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En los verdes campos de la paz


Ignacio Amestoy





El domingo pasado enterramos a Buero. El maestro había muerto poco después de las 12 de la noche del viernes. Su mujer, Victoria Rodríguez, acababa de llegar al hospital, donde estaba en coma, tras hacer la función de La visita de la vieja dama, de Dürrenmatt, que representa en el María Guerrero. Hace de esposa del protagonista; un protagonista que muere.

A Buero se le enterró en el Parque Cementerio de La Paz, en Tres Cantos, uno de los modernos camposantos que han surgido, en sólo dos lustros, en este Madrid. La comitiva partió del María Guerrero, que la última temporada albergó un buen montaje de La Fundación, para algunos la mejor obra de Buero. Su cadáver había estado expuesto, desde las 12,30 a las 23,00 del sábado, en la platea, mermada en sus butacas. No faltó la ministra Del Castillo. Cuatro candelabros, junto a la caja abierta, y las coronas que se recibieron, como telón de fondo, fue todo el atrezo.

El domingo anterior, Buero había asistido en silla de ruedas a la obra de Dürrenmatt. Dialogó animadamente con Pérez de la Fuente, el director de La visita y de La Fundación, y también con algunos asistentes a la representación, como Agatha Ruiz de la Prada y su hijo Tristán. Siete días después, a las 10,30 de la mañana, un coche fúnebre Mercedes, como todos los de la «compañía de servicios funerarios» de La Paz, llevaba la caja de pino clara con los restos de Buero hacia las verdes praderas. Le precedían tres furgones, con las coronas, y le seguían una veintena de automóviles, con los acompañantes

La policía municipal custodió a la caravana en los 21 kilómetros que separan la Puerta del Sol de ese cementerio del Madrid del I+D. Otro mundo. Otra época. Aquí, como en el resto de España, hasta el XVIII se enterraba en las iglesias. Después de diversas epidemias, prohibido ya el enterramiento eclesial, el maltratado José Napoleón abrió los Cementerios Generales del Norte y el Sur de Madrid.

El del Norte copió el modelo parisiense de Lachaise, con la modernidad de los nichos. Sobre el solar de este cementerio, en el que se enterró a Larra, hoy se levanta el centro comercial de Arapiles. El aumento de población obligó a los políticos de la Restauración a clausurar todos los cementerios madrileños en 1884, inaugurándose la gran Necrópolis del Este, que hoy llamamos Almudena. A su vera estará, y está, el Cementerio Civil, donde se enterró en 1909 a Max Estrella -perdón, a Alejandro Sawa- y 80 años después a Pasionaria -perdón, a Dolores Ibárruri.

Buero Vallejo ha querido ser enterrado en los verdes campos de la paz..., de La Paz. En otro tiempo, un autor de teatro como Buero, hubiera acabado en la iglesia de San Sebastián, la de los cómicos, de donde Cadalso -el de las Noches Lúgubres, tan queridas por Buero- quiso desenterrar a su amante María Ignacia, con nocturnidad, horas después de ser enterrada. Al lado de Buero descansa ahora un militar, como su padre, Pedro Antonio Blanco García, asesinado como su padre, pero no en 1936, sino en enero de este 2000.

Un centenar de personas asistió a la inhumación de Buero. Eran las 11,30. Sobre la sepultura abierta, de cuatro cuerpos, se había colocado una gran caseta enlonada en su techumbre. Desde lejos, en medio del prado verde, exento de cruces o esculturas, no se podría adivinar qué era aquel party. No hubo sacerdotes. El cronista esperaba una liturgia laica. Pero, sólo el silencio. Por eso, decidido el que los sepultureros accionasen el mecánico descenso del féretro, y mientras Buero bajaba a la tierra, el que escribe hizo que la palabra del maestro se oyera: «¡Ver! Aunque en este deseo se consuma estérilmente mi vida entera, ¡quiero ver! No puedo conformarme. No debemos conformarnos». El que hablaba era el Ignacio de En la ardiente oscuridad o sea, Buero.

Un profesor, Francisco Estévez, presidente de la Asociación Miguel Hernández, que fundara con Buero, Aleixandre y otros, llevaba la Elegía a Ramón Sijé. «¡Léala!», me dijo. Estaban, junto a Victoria y su hilo Carlos, Mariano de Paco y Virtudes Serrano, meticulosos estudiosos de Buero. También, Paloma Pedrero, y la Diosdado, López Mozo, Chatono Contreras, Miranda y Martín Bermúdez. Y, claro, Eduardo Galán. ¡Qué pocos autores despidieron a Buero! La Elegía la leyó Mariano de Paco.

Oraciones laicas. Que Santiago Carrillo rezaría. También Antonio Gutiérrez. Dos ex. Y el académico Adrados. ¡El único representante de la Docta Casa! Y Cortés, que va a Exteriores. Y la Fraile, que va a Medio Ambiente. Y Tarazona. Y Pérez Puig, con Recatero. Oraciones laicas en recuerdo del habitante del féretro que tocaba tierra y que sobre su tapa lleva un crucifijo. Y se escuchó un aplauso cerrado.

Una sepultura familiar de cuatro cuerpos cuesta en La Paz 932.237 pesetas por 100 años. A lo que hay que sumar la inhumación -40.924- y la ornamentación -80.250-. IVA incluido. En las 40 hectáreas de La Paz, que tendrá hasta un lago, hay sepulturas, nichos, nichos dobles y columbarios. Y entre sus instalaciones, además del tanatorio con 17 salas -una, muy especial-, está la capilla multiconfesional, la funeraria, el crematorio, la floristería y la cafetería. Y un gran aparcamiento. «Un nuevo concepto de cementerio. Un lugar acogedor pensado para el descanso de sus seres queridos. Una gran extensión al aire libre...». ¿Ahí está Buero? Victoria Rodríguez no quiso que ese domingo se suspendiera la función en la que actúa. La ovacionaron. Y ella se dirigió al público: «Estoy aquí porque Antonio está aquí». Vale... Ahí es donde está Buero, en el teatro.





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