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En elogio de la representación de la opereta intitulada «El Delirio», ejecutada en el Coliseo del Príncipe: oda

María Rosa de Gálvez







    Almas sensibles, escuchad mi canto.
Para vosotras mi olvidada lira
vuelve a sonar no más; bañada en llanto,
en llanto de ternura,
la mágica pintura  5
del Delirio os presenta; oíd mi acento,
que a vosotras no más dará contento.

    Si de la admiración arrebatada
de Marte asolador canté el estruendo,
y los héroes siguiendo,  10
vi de su carro el giro pavoroso
con sangre señalado,
y de funestas lágrimas regado;
hoy, que del vicio el vergonzoso fruto
movió mi corazón con sus horrores,  15
responderá mi voz a sus clamores.

    Amaneció de luz y gloria lleno
el venturoso día,
que ansió mi corazón; las bellas artes
combaten la maldad; naturaleza  20
para su triunfo el genio les ofrezco
de un actor singular; por todas partes
la compasión con el terror volaron,
cuando el Delirio en él representaron.

   Mirad su frenesí: ¿cuál es la causa  25
de ese horrible furor, con que se agita?
El juego que os incita,
el juego que su mente ha trastornado,
y al hombre virtuoso ha degradado.

   ¡Ay! Yo gemí con él; y mis suspiros  30
y los de un pueblo con los suyos fueron:
¡Ay! Yo lloré con él; pero mi llanto
las lágrimas de todos confundieron:
¡ah!, malvados, temblad llenos de espanto,
oyendo sus lamentos doloridos;  35
temblad, cuando lo veis romper la tierra
por pagar el engaño; ella algún día
os negará el sustento; y si cavando
osáis buscarle en su abundoso seno,
del corvo hierro el golpe rechazando,  40
lanzará de su centro horribles gritos,
que dirán: no mantengo los delitos.

    Lejos de este espectáculo, vosotras
gentes endurecidas;
lejos de aquí el tumulto en que engreídas  45
corréis tras los placeres bulliciosas,
entre el vano aparato sin sentido.
El rostro ni el vestido
de este sublime actor, ni la armonía,
que arrebata pintando sus pasiones,  50
moverá vuestra helada fantasía;
Él habla a los sensibles corazones.

   Los que con él en su aflicción gimieron,
también en sus consuelos se gozaron,
cuando al Delirio vieron  55
la calma suceder. Vuelve piadosa
la cándida virtud: ved el semblante
de esa esposa constante,
que con voz angustiada y melodiosa,
extendiendo sus brazos;  60
la razón le devuelve en dulces lazos.

    La amistad, que la sigue,
con la tierna piedad de un aldeano,
y el alborozo ufano
de la sencilla gente  65
forman, poniendo fin a su martirio,
el patético cuadro del Delirio.

   Música y poesía encantadoras,
genios de imitación, abrid el templo
de la inmortalidad, y en su recinto  70
coronad al actor, que despreciando
el negro vicio, y la ignorancia hollando,
logró la admiración de nuestra España:
porque tan bello ejemplo
quede a los siglos en el sacro templo.  75





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