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Ensayos poéticos

Juan Federico Muntadas Jornet



[V]

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Al lector

     Suelen la mayor parte de los que escriben dirigir la palabra a sus lectores antes de entrar en materia.-Las razones en que se fundan para obrar así, varían notablemente.-Algunos no llevan más objeto que el de hacer su profesión de fe. En este caso el prólogo es oficioso, es intempestivo. Harto se han de revelar en las páginas posteriores el carácter, las ideas del escritor, sus creencias, su índole, su personalidad en fin. Otros únicamente se proponen aclarar en el prólogo los pasajes dudosos, explicando lo que el lector [VI] más perspicaz no podría colegir del simple texto. En este segundo caso, no sólo admitimos el prólogo, sino que lo queremos, lo pedimos para nosotros mismos.

     Hay circunstancias en la vida por las cuales el poeta se siente impulsado a romper la línea del estrecho círculo en que comúnmente gira. Inflamado su corazón, enardecida la mente, se abandona buscando un desahogo en la expresión de lo que le alerta, prescindiendo quizá de toda consideración de lugar y aun de tiempo. No teniendo en cuenta que existen otros hombres, en aquellos instantes escribe, para sí mismo. Si estas composiciones puramente privadas, hijas de un sentimiento espontáneo y profundo, han de ver la luz pública, es forzoso que manifieste el poeta en qué circunstancias se encontraba cuando escribió, y que nos revele cuanto a su recta inteligencia fuere necesario. Alterar la composición no es acertado. Las modificaciones [VII] que quisieran hacerse con posterioridad, sin duda desvirtuarían el cuadro, que en toda composición literaria se recomienda.

     La mayor parte de las poesías que este pequeño volumen contiene son inéditas. Entre ellas figura la que, con el título A MI MUSA, encabeza la primera sección. Dio origen a esta composición el temor de un cambio de carrera. Creyendo que el estudio de las matemáticas había de absorber forzosamente la mayor parte de mi vida, di un adiós a mi musa, porque (y sea dicho de paso) no hay alianza posible entre las ciencias exactas y la poesía. El campo en que aquellas se cultivan está separado del Pindo por un caudaloso e invadeable río. Las excursiones de una orilla a otra son casi imposibles.

     Como a algunos podrá parecer extraño el título de la tercera composición PIEDRA EN INVIERNO, conviene advertir que este es un delicioso sitio que la naturaleza ha embellecido [VIII] con todos sus encantos. Encerrado entre desnudas montañas, en las cuales sólo crecen menguados arbustos, produce el efecto de un oasis en medio del desierto. ¡Cuántas horas de ventura he visto pasar en aquel ameno retiro, sentado a la sombra de alguno de sus árboles seculares, al pie de sus caprichosas cascadas!

     Pero dejando aparte estas consideraciones de poca importancia para el lector, advertiré que en la sección de que me ocupo, las tres composiciones dedicadas a mi amigo D. Joaquín Espalter y Rull con el título LA MELANCOLÍA, LA SACRA FAMILIA y LA BACANTE, son la descripción fiel y detallada de tres bellísimos cuadros, debidos al hábil pincel de aquel distinguido artista.

     La última leyenda de la sección tercera, titulada LOS DOS COMENDADORES, es una tradición que anda en boca de todos los naturales de Córdoba. Afecto especialmente a este [IX] género de literatura, he procurado no desvirtuarla; he procurado conservar el colorido, o llámese carácter propio de la época, que es por cierto muy determinado. Al poeta, en concepciones originales, le es dado correr por el inmenso campo de lo verosímil, respetando sin embargo aquellas reglas generales de que nos habla Horacio en su Arte poética. Empero al tratarse de una tradición, le es forzoso someterse estrictamente a lo que refiere el vulgo. Miro como una profanación todo lo que tienda a desfigurarla. A mi entender no hay medio posible. O la tradición es digna de consignarse en el papel, o no lo es. En el primer caso, ya lo hemos dicho, conviene sujetarse a lo que el vulgo refiere; en el segundo caso debe desecharse.

     Me falta observar que seducido por la armónica cadencia de la lengua italiana, escribí hace más de dos años algunas ligeras composiciones. Je n'y attache aucun intérêt, [X] dijo cierto francés, hablando de no sé qué cosa. Eso mismo digo yo en español. Ese trabajo debe considerarse como de puro pasatiempo. [XI]



                               «Tu me inter strepitus nocturnes sique diurnos
Vis canere, et contracta sequi vestigia vatum»
                         Horat. Epistolar 2, lib. II.


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Sección primera

[1]

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A mi musa

                                         No mas.-La suerte impía
de ti me aleja con rigor porfiado.
El tan temido día
ya por fin ha llegado.
Enmudezca mi voz-lo ordena el hado. 5       
 
     Mas antes, pueda el alma,
un suspiro exhalando lastimero,
lanzar con triste calma
un canto, cual yo quiero.
¡Un canto! que tal vez sea el postrero. 10
 
     ¡De ti esperaba tanto!
Mi vehemente corazón me indujo
a rendirme a tu encanto.
Tu brillo me sedujo,
y abandonéme a tu preciado influjo. 15 [2]
 
     Tú guiaste mi vuelo
cuando en la noche lúgubre y sombría,
dejando el frío suelo,
a otro mundo ascendía
en alas de mi ardiente fantasía. 20
 
     Por ti naturaleza
desplegó ante mis ojos noblemente
la exquisita belleza,
que el vulgo de la gente
contempla con mirada indiferente. 25
 
     Por ti me han conmovido
las páginas eternas de la historia:
por ti, de gozo henchido,
¡esperanza ilusoria!
soñé, en un porvenir, soñé en la gloria. 30
 
     Pues fuiste mi delicia
¡Oh Musa! Pues piadosa a mi desvelo
te mostraste propicia,
no extrañes que en mi anhelo
me entregue ahora al más amargo duelo. 35
 
     Ni sé dejar de amarte;
que alto poder descubro en ti, divino.
¿Volveré yo a encontrarte? [3]
¡Ay del hombre mezquino!
Cerrado el libro está de su destino. 40
 
     Tal vez tras larga ausencia
volveré a tu mansión de almo sosiego;
mas con dura inclemencia,
tal vez sorda a mi ruego,
me niegues tú del entusiasmo el fuego. 45
 
     Hoy sé que te abandono;
hoy sé que resistir es obra vana;
me aleja de tu trono
una fuerza inhumana...
¡No sé lo que de mí será mañana! 50




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A mi madre

                                    De tu ser sobre la tierra
¿Qué ha quedado, Madre mía?
Una losa
con esta inscripción sombría:
Aquí tranquila reposa. 5       
 
     ¿No queda más? Sí: tu imagen
dentro mi pecho grabada [4]
bien me abona;
que esta imagen adorada
nunca jamás me abandona. 10
 
     Vive en mí, vivo por ella,
y no es pasión fugitiva
la que siento:
Vivirá mientras yo viva,
hasta el último momento. 15




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Piedra en invierno

(1)

I

 
                                        Causa dolor el contemplar ahora
este vergel: las flores se agostaron,
ni aun resto queda de su breve vida.
A los embates rudos
del vendaval, de fuerza aterradora, 5       
los árboles quedaron
de su pompa desnudos.
Siente el alma pesares
al ver mustias, revueltas con el lodo [5]
las hojas a millares: 10
No está lejos el día
que fueron gala de la selva umbría.
¡Pasaron!... pasa todo.
¡Ay de aquel hombre que en su suerte fía!
 
En medio a tal estrago 15
crece tan solo la atrevida yedra
sobre la tosca piedra,
o en derredor de corpulento tronco
que le rinde el sustento,
impasible desprecia 20
la ronca voz del indomable viento,
que en los collados con furor arrecia.-
 
Causa dolor el contemplar ahora
este vergel: el melodioso canto,
dulzura indefinible, 25
del ruiseñor sensible,
no puebla ya los aires; que en su duelo,
el ruiseñor, temiendo mil congojas,
de estos sitios huyó con raudo vuelo,
al caer de los árboles las hojas. 30
Así en el mundo, tras la excelsa pompa
del poderoso, los amigos van:
Ellos son ruiseñores,
pues sólo sus loores, [6]
en tanto que duraren los favores, 35
durarán.
 
II
 
                                        Es la mañana, y a la luz escasa
la niebla encubre con su espeso manto
los montes y los valles, la laguna
y el espacio infinito; 40
y el hombre en su quebranto
va por la tierra romo un ser maldito,
¡qué penoso viaje!
sin ver, sin oír más que el rudo grito
del ánade salvaje. 45
 
Ya el sol ostenta su empañado disco;
era vapor la niebla; -todo pasa,
pasó también. Con perezosa mano
abre el pastor las puertas del aprisco,
seguido del alano 50
que al fiero lobo impuso,
y al instante saliendo presurosos
van los rebaños en tropel confuso.-
 
Bella es la tarde; empero otra mudanza
sucede: espesa nube 55
que de occidente presurosa sube
con soberbia pujanza, [7]
de nuevo oculta el cielo,
robando luz al aterido suelo.
 
Llega la noche, ya por fin la lluvia 60
mas el tedio renueva,
con recio estrépito a torrentes cae.
y en tanto el viento con furor la lleva.
Y el viento en tanto con furor la trae.
El viento silba con feroz empeño 65
las ventanas azota,
y al hombre sirve de agradable arrullo
tan constante murmullo,
y al fin concilia el deseado sueño.-
 
Despunta el día: el apacible Piedra 70
de su lecho salió de extraño modo;
pues que nada le arredra,
mugiendo sin cesar, lo invade todo.
Aquellas aguas que al cristal semejan,
turbias ahora, por do quier que pasan 75
impreso un rastro dejan;
consigo arrastra en su veloz carrera
cuanto a ella resiste:
no hay cosa duradera
en este mundo. El río inexorable 80
(espectáculo triste)
con fuerza ilimitada [8]
troncos, peñascos lleva de contino
a la mar insondable,
por mil vientos contrarios agitada. 85
 
Esta mansión de singular belleza,
donde todo fue amor, contento y vida
en el estío, ahora convertida
en mansión de tristeza,
robándole la calma, 90
toda idea feliz borra del alma.





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El peregrino

                                        Solo en medio del desierto.
Abandonado al destino,
lento, lento el Peregrino
camina a Jerusalén.
Descalzo va por la arena, 5       
mientras que en su altiva frente
los rayos de un sol ardiente
debilitados se ven.
 
     Rendido por el cansancio
y al pie de erguida palmera, 10
con voz dulce y lastimera, [9]
entona triste cantar.
     Mientras el austro iracundo
entre las palmeras brama,
canta Reinaldo a su dama, 15
la de belleza sin par.
 
     «¿Por qué mi implacable suerte
»con tal empeño me acosa?
»más me alejo de mi hermosa
»a cada paso, ¡ay de mi! 20
     »Mas, que es vano el suspirar,
»Laura, en mi desdicha alcanzo,
»que estos suspiros que lanzo
»no llegarán hasta ti.
 
     »Para el Peregrino, Laura, 25
»No resta ningún consuelo:
»¡En sa penoso desvelo
»va de nación en nación!...
     »Y es muy horrible cruzar
»siempre, de noche, de día, 30
»do no halla una simpatía
»nuestro pobre corazón.
 
     »Ese horizonte de fuego
»Esa llanura sombría,
»¿Qué son para el alma mía 35 [10]
»que muere de amor por ti?»
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 
     »Mas ¡ay! miro donde el sol
»Se hunde entre celajes rojos,
»Y exclamo: ¡llorad, mis ojos;
»Mi patria, Laura, está allí...!» 40




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Presentimiento

                                    En mi sueño de reposo,
excitando mi recelo,
vi una sombra que en el cielo
para siempre se ocultó.
Bella sombra que adoraba, 5       
de mi dicha fiel emblema,
inquietud horrible, extrema,
a perderte me agitó.
 
     ¡Ah! la idea me persigue
de un futuro sufrimiento: 10
reprimir en vano intento
mi incesante frenesí.-
Una lágrima suspensa
de mis párpados se mira: [11]
¡Ah! ¿por qué mi alma suspira? 15
¿No era sombra lo que vi?
 
     Aunque sea, no me es dado
refrenar mi desvarío:
siento ¡oh cielos! un vacío,
un temor, siniestro afán. 20
Está escrito que mi vida,
que animó celeste encanto,
se consuma por el llanto
que mis ojos verterán.




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La hija del proscripto

                                    Cese, cese el sufrimiento
tregua dando a mi martirio
vuele mi mente en delirio
hacia do impera la Cruz;
hacia el país adorado 5       
donde recibiendo enojos,
vieron mis débiles ojos
por vez primera la luz.
 
     La deliciosa pradera
ante mi vista contemplo, 10 [12]
y mi cabaña, y el templo,
el bosque, el río también.
¡Oh cuántas veces, oh cuántas,
entre la turba sencilla,
Leda, seguí por tu orilla, 15
de mirto ornada mi sien!
 
     Bellas horas de mi infancia,
de mi desdichada historia
vuestra apacible memoria
es el consuelo mejor. 20
Mas ¡ah! no, no volveréis
como os conocí en un día
me falta ya, madre mía,
tu tierno, acendrado amor.




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La fiesta de Baco

                                        Ni rinde mis miembros la torpe fatiga,
ni intento a mis goces un freno oponer:
impura, impetuosa la danza prosiga,
que el vino aun fermenta, me incita al placer.
 
     Dancemos.-Entone con gozo profundo 5       
de Baco los glorias enérgica voz, [13]
y el eco recorra solícito el mundo,
en alas llevado del viento veloz.
 
     Dejando las fieras en la ardua espesura,
bajemos al llano con rápido pie: 10
es breve el descenso.-La fértil llanura
conmuévase toda, retiemble-¡evhoé!
 
     Un dique a un torrente alzarle es en vano,
que al fin el torrente le arrastra en su pos:
¡de Atenas a Eléusis ¡oh! muera el profano 15
que osare oponerse al rito del dios!-
 
     Tendido en el suelo Licurgo yacía,
vertiendo sus venas de sangre un raudal;
y en medio de horrible, feroz vocería,
lanzó el miserable suspiro mortal. 20
 
     Ya el sol ocultóse, ya el cielo sereno
cerrado por sombras siniestras se ve:
Antorchas nos guíen; corramos sin freno
de Atenas a Eléusis: -io bache evhoe! [14]




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Sobre el lago

                                    De un triste pasado
la idea desecho;
descansa en mi pecho.
Ni temas, hermosa,
del hado inconstante 5       
el crudo rigor.
Murmura tan solo
palabras de amor.
 
     Te adoro, decías;
si indócil el viento 10
tu flébil acento
llevóse consigo,
repite te adoro
con férvida fe.
¡Oh! mirame, Laura, 15
postrado a tu pie.
 
     El aura suave
veloz se desliza,
indómita riza
el onda apacible, 20
por donde ligera
la góndola va. [15]
¡Contempla! En el lago
tu imagen está.
 
     Descansa, querida; 25
no turben del alma
la célica calma
ingratos recuerdos
de duelos pasados,
que no han de volver. 30
¡Descansa en mis brazos,
hermosa mujer!




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Fantasía

(2)
    I
 
                                          En medio de selva umbría
y de montañas cercada,
se descubre la elevada
aguja de una abadía.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . [16]
     Se hundió el sol en su horizonte, 5       
y de la campana el son
con el toque de oración
despierta el eco del monte.
            Y una nube
            Sube, y sube 10
            Desde el mar... [17]
 
     Y al fallar la luz del día
en torno de la abadía
gira y muge sin cesar.
 
     Y suenan voces y gritos 15
cual de espíritus malditos...
Pero el murmullo cesó.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
     Y en el silencio, pausadas
sonaron diez campanadas
en el vecino reloj. 20
 

II

 
     La luna brilla en el cielo
y en las aguas se retrata,
parece sierpe de plata
el fugitivo arroyuelo.
     Sobre la yerta llanura 25
lanza pálido fulgor
la luna... y abre la flor
su cáliz al aura pura.
     Pero el silencio pasó;
que de súbito pausadas 30
dieron once campanadas
en el vecino reloj. [18]
 

III

      
                                  
     La luna ya no brilla, y un impetuoso viento
de la santa abadía los muros azotó,
y retumbó de pronto allá en el firmamento 35
un trueno que en los montes el eco repitió.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya sobre la abadía se cierne lentamente
un nubarrón negruzco que gira sin cesar,
y en él suena un murmullo, cual de veloz corriente,
que en rápido descenso se precipita al mar. 40
 
Cabalgan en la nube espíritus malignos
que lanzan carcajadas con infernal desdén,
batiendo van sus alas, trazando extraños signos,
y exclaman: -«La abadía, nuestra será también.»
 
    IV
                                     
     Satán con audacia fiera 45
vuela a la roja montaña,
y ardiendo en ira y en saña
prorrumpe de esta manera:
 

SATÁN

     Esta es la hora, la escrita,
de acabar con tu inocencia: 50 [19]
no haya piedad, no clemencia
para esta raza maldita.
     Sus beldades peregrinas
causaron su destrucción:
ya las ciudades ¿qué son? 55
-Tan sólo un montón de ruinas.-
     Mas en la abadía insana
con viva solicitud
aun se acata la virtud.
¡Que no suceda mañana!

60

 

VOZ DEL ESPÍRITU DE LA MONTAÑA

     La hora llegó por fin:
esta es la hora, Satán,
que invoqué con tanto afán
desde el crimen de Caín.
 

SATÁN

     ¡Espíritu! aquí se encierra

65

el varón que sirve a Dios...
Caigamos sobre él los dos
y es nuestra toda la tierra.
     No ceda nuestra porfía...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Mira los genios cual danzan

70

en la nube, y se abalanzan
sobre la santa abadía!... [20]
 

VOZ DEL ESPÍRITU DE LA MONTAÑA

                                                 Confiado el varón, ignora         
         la trama que urdida está...
         Si, nuestro, al salir la aurora,

75

         El orbe entero será...
         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
         . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
     Y un enorme peñasco, lanzándose violento,
voló hacia la abadía, morada de la fe.
Mas una cruz radiante brilló en el firmamento,
y una mujer hermosa mirabase a su pie.

80

 
     Se disipó cual humo la nube de repente,
la peña dentro un lago con ímpetu cayó,
las aguas conmovidas calmaron lentamente...
Y al punto resonaron las doce en el reloj.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
 
V
                                      
     De entonces entre reflejos

85

se vía de débil luz
a media noche la cruz,
¡y cada noche más lejos!
     Y en la montaña, en el lago, [21]
Alzabase con porfía

90

un murmullo sordo y vago,
que lento desparecía.
     Y una voz aterradora
que pregonaba venganza:
-¡Ya volverá nuestra hora

95

no perdamos la esperanza!-





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A Flérida

                                        La verdadera expresión
de mi amor o frenesí
aquestas estancias son:
dictólas mi corazón
absorto, Flérida, en ti. 5       
 
     Lee pues; mas si el desdén
asoma a tu labio... ¡ah! no,
¡que nunca lo sepa yo!
que es triste llorar un bien,
que como el humo pasó. 10
 
     Empero si a su lectura
se pintase el interés
en tu faz lánguida y pura, [22]
¡Oh! sepa yo mi ventura,
para arrojarme a tus pies. 15
 
     Para decirte extasiado:
trocarse mi suerte quiso.
¡Sólo por ti y a tu lado
el alma mía ha pasado
de un infierno a un paraíso! 20




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La pobre loca

I

 
                                        Las doce -esta es la hora,
pronto quizá
el que mi pecho adora,
pronto vendrá.
     Él con voz muy sentida

5

      
me dijo: -ve,
de, la cruz derruida
me aguarda al pie.
     Las doce -esta es la hora,
pronto quizá

10

el que mi pecho adora,
pronto vendrá. [23]
     De Febe desaparece
el resplandor,
la brisa ya no mece

15

la esbelta flor.
     Del silencio es la hora:
Sí, pronto ya
el que mi pecho adora,
pronto vendrá.

20

     Asoma ya la luna:
fúnebre son,
marca el reloj la una:
¿no fue ilusión?
     ¡Ah ya pasó la hora;

25

mas... si vendrá:
el que mi pecho adora,
no faltará.
 

II

 
     Ya las tres han sonado
en el reloj:

30

no verás a tu amado,
Elvira, no.
     La sonrosada aurora
despunta ya;

35

el que mi pecho adora
no, ¡no vendrá! [24]





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Olvido

                                           Adiós, mujer: si un tiempo asaz rendido
tu esclavo fuí, tu imperio hoy caducó.
Adiós, mujer: hoy, la palabra olvido
pronunciaré, que otra palabra no.
 
     Quiero borrar con ánimo inclemente 5       
del corazón tu imagen que adoré:
Quiero borrar de mi angustiada mente
Toda señal de mi extinguida fe.
 
     Lento a mi vez, guiado del destino,
con mi dolor, que en breve pasará, 10
lento a mi vez proseguiré el camino
buscando el bien, la dicha más allá.
 
     Hombre nací, no volveré angustiado
la vista atrás, no humillaré mi ser.
Hombre nací, no cuento lo pasado: 15
por siempre adiós, adiós, bella mujer. [25]




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A Flérida

                                          Ven a mis brazos: de mi suerte airada
yo la aspereza olvidaré y desdén;
ven a mis brazos, a mis brazos ven;
que yo descanse, Flérida adorada,
sobre tu seno mi ardorosa sien. 5       
 
     No anhela el ciervo, que la vira siente,
la cristalina y solitaria fuente
que en la espesura ocultase quizá,
como yo anhelo verme a ti presente:
cifrada en ello mi ventura está. 10
 
     Ven a mis brazos: de mi suerte impía
yo la aspereza olvidaré y rigor.
Pues solo en ti mi corazón confía;
que yo te estreche contra el alma mía,
único objeto de mi ardiente amor. [26] 15




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Un sueño

A...

                                                            And mingled into one.
                 (Th. Moore.)
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
                                          Me encontré en una enramada...
Y besaba yo tu frente,
mientras tú en mí reclinada
sonreías dulcemente.
 
     ¡Ay! yo vi en mi desvarío 5       
y dulce fascinación,
que puso amor junto al mío
tu inocente corazón,
 
     Y en un mundo de ilusiones
gozábamos de consuno... 10
¡Y nuestros dos corazones
se convirtieron en uno!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
     ¡Ay! En mi felicidad
vía un porvenir risueño.
¿Por qué con su adusto ceño 15
vino la realidad?
¿Por qué desperté del sueño? [27]




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El genio

A Ole B. Bull

                                            En medio de aplausos, que el vulgo extasiado
me rinde y tributa con férvido ardor,
recorro la tierra, de gloria cercado,
que el mundo es mi patria-la gloria mi amor.
 
     El mundo es mi imperio-un trono conquisto 5       
do quiera en el mundo; jamás tal se vio:
en éxtasis grato, cien pueblos he visto
rendirse a mis plantas -que un genio soy yo.
 
     Por grandes palacios avanzo sin guía,
los reyes me aclaman, me envidian también, 10
que con nuevas hojas se ve cada día
esta áurea corona que tiñe mi sien.
 
     Lo grande, sublime, eleva mi mente
a excelsas regiones -quizá a su pesar
la idea que me inspira, el vulgo la siente; 15
empero, me sigue; que en vano es luchar.
 
                                     Yo a mis cuerdas sé arrancarles       
los dulcísimos acentos,
los gemidos, los lamentos: [28]
ecos ¡ay! de una pasión. 20
Yo conmuevo tristemente,
por más que el dolor se agrave:
que en mi mano está la llave
del sensible corazón.
 
     Yo recuerdo al desdichado (3) 25
el silencio de la tumba;
imito el aire que zumba
con monótono compás.
al venturoso, recuerdo
el bullicio de una orgía, 30
bien falaz, ventura impía
que pasa y no vuelve más.
 
     Describo con vivos rasgos
la tempestad cuando muge,
el árbol que a impulsos cruje 35
del Simún asolador,
y el misterio de la noche,
la salida de la aurora,
y la voz dulce y sonora
del amante ruiseñor. 40 [29]
 
                                   Si es sueño la vida, mi sueño es de gloria,       
mi dicha es inmensa. -Sigamos ¡ah! sí.-
Después de mi muerte, que escriba la historia
en página de oro mi nombre, quién fuí.
 
     El genio no muere -vil barro, a la tierra 45
de donde ha salido, por fin volverá:
el genio no muere, ni el tiempo lo aterra:
mi nombre por siempre cual hoy vivirá!




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La melancolía

A don Joaquín Espalter y Rull.

                                           La que en un tiempo admiración y envidia
del mundo fue por su belleza insigne,
¡Cuya sonrisa codiciaron tantos!
La joven pura a cuya voz mil pechos
de amor latieron; la que en regio trono 5       
quiso la suerte colocar cien veces,
miradla allí: -desnuda de sus galas
lenta camina a la almenada torre,
sobre su pecho su cabeza cae;
sus bellas, rubias, delicadas trenzas 10
sobre sus hombros ondular contemplo; [30]
lleva en la mano un libro: ¡cuán distante
su mente está de lo que el libro encierra!
Por espacioso corredor dirige
su incierta planta; empero la cuitada 15
ignora dónde está.-
                               Triste, abatida
se sienta en una gótica ventana,
siempre en sus manos el cerrado libro,
siempre caída su cabeza hermosa. 20
Tiende de pronto en derredor su vista
a la llanura, al bosque, al cielo, al río,
dulces objetos que en mejores días
su corazón llenaban de entusiasmo,
hoy sólo sirven a aumentar su pena. 25
De lo profundo de su pecho arranca
tenue suspiro que reprime en vano.
Lee el libro; mas ¡ay! nada recuerda
de cuanto en él leyó. -De nuevo en torno
su mirada pasea, y va de nuevo 30
a suspirar, ¡y su cabeza cae!
¿Por qué esta niña del dolor es presa?
¿Por qué vencida del pesar horrendo
a su implacable suerte se abandona,
como la palma que en la ardiente Libia 35
se abate al soplo del Simun furioso?
Es un secreto. -En tanto opacas nubes
tempestuosas, rápidas empañan [31]
el limpio azul del claro firmamento;
las nubes son de la tristeza imagen: 40
inmensas sombras la llanura envuelven,
leve celaje entre las nubes brilla
con esplendor, mas desparece al punto;
esa la imagen es de la esperanza
que nace y muere: 45
                              -La infeliz cuitada
siente en su pecho el bien de este tesoro
que sólo pierde el hombre con la vida;
Mas ¡ay! cuán breve es este bien. -¡La nube,
que cierra impía el mágico celaje, 50
Sume en tinieblas otra vez el alma!




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La Sacra Familia

                                      Estrecha en amante lazo,
O Virgen pura y clemente,
al Hijo de un Dios potente
que en tu púdico regazo
se reclina dulcemente. 5       
 
     No, no ceses de admirar
su belleza peregrina,
porque día ha de llegar [32]
en que implacable el pesar
destruya su faz divina. 10
 
     Sí; -por un pueblo obcecado
en día menos propicio
tú le verás arrastrado
como si fuera un malvado,
hacia el lugar del suplicio. 15
 
     En premio de sus razones
que difundiendo la luz
darán vida a las naciones,
le verás en una cruz
cual reo, entre dos ladrones. 20
 
     Entonces tu corazón
en incesante agonía
batallará noche y día:
cruel será tu aflicción,
porque eres madre, María. 25
 
     ¡Oh! no ceses de admirar
del Niño Dios la hermosura
no te entregues al pesar,
no quieras acelerar,
¡María! tu desventura. 30 [33]
 
     Al cordero con amor
dirige también tus ojos,
y a San Juan, el precursor,
que a los pies del Redentor
está postrado de hinojos. 35




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La bacante

I

                                          Radiante el sol vertiendo luz y vida
va por la tierra, la enramada amena
con su frescura a descansar convida.
Allí dulce resuena
del ruiseñor el melodioso canto:

5

      
y a tan suave arrullo,
se mezcla en la enramada,
del arroyuelo el plácido murmullo,
y el lejano rumor de una cascada.
 
     Voces y gritos turban el sosiego

10

y reposo del campo, en la espesura
con insolencia impura;
y con ímpetu ciego
viviendo en la esperanza,
alegre tropa bulliciosa danza.

15

[34]
 
     En torno de una estatua del Dios Baco
rueda la danza torpe y licenciosa:
uno la copa empina con locura,
sus heces luego apura;
otro los labios besa de una hermosa

20

hacia su seno con vigor la atrae,
hasta que al suelo sin aliento cae.
 
     Estos, sátiros son, que solo viven
para gozar de efímeros placeres:
Bacantes se apellidan sus mujeres.

25

 

II

      
 
                                        Huyendo del bullicio, en busca de la sombra
          una mujer se ve:
por desigual sendero, que cubre verde alfombra,
          dirige el breve pie.
 
Absorta esta su mente, en un pasado goce

30

          que no ha de volver;
mas eso ¿qué le importa? Los duelos no conoce,
          nació para el placer.
 
Hermosa es la bacante; el sátiro atrevido
          cien veces la admiró:

35

mujer de tal belleza, quizás, haya existido;
          mas voluptuosa -no.
 
Conserva siempre intactas las dulces ilusiones
          que concibió una vez;
y ella es robusta, es fuerte, de bellas proporciones,

40

          y de morena tez.
 
Brillantes son sus ojos, el fuego en ellos brilla
          de lúbrica pasión:
convulso tiene el labio, fogosa la mejilla;
          sus trenzas negras son.

45

 
Adorna su cabeza de yedra una corona;
          y en tanto con gentil,
con desdeñosa gracia, su túnica abandona
          que cae en pliegues mil.
 
Al suelo lanza el címbalo, sonríe, y en el suelo

50

          se sienta con afán;
y goza en ver las aguas del límpido arroyuelo,
          que presurosas van.
 
Sonríe, -y de sus hombros caerse lentamente
          la túnica se ve;

55

[36]
y ostenta sin rebozo su seno alto, turgente,
          su delicado pie.
 
Su diestra apoya en roca, con la izquierda levanta
          el cándido cendal,
y al punto ella sumerge su vigorosa planta

60

          del agua en el cristal...
 
Sonríe, ¡Oh! siempre el gozo pintado en su semblante,
          lo mismo es hoy que ayer:
Los duelos no conoce; la lúbrica bacante
          nació para el placer.-

65





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A Conchita

En un álbum

                                  -Dime, ¿qué quieres, Conchita?
     ¿Pronto, di?
¿Alguna cosa bonita?
     -Eso sí.
 
-Mas, ¿qué te diré? Lo ignoro, 5       
     No lo sé.
¿Quieres que diga «te adoro»?
     Lo diré. [37]
 
Basta ya, mal que me pese.
     -¿Temes? -¡Ah! 10
¿Y si estos versos leyese
     tu mamá?
 
Esta confesión escrita
     quiero yo
Borrarla, bella Conchita. 15
     -Eso no.




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Inquietud

Soneto

                                          Viene del día en pos la noche oscura,
truécase en duelo el juvenil contento,
la suerte es varia, a un dulce pensamiento
un pensamiento sigue de amargura.
 
     Fuí ayer dichoso, empero hoy la ventura 5       
huye de mi con malhadado intento;
que este dolor que dentro el alma siento
calmarlo en vano la razón procura.
 
     Tú sola puedes, adorada mía,
de mi ferviente amor en desagravio 10
apaciguar estériles enojos [38]
 
     que al alma abruman con tenaz porfía;
¡salga un acento de tu puro labio!
¡Vuelve hacia mí tus encantados ojos!




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A la muerte del Excmo. Sr. Marqués de Gerona

Soneto

                                            «Descubro un porvenir: con noble intento
»lo alcanzaré, dijiste: ¡patria mía!
»para servirte de piloto y guía
»no me falta saber, me sobra aliento.»
 
     Y España te admiró en el Parlamento 5       
cuando en aciago, tormentoso día,
de allí alejaste la discordia impía
con tu suave irresistible acento.
 
     Todo pasó: la muerte despiadada,
con rostro horrible y expresión aviesa, 10
en tu carrera te detuvo, osada:
 
     «En vano luchas: eres ya mi presa,
gritó: el lindero es este de la nada;»
Y sin piedad te sepultó en la huesa.

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