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«Acabando este castigo comenzaré a prender algunos particulares de los más culpados y más ricos para moverlos a que vengan a composición». «De estos tales se saque todo el golpe de dinero que sea posible». Así escribía a su amo y señor desde los Países Bajos el duque (Documentos inéditos, tomo IV, pág. 489).

 

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Del que no ha recibido aún el barniz de los romances, del viejo, el del poema. El cual se sale de casa porque el rey le airó por haber «priso» grandes y soberanos haberes reteniendo de ellos «quanto que fue algo» (110-114), mas se consuela porque


Hya, caballeros, dezir vos he la verdad
Qui en un logar mora siempre, lo se puede menguar


(versos 947 y 948)                



Si con moros non lidiaremos, no nos darán del pan


(v. 673)                


y se va a tierra de moros a meterse en «arrancadas provechosas» (v. 1233) para ganarse «averes» y «marcos de plata» y hacer «duenas ricas» a sus hijas y mujer. ¡Y que nos costaba poco! Suban, suban ellas al alcázar de Valencia, a contemplar la heredad que les ha ganado Rodrigo, y véanle lidiar que


«afarto verán por los ojos commo se gana el pan».


(v. 1642)                


Corran por Aragón y Navarra pregones; el que en buen hora nació llama a quien quiera llegar a rico saliendo de cuitas «perder cueta e venir a mitad» (v. 1689).

Y así, «al sabor de la ganancia», se le «acoien yentes de la buena christiandad». Mas teme que una vez tomada Valencia y ellos «abandonados en mitad» se le vayan con los haberes y manda quitárselos al que le cojan desertor, y al palo con él (versos 1245-1255). ¿Qué remedio? ¡Hay que vivir, buen don Ramón, conde de Barcelona! ¡No te aflijas tanto, ni dejes de comer, ve libre!, pero sin los haberes que perdiste en lid porque


«prendiendo de vos e de otros, ir nos hemos pagando».


(v. 1406)                


Prendiendo a fuerza o estafando a judíos con astucia de pícaro.

Véanse además los versos 510 y siguientes, 795 a 807, 1040 a 1048, 1149, 1245, 1266 a 1269, 1334 y sigs., 1736 y sigs., 1775 y sigs., 2135, 2430, 2466, 2493, y sigs. de la edición Vollmöller.

En las canciones de gesta francesa no domina tanto el eschec, el botín.

 

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Llegó a componerse de frailes y monjas la tercera parte de la población de España, y en tiempos de Felipe III, a principios del siglo XVII, salían de España, según el licenciado Pedro Fernández de Navarrete, al año, 40.000 personas «aptas para todos los ministerios de mar y tierra».

 

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«El que verdaderamente ama es necesario que se turbe, con la dulzura del soberano deleite que por el Hacedor de las cosas fue puesto porque el linaje de los hombres se perpetuase, sin lo cual perescería». «La natura huye lo triste y apetesce lo deleitable». Véase además lo que dice Celestina a Areusa en el acto séptimo.

 

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La peste del sadismo inficiona la literatura francesa, como si no hubiera más realidad que la lujuria. En la típica novela de Lacios llega al proselitismo con la repugnante marquesa de Merteuil. Y «avec quel art consommé elle distille et insinue son venin!». En nuestros días A rebours, de Huysmans, ofrece un ejemplo asqueroso.

 

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En el libre arbitrismo, el poder opresivo suple a la caída naturaleza; en el fatalismo representa a la ley externa del hado; cuando se ve, por contrario, ley determinante de la voluntad, se fía en el hombre. Así es como «el dejad hacer, dejad pasar», brotó de la concepción optimista del homo oeconomicus, que conoce siempre su verdadero interés, y de la fe en que éste se concilia con el colectivo; de un determinismo.

«¡Libertad! Bien entendida, ¡hermosa palabra!... Un pueblo jamás se hace maduro ni prudente; siempre es niño», dice el duque de Alba en el Egmont, de Goethe. ¡Libertad bien entendida! Y para hacerla entender, ¡palo limpio y tente tieso!

 

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¡Gran virtud el silencio y el secreto para la casta de Pero Mudo! Ya de antiguo cuidaban más de él que de la vida; su fidelidad brillaba en el secreto. Saepe tormentis pro silentio rerum immortui; adeo illis fortir taciturnitatis cura quam vitae, decía de los españoles Justino.

¡Secreto! Y consigo mismo, reserva mental. «¡Calla! -dice Doña Urraca a Bellido Dolfos-: si es traición, y en mi querella -excusará el no sabella- la culpa de no excusalla».

 

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Corneille, en su Le Cid, suprimió este vigoroso rasgo, así como lo más enérgico del diálogo precipitado entre el conde Lozano y Peranzules. Dice, en cambio:


Mais, puisque c’en est fait, le coup est sans remède.



¡Qué diferencia! Los héroes de Corneille son muy civilizados.

 

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«Y por cierto no vi en mis tiempos ni leí que en los pasados viniesen tantos cavalleros de otros reinos y tierras estrañas a estos nuestros reinos de Castilla y de León por hazer armas en todo trance, como vi que fueron cavalleros de Castilla a las buscar por otras partes de la christiandad... Y fui informado que el capitán francés o el italiano tenía entonces por muy fornescida la esquadra de su gente quando podía aver en ella algunos cavalleros castellanos, porque conoseía dellos tener esfuerço y constancia en los peligros más que de las otras naciones. Vi también guerras en Castilla, y durar algunos tiempos, pero no vi que viniessen a ella guerreros de otras partes. Porque assi como ninguno piensa llevar hierro a la tierra de Vizcaya, donde ello nace bien, assi los estrangeros reputaban a mal seso venir a mostrar su valentía a la tierra de Castilla, do saben que hay tanta abundancia de fuerças y esfuerço en los varones della que la suya será poco estimada».


Hernando de Pulgar, en el título XVII (Rodrigo de Narváez), de Los claros varones de España.                


 

30

«Señor, bien sé que vuestra señoría es muy buen caballero y que sus padres lo fueron también; pero yo y mi brazo derecho a quien ahora reconozco por padre, somos mejor que vos y todo vuestro linaje», decía un capitán a un caballero, según nos lo cuenta, en el cap. XVI de su Examen de ingenios, el doctor Juan Huarte.