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391

Nadie pensaba en huir; vencedores y vencidos avanzaban, combatían, herían y morían juntos. VIRGILIO, Eneida, X, 756. (N. del T.)

 

392

Los primeros gritos y la arremetida primera deciden la victoria. TITO LIVIO, XXV, 41. (N. del T.)

 

393

Cuando se encomienda a los vientos el cuidado de encaminar los disparos. (N. del T.)

 

394

Semejante al rayo la falárica hendía el aire produciendo un terrible silbido. VIRGILIO, Eneida, IX, 705. (N. del T.)

 

395

Acostumbrados a arrojar al mar las redondeadas piedras de sus riberas, y a lanzar proyectiles desde una gran distancia a un círculo reducido, herían a sus enemigos no sólo en la cabeza, sino en el sitio del semblante que les placía. TITO LIVIO, XXXVIII, 5. (N. del T.)

 

396

Al trepidar de las murallas, ante las cuales la metralla choca con atronador estruendo, el desorden y el pavor se apoderan de los sitiados. TITO LIVIO, XXXVIII, 5. (N. del T.)

 

397

No les asusta la amplitud de las heridas. Cuando éstas son más anchas que profundas glorifícanse como de una muestra de valor, pero si la punta de un dardo o una bala de plomo (lanzada con la honda) penetran en sus cuerpos dejando un agujero casi imperceptible, llenos de furia por perecer por una causa tan ligera, se arrastran por la tierra llenos de vergüenza y de rabia. TITO LIVIO, XXXVIII, 21. (N. del T.)

 

398

Los masilianos montan sus caballos en pelo, y los dirigen con una simple vara que hace las veces de riendas y freno. LUCANO, IV, 682. (N. del T.)

 

399

Y los númidas gobiernan sus caballos sin freno. VIRGILIO, Eneida, IV, 41. (N. del T.)

 

400

Sus caballos sin freno son deformes, tienen el cuello rígido y la cabeza extendida hacia delante. TITO LIVIO, XXXV, 11. (N. del T.)