Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice


 

131

Méndez Plancarte, t. I, p. LVIII. En lo sucesivo se utilizará MP para el crítico mexicano siempre que aparezca en las notas.

 

132

Octavio Paz en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe ve, en la salida de la niña Juana de su hogar campestre para ir a casa de su tía rica en la ciudad de México, el deseo de la madre de salir de ella o de la misma niña de apartarse de su casa por no sentirse bien allí; Paz considera que la situación de la niña en la casa rica era la de «arrimada». No me parece convenir con el concepto de «arrimo» el hecho de que la muchacha consiguió en casa de los Mata lo que había deseado desde muy niña: tener maestros caros que le abrieron un mundo nuevo intelectual así como social (véase mi «Sobre la versión inglesa de Las trampas de la fe, de Octavio Paz»). Hay que pensar que la madre -quien aunque fuera ¡literata tenía obviamente un carácter fuerte e inteligencia despierta- hacía rato que se había dado cuenta de las dotes extraordinarias de la hija y resolvería su marcha a la capital aprovechando la invitación de la tía, invitación probablemente arreglada por el abuelo. Es obvio que la niña alternaba, o se dio a conocer, en las altas esferas, lo que tampoco se aviene con la idea de arrimada, ya que, poco después, saltó de la casa de los Mata al palacio virreinal invitada por la virreina.

 

133

Alatorre, en su trabajo ya mencionado («Para leer la Fama [...]», p. 453), haciéndose eco de Maza, se pregunta por la ausencia de mujeres mexicanas, incluyendo a las monjas, en las colaboraciones dedicadas a SJ que aparecen en esa obra, y concluye con una pregunta: «¿No habrán sido ellas las primeras "guillotinadas" por Castorena?» (el editor mexicano de Fama).

 

134

Véase lo que digo más adelante y en la nota 15.

 

135

En la Biblioteca Municipal de Madrid (BMM), encontré un libro de un Diego de San José: La corte del rey embrujado. Memorias de una dama de María Luisa de Orleans, s. l., Sanz Calleja, fechado, al final, en marzo de 1923. En el «Prefacio», el autor jura por su alma que no es novela, que es reproducción del manuscrito que le pasó «una niña bien» amiga suya, diciéndole que eran «papeles de la abuela Amelia». Se trata del diario de una dama española que estuvo al servicio de María Luisa de Orleans cuando ésta vino a ser reina de España por su matrimonio con Carlos II. La autora, se dice: ahí, vivió muchos años y conoció a varios reyes: Carlos II, Felipe V, Luis I y Fernando VI; terminó sus días como monja en el monasterio de las Baronesas, en la calle de Alcalá, esquina con la de los Siete Jardines. Lo que importa en esta obrita es que, en la descripción del recorrido que se hace de María Luisa para reunirse con su ya marido por poder, al por poder, pasar por Segovia, se menciona a una doña Leonor Pimentel y Ludeña, viuda rica, que leía a Santa Teresa, a María de Zayas y a Sor Juana.

 

136

Doy las gracias a María del Carmen Simón Palmer por propiciar «mi» entrada a palacio, a los Archivos y Biblioteca de Palacio, coto cerrado, en el otoño de 1989 cuando estuve todo un semestre en Madrid e hice acopio de gran parte de la información que utilizo en este trabajo. También quiero expresar mi agradecimiento a María Isabel Barbeito por la mucha ayuda que siempre me ha prestado y, especialmente, por permitirme copiar de su «raro» (por difícil de conseguir) e indispensable libro en estas cuestiones relacionadas con mujeres de la época que tratamos: Escritoras madrileñas del siglo XVII. Aprovecho la oportunidad para agradecer la ayuda prestada en el Archivo de Palacio y en su Biblioteca.

 

137

SJ mantuvo relaciones estrechas con distintos virreyes de la Nueva España de su tiempo, especialmente con los marqueses de Mancera, virreyes de 1664 a 1673; los marqueses de la Laguna, desde noviembre de 1680 a noviembre de 1686 (permaneciendo en México hasta el 25 de abril de 1688); y los condes de Galve, de 1688 a 1696. Le dedicó tres sonetos funerales a Pedro Nuño Colón de Portugal, duque de Veragua, 1673, con motivo de su llegada e inesperada muerte ocurrida unos días después, y fue amiga de fray Payo Enríquez de Ribera, virrey en 1673, a quien le dedicó el largo y muy interesante romance que comienza: «Ilustrísimo don Payo». Asunción Lavrin, recientemente, me ha hablado de la correspondencia de la condesa de Galve, que ella ha visto; no se encuentra ahí -me dice- nada en relación con SJ. El libro se debe a Meredith D. Dodge y Rick Hendricks, editores, Two Hearts, one Soul: The Correspondence of the Condesa de Galve, 1688-1696, Albuquerque, University of New Mexico Press, 1993.

 

138

Agradezco a Dágmar Salcines de Blanco, amiga cubana que reside en Madrid desde hace muchos años y quien se dedica a la heráldica, la siguiente información tomada de Elenco de Grandezas y títulos nobiliarios españoles, Instituto de Salazar y Castro (CSIC). Ediciones de la revista Hidalguía, Madrid, 1988. Sobre el marquesado de Mancera: «le fue otorgado el 17-VII-1623 a D. Pedro de Toledo y Leyva, IV [?] Señor de Mancera, Virrey del Perú, Embajador en Alemania y Venecia, Caballero de Alcántara. La Grandeza de España le fue otorgada al II Marqués D. Antonio Sebastián de Toledo y Molina, Caballero de Alcántara, en 1686 o en 5-X-1692» (estas fechas son distintas de la que da Kamen, como se mencionará más adelante). «En la actualidad lo ostenta el Duque de Arión desde el 4-XII-1959. El Ducado de Arión también tiene Grandeza de España: Don Gonzalo Alfonso Fernández de Córdoba y Larios, quien es también Duque de Cánovas del Castillo, Marqués de Povar, de Malpica y de Valero». Sobre los marqueses de la Laguna, y condes de Paredes: «No encuentro referencias sobre el Marquesado de la Laguna. El título de Conde de Paredes de Nava le fue otorgado el 10-V-1452 a D. Rodrigo Manrique de Lara por D. Juan II de Castilla. D. Rodrigo fue Condestable de Castilla y Maestre de la Orden de Santiago [es el de las Coplas que escribió su hijo Jorge Manrique a su muerte]. La Grandeza de España le fue concedida en 1678 a la XI Condesa D. María Inés Manrique de Lara, Princesa del Sacro Romano Imperio. Se declaró Grandeza de Primera Clase en 1758. Desde el 25-IX-1986 ostenta este título D. Juan Travesedo y Colón Carvajal, Comandante de Infantería». Sobre los condes de Galve: «Título otorgado en 1573 a D. Baltasar de la Cerda y Mendoza, hijo de los I Condes de Mélito y Aliano. Es uno de los títulos anexos al Ducado de Alba de Tormes (Ducado de Alba). D. María del Rosario Cayetana Fitz James Stuart y Silva lo ostenta desde el 18-11-1955, lecha en que heredó todos los títulos anexos al Ducado de Alba de Tormes, más conocido como Alba». Sobre la «Duquesa de Aveyro (Guadalupe de Lancaster)»: «El Ducado de Aveyro tiene Grandeza de España. Fue creado en Portugal en 1-1-1547 y restituido en España en 1-11-1681 a la persona de D. María Guadalupe de Lancaster. Después de varios años de no usarse, fue rehabilitado, con Grandeza de España, en 1917 a D. Luis de Carvajal y Melgarejo. Desde el 8-X-1965 ostenta este título D. Luis Jaime de Carvajal y Salas. Sobre los condes de Villahumbrosa: «Otorgado a D. Pedro Niño de Ribera y Guevara, Silva y Fajardo, Caballero de la Orden de Alcántara, el 29-VII-1625. Actualmente lo ostenta el Duque de Alburquerque desde el 23-IV-1954 en que entró en posesión de los títulos anexos a la casa de Alburquerque, D. Beltrán Alfonso Osorio y Díez de Rivera».

 

139

Una de estas mujeres lo era, sin duda, Juana de Armendáriz y Ribera, marquesa de Cadreita (o Cadereita, Caldereyta) por título propio, duquesa de Alburquerque por su marido, quien había sido virreina de México (Salazar y Torres fue muy favorecido de estos duques y estuvo con ellos en México) y, de regreso a España y ya viuda, fue camarera mayor de las dos esposas de Carlos II, María Luisa de Orleans y Mariana de Neoburg (véase, de Isabel Barbeiro, «Testamentos de Mariana de Neoburgo»). Dice de ella Maura: «Aunque intransigentemente españolista en ideas y costumbres, pertenece al grupo reducidísimo de intelectuales de la época, que disminuye lejos de aumentar, puesto que en todavía más que en otros países, la cultura femenina, vilipendiada por los varones, viene decreciendo, de generación en generación, desde fines del renacentista siglo XV» (Maura, op. cit., t. I, p. 382).

 

140

Las meninas, así como los meninos, eran niños de familias nobles que entraban a servir a las reinas y a las infantas; en el caso de las niñas, antes de calzarse los «chapines», lo que suponemos ocurría a los 15 años. Dice el Diccionario de Autoridades: «La señora, que desde niña, entraba a servir à la Reina en la classe de Damas, hasta que llegaba el tiempo de ponerse chapines». Para cuándo era que llegaba ese tiempo, no hallo noticias claras; el mismo diccionario dice que «Poner en chapines: Es poner en estado á una muger, casándola, y dándola diferente nombre, ò empléo de mera doncella: y assi en lo antiguo equivalía esta locucion à lo mismo que casarse», lo cual no parece convenir al significado que buscamos. «Chapín» o «chapines» era un calzado femenino muy elegante, con suelas muy gruesas, originarios de España (en Valencia), que luego se pusieron de moda en la Italia del Renacimiento y se extendieron a otros países europeos durante el siglo XVI. Hay mucha información sobre ellos; he consultado a Carmen Bernis, Trajes y modas en la España de los Reyes Católicos, I. Las Mujeres; y a Pilar Cintora, Historia del calzado; véase también el Diccionario de Autoridades. No tuve acceso al trabajo de Francisco Dávila, Los chapines en España. Isabel de Castilla, la reina «católica», cumplió diecisiete años el 22 de abril de 1619 «y solemnizó la fiesta poniéndose chapines» (Germán Bleiberg, Diccionario de historia de España, t. 2, p. 30, col. 1). Esto no nos asegura, sin embargo, que los 17 años fuera la edad prescrita para ponérselos. Aunque he tratado de informarme en congresos y otras partes, no he podido aún averiguar ni a qué edad empezaban a servir las meninas, ni a qué, edad se ponían chapines las damas de palacio. Posteriormente, María del Carmen Simón Palmer me ha propuesto los 14 años; yo sugiero la edad de 15 por la tradición española, tal vez de origen antiguo, en la que las jóvenes todavía hoy entran en sociedad; lo cierto es que no se sabe.

Indice