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241

Recordar que, según Plutarco (ver nota anterior), Julia no murió de ese aborto sino un año posterior, de parto, en el cual también se perdió el hijo.

 

242

Porcia fue hija de Catón, de Utica. Se casó en segundas nupcias con Bruto, el asesino de César, guardando el secreto de la conspiración contra éste. Su prudencia, saber filosófico y ternura conyugal eran alabados. A la muerte de Bruto se negó a seguir viviendo; sus amigos, conociendo su deseo de morir, se llevaron todas las armas de su casa pero Porcia encontró el modo de darse muerte: al tragar carbones encendidos (año 42 d. C.).

 

243

Según el Diccionario de Autoridades, es voz latina que «[s]ignifica assimismo perdón o absolución de culpa u delito». «Remisible» es adjetivo que significa lo que se puede remitir o perdonar. Este epígrafe -recordemos que no pertenecen a SJ sino que eran interpretaciones o resúmenes del editor- se puede explicar de este modo: el fuego material no tuvo la culpa de causar la muerte de Porcia, la causó el fuego del amor que la llevó a tragar las brasas encendidas.

 

244

Marcial, libro I, núm. 43. Agradezco a Elías L. Rivers el hallazgo y traducción de este epigrama entre los clásicos latinos. Se da la información mínima necesaria para que pueda leerse; en cualquier edición.

 

245

Píramo y Tisbe fueron dos jóvenes de Babilonia ardientemente enamorados a cuyo amor se oponían sus padres. Se hablaban a través de un muro de sus casas, que eran vecinas. Un día, resolvieron encontrarse en la tumba de Nino bajo un moral blanco, en las afueras de la ciudad. Había oscurecido, y cuando un león (o leona) se acercó a Tisbe, la primera en llegar, ésta huyó dejando detrás su manto que el león manchó de sangre. Al llegar Píramo y ver el manto de Tisbe tiznado en sangre, la creyó muerta, y sacando la espada se atravesó el pecho. Al volver Tisbe más tarde y hallar a su amante muerto, se lanza sobre él atravesando su pecho con la misma espada de Píramo; la sangre de los amantes impregna el moral que, desde entonces, se vuelve rojo oscuro. Este mito es de origen babilónico transmitido por Ovidio (Metamorfosis, IV, 12 y ss.), lo cual apunta a su divulgación en el mundo griego. Según información que agradezco a John Cull, profesor del College of the Holy Cross, el moral tiene las siguientes connotaciones: prudencia, silencio e ironía; las dos últimas parecen convenir a nuestro mito, así como la prudencia, que los jóvenes no siguieron.

 

246

MP tiene en su edición (t. I, p. 283) «aun», que fue lo mismo que yo decidí poner en la mía de Inundación castálida: «incluso hoy» o «hasta hoy». Me pregunto, sin embargo, si «aún» (todavía), no le daría un tono más fuerte y sostenido, como parece convenir al poema.

 

247

En el Diccionario de Autoridades se encuentran muchas definiciones para «despecho» s. v. De todas ellas la que creo más apropiada para este texto es: «sentimiento vehemente».

 

248

Después de leer este trabajo en el congreso en conmemoración de la muerte de Sor Juana en mayo de 1995, en Los Ángeles (organizado por Susana Hernández Araico y respaldado por José Pascual Buxó), Frederick Luciani me envió un artículo suyo en manuscrito: «Sor Juana's Roman Heroines: A Reconsideration of the "Sonetos Histórico-Mitológicos"», que leyó, hace unos años, «at the annual meeting of the New England Council on Latin American Studies»; también me informó de otro estudio que incluye el tema específico de Lucrecia, de Janice Jaffe, «Sor Juana, Artemisa Gentilischi, and Lucretia: Worthy Women Portray Worthy Women», en Romance Quaterly, Kentucky, vol. 40, núm. 3, 1993, pp. 141-155.

 

249

He tomado esta octava de Vida, excelencias y muerte del gloriosísimo patriarca San Josef esposo de Nuestra Señora, de José de Valdivielso; se halla en el Canto VI, «De la pureza del glorioso San Josef». Utilizando la técnica del sobrepujamiento, al comienzo de ese canto se hallan seis octavas seguidas en las cuales se dan ejemplos de cosas imposibles o casi imposibles de suceder que terminan con el pareado final: «Que más es que un varón y una doncella / moren juntos, él casto y virgen ella». Es decir, todos esos ejemplos sirven para encarecer el hecho de que, al lado de todos esos imposibles, es más imposible todavía que un hombre y una mujer (San José y la Virgen María en este caso) vivan juntos permaneciendo castos. Percibimos, de esta manera, no sólo las actitudes imperantes en el siglo XVII -entre la lujuria y la religiosidad- sino la del mismo autor: recordemos que Valdivielso era muy amigo de Lope de Vega de quien, por fuerza, conocería su vida desordenada; Lope podría ser el prototipo de ese mencionado contraste del siglo. Valdivielso fue el padrino de quien se llamaría luego Sor Marcela de San Félix, la hija de Lope que -junto con Sor Juana- vamos a considerar en este trabajo. El poema a San José se ha tomado de Poemas épicos, t. II, Madrid, 1948, pp. 139-244; la cita se encuentra en la p. 159. He modernizado el texto respetando las grafías significativas.

 

250

Para un repaso de estas cuestiones, véase a Evangelina Rodríguez Cuadros, «Ventaneras y bachilleras: mujer y escritura en la España del Siglo de Oro», en Sonia Mattalía y Milagros Aleza, eds., Mujeres: escrituras y Lenguajes (en la cultura latinoamericana y española), València, Universitat de València, 1995, pp. 109-122; véanse especialmente las pp. 110-114.

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