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En busca de conceptos operatorios: la anisotopía semántica1

Ignacio Soldevila Durante


Departamento de Lenguas y Lingüística
Universidad de Laval
Quebec, Canadá



En nuestro proyecto de estudio de la narración fantástica en lengua castellana, se procedió, en un primer tiempo, a estudiar un corpus textual hispánico, centrado en los siglos XIX y XX, procediendo a aplicar, para su análisis, las teorías vigentes en los últimos veinte años, de Caillois a Todorov, Bellemin-Noël y Bessière, sin olvidar las interesantes aportaciones críticas de algunos estudiosos hispánicos como Barrenechea, Bellavan, etc. Una excelente síntesis de dichas teorías, y definitivos ejemplos de su aplicación al análisis de algunas narraciones se hallan en el libro del inspirador y director del proyecto, Antonio M. Risco2. La investigación se planeó desde sus comienzos en dos dimensiones: la primera, teórica y sincrónica, de cuyos progresos da fe el citado libro y diferentes trabajos de nuestros colaboradores; la segunda, iniciada posteriormente, apuntaba a revisar diacrónicamente la misma materia de estudio. En esta empresa, el primer problema consistía en fijar términos a quo y ad quem. En estudios anteriores, y particularmente en el de Irène Bessière3 se daba por entendido que la narrativa fantástica, considerada en su oposición a la narrativa realista, tenía sus orígenes en el siglo XVIII. No obstante lo cual, en su análisis del Coloquio de los perros cervantino, Risco nos había probado que en el siglo XVII era posible hallar relatos fantásticos perfectamente modélicos. Para el término ad quem, Bellemin-Noël da prácticamente por hecho que la llamada ficción científica va ocupando, en las últimas décadas, el espacio que poco a poco le va cediendo la narrativa fantástica. Visión ésta de los hechos considerablemente menos búdica o parisino-centrista que la de Todorov, que daba por terminada la narrativa fantástica con el fin del siglo pasado. Del examen de estas hipótesis, por un lado, que consideraban la narrativa fantástica como un fenómeno histórico dentro de la evolución de la narrativa, y por otro, de nuestras lecturas de textos medievales y renacentistas, surgió el proyecto de reconsiderar en primer lugar los hitos liminares de la narrativa fantástica. De ahí, a replantearnos el problema de la fantasticidad el paso era corto e inevitable. Lo que se había convenido en llamar narrativa fantástica aparecía proyectado anacrónicamente hacia textos de épocas en las que dicho término no había sido acuñado, y por el otro extremo, aparecía subsistiendo tanto en la ficción científica como en otras especies narrativas no clasificadas por la crítica como fantásticas. Era tentador suponer que las formas históricas de la ficción científica, de la narrativa fantástica, del relato maravilloso, etc., correspondieran, en un nivel estructural todavía no determinado, a una constante que suyaciera en todas esas transformaciones históricas. No por ello se nos escapaba la consideración del peligro que acecha: otra especie de anacronismos como el que consistía en ver el realismo en la poesía épica castellana. La búsqueda de un nivel de análisis pertinente que nos permitiera evitarlo fue nuestro primer objetivo.

Básicamente se venía definiendo el relato fantástico por su introducción de lo inadmisible en el mundo de lo comúnmente admitido4. Esta noción implica, inevitablemente, que todo cambio en las creencias debe reflejarse en una traslación de los límites reconocidos entre lo admisible y lo inadmisible. Implica también, evidentemente, la consideración indispensable de la contextualidad cultural para fijar los límites de la fantasticidad. Y en último lugar, se legitima nuestra hipótesis de que sea posible hallar una constante de funcionamiento bajo dicha variable histórica. Esa constante había que buscarla, evidentemente, a un nivel no superficial, y fuera de las determinaciones datables. En esta tarea se nos impuso el recurso al método semiótico del análisis del discurso, y los resultados obtenidos hasta ahora nos han estimulado profundamente.

La organización del discurso al nivel superficial presupone al nivel profundo unos planteamientos de valores y una red de relaciones entre dichos valores, así como la existencia de un sistema de operaciones que permita y organice el paso de unos valores a otros. Si el discurso fantástico, tal como se lo ha definido para los siglos XVIII-XX, parece plantear la cuestión de la admisibilidad o inadmisibilidad (o la credibilidad/incredibilidad) de enunciados de estado, se nos imponía considerar en primer lugar el nivel de la sanción, en el que dichos enunciados de estado se modalizan (es decir, se califican las relaciones entre sujeto y objeto de dichos enunciados).

El hecho de que enunciados de estado y transformaciones construidos o estructurados a nivel de superficie en recorridos figurativos tengan como soporte, a nivel profundo, lo que se ha convenido en llamar, a partir de los trabajos de Greimas, isotopías semiológicas y semánticas, nos llevaba necesariamente a dicha relación en nuestra búsqueda de la constante de sanción. Si lo que garantiza, en último nivel, la homogeneidad y coherencia de los discursos, es la subyacencia de las constantes isotópicas, y si lo que caracteriza al discurso fantástico es la heterogeneidad y la incoherencia, suponer que los recorridos figurativos de este tipo de discurso tuvieran un soporte anormal isotópico era tentador como hipótesis exploratoria. Y frente a la isotopía, se nos configuraba la imagen provisional de la anisotopía. Si el discurso normal puede ser llamado isotópico, el que nos preocupa podría denominarse discurso anisotópico.

En la dirección de la hipótesis de la anisotopía, la cuestión inmediata e inevitable era la siguiente: ¿a qué tipo de isotopía se opone la anisotopía: a la semántica, a la semiológica? A priori, no excluimos ningún tipo de anisotopía, ya que una y otra se fundamentan en el conjunto de los semas constitutivos de los significados. Si consideramos la posibilidad de anisotopías semiológicas, el resultado afectaría, por tratarse de semas nucleares, a la relación entre las figuras y por consiguiente al funcionamiento figurativo -metáforas, juegos de palabras, etc. Si consideramos la posibilidad de un anisotopismo semántico que afecte al nivel clasemático de los sememas, este tipo de anisotopismo se revela como impidiendo la desambiguación de los enunciados producidos, puesto que no se produce la redundancia, es decir, la repetición de los rasgos mínimos clasemáticos. Se produciría, de ese modo, un discurso anormal característico, que según las épocas y las configuraciones culturales en las que apareciese, se denominaría y se recibiría distintamente. El discurso fantástico que hemos localizado históricamente entre el siglo XVIII y XX no sería sino una de esas formas del discurso fundamentado en el anisotopismo semántico, tal y como ha sido recibido, limitándolo dentro de la ficción literaria, y oponiéndolo al discurso isotopista entonces más valorizado y en vías de expansión hegemónica, es decir, el realista. Nótese bien que entendemos aquí por realismo una tipificación histórica legiferada del discurso isotópico, propia del racionalismo occidental durante una época bien determinada, y no la constante de nivel profundo de la que sería una manifestación, como la narrativa fantástica lo sería del discurso anisotópico.

A partir de esta primera hipótesis de trabajo, debemos intentar un repaso de las distintas instancias del recorrido generativo y ver si dicha hipótesis se verifica en ellas o sufre contradicciones que nos obliguen a una revisión de la misma. En el marco del presente congreso, la tarea de esta verificación, a través de su aplicación práctica a un texto contemporáneo, le incumbe a nuestro colaborador José María Nadal, más aguerrido en el estudio de las teorías de la escuela semio-lingüística de París, que es la que hasta ahora viene polarizando mayor número de estudiosos de nuestra área occidental, y que ha aspirado a un mayor rigor en la conceptualization.

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Nuestro estudio diacrónico se presenta ahora bajo una perspectiva más neta: hemos evitado, al menos aparentemente, el escollo del anacronismo que nos había inducido a buscar una fantasticidad narrativa fuera del espacio de la fantasticidad histórica, para orientarnos coherentemente en la búsqueda de los relatos fundados en ese anisotopismo semántico del que aquella no sería sino una manifestación histórica.

Sería simplista, no obstante, pensar que la problemática quedaba resuelta así. En primer lugar, hemos venido considerando hasta ahora discursividades anisotópicas desde una perspectiva cultural homogénea. Pero esta homogeneidad cultural es apenas poco más que una abstracción ideal, por no decir idealista. Ni siquiera estamos seguros de abarcar de manera suficiente el contexto cultural en el que se insertan nuestros textos de los siglos XIX y XX, para permitirnos detectar con cierto grado de exactitud la presencia del posible anisotopismo en los recorridos discursivos de los mismos. A medida que incorporamos a nuestro campo de investigación textos cada vez más alejados en el tiempo, las posibilidades de disfuncionamiento analítico se convertirán cada vez más en probabilidades, y en último término, en certezas que nos fuercen a resignar nuestro instrumental como inoperante o a reconocer la imposibilidad de eludir el anacronismo. Pero dentro del campo que nos hemos fijado en nuestro proyecto, nos parece posible llegar a resultados interesantes, si bien provisionales.

Otro aspecto de la heterogeneidad de los contextos culturales es, dentro de un mismo espacio socio-cultural, la división estamental. Lo que para un estamento o grupo o clase puede ser un discurso anormal, no lo será para otro. Y por descontado, hay que considerar la existencia de discursos producidos intencionalmente como desviantes por un grupo que quiere encubrir -por razones de seguridad, protección u otras- ideologías minoritarias o elitistas, bien a través de una engañosa transparencia (las alegorías herméticas de los goliardos medievales sería un buen ejemplo), bien de una evidente opacidad textual.

Se nos plantea también la probabilidad de discursos anisotópicos transculturales. Tanto a nivel espacial -entre culturas coetáneas- como temporal -culturas sucesivas dentro de un mismo espacio- la lectura de sus textos puede producir efectos anisotópicos debido al desconocimiento de la contextualidad cultural (mundo de la semiótica natural) y del contenido pertinente del lexicón. El efecto de una lectura anacrónica a nivel isotópico produciría efectos equivalentes al anisotopismo sincrónico. Tanto si la clave es accesible como inaccesible al lector, el resultado es la aparición de lecturas anisotópicas de textos producidos con funcionamiento isotópico, cuya legitimidad es discutible, pero no rechazable a priori, puesto que es tan frecuente -o aún más- que las lecturas homologas5. El trabajo de hermenéutica textual es consecuencia inmediata de las carencias en el conocimiento de entidades culturales y de la voluntad de alcanzar lecturas homólogas en diacronía y en diatopía, que podríamos denominar, sin intención peyorativa, arqueología y turismo culturales textuales.

El mecanismo puesto en marcha para nuestra exploración del corpus textual transcultural se basa en un acercamiento doble y complementario a nivel semiológico. Al nivel discursivo se trata de realizar un itinerario analítico partiendo de las configuraciones discursivas hacia los recorridos figurativos para terminar a un nivel semántico, e inversamente, partiendo de los semas, vía los recorridos figurativos, llegar hasta las configuraciones discursivas. Al nivel profundo, la misma operación se repite, pero esta vez a partir de las figuras lexemáticas a los sememas y los semas, e inversamente. Se procede así a un recorrido equivalente a lo que en semántica lingüística se llaman recorridos onomasiológicos y semasiológicos, respectivamente6.

Con estos estudios de dos niveles y dos sentidos intentamos reconstruir e] isotopismo y el anisotopismo de los textos del corpus, procediendo luego a una reconstrucción del contexto cultural que los mismos implican. Y viceversa, partiendo de la descripción de los contextos tal como nos los relatan los historiadores de la cultura, cotejarla con la obtenida por nuestros análisis textuales de la época descrita.

Evidentemente, hasta ahora hemos considerado exclusivamente la posibilidad de producción de discursos anisotópicos, pero no por ello descartamos que en determinadas situaciones contextuales los enunciatarios no procedan más allá de la enunciación de su incompetencia para establecer discursos isotópicos sobre una situación considerada como objeto del discurso. Lo cual equivaldría a la abstención manifiesta de concretar una situación enunciativa con un enunciado que se prevé no isotópico. Y, en el mejor de los casos, se expresa la incapacidad o la renuncia a tal ruptura del contrato contextual

Vid., p. ej., K. Baldinger, Teoría semántica, Madrid, Alcalá, 1970, págs. 243-47.





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