681
Júpiter todopoderoso, padre y madre del mundo, de los dioses y de los reyes. VALERIO SORANO, ap. SAN AGUSTÍN, de Civit. Dei, VII, 9 y 11 (N. del T.)
682
El universal resplandor, la antorcha del mundo. Si del Hacedor Supremo el semblante majestuoso tiene ojos, sus ojos son los rayos del sol radiantes que comunican la vida a todo lo existente, que nos guardan y sustentan, y contemplan todos nuestros actos. Ese sol hermoso o inmenso que engendra nuestras estaciones según entra o sale de sus doce viviendas; que llena el universo con sus virtudes; que con un rayo de sus ojos disipa las nubes; espíritu y alma del mundo, que brilla y resplandece, que en el espacio de un día recorre el círculo del firmamento, lleno de inmensa grandeza, redondo, vagabundo y firme; el que tiene bajo su esfera la tierra toda por término; que está en reposo y en movimiento, ocioso y sin fija residencia; primogénito de la naturaleza, padre del día. (N. del T.)
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Dije siempre y diré que los dioses son de naturaleza supraterrena, pero creo también que estos dioses no se preocupan de la suerte del linaje humano, ENIO, apud CIC., de Divinat., II, 50. (N. del T.)
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Las cosas que por su naturaleza están apartadas de la mente divina y que a las claras se ve que son indignas de la divinidad. LUCRECIO, V, 123. (N. del T.)
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Conocidos son estos dioses con sus figuras, edad, trajes, adornos; ascendencia, matrimonios, parentesco; todo ideado a imagen de la mísera especie humana, atribuyéndoles las mismas pasiones, deseos, enfermedades y odios. CICERÓN, de Nat. deor., II, 28. (N. del T.)
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¿Para qué santificar en los templos nuestros vicios? ¡Oh almas esclavizadas por la materia, incapaces de levantar los ojos al cielo! PERSIO, Sat., II, 61 y 62. (N. del T.)
687
Se ocultan en apartados parajes a cuyo alrededor crecen bosques de mirtos; la muerte misma no pudo librarlos de cuidados. VIRGILIO, Eneida, VI, 413. (N. del T.)
688
Héctor era el que luchaba en combate singular, pero el que fue arrastrado por el caballo de Emonio (o de Aquiles) no era Héctor. OVIDIO, III, 756. (N. del T.)
689
Lo que cambia se disuelve, y la disolución es la destrucción, pues las partes se disgregan y desaparece su organización. LUCRECIO, III, 756. (N. del T.)
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Si después de nuestra muerte toda la materia que ahora constituye nuestro cuerpo se reuniera y volviera a recobrar con el tiempo la misma organización que antes tuvo, y de nuevo se iluminara con la luz de la vida, esta segunda organización no sería nada para nosotros, una vez que nuestra existencia fue interrumpida. LUCRECIO, III, 859. (N. del T.)