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ArribaAbajoArtículo II

Como el asunto de este drama es una competencia entre rivales, proporcionó naturalmente a su autor desplegar las ideas y sentimientos caballerosos de su siglo. En ellos se distinguían sobre todos D. Fadrique y D. Carlos.

Estos caballeros eran amigos; pero D. Fernando de Herrera, padre de Doña Blanca, pide a Carlos que se interese con D. Fadrique para que deje el obsequio de su hija que daba escándalo, y concluye diciendo:


«pues lo ha de hacer el acero,
si vos, Conde, no lo hacéis».



El conde D. Carlos le responde:


«el intentarlo os prometo,
pero el conseguirlo no:
mas esto solo fiad,
pues de mí os queréis valer:
que el marqués ha de perder
o su amor o mi amistad».



En cumplimiento de su promesa habla a D. Fadrique sobre esta materia, y concluye así:

«Una de tres escoged,
o no amar a Blanca, o darle
la mano, o dejar de ser
mi amigo por ser su amante.
FADRIQUE
Primero que me resuelva
en un negocio tan grave,
los celos de mi amistad,
que al encuentro, Conde, salen,
me obligan a que averigüe
mis quejas y sus verdades
¿Cómo si de ajena boca
supisteis que soy amante
de Blanca, no tenéis celos
de que de vos lo ocultase?
CARLOS
Porque los cuerdos amigos
tienen razón de quejarse
de que la verdad les nieguen,
mas no de que se la callen:
y así de vuestro silencio
no he formado celos; antes
os estoy agradecido:
que presumo que el callarme
vuestra afición, fue recelo
de que yo la reprobase,
porque no consienten culpas
las honradas amistades».


Fadrique condesciende con la solicitud de Carlos, se presenta como pretendiente de Doña Inés, su prima, y le manifiesta sus prendas y gracias. Doña Inés le repone:

«¡Qué altivo y presuntuoso;
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qué confiado y lozano
os mostráis, marqués! no en vano
dicen que sois jactancioso.
Bien fundan sus esperanzas
vuestros nobles pensamientos
en tantos merecimientos:
mas a vuestras alabanzas
y a las prendas que alegáis,
hallo una falta, marqués,
que no negaréis.
FADRIQUE
¿Cuál es?
INÉS
Ser vos quien lo publicáis.
FADRIQUE
Regla es que en la propia boca
la alabanza se envilece;
mas aquí excepción padece,
pues a quien se opone toca
sus méritos publicar:
....................................................
decirlos yo es proponer,
es relación, no alabanza,
alegación, no probanza,
que esa vos la habéis de hacer».


Ninguno de los dos amigos sabía que el otro era su rival en la pretensión de Doña Inés. Cuando llegan a saberlo querrían dejar la empresa, mas ya les era imposible por haberse presentado a ella públicamente. Resuélvense en competir con nobleza sin ofender las leyes de la amistad, y así lo cumplen. En un torneo celebrado en obsequio de Doña Inés, llevan iguales premios los dos amigos, y se dan mutuamente la enhorabuena. Carlos hace más: sabiendo de su amigo que está enamorado de Doña Inés, y viendo en ella indicios de que le correspondía, se resuelve a enamorar a Blanca para dejar libre a su amigo la que amaba.

Fadrique sabe por la revelación de su criado, que Blanca le indispuso con Doña Inés, atribuyéndole defectos falsos. Cuéntale este hecho a Carlos, de quien ya sabía que amaba a la calumniadora; pero siempre noble, siempre caballero, le oculta su nombre, y solo dice:

«Una mujer me ha querido
con las faltas que escucháis
desacreditar.
CARLOS
Marqués,
daros pienso a Doña Inés,
pues vos a Blanca me dais».


Y en efecto, habla a la engañada dama, le enumera los defectos de que habían acusado a D. Fadrique, le asegura que son falsos, y le dice en prueba que él mismo fue el que los inventó para libertarse de un competidor tan peligroso, y añade que lo hizo


«por vencerle y por vengarme
de vos; y ya que mi intento
conseguí, pues que la mano
que me ofrecéis, no la quiero,
como noble restituyo
al marqués lo que le debo».

Esta mentira en aquellas circunstancias puede llamarse oficiosa; pues no tenía Carlos   —196→   otro medio de convencer a Doña Inés de la falsedad, que acusarse a sí mismo de ella.

Concluiremos este examen con el siguiente diálogo entre Ochavo y Mencía.

OCHAVO
Y tú, enemiga, haz también
un examen, y si acaso
te merezco, pues me abraso,
trueca en amor el desdén.
MENCÍA
¿Bebe?
OCHAVO
Bebo.
MENCÍA
¿Vino?
OCHAVO
Puro.
MENCÍA
Pues ya queda reprobado,
que yo quiero esposo aguado.
................................................
OCHAVO
...Si mi culpa ha sido
beberlo puro, bien puedo
no quedar desesperado.
Aguado soy: que aunque puro
siempre beberlo procuro,
siempre al fin lo bebo aguado;
pues todo, por nuestro mal,
antes de salir del cuero,
en el Adán tabernero
peca en agua original.







ArribaAbajoRuiz de Alarcón. Ganar amigos

Este poeta se ejercitó también en la comedia heroica, tan del gusto de su siglo. Entre las que escribió en este género sobresalen Ganar amigos o la que mucho vale mucho cuesta, Los pechos privilegiados o nunca mucho costó poco, y la amistad castigada. Comenzaremos por la primera, que es la mejor de las tres, aunque todas tienen el defecto general de demasiada complicación en la fábula.

La acción de ganar amigos se reduce al peligro de que escapa el privado de un rey, acusado calumniosamente de un delito atroz, por haber procurado hacer bien y adquirir amigos en todo el tiempo que gozó de su privanza. El marqués D. Fadrique, valido de D. Pedro el Cruel, perdona y salva a D. Fernando de Godoy, que había muerto a su hermano en un desafío: impide la muerte que el rey quería dar a D. Pedro de Luna por haber violado el decoro de su palacio: gana a D. Diego de Padilla, prometiéndole no volver a hablar a su hermana Flor, causa de la muerte de su hermano, y haciendo que el rey le favorezca.

Viose después calumniado y preso por un delito, cuyo verdadero perpetrador era D. Diego; y tanto este caballero como los otros dos favorecidos por el marqués, se presentan a padecer por él: Padilla, como verdadero delincuente; Godoy, como autor de la muerte del hermano que la envidia achacó a D. Fadrique cuando le vio caído; y Luna, ofreciéndose a sacarle de la prisión y a quedarse en ella. El rey que escuchaba escondido la generosa lucha de los cuatro, perdona a los delincuentes y vuelve a su gracia al marqués.

Esta es quizá la comedia mejor escrita y dialogada de Alarcón. La elocución es siempre correspondiente a la nobleza de los sentimientos que en ella se describen. La escena en que el marqués quiere averiguar del matador de su hermano quiénes y cuáles eran sus relaciones con Flor, es admirable. Godoy hace alguna resistencia a declararse, y el marqués le dice:

  —197→  
«Ved que me habéis agraviado:
pues dais en eso a entender
que os engendra mi poder,
y no mi valor cuidado.
FERNANDO
¿Cómo?
FADRIQUE
Clara es la razón
en que este argumento fundo:
que si las leyes del mundo
piden la satisfacción
como fue la ofensa, es llano
que cuerpo a cuerpo los dos
debo vengarme, pues vos
matasteis así a mi hermano.
FERNANDO
Es así.
FADRIQUE
Pues si es así,
y que estamos hombre a hombre,
querer ocultarme el nombre
cuando os tengo a vos aquí,
y decir que de esa suerte,
si no os quiero perdonar
mi ofensa, pensáis librar
vuestra vida de la muerte,
¿no es evidente probanza
de que pensáis, que pretendo
saber quién sois, remitiendo
a otra ocasión mi venganza?
Pues si teniéndoos presente,
pensáis que no quiero aquí
vengarme de vos por mí,
dais a entender claramente
que os pretendo conocer,
porque pueda en mi ofensor
lo que ahora no el valor,
hacer después el poder».


D. Fernando, convencido por las razones del marqués, le confiesa su nombre; pero en cuanto a Flor, dice:

«...lo primero,
pensad que jamás su honor
sufrió la duda menor:
luego, como caballero
y galán, me decid vos,
si dado caso que fuera
yo tan dichoso que hubiera
secretos entre los dos,
¿diera el descubrirlos fama
a mi honor, si es, según siento,
inviolable sacramento
el secreto de la dama?
FADRIQUE
Pues si callar os prometo,
el ser quien soy ¿no me abona?
FERNANDO
No hay excepción de persona
en descubrir un secreto.
En vano estáis porfiando.
FADRIQUE
Advertid que con callar
me dais más que sospechar
que podéis dañar hablando,
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si al constante desvarío
en que dais, de Doña Flor
os ha obligado el honor.
FERNANDO
No me obliga sino el mío
ni temo que sospechéis
de su honor por eso mal,
que sois noble, y como tal
la sospecha engendraréis».


Irritado el marqués del silencio de Godoy, se resuelve a arrancarle el secreto a estocadas. Sacan las espadas, riñen, y el marqués triunfa, y le pregunta lo que le ha pasado con Flor.

FERNANDO
Resuelto a callar estoy.
FADRIQUE
¿Qué os resolvéis en efecto,
si con la muerte os obligo
a no decirlo?
FERNANDO
Conmigo
ha de morir mi secreto.


El marqués elogia esta noble determinación, le concede la vida y añade:


«Guardaos si viene a saberse
que fuisteis vos mi ofensor:
porque en tal caso mi honor
habrá de satisfacerse:
mientras no, para conmigo
no solo estáis perdonado,
pero os quedaré obligado,
si me queréis por amigo».



Tales eran los sentimientos caballerosos de la época: y si la venganza se miraba como permitida, era solo por no sufrir el desdoro de que se dudase de la valentía. La ilustración de nuestro siglo no ha podido acabar con esta preocupación ni con el desafío, que es su consecuencia inmediata; pero nuestra perversidad ha destruido el respeto al honor de las damas, el sacrificio de la vida a favor de la amistad y de la reputación: en fin, casi todos los afectos generosos propios de aquel tiempo. Sabemos más si se quiere: tenemos menos preocupaciones; pero nos conducimos peor en las relaciones sociales. ¿Qué se ha sustituido al culto que se tributaba entonces al valor, al honor y al amor? El anhelo de la codicia y los tormentos de la ambición.




ArribaAbajoRuiz de Alarcón. Los pechos privilegiados

Este es el drama en que Ruiz de Alarcón desplegó más conocimientos morales y políticos. Abunda en excelentes principios, expresados con toda la dignidad de la tragedia. Es menester leerlo todo para conocer el mérito de la elocución, aunque no dejaremos de citar algunos de los trozos que nos han parecido mejores.

No merece tal elogio ni el plan ni la disposición de la fábula. El interés que excita el primer acto se debilita notablemente en los otros dos. D. Melendo, conde de Galicia, tiene dos hijas, Leonor y Elvira. Rodrigo de Villagómez, infanzón de León, ama   —199→   correspondido a la primera y ha tratado con el conde que es su amigo, casar con ella. Alonso V, rey de León, ama a Elvira, mas no para hacerla su esposa. Quiere que su privado Villagómez le sirva de tercero en su amorío, y el noble infanzón se resiste: pierde así su gracia y valimiento.

Pero desde el principio del segundo acto hasta el fin, a penas da un paso la acción, a pesar de los muchos lances y episodios, y de su buen estilo. Los sucesos posteriores hasta el desenlace han de estar contenidos en los anteriores y en el carácter conocido de los personajes, y de tal manera enlazados que crezca a cada momento la curiosidad del espectador. Al fin, Alonso casa con Elvira por no sufrir que diese su mano a un D. Sancho, rey de Navarra, que la amaba, y vuelve a su gracia a Villagómez; porque el pueblo y los grandes de León murmuraban de su caída.

Es natural que se pregunte la razón del título. Desde la segunda jornada, sin ser anunciada ni esperada, se presenta Jimena, montañesa de León, nodriza de Villagómez, que adora a su alumno, y que siendo valiente y de muchas fuerzas, le salva de un lance en que el rey quería matarle. Cuando llegó el momento de la reconciliación, Alonso V concedió a la casa de Villagómez el privilegio de que gozasen nobleza las amas que diesen el pecho a sus hijos. Alarcón en los últimos versos de la pieza asegura que en su tiempo se conservaba este raro privilegio en aquella familia.

La mejor escena es sin disputa la segunda del primer acto, en que el rey declara a Villagómez su amor, y le pide que sea su tercero. D. Rodrigo le responde que Melendo no le negará su hija si se la pide por esposa.

ALONSO
«¿En tan poco habéis creído
que me estimo, que os pidiera,
si ser su esposo quisiera,
el favor que os he pedido?
RODRIGO
¿Y en tan poca estimación
os tengo yo, que debía
presumir que en vos cabía
injusta imaginación?
¿Y en tan poco me estimáis
y me estimo yo, que crea
que para una cosa fea
valeros de mi queráis?»


El rey se disculpa con la violencia de su pasión. Villagómez le replica que si puede vencerla para no casarse con Elvira, ¿por qué no la ha de vencer para no ofenderla? El rey le responde:


«Porque lo primero fundo
en buena razón de estado;
y en estar enamorado,
que es sin razón, lo segundo».



Villagómez hace presente al rey que en nada le manifiesta más su amistad que en oponerse a su intento.

ALONSO
«Yo me doy por advertido
y del consejo obligado:
mas pues habiéndole dado
con quien sois habéis cumplido,
determinándome yo
a no tomarle, Rodrigo,
debe ayudarme mi amigo
a lo mismo que culpó.
............................................
RODRIGO
Señor, la mismo razón
—200→
porque a mí me lo encargáis
hace, si bien lo miráis,
la mayor contradicción:
que si a Elvira puedo hablar
por ser amigo del conde,
con eso mismo responde
mi fe, que me ha de excusar:
pues ni yo fuera Rodrigo
de Villagómez, ni fuera
digno de que en mi cupiera
el nombre de vuestro amigo,
si solo por daros gusto
en un caso tan mal hecho,
hiciera a un amigo estrecho
un agravio tan injusto».


El rey continua instándole, añadiendo:


«y para que os reduzcáis,
advertid que es necedad
perder de un rey la amistad
por lo que no remediáis:
que para este fin, Rodrigo,
mil vasallos tendré yo
sin dificultad: vos no
fácilmente un rey amigo».



Rodrigo permanece firme, el rey lo despide indignado, y él exclama:


«¿Esto es servir? ¿estos son
los premios de la fineza?
¿los fines de la grandeza?
¿los frutos de la ambición?
¿de modo que la razón
no ha de ser ley, sino el gusto?
¿y que cuando el rey no es justo,
quien conserva su privanza
viene a dar cierta probanza
de que también es injusto?
Pues no, no perdáis, honor,
la alabanza más segura:
que ser privado es ventura,
no quererlo ser, valor.
El privar es resplandor
de ajenos rayos prestado,
y es luz propia haber mostrado
que quiso más ser Rodrigo
buen amigo de su amigo
que de su rey mal privado».



Semejantes a estas sentencias, hay otras muchas en el drama, como llamar al ministro


«...del peso del gobierno
un lustroso ganapán».



O esta:


«El vulgo mal inclinado
siempre condena al privado,
—201→
siempre disculpa al caído».



O bien:


«No se merece sirviendo,
agradando se merece».



Estos versos los dice Villagómez al conde, pero sin decirle por qué había caído de la gracia del rey, y al despedirse añade:


«Pues sois mi mayor amigo,
y callo, debe de ser
imposible declararme;
mas si sabéis discurrir,
harto os digo con partir,
con callar y no casarme».



Diciéndole el conde que le volverá a la gracia y a la privanza del rey, le responde:


«Lo que pedís os permito;
si bien, Melendo, os limito
el volverme a la privanza:
la gracia sí me alcanzad:
que esta es forzoso que precie,
pues no hacerlo fuera especie
de locura o deslealtad:
pero el asistirle no:
porque si Faetón viviera,
fuera necio si volviera
al carro que lo abrasó».



Cuaresma dice que el hombre ruin, elevado a alto puesto


«es un gigantón del Corpus
que lleva un pícaro dentro».



Ramiro, sucesor de Villagómez en la privanza, no tiene sus nobles sentimientos; dice que


«...las leyes
en las manos de los reyes
que las hacen, son de cera:
y que puede un rey que intenta
que valga por ley su gusto,
hacer lícito lo injusto
y hacer honrada la afrenta».

El rey aplaude a estas máximas impías en moral y en política, como joven y enamorado.

La situación del fin del primer acto es sumamente teatral. El conde encuentra en su casa al rey y a Ramiro, sin conocer al primero, y los acomete al frente de su familia.

CONDE
Muera el aleve Ramiro.
RAMIRO
Perdidos somos, señor.
BERMUDO
Mueran.
ELVIRA
¡Ay de mí!
ALFONSO
Teneos
al rey.
CONDE
¿Al rey?
ALFONSO
Sí.
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CONDE
El rey sois,
aunque no lo parecéis».


Rasgo sublime, y que como todos los de su especie encierra muchos pensamientos, y anuncia gran vigor de ánimo en el infanzón leal y pundonoroso, que al pronunciar estas palabras, deja caer la espada.




ArribaAbajoRuiz de Alarcón. La amistad castigada

Dionisio el menor, rey de Sicilia, debía la corona a su primo Dion; pero enamorado de Aurora, hija de este héroe, y no pudiendo refrenar su pasión, determina satisfacerla a toda costa, y elige por tercero de su amorío, a Filipo, que desterrado antes, se presentaba entonces en la corte por vez primera. Filipo visita a la dama de parte de su tío, y aunque ciego de amor cuando ve su hermosura, cumple su comisión y es despedido con enojo. Había además otros dos principales señores que la amaban, Policiano y Ricardo (nombres, por decirlo de paso muy poco griegos). El primero estaba tratado de casar con ella, y Dion había dado su consentimiento: el rey impidió este casamiento con varios pretextos. Ricardo, sumamente leal a Dionisio, se aparta de su pretensión, apenas sabe que el rey ama a Aurora.

Esta prefiere entre sus cuatro amantes a Filipo: en una segunda conversación con él (que forma la mejor escena de este drama) le obliga a declararse. Filipo, traidor a la confianza del rey, descubre a Dion la pasión criminal de su primo, pidiendo en premio de su delación la mano de Aurora. Dion con este aviso sorprende al rey que se había introducido en su casa: hace ver a los principales de Siracusa, que había citado al efecto, la maldad de Dionisio, le quitan la corona y la dan a Dion, el cual premia con la mano de Aurora a Ricardo, el único entre todos sus amantes que se había conservado leal al rey depuesto. Verifícase el título de la Amistad castigada en Filipo, a quien Dion envía desterrado por haber preferido la amistad a él, y el amor a su hija, a la fidelidad que debía a su rey.

El interés de este drama en la lectura no es muy grande. Varias razones hay para ello. 1.º El protagonista que indudablemente es Filipo, es un carácter nada noble. Antes de ver y amar a Aurora, sugiere y aconseja a Dionisio todos los medios posibles para lograr su pasión, mas después que se ha enamorado de la hija de Dion, no dificulta en hacer traición a la confianza que el rey había depositado en él. 2.º Tampoco es generoso en Aurora, a la cual se pinta tan altiva como hermosa y discreta, decidirse a favor de un corazón tan vil como el de Filipo, que pasa del papel despreciable de tercero al odioso de traidor. 3.º La contradicción que hay en la moral política de Dion al fin del drama; pues censura y castiga la traición de Filipo a su rey, cuando él no duda quitarle al mismo rey la corona, y desterrarle, y si no le quitó la vida, fue por intercesión de Aurora.

Resulta, pues, que en la comedia de la Amistad castigada no es posible interesarse por ninguno de los personajes principales, que es el mayor defecto que puede tener una composición dramática. Solo hay una escena, que es la última del acto segundo, que interese y excite la atención, no tanto por el mérito moral de los caracteres, como por el arte con que está construida, y la vivacidad del diálogo.

Filipo, destacado por Dionisio como tercero, vuelve a hablar a Aurora para ver si se templaba su rigor contra el rey; pero como ya estaba enamorado de ella, tiembla de hallarla menos dura. Aurora, que desea verle amante y no tercero, finge alguna inclinación a Dionisio.

«...aunque al lance primero
respondí con pecho airado,
—203→
no os espante que haya obrado
el cuidado lisonjero
mudanza en mí, conociendo
que no es ofender amar,
y que no es justo pagar
a quien ama, aborreciendo.
.................................................
Mas, ¿por qué busco razones,
Filipo, y satisfacciones
tan dilatadas os doy
y me disculpo, al hacer
lo que venís a rogar
disculpas pide el negar,
no las pide el conceder?
Al rey le decid...
FILIPO
¡Ay cielos!
AURORA
Que le pago.
FILIPO
¿Qué decís?
AURORA
Parece que lo sentís.
FILIPO
No señora (¡muerto soy!)
antes el gusto de ver
el que el rey ha de tener,
si tales nuevas le doy.
AURORA
¿De gusto mudáis color?
........................................
pues porque le deis cumplido
el contento y le tengáis,
pues lo que el suyo estimáis
tanto habéis encarecido,
decidle no solamente
que le estoy agradecida,
pero tan ciega y rendida
al amoroso accidente,
que esta noche ha de lograr
la licencia...
FILIPO
¿Qué decís?
AURORA
Parece que lo sentís».


Filipo se retira despechado, no pudiendo tolerar el tormento que Aurora le daba para que confesase. Aurora le llama.

«¿Sin hablar os despedís?
¿Qué es esto? Volved, mirad,
Filipo, que no es verdad
lo que he dicho.
FILIPO
¿Qué decís?
AURORA
Que nada al rey le digáis
de lo que me habéis oído:
que fue fingido.
FILIPO
¿Fingido?
AURORA
Parece que os alegráis.
FILIPO
Parece que no os ofende
el ver que me alegro yo.
AURORA
A ninguno le pesó
de alcanzar lo que pretende.
FILIPO
¿Pues qué intento conseguisteis,
bella Aurora, en este efecto?
—204→
AURORA
Ver declarado un secreto
que encubrirme pretendisteis.
FILIPO
¿Qué secretos he negado,
cuando serviros me toca?
AURORA
El que a pesar de la boca
los ojos han confesado.
FILIPO
¿Pues qué visteis en mis ojos
que a mis labios contradiga?
AURORA
Pena de que el rey consiga
remedio de sus enojos.
FILIPO
................................................
Notorio agravio me has hecho
en responder falsamente
a lo que la boca miente
y no a lo que siente el pecho.
AURORA
¿Luego es cierto lo que yo
de tu aspecto colegí?
FILIPO
¿Quieres que diga que sí?
AURORA
¿Y podrás decir que no?
FILIPO
Diré lo que tu gustares.
AURORA
¿Es bien que yo aunque te amara,
primero me declarara?
FILIPO
¿Digo yo que te declares?
¿o pudo mi desvarío
prometerse por ventura
que ocultase tu hermosura
pensamiento en favor mío?
AURORA
¿Tan poco fías de ti
teniendo tanto valor?
FILIPO
¿Luego estimarás mi amor?
AURORA
¿Quieres que diga que sí?
FILIPO
Si nadie te mereció,
¿quién será tan atrevido?
AURORA
Quien tan venturoso ha sido
que se lo pregunto yo.
FILIPO
Según eso, Aurora, hablar
podemos claro los dos:
Yo te adoro.
AURORA
Gloria a Dios,
que llegamos al lugar».


Este arte de preparar una declaración amorosa contra la cual pugnan la timidez por una parte y la altivez mujeril por otra, constituye casi todo el mérito de Marivaux entre los dramáticos franceses; pero se ve que un siglo antes lo ejercitó muy perfectamente nuestro Alarcón. El manejo de Aurora para arrancar a Filipo su secreto no sufriría objeción, si el carácter del amante no le hiciese indigno de la preferencia.

Citaremos otros versos del primer acto, escritos contra los agentes provocadores de la policía, que parece eran ya conocidos aunque no con este nombre. Dionisio, viéndose rodeado de enemigos, encarga a Dion que se finja agraviado y malcontento para que los desleales no tengan dificultad en descubrirse con él; y le añade:


«Solo me resta advertiros,
Dion, que el fin a que mira
este engaño es conocer
la traición, no persuadilla:
porque si es cautela justa
la que el delito averigua,
—205→
no es justa la que ocasiona
a emprendello a la malicia.
Y así habéis de procurar
descubrir la alevosía
con medios tan atentados
y razones tan medidas,
que sin irritar sepáis
quién es el que ya conspira;
mas no el que conspirará,
si vuestro favor le anima».






ArribaAbajoRuiz de Alarcón. La prueba de las promesas

Alarcón escribió dos comedias de magia: La prueba de las promesas y La Manganilla de Melilla. Esta última, a pesar de su mérito en cuanto al estilo, es tan desatinada en cuanto a la dirección de la fábula, que no merece en nuestro entender un examen particular. Hay en ella tramoyas, vuelos, escotillones y demás aparatos de esta clase de comedias, inventadas más bien para deleite de los ojos que del entendimiento.

Muy diferente es La prueba de las promesas. Nada hay en ella de juego mágico. No es más que un excelente apólogo, dirigido a presentar una verdad muy triste, pero muy cierta: y es lo poco que hay que fiar en las promesas de los hombres ni en su gratitud por los beneficios recibidos, principalmente si varia su situación y la fortuna los lisonjea.

D. Illan de Toledo es poseedor de la ciencia nigromántica. D. Juan de Ribera, que deseaba instruirse en ella y tener además un pretexto para introducirse en casa de don Illan, porque amaba correspondido a su hija Blanca, le visita y le suplica que le admita por discípulo; pues en cuanto a sus pretensiones amorosas, no se atrevía a hablarle de ellas por ser pobre. Como D. Illan se resistiese a enseñarle, le instó, protestando a los cielos.


«que siempre vuestra ha de ser
mi hacienda vida y poder,
cuanto valgo y cuanto soy».



D. Illan, resuelto a probar la verdad de estas promesas se manifiesta convencido, y propone darle la primer lección. En tanto se presenta el criado de D. Illan a decirle que ha llegado un caballo nuevo que su hermano le enviaba. Bajan a verle, y D. Illan manda enjaezarle para que D. Juan le pruebe, y entran en el estudio a esperar que esté todo dispuesto para el paseo.

Desde este punto empieza la operación mágica. Un correo trae a D. Juan la noticia de haber muerto su hermano mayor el marqués de Tarifa, un hijo de este, y otro hermano segundo: de modo que D. Juan, que era el tercero, venía a heredar aquel título, sus cuantiosas riquezas y la grandeza de España aneja a él. D. Illan fingiéndose admirado y complacido de esta mutación de fortuna, le pide para un hijo suyo letrado el corregimiento de Tarifa. D. Juan no sale bien de esta primera prueba, y se disculpa con que destinaba aquel empleo al ayo que le había educado; pero añade que habiéndose él de partir a Madrid a besar la mano al rey, D. Illan debía seguirle con su hija y familia, y que allí emplearía todo su valimiento en procurar los aumentos de su hijo.

En la segunda jornada es la escena en la corte. D. Juan no cumple ni las antiguas   —206→   ni las nuevas promesas, y además ingrato al amor de Doña Blanca, la solicita ya, para esposa, sino como manceba, lo que irrita a la noble hija de D. Illan, y pasa su afecto, aunque gradualmente, a D. Enrique de Vargas, a quien su padre la destinaba. En tanto, D. Juan granjeaba mucho lugar en el afecto del rey, y entre los favores que recibió, uno fue el de dos hábitos de órdenes militares para que los diese a quien gustase. D. Illan le pidió uno para su hijo. D. Juan se disculpó con que siempre se suponía que esos hábitos se daban para los parientes. El maestro de nigromancia calla, y para quitarle todo pretexto, le da un libro de conjuros, bien que falsos, lo que podía equivaler a muchas lecciones.

El rey, cada día más prendado de D. Juan, le hace presidente del consejo de Castilla, D. Illan solicita por memorial para su hijo una de tres plazas vacantes de judicatura. No obtiene ninguna. Viene, pues, en casa de D. Juan con su hija a despedirse de él, quejándose de la falsedad de sus promesas: D. Juan le responde con insolencia, y añade que harto hace en no delatarle como mágico. D. Illan deshace el conjuro, y al momento se hallan todos en el estudio de D. Illan en Toledo; el mozo de caballeriza entra a avisar que ya estaba el caballo pronto. El marquesado de Tarifa, el favor del rey, la presidencia del consejo de Castilla, todo había sido ilusión mágica, que pasó como en un sueño, en el espacio de una hora. Nada había sido cierto, sino el descubrimiento de la ingratitud y falsedad del prometedor, que perdió así su amada y su reputación.

Alarcón dice que tomó el argumento de este drama del conde Lucanor; cita que no hemos podido verificar por la rareza de este libro. Su mérito está reclamando la reimpresión, así como otros muchos del siglo XV y XVI, desconocidos aún de nuestros literatos, y que yacen como tesoros sepultados en el polvo de las bibliotecas.

D. José Cañizares imitó la comedia de Alarcón en la suya intitulada D. Juan de Espina en Milán. En ella es más notoria la ingratitud del discípulo; pues en la ilusión mágica, Espina, aunque no le enseña, le auxilia para cortejar y hacerse querer de la duquesa de Milán, vencer a sus rivales y enemigos, y ceñirse la corona ducal dando la mano a la duquesa. La pieza de Cañizares tiene el mérito de reunir al interés moral de la de Alarcón el aparato teatral propio de las comedias de magia.

Tristán, criado de D. Juan, elevado a la clase de secretario suyo, imita su soberbia y su entonamiento, aunque de una manera ridícula. Pertenece al género satírico su escena con tres pretendientes, que vienen a entregarle memoriales.

1.º
Merezca en esta ocasión,
que usted como quien es,
me ayude con el marqués.
TRISTÁN
¿Qué pide?
1.º
Una comisión.
TRISTÁN
¿Qué?
1.º
Comisión.
TRISTÁN
Bien está:
¿fuera de aquí?
1.º
En Zaragoza.
TRISTÁN
¿Casado?
1.º
Con mujer moza
y hermosa.
TRISTÁN
Negociará.
2.º
Para que una plaza alcance,
o el uno de estos oficios,
me dad favor.
TRISTÁN
¿Qué servicios?
2.º
He escrito un libro en romance.
TRISTÁN
¿Qué?
2.º
En romance.
TRISTÁN
Bien está.
—207→
2.º
Y también fui traductor
de uno italiano, señor.
TRISTÁN
Señor, no negociará.
3.º
¿Qué hay de mi negocio?
TRISTÁN
Ayer
dijo el marqués mi señor,
que mostréis vuestro valor,
si capitán queréis ser.
3.º
¿Pues no ha bastado mostralle
este talle, esta presencia?
TRISTÁN
Acá tiene Su Excelencia
rocines de mejor talle.
3.º
Señor, si favor me da
y negocio, le daré
de albricias mil doblas.
TRISTÁN
¿Qué?
3.º
Mil doblas.
TRISTÁN
¡¡Negociará!!





ArribaAbajoRuiz de Alarcón. La crueldad por el honor. El dueño de las estrellas

Estos dos son los únicos dramas que escribió Alarcón en el género y colorido trágico. Son muy inferiores a los que en el mismo género escribieron Calderón y Rojas, aunque siempre su elocución es elegante y correcta, y se encuentran versos felicísimos. Su talento principal fue para las comedias de costumbres, en las cuales sobrepujó a todos los poetas dramáticos de su tiempo.

La crueldad por el honor tiene por argumento un hecho que cita Mariana en el libro XI, capítulo IX de su historia. Alonso I el batallador, rey de Aragón, pereció a manos de los moros en la batalla de Sariñena; pero no habiéndose encontrado su cadáver después de la refriega, esta circunstancia dio origen a la voz que corrió en el vulgo, de que no había fallecido de sus heridas, sino que curado de ellas, y avergonzado de haber perdido aquella batalla después de tantas y tan señaladas victorias, no quiso volver al trono, y pasó a la Tierra santa a pelear contra los mahometanos, olvidado de su reino y de su gloria.

Valiose de esta hablilla, veinte años después, y en la menor edad de Alonso II, rey de Aragón, durante las turbulencias que se movieron por el fallecimiento de su padre D. Ramón, «un cierto embaydor (son palabras de Mariana) que se hizo caudillo de los que mal pensaban, con afirmar públicamente era el rey D. Alonso... Decía que cansado de las cosas humanas estuvo por tanto tiempo disfrazado en Asia. Su larga edad hacía que muchos lo creyesen, las facciones del rostro no de todo punto desemejables. Grandes males se aparejaban por esta causa, si el embaydor no fuera preso en Zaragoza y no le dieran la muerte en los mismos principios del alboroto: este fue el pago de la invención y fin de toda esta tragedia mal trazada». La de Alarcón, fundada sobre ella, no tiene mejor traza.

Para ennoblecer al embaydor, a quien da el nombre de Nuño Aulaga, le supone de una familia ilustre, aunque pobre, y que siendo escudero de Alonso el batallador, se halló a su lado cuando pereció en Sariñena, se apoderó de su anillo y sello real, y escapando de la acción, viajó por países extranjeros, hasta que los tumultos de Aragón le dieron ocasión para volver a su patria, no tanto a usurpar el reino a favor de su semejanza   —208→   con el rey difunto, como a vengar la ofensa que creía haber recibido en el honor, de un caballero poderoso del reino, a quien pensaba matar valido de la autoridad suprema que efectivamente usurpó.

El mayor enemigo que tuvo en su empresa fue su hijo Sancho Aulaga, que fiel a la reina viuda Petronila, no se rindió a las caricias, a las promesas ni a los consejos de su padre. Este por su parte preparó la venganza de su agravio; pero ya tenía la víctima entre sus manos, ya le había manifestado quién era, para que no ignorase al morir quién le mataba, cuando fue impedido y descubierto por otros personajes que le habían escuchado. Preso y convencido de su delito, fue condenado a muerte de horca. Sancho Aulaga, para evitar el deshonor del suplicio, se introduce en la prisión, le da un puñal para que se mate y le promete consumar la venganza de su injuria; pero Nuño Aulaga se empeña en no morir sino a manos de su hijo, para que tenga parte en una acción hecha por evitar la deshonra pública, y su hijo le complace, justificando así el título de la comedia: La crueldad por el honor.

En la última escena se descubre de la manera menos sucia que pudo el autor, que Sancho no es hijo de Nuño, sino del enemigo de este. Su madre estaba preñada de dos meses cuando casó con Aulaga. Estas revelaciones tardías no disminuyen el justo horror de la atrocidad, y solo sirven para dar un barniz cómico de la peor especie a la acción trágica, patibularia y desatinada que sirve de argumento al drama. El único carácter interesante es el de Sancho Aulaga, que colocado entre la lealtad por una parte y el honor y la piedad filial por otra, cumple con valor tan difíciles obligaciones; pero el parricidio, aunque solicitado del mismo padre, no admite disculpa alguna.

Hay en este drama unos versos muy notables, censurando la antigua e impía máxima: si se ha de delinquir, ha de ser por reinar.


«Si ser por reinar traidor
dijo que es lícito alguno,
fue cuando la tiranía
daba los cetros del mundo;
fue cuando idólatras pechos
no temieron ser perjuros:
fue cuando el vasallo al rey
natural amor no tuvo:
mas hoy que la sucesión
les da derecho tan justo;
hoy que el amor se deriva,
por legítimo transcurso,
de los padres a los hijos;
hoy que del cristiano yugo
a cumplir los juramentos
obligan los estatutos,
¿cómo por reinar podrá
decir que es lícito alguno
ser traidor?»



Difícil sería a un publicista fundar mejor la diferencia entre las modernas monarquías hereditarias, hijas de la ley, y los antiguos imperios del mundo, adquiridos por la perfidia, la violencia o la sedición.

No hiciéramos mención de la comedia intitulada el dueño de las estrellas, si no fuese por lo extraordinario de la invención, en la cual se mezclan con recuerdos de la historia de Esparta y con el célebre nombre de su legislador, los sentimientos pundonorosos y las costumbres y galanterías de la corte de Felipe IV.

Se sabe que Licurgo se desterró voluntariamente de su patria, con intención de no volver a ella, cuando hubo conseguido que los espartanos jurasen observar sus leyes hasta que él volviese. Alarcón añade, que aterrado por la predicción de un astrólogo, huyó de las cortes y de los palacios: pues según su horóscopo, había de hallarse en tal aprieto con un rey, que o le había de dar la muerte o había de perecer a su manos.   —209→   Esta invención no se conforma mucho con el nombre de sabio que tuvo Licurgo entre los griegos; pero el autor la necesitaba para justificar el título del drama.

Disfrazose, pues, de villano, compró una casa de posadas en una población corta de la isla de Creta, en donde permaneció desconocido, hasta que el rey de aquel país, movido por un oráculo de Apolo, hizo buscarle para confiarle el gobierno de su reino. Descubierto por la industria de Severo, privado del rey, y conducido a la corte, donde el monarca le puso al frente del gobierno, se enamoró de Diana, hija de Severo, a la cual quería también el rey, y casó con ella con beneplácito del padre y la licencia del soberano, que tuvo aquel matrimonio por favorable a los intereses de su amor. Una noche en que se creía a Licurgo ausente de la corte, se introduce el rey en su casa; encuéntrale el marido sin conocerle, riñen, traen los criados luces, y Licurgo ve cumplido el horóscopo; mas para manifestar que él, como sabio, era dueño de las estrellas, se da la muerte a sí mismo.

La elocución y el diálogo dan interés a las diferentes escenas del drama; pero lo desatinado de la catástrofe destruye todo buen efecto: Infelix operis summa. Está llena la fábula de incidentes, que cada uno de por sí llama la atención del espectador, pero que carecen de un vínculo común que los una. El bofetón que da Teon a Licurgo, creyéndole un villano, y que venga al ofendido por los mismos medios que pudiera un cortesano de Felipe IV, es un episodio completamente inútil. Primero excita interés la determinación que toma el rey de asociar a Licurgo al mando: después la resistencia heroica de Diana a los deseos de un monarca poderoso y además amado de ella misma. La pasión de Licurgo a Diana, por más desatinada y aun ridícula que parezca, si atendemos a los recuerdos históricos, no deja de interesar: pero nada produce, sino un casamiento no esperado de nadie. Alarcón en esta comedia se asemejó a Lope de Vega, acostumbrado en casi todas las suyas a zurcir escenas con situaciones interesantes pero mal ligadas entre sí. No es así como están escritas la Verdad sospechosa, Las paredes oyen, y La prueba de las promesas.




ArribaAbajoRuiz de Alarcón. El tejedor de Segovia, primera y segunda parte

Estas dos comedias, con las cuales concluiremos nuestros estudios acerca de este insigne poeta, componen un verdadero drama romántico, que podría dividirse en cuadros, según la moda del día. Mas no es conforme a ella en el desarreglo de las ideas morales. Su argumento es la venganza que un caballero castellano toma de los calumniadores y asesinos jurídicos de su padre, perseguidores suyos, y uno de ellos seductor de su hermana.

Cuadro I. -La traición.- Dos moros, disfrazados de cristianos, emprenden asesinar al rey Alonso VI de Castilla. La guardia acude a tiempo, huyen dejando caer unas cartas, y son perseguidos y despedazados por los soldados. Pero el anciano Beltrán Ramírez, que no podía seguirlos con tanta celeridad, encuentra las cartas, las lee, y ve que son del rey moro de Toledo al marqués Suero Peláez y a su hijo el conde D. Julián, que se habían comprometido a favorecer la empresa de los asesinos. El honrado Ramírez, hallándose a solas con el marqués, le afea su delito, mas le promete ocultarlo si se enmienda: se queda con las cartas, y le da los sobrescritos. El marqués, dueño de ellos, se los come para destruir este vestigio de su crimen: y acusa a Beltrán ante el rey de la traición. Sirve para dar viso de verdad a la calumnia hallarle las cartas. El rey manda prenderle, confiscar sus bienes, recluir a su hija, y cuando vuelve D. Fernando Ramírez, hijo de Beltrán, y protagonista del drama, victorioso de los moros, el premio que encuentra de su victoria, es ver a su padre degollado.

Cuadro II. -La torre de San Martín.- Los dos traidores, padre e hijo, fueron desde   —210→   entonces las personas más favorecidas del rey, y se encargaron de perseguir a Fernando, el cual se hizo fuerte en la torre de San Martín de Madrid, con un amigo y un criado, demoliendo una parte de ella, e impidiendo a cantazos que nadie se acercase a la iglesia. Doña María de Luján, doncella noble, huérfana y rica, que vivía cerca, enamorada del indomable valor con que se defendía Ramírez contra la multitud de sus enemigos, se abrió paso por la noche hasta él, acompañada de un criado de su confianza, por medio de un subterráneo de su casa que comunicaba con las bóvedas de la iglesia; le manifestó quién era, su amor y su proyecto de libertarle, y le llevó los víveres que necesitaba; porque sus perseguidores habían resuelto hacerle morir de hambre como a Pausanias.

Cuadro III. -El Tejedor.- El criado de Doña María había sido tejedor de lana en Segovia. Marchó a esta ciudad con su ama, vestida humildemente como nuera suya. D. Fernando, después de haber despedido con varios pretextos a su amigo y a su criado, trocó sus vestidos con un cadáver reciente y de su misma estatura, le desfiguró el rostro a puñaladas, lo dejó donde pudiese ser reconocido, huyó a Guadarrama cuyo cura le proporcionó otro traje aunque humilde, y se presentó en Segovia como esposo de la fingida Teodora, e hijo del criado Pedro Alonso, que ya tenía establecida su fábrica de telares. Tomó el nombre y la profesión del supuesto padre, y fue recibido con aplauso de todos los de la carda, porque se aseguró que era muy valiente y que venía de la guerra.

Cuadro IV. -El bofetón y la cárcel.- La corte residía a la sazón en Segovia. El conde Julián Peláez a quien estaba confiada la reclusión de Ana Ramírez, la había seducido, la tenía en una casa de campo, entreteniéndola con varios pretextos para no darle la mano; y entretanto, enamorado de la supuesta Teodora, la requirió de amores. Su marido se opuso a que entrase en su casa, el conde le dio un bofetón, y él sacó la espada y le hirió. Fue preso y cargado de grillos y cadenas. En la cárcel halló muchos valentones que lo respetaban y querían por su intrepidez. Pidió a uno de ellos que le diese una herida en la cabeza, fingió que se la había hecho tropezando y cayendo en una escalera, se le puso en la enfermería, aunque con esposas, se mordió el artejo de un dedo para sacarlas, y haciendo escalas de las sabanas de los enfermos, huyó de la cárcel con todos los reos que quisieron seguirle, y llevándose a su Teodora, se refugió a la sierra de Guadarrama.

Cuadro V. -Los bandoleros.- Vivió en ella tomando lo necesario para sí y los suyos, cuyo número se aumentó hasta tal punto que pudieron encastillarse en aquellas montañas. Un criado antiguo suyo, sobornado para venderle, vino con otros asociados a su intento, a unirse a su compañía, aprovechó una ocasión en que estaba descuidado y solo con Teodora, los maniataron y caminaron a Segovia. Llegaron de noche a una venta, donde mientras los apresadores comían, el Tejedor puso las manos en la luz del candil, quemó las cuerdas que las ataban, quitó la espada a uno de ellos, los acuchilló, desató a Teodora, y huyó con ella; pero cargando gente, se le quebró la espada, y se separaron en la fuga, bien que no mucho, pues llegaron con poco intervalo de tiempo a la quinta del conde, a cuya puerta se hallaba este, ya convalecido de su herida. Teodora, viendo el peligro, finge cariño al alevoso perseguidor, que quería matar a Fernando, y le pide la espada para hacerlo ella misma. Tómala, se la entrega a su esposo para que se defienda, y huye. Fernando obliga el conde a encerrarse en su casa, después de lo cual se reúne con Teodora y con sus compañeros.

Cuadro VI. -La venganza.- El Tejedor saca su hermana de la quinta donde estaba, vuela a la del conde, se hace dueño de su persona y de las de sus criados, le obliga a casar con Doña Ana, a quien debía el honor, se queda solo con él, le declara que es el mismo Fernando Ramírez, a quien todos creían muerto, le enumera los agravios recibidos, y los venga peleando con él cuerpo a cuerpo y dándole la muerte. Marcha después con sus bandoleros, convertidos ya en soldados, en defensa del rey que llevaba lo peor en una batalla contra los moros; restablece el combate, y da la victoria a su patria: pero encontrándose con el marqués, le acomete, le rinde, le hiere mortalmente, y le obliga a confesar delante de todos la calumnia de que fue víctima su honrado padre. El rey le restituye a su gracia.

Si hay alguna composición verdaderamente romántica, esto es, novelesca, es la   —211→   fábula del Tejedor de Segovia. Está llena de acción, de movimiento y de interés. El lenguaje, aunque no tan esmerado como en otras comedias de Alarcón, es animado, vehemente, sobre todo en el papel de Fernando, cuyo carácter emprendedor e impetuoso no se desmiente nunca. Sirva de ejemplo este monólogo que dice cuando pone las manos en las llamas del candil de la venta.


«Dadme favor, santos cielos:
que mientras hablan, dispongo
que el fuego de este candil
me dé remedio piadoso,
aunque me abrase las manos.
Elemento poderoso,
esfuerza la acción voraz,
tú, que los húmedos troncos,
los aceros, los diamantes
sueles convertir en polvo.
¡Ah, pese a tu actividad!
Todo me abraso, y no rompo
los lazos: fuego enemigo
¿dante pasto más sabroso
mis manos, que estas estopas
que te suelen ser tan propio
alimento?... Ya estoy libre:
ahora si cuantos monstruos
de Egipto beben las aguas,
pacen de Hircania los sotos,
se oponen a mi furor,
los haré pedazos todos».






ArribaAbajoD. José Cañizares


ArribaAbajoArtículo I

Este autor dramático, que se considera como el último de nuestro antiguo teatro, floreció a principios del siglo XVIII, sin que hayamos podido deducir ni de sus comedias, ni de alguna otra noticia histórica, la época fija en que empezó y acabó de escribir. Solo sabemos que pertenece a aquel periodo por la mención que hace de las tragedias.


«según el francés estilo»



esto es, en cinco actos, en su comedia del Sacrificio de Ifigenia, y por algunas voces familiares, como agur, petimetre y otras, introducidas en el lenguaje común después del advenimiento de la casa de Borbón al trono de España. El mismo hace alusión a la moda introducida de aplaudir a los autores con las voces bravo, famoso, bueno: pues habiendo dicho al auditorio, en el fin de la comedia El más bobo sabe más,


«Y con dos palmadas solas,
quedan premiados y alegres
nosotros, ingenio y obra,»



ya al acabar la segunda parte del Anillo de Gijes, pone en boca del coro estos versos

  —212→  

«Pidiendo con voces
de liras y trompas,
en vez de palmadas
que expliquen el vitor,
perdones y aplausos
con frases modernas
del bueno, famoso,
del bravo y el lindo».



Todos estos indicios demuestran que floreció en la época que hemos dicho. Sin embargo sus frecuentes alusiones a Calderón y a los lances de las comedias de este insigne poeta, muestran que no se cometería gran yerro en suponer que comenzó su carrera a fines del siglo anterior. Es muy de notar que ninguno de sus dramas recuerda circunstancias políticas de su tiempo, ni aun por alusiones remotas: excepto quizá la comedia Yo me entiendo y Dios me entiende, en la cual parece que se quiere elogiar la conducta de los que habiendo servido con honor al archiduque Carlos, pasaron después de la ruina de su partido al de Felipe V; representando esta grande disputa en la de Pedro el cruel y de su hermano Enrique de Trastámara, que sirve de acción a aquel drama.

Después de Cañizares se escribieron algunas comedias en el género de Calderón; mas ninguna de ellas ha tenido aceptación ni fama en el teatro. Empezaron por una parte los partidarios de Racine y Molière a desacreditar el género: por otra a corromper la escena con sus composiciones estrambóticas los Zavalas, Comellas y Trigueros, mientras adormecían el auditorio Luyando y Moratín el padre: por otra, la alteración completa de las costumbres inutilizaba los medios y recursos dramáticos del siglo anterior, y eran más análogas a los nuevos usos e ideas las comedias y tragedias francesas, pocas veces bien traducidas. Por todas estas razones debe mirarse a Cañizares como el último poeta cómico del teatro español que empezó en Lope de Vega.

Algunos quieren que se le considere como eslabón intermedio que sirvió para unir el género de Calderón con el que después se adoptó imitado del teatro francés; y se fundan en el conato que puso en describir caracteres, que mejor pudieran llamarse caricaturas. Nosotros no lo creemos así, y tenemos a Cañizares por calderoniano puro. Su Dómine Lucas, su D. Laín de los Hechizos de amor, su D. Lorenzo del Más bobo sabe más no tienen sus tipos en el teatro francés, sino en el D. Toribio Quadrilleros de Guárdate del agua mansa de Calderón, en D. Lucas del Cigarral de Rojas, y otros caracteres grotescos de nuestros antiguos dramáticos, que no derramaban la sátira cómica en una nación pundonorosa y colérica, sobre personajes que pudieran tener retratos en la sociedad, sino sobre mamarrachos fingidos a placer.

Cañizares no es solo calderoniano, sino acaso el que imitó mejor la elocución, el arte de versificar, y la disposición de la fábula, que son propias del maestro. Es más fácil y menos artificioso en los versos, menos decoroso en las sales, pero más abundante. Sus comedias siempre interesan, siempre agradan por el continuo y no inverosímil movimiento de los personajes. Posee en sumo grado el arte de hacer reír, aun con desatinos y necedades, y no perdona ni a equívocos ni a conceptillos; pero ingeridos de tal manera, que parecen el modo natural de hablar del interlocutor. Su diálogo es frecuentemente vivo y animado como el de Moreto. Ni tiene las intenciones dramáticas de este, ni la sal picante de Tirso, ni las combinaciones ingeniosas de Calderón, ni las gracias naturales de Lope. Pero su objeto es hacer reír, y lo logra como ninguno. ¿Quién puede refrenar la risa cuando ve a D. Lucas llevar por peto a un desafío el árbol genealógico de su familia: al mayorazgo de Granada deletrear mascullando el billete que ha sorprendido a su mujer, o a D. Policarpo de Lara expresar su necia pasión a la ilustre fregona?

Sus comedias de figurón, que son las que más fama lo han granjeado, son por lo regular de capa y espada, como las de Calderón y Moreto; pero hay en ellas un personaje ideal, necio, malicioso, estrafalario y botarate, destinado a hacer reír al auditorio, a ser el juguete y la burla de los demás, y a tener sin embargo una parte activa en el enlace y desenlace de la fábula. Calderón, Rojas y Moreto presentaron cada uno un carácter   —213→   de esta especie; pero Cañizares supo diversificar esta figura, y conservando el fondo de sus cualidades aparentes, a saber, la extravagancia del lenguaje y de las ideas, variar sus sentimientos morales y su capacidad intelectual.

El Dómine Lucas es un estudiantón ridículo y pedante, infatuado de su nobleza; pero D. Cosme de Anzures de Yo me entiendo y Dios me entiende, encierra bajo expresiones y modales estrafalarios, valor, sentimientos nobles, muy buen juicio y no poca astucia.

D. Policarpo de Lara es un joven mal educado, incapaz de honor, de valor, ni de delicadeza en el amor; pero el D. Lorenzo del Más bobo sabe más, mayorazgo travieso y botarate, despierta de su larga infancia, apenas siente el aguijón de la injuria y teme perder el amor de su esposa.

El D. Laín del Músico por amor, es un animal avaro, glotón y descortés: el D. Gerónimo Retuerta de una comedia, cuyo título es Allá va ese disparate, pertenece a la misma especie, y solo se diferencia en los incidentes de la fábula. El barón del Pinel solo se diferencia de los dos en su ridículo orgullo aristocrático, y en su desatinado amor a una mujer casada, con el que estuvo a pique de arruinarse a sí mismo y a una familia distinguida.

Al lado de los caracteres de figurón se ven otros no tan recargados, aunque también ridículos, dibujados con felicidad. En la ilustre Fregona introduce una dama pedante y culta, imitada visiblemente de la Doña Beatriz de Calderón en No hay burlas con el amor. También es pedante, y además poeta, el D. Periquito de Allá va ese disparate. El tío del Dómine Lucas es un abogado que apenas sabe hablar otro idioma que el de la curia y enamora en términos de proceso. Es además fanático por la nobleza; y hay en Madrid una tradición de que fue personaje verdadero, y que Cañizares lo sacó al teatro por complacer a amigos poderosos, alegres y mal intencionados. En la misma comedia hay una Doña Melchora, tonta, mas tan aficionada al matrimonio, que conduce a la par dos intrigas amorosas para hacerse poderosa, según ella dice, logrando dos casamientos. En el Músico por amor se introduce una santurrona, capaz de amor, de celos y de ira.

Otras comedias tiene Cañizares que sin ser de figurón, describen un carácter. En Las cuentas del gran Capitán este héroe y su amigo Diego de Paredes hablan como dos españoles militares del siglo XVI, llenos de bizarría, de valor y de gracia. El guapo Julián Romero y su dama imitan el lenguaje y el arrojo de los valentones. No hablamos de la heroica Antonia García, que no es más que un robo hecho al insigne Tirso de Molina.

Pero el carácter que Cañizares no robó a nadie, y que está perfectamente descrito, es el de El Picarillo en España. Federico Bracamonte, proscrito por el rey D. Juan II, se introduce en su corte como un soldado de fortuna, se hace amigo del condestable D. Álvaro, imita con al y sin afectación los modales de palacio, enamora y cela sin renunciar al título de pícaro que se había dado a sí mismo, hasta que en fin, libertando al rey de una violencia, se descubre y obtiene su perdón. No dudamos en designar esta comedia como una de las mejores de Cañizares.




ArribaAbajoArtículo II

Concluiremos la enumeración de los dramas de carácter de Cañizares con la Vida del gran Tacaño, llena de movimiento y de intriga: los diálogos son graciosísimos, y las astucias para robar bien urdidas y ejecutadas. Muchos de los incidentes son tomados de la novela satírica de Quevedo que tiene el mismo título. Las dos damas burladas por los rateros no pertenecen ya a la escuela de Calderón; son codiciosas e incapaces de amor; porque la una es imbécil, y la otra no ama en el mundo más que a su perrita Tisbe, cuyo robo es uno de los incidentes más cómicos de la pieza.

En cuanto a las comedias heroicas, en que procura imitar el sistema de Calderón, las más dignas de aprecio por el buen estilo, la versificación y la gravedad de la sentencia, son También por la voz hay dicha, en que imitó el Alcaide de sí mismo de su modelo, y Por acrisolar su honor, competidor hijo y padre. Esta última puede considerarse como   —214→   la segunda parte de la desdichada Estefanía de Vélez de Guevara. Un hijo de Fernán Ruiz de Castro y de esta infeliz víctima de los celos, se presenta a sostener contra su padre en desafío público la inocencia de su madre.

Cañizares no era aficionado al género trágico. Sin embargo en el Sacrificio de Ifigenia, tiene buenos versos y situaciones interesantes: mas ninguna tomada de la Ifigenia de Racine. Mientras no parezca la que con el mismo título escribió Calderón, no se podrá decir si Cañizares le robó mucho o poco. Nosotros nos inclinamos a lo primero, porque muchos de los versos nos han parecido del mismo Calderón, como estos de Aquiles, que resuelto a defender a Ifigenia contra Agamenón, contra Grecia y contra los dioses, dice a sus soldados:


«Que a mi real tienda llevéis,
banderas tendidas; armas
en mano, tambor batiente,
formados como en batalla,
a la reina mi señora,
y a la que ya coronada
por esposa de su rey,
besará los pies Tesalia:
mientras el resto de toda
esa femenil bastarda
multitud, pues muda sufre
como religión la infamia,
yo solo defiendo el paso».



o estos de Agamenón.


«El orbe que oyó el estruendo
de las trompas y las cajas,
ya de aquel susto primero
convalece en la tardanza;
juzgando, o que es guerra injusta
la que tierra, viento y agua
resisten, o que el temor
de no conseguir la hazaña
es rémora a nuestro impulso,
es remo a nuestra venganza».



Si estos versos son verdaderamente de Cañizares, debe confesarse que ninguno ha sido tan feliz como él en imitar a Calderón.

Citemos algunos pasajes del género propiamente suyo, que era el grotesco. El Dómine Lucas en la exposición de la comedia de su nombre, dice a D. Enrique, su amigo y conocido antiguo:

«Yo en la montaña
tengo una bonita hacienda,
a Dios gracias, que un abuelo,
mi deudo por línea recta,
fundó ciento y dos mil años
antes que Cristo naciera.
...Dejome
con calidad esa renta
de que entre a gozarla yo
desde el día en que me muera.
D. ENRIQUE
¿Desde que os muráis? pues muerto
de qué os sirve?
D. LUCAS
Tengan cuenta,
pues ¿cómo queréis que mande
que viva un hombre con ella,
—215→
si es hacienda de montaña
que hincha, pero no sustenta?
D. ENRIQUE
¿Pues cuanto es?
D. LUCAS
Doce ducados.
y tiene un censo de treinta.
................................................
El caso es que mi nobleza
tan antigua que a diez millas,
huele a lo rancio que apesta,
no permite que me entregue
todo entero a quien no sepa
que es mujer tan recatada,
tan mirada, tan atenta,
tan noble y tan tarantán...
D. ENRIQUE
¿Qué es tarantán?
D. LUCAS
Es discreta
frase con que yo me explico
dando a entender que quisiera
mujer que no se asustara
de cajas ni de trompetas etc.


En el Músico por amor D. Laín, viendo a D. Carlos, hijo de su amigo, dice:


«D. Carlitos mío,
abrazadme, apretujadme,
oprimidme, deshacedme,
que sois una viva imagen
de vuestro padre: no he visto
semejanza semejante».



Y después

«¿A qué pensáis que he venido
con todos mis alifafes,
y esta cara de mastín?
CARLOS
¿A qué es?
LAÍN
A medio casarme,
CARLOS
Extraña función será
boda tratada a mitades.
LAÍN
Tengo aquí un correspondiente,
que giramos los caudales
igualmente: y entre algunos
cambios que hay de parte a parte,
a letra sin ver, quería
una hija suya encajarme.
Yo, que para aceptar una
de ciento y cincuenta reales,
la doy ochocientas vueltas
y pillo la mosca antes,
vengo a ver el dote, que es
en lo que habrá que repase:
que no hay rostro que sea feo,
como un talego le lave».


En Yo me entiendo Dios me entiende entran de noche el rey D. Pedro y su confidente D. Álvaro en casa de D. Cosme, a enamorar a su futura esposa. D. Cosme encuentra con ellos a oscuras, y les oye hablar, sin conocerlos, de un risco y de un mármol que no pueden ablandar ni contrastar y él dice para sí:   —216→  


«¿Qué cosa en mi casa hay dura,
que estos quieren madurarme?



y después, conociendo al rey,


«Honras me trae
el rey que a vencer durezas
viene a mi casa?»






ArribaAbajoArtículo III

Veamos de qué manera forma los diálogos Cañizares en materias algo más elevadas. Una mujer da la siguiente queja al gran Capitán:

«Señor, aquí hay un soldado
que la palabra me ha dado
de casamiento.
GONZALO
Pasad
adelante.
MUJER
En fuerza de esto
a mi obsequio le admití.
GONZALO
Y ¿es español?
MUJER
Señor, sí.
GONZALO
Y ¿os engañó? Acabad presto.
MUJER
Tarda en casarse, y apura
mi tolerancia.
GONZALO
Señora,
¿con eso venís ahora?
pues acaso, ¿soy yo el cura?
MUJER
Sois el virrey, y él está
en vuestra guardia.
GONZALO
¿Si a fe?
Pues yo le arcabucearé
y después se casará.
MUJER
¿Matarle? ¿por qué, señor?
GONZALO
¿No decís que os ha engañado?
MUJER
No señor; que él no ha tocado
al sagrado de mi honor:
solo el casarse ha ofrecido.
GONZALO
Hablarais para mañana;
pues pasósele la gana
de ser ya vuestro marido.
¿Qué le he de hacer en rigor?
pues yo bien le puedo dar
orden para pelear,
no para tener amor».


El mismo Gonzalo de Córdoba dice a su sobrino, que andaba entretenido en amores, y con rivales:

       «Pues D. Juan,
¿vos aquí?
JUAN
Señor, estaba...
GONZALO
Divirtiéndoos, ¿no es verdad?
aunque yo sienta la falta.
—217→
JUAN
Señor...
GONZALO
Ved en lo que andáis,
que sois mi sangre.
JUAN
¿Yo? en nada.
GONZALO
Cuidado con la cabeza,
que os enterrarán si os matan.

 (Vase.) 

PELÓN
Eso yo me lo dijera.
JUAN
Hoy, por lo que ahora os contaba,
he tenido una pendencia.
GARCÍA DE PAREDES
¿Y estabais solo?
JUAN
Llevaba
a Pelón.
GARCÍA
¡Buenas pechugas
de gallinas, si le asaran!»


En el Picarillo en España hay el diálogo siguiente imitando el estilo de los amoríos de palacio:

LEONOR
«He oído vuestra manía,
y mi condición me llama
a gustar mucho...
FEDERICO
¿De qué?
LEONOR
De gentes extraordinarias.
FEDERICO
Pues ninguno le es, señora,
más que yo.
LEONOR
¡Qué libre que habla!
...¿y tenéis muchas
habilidades?
FEDERICO
No faltan.
LEONOR
¿Cantar, danzar y tañer?
FEDERICO
La voz hoy, señora, es mala:
pero muchas malas voces,
andando el tiempo, se aclaran.
LEONOR
¿Ya empezáis como en misterio
a explicaros?
FEDERICO
Linda gracia:
pues si entro desde hoy a andar
en terreros y antesalas,
¿no queréis gaste conceptos,
preludios y extravagancias?
LEONOR
¡Jesús! gustaré de vos
muchísimo yo...»


Y en el acto segundo volviendo a encontrarse, dice:

LEONOR
«Ruido sintió la reina
en esta cuadra, y a efecto
de saber lo que es me envía.
FEDERICO
Yo bien decíroslo puedo:
pero no puedo decirlo.
LEONOR
La implicación no entiendo.
..............................................
¿qué he de decir a la reina?
FEDERICO
Que aquí ha pasado un suceso,
y a un pícaro se ha fiado
que sabe guardar secreto.
LEONOR
¿En todo?
—218→
FEDERICO
En todo, señora:
y aun hasta en estar sirviendo,
pues sirvo sin esperanza.
LEONOR
Mucho estar de prisa siento.
FEDERICO
¿Por qué?
LEONOR
Porque os respondiera,
que si sois pícaro, eso
de servir por servir solo
sin que lo sepa el deseo,
lo dejéis para quien sea
pícaro más caballero.
FEDERICO
Mirad que me habéis picado,
que yo también puedo serlo.
................................................
LEONOR
Pícaro sois, bien decís.
FEDERICO
Pues ya me iréis conociendo,
y veréis que es más en mí
que lo pícaro, lo necio.
............................................
LEONOR
Pícaro sois, pero sois
muy cortés y muy discreto.
FEDERICO
Agradezco la ironía,
perdonad si la penetro.
LEONOR
Ya hablaremos.
FEDERICO
¿Por qué no?
LEONOR
Sois gracioso.
FEDERICO
Yo lo creo.
LEONOR
A Dios.
FEDERICO
Él vaya con vos.
LEONOR

 (Aparte.) 

¿Qué hay en este hombre encubierto
que dice lo que él recata?
Mas yo ¿para qué deseo
inquirirlo? -A Dios.
FEDERICO
¿Dos veces
es despedís?
LEONOR
Es que quiero
que sintáis el que me vaya.
FEDERICO
¿Pues para quedar muriendo
una vez no basta?»


Este diálogo es el tipo del discreteo entre damas y galanes de palacio, que habiendo empezado en el reinado de Felipe IV, llegó a su perfección en la regencia de Mariana de Austria, y cuyas tradiciones se conservaban todavía en la época de Cañizares y de Zamora. El rendimiento en los caballeros, y el desdén y la altivez en las damas, que ocultaban a veces bajo aquellas apariencias sentimientos más tiernos, eran el alma de la conversación fina en el siglo de Calderón.






ArribaAbajoZamora


ArribaAbajoArtículo I

D. Antonio Zamora, gentil hombre de la casa de S. M. y oficial de la secretaría de Indias, fue uno de los últimos poetas cómicos de la escuela de Lope y Calderón, que la   —219→   acompañaron, por decirlo así, a su funeral a principios del siglo pasado. En el prólogo que escribió para el primer tomo de sus comedias, dejó consignada su fidelidad a las tradiciones de aquellos maestros, señaladamente del último: mas aunque él no lo hubiera expresamente dicho, se reconoce bastantemente tanto en la conducta de sus fábulas como en su elocución, que para él no había otro modelo que mereciese ser imitado sino el poeta favorecido de Felipe IV. No carece a la verdad de mérito en la disposición e interés del plan ni en la viveza del diálogo, más correcto en lo primero que Tirso y Lope, muy inferior a ambos en lo segundo, aunque no despreciable; pero su estilo es pobre, sin calor, amanerado, cuajado de metáforas gongorinas; en una palabra, no imitó en esta parte sino los defectos de Calderón o de su siglo.

La dinastía austríaca había caído del trono, después de una guerra cruel, con su rival la de Borbón; pero la variación de familia real no causó mudanza alguna en las costumbres ni en las ideas ni en los sentimientos nacionales. El valor, el honor, el amor continuaban siendo las creencias y los sentimientos habituales de la nación: y por consiguiente tanto en palacio como en la capital eran agradables todavía y se representaban con aplauso las comedias del siglo pasado. Zamora que puso en el teatro la historia de la sorpresa de Cremona, comedia visiblemente de circunstancias, la revistió con todos los lances de amor, celos y desafíos que pudieran haberlo hecho Lope y Calderón: y lo mismo hizo en la Poucella de Orleans, tomada de la historia francesa, y que escribió probablemente por complacer a sus jefes. Lo mismo se nota en Cañizares, su coetáneo, más independiente y que nunca trabajó piezas sobre los asuntos corrientes. Con más genio cómico y mejor estilo conservó cuidadosamente en sus dramas el mundo caballeroso del siglo anterior.

Pero después de estos dos ingenios no volvió por mucho tiempo a aparecer en nuestra escena nada que anunciase el talento y la animación de los tiempos de Lope, Molina, Calderón, Alarcón y Moreto. El teatro antiguo falleció: el nuevo aún no había nacido; y si la memoria no nos es infiel, la Talía castellana yació en continuo letargo desde Cañizares hasta Moratín. Solo el Mardoqueo de Clímaco Salazar y la Numancia destruida de Ayala interrumpieron con algunas escenas tolerables y muchos buenos versos este largo sueño de la musa dramática. Solo puede atribuirse a la ausencia absoluta del genio: pues el pueblo no dejaba de concurrir con ansia a las monstruosidades estúpidas de Martínez y Camacho, de Moncin y de Rey, de Comella, Valladares y Zabala. Además, nuestros sentimientos e ideas no habían sufrido alteración; porque aún no habíamos probado del árbol de la ciencia del bien y del mal, que nos mostró más tarde la filosofía material del siglo XVIII.

Entre las composiciones de Zamora, las más conocidas y populares son dos: el hechizado por fuerza y el Convidado de piedra. La primera es una imitación o un modelo, porque no sabemos lo que efectivamente fue, de aquellos caracteres grotescos, de aquellas caricaturas, a que acostumbró Cañizares a nuestro auditorio, y que no tenían otro objeto moral, ni aun dramático, que el de hacer reír con los dislates y extravagancias de los protagonistas ridículos. El D. Claudio de Zamora es un clerizonte necio, ignorante, tacaño, apenas capaz de la primer tonsura que solicita, y que por no renunciar a una capellanía miserable, deja de cumplir una promesa de casamiento que había dado. Persuádenle a que en venganza la novia le ha hechizado, y que morirá sin remedio si no se casa. Todos los incidentes de la pieza están ligados a esta idea, que el autor desenvuelve con chiste y facilidad. Es una de las comedias españolas que hacen reír más en la ejecución. El espectador se presta a todo lo que se le dice por no perder la figura de D. Claudio que se introduce a escondidas en el cuarto de la hechicera, con una alcuza en la mano, para echar aceite en una lámpara, a cuya luz estaba ligada su vida según las condiciones del encanto. ¿Quién ignora los célebres versos


«Lámpara descomunal,
cuyo reflejo civil35
—220→
me va a moco de candil
chupando el óleo vital,
en que he de vencer me fundo
tu traidor influjo avieso
velis, nolis: que para eso
hay alcuzas en el mundo».



que pronunciaba siempre el actor temblándole la mano, de miedo de apagar la luz, y oyéndose los golpecitos que daba la alcuza contra la lámpara?

«...Esta es
de Lucigüela sin fe,
D. Claudio, la habitación.
CLAUDIO
¡Válgame Dios! que mansión
tan como qué se yo qué!36
...Lindo retablo
el de esta figura es:
yo conozco un ginovés37
que se parece a este diablo.
Una danza aquí se alcanza
a ver, aunque no muy bien,
de borricos: yo sé quien
pudiera entrar en la danza».


El carácter miserable de D. Claudio se pinta al tiempo de tomar la cuenta al vejete que tiene por criado.

PINCHAUBAS
«Cuatro cuartos de una carta.
CLAUDIO
No entiendo de esas; ¿pues tengo
yo de poner de mi casa
el que al otro se le antoje
darme desde allá las pascuas?»


Enfadado después con el criado le insulta;

CLAUDIO
       Es un sisón;
y a no tener esas canas
hiciera que le bajasen
al calabozo del agua.
PINCHAUBAS
Nadie de los que he servido
me ha dicho tales palabras.
CLAUDIO
Pues yo soy uno, y las digo.
PINCHAUBAS
Usté, si de mí se enfada
me ajuste la cuenta.
CLAUDIO
Nolo.
PINCHAUBAS
Y en pagándome...
CLAUDIO
No hay blanca.
PINCHAUBAS
Me iré con Dios.
CLAUDIO
¿Quién le ha dicho
que gusta Dios de fantasmas?


Ya puede conocerse por estas muestras la especie de ridículo que empleó Zamora,   —221→   más dirigido a entretener con bufonadas que a satirizar. El criado, confidente de Don Claudio, pidiéndole este que le diese entrada en el aposento de la hechicera, le dice:

«...Cuanto puedo
hacer si a tanto te arrojas,
es darte la llave y una
reliquia maravillosa.
CLAUDIO
¿Qué reliquia es?
PICATOSTE
Un hueso
del catalán Serrallonga.
CLAUDIO
¡Santo mío!»


Dando cuenta de su enfermedad a un doctor, dice que siente «un lapsus linguæ en el bazo»: expresión que ha quedado como proverbial entre los graciosos y decidores: Quiere comer contra el orden del médico.

DOCTOR
       «Sosegaos:
y pues el hambre os irrita
concertémonos.
CLAUDIO
¿En cuánto?
DOCTOR
En alguna consel villa,
agua y chocolate.
CLAUDIO
¡Corcho!
DOCTOR
Pues sean dos higadillas
de pollo.
CLAUDIO
¡Poca manteca!
DOCTOR
Pues ¿qué queréis?
CLAUDIO
Carne frita,
y alborotaré la casa
si me bajan de dos libras».


Encontrando después con la supuesta hechicera la coge del brazo. Ella grita:

«¡Que me mata!
CLAUDIO
No haré más
que romperte una costilla».





ArribaAbajoArtículo II

El Convidado de piedra es la misma fábula que creó Tirso de Molina, que arreglaron a las formas del teatro francés Tomás Corneille y Molière, y que reproducida en todas partes como drama, como ópera o como baile pantomímico, ha probado a la Europa, que el genio español, incorrecto si se quiere y poco dócil a las leyes del buen gusto, poseía en el siglo XVII el instinto teatral, es decir, los medios de interesar vivamente y conmover los ánimos con caracteres y cuadros originales. Voltaire no sabía explicarse a sí mismo por qué motivo interesaba la acción de esta pieza, y lo atribuía al movimiento escénico (au fracas de theatre) que reina en toda la fábula. Es muy extraño que aquel hombre tan hábil en literatura atribuyese a una causa tan pequeña, y que se halla en muchas composiciones sin celebridad, un efecto tan grande. El autor de Orestes no advirtió que en el drama de Tirso de Molina se representaba nada menos que el principio de la expiación, tan universal al género humano, tan simpático con todos los sentimientos del corazón, tan útil para amedrentar al malvado, tan necesario para retener al justo.

De ahí nace todo el efecto dramático de esta pieza. Satisface la primera necesidad de nuestra alma: porque nos muestra un orden de cosas en que la maldad recibirá su castigo,   —222→   y lo recibirá de una manera análoga a la culpa. ¿Cómo no ha de interesar al hombre ver a un poder invisible y misterioso empleado en restablecer por medio de la pena el desorden que causó el delito? D. Juan Tenorio muriendo a manos de la estatua, erigida a la memoria del que quiso deshonrar, y del que injurió después de haberle dado la muerte, es la imagen del malvado, endurecido en el crimen y en los vicios, que habiendo burlado la justicia humana, no se escapará de la divina.

La comedia de Tirso de Molina, aunque fue el original de que después se sacaron tantas copias, no podía ya representarse en nuestro teatro. Aunque se prescindiese de la irregularidad de la acción, y de la falta absoluta de unidad en el plan, no podía ya tolerarse, en tiempo de Zamora, la excesiva licencia en los lances y en la elocución que afeaba el drama de Tirso. Nuestro, autor se propuso reducirlo a formas más decentes y a una acción mejor conducida, y felizmente lo consiguió sin debilitar la perversidad ideal del protagonista ni disminuir el interés del último acto. En lugar de las escenas resbaladizas de la pescadora y de la aldeana que burló D. Juan, introduce otros amoríos cuya inmoralidad es menos culpable, y añade al carácter de burlador los rasgos de pendenciero y amigo de buscar los peligros. Hablando con su criado de Doña Beatriz, a quien ha burlado, dice así:


«y en cuanto a que salga
el hermano a la defensa
de su honor, si acaso alcanza
a saber, que como a todas
di dado falso a su hermana,
¿qué negocio? Pues acaso,
porque es de los que recalcan
las jotas, y tuvo en Cádiz
el barco de la aduana,
¿no sabré yo, sin traer
estoque de más de marca,
la valona de muzeta
y el sombrero de antipara,
darle con mis manos limpias
muchísimas cuchilladas?»



En Tirso de Molina la estatua no pronuncia más palabras que las necesarias para cumplir el orden de la providencia. En Zamora da consejos a D. Juan: y la escena en que le mata, es más animada, más terrible que en el original. También es más interesante el protagonista por el valor a toda prueba que puso en él el nuevo autor. Arremete a los peligros, sale al desafío con su contrario, no obedece la voz del rey que manda cesar el combate, y se niega a dejarse prender aun del mismo rey. En esta situación dice:


«De espada y rodela armado
de vos me hallo perseguido:
y si una esgrimo atrevido
de otra me valgo templado.
Si al que pretendiere o ado
prenderme, con una ofendo,
con otra de vos pretendo
librarme; pues en mi brazo,
cuando con este amenazo,
con estotra me defiendo.
A otros amaga, no a vos,
arma que ofensiva es:
y con vos habla después
la que cabe entre los dos.
Detrás de ella, vive Dios,
—223→
mil pedazos me han de hacer,
antes que consigáis ver
que acabando de reñir,
pude sin armas salir
de donde vine a vencer».



Ni el lenguaje ni la versificación de este trozo son despreciables. Si a esto se junta el acto de disponer la acción con bastante interés, se verá que Zamora, aunque no pueda compararse con nuestros principales poetas cómicos, merece sin embargo un lugar distinguido entre los del segundo orden.

Otra de sus comedias, D. Domingo de D. Blas, pertenece a la misma clase de caricaturas que el Hechizado por fuerza; pero este papel de figurón es de otra especie, y se parece más al D. Cosme de la comedia Yo me entiendo y Dios me entiende de Cañizares. D. Domingo, caballero, valiente, leal y capaz de arrostrar una injusta persecución, por no faltar a lo que debe a su rey, es sin embargo extravagante en su lenguaje y en sus modales, siendo su manía principal buscar en todas las cosas su comodidad. Va a dar una música a su dama en litera: quiere reñir un desafío, sentado en una silla: trata con suma cortesía a su barbero, porque no se vengue


«Con la navaja en la mano».



en fin, lleva en el cuerpo de su criado a todas partes los utensilios necesarios para improvisar una cena. Esta figura está bien descrita, y no dudamos que produciría efecto agradable en el teatro.

Sin embargo, no ha tenido esta felicidad la comedia de Zamora, y lo atribuimos a una gran falta que cometió el autor, imperdonable todavía en su tiempo: y fue faltar al decoro y a las ideas caballerescas. Hay en su drama un personaje, llamado D. Beltrán de Alfaro, caballero distinguido de León, escaso de bienes de fortuna, pero que sabía suplir esta falta con travesuras no tolerables ni aun en un caballero de industria; pues no contento con valerse de artificios para apoderarse de una sortija que pertenecía a una prima de su dama, y de su reloj de D. Domingo, forma el proyecto de robar a su suegro. Semejantes gracias se alejan ya del género cómico y se aproximan al patibulario. Lo peor es que en el drama pasan por gracias: y el susodicho D. Beltrán, mitad caballero y valiente, y mitad bufón y rufián, es una especie de medio gracioso, lo que no le impide casar con la hija de un señor muy ilustre, la cual a pesar de que no desconoce sus defectos y juegos de manos, no por eso deja de amarle: lo que es otra falta contra el decoro teatral. No lo es menos el amor de Doña Constanza a D. Domingo, que empezó por el interés, y acabó por una verdadera afición.

Estas combinaciones dramáticas debieron escandalizar a un auditorio acostumbrado a no ver mezclarse en los caracteres de los caballeros y damas ninguna pasión baja y ruin. Nosotros creemos que hacían muy bien los espectadores en tener esa delicadeza, y que nada se perdería en que ahora se imitase su ejemplo. Pueden pintarse los grandes crímenes, originados de grandes pasiones; sirven para aterrar y escarmentar. El hombre vil no produce más efecto que asco y desprecio. La vista de un león nos atemoriza, mas nos agrada; y apartamos de un escuerzo los ojos.




ArribaAbajoArtículo III

Zamora no cultivó la comedia de intriga o de capa y espada. Los sentimientos amorosos se hallan en su teatro puestos en boca de príncipes de Epiro, Acaya, Chipre y otros países griegos; en una sola, Siempre hay que envidiar amando, introdujo los pastores de la Arcadia. Pero bajo todos estos disfraces siempre se encubren los galanes y damas de Calderón, aunque más exagerados y alambicados que en este insigne poeta: y si bien acertó en algunas de estas piezas a dar interés a su fábula, insisten siempre sobre fundamentos tan débiles, que el lector se indigna al llegar a la catástrofe de haber   —224→   tenido por tanto tiempo suspensa la imaginación. ¿Quién ha de sufrir, por ejemplo, que en la comedia de Castigando premia amor se le presenten mil lances de amor y de celos, nacidos de equivocaciones, y fundados todos en un oráculo de Minerva, que no es conocido hasta el fin de la pieza? En la de Amar es saber vencer, el pintor Protógenes, para triunfar del rey Nicanor y defender contra él a Tebas, pinta el retrato de la dama del rey en una pared que era necesario derribar para invadir la plaza; y la ciudad de Cadmo se salvó porque no quiso romper un amante el retrato de una hermosura.

Concluiremos el examen de Zamora con el de su elocución, ya gongorina cuando quiere elevarse, ya cuajada de equívocos y de pensamientos afectados cuando quiere mostrar ingenio. Por más sencillo que sea un concepto, como él no lo diga de una manera algo oscura, no está contento. Pueden servir de tipo de su estilo estos cuatro versos, que canta el coro celebrando las bodas de Deifobo y Dorinda en la pastoral Siempre hay que envidiar amando.


«Pues ya diste la herida, hijo de Venus,
rompa la cuerda tu apacible estrago;
y sirva de coyunda en la guirnalda
el que sirvió de víbora en el arco».



El pensamiento es claro: mas está expresado de tal manera que se necesita un comentador para entenderlo. ¿Quién sirvió de víbora en el arco, la flecha o la cuerda? Parece que esta segunda, pues es la única que puede servir de coyunda en la guirnalda nupcial. Y si la rompe el amor, ¿cómo ha de servir de coyunda? Y ¿cómo un estrago, apacible o no apacible, rompe una cuerda? No carecía Zamora de facilidad para versificar: pero el furor de parecer profundo le hace ser trivialmente confuso. ¿Cuánto mejor hubiera sido decir sencillamente, convierte la cuerda de tu arco en guirnaldas para adornar las víctimas que has herido?

Un pastor, que se había guardado mucho tiempo de los peligros del amor, se halla en un instante enamorado y celoso, y exclama:


«No, amor, no ha de ser: y pues
a los muros que al labrarse
gastó mi razón un siglo
ha abierto brecha un instante,
por la boca de la herida
respiraré los volcanes
del pecho, en cuyo alquitrán
aún se hará pólvora el aire.
Muerte o favor pido a amor,
que estoy celoso, y no cabe
más bien que favor o muerte:
pues si con celos no saben
morir los hombres, ¿de qué
les sirve el nacer mortales?»



No nos disgusta esta última hipérbole para ponderar la fuerza de los celos; pues aunque el pensamiento está expresado de una manera ingeniosa, ya hemos dicho otras veces que nunca el delirio es mayor que cuando raciocina; pero la brecha, practicada en los muros que tardó la razón un siglo en labrar, transformada en herida por donde respira el alquitrán del pecho que convierte el aire en pólvora, ni es hipérbole, ni es raciocinio, ni es delirio de la pasión, sino del talento sin gusto ni freno.

Talento, sí; Zamora lo tenía, como lo manifiesta algunas veces cuando quiere ser natural sin dejar de ser poético. Una dama, animando a un amante tímido, le dice:


«No tanto desconfíes
de amor, que tal vez herido
de los embates del golfo
—225→
se deja mellar un risco».



Un célebre pintor, contra quien está airado su rey, le suplica así:


«...Mira
que es de príncipes invictos
alentar, no destruir
los genios, que de su siglo
pueden ser vanidad».



Una princesa habla así al héroe que ama, al volver de un combate:


«Mirándoos teñido en sangre
de enemigos, y que adorne
la frente bruñido el yelmo
la mano airado el estoque, etc».



En una canción pinta así al amor:


¡Ay amado dolor! ¡ay dulce hechizo!
¿Cómo pareces dicha, si eres peligro?



Y en otra parte,


«Descuidado pescador,
da al piélago tu barquilla;
que anda el amor en la orilla,
y menos peligro es el mar que el amor».



Los siguientes versos tienen el verdadero tono de la poesía lírica.


«Ya sacudiendo baja
la noche perezosa
de su negro cabello
las encrespadas ondas.
Del silencioso sueño
en la apacible copa
brinda al orbe el halago
de su letal ponzoña».



Concluiremos estas muestras del estilo de Zamora, cuando abandona el pícaro gusto de su tiempo, con el siguiente himno de la comedia Castigando premia amor, dedicado a una hermosura, que veneraban los pastores como simulacro de Venus.


«Nueva Venus hermosa,
que hoy nos amaneciste,
con dos soles, que flechan
ardores apacibles:
De estos campos alegres
los tributos recibe,
y entre llamas de rosas,
incienso de jazmines,
las perlas y corales
de los mares admite,
que el alba en conchas pule,
y el sol en luces tiñe.
Halagüeñas las ninfas
la corona te ciñen
con el mirto que crece
—226→
junto al árbol de Alcides.
De verdores y acentos
el maridaje escriben
las aves con sus plumas
las ramas con matices.
Parece que te veo,
madre de amor, en Chipre,
envidiando la copia
su original felice».








ArribaAbajoLa Escuela de Comella

Sabido es que cuando Luzán escribió su Poética, o por mejor decir, tradujo en castellano la de Aristóteles, había ya perecido el teatro del siglo XVII que creó Lope de Vega y perfeccionó Calderón. Por consiguiente sus doctrinas no hallaron oposición alguna ni en teoría ni en práctica. Las costumbres de la nación no eran ya las mismas. El amor no era tan exaltado, ni los celos tan furiosos, ni el respeto al bello sexo tan de obligación. Ya no existían los mantos, a cuyo favor se disfrazaban las damas, ni las conversaciones nocturnas por las rejas de las casas y de los jardines, ni las músicas y cuchilladas en la calle, ni las tercerías de los lacayos; ni los demás usos en fin, que fueron para nuestros antiguos dramáticos fuentes fecundas de incidentes y situaciones. Una nueva sociedad nacía, semejante a la de París, con todas las ventajas e inconvenientes de una comunicación más libre, sin dejar de ser decente, entre los dos sexos, idólatra siempre del valor y del honor, pero que no creía ya ofendidos ni uno ni otro por las vicisitudes de las pasiones amorosas.

Hemos dicho esto, porque no se crea que Luzán destruyó con su libro nuestro antiguo teatro. Al contrario, lo escribió porque ya no existía. Cañizares, el mejor quizá de los imitadores de Calderón, le sepultó en su tumba a principios del siglo XVIII. Los principios del humanista fueron adoptados; porque eran conformes al giro que tomaban las costumbres. Es verdad que cuando se trató de ponerlos en práctica, Montiano en la tragedia y Moratín el padre en la comedia hicieron ensayos muy infelices. Iriarte y Forner compusieron después algunas piezas, no más que tolerables, hasta que apareció en la escena Moratín el hijo, que llevó a su mayor perfección nuestra comedia clásica; pero antes de él solo vivía el teatro español de traducciones del francés, entre las cuales hay muy pocas buenas, y de composiciones de una nueva especie, que trataremos de caracterizar si es posible.

Tales son los dramas de Comella que llegó a fundar una especie de escuela en el último tercio del siglo pasado y de todos sus imitadores, estigmatizados en la célebre pieza satírica del Café de Moratín.

Las obras maestras de este género son: La Esclava del Negroponto, La Moscovita sensible, María Teresa de Austria, Federico II, Carlos XII, que volvieron loco al público, cuando se representaron por la primera vez. Sobre todo, el héroe de Prusia con su sombrero sobre las cejas, su caja de tabaco y sus chanzas a Quintus, era la delicia de los espectadores.

Estas composiciones tenían muy poca originalidad. El tipo de ellas era el melodrama francés. Había siempre una familia virtuosa perseguida por la desgracia, la traición y el hambre: hombres alevosos, de pasiones siniestras, y de corazón perverso y   —227→   rencoroso, dispuestos a hacer mal; y príncipes, que aunque se dejan engañar al principio con artificios, generalmente mal tejidos, al fin conocen la maldad cuando el diablo tira de la manta, y la castigan severamente.

En las comedias de costumbres y de intriga (porque también las produjo esta escuela) se nota la imitación de nuestro teatro antiguo en cuanto a la aglomeración de los incidentes, y la del teatro francés, por la observancia de las tres unidades. Pero ni consiguieron enlazar y desenlazar como Calderón, ni describir caracteres con la verdad y profundidad de Molière.

No es menos de notar la extravagancia de tomar casi siempre los argumentos de las novelas o de las historias extranjeras. Acaso muchas veces no hicieron más que traducir dramas del teatro francés, inglés, italiano y alemán, callando el hurto y vendiéndose por originales. Lo cierto es que los personajes que se presentaban en la escena, eran Sinham, Fronswill, Mechtal, Wolf, Tremull, Obstemberg, y otros nombres extranjeros de la misma calaña, que atormentaban las orejas españolas, y de los cuales no perdonaban los actores ni aun la más despreciable consonante.

Este género hibrida, nacido de la pobreza ignorante que se dedicaba a surtir los teatros, es el peor de cuantos ha tolerado y aplaudido nuestro paciente pueblo, si se exceptúan los dramas románticos de la época actual. Comella, Zavala, Valladares, Rey, Martínez y consortes, sin instrucción, sin educación literaria, y lo que es peor, sin genio, ni disposición natural, nada podían hacer sino poner novelas o gacetas en diálogos fríos y sin animación: o cuando más, zurcir perversamente lances de comedias españolas o extranjeras. No hay que esperar en ellos sino caracteres atroces o necios pintados con almagre, situaciones de indigencia, sentimientos vulgares y falta absoluta de invención.

Al menos el buen lenguaje o los buenos versos pudieran disimular tantas faltas. Mas no hay nada de eso. Lo que más desconocían aquellos hombres era el idioma castellano: y los versos que cita Moratín en el Café, de la comedia supuesta del Cerco de Viena, están mejor construidos que cuantos ha producido la escuela de Comella. El autor del Viejo y la niña no pudo imitar, por más que lo solicitó, la frase llena de ripio, de bajeza, de impropiedad y de cacofonía de los dramaturgos que condenaba a la risa pública.

Y en cuanto a la versificación, es siempre prima hermana de la frase. En mal hora D. Tomás Iriarte quiso, con la autoridad de Argensola, hacer de moda el estilo rastrero y copleril de versificar, que era el suyo, y sobre el cual rara vez acertó a elevarse. Al punto esta turba de reptiles del teatro, escudados con el dictamen de aquel humanista célebre y que merecía serlo, quemaron a Garcilaso, a Lope y a Calderón, e hicieron hablar a sus personajes el idioma de la conversación más familiar. A la verdad no fueron cultos, como Góngora ni equivoquistas, como Quevedo, ni disparatadamente hiperbólicos, como Montalván y Monroy. Fueron cosa mucho peor; porque renunciaron no solo al ingenio que brilla entre aquellos defectos, sino también al sentido común, a la nobleza, a la animación, a todas las dotes en fin que deben caracterizar el lenguaje de las musas.

Solo presentaremos una muestra de la manera de hablar y versificar de aquellos dramaturgos. En 1790 se representó en Madrid una comedia de intriga, intitulada los tres Mellizos, imitación exagerada de los Menechmos de Plauto; pero no original española, sino traducción de algún teatro extranjero, que no se dijo al público cual era, aunque sospechamos que fuese el italiano. El traductor, que quiso guardar el anónimo con las siglas D. A. R. I., en una prevención al amigo lector, que antecede a la pieza, nos da este hermoso trozo de elocuencia:

«Solo pretendo enterarte de que este rato divertido de dos horas ha conseguido dos cosas particulares: la primera es haber entretenido al espectador sin una voz que le dañe ni al alma ni al cuerpo, que en acciones de esta clase se encuentran pocos; y la segunda un desengaño para que reconozca todo ingenio que el que escribe hace lo menos y el actor hace lo más». No sabemos que campea más en este pasaje, o la estupidez de los pensamientos, o la bestialidad de la expresión, o la falta de gramática, o la vileza con que el autor mendicante adula a los cómicos que le daban de comer. Por si nada de esto se mostraba en prosa bastante claro, lo repite en los versos siguientes:

  —228→  

«A pesar de las críticas rajantes,
a pesar de escritores gali-hispanos,
y a pesar de malévolos pedantes,
y de otros enemigos inhumanos,
en tres mellizos tan extravagantes
han dado los actores (sin ser vanos)
a conocer que solo su destreza
dará acción e interés a cualquier pieza».



Los enemigos inhumanos y el paréntesis sin ser vanos no se pagan con cuantos tronchazos se han tirado desde Adán acá. Obsérvese el talento con que se hace intervenir el honor nacional en la causa del autor, llamando gali-hispanos a los que le dirijan críticas rajantes.

Pues no son estos versos los peores que salieron de aquellas plumas de avestruz.

Lo repetimos. Nada es peor que la escuela de Comella, a no ser la que en el día pugna por corromper los sentimientos humanos y la moral universal. Los intereses que esta ataca son aún más importantes que los del buen gusto literario.




ArribaDe Moratín

Algunos han censurado al padre de nuestra comedia clásica, de que toda su fuerza cómica está en el lenguaje y no en los pensamientos: todas sus gracias, dicen, consisten en los oiga! pues ya, y... y otras expresiones familiares, de que están llenas sus comedias. Hemos oído esta acusación a personas muy instruidas, y que por otra parte no podían tener ningún motivo de odio o de emulación para formar un juicio tan severo.

Hay efectivamente, no un motivo, sino un pretexto para semejante acusación; y es la superioridad de Moratín en el manejo del idioma. Lo menos que podemos decir de él es que nadie le aventaja en las dotes del lenguaje, en la pureza, en la elegancia, en la corrección de la frase, en la sobriedad de los adornos. Así no es mucho que se haya fijado la atención sobre el excelente uso que supo hacer de las expresiones familiares del habla castellana, y desconocido la fuerza de sus combinaciones cómicas, que es la prenda principal en el género que escribió: mucho más, cuando en ella es visiblemente inferior a Molière, y por consiguiente a nuestro Moreto, el más vigoroso de cuantos poetas cómicos han escrito.

Pero la perfección con que Moratín escribía el castellano, no es motivo para desconocer en él cualidades más elevadas que las de un mero hablista. El juego dramático de sus comedias está lleno de vigor: y basta para demostrarlo la inevitable risa que bien representadas arrancan al espectador, el cual no se ríe seguramente por los monosílabos arriba citados, ni por los demás donaires del lenguaje. Estos pueden contribuir a la viveza de la expresión; pero si el pensamiento no es cómico, todos los chistes del idioma no lo harán capaz de excitar la risa.

Hemos meditado muchas veces sobre lo que César llamó vis cómica, y cuya falta censuró en Terencio llamándole medio Menandro. Nosotros traducimos aquella expresión latina por la de fuerza o vigor cómico; pero se ha definido muy poco su naturaleza. Nos tomamos, pues, la libertad de exponer nuestras reflexiones en esta materia.

Como la poesía cómica tiene por objeto presentar los defectos y vicios de los hombres bajo el aspecto más propio para que exciten nuestra risa, y nos corrijamos de ellos por el temor de excitar la ajena, parece que la fuerza cómica debe consistir esencialmente   —229→   en el arte de buscar el punto de vista más ridículo de las acciones y de los personajes viciosos. Ahora bien, si examinamos en general cuales son las cosas que excitan nuestra risa, veremos que en todas ellas entra como elemento esencial e imprescindible la contradicción. Por ejemplo: nadie se ríe del jornalero que va a su trabajo con un vestidillo pobre, mal calzado y la capa rota o desmelenada; pero todos se reirán del joven rico que se presente en el paseo o en el baile con desaliño y sin la elegancia propia de su clase. La mesa humilde del artesano que reparte a sus hijos el mezquino sustento, adquirido con el sudor de su frente, lejos de ser ridícula, es respetable; pero ¿qué diríamos de un banquete, a que se hubiesen convidado personas de alta jerarquía, y que adoleciese de escasez, de malos manjares, de pérfidos vinos, o de desabridos condimentos?

Y ¿cuál es la causa de la ridiculez en los dos casos que hemos citado? No otra sino la contradicción entre la acción y el principio social que ha debido dirigirla. Donde no hay esta contradicción, cesa la ridiculez.

Examínense una por una todas las comedias de Molière, que es mirado con razón como el poeta cómico que ha desentrañado más filosóficamente el ridículo de las acciones viciosas, y se verá que toda la ridiculez de sus personajes consiste en la contradicción que hay entre lo que hacen, y lo que debían hacer, o el fin que se proponen, o lo que se debía esperar de ellos. El celoso, que a fuerza de precauciones y sospechas acelera el mismo mal que quiere evitar: el avaro que envía a la cocina a beber un vaso de agua a su hijo, acometido de un accidente: el cortesano que persigue al que ha censurado sus versos, después de haberle pedido que los censure en toda libertad; en fin, las mujeres que renuncian a los hábitos y amabilidad de su sexo por merecer la ridícula fama de sabiondas, ¿qué son sino seres contradictorios? Y ¿existe una fuente más copiosa de ridiculez que la inconsecuencia? Y ¿qué es la inconsecuencia sino una contradicción?

El poeta, pues, que sepa describir las inconsecuencias de los vicios y defectos humanos, será verdaderamente cómico, y su vigor será tanto mayor, cuanto con más claridad y energía presente estas contradicciones.

Admitido este principio, nos parece que sería injusto negarle a Moratín una gran dosis de fuerza cómica, o un conocimiento bastante profundo del corazón y de la necedad de los hombres. ¿Quién no se ríe de la sandez de D. Eleuterio en la comedia nueva, que busca como un medio de subsistencia lo que solo debe hacerse por los estímulos de la gloria, que carece de todo lo que es necesario para ser buen poeta dramático, que tiene para escribir sus composiciones el auxilio de su mujer, y que fía en las palabras y en el reloj de un pedante famélico y petardista? ¿Se podrá decir que solo los chistes del lenguaje son los que nos hacen reír en la representación de esta pieza? No. La recta combinación de los caracteres y de la fábula, dispuesta perfectamente para que resalte la necedad del protagonista y sea castigada, es lo que excita la risa del auditorio. Otro tanto podremos decir de la Mojigata, en la cual además hay una intención profunda, y tal, que (no tememos decirlo) no se hallará otra semejante en todo el teatro de Molière. La virtuosa Inés queda por casar al fin de la comedia, y la hipócrita recibe la mano del esposo destinado a su prima. Pero este esposo es D. Claudio, hidalgote necio y contaminado con toda especie de vicios; así la justicia dramática exige que se le entregue la culpable, y que la inocente quede libre de su vínculo tan odioso.

El Sí de las Niñas, aunque tiene caracteres y costumbres muy bien retratados, no se presta tanto al ridículo. Las figuras de la niña y de su amante excitan interés y no risa. D. Diego resarce con su noble y pronta resolución y con la dignidad de su estado que sabe sostener, la consecuencia de creer posible ser amado a su edad y de persuadirse a que el corazón de una joven bella pudiera estar vacío y reservado para él. El único carácter ridículo de esta comedia es Doña Irene con sus tres maridos, con su parentela y con el furor de dominar las inclinaciones de su hija.

El Sí de las Niñas es más bien una comedia de intriga que de carácter. D. Carlos es un amante de Calderón, tal como lo puede sufrir el siglo presente. Al mismo tipo pertenece el Leonardo del Barón.

Una cosa muy notable en todas las producciones de Moratín, excepto la primera, es   —230→   que concluyen en una escena de ternura, más propia del drama sentimental que de la comedia; pero traída con tanto arte, y tan bien preparada, que no se siente el tránsito del ridículo al serio, ni de la risa a las lágrimas. La razón y la virtud corrigen siempre en los dramas de este insigne poeta lo que han pecado el vicio y la locura. Así producen dos efectos morales: el de ridiculizar a los malos y necios, y el de hacer amables a los sensatos y virtuosos.

Las comedias de Moratín no se representan ya... tanto mejor: con eso las cogerá más a deseo la generación que empieza.




 
 
FIN