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Jamás pude contemplar sin dolor la persecución y la muerte de un animal inocente e indefenso de quien ningún daño recibimos; comúnmente acontece que el ciervo, sintiéndose ya sin aliento ni fuerzas, no encontrando ningún recurso para salvarse, se rinde y tiende a los mismos pies de sus perseguidores, pidiéndoles gracia con sus lágrimas. Ningún animal cae en mis manos, que no le dejo inmediatamente en libertad. Pitágoras los compraba a los pescadores y pajareros para hacer con ellos otro tanto. Existe cierto respeto y un deber de humanidad que nos liga no ya sólo a los animales, también a los árboles y a las plantas. -Lib. II, cap. XI. (N. del T.)
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Locke y Rousseau... y cuantísimos otros después de ellos, apenas hicieron otra cosa en sus mejores páginas pedagógicas que desenvolver los principios de Montaigne; y nosotros mismos al cabo de trescientos años los releemos con placer y provecho grandes, pues nadie expresó jamás de una manera tan sabrosa o elocuente una doctrina más sana y saludable. -M. Lanusse, obra citada, pág. 193. (N. del T.)
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Las ciencias tratan de las cosas con fineza demasiada, por modo artificial, diferente al común y natural. Mi paje se siente enamorado y se da cuenta de su pasión: leedle a León Hebreo y a Ficen, de él se habla en esos libros de sus pensamientos y acciones, y sin embargo no entiende jota. Yo no encuentro en Aristóteles la mayor parte de mis anímicos movimientos ordinarios; allí se los cubrió y revistió con otro traje para el uso de la escuela: ¡quiera Dios que así hayan obrado los filósofos cuerdamente! Si yo perteneciera al oficio naturalizaría el arte tanto como ellos artificializaron la naturaleza. -Lib. III, cap. V. (N. del T.)
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Lib. I, cap. XXIV. |
(N. del T.)
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Lib. II, cap. X. (N. del T.)
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¿Añadiré además, por osado o temerario que parezca, que esta alma adormecida no se deja cosquillear por Ariosto y ni siquiera por el buen Ovidio? La espontaneidad y facundia de éste me encantaron en otro tiempo, hoy apenas si me interesan. -Lib. II, cap. X. (N. del T.)
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Lib. II, XXXVI. (N. del T.)
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Ya lo considero en sí mismo, en sus acciones y en lo milagroso de su grandeza; ya reparo en la pureza y pulidez inimitables de su lenguaje, en que sobrepasó no sólo a todos los historiadores, como Cicerón dice, sino a trechos a Cicerón mismo; habla de sus propios enemigos con sinceridad tal que, las falsas apariencias con que pretende revestir la causa que defiende y su ambición pestilente, entiendo que puede reprochárselo el que no hable más de sí mismo: tan innumerables hazañas no pudieron por él ser realizadas a no haber sido más grande de lo que realmente se nos muestra en su libro II, cap. X. (N. del T.)
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He recorrido de cabo a rabo las historias de Tácito, cosa que me acontece rara vez. Hace veinte años que apenas retengo libro en mis manos una hora seguida. No conozco autor que sepa mezclar a un «registro público» de las cosas tantas consideraciones de costumbres e inclinaciones particulares, y entiendo lo contrario de lo que él imaginaba, o sea que, habiendo de seguir especialmente las vidas de los emperadores de su tiempo, tan extremas y diversas en toda suerte de formas, tantas notables acciones como principalmente la crueldad de aquellos ocasionaba en sus súbditos, tenía a su disposición un asunto más fuerte y atrayente que considerar y narrar, que si fueran batallas o revueltas lo que historiase; de tal suerte que a veces le encuentro asaz conciso corriendo por cima de hermosas muertes cual si temiera cansarnos con su multiplicación constante y dilatada. Esta manera de historiar es con mucho la más útil: las agitaciones públicas dependen más del acaso, las privadas de nosotros. Hay en Tácito más discernimiento que deducción histórica, y más preceptos que narraciones; mejor que un libro para leer, es un libro para estudiar y aprender. Tan lleno está de sentencias que por todas parles se encuentra henchido de ellas: es un semillero de discursos morales y políticos para ornamento y provisión de aquellos que ocupan algún rango en el manejo del mundo. -Libro III, cap. VIII. (N. del T.)
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Lanusse, obra citada, pág. 148. Larra escribió «que materia de cosas opinables todas las razones son peores». (N. del T.)