Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente



  —[79]→  

ArribaAbajoSor Juana: mujer letrada y americana en su romance a la duquesa de Aveiro

  —[80]→     —[81]→  

Si en el mundo hispánico hubo alguna mujer capaz de desarrollar su escritura en el centro del discurso masculino dominante de su época, fue sin duda Sor Juana Inés de la Cruz; a ella, ciertamente, no se la pudo excluir de la polis, «la ciudad letrada» de la que -como todo el mundo sabe- nos ha hablado Ángel Rama, y en la cual se desarrollaba la alta cultura oficial. Según documentos que han llegado recientemente a nosotros, su voz quizá, pero sus acciones no cayeron en el silencio ni siquiera al final de su vida. De todos modos, por lo mucho que ya había dicho a través de sus escritos, podemos tratar de desentrañar el significado de su voz de mujer y de americana. Aunque la monja conoció muy bien el ambiente opresor que la sociedad de su tiempo aplicaba a las mujeres que no aceptaban el status quo, ella se afirmó en la experiencia colectiva de las mujeres destacadas de las que le había llegado noticia, formando así eslabones a través del tiempo y del espacio; eslabones en los que, implícitamente, también se insertaban aquellas voces que habían sido del todo silenciadas. Así, lo que plasmó en su escritura durante el recorrido de su vida, al recoger otras existencias femeninas a través de la historia, se convierte en el tiempo eterno, universal, de la presencia de la mujer en el mundo. Sor Juana también llegó a considerar la posibilidad de guardar   —82→   silencio pero, afortunadamente, se decidió por dejar oír su voz, según nos dice en la Respuesta92. De este modo, nos revela un sentido histórico y social ejemplar, tanto en cuanto se refiere a su «feminismo»93 como a la problemática de su personalidad de criolla. La lección que aprendemos de ella, a pesar de los siglos que median, es que, aun suponiendo que sigamos sometidas y nos convirtamos en cooperadoras del poderoso, por muy restringidas que sean las voces y por muy condicionadas que estén al poder social o intelectual94, debemos utilizarlas al máximo posible. Porque después de todo, si nuestras voces adoptan el discurso masculino, éste, como se ha dicho, se encuentra dentro de lo que podemos entender como «discurso humano»95. Si Sor Juana utilizaba una lengua que era el patrimonio de los hombres letrados de su época, su experiencia y saber del mundo se articulan en esa misma lengua creando, paradójicamente, su propia identidad.

La vida y obra de Sor Juana es un proceso largo y doloroso, es una búsqueda de esas vertientes de su personalidad doblemente «colonizada» de mujer y de criolla96. Y la conciencia   —83→   de esta problemática comienza muy pronto, como nos lo dice en la Respuesta cuando nos habla de que, para ser admitida en la Universidad, le propone a su madre vestirse de hombre; es decir, cuando, por medio de esas palabras, nos da pruebas de que ya su experiencia de hembra-niña se había transformado en conciencia de hembra-mujer al registrar, ya mujer adulta, ese dato como importante en la confección de su carta al obispo de Puebla: una experiencia vital se convierte así en literatura. En su mundo barroco, con toda la vacilación, ambigüedad y contradicciones que le son propias -la contradicción es una forma de rebelión-, también Sor Juana, en su obra, nos da muestras de su conciencia criollista97. De hecho, el Barroco contribuiría a la simultaneidad, probablemente inconsciente, de discursos aparentemente opuestos, expresión de la lucha interna de sentimientos por su tierra y la metrópolis; en otro plano, es una batalla parecida a la que llevaba adelante en defensa de su derecho como mujer a la intelectualidad aunque en esta lucha se nos muestra aún más firme que en aquella.

De las preocupaciones de tipo femenino y de las inquietudes de criolla de Sor Juana hay ejemplos a todo lo largo de su obra98. Aunque Sor Juana tenía conciencia clara de la marginalización de la mujer, y esto la llevaría a identificarse con la alienación social sufrida por los indios y negros (hombres y mujeres) a quienes les da voz en sus villancicos, el romance que vamos a tratar se dirige a una mujer de la clase noble; eran ellas las que tenían más posibilidades de llegar a la instrucción de letras que ofrecía la época y, por tanto, no es   —84→   de extrañar que ella se sintiera a gusto en su compañía99. La preocupación de la monja por encontrar ejemplos de mujeres destacadas o de alto saber intelectual, es decir, por afirmarse a sí misma como tal y por insertarse en una comunidad femenina de alta clase, la llevó a rastrear la historia, la mitología, la literatura, la filosofía y el saber de todas las épocas hasta llegar a la suya, sin hacer distinción de credos, razas o modos de vida: Eva, Isis, Minerva, Cleopatra, Santa Catarina, etcétera; son muchas las mujeres que aparecen en su obra. Es, sin embargo, la Virgen María aquella que nos presenta con más asiduidad como alto ejemplo de mujer fuerte100 e intelectual hasta ponerla al nivel de Dios mismo101; no es de extrañar que así lo hiciera con María de Nazaret ya que en la lucha diaria que llevaba a cabo en la sociedad patriarcal en que vivía, este ejemplo lo era de una figura religiosa que no podía ser negada por la alta jerarquía clerical. La lucha número uno de Sor Juana fue en favor de la igualdad de capacidad intelectual entre los sexos; defendió siempre ese principio fundamental como mujer y como religiosa basándose en la justicia divina al crear al ser humano.

El largo romance dirigido a la duquesa de Aveiro, que tiene aspectos de la carta horaciana renacentista, constituye un preludio, una muestra probablemente temprana y quizá menos llamativa que otras, de esas dos preocupaciones: la feminista y la americanista, de la «Fénix americana» de que hemos venido hablando y que se presentan conjuntamente en este poema102. Comienza con el verso: «Grande duquesa de   —85→   Aveiro», mencionando los altos títulos de la noble portuguesa teniendo cuidado en señalar que sus «prendas generosas» y el «valor» de ella como persona, es decir, sus dotes personales y lo que ella ha logrado por sí misma, valen más que los títulos heredados por la sangre. La generosidad cristiana que le han contado de la duquesa y, sobre todo, su fama como mujer docta, es lo que ha motivado la carta, como le dice hacia el final de la composición: «Yo, pues, con esto movida / de un impulso dominante, / de resistir imposible / y de ejecutar no fácil [...]»103. No importa que nadie recuerde hoy el nombre de la duquesa como mujer letrada; lo que importa es la voluntad de Sor Juana de registrar su nombre como tal para la posteridad: comparemos esta práctica de la poeta con el escrutinio que se hace hoy dentro de la crítica feminista por rescatar nombres de mujeres escritoras de un   —86→   posible olvido, preocupación que sólo ha comenzado en los años veinte de este siglo104.

Antes de tratar los dos temas principales que hemos señalado en esta composición, Sor Juana, en forma breve, paga el acostumbrado tributo a la belleza de la mujer, prenda superlativa, además de la virtud (o de la aceptación de las costumbres imperantes), en el pensamiento patriarcal de la época. Lo esencial, en todo caso, es el hincapié que hace en lo intelectual de la duquesa otorgándole el título de Minerva (al recordar el premio ganado por ésta en la prueba a la que la sometieron junto a Neptuno, según aparece en el Neptuno alegórico105 de la monja), el de «alta Sibila española» y el de «cifra de las nueve Musas», «primogénita de Apolo» y «presidenta del Parnaso», colocándola, de este modo, en escala de igualdad nada menos que con el dios de la poesía. Hay una estrofa significativa en la que Sor Juana destila su lucha como mujer106:


claro honor de las mujeres,
de los hombres docto ultraje,
que probáis que no es el sexo
de la inteligencia parte.



Estos mismos conceptos los dcsarrollará la monja hasta la última parte de su vida -demostrando que, aun bajo fuertes presiones, seguía manteniendo la integridad de sus creencias- como aparece en los villancicos de Santa Catarina. La estrofa que hemos transcrito se entiende como si Juana nos voceara desde el siglo XVLI predicamentos feministas de hoy que nos dicen que «la desigualdad de los sexos no nos llega   —87→   transmitida por lo biológico ni por mandato divino, sino que es una fábrica cultural»107. Sor Juana, como vemos, aunque sin amargura, ponía a cada uno de los sexos en dos bandos enfrentados favoreciendo el suyo y colocándose en él en la búsqueda de esa comunidad femenina a la que es atraída, en este caso, al conjuro de la mujer sabia que le han contado es la duquesa108: «al imán de vuestras prendas / que lo más remoto atrae»109.

Después de las muchas alabanzas que siguen al primer verso del poema, y que llenan un período de doce estrofas, aparece el amor hacia América por parte de la monja. Le pide a la portugueso-española: «oíd a una musa que, / desde donde fulminante / a la tórrida da el sol / rayos perpendiculares», es decir, oye a una poeta que te escribe desde aquí, desde el Nuevo Mundo: «Desde la América enciendo / aromas a vuestra imagen»110. Hay en esta composición énfasis en la distancia que sugieren los deícticos «acá» y «allá», un vaivén entre Europa y América en la que ésta sale favorecida:



   que yo, señora, nací
en la América abundante,
compatriota del oro,
paisana de los metales,

   adonde el común sustento
se da casi tan de balde,
que en ninguna parte más
se ostenta la tierra, madre111.



Aquí aparecen los conocidos temas de la riqueza, feracidad y abundancia de América curiosamente absorbidos por   —88→   la musa misma para recalcar su desinterés, ya que esos «aromas» se dirigen, como un homenaje, a la inteligencia y saber de la duquesa, y no buscan nada más: «Desinteresada os busco: / que el afecto que os aplaude, / es aplauso a lo entendido / y no lisonja a lo grande»112. La poeta no pretende favores y se asimila a las características de la rica América haciéndolas parte de su personalidad como cosa inseparable. América es madre generosa: ha sido perdonada del precepto divino de ganar el pan con el sudor de la frente ya que, repitiendo, «[...] el común sustento / se da casi tan de balde, / que en ninguna parte más / se ostenta la tierra madre». Pero quien conoce bien la generosidad de América, le dice sin ambages a la duquesa portuguesa que vive en España, es la «insaciable» Europa, recalcando el esquilmo que hace tiempo lleva a cabo en el Nuevo Mundo puesto que: «de sus abundantes venas / desangra los minerales»113 y haciendo que sus riquezas, al llegar los europeos a sus costas, les hagan «olvidar los propios nidos, / despreciar los propios lares»114 y no quieran volver puesto que existe «voluntad en los que quedan / y violencia en los que parten»115. Recoge así la monja, continuando las que hallamos en la obra del criollo neogranadino Domínguez Camargo, características esenciales que muy pronto después de la Conquista se aplicaban a América, según señalan las obras seminales de Henríquez Ureña y de Picón Salas, entre otros. Para más abundar en el plano personal y explicar su desinterés, la monja le aclara que es rica porque América es rica pero que su desasimiento de bienes materiales le viene no sólo, y principalmente, por ser americana sino también por ser religiosa: «Conque por cualquiera   —89→   de estas / razones, pues es bastante / cualquiera, estoy de pediros / inhibida por dos partes»116.

De pronto, Sor Juana se da cuenta de que se ha desviado del asunto principal de su «carta»: el saludo y alabanza de «vuestras prendas», que se inserta dentro de las preocupaciones femeninas de la poeta, para dar a conocer sus otras inquietudes: «Pero, ¿adónde de mi patria / la dulce afición me hace / remontarme del asunto / y del intento alejarme?»117; nótese que «mi patria» no es sólo su tierra mexicana, sino la totalidad de América, el mundo nuevo que rivaliza con el viejo, ya que en las estrofas anteriores ha estado oponiendo sus virtudes y ventajas en oposición a Europa.

¿Quién le «dilató» las noticias de la docta duquesa? «La siempre divina Lysi»118 para quien «no hay alabanzas capaces»119, fue quien, convertida en Homero, le hizo la relación de «tanto Aquiles». De un trazo, Sor Juana eleva a estas dos mujeres, una al ejemplo máximo de escritor clásico, y la otra, a un héroe modelo: la marquesa es el Homero que cuenta las hazañas de una mujer-Aquiles de su propio tiempo. Si la escritura de una mujer -se dice- es una proeza incluso en nuestra época, imaginemos lo que representa la de Sor Juana que no sólo es gran literata en su sociedad y en su época, sino que hace Homeros y Aquiles a otras mujeres de su mundo. La monja es «discreta» -al modo barroco de Gracián, cuya obra conocía bien- y enseguida, para suavizar aristas que pudieran levantarse, descorporiza a esas mujeres, las hace seres espirituales: «que de un ángel sólo puede / ser coronista otro ángel»120, pero esto no significa, en modo alguno, que la escritora sea temerosa puesto que, a   —90→   renglón seguido, utilizando un tópico común de la época y que aquí representa a la duquesa de Aveiro convertida en sol (y añadamos todas las connotaciones de poder masculino que el astro representa), nos dice que:


   con pluma en tinta, no en cera
en alas de papel frágil
las ondas del mar no temo,
las pompas piso del aire121.



Sor Juana se convierte en un Ícaro que repite su vuelo hacia el sol (Febo: la duquesa); la gran diferencia entre esos atrevimientos está en que su intrepidez es utilizar el papel (aunque sea frágil) y la tinta, instrumentos que, a diferencia de la cera derretida de las alas de Ícaro -que lo hicieron caer al mar- llegarán a cumplir su cometido guardando constancia de su voz. Notemos que los dos protagonistas mitológicos, Ícaro y Febo, también en este caso (como en el de Homero y Aquiles), han pasado a ser dos mujeres. El ejemplo de Ícaro en este poema, seguramente preludia al de Faetón en el Sueño; se presenta como un ejemplo a seguir, es aleccionador, no como generalmente se utilizaba en las obras del Siglo de Oro: como muestras de lo que no debe hacerse122. Llegar al sol de la duquesa «venciendo la distancia» (en sentido geográfico y en el figurado) y consiguiendo la ingravidez necesaria, ha sido posible por «la gloria de un pensamiento» (rendir homenaje a una mujer destacada), pensamiento que es capaz de prestar «agilidades» inesperadas. Veamos una estrofa hacia el final:


   Aquí estoy a vuestros pies,
por medio de estos cobardes
—91→
rasgos, que son podatarios
del afecto que en mí arde123.



El verso «Aquí estoy a vuestros pies» marca la distancia que mentalmente se ha recorrido, al escribir el poema, desde la joven América hasta la vieja Europa donde mora la duquesa de Aveiro y donde recibirá la «carta»124. La inmediatez que sugiere este verso nos da cuenta de la «proeza» realizada por Sor Juana por medio de su escritura (a través de sus «rasgos», que, ciertamente, no tienen nada de cobardes): su pensamiento se ha hecho la realidad escrita que la duquesa comprobará al recibir, del otro lado del mar, el poema de Sor Juana. La estrofa nos transmite asimismo su reconocimiento de «superioridad» femenina en otra mujer, identificándose, de este modo, con la comunidad de su grupo genérico; nos evoca, en última instancia, su «presencia» en la Península y su consecuente conquista de Europa.

Las voces en defensa del sexo femenino y de América que nos ha venido dando Sor Juana desde el siglo XVII, ¿nos han, por fin, despertado? La crítica revisionista de los textos de la Colonia confirman la realidad desgarradora que sintieron los que vivieron entonces. En cuanto a la crítica feminista de hoy, sabemos lo mucho que se han explicado y desarrollado conceptos importantes para la mujer; lo extraordinario es que esa defensa contundente de la mujer que en su obra hace Sor Juana -mujer en verdad excepcional- ha estado martillando en nuestros oídos desde hace más de tres siglos.

  —92→  
Obras citadas

CRUZ, Sor Juana Inés de la, Obras completas, t. I y IV. Alfonso Méndez Plancarte y Alberto G. Salceda eds., México, Fondo de Cultura Económica, 1955 y 1957, respectivamente.

——, Obras selectas, ed. de Georgina Sabat de Rivers y Elías L. Rivers, Barcelona, Noguer, 1976.

——, Inundación castálida, ed. de Georgina Sabat de Rivers, Madrid, Castalia, 1982.

GARDINER, Judith K., «On Female Identity and Writing by Women», en Writing and Sexual Difference, Chicago, The University of Chicago Press, 1982, pp. 177-191.

GREEN, Gayle y Coppélia KAHN, «Feminist Scholarship and the Social Construction of Woman», en Making a Difference: Feminist Literary Criticism, Londres y Nueva York, Methuen, 1985, pp. 1-36.

HEILBRUN, Carolyn G., «A Response to Writing and Sexual Difference», en Writing and Sexual Difference, Chicago, The University of Chicago Press, 1982, pp. 291-297.

MORAÑA, Mabel, «Barroco y conciencia criolla en Hispanoamérica», en Revista de crítica literaria latinoamericana, Pittsburgh, University of Pittsburgh, vol. XIV, núm. 28, 1988, pp. 229-251.

MUNICH, Adrienne, «Notorius signs, feminist criticism and literary tradition», en Making a Difference: Feminist Literary Criticism, Londres y Nueva York, Methuen, 1985, pp. 238-259.

RAMA, Ángel, La ciudad letrada, Hanover, Ediciones del Norte, 1984.

SABAT DE RIVERS, Georgina, El «Sueño» de Sor Juana Inés de la Cruz. Tradiciones literarias y originalidad, Londres, Támesis, 1976.

  —93→  

——, «El Barroco de la contraconquista: primicias de conciencia criolla en Balbuena y Domínguez Camargo», en Estudios de literatura hispanoamericana. Sor Juana Inés de la Cruz y otros poetas barrocos de la Colonia, Barcelona, Promociones y Publicaciones Universitarias (PPU), 1992, pp. 17-48.

——, «Ejercicios de la Encarnación: sobre la imagen de María y la decisión final de Sor Juana», en Estudios de literatura hispanoamericana. Sor Juana Inés de la Cruz y otros poetas barrocos de la Colonia, pp. 257-282.

——, «Apología de América y del mundo azteca en tres loas de Sor Juana». Se halla en esta colección.

——, «Mujer, ilegítima y criolla: en busca de Sor Juana». Véase en esta colección.

——, «Mujeres nobles del entorno de Sor Juana». También se halla en esta colección.

SHOWALTER, Elaine, «Feminist Criticism in the Wilderness», en Writing and Sexual Difference, Chicago, The University of Chicago Press, 1982, pp. 9-35.

  —[94]→     —[95]→  

Portada de Inundación Castálida

Portada de Inundación Castálida





  —[96]→     —[97]→  

ArribaAbajoMujeres nobles del entorno de Sor Juana

  —[98]→     —[99]→  

Para María Isabel Barbeito Carneiro
y María del Carmen Simón Palmer,
mujeres ejemplares de hoy.


[...] y quise
ayunar de tus noticias.
Pero no de tus memorias:
que ésas, en el alma escritas,
ni el tiempo podrá borrarlas
ni otro objeto confundirlas.


Sor Juana Inés de la Cruz, «Romance a la marquesa de la Laguna»125.                


No hay duda de que las mujeres de la clase alta, durante el Siglo de Oro de la literatura escrita en español, tanto en España como en América, fueron las privilegiadas del sexo femenino que tuvieron acceso a la instrucción y cultura que la época podía ofrecerles, aunque las posibilidades a su alcance estuvieron muy por debajo de las que se les ofrecían a los varones. No debe extrañarnos, por tanto, que la mexicana Juana, quien desde niña sintió verdadera pasión por el estudio,   —100→   se sintiera a gusto y compartiera su saber con tales mujeres, ya que eran ellas las que con más facilidad podían darse cuenta del valor de su inteligencia y de sus conocimientos; fueron ellas también las que -después de la segura ayuda inicial de las mujeres de su familia- le tendieron la mano en aras de reconocimiento femenino solidario, y dieron a conocer su nombre más allá de los muros del palacio y el convento. De hecho, el entrar en un convento no solamente era la mejor manera de dedicarse al estudio: era también otro modo de conseguir el prestigio y respeto que la cuna había negado126.

¿Cuán conocida era Sor Juana? Sabemos que llegó a serlo mucho en su patria si tenemos en cuenta, por poner sólo un ejemplo, el gran escándalo que produjo en el mundo intelectual de la época su crítica al conocido sermón del padre Vieira, su Carta Atenagórica (o Crisis de un sermón, según título que aparece en las ediciones antiguas españolas). Otro ejemplo, que se extiende en América más allá de la Nueva España, serían las alabanzas del «caballero del Perú» que le mandó un romance, y el libro colmado de halagos para la novo-hispana, del neo-granadino Francisco Álvarez de Velasco y Zorrilla: Rhythmica Sacra, Moral, y Laudaloria127. En la Península, la monja se ganó la admiración y el respeto de los hombres ilustres e ilustrados como lo prueban las alabanzas   —101→   que ya aparecen en los preliminares de la primera edición de su tomo II, publicado en Sevilla en 1692, y las que se hallan en el tomo III, Fama y Obras pósthumas, Madrid, 1700, así como su propio romance «[...] a las inimitables Plumas de la Europa» que se ha considerado inacabado y que dice en la segunda estrofa: «¿De dónde a mí tanto elogio? / ¿De dónde a mí encomio tanto? / ¿Tanto pudo la distancia / añadir a mi retrato?». No hay necesidad de «probar que Sor Juana fue el poeta más famoso de su época -lo cual está totalmente fuera de duda-» como dice Antonio Alatorre128. Para abundar, digamos que hay en la Biblioteca Nacional de Madrid (BNM) escritos varios en los que aparecen poesías de la «Décima Musa» o composiciones dedicadas a ella como, por ejemplo, el curioso manuscrito de «Poesías Varias / de / Don Gabriel Álvarez de Toledo, / y Pellizer / Bibliotecario Mayor / DE / Su Magestad / RECOXIDAS / POR / Don Miguel Ioseph Vanhufel / Secretario del Excelentíssimo Señor Duque / De Alburquerque / 1741»129. Hay   —102→   ahí una composición, «Elogios a la Madre Sor Juana Inés de la Cruz» que comienza: «Ya del Parnaso Américo circunda / Laurel segundo, la segunda frente / que de Phebo, y de Júpiter los rayos / burla con exenciones, y desdenes».

No vamos a tratar, sin embargo, de lo conocida que era Sor Juana entre los varones130 porque esa fama, que se fue luego extendiendo, la iniciarían, a instancias de la misma niña apoyada por el abuelo materno, como mencioné antes, las mujeres de su familia y más tarde las amigas que encontró en la corte virreinal, en especial aquellas que ocupaban posiciones lo suficientemente importantes para darla a conocer en la corte y en la alta sociedad de la época. Pensemos, para empezar, en el papel preponderante que jugaron la madre, Isabel Ramírez de Santillana, y la tía, María Ramírez, casada con Juan de Mata, de «mucho caudal» (según recoge Méndez Plancarte de Ramírez España)131, cuando la primera le permitió ir a casa de su hermana adinerada en México132, y ésta propició la entrada de Juana Inés en la corte virreinal como dama de la virreina.

  —103→  

Por ello es más interesante señalar las contribuciones que, en esa misma Fama que mencionamos antes, hicieron las mujeres españolas133. Ahí tenemos a María Jacinta de Abogader y Mendoza; Francisca de Echevarri, señora de la Villa de Aramayona de Muxica (un soneto y un romance); Catalina de Alfaro Fernández de Córdova, religiosa en el convento de Sancti Spiritus de Alcaraz; Marcelina de San Martín, religiosa en la Concepción francisca de la Villa de Manzanares; Inés de Vargas; una señora «aficionadísima al ingenio de la poetisa» (pero no se da el nombre). Hay, además, una décima acróstica «De una gran señora muy discreta y apasionada de la poetisa» cuyo primer verso dice: «Assumptos las Nueve Musas», que se añadió al «cuaderno» una vez que ya éste estaba «perficionado» (acabado), lo cual da fe del valor que Castorena le daba a la persona que, obviamente, lo entregó tarde. Tampoco se da el nombre, pero se ha pensado que es la marquesa de la Laguna; esta cuestión creo que debe reconsiderarse: la marquesa fue dama de la reina-madre, Mariana de Austria, no de Mariana de Neoburg, aunque es posible -pero   —104→   no probable- que pasara al séquito de ésta a la muerte de aquélla134. Lo más importante de estas colaboraciones es que nos dan una idea de la actividad y participación femenina en el mundo de las letras; de nuevo, tengamos en cuenta que provenían de mujeres de la clase alta135. En cuanto a esas amigas nobles de Sor Juana, ¿quiénes eran? ¿Escribieron algo?

En este trabajo reuniré lo que he encontrado en libros y relaciones -algunos difíciles de conseguir incluso en España-, así como en documentos de los Archivos de Palacio136, en la Biblioteca del Monasterio de Guadalupe y en la Biblioteca Nacional de Madrid, sobre las siguientes mujeres nobles que Sor Juana menciona en su obra y que, de algún modo, intervinieron en su vida: la marquesa de Mancera, Leonor Carreto, virreina de México; la marquesa de la Laguna, condesa   —105→   de Paredes por título propio, María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, virreina de México; y la duquesa de Aveiro, María Guadalupe de Lancaster. Sor Juana le dedicó muchas composiciones a Elvira de Toledo, la condesa de Galve (o Galbe), virreina de México137, pero no he encontrado, hasta ahora, nada sobre ella; la monja menciona en la Respuesta, al final del catálogo de mujeres ilustres y junto a la duquesa de Aveiro, a la condesa de Villaumbrosa, pero tampoco de ella he podido hallar nada aunque a su marido Maura le menciona mucho como personaje importante en la política del gobierno de Carlos II138. No hay duda de que en la corte había mujeres que demostraban gusto por las letras, que hablaban   —106→   más de una lengua, que disertarían con conocimiento sobre el teatro de la época, que conocerían el latín139, pero su esfera de acción era limitada y, si escribieron algo, la desidia del tiempo y el concepto impuesto por aquellos varones de que las mujeres debían guardarse de darse a conocer, hizo que sus escritos, si los hubo, desaparecieran.

  —107→  
- I -

Leonor Carreto, marquesa de Mancera, fue hija del marqués de Grana -quien, como embajador alemán había muerto en Madrid en el desempeño de su cargo en 1651-, era mujer de familia rica de procedencia alemana y fue primero menina140 de la infanta María Teresa141 y luego dama de la   —108→   reina Mariana de Austria, madre de Carlos II. Su hermano Otón Enrique Carreto, heredó el título y los otros honores; de la familia y fue representante del Emperador haciendo «su entrada pública en agosto de 1680»142. Por lo que se dice del Carreto varón: «Aunque deformemente obeso, su inteligencia, su cultura y el atractivo de su trato excedían de lo vulgar [...] rico, ambicioso, tan alemán como Neoburgo y casado con María Teresa de Aremberg, Condesa de Erbstein, de muy linajuda estirpe flamenca [...]»143, podemos esperar que también a Leonor le daría su familia una buena educación144 y que ella, por las prerrogativas que la reina-madre le daba a las familias alemanas, intervendría en los muchos favores que recibió el marqués de Mancera, su marido, de doña Mariana, quien lo hizo no sólo su mayordomo mayor en abril de 1677145, sino quien le otorgó la grandeza de España en 1687146.

Fue Leonor Carreto quien, junto con el marqués, invitó a la jovencita Juana a venir a palacio «donde entraba con título de muy querida de la señora Virreina», según apunta Calleja en su «Aprobación» a Fama, 1700. Esta invitación de Leonor Carreto debe calibrarse tanto como la publicación, en 1689, de la primera edición de las obras de Sor Juana patrocinada por la condesa de Paredes; fue el paso inicial que propició su fama posterior. El título de «muy querida» nos sugiere que doña Leonor ya conocía a Juana socialmente y que ésta la había impresionado por su saber y su presencia. Parece   —109→   obvio pensar que en el palacio virreinal, Juana continuaría sus estudios y sus clases con maestros renombrados que le pondrían los virreyes, como también lo sugiere el hecho de que Mancera, orgulloso como era y deseoso de mostrar lo mucho ya aprendido por su huéspeda, se arriesgara a someterla a un examen de muy variadas disciplinas ante los sabios del tiempo, examinadores que, según Calleja, llegaron a cuarenta. En cuanto a su modo de ser, si Leonor Carreto no nació de carácter fuerte, aprendería a defenderse de su marido que sí lo tenía; así lo sugieren las palabras que recoge Méndez Plancarte del Diario de Robles en relación con su muerte en Tepeaca: «díjose que, siendo Virreina, cuando le iban a pedir alguna cosa y se enfadaba, decía: Vayan al rollo de Tepeaca»147. La marquesa murió, precisamente en ese lugar, el 21 de abril de 1674, cuando al haber cesado en sus cargos de virreyes, iban de México a Veracruz para su regreso a España, después de haber pasado seis meses en las casas del conde de Santiago.

Señalemos que, de algún modo, aunque no se han podido fechar todas las composiciones de la poeta, Juana parece haberse sentido menos constreñida a escribir poemas en honor de estos virreyes; son menos las composiciones «de circunstancia» que les dedicó a ellos en comparación con las otras dos parejas de virreyes con quienes tuvo trato. Quizás lo más significativo que Juana escribió para los Mancera son cuatro hermosos sonetos, de los cuales tres son funerales, y todos cuatro dedicados a la marquesa, Laura en su poesía. En el que escribe Juana a raíz de haber salido de una enfermedad grave, dicen los primeros versos: «En la vida que siempre tuya fue, / Laura divina, y siempre lo será», reiterándole su mucho amor y el «mando» que sólo Laura tiene   —110→   en su vida. El tríptico restante lo escribió cuando llegó a México la noticia de la muerte de la marquesa; los versos iniciales del primero: «De la beldad de Laura enamorados», hablan de la hermosura física de Leonor, y sugieren la espiritual, tema que más claramente se perfila en el segundo soneto funeral que comienza: «Bello compuesto en Laura dividido», En el tercero, «Mueran contigo, Laura, pues moriste», continúa alabando la belleza de la marquesa expresando su pena y el protagonismo, por decirlo así, de Laura en la vida poética de Juana: «Muera mi lira infausta en que influíste / ecos, que lamentables te vocean».

En el Archivo de Palacio hay varios documentos que se refieren a Leonor Carreto. El primero que hallamos (en C.208/26) es un papelito que dice: «Por Real decreto de 12 de enero de 1649, fue recibida por Dama de la Reina. / Casó en 7 de octubre de 1655 (?) con el marqués de Mancera». En otro documento leemos: «Tengo por bien que Doña Leonor del [sic] Carreto sirva de Menina a la Infante mi Hija148, y que sea con calidad que quando venga la Reyna goce de la antigüedad de Menina suya desde el día que le está hecha merced de tal. / Darase para ello la orden necesaria. / En Palacio a 19 de noviembre de 1648». «Decreto de Su Magestad [Felipe IV] de 19 de noviembre de 1648» dice en uno de los dobleces. Y ahí mismo se explica, de modo resumido, de lo que se trata en el interior del papel. Otro documento es la petición para que se haga el asiento de dama de la reina a doña Leonor para que se la considere como tal desde el uno (?) «del año passado de mill y seiscientos y quarenta y seis que es quando se le declaró esta merced». Lleva fecha de enero de 1649. Otro, siempre en la misma caja, habla de «Bureo de la Reina Nuestra Señora en Madrid a 29 de enero de 1649». Se explica dentro del papel (doblado en cuatro, como es   —111→   costumbre) que se ha hecho el bureo (diligencia preliminar antes de hacer el asiento); se repiten palabras de la reina para que esa merced «se entienda y corra desde junio del año pasado de mil y seiscientos y quarenta y seis que es quando se le declaró esta merced». Se añade que, haciendo el bureo, se halla que no ha pagado la media annata149 «y que no obstante se le ha dado vianda aparte como a güespeda» aunque, por ser dama, se le pide a su majestad que coma con las demás «y se escusse el gasto que está haciendo» pero que en todo se hará como S. M. disponga. En el doblez que hace de cara principal, hay, con otra letra, y al lado de otro escrito anterior, lo siguiente: «En pagando la media annata se le haga el assiento con la fecha ordenada y en lo demás se haga como parece»150.

Otros documentos relativos a Leonor Carreto (611/11) tienen que ver con pagos que no se le habían hecho de su puesto como dama de la reina. El primero tiene fecha de 19 de noviembre de 1656; en otro, de fecha 15 de diciembre del mismo año, aparece Pedro de Mancera (?), quien reclama dineros que se le deben a Leonor «por la merced que se le hizo el año de 649 de llama de la Reyna Nuestra Señora» (se refiere a Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV). Como, obviamente, no se saldaban las cuentas con la dama de honor, hay otro documento de enero de 1657 que pide cantidades exactas y hace referencia al documento anterior señalado. Para el 6 marzo de 1657 todavía no se habían saldado las cuentas con Leonor Carreto, ya que así lo atestigua otro documento más de esa fecha.

  —112→  

Entre las cartas de la infanta María Teresa -cartas que, según señalamos, veremos después en relación con la marquesa de la Laguna- hay una en la que se menciona a Leonor Carreto. Está fechada en Madrid a 5 de octubre de 1655 y dice: «el juebes se casa la Carreto que te prometo que esta boda a sido toda de dilaciones por [a]cá no ay otra cosa de nuevo»151. Aunque el año del documento donde se da la fecha de la boda de los Mancera, que se mencionó arriba, no se ve del todo claro, con esta fecha y mes que da la carta de la infanta, no cabe duda de que, efectivamente, el matrimonio de Leonor Carreto se celebró el 7 de octubre de 1655 y probablemente en palacio ya que, por lo que dice la infanta María Teresa sobre que se iba a celebrar la boda «el juebes» y de que «por [a]cá no ay otra cosa de nuevo», se sugiere no sólo que ella asistiría, sino que el acontecimiento era cosa de palacio. Por lo que comenta la infanta de las «dilaciones», el novio, Antonio Sebastián de Toledo Molina y Salazar, marqués de Mancera, era un hombre difícil de convencer para el matrimonio, o querría dejar bien aclarada la cuestión de la buena dote que aportaría Leonor.

El marqués murió en 1715 a los 108 (!) años de edad ya cumplidos152, así que había nacido para 1607; en 1655 tenía o iba a cumplir 48 años. ¿Cuántos años tenía la novia? Entendemos que los documentos que se han mencionado más arriba hablan de ser Leonor menina de la infanta en 1646 y luego dama de la reina en 1649. En uno de ellos, el rey reclama que se le respete la antigüedad de menina cuando   —113→   venga la reina a casarse; esta reina, como ya dijimos, es Mariana de Austria. Felipe IV se casó con doña Mariana el 6 de agosto de 1649; el matrimonio tuvo efecto en España el 3 de octubre de 1649153. Si en 1646 Leonor podía ser sólo menina, debemos pensar que tendría en esa fecha, 1646, unos 12 años y en 1649 cumpliría los 15, lo que resulta en unos 21 años en 1655, fecha de su boda; nacería hacia 1634. En 1673, menos de un año antes de su muerte, cuando casó a su hija en México -quien casaría aún más joven que ella-, tendría unos 39 años; Méndez Plancarte anota, correctamente, que «[l]a Marquesa no era ya muy joven»154, pero lo era aún lo suficiente para que pudieran celebrarse las gracias y la belleza:


de la Marquesa Palas
de la Alemana Venus,
de Mancera consorte,
a quien las diosas dieron
todas las gracias juntas
para mejor compendio155.



No nos ha llegado mucha información sobre Leonor Carreto pero aún así, podemos colegir que era una mujer culta, determinada y hermosa; lo que nos importa, sobre todo, es destacar que tuvo la necesaria generosidad y admiración por una niña campesina genial a quien bien supo evaluar.



  —114→  
- II -

La familia de María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, condesa de Paredes de Nava (título heredado de su propia familia) y marquesa de la Laguna por su matrimonio con Tomás Antonio Manuel de la Cerda y Enríquez Afán de Ribera, era rica y de alta alcurnia. Fue hija de Vespasiano de Gonzaga, duque soberano de Guastala, descendiente de San Luis Gonzaga y de la casa de los duques de Mantua, y de María Inés Manrique de Lara, condesa de Paredes. Como se sabe, su amistad con Sor Juana fue la más estrecha que la monja sostuvo con las tres virreinas con quienes tuvo trato, sea por «el agradecimiento de favorecida y celebrada» o por «aquel secreto influjo [...] de los humores o de los Astros, que llaman simpatía, o todo junto» según reza en la «Advertencia» que aparece como epígrafe en su romance a la marquesa, que comienza «Pues vuestro Esposo, Señora». María Luisa también debe haber recibido una buena instrucción ya que el cultivo de las letras, al lado del de las armas, era tradición familiar. Era descendiente, por parte de madre, de Pero López de Ayala, Fernán Pérez de Guzmán, del marqués de Santillana, Diego Hurtado de Mendoza, Gómez Manrique y Jorge Manrique156; su abuela, Luisa Manrique de Lara (Luisa Magdalena de Jesús en el convento carmelita de Malagón), escribió poesía sacra.

Está claro que la marquesa sintió gran admiración por la obra de la monja y supo apreciarla al punto de darle la mayor prueba de su amistad y entusiasmo, ocupándose y seguramente costeando la publicación de Inundación castálida, en Madrid, en 1689.

Las composiciones que Sor Juana escribió a los marqueses de la Laguna son las más numerosas de las que escribió para los distintos virreyes mencionados, lo cual podemos interpretar,   —115→   bien como consecuencia normal del agradecimiento y amor que sintió por ellos y por su hijo, el «Mexicano», y especialmente por la marquesa157, o bien porque las exigencias de esas composiciones de «circunstancia» eran, de parte de ellos, mayores que en los otros casos.

En el Archivo de Palacio hay numerosos documentos que remiten a diferentes miembros de la familia de la marquesa, incluyendo a su marido. Vamos a tratar sólo con los que se refieren a ella, pero para dar idea de la importancia y riqueza de la familia, mencionemos un asiento que aparece en un largo documento (C.789/19) en el que se menciona a «Doña Catalina de Córdova Condesa de Paredes, [a quien se le hace] merced de dos millones quatrocientos ducados de renta cada año por su vida y que cesen los gajes del conde su marido de gentil hombre de cámara del príncipe nuestro señor» quien, evidentemente, había muerto. Este documento tiene fecha del 19 de diciembre de 1616; este conde de Paredes disfrutó poco de esta merced de gentilhombre de Felipe IV, siendo éste aún príncipe, puesto que también aparece   —116→   (789/20) el documento que es el nombramiento de este puesto, con fecha del 18 de octubre de 1615. Aquí también encontramos asientos en los que se reclaman pagos de cantidades adeudadas por la Corona a esta familia, en particular uno en el que se da la fecha de muerte de «nuestro» marqués de la Laguna, 22 de abril de 1692, y donde se declara que se le deben gajes de su puesto de mayordomo mayor (de la joven reina Mariana de Neoburg) que se reclaman para sus herederos. Un año y medio más tarde aún no se había saldado esa cuenta; obviamente la Corona era morosa en estos asuntos.

Las condesas de Paredes, con cargos de honor en la corte (dueña de honor y camarera mayor), menudean en estos papeles. El más antiguo que he visto (0.789/26) tiene fecha de 1 de enero de 1572 y pertenece a doña Francisca de Rojas, condesa de Paredes, a quien se nombra «dueña de honor»; con el mismo nombramiento aparece cinco años más tarde «Ynés Manrrique condesa de Paredes» quien murió en palacio el 15 de diciembre de 1583 y fue enterrada en el Monasterio de Santo Domingo el Real. La mayor parte de los documentos de Palacio que se refieren a condesas de Paredes son los que se relacionan con Luisa Manrique de Lara, abuela de la virreina de México, nuestra María Luisa, la que escribió poesía religiosa158 y quien tuvo muchos puestos en la corte de Felipe IV de quien fue muy querida, así como de la reina Isabel de Borbón, su primera esposa: fue guardamayor de las damas, dueña de honor, señora de honor y aya de las infantas.   —117→   Por lo bien que desempeñó sus puestos (relaciones de 1643 a 1649), cuando entró en el convento se decidió que se le dieran sus gajes de aya y guardamayor «en qualquier parte y estado que estuvieren» (solamente su sueldo de aya era de 750 ó 650 mil maravedíes; se mencionan las dos cantidades). La madre de María Luisa, María Inés Manrique de Lara, quien heredó el título de condesa de Paredes, entró a ser menina de la reina el 2 de abril de 1633 (C.612/27 y 789/25): «Salió casada en 3 de setiembre de 1.646, con don Vespasiano Gonzaga, Gentilhombre de Cámara del Príncipe de Asturias». A una hermana de ésta y tía de nuestra condesa del mismo nombre, María Luisa Manrique, también se le hace nombramiento de menina de la reina el 8 de noviembre del mismo año (C.612/37)159.

La condesa de Paredes, nuestra marquesa, fue recibida dama menina de la reina por real decreto de 23 de junio de 1654 (C.612/55); la primera entrada registra la fecha de 29 de marzo de 1653 (hay otras de junio del 1654 en las que se trata de lo mismo y del pago de la media annata); se casó el 10 de noviembre de 1675 en palacio, por lo que el 24 de agosto de 1676 el rey (Carlos II) manda que se le paguen mil ducados de vellón «que valen trescientos y setenta cinco mill maravedíes [...] por el Balón delasaya que le tocó por haber salido casada de Palacio»160.

  —118→  

La marquesa aparece, ya residiendo en España y viuda, (C.789/24) en el nombramiento de «camarera mayor con todos los emolumentos honores, y Preheminencias pertenecientes a este empleo» firmado en Madrid el 17 de julio de 1694, dos años y pico después de la muerte del marqués; la reina a quien entra a servir como camarera mayor el 1 de agosto de ese año es Mariana de Austria, la reina-madre (no Mariana de Neoburg, como apunta Méndez Plancarte, lo cual ha dado lugar a confusiones)161. Este documento se dirige   —119→   al mayordomo mayor: «Al Marques de Manzera tendréislo entendido para que así se execute» y es del 18 de julio de 1694; se corrobora este puesto «con el goze correspondiente a otro empleo igual» el 21 de julio del mismo año. Uno de esos «goces» sería el proveerla de «mesilla y vianda como se acostumbra en el Campo sirviendo a Su Excelencia las criadas de Su Magestad que es costumbre, el día de santa Ana en el Real Palacio en el quarto»; era el 24 de julio de 1694 el día que la condesa venía a comer según se consigna detrás del papel. En otros documentos se hace la relación de los pagos a la marquesa una vez muerta la reina-madre (en mayo de 1696), puesto y pagos que se extienden hasta fines de enero de 1700. Nos preguntamos si el marqués de Mancera, que había sido mayordomo mayor de la reina-madre, Mariana de Austria, y quien seguía activo en la política de la Corona, tuvo algo que ver en que se favoreciera a la condesa de Paredes conservándole el puesto y las remuneraciones pertenecientes a éste, a pesar de que doña Mariana había muerto hacía unos años. Hay conflicto en cuanto a la fecha de muerte de la virreina, condesa de Paredes. Murió, según Rivarola, en 1696162, pero esta fecha es imposible ya que, como hemos visto, existen en el Archivo de Palacio asientos que confirman que para entonces ejercía aún su cargo de dama de la reina-madre quien moriría ese año de 1696, según apuntamos. La otra fecha de su muerte que señala Méndez Plancarte como más segura163, es la de 1721, después de haberse marchado de España, en 1713, para no volver más; todo esto relacionado con la toma «de partido del archiduque Carlos en la guerra de sucesión»164.

En las cartas mencionadas antes (todas en Travesedo y Sandoval), las que le escribió la infanta María Teresa a la que había sido su aya, Luisa Manrique de Lara, en una forma   —120→   corta pero muy vivaz, le cuenta de la corte, las fiestas y acontecimientos que allí tienen lugar, a más de sucesos de palacio sin mayor trascendencia. En la del 4 de abril de 1652, le dice de nuestra María Luisa, que a la sazón contaba con dos años y medio: «ayer estubo acá tu nieta maria luysa harto graciosa que si bieras el pico que tiene se te olgaras»165; en la de 19 de noviembre del mismo año también se refiere a María Luisa: «Aya mía muy buenas nuebas me dió maría luysa de cómo quedabas buena quando ella se bino me güelgo mucho de ello y tanbién de que mi padre le aya echo merced de mi menina y me pesa mucho que la edad no le de lugar para que pueda entrar luego»166. Es decir, que ya se había hecho menina a la niña para la fecha de la carta (un mes después de cumplir tres años), pero no pudo entrar porque, obviamente, había un mínimo de edad para poder servir como tal y sería, probablemente, la de cinco años; por ello, se esperaría hasta octubre de 1654 para que entrara (la marquesa había nacido en octubre de 1649). En la carta de la infanta del 24 de septiembre de 1658 también se menciona a la niña, que tiene ahora casi nueve años: «muy alborozada estoi quando entre maría luisa que cierto que es linda niña»167.

Sor Juana le dedicó a la condesa, su querida amiga -Fili, Lisi, Lisis o Lísida en su poesía-, muchas composiciones, entre las que destaca el romance decasílabo con esdrújulos iniciales: «Lámina sirva el cielo al retrato, / Lísida, de tu angélica forma»168No le dijo explícitamente a María Luisa, como lo hizo a la muerte de la marquesa de Mancera, que ella hubiera influido su lira; le confesó que toda su obra se la debía a ella en el soneto que comienza:«El hijo que la esclava ha concebido». Esto no se refiere al hecho, sino quizá tangencialmente,   —121→   de que la condesa de Paredes le fuera a publicar su obra (le mandó este poema, junto con otros, cuando ya María Luisa había regresado a España); se refiere a que:



Así, Lisi divina, estos borrones,
que hijos del alma son, partos del pecho,
será razón que a ti te restituya;

y no lo impidan sus imperfecciones,
pues vienen a ser tuyos de derecho
os conceptos de un alma que es tan tuya.



María Luisa había sido la fuerza creadora del genio de la poeta, incluyendo las composiciones escritas antes de conocerla.

Son escasos los datos que nos han llegado de María Luisa Manrique de Lara, pero por ellos podemos inferir que, además de noble y rica, nació hermosa, inteligente y de buen «pico», y que fue culta. Su amistad y admiración por Juana Inés venció la prueba de la distancia y del olvido: se le debe a la condesa la publicación de Inundación castálida, libro que echó a volar la fama de su amiga monja, aquella que había quedado dentro de los muros del convento jerónimo de Santa Paula169.




- III -

María Guadalupe de Lancaster170 y Cárdenas, duquesa de Aveiro, es probablemente la más instruida de las mujeres que hemos visto hasta ahora. Conocía varias lenguas: griego, latín, italiano, inglés y castellano, además del portugués;   —122→   pertenecía a una rancia familia noble oriunda de Portugal171. Nació en el palacio de Azeitao, Lisboa, el 11 de enero de 1630; sus padres fueron Jorge de Lancaster, duque de Aveiro y marqués de Torres Novas, y Ana María Manrique de Cárdenas, duquesa de Maqueda172. Fueron cuatro hermanos: un varón, el primogénito, y tres mujeres, siendo ella la tercera de los hijos. María Luisa Manrique estaba emparentada con María Guadalupe a través de la madre de ésta; María Luisa fue la persona que le habló de ella a Sor Juana. Así lo dice la monja en el hermoso romance que le dedicó («Grande duquesa de Aveyro»)173:


mi señora la condesa de
Paredes [...]
me dilató las noticias [...]
me informó de vuestras prendas [...]



En 1660 se trasladó definitivamente a España; en 1665 contrajo matrimonio con Manuel Ponce de León, duque de Arcos, y tuvo tres hijos: Joaquín, Gabriel e Isabel, quien por su matrimonio entraría en la Casa de Alba174. Su vida española   —123→   se desarrolló en Madrid donde se «grangeó el afecto, simpatía y admiración de las más altas dignidades cortesanas»175, aunque luego llevó una vida alejada de la corte y en «lección continua de sus libros»176.

Era una mujer de muchísimo caudal y poseía gran cantidad de títulos heredados de su marido y de su hermano Raimundo. Era muy religiosa y devota, utilizando gran parte de su fortuna en la propagación de la fe por las misiones, especialmente las jesuíticas, y en aliviar a los pobres que llegaban a sus puertas. Hurtado cuenta que cuando le parecía que «eran personas estrangeras, ò pobres mugeres, que iban cargadas de sus tiernos hijos, à los quales mandaba los hizieran subir a su presencia, y informada muy por menor de sus necessidades, las socorría con tanta liberalidad, como gusto, sin que le causassen, por asquerosos, que estuviessen, el menor horror a su vista»177. En su vida posterior no sólo se retiró casi totalmente del mundo, sino que vivió en extrema pobreza y religiosidad sufriendo los dolores de su muerte de modo ejemplar, a la manera que las hagiografías nos relatan las vidas de personas cercanas a la santidad. Era fama «aquella perfectíssima razon, y cabal conocimiento, de que Dios la avia dotado»178; tenía muy buena memoria ya que recitaba pasajes enteros de la Biblia, especialmente de los salmos, a la menor mención de ellos que hubiera a su alrededor. Su devoción a la Virgen del Monasterio de Guadalupe179, era,   —124→   aumentando la tradición que ya existía en su familia, muy intensa, y le hizo al monasterio y a la orden (jerónimos; actualmente agustinos) que allí moraba, cuantiosas limosnas. En su testamento dejó mandado, con detalles muy específicos y habiendo escrito ella misma las inscripciones funerales en castellano y en latín para cada uno de ellos, que la enterraran a los pies de la Virgen en el nicho central y en los de los lados, a su madre, doña Ana María y a su hermano Raimundo. Murió el 9 de febrero de 1715180 a los 85 años de edad. Una caravana acompañó sus restos desde la región madrileña, pasando por lugares que habían sido de su devoción, hacia Guadalupe, donde reposa hasta el día de hoy.

Lo que he visto de María Guadalupe de Lancaster, en referencia   —125→   a escritos suyos, es poco y todo de carácter religioso. Lo más interesante de esta señora sería la correspondencia que mantuvo con distintos misioneros jesuitas esparcidos por distintas partes del mundo181 y especialmente la que intercambiaría con el padre Kino182. Entre las cosas que se enterraron con ella había una «caxa de plata sobredorada»183, cerrada y clavada, dentro de la cual se hallaba una consagración en latín a la Virgen escrita con su sangre, fechada en mayo de 1684. Sor Juana, quien al final de su vida hizo algo parecido, no conoció este detalle, a menos que la duquesa lo comentara con su parienta María Luisa, lo cual es improbable; es una prueba más de lo comunes que, durante aquel tiempo, eran estas prácticas. Lo que sí conocería la monja, a través de la misma marquesa, sería un ejercicio devoto de la duquesa de Aveiro: Los siete días de la semana contra los siete pecados capitales. Primero Humildad, Ángeles. Segundo Desapego, Apóstoles. Tercero Pureza, Vírgines. Quarto Paciencia, Mártyres. Quinto Abstinencia, Anacoretas. Sexto Caridad, Confessores, y Operarios. Séptimo Diligencia, Magdalena, y Misioneros184. En los Ejercicios de la Encarnación de Sor Juana, durante los siete primeros días (es un novenario)185, se sigue con exactitud este orden sólo variando un poco los nombres de las virtudes y dando también los vicios correlativos. Los ejercicios de la monja son más extensos, pero suprime los ejemplares de las virtudes a imitar que tiene la duquesa en los suyos. Véase a Sor Juana: Día primero, soberbia / humildad; segundo, avaricia / largueza; tercero, actos deshonestos / castidad; cuarto,   —126→   ira / paciencia; quinto, gula / ayuno; sexto, envidia / caridad; séptimo, pereza / diligencia.

La duquesa y la monja nunca se vieron pero es probable que se cartearan; lo harían al menos una vez cuando Sor Juana le enviara su romance. Es obvia la gran admiración que «las noticias» que le dio su amiga la condesa de Paredes provocaron en la poeta, quien estaba muy al tanto de las mujeres que se destacaran por su saber. La duquesa tenía fama de mujer sabia, según aparece en sus biógrafos y en un soneto que se le escribió a su muerte:


Y ésta fue, la que en el campo de las Ciencias
pudo correr tan vivamente aguda,
que sólo pasó a vista de la raya,
donde la Fe nuestra razón deslumbra.186



Expresó Sor Juana esta admiración, sin adulación alguna, al dedicarle ese largo y precioso romance mencionado, concentración de feminismo y americanismo:


gran Minerva de Lisboa,
[...]
cifra de las nueve Musas
[...]
claro honor de las mujeres,
de los hombres docto ultraje,
que probáis que no es el sexo
de la inteligencia parte;
[...]
Desinteresada os busco,
que el afecto que os aplaude,
es aplauso a lo entendido
y no lisonja a lo grande
—127→
[...]
que yo, señora, nací
en la América abundante,
compatriota del oro,
paisana de los metales.



Porque Sor Juana, si encontraba en sus amigas nobles almas compatibles en su afán de reconocimiento intelectual, no olvidaba su condición de criolla y la conciencia de su propio valer como persona y como escritora.

Sor Juana es gran poeta por su enorme talento; celebremos que su nombre haya llegado a nosotros por la habilidad gracianesca de la prudencia que supo ejercer en su trato con los poderosos del tiempo187. Tenemos la suerte de leer su obra por el fiel reconocimiento que encontró en sus amigas virreinas, Leonor Carreto primero y María Luisa Manrique de Lara después, quienes, en aras de lealtad, devoción, admiración y solidaridad femeninas ensalzaron y difundieron su nombre a través de los mares y territorios de dos mundos.



  —128→  
Obras citadas

ALATORRE, Antonio, «Para leer la Fama y Obras Pósthumas de Sor Juana Inés de la Cruz», en Nueva Revista de Filología Hispánica, núm. 29, México, El Colegio de México, 1980, pp. 428-508.

ÁLVAREZ DE TOLEDO Y PELLIZER, Gabriel, «Poesías varias de [...] Recoxidas por Don Miguel Ioseph Vanhufel [...]», [Madrid], 1741.

ÁLVAREZ DE VELASCO, Francisco, Rhytmica Sacra, Moral, y Laudatoria, s. p. i., [1703].

BARBEITO CARNEIRO, María Isabel, Escritoras madrileñas del siglo XVII. Estudio bibliográfico-crítico, t. I y II, Madrid, Universidad Complutense, 1986.

——, «Testamentos de Mariana de Neoburgo», en Anales del Instituto de Estudios Madrileños, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1991, pp. 293-315.

BEMBERG, María Luisa, dir., «Yo, la peor de todas», Argentina, Gea Cinematográfica, 1990.

BERNIS, Carmen, Trajes y modas en la España de los Reyes Católicos, I. Las mujeres, Madrid, Instituto Diego Velázquez / Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1978.

BLEIBERG, Germán, dir., Diccionario de Historia de España, Madrid, Revista de Occidente, 1968, 3 t.

CALLEJA, Diego, «Aprobación» en Fama y Obras Pósthumas, Madrid, 1700. (Puede leerse en la edición de Juan Carlos Merlo).

CINTORA, Pilar, Historia del calzado, Zaragoza, Aguaviva, 1988.

  —129→  

CRUZ, Sor Juana Inés de la, Fama y Obras Pósthumas [...], Madrid, 1700. (Véanse ahí los Ejercicios de la Encarnación, modernizados en Alberto G. Salceda, ed., Obras completas, t. IV, México, Fondo de Cultura Económica, 1957.

HANKE, Lewis y Celso Rodríguez, Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria, México, t. V, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1978.

HURTADO, Miguel, Breve noticia de la enfermedad, muerte y entierro de la Excelentissima Señora Duquesa de Aveyro, y Maqueda, mi señora Doña Maria de Guadalupe Lancaster [...], Madrid, 1715.

JUNCO, Alfonso, «Carta de Viaje. Por Toledo y Guadalupe», en El Monasterio de Guadalupe, t. XV, 1950.

KAMEN, Henry, La España de Carlos II, Barcelona, Crítica, 1981.

LAVRIN, Asunción, «Values and Meaning of Monastic Life for Nuns in Colonial Mexico», en The Catholic Historical Review, vol. LVIII, núm. 3, octubre, 1972.

——, «Women and Religion in Spanish America», en Women and Religion in America, Vol. 2: The Colonial and Revolutionary periods, Nueva York, Harper and Row, 1983.

MAURA Y GAMAZO, Gabriel (?) (Duque de Maura), Vida y reinado de Carlos II, t. I y II, Madrid, España-Calpe, 1954.

MÉNDEZ PLANCARTE, Alfonso, ed., Sor Juana Inés de la Cruz. Obras completas, t. I, México, Fondo de Cultura Económica, 1951.

——, ed., Poetas novohispanos, t. II, México, Imprenta Universitaria, 1943.

MERLO, Juan Carlos, ed., Sor Juana Inés de la Cruz. Obras escogidas, Barcelona, Bruguera, 1968.

PASCUAL BUXÓ, José, El enamorado de Sor Juana, México, UNAM, 1993.

PAZ, Octavio, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la Fe, México, Fondo de Cultura Económica, 1983.

SABAT DE RIVERS, Georgina, ed., Sor Juana Inés de la Cruz. Inundación castálida, Madrid, Castalia, 1982.

——, «Sobre la versión inglesa de Las trampas de la fe, de Octavio Paz» (en versión inglesa, en «Sor Juana: or The Traps of Faith by Octavio Paz», Boulder, Siglo XX/20th Century, 1990, pp. 153-164),   —130→   en castellano, en Bibliografía y otras cuestiúnculas sorjuaninas, Salta, Biblioteca de Textos Universitarios, 1995, pp. 106-120.

——, «Ejercicios de la Encarnación: sobre la imagen de María y la decisión final de Sor Juana», en Estudios de literatura hispanoamericana. Sor Juana Inés de la Cruz y otros poetas barrocos de la Colonia, pp. 257-282. Se publicó primero en México en Literatura Mexicana, vol. I, núm. 2, México, UNAM, 1990, pp. 349-371.

——, «Los problemas de La segunda Celestina», en Nueva Revista de Filología Hispánica. Homenaje a Antonio Alatorre, vol. XL, núm. 1, 1992, pp. 493-512; y en Bibliografía y otras cuestiúnculas sorjuaninas, Salta, Biblioteca de Textos Universitarios, 1995, pp. 85-105.

——, «Mujer, ilegítima y criolla: en busca de Sor Juana», en Crítica y descolonización: el sujeto colonial en la cultura latinoamericana, Caracas, Universidad Simón Bolívar / The Ohio State University, 1992, pp. 397-418; aparece en esta colección.

SALCEDA, Alberto G., ed., Sor Juana Inés de la Cruz. Obras completas, t. IV, México, Fondo de Cultura Económica, 1957.

SAN JOSÉ, Diego de, La corte del rey embrujado. Memorias de una dama de María Luisa de Orleans, S. p. i. [hacia el final se da la fecha de 1923].

SCOTT, Nina M., «"Ser mujer ni estar ausente / no es de amarte impedimento": los poemas de Sor Juana a la Condesa de Paredes», en Sara Poot Herrera ed., Y diversa de uní misma entre vuestras plumas ando. Homenaje internacional a Sor Juana Inés de la Cruz, México, El Colegio de México, 1993, pp. 159-169.

TRAVESEDO, Carmen de, y Martín de SANDOVAL, E., (Marqueses de Torre Blanca), «Cartas de la Infanta doña María Teresa, hija de Felipe IV y reina de Francia, dirigidas a la Condesa de Paredes de Nava (1648-1660)», en Moneda y Crédito, 1977.

VELO NIETO, Gervasio, «María de Guadalupe Alencastre (Duquesa de Arcos, Aveiro y Maqueda)», en El Monasterio de Guadalupe, t. XVII, 1953-1954; este trabajo aparece en varias entregas de la revista mencionada (núms. 452, 454, 455, 458, 459 y 460).





  —[131]→  

ArribaAbajoEl tema bíblico de Adán y Eva en la obra de Sor Juana Inés de la Cruz

  —[132]→     —133→  

Yo, esclava del Trino Dios,
todo el nombre de la Madre
mudo, y todo para mí
el EVA se vuelve en AVE188



Si el estudio de la vida conventual y de la escritura de las mujeres recluidas en un monasterio nos parece que es cosa de nuestros días, honremos a las mujeres de otras épocas que se ocuparon de llevar adelante investigaciones de este tipo. En un libro, ya clásico, dedicado a la mujer monacal que se publicó hace un siglo, se hace un recuento largo y pormenorizado de la contribución de la mujer-monja a la estabilidad y al clima pacífico y progresivo de la Edad Media189. Ya entonces nos dice la autora, Lina Eckenstein, que «for women especially the convent fostered some of the best sides of intellectual,   —134→   moral and emotional life»190, lo cual engloba los aspectos que se han reiterado, a través de los siglos pasados, del respeto en que generalmente se tenía a las monjas; de la carga de las obligaciones familiares y de la casa que dejaban atrás; del sustraerse al sexo -cargado de connotaciones malévolas en épocas pasadas- y, por tanto, del marido e hijos que rechazaban; del encuentro, en la celda, con la soledad, creadora y receptora de ideas y conceptos, lugar propio y personal; y, en fin, del tiempo que -fuera de las obligaciones monásticas- les quedaba para dedicarse a la lectura y escritura. La monja, fuera abadesa o simple hermana, tuviera éxtasis o los rechazara, poseyera poca o mucha educación que le hubiera procurado su familia, o fuera autodidacta, y a pesar de los combates que tuvo que librar, fue predicadora, maestra y autora de poesía, teatro, ensayo, generalmente de tipo religioso aunque, para confirmar la regla con la excepción, tenemos el caso de Sor Juana, quien se aparta de la norma. Seguramente en aras de compañerismo por sus hermanas menos instruidas o de mentes menos desarrolladas, la monja ilustrada también escribió para ellas prosa devocional y guías para la oración en lengua vernácula (como lo hace nuestra Juana Inés en los Ejercicios de la Encarnación)191.

Casi desde el principio del cristianismo, coincidiendo con la creación de la vida monacal femenina, la mujer se convirtió en autora de textos. Es así como llegamos a un punto controversial: para algunos, el cristianismo da comienzo a esta actividad femenina; para otros, es responsable de la poca estima en la que se ha tenido a la mujer a través de los siglos, según se ha interpretado en algunos Padres de la Iglesia   —135→   y en San Pablo192. Muchas mujeres escritoras se ocuparon de reinterpretar estos escritos, especialmente los que se refieren a Pablo y al mulieres in Ecclesia taceant, de lo que también, como sabemos, se ocupó Sor Juana en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Pero aquí vamos a limitarnos al pasaje bíblico de la creación de Adán y Eva y al tema de la co-redención de María de Nazaret, ya que nuestra monja los presenta como íntimamente relacionados.

Con la llegada de la Reforma, durante el siglo XVI europeo, la actividad femenina conventual se interrumpió o se aminoró grandemente ya que el protestantismo se opuso a que las mujeres vivieran cortadas de los lazos familiares193, y éstas volvieron al seno del hogar. En cuanto se refiere al mundo hispánico, se puede decir que la escritura femenina conventual es una institución católica que continúa hasta nuestros días, a pesar de las trabas que se le hayan puesto194. Podemos añadir   —136→   que la jerónima mexicana Sor Juana Inés de la Cruz, así como la trinitaria española Sor Marcela de San Félix, la hija de Lope de Vega, -ambas pertenecientes al mundo literario del siglo XVII-195, no son simplemente religiosas de un convento: son monjas ortodoxas que escriben dentro del marco regulatorio de la Iglesia católica del tiempo. Si es cierto que había que ajustarse a reglas que se dirigían a guardar las llamadas verdades de la fe y las costumbres, y de que siempre existía en el fondo el temor de topar con la Inquisición, este marco no era quizá tan sumamente estrecho como muchos han querido creer. La manipulación de esas reglas era posible siempre que la monja o la mujer escritora se mantuviera, más o menos, dentro de los roles tradicionales a los que se las limitaba, es decir, que consiguieran no cruzar los límites, a menudo arbitrarios, que se les imponían. Juana Inés, lo mismo que Marcela, ambas muy jóvenes, llegaron al convento con una preparación literaria avanzada196,   —137→   la cual hizo posible que alcanzaran altos niveles poéticos al mismo tiempo que las capacitó para comentar, particularmente en el caso de la jerónima mexicana, textos religiosos y de teología.

Dado el ambiente religioso imperante durante muchos siglos, las mujeres escritoras empezaron, desde muy temprano y en el seno del cristianismo, a interpretar a los Padres de la Iglesia y, sobre todo, algunos pasajes bíblicos que, a través de los siglos, no querían aceptar al pie de la letra. Uno de los más significativos es el de Adán y Eva porque, al reinterpretarlo, se rechazaba, desde el mismo origen de la creación de la primera mujer, el nivel de inferioridad en el que se la colocó. Hagamos un resumen de algunas interpretaciones femeninas significativas a través de la historia, para luego analizar las de nuestra monja.

Según se dice repetidamente en los libros que estudian a las mujeres que mostraron inquietudes «feministas» en el pasado, la mujer escritora, al no conocer las aportaciones de otras mujeres anteriores, reinventa una y otra vez, generación tras generación, lo que otras ya han dicho antes: no tuvieron la oportunidad de apoyarse en lecturas anteriores como han hecho los varones, porque el poco respeto que se tenía a la persona femenina y a su palabra escrita las hacía caer en el olvido.

A través de la Edad Media, y para resumir lo que dice Gerda Lerner197, la Iglesia patriarcal aceptaba como «verdades»   —138→   las siguientes: la mujer fue creada como inferior porque se destinaba a una función social inferior a la del hombre; por naturaleza, tiene mayor inclinación al pecado y a tentaciones de tipo sexual que el varón; el pecado de Adán y Eva es transmitido a la descendencia a través de la concupiscencia, que es parte integral del acto generativo. A estas interpretaciones masculinas se oponen las mujeres escritoras a través de las épocas. Una de las primeras preocupadas por el pasaje de la Biblia que nos ocupa, dado que volvió a él repetidas veces, es Hildebranda de Bingen (siglo XII), quien ya subraya la conexión entre Eva y María, presentando a la primera como prefiguración de la segunda, simbolizándose así el aspecto divino de la mujer. Es el tema del «Eva convertido en Ave» (que hemos visto en nuestro epígrafe del comienzo); es el papel de co-redentora, al lado de Jesús, al que se elevó la figura de María de Nazaret. Aunque Bingen admite la inferioridad de Eva, basándose -al contrario de lo que veremos después- en su particular idea de que fue creada de carne y no del mismo barro de Adán, los presenta a ambos dependientes y complementarios uno del otro y enamorados puramente, sin bajo deseo carnal.

En los conocidos debates que Cristina de Pisan inició y que llamaron luego la Querelle des femmes, y en su otra obra Le livre de la cité des femmes, la francesa se ocupa del pasaje bíblico que nos ocupa. Cristina (siglos XIV-XV) reinterpreta el pensamiento de Hildebranda al defender la mayor nobleza de la substancia básica -carne y hueso- en la formación de Eva, precisamente por haber sido formada del cuerpo de Adán, después de haber sido éste insuflado del espíritu de Dios -aunque creado Adán de barro- y ambos, pues, creados a imagen y semejanza de Dios y con alma, lo cual indirectamente defiende   —139→   la igualdad de los sexos, sin importar la precedencia temporal en la creación misma de cada uno de ellos, Adán y Eva. Quizá Cristina estaba familiarizada con el concepto de Hugo de San Víctor ya que también explica que el Creador, al hacer a Eva de una costilla del primer hombre, quiso decirnos que era su compañera, es decir, no su señora ni su esclava, puesto que no salió ni de su cabeza ni de sus pies, y que, por tanto, Adán había de quererla como parte de su propia carne. En cuanto al papel redentor de la Virgen María con respecto a Eva, el tema del «Eva-Ave» que vamos a encontrar repetido una y otra vez, lo elabora más que Hildebranda al considerar el llamado pecado de Eva como felix culpa ya que de no haber ésta comido el fruto prohibido en el Paraíso, no se hubiera producido la Encarnación de Jesús en el vientre de María ni la Redención.

Poniendo a Jesús como ejemplo para los «pontífices» de su época, Cristina se ocupa de otros pasajes bíblicos en los que aparecen mujeres, explicando que Jesús no las evitaba sino que, en ciertas ocasiones, las exaltaba, que ventilaba con ellas cuestiones tan importantes como la de su salvación, que les pedía y concedía favores. De manera relacionada con la de Eva, defiende a la pecadora María Magdalena porque sus lágrimas y arrepentimiento le trajeron el perdón de Jesús y la llevaron al Paraíso; en los escritos de esta mujer los ejemplos bíblicos tienen un peso preponderante. A ella parece deberse, también, la primera utilización de los exempla de mujeres, lo que he llamado el «catálogo de mujeres ilustres», que Sor Juana utilizó particularmente en la Respuesta y que han llegado hasta nuestros días; es decir, la base que tenemos las mujeres de apoyarnos en una larga tradición genealógica para defender nuestra presencia significativa desde que el mundo es mundo. La valentía de Cristina de Pisán -hace ya más de seis siglos de su nacimiento- es que sin reparos ni excusas de ninguna clase, defiende a la mujer ante cualquier   —140→   ataque antifemenino, viniera de quien viniera, hombre o mujer.

Isota Nogarola, mujer letrada del Renacimiento italiano del siglo XV, también se ocupó, de manera ingeniosa y perspicaz, de la interpretación bíblica que nos ocupa. Al entablar una discusión con un ilustre humanista veneciano, Ludovico Foscarini, intentaron ambos determinar quién tenía mayor culpa y responsabilidad en la caída producida en el Paraíso. Foscarini argüía que era Eva, puesto que ella había recibido castigo mayor, había sido quien llevó a Adán a pecar y había actuado por puro orgullo. Isota, aunque como Hildebranda aceptaba la inferioridad de Eva, utilizó esa debilidad a su ventaja explicando que donde había menor inteligencia y constancia, había menos pecado, y que la astuta serpiente se había aprovechado, por ello, al tentarla, de la simpleza de Eva. Había empezado por ella porque sabía que su tarea sería así más fácil y que Eva, desde luego, cedió no porque quisiera igualarse a Dios sino porque seguía el impulso de todo ser humano -establecido luego por Aristóteles- de querer saber, de ser menos ignorante; por lo tanto, Adán era más culpable porque había recibido más dones de inteligencia y fortaleza y, a pesar de ello, pecó. Además, la prohibición por parte de Dios, de no comer del «árbol de la ciencia del bien y del mal», se le dio a Adán y no a Eva: él tenía mayor responsabilidad por cumplir el mandato ya que, si él no hubiera comido, el comer Eva del fruto prohibido no hubiera tenido consecuencias tan graves. Por eso, al castigarlo, Dios le dijo a él, no a Eva, que era polvo y en polvo se convertiría, es decir, que iba a morir198: a mayor culpa, mayor castigo.

  —141→  

En Inglaterra, a finales del siglo XVI, se produjeron discusiones al tono de las de la Querelle des Femmes, una mujer de nombre Jane Anger respondió a un panfleto de ataque a la mujer en lo que llamó Her protection for Women... Reiteraba viejas discusiones en torno al tema de la creación humana, con algunas lúcidas consideraciones: Dios creó al hombre in principio, de sucio lodo, y sólo al ver que su obra le satisfacía, le insufló el alma y luego formó a la mujer del cuerpo de Adán, materia más noble y ya purificada, para que lo ayudara; por eso es más excelente que el hombre. Es la mujer la que cuida y preserva al varón, la que fructifica por medio de la procreación y hace que el mundo crezca, la que trajo la salvación porque fue quien primero se arrepintió del pecado.

La crítica feminista recoge el trabajo que, sobre temas bíblicos, se halla en otras mujeres: Margarita de Navarra, Ana Askew, Laura Cereta, Ester Sowernam, Sara Fyge, Emilia Lanyer, Ana María von Schurman, Margarita Fell, María Astell, las «pietistas», las cuáqueras, Sara Grimke199 y otras más recientes cuando ya se rechaza la Biblia. Todas ellas muestran ilustración y espíritu de réplica, en constante pujanza, ante los ataques misoginistas; esto nos prueba que, aunque trabajosamente y paso a paso, la mujer iba subiendo escalones y que estas interpretaciones y polémicas, muchas veces públicas, provocaban el interés de un círculo femenino en aumento. Me he referido más espaciosamente sólo a aquellas que creo prestaron al tema del que nos ocupamos una visión original o con aspectos novedosos. De las mencionadas últimamente, con probabilidad la más notable, de menos de 20 años (aunque no es la única jovencísima que se preocupó por estas cuestiones), lo es Raquel Speght, singular por la re-elaboración del tema de la creación y cuya autoría, como era de esperarse, se   —142→   negó; ella es, al parecer, la primera feminista en defender, basándose en la creación divina de la mujer, la sacralidad de todas las partes del cuerpo femenino.

Algo que quisiera recordar es la atribución equivocada que se hace a la estadounidense de finales del siglo XVI, Judith Sargent Murray, como la primera persona en señalar la deprivación de la mujer a la educación, vedándole, de ese modo, el mundo de la literatura y la crítica. María de Zayas, en el siglo XVII español, señaló apasionadamente esa injusta discriminación de la mujer y antes, a mediados del siglo XVI, la habían ya señalado los personajes de las pastoras -colocadas en el mundo idealizado del Siglo de Oro clásico de las «Dianas»- en las novelas pastoriles de Jorge de Montemayor y Gil Polo (1554? y 1564 respectivamente).

En la obra de las hispanas, exceptuando a Sor Juana, no parece que el tema que tratamos haya sido muy recurrido. ¿Trataban de evitarlo por alguna razón particular o era ésa, de todos modos, la línea común a la generalidad de las mujeres de siglos anteriores? ¿Podría deberse a la tendencia de la Iglesia Católica de no animar a la lectura de la Biblia, o a no tocar asuntos de fe por temor a equivocarse y buscarse problemas con la autoridad religiosa oficial del tiempo? Sea por una u otra razón, no he hallado el comentario de este pasaje bíblico sino en Clarinda, la gran anónima peruana de principios del siglo XVII, y, más avanzado el mismo siglo y en España, en Sor Marcela de San Félix, la monja trinitaria hija de Lope de Vega. El tratamiento de pasajes bíblicos aparece alguna vez en sus obras; el que nos ocupa de Adán y Eva, lo tratan sólo una vez. Las tres hispanas, Clarinda, Sor Marcela de San Félix y Sor Juana, como era costumbre en la época, en particular la mexicana y la erudita Clarinda, combinan en sus versos los temas cristianos con los paganos200.

  —143→  

Para la peruana colonial, la poesía es el don más preciado, infuso, que Dios nos ha hecho desde el momento de la creación; en su largo Discurso en loor de la poesía (1608) nos presenta en un pasaje, al lado de Adán, a Eva. Según nos dice, Adán es el primer poeta a quien los «espiritus angélicos, perfetos» le infundieron la poesía, utilizándola, después de la desobediencia, para buscar el favor de Dios y componer canciones y elegías. Dice Clarinda de Adán:



   Quien duda qu'adviertiendo allá en la mente
las mercedes, que Dios hecho l'auía,
porque le fuesse grato, i obediente:

   No entonasse la voz con melodía,
i cantasse a su Dios muchas canciones,
i qu'Eva alguna vez le ayudaría.

   I viendose después entre terrones,
comiendo con sudor por el pecado,
i sujeto a la muerte, i sus passiones:

   Estando con la rexa i el arado,
qu'Elegías compornía de tristeza,
por verse de la gloria desterrado.



Clarinda, pues, nos presenta a la primera mujer con la capacidad mental necesaria para ayudar a Adán a componer poesía poniéndola, de esta manera, en igualdad intelectual con él y en un clima de compañerismo, lo que sugiere equidad en cuanto a la creación misma: la mujer es igual al hombre en forma, espíritu y capacidad intelectual. Pero al hablar de los castigos recibidos por la desobediencia, aunque enumera los de Adán, no hay mención de Eva.

En el siglo XVII español, y en el «Coloquio espiritual del Nacimiento», Marcela de San Félix, al hacer un recuento de pasajes del Génesis y del Nuevo Testamento, como era costumbre   —144→   en los autos sacramentales y en este tipo correlativo de obra teatral, se ocupa de la caída del Paraíso uniéndola al tema de la co-redención de María de Nazaret. Dice:



Violó de Dios el precepto
el primero de los hombres,
y todos con él perdieron
la libertad y esenciones
que le daba la inocencia,
tan privilegiada entonces
[...]


    Decreta la Trinidad,
en consistorio conforme,
que de Dios la fortaleza,
feliz embajada logre
[...]


Esperaba el sí Gabriel,
y esperábanle uniformes
cielos y tierra colgados
de dos letras que se formen,
cuando la pura doncella
los dos corales mejores
abrió, y con ellos la puerta
de su remedio a los hombres201
[...]



Según este pasaje, podríamos pensar que Marcela de San Félix, al igual que algunas de las mujeres que vimos antes, utiliza «hombre» como término genérico que incluye a la mujer. Notemos, sin embargo, que, al referirse la trinitaria a «el primero de los hombres», habla específicamente de Adán, en quien hace recaer la culpa que él trajo a toda la humanidad. Repasemos: «Violó de Dios el precepto / el primero de los hombres / y todos con él perdieron la libertad / y esenciones». Parece significativo que Marcela utilice la tercera persona singular, dice que ellos «perdieron», y no nosotros «perdimos», que sería lo normal y con lo cual se contaría ella misma en esa pérdida. Tampoco menciona a Eva en ningún momento; con ello nos sugiere que de ese pecado fue culpable sólo el primer hombre y que es cosa de «todos» ellos, los varones. A quien sí menciona luego es a María, presentando a   —145→   los cielos y a la tierra «colgados» del sí que saldrá de sus «dos corales mejores», y como reina del mismo «Verbo Eterno»; a ella la hace, por ser madre de Jesús, co-redentora del género humano, reivindicadora de Eva y del honor de todas las mueres, motivo que también veremos en Sor Juana.

En la obra de la monja de México se hallan instancias varias en las que reinterpreta el tema bíblico de Adán y Eva relacionándolo, casi siempre, con el de la co-redención que hemos mencionado202; María de Nazaret es presentada en la obra de Sor Juana como el ejemplo máximo para toda mujer: María «no es Dios, pero es quien más a Dios se parece»; al bajar Jesús a su vientre, «bajó Dios a mejor cielo» y «mejoró de asiento»203; María se nos aparece como mujer intelectual, poderosa, y realizando actividades que sólo a los hombres se les permitía, aspectos que he analizado en otros lugares. El tema de la creación del hombre y la mujer en el Paraíso y sus correlativos aparece en la obra de Sor Juana en la lírica, los villancicos, sus escritos devocionales y los autos del Divino Narciso y El cetro de José. No vamos a examinar aquí todos los aspectos en que nos presenta este tema; vamos a limitarnos a unas pocas instancias en las que se refiere explícita y directamente a Adán y Eva.

Un ejemplo del ya muy mencionado motivo del Eva convertido en Ave, que resume los aspectos mencionados en Sor Marcela, lo hallamos entre los poemas de Sor Juana escritos en latín; es el epigrama que comienza «Nomine materno [...]» que ella misma tradujo también al castellano y donde hace decir a María: «Yo, Esclava del Trino Dios, / todo el nombre de la Madre / mudo, y todo para mí / el EVA se vuelve en AVE», que hemos visto en el epígrafe del comienzo. El tema pagano de Camila quien, al dedicarse al culto de Diana, cambió   —146→   su nombre204, se utiliza para Eva, la «Madre» que menciona, al resolverla en la figura de María, quien, según la Iglesia, es madre de Dios y madre nuestra por excelencia, rescatando el deshonor del pecado ocasionado por Adán y Eva, y restaurando, de este modo, la dignidad de la mujer. En otro villancico a la Encarnación encontramos: «¿Qué bien al mundo no ha dado / la encarnación amorosa / si aun la culpa fue dichosa / por haberla ocasionado? / Ni ella sola ser podía / causa, que si se repara, / para que Dios encarnara / bastaba sola María»205. Aquí Sor Juana alaba la «culpa dichosa» (felix culpa) de Eva -como vimos antes en Cristina de Pisán- porque trajo la Encarnación, pero no se detiene ahí: esa culpa, según la elabora atrevidamente, no podía ser la única causa para la encarnación. En «la gracia», es decir en el amor del Padre por las virtudes y bellezas de María, había suficiente motivo para ello; es más, el bajar Dios al suelo y el encarnarse el Hijo en su vientre «fue por la culpa de todos / y la gracia de María». Juana Inés, en estos versos, podría referirse a la responsabilidad compartida de Eva con Adán en la caída, sin embargo, hay ambigüedad en la mención de «todos»206, ¿se refiere a todos los hombres y mujeres que después han cometido pecado y que Jesús redimió, o pensaba, como nos sugiere Sor Marcela, en sólo los varones? Porque veamos lo que nos dice de María en otro pasaje de un juego de villancicos207: «Sin la mancha de la culpa / se concibe, de Adán hija, / porque en un lunar no fuese / a su padre parecida». Aquí no hay ni mención de Eva, como si nada hubiera tenido que ver en la culpa original; en Sor Juana, como vemos, el personaje de María escuda al de Eva, es la «copia» o trasunto posterior que parece absorber a ésta y reemplazarla   —147→   reivindincándola, porque el Demonio en forma de serpiente, que engañó a Eva, a María «jamás pudo ni aun tocarla / la Sierpe» sino que «queriendo acecharla / el fiero Dragón soberbio, / de un puntapié le dejó / todos los cascos abiertos»208.

Tampoco menciona Sor Juana a Eva cuando, en los Ejercicios de la Encarnación, se refiere a la creación humana; la culpa se achaca siempre al primer hombre, porque «pecando Adán» y «por culpa y haber él quebrantado la obediencia que a Dios debía [...]». Y más adelante dice: «y crió Dios al hombre a su imagen y semejanza, varón y mujer, y los bendijo». Notemos los siguientes aspectos: que «hombre» es aquí genérico de «naturaleza humana» y que engloba al «varón y mujer» de las palabras que siguen; que no establece ninguna diferencia entre la creación de los sexos; que tampoco la establece en el disfrute de los peces, las aves, los animales y las plantas que les puso Dios a ambos, Adán y Eva, en el Paraíso. María, nuevamente en su papel de rescatadora, es «la restauradora de nuestro honor perdido en Adán»; ella es «sola la en quien se restauró la imagen y semejanza de Dios, borrada con el pecado de nuestro primer padre» (los énfasis son míos).

En el Divino Narciso, en un parlamento de Naturaleza Humana sobre sus «culpas», hallamos: «Díganlo, después de aquel / pecado del primer hombre, / que fue mar, cuyas espumas / no hay ninguno que no mojen, / tantas fuentes, tantos ríos / obscenos de pecadores [...] vamos a buscar / la Fuente en que mis borrones / se han de lavar [...]» (los énfasis son míos). Como vemos, en este pasaje tampoco hay mención de Eva; la falta se atribuye a Adán. La fuente mencionada representa el agua del Bautismo, de la gracia, y también, en todo el auto, a María, la «llena de gracia». En un parlamento posterior de Eco, quien representa el Mal, ésta habla de Naturaleza Humana achacándole que es «una villana   —148→   grosera, / de tosco barro formada, / hecha de baja materia»; Sor Juana, pues, no hace diferencias entre la manera en que Dios creó al hombre y a la mujer: ésta, puesto que está compuesta de barro, fue creada de la misma materia utilizada para la creación del hombre, y desde el mismo momento; y, ella, «porque es a Él tan parecida», es también la imagen de Dios. Así reinterpreta Sor Juana los conceptos que habían elaborado Hildebranda de Bingen y Cristina de Pisán. No cabía en la mente de la monja -al contrario de lo propuesto por Hildebranda e Isota de Nogarola- sugerir inferioridad en la mujer en ningún sentido ni aun para defenderla indirectamente.

En El cetro de José, al hacer la relación acostumbrada y remontarse al Paraíso, en el comienzo, aparecen Adán y Eva. La «Música» representa la «voz de Dios» quien regaña a Adán por haber roto su precepto al preferir «de tu mujer el antojo, / comiendo la fruta / del Arbol que solo / intacto a tu gusto / puse entre los otros». Estas palabras minimizan la culpa de Eva tajándolas de «antojo»; la responsabilidad se le echa a Adán de quien, en los versos siguientes, se hace un recuento de los castigos que va a recibir por haber pecado, sin que se mencionen los de Eva. A la serpiente -representación de Satán- se le da el nombre de Lucero, y la Música, siempre representando la voz de Dios, le maldice:


y entre la Mujer y tú
impondré perpetuos odios.
Quebrantará, altiva,
tu cuello orgulloso,
y a su carcañal
le pondrás estorbos.



Es decir, se enfatizan la culpa y los castigos de Adán pero a la Mujer, Eva, se la ensalza en la figura de María, quien   —149→   aplastará con sus pies, a Satán-Lucero, según la visión del Apocalipsis.

Resumimos: en la reinterpretación de la monja con respecto al tema de Adán y Eva, que presenta -al igual que lo hace Sor Marcela- íntimamente ligado al de la figura de María de Nazaret, no se acepta diferencia alguna en cuanto a la materia de que fueron formados ni al espíritu que se les insufló; la culpa del Paraíso la atribuye a Adán, sin elaborar sobre las razones que tenga para ello pero está claro que cree, como vimos anteriormente, que el precepto se le dio a él y no a Eva. Sor Juana -utilizando lo mismo el Viejo que el Nuevo Testamento- en ningún pasaje ni en ningún aspecto considera más débil ni menos inteligente a Eva, ni busca excusa para explicar el que comiera del árbol del bien y del mal; sí se infiere que aquel fruto prohibido se convirtió, en el vientre de María, en el fruto por excelencia, que es Jesús. Siguiendo los Evangelios, consigna que la serpiente engañadora de Eva -Satanás- será más tarde aplastada por María: ésta rescata a Eva de todas sus faltas y proporciona a todos, hombres y mujeres, los beneficios de la salvación por medio de la Encarnación.

En el corolario final, recojamos algunas ideas con respecto a las estrategias escriturarias utilizadas por nuestra monja mexicana:

1) la omisión consciente, que hemos visto en Juana Inés, del nombre de Eva en relación con la culpa del Paraíso;

2) la defensa indirecta de Eva -y, por extensión, de todas las mujeres- al escudarla bajo el nombre de María: el viejo tema del Eva convertida en Ave;

3) la alusión oblicua que pone a Eva al par de los beneficios y prerrogativas otorgados al primer varón, como en la mención del barro utilizado en la creación de ambos a imagen y semejanza de Dios; y en el disfrute de las aves, peces y animales así como de los frutos de la tierra en el Paraíso.

  —150→  

Vemos, pues, que nuestra monja, sin traspasar los límites de la ortodoxia, estaba bien consciente de su sexo femenino y, en la reinterpretación de pasajes del Génesis encontró maneras de defender a Eva al mismo tiempo que, incluyéndola, defendía la dignidad de la mujer.



Anterior Indice Siguiente