
pero muy significativa respecto del gesto que realiza Garcilaso:
hacer suya la Florida a través de la escritura,
reproducir un perfecto simulacro verbal de un territorio no del
todo explorado y, como afirmaba Rodríguez-Vecchini, escribir
«la historia de cómo hacer una
historia de América que parezca verdadera»
(588).
Además, la equiparación del texto con su materia a
través del nombre, no es sino una reproducción del
principio neoplatónico que equipara -como estructuras
análogas- el entendimiento con la realidad y que
explícitamente se encontraba en León
Hebreo7.
Semejante
correspondencia entre materia y forma8
-un aspecto central en el neoplatonismo, que Garcilaso asimila en
su traducción del citado León Hebreo- pasa a la
visión del mundo que la escritura historiográfica
refleja, incluso en aspectos anecdóticos. Así, por
ejemplo, los indios Tulas serán una muestra perfecta de esa
correspondencia (en negativo): su horrible maquillaje «decían sus vecinos que lo hacían
por hacerse más feos de lo que de suyo lo son, porque
igualase la fealdad de sus rostros con la maldad de sus
ánimos y con la fiereza de su condición, que en
toda cosa eran inhumanísimos»
(IV, 15: 444; la
cursiva es mía)9.
Pero, desde el punto de vista constructivo-retórico, la correspondencia o uniformismo se equipara con el mecanismo de la sinécdoque. En cierto sentido, la historia -tal como Garcilaso la concibe- es un arte metonímico, pues reproduce la totalidad mediante la presentación de alguna de las partes:
(II/2, 16: 247-248) |
La historia se
ocupa de casos excepcionales que puedan servir de ejemplo y eviten
repeticiones innecesarias: «que decir
cada cosa en particular sería nunca acabar y hacer nuestra
historia muy prolija»
(III, 8: 299).
El episodio del
estornudo de Guachoya (V/1, 5), que da lugar a la sentencia
uniformista por excelencia a la que me referí al principio,
es uno de esos «casos excepcionales». El suceso es
aparentemente ridículo y no pasa de ser una muestra
más de la comunidad de costumbres entre indios y
españoles. Así como los indígenas hacen
reverencias a sus jefes «a la usanza de
ellos, que se diferenciaba poco de la nuestra [...]»
(III, 5: 290), también utilizan «las mismas o mayores ceremonias que al
estornudar se usan entre los que se tienen por muy
políticos»
(V/1, 5: 462). De un gesto
mínimo (que sin embargo describe por menudo), Garcilaso va a
deducir toda una comunidad cultural y hace que lo note
explícitamente el personaje principal de su
historia10:
«¿No miráis cómo
todo el mundo es uno?»
. La frase de Hernando de Soto, no
obstante, parece una cita condensada de León Hebreo y revela
a las claras la fuente neoplatónica de esta
cosmovisión. En la traducción de Garcilaso
podía leerse: «El sumo Dios
produce con amor y gobierno el mundo y lo ayunta en una
unión; porque siendo Dios uno en simplicísima unidad,
es necesario que lo que de él procede sea también
uno en entera unión, porque de uno proviene y de la
pura unidad unión perfecta»
(Filón,
Diálogo II; De la Vega, 1996: 222; la cursiva es
mía).
Es esa
«entera unión perfecta» del mundo la que
permitirá recurrir a la sinécdoque y dar por descrito
todo el vasto espacio de la Florida y las costumbres de sus
habitantes con fijarse en una muestra significativa (Osachile),
pues «en lo común, todos tienen,
casi una manera de vivir»
(I, 4: 79) y
(II/1, 30: 202) |
Así las
cosas, todo lo que se aparte de la uniformidad deberá ser
explicado, pues, como señalara Avalle Arce, «todo lo que constituya una variante será,
por tanto, evidencia de error»
(21). En La
Florida Garcilaso no deja de manifestar su extrañeza
cuando se encuentra con estas «variantes» y debe
explicar por qué, en circunstancias iguales, pueden
encontrarse conductas diferentes. Recurre para ello al orden de lo
«esotérico» o al de lo probable, pero encuentra
una nueva analogía entre la historia que cuenta y la
historia romana:
Y cierto, en este paso, y en otros semejantes que la historia dirá, es de considerar cuál fuese la causa que unos mismos indios, en unos propios sitios y ocasiones, peleasen unos días con tanta ansia y deseo de matar los castellanos, y otros días no se les diese nada por ello. Yo no puedo dar otra razón sino que para pelear o no pelear debían de guardar algunas abusiones de su gentilidad, como lo hacían algunas naciones en tiempo del gran Julio César, o que por verlos ir de paso y no parar en sus tierras los dejaban11.
|
Pero, a salvo de
estas «excepciones», la unidad no se da sólo en
la visión que se tiene del «nuevo
mundo»
como objeto. A los habitantes de ese «nuevo
mundo» se les atribuye una perspectiva uniformista
idéntica. También los indios son capaces de ver que
«todo el mundo es uno»
. Como si
tradujera ese principio, el cacique Vitachuco es capaz de proponer
que «todos los españoles son malvados»: «¿No miráis que estos cristianos no
pueden ser mejores que los pasados, que tantas crueldades hicieron
en esta tierra, pues son de una misma nación y
ley?»
(II/1, 21: 172). Para mejor aquilatar la
irónica inversión del principio uniformista merece la
pena señalar que el principio de la pregunta retórica
de Vitachuco es idéntico al de la pregunta de Hernando de
Soto («¿No miráis
cómo todo el mundo es uno?»
). Bien impuesto de
uniformismo, Vitachuco, entonces, no puede esperar nada
bueno de unas figuras a las que -acudiendo a una metáfora
genesíaca- despoja de su linaje sagrado para considerarlos
«hijos del diablo y no del Sol y la
Luna»
(II/1, 21: 172).
La última
consecuencia que exploraré de esta concepción
uniformista del mundo apunta a la identidad de la motivación
ética de las acciones de indios y españoles: es la
«ambición de la honra»
(IV, 10: 429) y el «deseo de la
inmortalidad, conservada en la fama»
(II/1, 19: 168), que
-notablemente- sustenta la concepción de la escritura
historiográfica y promueve la exposición de modelos
de conducta que propicien su emulación.
Ése es el
código que mueve a Hernando de Soto, quien, según
Garcilaso, pretende ser émulo consciente de Cortés y
de Almagro12.
Pero también la doble emulación motiva a otros
españoles (ahora más en el sentir del autor que en el
saber de los protagonistas) cuando, al emprender una razzia acuática,
llevan «las espadas en las bocas a
imitación de Julio César en Alejandría de
Egipto y de los pocos españoles que, haciendo otro tanto en
el río Albis, vencieron al duque de Sajonia y a toda su liga
[...]»
(II/1, 25: 185-186), episodio
histórico-legendario, este último, que Garcilaso
relatará a continuación, aunque a priori poco tuviera que ver
con la historia floridiana, si no es por la semejanza.
En la
reconstrucción de ese código de emulación,
conviene recordar que Garcilaso señala que el ejemplo es
más poderoso cuando es de obra que cuando es de palabra,
pues resulta más fácil de imitar: «[...] y con el buen ejemplo de ellos se animaban
todos los demás españoles nobles y no nobles a hacer
lo mismo [a construir navíos], porque el obrar tiene
más fuerza que el mandar para ser imitado»
(V/2,
14: 518).
Pero la
sujeción a semejante código no es privativa de los
españoles. También a los indios les preocupa dar buen
ejemplo13
«a sus hijos y sucesores, y a todos los
soldados y hombres de guerra, cómo se hubiesen de haber en
casos semejantes [...]»
(II/1, 25: 187-188). Como puede
verse aquí, entre el ejemplo y el linaje hay una
vinculación estrecha, que alimenta la vena moral de la
concepción histórica de Garcilaso. El Inca va
más allá y propone que, como «todo el mundo es uno»
, esa moralidad
ínsita en la acción del indígena puede servir
de ejemplo también al español. Así, cuando un
«infiel»
es «magnánimo»
, hay que
representarlo, para mover a los fieles a la emulación:
Basta representar la magnanimidad de un infiel para que los príncipes fieles se esfuercen a le imitar y sobrepujar, si pudieren, no en la infidelidad, como lo hacen algunos indignos de tal nombre, sino en la virtud y grandezas semejantes a que por la mayor alteza de estado que tienen están más obligados14 . |
(II/1, 4: 124-125) |
Puesto que todo el mundo es uno y no hay territorio que esté olvidado de la mano de Dios, Garcilaso sabe que las criaturas modélicas pueden nacer también en tierra aparentemente estéril:
Mas Dios y la naturaleza humana muchas veces en desiertos tan incultos y estériles producen semejantes ánimos para mayor confusión y vergüenza de los que nacen y se crían en tierras fértiles y abundantes de toda buena doctrina, ciencias y religión cristiana15. |
(II/1, 4: 125) |
Esa
apología del indio modélico resulta, obviamente, un
eco de la proposición que Garcilaso hace en el proemio de
La Florida, según la cual él mismo resulta
un ejemplo para otros indios, el «principiante» (o
primero de una serie o linaje futuro) de «indios discretos»
cuyo mérito
sea reconocido por los sabios (69)16.
Sin embargo, al
Inca no se le oculta que la propuesta de una moral uniformista
basada en la honra y en la fama puede resultar en menoscabo de la
verosimilitud de su historia. Por eso se detiene en su escritura
para comentar que el deseo de honra y fama es «natural al hombre»
y «lo hay en todas las naciones por bárbaras
que sean»
(II/1, 19: 168) o que «escríbense estas cosas tan por menudo,
aunque parece que no son de importancia, porque se vea que la
ambición de la honra, más que otra pasión
alguna, tiene mucha fuerza en todos los hombres, por
bárbaros y ajenos que sean de toda buena enseñanza y
doctrina»
(IV, 10: 429). De ahí que su propia
escritura tenga cuidado de anotar los nombres de los protagonistas
de ambos bandos y se lamente de forma explícita cuando por
ignorancia no pueda hacerlo17.
Otro orden de la escritura historiográfica en que funciona el régimen de la reproducción por semejanza, entendida como emulación-simulación, se halla en la continuidad de los sucesos18, habitualmente representada como repetición de facto. La historia se repite, o bien la realidad se reconstruye a sí misma de modo análogo en tiempos o lugares distintos. Los ejemplos, desde luego, son múltiples en La Florida.
En varios lugares,
se recuerda la expedición de Narváez, cuyos pasos
repite la de Hernando de Soto («Por este
mismo paso, diez años antes, pasó Pánfilo de
Narváez con su ejército desdichado»
; II/1,
13: 149). Estas rememoraciones son obra del autor-escribiente (que
conoce otras fuentes) o bien se atribuyen a los indios, que son los
personajes que permanecieron en el lugar y pudieron haber conocido
las dos aventuras y ver los elementos que las unificaban. A veces,
esa experiencia previa anima a los indios para enfrentarse con los
españoles:
(II/2, 2: 210) |
En otras ocasiones, la referencia a una fuente escrita que recoge un paso semejante en las dos expediciones se refuerza por el relato que los indígenas hacen a los soldados que integraban la segunda, quienes, sin embargo, no tienen acceso directo a una información que sólo podrían encontrar escrita -significativamente- sobre el terreno mismo:
(II/2, 6: 220) |
Pero la repetición de sucesos es también importante en el marco de la propia jornada de Hernando de Soto. A veces, Garcilaso se contenta con señalar la repetición de lo que podríamos llamar sucesos verbales, que se consideran formulismos:
(III, 10: 306) |
Por lo general, el
autor no deja de recordar la repetición de determinados
lances («Otro lance al propio contamos
haber pasado en la provincia de Apalache»
, V/2, 5: 491),
pero los indios también incurren en la repetición
insistente cuando la ocasión lo exige: «Este recaudo envió muchas veces el
cacique Hirrihigua, que casi se alcanzaban los mensajeros unos a
otros. [...]»
(II/1, 11: 143).
Desde luego, el texto confiere la mayor importancia a los lances repetidos que protagonizan los españoles y, en buena medida, el discurso histórico aparece pautado por esa reproducción de sucesos, que afectan también a sus relaciones. Al principio de la obra, por ejemplo, se renueva el pacto de amistad que Hernando de Soto y Hernán Ponce habían sellado en el Perú, como garantía de que la expedición podrá continuar sin demasiados problemas. El gesto implica, por un lado, una re-escritura y, por otro, un reclamo de emulación en la conducta de los soldados respecto de los protagonistas:
(I, 15: 110) |
De nada
servirá, sin embargo, ese renovado (y simulado) pacto. La
amistad está quebrada y la discordia entre españoles
-que marcará el final de la jornada- queda ya apuntada en
este pasaje. Al final del texto, también se da la
información sobre otra conducta iterativa en los
españoles, las repetidas expediciones enviadas desde La
Habana por buscar cada año a Hernando de Soto: «[...] luego que asomó la primavera del
año cuarenta y tres, aunque los tres años pasados no
habían tenido nueva alguna, volvieron a salir, porfiando en
su empresa y demanda con determinación de no desistir de
ella hasta morir o saber nuevas del gobernador [...]»
(VI, 20: 578).
Justamente en este
lugar cabe considerar uno de los episodios más interesantes
de toda la expedición: el de la muerte y el doble entierro
de Hernando de Soto (V/1, 8: 470 ss.). Este episodio (que tiene influencia en la
estructura externa de la obra, al dividir en dos uno de sus libros)
está marcado por el simulacro y la
multiplicación19.
En primer lugar, los españoles «doblan» su dolor
porque no pueden darle la sepultura merecida a su gobernador ni
hacerle los honores de rigor; en segundo lugar, deben disimular esa
pena y simular que de Soto está vivo; en tercer
lugar, sospechando que la doble estrategia del disimulo y la
simulación no sea suficiente para engañar a los
indios, deben desenterrar el cadáver y volverlo a enterrar
en otro lugar más seguro, el cauce del Río Grande.
Esta última circunstancia da lugar (ahora en el orden de la
historia y no en el de la Historia) a una nueva
manifestación del régimen uniformista: las exequias
de Hernando de Soto fueron «semejantes
casi en todo»
a las de Alarico en el río Bisento
«mil y ciento y treinta y un años
antes»
y que Garcilaso reproduce acto seguido citando a
su fuente: «(palabras son del
Colenucio)»
20
Aunque
aparentemente la digresión trata, una vez más, cosas
«que no son de la historia»
, la
reproducción del entierro de Alarico es legítima, en
la concepción de la Historia que tiene Garcilaso y que
él mismo se permite hacer explícita,
asociándola a la cuestión del linaje:
(V/1, 8: 473-474) |
Los pasos, los
gestos y hasta los ritos se reproducen en tiempos o lugares
diferentes. También los protagonistas se imitan: indios y
españoles reproducen las mismas estrategias de guerra, por
ejemplo: «Parecióles, asimismo,
que el mejor y más justificado camino para prender a
Vitachuco era el mismo que él había imaginado para
prender al gobernador, porque cayese en sus propias
redes»
(II/1, 23: 180).
La táctica
militar será, por otra parte, uno de los campos en el que
los españoles deberán recurrir al simulacro,
entendido aquí como estrategia de repetición fingida,
marcada por la multiplicación-aumento: «Los españoles, sintiendo los indios,
entraron por el cañaveral haciendo ruido de más gente
que la que iba, por asombrar por el estruendo a los que estaban
dentro porque no se pusiesen en defensa»
(II/1, 9:
138).
Pero el
régimen del simulacro afecta desde luego a otros muchos
órdenes. Como re-construcción de lo deshecho, el
primer ejemplo lo encontramos muy pronto, antes de que los
expedicionarios abandonen Cuba (I, 13: 103): La Habana ha sido
destruida por los piratas herejes y la primera tarea que emprende
el gobernador Hernando de Soto consiste en poner a
disposición de los vecinos los medios para «ayudar a reedificar sus casas»
y, en
línea con el propósito evangelizador de la empresa (y
de la escritura del propio Garcilaso), «lo mejor que pudo reparó el templo y las
imágenes destrozadas por los herejes»
.
La aventura de Hernando de Soto, pues, comienza con una reconstrucción. Continuará igual tanto en el nivel del negocio, como en el del ocio. En una de las escenas más caballerescas del texto, por diversión, los españoles imitan el juego de cañas al volver a su cuartel, trasportando a las ciénagas floridianas una escena de prado artúrico:
(II/2, 16: 247) |
Mucho más adelante, se informa de que los españoles se entretenían jugando con naipes de pergamino, reproducción habilidosa de los que habían perdido:
(V/1, 1: 452) |
Son hábiles, pues, los conquistadores para reproducir en Indias aquello que han dejado atrás o aquello que han perdido. Pero se encontrarán con otras manifestaciones del simulacro menos halagüeñas: la realidad indígena les ofrecerá imágenes engañosas que llegan a frustrar sus aspiraciones materiales:
(III, 13: 316) |
La escena es interesante desde el punto de vista simbólico: la apariencia engaña; las aspiraciones de los españoles, al final se desmoronarán igual que esas planchas de falsa plata. Sin embargo, avanzando en el terreno de lo simbólico, el régimen del simulacro vuelve a aparecer. De acuerdo con la concepción uniformista del mundo y la cultura, Garcilaso no parece extrañarse de que en los templos indígenas aparezcan estatuas que, ni más ni menos, parecen imitar a las de Hércules, si es que la imitación no se da en sentido contrario:
Tenían diversas armas en las manos, hechas conforme a la grandeza de sus cuerpos. [...] hechas ni más ni menos que las porras que pintan a Hércules, que parecía que por éstas se hubiesen sacado aquéllas o por aquéllas éstas21. |
(III, 15: 321) |
El círculo cultural del que hablaba Asensio22 es en la escritura garcilasiana de doble giro. Pero si el régimen del simulacro puede valer para el ocio o puede sospecharse en la decoración, cuando se vincula al terreno de lo espiritual, entra en crisis y el círculo de la imitación se rompe. La emulación de gestos rituales es indicio de acceso a la verdadera religión en el caso en que los indios reproducen la conducta española:
En pos de los eclesiásticos fue el gobernador, y el cacique con él sin que nadie se lo dijese, e hizo todo lo que vio hacer al general y besó la cruz. Tras ellos fueron los demás españoles e indios, los cuales hicieron lo mismo que los cristianos hacían (IV, 6: 416-417).
En esas repeticiones e imitaciones de la conducta española puede irles la vida a los indios, aspecto que no puede ser olvidado. Por esa misma razón, aunque en un orden mucho más terrenal, los españoles se atreverán a imitar a los indios cuando sienten la presencia de la muerte:
(IV, 3: 407) |
Cuando el rito alimenticio, sin embargo, alcanza un punto de máxima intensidad espiritual, esto es se transforma en la eucaristía, no valen imitaciones ni simulacros:
(III, 31: 375-376) |
De ese modo, la misión evangelizadora de los españoles hace crisis. La carencia de recursos materiales pone en peligro esa misión y revierte sobre uno de los mensajes iniciales del discurso garcilasista en La Florida: para subvenir al proceso de evangelización, será necesaria la reproducción en América de un determinado régimen agrícola (algo propiciado por la fertilidad de la tierra) y también la reconstrucción de los símbolos.
En ese esfuerzo por copiar lo que no existe, por re-producir lo que no-está-ahí o por re-hacer lo perdido, La Florida se revela, entonces, como un texto que confiere gran espacio al simulacro23. Para concluir, hay que señalar que, en este sentido, el elemento simulado más importante que se introduce en el texto quizá sean las palabras de los personajes.
En el caso de los
parlamentos atribuidos a los indios, Garcilaso es consciente de que
arriesga la inverosimilitud de su proyecto historiográfico.
Pupo Walker (1985: 102) ha señalado cómo la tarea de
«pseudo-transcripción» de discursos
indígenas supone la creación de un corpus textual «propio de una organización cultural
avanzada»
. El simulacro, en efecto, es el
régimen: aunque Garcilaso se esfuerza por hacer creer que
esas imágenes verbales tienen un referente real, lo cierto
es que también es consciente de que no resulta
verosímil que la transcripción sea fiel en todos sus
detalles:
(II/1, 27: 191-192) |
La objeción
es interpretada en términos que equiparan la forma del texto
con la «nación»
(generación-linaje-raza). Al inscribirla, en cierto modo,
Garcilaso está afirmando esa equivalencia, acreditando el
testimonio indígena en virtud de la forma de su propia
escritura «de indio»
. Para
salvar el escollo, además, insiste en la fidelidad de su
labor reproductora de un discurso ajeno, tarea estrechamente
supervisada por el relator-autor, lo que protege contra cualquier
sospecha de «ficción»
:
(II/1, 27: 192) |
El temor a esa
objeción es tan grande que vuelve a reiterarse hacia el
final de la obra, también como necesidad de esquivar la
ficción. Paradójicamente, Garcilaso afirma que la
«extrema»
fidelidad en la
reproducción de los discursos puede ser tomada como «ficción»
:
[los indios] han hecho y dicho cosas tan buenas como las hemos visto y oído, que muchas veces me pesó hallarlas en el discurso de la historia tan políticas, tan magníficas y excelentes, porque no se sospechase que eran ficciones mías y no cosecha de la tierra, de lo cual me es testigo Dios Nuestro Señor, que no solamente no he añadido cosa alguna a la relación que se me dio, antes confieso con vergüenza y confusión mía no haber llegado a significar las hazañas como me las recitaron que pasaron en efecto, de que pido perdón a todo aquel reino y a los que leyesen este libro24. |
(VI, 21: 580) |
Las protestas de
fidelidad y veracidad en la reproducción, no obstante, son
necesarias, teniendo en cuenta la hipérbole con que a veces
Garcilaso ha caracterizado la elocuencia indígena, por
encima de la de «los más bravos
caballeros»
de Ariosto o Boyardo (II/1, 20: 171) y de la
cual la memoria (y la escritura) sólo ha podido retener un
pálido reflejo.
Si, al referirse a
los poetas épicos italianos, Garcilaso está apuntando
el modelo que él (y no los indios) intenta reproducir en la
transcripción de sus discursos, y por tanto,
ajustándose al canon poético de la verosimilitud
más que al histórico de la verdad, otros signos
tratan de compensar semejante deriva inscribiendo las
circunstancias «reales» de la enunciación de los
discursos. Esto se revela, básicamente, en la conciencia
reiterada de que se trata de traducciones y, por lo tanto,
de discursos modificados por la intervención de un
número indeterminado, pero habitualmente elevado, de
mediadores, como cuando de Soto habla con el cacique Guachoya
«mediante los muchos intérpretes
puestos como atenores»
(V/1, 5: 462) o cuando el
capitán Anilco pronuncia su discurso con plena conciencia de
esa mediación y por tanto lo hace «a pedazos, porque los intérpretes lo
fuesen declarando como lo iba diciendo»
(V/2, 10:
505).
La
reproducción de discursos indígenas constituye para
Garcilaso la piedra de toque de la verosimilitud de su historia.
Los españoles podían hacer gala de su elocuencia sin
suscitar incredulidad; pero la novedosa elocuencia de los indios
(que llegará a su culmen en los Comentarios reales)
exigía estrategias de «interpretación»
a las que la
mano del «escriba»
no
podía ser ajena. Así, en muchas ocasiones no se nos
dice de quién depende la traducción y, por eso, abre
un margen a su propia «versión»
(«respondieron en su lenguaje las palabras
siguientes que, interpretadas en la castellana, dicen
así»
; II/1, 26: 188).
Semejante libertad
implica una atención especial al peso de la herramienta de
reproducción: la lengua misma. Garcilaso, víctima del
«síndrome
analógico»
del que hablaba Pupo Walker (1982: 40),
utilizará palabras quechuas para referirse a realidades
floridianas, grabando profundamente la voz del autor-creador en la
obra:
(II/1, 10: 142) |
Al permitirse esa
licencia (llamar «curaca»
al
«cacique»
será la
manifestación más frecuente), Garcilaso trata de
retener una identidad lingüística que siente en
peligro: en la escritura se reproducen los trazos de esa identidad,
que debe ser conservada y aumentada (en los Comentarios
reales). Garcilaso, por eso, se reconoce en ese aspecto de la
experiencia del cautivo Juan Ortiz (una de las figuras de mayor
peso en la obra, como ha visto bien Voigt): el olvido de la
lengua:
(II/1, 6: 129-130) |
En
conclusión, cabría señalar que Garcilaso, en
pasajes como éste, revela una plena y moderna conciencia de
que la escritura es, ante todo, un mecanismo de reproducción
de palabras a punto de perderse. Con esas palabras puede
reconstruirse un mundo ya perdido y uniforme. Dejando a un lado el
evidente componente platónico de esa concepción
(saber es recordar; la apariencia de diversidad esconde una esencia
única), el párrafo recién citado es,
justamente, la prueba del éxito garcilasiano a la hora de
construir (concertando, desde luego, más de «seis y siete palabras en
oración»
) una nueva identidad y un nuevo mundo
lingüísticos.
- ANADÓN, José (1998): «History as Autobiography in Garcilaso Inca», en José Anadón (ed.): Garcilaso Inca de la Vega. An American Humanist, Notre Dame, Indiana, University of Notre Dame, pp. 149-163.
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