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171

María Isabel Barbeito Carneiro, Escritoras madrileñas del siglo VXII. Estudio bibliográfico-crítico, t. 1, pp. 326-428.

 

172

Para la relación de la familia de la duquesa de Aveiro, desde sus orígenes, así como para los títulos que heredó a la muerte de su hermano Raimundo, véase a Velo Nieto, op. cit.

 

173

Véase mi Inundación castálida, pp. 218-244.

 

174

En la antesacristía del Monasterio de Guadalupe hay un retrato de la duquesa con sus tres hijos (que no me permitieron fotografiar). Es de grandes dimensiones y aparece, en la parte central la duquesa, de cuerpo entero; a la izquierda está uno de sus hijas varones, seguramente el mayor, y a la derecha los otros dos hijos: el otro varón y la chica. Está vestida lujosamente y es una mujer alta y esbelta, hermosa. El cuadro presenta una cinta blanca y larga con inscripciones que no pude leer por estar colocado muy alto.

 

175

María Isabel Barbeito Carneiro, op. cit., p. 325.

 

176

Miguel Hurtado, Breve noticia de la enfermedad, muerte y entierro de la Excelentísima Señora Duquesa de Aveyro y Maqueda, mi señora Dona María de Guadalupe Lancaster [...], p. 58. El mismo Hurtado nos dice: «Su abstracción de las dependencias, y cumplimientos de la Corte fue tan exemplar, que en muchos años las pocas vezes, que salió de casa, sólo fue, ò para asistir á los Oficios de Semana Santa en la Casa Professa de la Compañía de Jesvs, ò para ir à las Iglesias de las Señoras Descalças Reales, ó de la Encarnación à venerar [...]», loc. cit.

 

177

Ibidem, pp. 59-60.

 

178

Ibidem, p. 30. Ver también María Isabel Barbeito, op. cit., p. 327.

 

179

Cuando visité el Monasterio de Guadalupe en 1985, leí varios ejemplares de la revista que allí se publica, El Monasterio de Guadalupe; es curioso el empeño que se pone, en algunos artículos, en asegurar que la Guadalupe mexicana proviene de la Guadalupe peninsular. (Hice comentarios sobre el particular en el capítulo que escribí para una «Historia de la literatura hispanoamericana. Época colonial» que se iba a publicar para el Quinto Centenario y que ahora va a publicar Amos Segala en Francia; el coordinador fue el hispanista italiano Giuseppe Bellini). La Guadalupe peninsular fue devoción de muchos conquistadores desde Colón, y especialmente lo fue de Hernán Cortés; era imposible que la devoción del pueblo mexicano la aceptara como tal. Aunque a la Guadalupe extremeña se la llama «la morenita de Villuerca», y a la Guadalupe mexicana se la llama también «morenita», adoptó otras muchas características que la hicieron muy diferente. No solamente es morena, es india y reminiscente de una diosa azteca; no se presenta como madre -siempre la extremeña con el Niño en brazos-, se nos presenta como una virgen inmaculada, antes de la concepción, como evocando las tierras vírgenes de América. Hay en el Monasterio de Guadalupe lo que llaman «el camarín de Guadalupe» que es un lugar resplandeciente en el que se hallan ocho estatuas, de autor anónimo, de mujeres fuertes de la Biblia: Judit, Abigail, Ruth, Jael, Sara, María (hermana de Moisés), Débora y Ester, cada una de ellas con el instrumento que las caracteriza. ¿Quién las encargó o las pagó? ¿Cuál es su historia? Son posteriores (de 1736-1739) a la duquesa de Aveiro; no encontré ninguna pista sobre la persona, ¿una mujer?, que tuvo que ver con el proyecto. En la misma revista del monasterio, leí de Alfonso Junco, «Carta de Viaje. Por Toledo y Guadalupe», t. XV, 1950. Parece que se publicó también en México en Novedades, el 29 de julio de 1950. Se trata de la entrega de una imagen de la Guadalupe mexicana que llevaron a Guadalupe de Extremadura.

 

180

Gervasio Velo Nieto da el día 12 (op. cit., parte 6, p. 186).

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