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ArribaAbajo- XIV -

17 Noviembre l893.


Hoy he recibido tu carta, y aunque el 15 te escribí, aprovecho un rato desocupado para contestarte, pues preveo que en tres o cuatro días no nos va a dejar ni respirar siquiera el despacho de un buque, que viene mañana para recoger armamento destinado a Melilla. Esto se ha venido a última hora, y hay que saber cómo las gasta el cónsul para comprender la cantidad de celo y patriotismo que va a echar fuera de sí. Yo me permití indicar que no había que tomar la cosa muy a pechos, pues ni el gobierno ha dicho nada todavía, ni nuestra intervención puede ser más que de trámite y sujeta a lo que se nos ordene (si se nos ordena algo, que tal anda el fregado que es de esperar que nadie sepa lo que hay que hacer); pero se me ha dicho hasta por el canciller que yo soy muy joven y no puedo aún comprender la enorme trascendencia que tiene para la patria el asunto en cuestión. Sería cosa de consultar a Azcárate para saber algo sobre esa trascendencia, que así a primera vista es tan difícil de percibir. Nadie más refractario que yo a los engranajes administrativos; pero nadie más enemigo de que ya que se acepta un cargo, se pretenda salir del orden natural de las cosas. Con que un funcionario cumpla su deber a secas creo yo que ha hecho más por su patria que con los excesos de celo, que suelen aparecer cuando ya no sirven para nada. Es un sarcasmo defraudar diariamente al Estado y darse tono de buen patriota con algún arranque sentimental y populachero. Es probable que la mitad de los que hoy cubren las suscripciones populares y ofrecen vida y hacienda por la patria sea de lo peorcito que tenemos de puertas adentro; los buenos ciudadanos suelen cumplir sus deberes en silencio, pagar con mayor o menor resignación y creerse con esto dispensados de hacer nuevos alardes de amor nacional. En la administración suele ocurrir lo mismo, y si yo tuviera la batuta desconfiaría de los que hacen celo por sistema. Estos son tontos, cuando no egoístas y vanidosos. Tengo entendido que uno de los que más enterados están de la cuestión de Marruecos, de los que más trabajan y con mas éxito e inteligencia, es el cónsul de Tánger, Lozano, cuyo nombre no suena, ni sonará probablemente. Así hay algunos empleados todavía, a pesar de que el espíritu democrático parece exigir que los ascensos vayan precedidos constantemente por el aplauso popular. Si a un hombre así se le designara para dirigir alguna cuestión difícil, es seguro que la opinión pública se preguntaría extrañada por medio de la prensa que adónde íbamos a parar. Hay que hacer un poco ruido antes de hacer cosa de mayor importancia; ésta es la ley del tiempo: si no, el eterno ¿Quién es l'edregal? detendrá nuestros pasos. Y ya que cito a Pedregal, no estará de más decir, que en él se ve clara la influencia de este espíritu democrático, puesto que siendo tan poca cosa como era y es cuando desconocido le insultaron, y después, de sometido al procedimiento de la popularización le respetan como a un sabio. Y lo peor es que estos engaños no los sufre sólo el público; los sufren las clases directoras casi en igual grado. Al ministro más largo se la pega el más memo de sus subalternos. Vaya un specimen: se adquiere una noticia que puede interesar al gobierno, pongo por caso; cualquiera creerá que lo más derecho es trasmitirla por la vía más corta, en la forma más rápida posible. Esto, sin embargo, sería una bobada, y el que la cometiera no saldría nunca de ranchero. Lo diplomático es escribir siempre con fecha atrasada, por ser esto de más tono y más propio de lo oficial; nadie va a fijarse en si el correo tarda día más o menos. Así, pues, se escribe anunciando que según todas las probabilidades ocurrirá tal cosa; dos días después se asegunda diciendo que ocurrió y que se prepara un nuevo aspecto del asunto, etcétera, etc. De esta suerte se consigue fama de penetrante y agudo, de profeta si se quiere, sin grave perjuicio para nadie, pues todo queda reducido a que las noticias llegan con dos días de retraso y a que se gastan doble papel y dobles sellos. Así por el estilo hay mil triquiñuelas sencillísimas e infalibles, con las que a expensas del mismo Estado se endereza quien sabe emplearlas por el camino de la fama. No creo que por otros lugares falten estos o parecidos manejos con los mismos o parecidos resultados. Sin ir más lejos, hoy, que se trata de aparecer buen patriota, lo consiguen los que tienen la suficiente vaciedad de juicio para entusiasmarse o hacer que se entusiasman ante la brava infantería española y el león encrespando la melena. Si en Toledo se hace pública tu carta, sobre todo aquello que alude a la ropa blanca del cuerpo expedicionario, tienes que huir al Quintillo. Entre gente que se paga de palabras, desgraciado del que hace algo. Los hechos, aun siendo afortunados, siempre quedan por debajo de las finchadas obras de la imaginación. Por lo que te decía en mi carta anterior y por lo que te digo casi siempre, puedes comprender que me hallo afectado por una instabilidad extrema; a duras penas puedo escribirte, y me sería imposible hacer cualquiera otra cosa. La tensión ordinaria ha aumentado por las razones expuestas. Tú mismo, que dices que no tienes energía para nada, ¿no te irritarías de que te dijeran mal patriota y poco celoso después de haberte pasado un mes revisando papeles para descubrir un lío en el que no te fuera ni te viniera y que nada te había de reportar, sólo porque encontraras inútil telegrafiar a diestro y siniestro, sin ton ni son, a costa del Estado y pidiendo informes que cuando no los han mandado ya no deben de hacer gran falta, y no la hacen realmente? No te importaría el que te llamaran esto o lo de más allá; pero te incomodaría que se creyesen monopolizadoras del patriotismo gentes incapaces de comprender dónde tienen la mano derecha, de incomodarse en lo más mínimo por nada ni por nadie, si no es por su propia conveniencia o por satisfacer pequeñas vanidades. Esto es general, pues por lo visto no va quedando ya ningún patriotismo anónimo, que es el grande. Hasta el último ranchero quiere ver su nombre en letras de molde, y se comprende que muchos que no esperan bombos no se sientan con ganas de perder el pellejo. El mal ejemplo cunde, y el mal ejemplo aquí es que muy pocos se mueven ya por móviles interiores ni se satisfacen con la interior satisfacción. Estos bajos sentimientos arraigan cada día más por la influencia de la prensa, interesada en extender su poder, y de ellos no se libran grandes ni chicos. El chico se contenta con aparecer distinto de los demás, mencionado de buena o mala manera, aunque sea como orador anarquista u ocultador de bombas explosivas; el grande quiere aplausos de la gente docta. Tú mismo, si publicaras alguna obra, no te satisfarías con saber que era buena y que era apreciada por personas inteligentes; querrías que dijeran algo de ella; te preocuparían los más pequeños detalles de lo que dijeran. En lo cual me fundo yo para creer que estoy más avanzado que tú en punto a desligamiento, con la diferencia de que mi organización, un poco más sanguínea, me obliga a cometer algunas barbaridades que tú no cometes. Y ya que entro en este magnífico tema, voy a ser un poco largo y explícito. Compren-do perfectísimamente lo que me dices en la primera parte de tu carta; ese estado de ánimo lo siento con mayor intensidad que ningún otro; he pensado muchísimo sobre él, y tengo mi decisión casi tomada ya para salir de tan grave situación. Tú crees que el origen de ese apartamiento gradual de la sociedad está en la flojedad de espíritu y más aún en el egoísmo; cualquier psicólogo al uso diría que el quid está en el temperamento, término general, o tapadera para cubrir un hueco que no se sabe cómo rellenar; Schopenhauer lo explicaría por la teoría de los centros de gravedad moral; un evolucionista diría que se trata de organismos refractarios a una nueva organización; no hay otro remedio aplicable al caso que dejar pasar el tiempo y que se extingan esas especies irreductibles. En sociología esta solución es hoy confirmada a diario, y los políticos la emplean con alguna variante, que consiste en aniquilar las razas refractarias a la civilización para ahorrar tiempo al tiempo. Y aquí entra una bonita aplicación del sistema de nuestros doctos catedráticos, que después de exponer y refutar todas las doctrinas, exponen el verdadero concepto, la verdadera tía Javiera del asunto de que se trata. Como idea general, sabes tú que la evolución es un molde no del todo malo para encajar ciertas cosas. ¿Qué inconveniente hay en decir con Pero Grullo que la sociedad evoluciona y que no todos sus individuos se encuentran a gusto en las nuevas formas producidas por la evolución? ¿Quién duda que la instrucción obligatoria tiene refractarios: los unos que no quieren aprender (¡Dios los haga santos!); los otros que aprenden y no quieren después someterse a los trabajos brutales a que por necesidad deben consagrarse la mayor parte de los hombres, y se sublevan contra la sociedad entera, que no puede darles un fin proporcionado a los medios que estúpidamente les entregó? ¿Dónde sino aquí está el germen de socialistas, colectivistas, anarquistas, nihilistas y dinamiteros?

En otro sentido, la evolución democrática nos ha traído, sin que sea una novedad, la moda de vivir «todos como formando la gran familia humana»; de donde parece deducirse que hay que vivir en medio de la calle, con excesivo tacto de codos. Aún subsiste la familia árabe para contraste vivo con la nuestra de hoy; nuestras mujeres vivían hace siglos como las moras; en Granada quedan aún algunas que siguen la tradición. Creo que se ha evolucionado en firme para llegar a la época de los congresos femeniles, de la emancipación y demás ridiculeces. Al formar la gran familia democrática se va destruyendo la familia natural, y nos vamos quedando desligados sin esfuerzo de nuestra parte. Al sentimiento que antes nos sujetaba a la casa solariega ha reemplazado cierto cosmopolitismo, que para algunos mentecatos es el albor de la fraternidad humana, con su abolición de fronteras y todo. A casi todos los móviles interiores han sustituido los nunca bastante execrados escalafones. Y en este nuevo estado de cosas, los unos se compaginan, como tú dices; los otros se desligan; otros se quedan desligados, declassés. A éstos creo yo que puede ser aplicable lo que tú dices de egoísmo y de flojedad. Los que triunfan suelen menospreciar a este grupo numerosísimo, en el que suelen haber hombres superiores condenados por los rigores de la organización a ser elementos perturbadores; éste es uno de los grandes crímenes sociales de los centros oficiales docentes: crear muchos aspirantes, de donde salen de ordinario algunas cuantas nulidades que circunstancialmente obtienen resultado, y muchas víctimas a quienes se les da con la puerta en los hocicos, revolviéndoles de paso la bilis. En tales casos el despego que se siente por la sociedad, y aun el odio contra ella, sí nacen de la falta de energía para luchar, del egoísmo, entendido como excitación de la vanidad, del yo ultrajado, como exaltación desmedida del valor personal frente al fracaso, al menosprecio que la sociedad nos hace.

¿Pero no hay en el mundo más solitarios que éstos? Mil ejemplos, y si no mil, muchos tienes de hombres que no quieren pelear y que pelean y vencen y se retiran. El vulgo cree siempre ver derrotados en todas partes, por no reconocer en nadie espíritu excepcional. Si tú ocupas tu puesto y yo el mío, y manifestamos disgusto, se creerá que es que queremos algo más gordo; si llegáramos a ministros, dirían que aspirábamos a la jefatura de un partido. De Espartero, que lo fue todo, sin afición y sin entusiasmo, se dijo que aspiraba a ser rey. Pero fuera de estas creencias vulgares, es lo cierto que hay quien se retira de la lucha, no por cansancio moral ni físico, ni por cobardía, ni por desaliento, ni por egoísmo, sino por repugnancia natural a un orden establecido.Yo creo que si tú fueras jefe del cuerpo en que estás encasillado, o catedrático de la Central, pensarías exactamente como piensas, y tengo la convicción de que si yo me viera de cónsul (general y todo), estaría tan molesto y tan aburrido y cargado como estoy. ¿Qué puede importar el grado más alto o más bajo de la escala, cuando se trata de cosas esenciales, de aversión constitucional, orgánica y funcional contra el modo en que se nos obliga a funcionar combinados con nuestros semejantes? Realmente la cobardía estaría en seguir funcionando, en no cortar en seco el impulso adquirido. No es cobarde el hombre que se separa de su mujer por no querer llevar pacientemente los cuernos, sino el que los soporta a sabiendas por no romper con sus costumbres. Supuesto que nos disguste el roce humano que hoy se gasta, ¿no es obra de prudencia disminuirlo y de resolución concluir con él? Yo creo que sí, y que en esto no hay flojedad ni egoísmo. ¿Por qué se ha de transigir con una organización a la cual no nos avenimos y que después de todo es de esperar que no sea muy duradera? Quizás los que hoy parecen refractarios a la nueva manera de vivir estén en lo firme y la sociedad sea la que tenga que reaccionar; así lo deseo yo y lo desearían muchas personas si tuvieran tiempo libre para pensar a solas con su cabeza un par de horas diarias. Esa rebelión que tú echas de menos en los satánicos de hoy no hace ya falta por el relajamiento general de los músculos intersociales; antes la religión era una fuerza y había que oponerle otra; hoy es un comodín que se toma y se deja a placer, que casi es ridículo tomar o dejar. Así, pues, si no nos sublevamos no es por falta de fuerzas, sino por falta de necesidad. Casi podría decirse que la causa de todo está en la mayor o menor adhesibilidad social de los individuos; al empezar a vivir en relación ya puede notarse que los unos se van pegando cada vez más a la masa, mientras los otros se van alisando y escabullendo como bolas de billar. Al que se encuentra en estas condiciones no le vale ninguna de las especies de fe que tú señalas. Es cuestión de estructura, de organización, que está por encima de las modalidades del vivir. Teniendo fe religiosa muy viva muchos no pueden tragar a su prójimo, como están ahí para demostrarlo mil órdenes regulares dedicadas a la contemplación. La fe artística o científica más bien acentúa la propensión al aislamiento. En suma, no creo que haya nada que sirva para interesar en los asuntos colectivos al que por motivos esenciales se ha divorciado de la sociedad o al que no ha llegado nunca a casarse con ella. Hay quien dice que un casamiento feliz le reconcilió con la humanidad; a otros quizás un destino de tres mil pesetas los sacaría del mal paso; pero no se trata aquí de esas ridiculeces, sino de un caso muy serio, por lo mismo que no es muy frecuente: el caso de que un ciudadano no quepa en ninguno de los casilleros en que viven los demás prójimos, no porque sean aquéllos pequeños ni grandes, sino más bien porque la finura de su epidermis no resiste las molestias del contacto, o porque la delicadeza de las narices no soporta el olorcillo que las agrupaciones humanas (como las de los demás animales) desprenden de sí. Cuando esto ocurre, no hay otro recurso que apartarse más o menos gradual y progresivamente de las expresadas agrupaciones. Una vez aceptado esto, sí hay posibilidad de encontrar ciertos remedios eficaces para dulcificar la vida puramente subjetiva; a cualquiera se le ocurre que si la causa de los sinsabores que nos amargan la existencia es el ímprobo trabajo que realizamos para adaptarnos a un medio que no nos es propio, no es tan difícil empezar la cura espiritual cambiando de objetivo, suspendiendo ese penoso trabajo y comenzando a deshacerlo con cierto tacto, pues un médico hábil no aconseja nunca, como un escolástico necio, levantar la causa para levantar el efecto, sino debilitar la causa para que se vaya debilitando el efecto sin producir otros peores, y suministrando al mismo tiempo algo que ocupe el lugar que ese efecto ocupaba, puesto que a veces es peor que el mal el desequilibrio que se produce cuando el mal, que al fin es algo, desaparece. Este algo sí puede ser la fe religiosa que hace el místico, pero sólo cuando el individuo está en condiciones de recibirla. Los milagros producidos por la fe disminuyen de una manera alarmante. Creo que nosotros hemos visto ya demasiadas musarañas en el espacio para poder sumergirnos en la contemplación mística. Tal vez tú pudieses actuar de cartujo, pero yo ni de benedictino. Por esta razón el Lázaro del Escándalo no se hace místico, sino astrólogo o astrónomo; ya que no puede concentrarse en la idea religiosa, se deja absorber por las visiones astrales. Tomás Orozco tiene sus ribetes de astrófilo, pero está dominado más bien por el filantropismo. No deja de ser gracioso que un hombre a quien le revienten los ciudadanos aisladamente, sin exceptuar su mujer propia, se complazca en hacerles bien a bulto. Sin embargo, la idea es perfectamente estoica: menospreciar los individuos y exaltar la especie, la idea de humanidad que cada cual cree está por él representada. Las humillaciones individuales, los sufrimientos, la degradación más profunda, todo es bueno, si se sabe revestir con dignidad para demostrar la fuerza, la vitalidad de nuestra especie. Si quieres que te diga, me parece más natural Lázaro que Orozco; pero no recomendaría ninguno de sus procedimientos. No falta quien crea que la tabla de salvación es el trabajo como medio para llegar a la ciencia; esto ha sostenido Zola, pero Tolstoi acaba de darle varios palmetazos diciéndole que trabajar porque sí es de buenos y por la ciencia a secas, de tontos. Es preciso tener fe en la ciencia, en una ciencia, puesto que hay muchas y muchas tendencias y los hechos positivos nos quitan el entusiasmo demostrándonos que quizás lo que hoy priva (la ciencia experimental) sea mañana una obra más muerta que lo es hoy el escolasticismo o la Retórica clásica. Veamos, pues, dónde hay que refugiarse para vivir lo más decente y filosóficamente posible.




ArribaAbajo- XV -

27 Noviembre 1893.


No creas que le dí importancia al artículo de Stapffer; te lo señalé sólo porque algunos de sus conceptos venían a pelo con el asunto de que yo escribía contestándote. Hace ya tiempo que me río con tantas ganas como tú de los anuncios de los sociólogos agoreros. La prueba de ello la tienes en algo de lo que te dije en la carta que fue por delante de ésta. Jamás he creído que la unidad psíquica, de donde brota el arte, pueda ser ahogada por la variedad material (aunque sea de orden tan elevado como la variedad social), por la gente, que sólo por ficción y capricho se toma hoy como organismo único y viviente. El trabajo de las muchedumbres será siempre geológico, pegado a la tierra, de donde el espíritu colectivo no se separa casi nunca. Se necesita ser un genio para sacar a una multitud de su bajeza y elevarla a la contemplación ideal simultánea, y esto dura un instante, el tiempo que tarda en caer el telón al fin de una comedia o una ópera. En política es verdad inconcusa la de Ibsen en El enemigo del pueblo, «que estando compuesta de imbéciles la mayoría, la minoría es la que debe gobernar»; fuera de la política, esta verdad adquiere el tamaño de nuestro globo; la humanidad entera no es nada mientras no hay un ojo que la vea y un cerebro que la traduzca en ideas, que son las formas de representación subjetiva. Por eso he pensado mil veces, y te lo he dicho varias, que el fin de la campaña democrática, la de los generosos amigos del progreso de nuestra especie, va a ser desastrosísimo; como que su punto de partida ha sido tan erróneo, que se podía representar diciendo que han querido elevarse al cielo atravesando el centro de la tierra. Por odio al despotismo (odio circunstancialmente justificado por cuatro imbéciles, a quienes la casualidad puso a la cabeza debiendo haber quedado a la cola) se pretendió anular la acción preponderante individual y sustituirla por el poder anónimo, la soberanía nacional; y como nunca falta gente para nada en el mundo, no faltó quien se entusiasmara creyéndose algo importantísimo en el nuevo concepto aclamado por tantos tribunos. El que antes era un cero a la izquierda y se veía condenado a serlo en lo sucesivo, se alegró viéndose convertido en unidad. El pueblo soberano venía a ser algo como una cifra compuesta de muchas unidades en fila; todos eran unos, pero cada cual se permitía el lujo de creer que él podía ser, no el uno primero de la derecha, que vale uno, sino el tercero, que vale ciento, o el séptimo, que vale un millón. Pero, aparte del pernicioso efecto de estas adulaciones, es evidente que había algo más grave: la necesidad de confiar algo a la masa; de aquí dos teorías originales: la una consistía en decir que las tales masas lo hacían todo, pero que había hombres providenciales encargados de expresar los pensamientos de sus contemporáneos, de realizar sus aspiraciones; la otra fue más atrevida, y le cargó todos los méritos al elemento anónimo, valiéndose de la falsificación de la historia. Para algunos no sólo han sido evoluciones necesarias los hechos históricos fundamentales, sino que éstos han sido concebidos por la masa social, llegándose hasta a lo del pacto expreso del sobajeado Rousseau. Este concepto político es colectivista, y los que, demócratas convencidos y colectivistas teóricos, se niegan a llegar al colectivismo práctico son inconsecuentes y cobardes. ¿No es disparatado sostener en grandes síntesis históricas que las sociedades lo han realizado todo colectivamente y después negar a estas sociedades la facultad de organizarse colectivamente? ¿No es más racional suponer que los que hoy no se entienden y se tiran los trastos a la cabeza cuando se trata del peliagudísimo asunto de señalar las horas de trabajo o la cuantía del jornal se entenderían menos si se les propusiera cualquier asunto relativo a la comunidad? Yo he visto con los ojos que una misma recua de borricos, de los buenos borricos que usan los arrieros de la Alpujarra, ha enriquecido a un arriero y ha arruinado a otro. La razón dice que la inteligencia y hasta la suerte de los arrieros es la que decidió en estos casos; los burros se limitaron siempre a llevar la carga. Como decía filosóficamente el asno de la fábula de Fedro: «No haya temor de que a un solo burro le echen dos albardas.» Los progresistas y sus crías han descubierto lo contrario: creen de buena fe que la consulta con sus borricos es para el arriero cosa indispensable. Ésta es la doctrina corriente y a la cual nadie puede sustraerse. No hace mucho te decía que el mismo Taine se contenta con ser relativamente original dentro de la norma de su época. Cuando se lee que Napoleón (que fue el todo del imperio, el que de una manotada desvió el curso desbocado de la Revolución) no fue más que un hombre que supo encauzar los múltiples (?) elementos latentes que había en el seno de la sociedad francesa de la Revolución, dan ganas de taparse la cabeza con un manto más espeso que el de César. Seguramente Francia, después de la ejecución de Luis XVI, sería una jaula de locos peleando por el poder; de lo que hicieron tenemos una ridícula parodia en el período demasiado largo que duró la República española. Llega un hombre, los echa a todos a patadas, como debían haber hecho en España después de Sagunto y sin necesidad siquiera de Sagunto, hace una nación, hace veinte ejércitos y en tres sentadas se traga la mitad de Europa. ¿Dónde están aquí la adivinación de las masas, el profundo sentido de la sociedad francesa y demás terminachos adulatorios que emplean los tribunos de la plebe de hoy?

Lo más doloroso es que cada día escasean más los redentores; que ya no hay quien se meta a enderezar tuertos, y que una vez tomada la correndilla que ha tomado el insensato pueblo soberano, no pasará hasta sacar las últimas consecuencias de la tontería hoy en boga. Como si no se bastara uno solo para pasarlo mal, se emplazan las cosas de modo que cada cual está molestado continuamente por la intervención de unas cuantas personas en la forma ridícula en que presenta la organización socialista el jefe liberal alemán Richter, que por esta guasa se quedó sin entrar en el Parlamento. Por acá la cosa es más seria de lo que parece, y de seguir las cosas como van, con un par de retoques que se les den a los programas para suavizar los tonos, dentro de treinta o cuarenta años el socialismo será el amo de la situación. Menos mal si triunfara el elemento bruto y hubiera degollina y reparto; pero lo peor es que triunfarán los sensatos, que lo echarán todo a perder (más que está hoy) lentamente. Y como se verá que no se hunde el firmamento con el nuevo sistema, todo el mundo querrá ensayarlo, sobre todo si los resultados son malos; pues una de las verdades mejor demostradas es la de que si se inicia un régimen cualquiera que no produce en breve plazo el derrumbamiento general, se cree que es mejor que el que existe o, por lo menos, que es igual, pero con la ventaja de ser más nuevo.




ArribaAbajo- XVI -

9 Diciembre 1893.


Con el disgusto que me he llevado esta mañana no me queda humor para continuar tratando el asunto que el otro día quedó con incógnita; pero haces mal en creer me vaya a salir algo grueso y sustancioso. Cada día me queda menos sustancia, y ésta más difícil de sacar, y creo que lo que me ocurre es un hecho corriente en todos los que sufren varias adaptaciones. Se me viene a la punta de la pluma una metáfora culinaria, que te expondré sin forma retórica, pues gusto mucho de reventar la expresión literaria de mis ideas cuando por azar me sale así y lo noto a tiempo.

La metáfora es que las personas que se trasladan muchas veces de domicilio nacional se parecen a los huesos que la gente pobre utiliza para dar sustancia al puchero. Yo he visto alguna vez que las vecinas se prestan en casos de apuro el famoso hueso, atadito de su correspondiente cordón. Hay ocasiones en que un hueso de éstos presta largos y dilatados servicios, como si se creyera que con tanto entrar y salir en unas y otras ollas va ganando en valor sustantífico, siendo así que debe ocurrir lo contrario. Lo mismo ocurre a ciertas personas en ciertos casos: entran y salen en muchos pucheros, y parece que van ganando porque se limpian y purifican, y hasta adquieren cierto lustre exterior; pero la sustancia creo yo que se va quedando fuera.

Este ejemplo me servirá de punto de partida y casi de apoyadero para continuar otro día. Hoy quiero dedicar el resto de mi carta a protestar contra ciertas cosas que me atribuyes, sin fundamento, en tu última. Lo que yo decía, y dices tú también explicando las causas de ello, es que la mayor y aun la mejor parte de nuestros literatos carecen de soltura o de desahogo para escribir, que parece que siempre están tanteando cómo lo han de hacer, y que esto me parece a mí que explica el olvido en que se les tiene, por acá, donde se está habituado a otro modo de ver y hacer. No se te ha debido ocurrir que yo piense un disparate tan gordo como el de que nuestros escritores no valen; he dicho que no gustan, y que muchos de ellos a mí me van gustando menos que antes, no porque empiece a conocer mejor el francés, puesto que me paso muy satisfecho los meses sin hablarlo con nadie, sino porque leo menos castellano, y noto mejor ciertas particularidades que antes no me llamaban la atención. Tú justificas esto mismo por la manera miserable de vivir que tienen en nuestro país los artistas, y yo creo que además hay otra razón, y es que se vive mal y a disgusto. Ha habido tiempos en que viviendo más arrastradamente aún se hacían grandes cosas, porque la abundancia de espíritu suplía las pobrezas materiales, y cierto concepto de la vida más noble que el que hoy se tiene hacía tomar las cosas más filosóficamente. Los que creen que ha sido un progreso la desaparición de la bohemia artística, no se fijan en que ha venido otra cosa peor. Hoy el artista lucha entre dos preocupaciones: la de su arte y la de vivir decentemente, y entre ellas el arte es el que sale perdiendo. En París no todo es brillo; hay miseria como donde más, y quedan aún restos de la antigua bohemia, y con ellos manifestaciones del arte aliado con la pobreza.

Aun dejando a un lado esos pocos que tienen todavía la audacia de pasarse el mundo por debajo de la pata, entre los que se presentan correctamente hay muchos que llevan por dentro la procesión. No me refería, al establecer comparaciones a la gente que vive del periódico, la cual no puede ser considerada como representación verdadera del arte puro, sino del arte industrial. La prensa es una industria como otra cualquiera, y en ella cabe mayor o menor habilidad técnica como en las demás industrias, y dirección más o menos hábil, pero independiente del fondo, de la materia objeto de explotación. Entre mil chocolateros que tenemos en España los ha echado la pata a todos Matías López, no precisamente porque hiciera el mejor chocolate, sino porque sabía hacérselo tragar al público. En España mismo tenemos dos empresas periódicas que marchan viento en popa, sin embargo de publicar mayores disparates que todas las demás juntas; y es que publicándolos se hacen accesibles a mayor número de personas. Ahí está el busilis. Nosotros, para aventajar algo en el orden literario, tenemos que prostituirnos, bajar el diapasón y ponerlo acorde con la estupidez colectiva; se hace indispensable que los que hayan de nutrir a las tan acreditadas mayorías sean insensatos, única manera de que engendren insensateces de una sola pieza, sin mezcla, no ya de arte, sino de discreción. En Francia y aquí ocurre exactamente lo mismo; pero con la ventaja de que la lengua francesa no está localizada en una nación o en varias naciones como la española, sino diseminada por todo el mundo entre los elementos más aristocráticos, en el buen sentido de esta palabra. Así puede sostenerse una literatura cosmopolita, que tanto es francesa en ciertos aspectos como rusa o italiana, y que es comprendida y gustada por los elementos escogidos de todas las sociedades. Este filón literario es explotado por Francia a expensas de las demás naciones, y de él sacan su sustento muchos que en España tendrían que escribir para un centenar de personas y contentarse con la satisfacción interior, según habla el código militar o las ordenanzas o lo que sea. Pereda, por ejemplo, es más artista que Pierre Loti, y con haber conseguido exitazos de los que no son corrientes en España, es un niño de teta comparado con éste; porque a Pereda en España lo entienden cien personas y le leen mil, y a Loti le entienden y lo lee todo el que quiere darse algún tono. Y no es sólo la diferencia de lengua la que produce esta diferencia de resultados: es la diferencia de espíritu y de forma. Realmente Pereda vale más, porque presentando mayor cantidad de materia idealizada (la frase parece propia de un comerciante) no produce sólo impresión intelectual, sino también sentimental. Yo creo que espiritualizando demasiado no se puede hacer sentir profundamente; todos los refinamientos secan y estragan. Por esto, a la larga, Pereda, metido en su rincón, valdrá más que Loti leído por todas partes. Ocurre con las obras de arte como con las mujeres: las que son de muchos concluyen por no ser de ninguno. Pero por lo pronto no se puede negar el hecho de que la prostituta extiende su imperio más que la mujer honrada. Más o menos efímera, la influencia existe, y con ella la ganancia, y con la ganancia la comodidad para afinar cada vez más. Este ejemplo puede extenderse, mutatis mutandis, a Zola y Galdós, y en general puede servir para marcar la diferencia que yo señalaba, y que te llegó tan a lo vivo que te hizo ser por un momento optimista y Quijote del arte nacional, tú que te declaraste Sancho a poco de entrar en el cuerpo del B. y de instalarte en esa imperial ciudad «que el Tajo baña y no fertiliza».

Como si eso te pareciera poco, me atizas otro lumbrerazo con motivo de haber soltado yo la especie (o de haberla recogido, imprudentemente) de que en el arte la forma es el todo. Demás sabes tú que Menéndez declaró que no había lugar a discutir esto, y que todos convinimos (todos, en cierto sentido, exceptuando por lo menos a Ripoll) en que Menéndez estaba en lo firme, aunque rabiara D.ª Emilia. Aquí viene el cuento del cazador y las perdices. Para cazar perdices es menester que las haya, pero hay muchas maneras de cazarlas; tú, siendo en esto Sancho, te declaraste por el puesto; otros, D. Paco, pongo por caso, prefieren tirarlas al vuelo. Para mí todo es accidental siempre que las guisen bien. Aún entre los que saben cazarlas, sea de un modo, sea de otro, puede haber diferencias, porque se las puede alicortar hábilmente y se las puede tirar a boca de jarro y hacerlas cernada. Así, pues, quedamos: 1.º, en que ha de haber perdices, y 2.º, que se puede matarlas de mil modos, exactamente como las pulgas. Por esto hay que comparar siempre dos cosas que tengan sustancia y que la tengan parecida. Urrecha: Mabilleau:: Balar: Lemaitre. Esta proporción resume el debate.

Todo tiene fin en el mundo (menos la tontería), y esta carta va a tenerlo ahora mismo. Ha pasado por encima de la Purísima, que aquí no significa nada, e intenté empezarla el día de San Nicolás, que, como te dije, es aquí día gordo. El día de los niños. Por acá se ha trasformado al arzobispo de Mira en un segundo rey Mago. En paquete te enviaré el extraordinario que le dedica L'Indépendence, y que tiene un cuento congolés que te gustará, pues da cierta noción de las ideas populares de la raza negra. Bien es verdad que el tal cuento está tomado de una edición publicada por el farsante de Stanley, y no tiene, por lo tanto, las condiciones apetecibles de autenticidad.




ArribaAbajo- XVII -

7 Enero 1894.


Dichoso tú, podría comenzar exclamando, que no conoces ciertos plazos administrativos tan repugnantes como fin de trimestre y fin de semestre del año económico, formalización de cuentas semestrales, balances, etc., etc., que han llovido sobre mí como aluvión estos días.

Hasta ahora me había librado de estas miserias, pero ahora he tenido que apechugar y llenar el servicio, como tú decías citando a Serra, al otro Serra. Por fin, ayer sábado salí de balances, cuentas corrientes con el banquero de París, cuenta detallada semestral, formalización de los ingresos del segundo trimestre, cuenta de gastos extraordinarios... y otras cosejas con las que no quiero martirizarte. Aquí hubiera yo querido verte pasar apuros; yo he salido del paso merced a mis recuerdos de jeunesse, pues en mi casa también ejercí un tanto de tenedor de libros; lo único que no he podido hacer ni bien ni mal han sido las rayas; el tiralíneas se me ha insubordinado de tal suerte, que después de varios tanteos y de dejar por todas partes grandes regueros y manchurrones de tinta, tuve que acudir a los buenos oficios del joven Óscar, qui s'est tiré d'affaire à merveille, con gran contentamiento de todos y gran satisfacción de su parte. Luego dirás que la experiencia, vale poca cosa; aquí tienes un ejemplo contundente de que te equivocas de medio a medio; yo me creía teóricamente capaz de hacer ciertas menudencias, que luego he visto que no puedo ni podré hacer jamás. Yo, que sería capaz, como Gylluspa, el héroe de una novela (Maha Gurn), de Gutzkow, de pasarme veinte años dedicado a la contemplación místico-guasona de mi propio ombligo, no puedo concentrar un minuto la atención sobre la regleta, contra todas las leyes conocidas de la ciencia psicológica.

Todo este preámbulo tiende a justificar mi prolongado silencio, que además tiene otra explicación: mi deseo de no acercarme poco ni mucho a la gente que aprovecha estos días para bombardear al prójimo con cartas y tarjetas reglamentarias; desde antes de Pascuas hasta hoy no he escrito ni hablado a nadie.

La novedad de estos días ha sido el frío; hemos llegado, el día 3 y 4, a 18 o 20 grados bajo cero. En mi alcoba tenía yo 6 bajo ídem, por supuesto, sin lumbre de ninguna clase, pues me he declarado enemigo descubierto de todos los artilicios sociales, empezando por el calor artificial. En cuanto a la luz, hace tiempo que me carga; uno de los capítulos de mi obrilla está consagrado a combatir la luz, siendo de notar lo raro de que al mismo tiempo que yo pensaba y escribía mi capítulo, pensabas tú y escribías una composición de sentido análogo, en la que insistes en una de tus últimas cartas, cuando hablas del pesimismo que engendra el sol y de la resignación que produce lo gris.

Esta semejanza en los pareceres y en el momento psicológico de ocurrírsenos a ambos tiene algo de la sugestión a distancia, en que algunos genios, Balzac por ejemplo, han creído a pies juntillas, y en la que, sin duda, hay algo de verdad, quizás mucho más de lo que se cree. ¿Por qué razón ha de existir la trasmisión física, de la que hay tantos ejemplares en el telégrafo y sus derivaciones, y no ha de existir lo espiritual, lo ideal, aunque no por hilos ni cables, sino por ideaeductos misteriosos?

Esto para mí es elemental, y sin ello no podrá nunca explicarse cómo su difunden las ideas tan rápidamente, que, iniciadas casi a la vez en diversos puntos o focos intelectuales, se vulgarizan antes que haya tiempo de conducirlas materialmente en libros, lecciones o conferencias. Si la acción intelectual fuera mecánica, si exigiera el contacto de una inteligencia con otra, estaríamos aún, como dijo el ilustre general Serrano contestando a Novaliches, «adorando el caballo de Calígula». Serrano sustituía, claro está, la acción intelectual por el sable y el cañón; pero nosotros tenemos hoy algo más científico: la acción sugestiva. Hay hechos diarios que no se explican más que por este medio; la propagación del socialismo, y mas aún la del anarquismo, fenómenos subterráneos que a algunos les hacen creer en logias y catacumbas, no tienen nada de misterioso. La trasmisión de las doctrinas es algo oscura, por lo mismo que no nace de la propaganda, como se cree, sino de la sugestión sui generis de mi cuento, como se demuestra más ampliamente con sólo observar que siendo a veces millares y millones los sectarios que sienten la atracción de la idea, para ellos casi incomprensible o sólo comprendida de un modo vulgar, son dos o tres los que definen el credo con auxilio de sus más o menos claras luces. Hay más de choque que de acción en todos estos manejos. Pero aunque la manera sea desconocida, el análisis de los elementos que entran en estas operaciones de química social es fácil. Que se presenten seguidamente varios hechos históricos que produzcan en determinada nación o lugar un aplanamiento de energías individuales, y por ello una cierta comunidad de estado espiritual, y no tardará en aparacer una secta. Porque las ideas se están cerniendo siempre sobre nosotros, y nos acometen cuando pueden, se apoderan de nosotros (para hablar con más exactitud que cuando se dice que nosotros las adquirimos) y nos unen si son de la misma familia. ¿Qué de particular tiene que en Sicilia, donde por la pobreza del país, por la miseria que acompaña siempre a los países queviven sólo de la tierra y sus frutos, lo más despreciable por lo mismo que es lo mejor, por los abusos del Estado, empeñadísimo en sostener una grandeza artificial, y por otras varias causas, la mayoría de los habitantes se halla nivelada e igualada con el rasero más igualador que se conoce, el apetito común, se haya desarrollado el socialismo revolucionario casi en meses y tome los caracteres de guerra civil? Esto es tan natural como que entre el cólera en Nápoles o en otras ciudades tan abandonadas como ella y se lleve de calle en un mes el 50 por 100 de los habitantes. Todavía no se sabe cómo se trasmite el cólera, ni el socialismo, ni otras epidemias; pero sí se explica que prenda en unos sitios y en otros no, y sí se sabe por qué se desarrolla y por qué se contiene, según los casos.




ArribaAbajo- XVIII -

12 Enero 1894.


Había dejado para hoy hablarte de los Yambos. El tema había venido ya anticipadamente en una de tus Causcries, aquella en que pestiferabas del amor y de otras menudencias que ocupan exclusivamente el númen de los vates de algunos siglos a este lado. No puede darse, pues, mayor oportunidad para ensayar formas primitivas que ésta que te ofrece a ti el deseo de retroceder a la poesía íntegramente humana. Algo de esto ocurre en medicina y cirugía; enlazados estos dos artes, no sé por qué, caminan hacia adelante por las trilladas vías del progreso; pero al cabo de algunas jornadas de marcha caemos... en la cuenta de que la tal cirugía, en efecto, su ha redondeado con varias importantes adquisiciones instrumentales y conquistas operatorias, en tanto que las ciencias médicas, después de mucho análisis natural y microscópico vuelven la cara al buen Hipócrates, deseosas de tenerle siempre por guía. Con pretexto de varios adelantos menudos en mecánica se ha querido justificar la legitimidad de ciertas evoluciones morales, como si el espíritu fuera susceptible de manipulaciones, de combinaciones y de inventos.

Los adelantos de la mecánica quedan en pie, porque eran referentes a las cosas, sobre las que tenemos algún poder; las otras novedades no pasan de ser supercherías, reducidas casi siempre a la sustitución de la parte por el todo. En vez de estudiar o de representar el ser humano íntegro, se toma un fragmento de él para dar variedad al espectáculo. A esto se reduce el psicologismo francés (en el fondo), y el colorismo y otras calamidades (en la forma). Después de darse un buen atracón de lecturas modernas lee uno el Quijote o la Iliada, con la misma complacencia con que después de alimentarse uno varios meses de sardinas en lata, aceitunas y rajas de salchichón, vería aparecer una majestuosa fuente de cocido «con muchísimos garbanzos».

Tan profunda es mi convicción de que hay que volver en medicina al hombre de Hipócrates y en moral al hombre de la Biblia, que hace ya muchos meses te escribí una larga carta en que, con motivo de ciertas afirmaciones mías, creíste tú encontrar trazas del homúnculus y otros engendros de alquimia psicológica.

Realmente lo que yo te decía era algo extravagante, pero te lo decía porque creo que o no hay medio de adelantar un paso en la evolución humana, antropológica, o si lo hay tiene que ser semejante al indicado por mí; coger un hombre y trasformarle hasta cierto punto por la influencia personal de un semejante suyo, creo yo que es posible y más fecundo que instruirlo, estropearlo bajo la acción pedagógica de varios congrios, que actúan, ya sucesiva, ya simultáneamente sobre estas o aquellas facultades u órganos.

Aunque esto sea discutible, no lo es referente al arte, a la representación de la belleza humana. Aquí sí hay que tornar el sujeto con integridad. El análisis ha sido una calamidad mayor que la síntesis efectista del romanticismo; con el tiempo quedará a la misma altura que el sentimentalismo infantil de los novelistas de a un cuarto de real la entrega. Por esto estoy conforme con tus Yambos; aunque el pensamiento parece ser un tanto progresista y hegeliano, el espíritu no es ése; no hay realmente entusiasmo por el cantar de la Idea, sino contra otros cantares ya gastados.

... No los inspira fugaz sentimiento, etc.

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La poesía debe nacer del aire libre, no en las estufas en que hoy nace; del terruño salvaje, no entre alfombras. A fuerza de contraer al hombre se le ha deformado, y si hoy no aparece el verdadero hombre por parte alguna, es quizás porque no se le encuentra ni con auxilio de todas las linternas de todos los Diógenes. Encontrar un hombre de cuerpo entero, de cuya cabeza salieran, no estupideces convencionales, sino pensamientos que «silben cual balas del campo enemigo, que hacen bajar la cabeza al escucha»-¡esto es bueno!-y trasladarlo al papel o al lienzo y al mármol sería hoy obra colosal. Ojalá que tus Yambos fueran un programa, y que lo cumplieras mejor que en España hay costumbre de cumplirlos.

En cuanto a la forma, creo que es esencialísimo el carácter primitivo para diferenciarla de lo que hoy se usa. Además, el éxito de una tentativa innovadora está en el tono que se emplea.

En comprobación de esto iba a citarte y te citaré un ejemplo. El día 13 fue el 272 aniversario del nacimiento de Molière, y con tan plausible motivo la empresa de «Varietés», que está in extremis, sacó el Cristo, uno de los Cristos, y dispuso coronar públicamente al inmortal autor de «Tartuffe». Además de la exhibición de laurel y del indispensable apropósito o loa (Scapin raisonne), soltaron Le dépit amoureux, regularmente representado, y L'avare, algo peor. Comparando estas dos obras, se verá clara una cosa: la falsedad con que suele clasificarse a los genios por la vía sintética. El avaro, del que yo tenía alguna idea, es el mismo avaro de Plauto, sin quitar ni poner comas. El despecho amoroso, comedia en dos actos, de que yo no tenía noticias, es hermana de las de Lope. Cualquiera creería que la diferente impresión que producen se debe explicar por razones de fondo, porque El avaro, verbigracia, es obra más psicológica, o porque El despecho amoroso tiene más acción; quizás porque los despechos amorosos continúan siendo siempre iguales, mientras la avaricia ha cambiado tanto de forma, que ya no hay medio de hacerse cargo del tipo de Harpagón (o del de Euclión), con su inseparable marmita o alcancía, objeto propio de las investigaciones de la economía paleontológica en estos tiempos panamánicos. Yo creí ver, sin embargo, que la enorme diferencia estaba explicada al oído, porque L'avare es una comedia en prosa y Le dépit está escrito en buenos versos. No me parece que hay modo de producir la impresión (mala o buena) de lo clásico escribiendo en rimas. Los consonantes y asonantes, recursos musicales a que acudieron generaciones degradadas para sustituir groseramente la armonía clásica, fundada tanto en el fondo como en la expresión, en el elemento psicológico de las palabras como en el fonético, son demasiado infantiles y destruyen la gravedad ideal necesaria para cuajar las líneas de los tipos clásicos. La prosa da una idea pobre, pero el verso da una idea inexacta. Aun el verso declamatorio y severo de Racine se queda a muy respetable distancia de la verdad traduciendo la pasión en efectismo teatral y lo solemne en solemnidad de ópera. ¿No te parece que aquí solo está la explicación de la existencia del pseudoclasicismo? Los que intentan trabajar en sentido opuesto al corriente hoy día en asuntos de arte deben fijarse en este punto. Cierto que se podrían meter ideas de Quintana en rimas de Bécquer, pero el resultado sería desastroso. Como éste, aunque no tan chocantes por lo exagerados, se producen muchos todos los días. La manía del amigo Rueda es una manía muy generalizada, que constituye una de las formas del anarquismo intelectual. Le mot d'ordre es que ningún artista digno debe trabajar con patrones usados, y esto es una verdad; pero la consecuencia es que cada hijo de vecino se dedica a buscar moldes para labrar sus rosquillas, soñando con que él y no otro es la verdadera tía Javiera. En buen hora que todo Dios se subleve contra el pecuarismo, que hace imposible la vida social; prererible es la variedad atómica a la uniformidad asnal; lo que no veo yo tan claro es que sea preciso buscar la manera de distinguirse. Así como no es legítimo que el que siente nacer dentro de sí una particularidad la sacrifique a la norma común por cobardía o por egoísmo, así no es tampoco decente que el que aspira a darse tono saque los pies del plato y quiera pasar por buenas sus extravagancias rebuscadas.




ArribaAbajo- XIX -

18 Enero 1894.


Recibo tu carta última, y aunque tengo en casa otra casi terminada y que no he querido acabar hasta que llegara tu anunciado resumen de año, empiezo ésta que va consagrada a resolver tus dudas, si esto es posible.

(Adviértase que cambio de pluma, por el valor psicológico que el hecho pueda tener.)

En primer término, creo que el año 93 no ha pasado en balde sobre ti; a primera vista puede creerse lo contrario, porque así como la costumbre de verse todos los días impide conocer los cambios que se operan en el físico, así el hábito de leer tus cartas yo, y tú de leer las mías, nos imposibilita para conocer las diferencias que se van señalando; pero leyendo varias de distintos años ya se saca algo en limpio. Yo, con motivo de mi mudanza y trastorno general de mis papeles, he leído algunas tuyas, y veo claro que de dos años a esta parte has variado y no poco; has perdido en candor artístico, la buena fe con que antes te esforzabas para pensar de cierto modo y para expresarte de cierta manera. Las ideas y formas que antes querías tener, ahora las tienes ya, y sin pensarlo ni quererlo te explicas ahora mejor que antes pensándolo y queriéndolo. La desgracia estará en todo caso en que tus tendencias no fueran las mejores. Es muy frecuente que uno se sugestione a sí mismo (así se explica la evolución de los artistas dentro de una manera libremente aceptada) y se trasforme; lo que empieza por poco suele acabar por estado permanente, y las cañas se vuelven lanzas. En broma se empieza a hacer el amor por pasar el rato, y en serio se puede uno apasionar con todos los caracteres que exige la buena tragedia. Yo he conocido un hombre profundamente serio que se ha propuesto o que se propuso ser guasón y llegó a serlo, y perdió la seriedad hasta en la suela del zapato. Hay quien tiene ideas sanas, juiciosas y tranquilas, y por variar, por salir de vulgaridades, empieza a desentonar un poquito (a tirar piedras), y sin saberlo empieza a desentonarse él mismo; las extravagancias, o las necesidades de extravagancias; las ideas personales, que siendo justas no se acomodan a los términos prudentes de transacción que rigen la vida colectiva a expensas de la vida individual, son al principio motivo de entretenimiento, porque aún están fuera del que empieza a apartarse del camino real y a correr por las trochas. Pero llega un día en que la soledad de las ideas propias nos seduce, en que nos cansa el comunismo de pensamientos, como llega el día en que nos hastiamos de prostitución...pública y deseamos una mujer..., quién sabe si para organizar la prostitución a domicilio. Tantas veces va el cántaro a la fuente...Cuando uno se rompe el alma le echa la culpa a la fuente, o sea al medio social, siendo así que el cántaro se rompe porque es frágil -como decía Epicteto-, y nosotros nos rompemos por autodescomposición.

En cuanto a tu vida íntima, ya veo también un no sé si decir progreso, un considerable desarrollo del egoísmo y, por consecuencia, del amor familiar. Esto no es paradójico. Una de tus exageraciones era tomar la familia (más o menos en general) a beneficio de inventario; pero esta exageración no ha producido, como otras, sus resultados semejantes, sino el opuesto, como era natural que sucediese. Cuando se empieza a ensayar el vuelo fuera del hogar, donde nos crían los cándidos padres mientras somos culones, es costumbre darse aires de indisciplina. Estos son los primeros revuelos del egoísmo; sólo que el egoísmo no se manifiesta tal de buenas a primeras, sino que antes se declara todo lo contrario. La tan acreditada ley de los contrastes es una verdad. En vez de contentarse con el altruismo natural, con el sacrificio por los padres, por la familia más íntima, e1joven altruista, so pretexto de que sus vistas sobre la humanidad se salen de los... moldes ordinarios del vulgar amor doméstico, comienza por dejar un poco de lado a su querida familia para consagrarse a amar cosas más altas. Primera forma mitigada del egoísmo, muy frecuente en los que toman estado eclesiástico, los cuales, bajo achaques de amor divino, ocultan un corazón vacío de sentimientos humanos. El segundo momento llega cuando el joven en cuestión no se encuentra tampoco con fuerzas para continuar amando a la humanidad... en general, ni aun siquiera en forma de ideas, ¡no ya de personas o masas! Este egoísmo perfeccionado y experimental es ya tan negro y tan tristón, que obliga a acogerse a la familia de nuevo, a interesarse por ella, como se interesa el que está arruinado por los últimos restos de su fortuna. Hay muchos hijos pródigos que no han salido más que idealmente de la casa paterna. Tal es el valor de la parábola, que lo mismo es aplicable a la vida espiritual que a la material, a la vida de aquí abajo que a la de las creencias supramundanas. Leyendo los artículos sobre «pequeñas religiones de París» te hartarás de ver ejemplos; ¡cuántas vueltas, revueltas, rodeos, extravagancias y chifladuras para volver a la casa paterna o, por lo menos, a la casa de algún tío tercero o cuarto! Son muy pocos los que tienen bríos para seguir las huellas del otro hijo pródigo, que no volvió ni vuelve, representado en la historia de Luzbel.

Quedamos, pues, en que el año anterior has dado varios pasos en la vía de tu perfeccionamiento ulterior o interior, puesto que se han fundido en ti varios elementos que antes no estaban acordes por completo. «Eres más lo que antes querías ser, sólo que al serlo estás más disgustado que cuando no lo eras (!).» El resultado inmediato de esta evolución es que dominas mejor lo que haces, porque te sale más natural y acompasadamente, y que según parece empiezas a pedir alafia, como dicen en mi tierra. Contra la idea de huir te asaltan dos ideas: de quedarte, de ostrificarte, y andas hecho un mar de confusiones. No te recomiendo la fuga. Hay que tener las piernas muy largas, y aun así no siempre se llega donde se quiere. ¿No te acuerdas de aquel que salió a escape hacia Málaga y fue a dar en Malagón? Y todavía hubo de dar gracias a quien todo lo puede porque no se le quebraron las patas en el camino. Lo triste, lo horriblemente triste, es que cuando a uno se le ponen dos cosas en la cabeza, aunque sean las dos malas, tenga que elegir una sola.

La disertación aquella que suspendí hace varios correos se encaminaba por estos mismos pasos; ni tú ni yo, te decía, podemos ver el cielo con los ojos del místico. Pero hay un sentimiento más profundo que el religioso, que es evolutivo y relativamente nuevo: el sentimiento de la naturaleza, dentro de la que comprendo yo todos los elementos exteriores que han contribuido a formarnos; nuestros padres, nuestra casa, nuestro campo, nuestras cosas, a las que llamamos nuestras, no fundados en el derecho de propiedad, sino en virtud de que tienen algo de nosotros y nosotros algo de ellas. Cuando se desea la apacibilidad del espíritu necesaria para los trabajos y no se encuentra en la vida de sociedad porque el carácter se ha torcido, se ha agriado y con su influencia echa a perder cuanto toca (que esto es más justo que creer que la culpa es de los otros, aun siendo estos otros unos solemnes imbéciles), hay siempre un recurso supremo: aislarse, rodeándose de las cosas que tienen la virtud de calmar el espíritu. No es que la naturaleza tenga esta virtud, puesto que en medio de una naturaleza extraña, como estos campos flamencos para mí, la tristeza aumentaría aún y todas sus malas compañías. Este es un sentimiento que no se razona casi nunca, pero que es universalísimo. Hay propietario que vende todos sus bienes fríamente, menos una casa, por ejemplo, donde ha vivido largos años. A mi abuelo le costó una enfermedad un caso así, ocurrido poco después de la muerte de mi padre. Llegados a nuestro completo desarrollo nos encontramos fraternalmente unidos con todas aquellas cosas que nos han ido formando y que están en nosotros virtualmente. En el seno de este ambiente individual, de este yo-medio o medio-yo, está la tabla a donde debemos agarrarnos fuertemente antes de irnos a fondo. Una variedad de esta doctrina es la que yo quisiera poner en práctica, y la que pondré si algún día tengo medios materiales para ello. En una de sus últimas cartas me escribe mi madre que está en trato de una huerta, pues no olvida la afición que yo he manifestado siempre a la vida campesina. No sé si podrá darse el caso de que yo me encariñe con algún terruño de nueva planta; pero creo que esto es difícil, esto no se inventa. Y como, por otra parte, mi enemiga contra la sociedad y el orden que la sostiene es irreconciliable, he pensado hacer ni más ni menos lo que hizo el patriarca Noé, aunque yo sin aviso previo de nadie, ni siquiera de algún patrón o casero: recoger los pocos trapos que poseo y los trastajos que en adelante pueda poseer y trasladarme con ello a una nave, de cualquier forma que esta sea; pero trasladarme para siempre, para no volver jamás a subir escaleras. Según mis cálculos necesitaré todavía diez o doce años para realizar mi plan, porque un yacht, por muy pequeño que sea, de unas cincuenta toneladas, por ejemplo, me costará veinte o veinticinco mil duros, con todos sus accesorios. Nuevos creo que son muy caros; pero no faltarán ocasiones de comprar alguno, ya porque no sirva para carreras, ya porque lo venden judicialmente y por menos precio. El asunto no es tener yacht para regatas ni para ningún otro género de diversiones acuáticas, sino para vivir en él y para huir con él mar adentro, siempre que sea posible. Dime que te parece mi idea. Por cierto que he leído que uno de estos días han vendido por pocos cuartos el yacht de Guy de Maupassant. Después de oír esto, claro está que te extrañaría el consejo que al principio te doy. Claro está que yo en tu caso me dejaría llevar del naturalismo que defiendo, que es el de Fray Luis de León y el de Virgilio; me trasladaría al campo, viniendo a Toledo todo lo menos posible y me dedicaría a vivir pacíficamente entre los míos, trabajando a mis anchas. Algún peligro se corre de enmohecerse, pero limpiándose de vez en cuando con buenas lecturas se salva el peligro, y además se goza de la calma necesaria para pensar y escribir, por lo menos para pensar. Podrá uno adulterarse, pero peor es que otros lo adulteren. Nada importa la pequeñez del medio si hay grandeza de ideal. Yo creo que describiendo el Cristo de las enagüillas se puede adquirir tanta fama como Cervantes escribiendo el Quijote, si se vale tanto como Cervantes. ¿De qué sirve entrar en la lucha y darse de trastazos, si al fin la gloria es para el general que está a distancia observando los movimientos? Pero ca uno es ca uno. Si te encuentras atosigado en esos vaivenes y atormentado por esas dudas, y precisas seriamente aceptar alguno de los extremos de que me hablas, cásate, porque esto es lo menos malo. Como que si no hubiera nada legislado sobre el caso, no tendría nada de particular.




ArribaAbajo- XX -

15 Febrero l894.


Después de atravesar arenales dicen que se encuentra siempre el oasis, y yo lo he encontrado para pasar una noche y seguir la marcha; como soy tan tragón en materia de lectura, me tiré al coleto de una vez los dos tomos. Por fortuna, en cada ser pensante hay algo de buey, y yo me dedico ahora a rumiar. De las dos obras había leído muchas críticas, y al leerlas he visto que todas eran vulgaridades y armas al hombro. Sólo es exacta una afirmación de Clarín: la de que Torquemada tiene la misma frescura que las primeras obras de Galdós. Tan verdad es esto, que no teniendo la obra última unidad propia, pues ni tiene principio ni fin, resulta una, al modo que es uno un paisaje que se contempla de repente, sin extender la mirada hacia el horizonte existe la unidad de la ejecución, que parece realizada con troquel, de un solo golpe. Hasta los descuidos revelan la maestría suprema del que ya no necesita fijarse para encontrar la forma perfecta. La falta más grave a juicio de los críticos es el asunto, que resulta ser el mismo de La loca de la casa, de Ángel Guerra, de La de San Quintín. Si Homero resucitara, tengo para mí que el señor Alas le llamaría a capítulo y con la autoridad y presunción que quiere poseer, le diría que había notado con disgusto que en una de sus obras, La Iliada, se abusaba desmesuradamente de los combates singulares.-En buen hora que se conserven el de Paris y Menelao para empezar, el de Héctor y Aquiles para acabar, y a lo sumo el que cuesta el pellejo al afeminado Patroclo, como nudo épico. Pero todos los otros de la gente más menuda, que andan dispersos por los veinticuatro cantos, podrían sustituirse por otros divertimientos varios; verbigracia, una novillada, una zambra de gitanas y su poquito de fuegos artificiales (para lo cual no faltará quien invente la pólvora). Lo único que hay análogo en todas esas transformaciones es el hecho de la transformación, que se encuentra en casi todas las obras de arte, desde que se cayó en la cuenta de que la unidad de los caracteres no excluye los cambios naturales que en ellos puedan producirse.

Días atrás te hablé del Avare de Molière y de la impresión que me produjo. Es el avaro que desde que se alza el telón hasta que cae no piensa más que en esconder su alcancía; pudo ser real y pudo ser exacto el tipo; pero hoy esa unidad de carácter fastidia, porque la riqueza ya no es el oro amontonado ni la avaricia el deseo de poseerlo; la riqueza es la acumulación de valores de todas clases, y la avaricia el deseo de acumular, extrayendo la sangre a todo el que cae debajo. Aquella avaricia permitiría quizás la unidad de carácter; la de hoy exige su transformación, porque cuando el avaro tiene fuerzas para levantarse a otras regiones, donde se puede chupar más, se levanta. Éste es Torquemada, e imbécil se necesita ser para afirmar que el autor ha pensado en cruzar castas o en resolver problemas sociales. Aunque no lo diga, Torquemada se casa no contradiciendo su historia, sino cerrando un capítulo y abriendo otro nuevo en que la avaricia va a ser aún mayor, más suave en la forma, pero más dura en el fondo, porque las víctimas tienen ya más consistencia. Al avaro del pasado se lo despreciaba porque se le veía absorbido por una idea fija y grosera; al de hoy se le arrojan bombas porque se le siente roer incansable las entrañas del que entrecoge en sus redes; por esto el ciego Rafael dice lo que dice al final de la novela hablando con el polvorista; aquello es una declaración anarquista en toda regla, y está en su punto, porque las ideas de destrucción se respiran hoy por todas partes y hacen presa segura en todo aquel que se siente vencido, y no pudiendo resignarse por falta de fe propia y sobra de ferocidad de parte del vencedor, acude a los medios traicioneros y cobardes, que ya no repugnan, cuando la rabia llega a borrar los últimos restos de humanidad que han podido salvarse en la pelea. El tipo de Rafael es de verdad fin de siècle, en buen sentido. Naturalmente, Torquemada no tiene nada que ver con Ángel Guerra; son los polos: el hombre práctico que ante la desgracia se enfurece y se endurece, y el teórico que ante el dolor se acobarda y se retira. Una misma desgracia hace al uno ateo y al otro místico. Hay siempre transformación, pero también la hay, por ejemplo, cuando el cesante hace del chaquet, chaqueta para ir a embrazar la espuerta y el azadón.

No he visto La loca de la casa ni La de San Quintín. De ésta no me he hecho cargo, porque las reseñas han sido demasiado superficiales y vulgares. Si fueran exactas, habría que creer que se trataba de algo melodramático con recursos de brocha gorda. Debo confesarte que la aplaudida exclamación: «Ven, hijo de Adán, etcétera», no me gusta, ni creo que le guste al autor. Eso es lo que se llama en literatura un valor entendido, como en oratoria lo son la «felicidad de la patria», «al calor de la inmortalidad» y otros finales de período.

Pero de todas suertes, o la obra no tiene tesis y se limita a una intriga y a una presentación de tipos novelescos, o si la tiene, esta tesis es el cruce de las clases extremas, simbolizadas en un hijo natural, pobre y socialista, y una aristócrata en ruinas. Esa misma idea aparece en la furibunda profecía del ciego Rafael, y tiene cierta realidad, puesto que es un hecho que, como en Rusia, en los países en que hoy aparece con fuerza el nihilismo o anarquismo y otras sectas extremas, como el socialismo de acción, aparecen mezclados con la plebe indigente ciertos elementos escogidos, artistas, nobles, arruinados, filósofos radicales y hombres de profunda ciencia, como los seis Reclus que parecen llevar la dirección del movimiento. Ocurre exactamente lo mismo que con las predicaciones precristianas de los Profetas, salidos casi siempre de lo más ínfimo y apoyados por aristócratas díscolos y deseosos de disolver una clase sacerdotal tan hipócrita como grosera es hoy la clase media. La loca de la casa no tiene nada de esto: Pepet es un plebeyazo eructando satisfacción por su éxito, y Ángel Guerra es un aristócrata de sentimientos metido a revolucionario por no encontrarse a gusto entre los políticos de oficio. Pepet, triunfante, puede llegar a ser Torquemada, mientras Guerra, triunfante, sería un reformador utópico, humanitario, que no cabría en ningún partido de gobierno. Como no hay comparación posible entre Leré, que auxilia la evolución natural del carácter de Guerra hacia su fin, que es idealista por necesidad, y Virginia, que vence, enfrena el temperamento brutal de Pepet y Fidela, que se casa con Torquemada por pura gana de comer. Pepet y Torquemada son de la misma familia, pero en las mujeres no hay dos que se parezcan. Leré es la hormiguita, el tipo de la hermanita de los pobres; Fidela es la vulgaridad creada por la atrofia de todos los órganos superiores del espíritu; la de San Quintín es la mujer baqueteada y resuelta. Y Virginia, de la que no tengo idea exacta, me parece algo así como una joven educada jesuíticamente, con todas las hipocresías y malas mañas que debajo de la capa de la religión suelen albergarse (esta frase es, poco más o menos, del P. Mariana).

De Dolores había leído algunos fragmentos; decididamente las composiciones que me gustan más son las escritas en pareados, las más naturales y las más personales: «Al lector», «Resignación», «A media noche», «Restitución...» No es libro de actualidad, y por eso es más duradero. Balart es un poeta a secas, de lo que no hay; no es humorista como Campoamor: en esto le aventaja; no es es cultural como Núñez de Arce, pero sin necesidad de tanto músculo, le supera. (Adviértase que a mí me echó un jarro de agua fría D. Gaspar desde que leí en uno de los Gritos que toda esta trastienda que traemos entre manos se acabará, según él, cuando los hombres (¿no las mujeres?) suelten las armas y acudan con el voto a la urna electoral. A pesar del Idilio y de todo lo demás, esto me pareció tan indigno como que me convidaran a comer y después de un soberbio banquete me obsequiasen para postre con una boñiga.)

El amigo Zeda cree que en lo que hay que fijarse (al formar un juicio sobre Dolores) es en el sentimiento, y a escape saca a relucir, en comparación no desventajosa, otra Dolores de Ricardo Sepúlveda. También le da una importancia primordial al efecto lógico de ese sentimiento, a la aparición de la fe perdida, en Ultra, que es lo que menos me gusta, quizás porque tenga más pretensiones. Esa trabazón lógica huele a Olavide, y esos argumentos son rancios y no convencen. Que la desesperación, el dolor impulsan a creer, santo y bueno, pero no a justificar la creencia; el dolor no da argumentos: nos lleva arrastrando contra toda lógica. Si después de sufrir encuentro yo argumentos para creer, es que creía antes y sólo he tenido una flaqueza momentánea. Las conversiones son sentimentales, y las retractaciones con mayor razón deben serlo. Quizás pensando, pensando, se pierda la fe; pero pensando y argumentando de seguro no se recobra.

Es muy superficial y muy falso decir que el mérito de Dolores está en el sentimiento, se entiende, del amor conyugal. Hay mucho de forma también, y además el sentimiento que produce la impresión no es el que parece a la simple vista. Lo esencial es el estado de ánimo que crea ese dolor, que en sí mismo es corriente y vulgar. Hoy mismo leo en diez líneas un drama en que el dolor es más intenso. Un minero llegó a un pueblecillo próximo a Charleroi y se instaló con su mujer; estaban recién casados, y se adoraban, según dice la gente, a la que chocó este amor. Hoy choca el amor entre pobres. Vino el embarazo y el parto, y por falta de dinero no se pudo encontrar una partera. Se murió la pobre mujer, y después la criatura, por falta de una porción de cosas indispensables; y el marido vendió algunos trastos, compró una pistola, se acostó en la cama de matrimonio y se hizo polvo la cabeza. He aquí un dolor que no deja nada que desear, aunque no haya sido exhalado en tristes cantos, sino arrojado en una sola frase por el cañón de una pistola. Esto es ser poeta a su modo. En la poesía lírica no basta el sentimiento si no hay un estado de ánimo interesante y apropiado a las circunstancias. Si Balart se casase en segundas nupcias, el efecto de sus poesías se iba a todos los diablos; y sin embargo, podría casarse por necesidad material y conservar ese profundo dolor que le inspira. Pero es que su estado sería antipoético. La fuerza de sus poesías está en la soledad de que aparece rodeado. Por eso las mejores son las de versos pareados, las más monótonas y las que, por consiguiente corresponden mejor a la idea que mueve al poeta. Siendo vulgarísimo el sentimiento del amor perdido, conmueve delicadamente cuando el que lo sufre deja ver sus efectos en una actitud poética, como lo es la del solitario que se aparta de todo lo material para vivir con su idea, con su recuerdo y con su dolor. Quizás la composición que contiene mejor el espíritu del libro es una de las más cortas, «Soledad». Como la que contiene todo entero el espíritu de Espronceda es el «Canto a Teresa», inspirado por un sentimiento semejante que en él produjo efectos contrarios.




ArribaAbajo- XXI -

19 Febrero 1894.


Con tu carta se han cruzado dos mías, que te demostrarán que no me duermo. Con frío, que ha vuelto a apretar de firme, y con ayuda del pan de centeno, con el que ahora me alimento a todo pasto, estoy en plena robustez y actividad cerebral, y deseando meter mano a algo serio y de largo aliento. En medio de las miserables rutinas que nos rodean, antes de que la actividad se vicie y se mercantilice hay que darla buenos cambios en la cabeza; nada más natural que encallanarse viviendo en estas alturas, donde el tema diario es introducir alguna modificación en el curso del Escalda y en las instalaciones marítimas, para sacar mayor utilidad a esas importantísimas fuentes de riqueza. En la oficina, lo más espiritual que solía suscitarse era la discusión de las escalas, en las que con el pensamiento se destruía a todos los antiguos para imprimir el debido movimiento a las mismas. Gracias que el cónsul ya ascendió y no ha vuelto a tocarlas, y me deja en paz, sin recordarme la partida de bautismo y servicios de mis distinguidos compañeros. En los comienzos de este mes me cupo la honra de romper una lanza en favor de Galdós, y de influir para que se pidiera a España una colección de sus novelas contemporáneas, de las que sólo era conocida Marianela. En Amberes no tienen noticias de Galdós más que dos personas: el antiguo canciller, que le creía un inspector de primera enseñanza, y el cónsul, que creía que se llamaba Pedro Galdo (quizás pariente de D. M. M. J. de ídem). ¿Creerás que se han decidido él y su gente a leer Dolores, sólo porque Cánovas ha publicado en La Época una carta pontificalmente laudatoria?

Ayer te mandé en un paquete un tomito de la «Biblioteca Universal»; mañana probablemente irá El Lazarillo de Tormes y luego Der Dreispitz o El sombrero de tres picos. Con estas tres obras tienes para empezar, pues por lo que he visto se prestan, en efecto, a lo que te indiqué. Yo he traducido ya varios capítulos del Quijote, comparándolo con la edición española; y si no hay exactitud literal, la hay lo bastante exacta para seguir el hilo y para ir aprendiendo palabras y frases. El Quijote («Der scharfsininge Yunker D. Quijote von der Mancha von Michael Cervantes») está en diez tomitos, agrupados en dos. ¡Dime qué te parece esa Pepita Jiménez por dos reales, y El Lazarillo o El sombrero de tres picos por un real! En el catálogo, que varía mensualmente, verás todo lo que se ha publicado, y una vez sabido no tienes más que decir esta boca es mía. Sólo que exijo como condición para mandarte los tomitos que desees que aprendas el alemán, para que puedas siquiera leerlos; de lo contrario te expondrías a que te aplicaran el epigrama tan sabido:


«De libros un gran caudal
aquí un ético dejó;
no temáis tocarlos, no,
que no se les pegó el mal.»

Estoy deseando leer La de San Quintín para que se me vayan ciertas dudas que tengo. No conozco más que tu opinión, la de Bofill, que me pereció mal intencionada, y las de Arimón y L. Ballesteros, que no salen de los modestos límites de la gacetilla. La duda principal que tengo está en un punto: en la manera de marcar la tendencia socialista que parece contener la obra. Las teorías políticas en que el nuevo estado llano entra como principal ingrediente son susceptibles de dos aspectos, que pudieran llamarse popular y aristocrático o noble y vulgar. A cualquiera se le alcanza que el socialismo que predican la mayor parte de los políticos de oficio que han tomado la nueva dirección, es un mercantilismo tan grosero si no más que el que hoy disfrutamos. Toda transacción en este sentido me parece mala, porque despertar deseos de reivindicación para sustituir simplemente las personas, no el sistema, es un revolucionarismo de clase que no resuelve nada, porque hace falta todo lo contrario: romper con esa tradición que nos presenta en turno pacífico el gobierno de ciertos grupos explotadores en ésta o aquella forma, hoy aristócratas, mañana mercachifles, pasado quizás las masas. No es que yo crea que Galdós sea capaz de adular los sentimientos vulgares; pero sí creo que al suscitar un tema (no digo tesis) como el del cruce de elementos (aquí de Torquemada) para indicar una especie de orientación en este tejemaneje de intereses encontrados, convendría «poner los puntos sobre las íes». Puede producir mucho bien ese enlace final de lo viejo y de lo novísimo, para que la gente se acostumbre a ver juntas ciertas cosas que parecen estar separadas por abismos. Poner al lado del noble aristócrata el obrero noble, aunque tenga ciertas deficiencias de detalle en su partida de bautismo, es de excelente efecto. Mas el ennoblecimiento del obrero no debe ser, a mi juicio, materialista, científico, ni el fin de la lucha por la vida, a estilo norteamericano. Cabe en las sociedades, como en las personas, una organización estática y otra dinámica; vivir sin apresuramientos, sin excitaciones por grandezas de oropel o progresos indefinidos, sin trabajar a lo burro o a lo Zola, por devenir o porvenir a algo puramente ficticio y pasajero. El mundo convento y no el mundo locomotora. Cualquiera persona que no esté aturdida por el vaivén de los acontecimientos, por la fiebre del día, prefiere, no ya la calma relativa, sino el estado de nirvanhi, a esos trotes brutales en pro del garbanzo.

Se comprende que el curso de teología búdica que Rosny da en la Sorbona tenga muchedumbre de oyentes, y aun que la doctrina tenga no pocos sectarios. Todo el que mire con alguna benevolencia las cosas humanas debe inspirarse en este alto sentido de paz, y recomendar a sus semejantes que paren un poco los pies y que, cuando menos, den tiempo a que las ideas arraiguen un poco, pues con este trasiego incesante, en que todas van pasando de largo y dejando sólo impresiones vagas, surge un estado de sobrexcitación, de locura general, de donde no puede salir nada bueno.

Dos profundos errores han traído estos tiempos desastrosos, dos errores en uno solo: el deseo de unificar y centralizar; la creación de las grandes nacionalidades y la exaltación de la competencia. Tú recordabas días atrás los tiempos felices de Grecia, cuando aún no había aparecido la idea estúpida de ahogar la vida de las ciudades con lazos de unión política, que es una especie de confraternidad en que todos se abrazan para... reventarse. Ha habido otro momento semejante a aquel: el renacimiento italiano, preferible, ni hay que decirlo, con sus luchas menudas, a la unidad nacional con que hoy se divierten nuestros vecinos del Mediterráneo. En Grecia, como en Italia, cuando carecían de «superior expresión política», se dió el caso rarísimo en la Historia de vivir el arte en medio de la calle, respirado por todo el mundo, con la misma avidez con que hoy se respira la atmósfera de negocios que nos rodea. Ciertamente aquello era más hermoso que esto, pues aun en el punto débil que fue, y es el de combatir unos con otros, ya por pasiones, ya por intereses, entonces se combatía con más arte y se moría con más variedad. Quizás en medio siglo de gobierno de los Borgias, a pesar de lo que se dice, no fueron asesinados tantos ciudadanos como ahora en un mes con motivo de las huelgas, de los escapes de gas grisou, o de los choques de trenes.

Urge, pues, volver pies atrás en la forma en que esto es posible, no pidiendo que se cambie el orden de los acontecimientos, sino el tablado en que éstos se realizan. Con nueva organización y tiempo, la nueva vida surgirá. Oponer a todas las ideas de engrandecimiento nacional, de unificación, de asimilación, la de individualismo radical, ya que no sea prudente decir anárquico. Es evidente que si yo vengo a Flandes pierdo el tiempo lastimosamente, puesto que no por venir aquí seré flamenco, aunque perderé mucho de españolismo. Aunque pudiera llegar a aclimatarme del todo, no cambiaría el orden de los factores, puesto que siempre resultaría que para ser flamenco había yo tardado una porción de tiempo, siendo así que los indígenas lo son por el hecho de nacer. La vida internacional y los seres internacionales no suelen ser carne ni pescado, y algo de esto ocurre en las naciones artificiales; en Alemania, al espíritu alemán diseminado antes por los pequeños Estados ha sustituido el espíritu autoritario, militar y mercantil, pudiendo decirse que en el punto y hora en que nacía el Imperio moría su madre, esto es, Alemania; opinión que no es inventada por gente extraña, sino profesada por espíritus eminentes de Alemania, como Spielhagen, que ha dedicado a defenderla casi todas sus novelas. Me acuerdo de dos en este momento: Sturmfluth-Inundación-y Der neuer Pharao-El nuevo Faraón.-En la primera presenta, con cierto sentido apocalíptico, la inundación de oro (de los dos millares extraídos a Francia), y la terrible inundación que por entonces hubo en las costas de S. O.

En la segunda sostiene vigorosamente que así como Faraón no conoció a José, Bismarck no ha conocido al pueblo alemán, y queriendo levantarle ha hecho todo lo posible por destruirle, sustituyendo la inmensa variedad de la vida en los pequeños Estados por la vida uniforme, imperial y cuartelera, y el idealismo pacifico por el materialismo febril, que ha producido al momento ese ejército formidable de socialistas, que en el fondo son nada más que aspirantes a ricos o víctimas de la seducción militar, no en el sentido de amar el ejército, sino en el de sentirse atraídos por la organización marcial. Como hay un millón de hombres armados y viviendo a expensas de la nación, bien pudiera haber cuarenta millones, la nación viviendo sobre sí misma, «In Reich und Glied», en filas o hileras, según dice el mismo, Spielhagen en otra obra que lleva ese título.

Este socialismo es el que a mí me repugna tanto como el individualismo feroz de los que luchan por la materia. ¿Qué espíritu podría desarrollarse en una sociedad tirada a cordel, sometida a una promiscuidad íntima, cuando la sola unión constitucional nos ha traído adonde vemos? El cosmopolitismo del hombre es como el de los animales y las plantas: un hecho que por posible que sea no llega a ser conveniente. Como la planta en su clima propio el hombre en su medio vive naturalmente, y cuando llega la hora de que exprese algo bueno lo expresa con naturalidad y espontaneidad, condiciones indispensables de la gran creación. Cuando la comunidad se extiende demasiado y se sustituye a la vida natural la vida nacional, si aparentemente se eleva el nivel de las inteligencias, dando una cierta alteza de miras y un cierto barniz mundano, en verdad se falsea el carácter y se da principio a todo género de artificios y extravagancias, a todos los decadentismos, que no son más que formas en que se manifiesta la incomodidad psicológica, degeneraciones análogas a las de las plantas criadas en invernadero o a las de esas bestias feroces que dan horror en el desierto y causan risa en los circos de Europa. No se puede dar un paso sin encontrar cien ejemplos de lo que te digo. Ahora me ha caído en las manos un recorte de los que me envías, y leo en una de las crónicas de Kasabal que Castelar ofreció enviar a doña Emilia un libro de monsieur Sabatier sobre San Francisco de Asís, y doña Emilia contestó (se entiende con voz tragona) «sí, envíemelo y escribiré sobre él un artículo». Esta buena señora, que podía haberse quedado en Marineda vulgarizando los conocimientos modernos entre sus paisanos, y acaso influyendo en el resto de España, ha creído, como creen todos, que hay que vivir en la corte y jugar al cortesano, que debía colocarse en medio del foco intelectual de la nación y ser una de sus moléculas más activas. De dónde esas ansias de trabajar a destajo, ese flujo de echar a perder cuanto lee por medio de adaptaciones industriales. Un día le mete mano a Coppée, otro a Tolstoi, otro a Gautier, y siempre para estropearlos; y lo que es peor, no por incapacidad, sino por falta de tiempo, por acudir a la procesión sin dejar por eso el repique. Yo comprendo que hagan mucho en Madrid los que comprenden la vida madrileña: Galdós, el primero. Pero ¿qué hizo Zorrilla y qué harían Pereda o Verdaguer, estos dos regionalistas duros de pelar, como aquel regionalista a su modo, puesto que vivía en una región separada de la nuestra por unos cuantos siglos? Siendo tan pocos los que en España pasan de la marca, se nota que aun de éstos la mayor parte no hacen la mitad de lo que pudieran por pura falta de ambiente propio. De aquí la urgencia de relajar los tan funestos vínculos sociales, que desde principios de siglo se han ido amarrando y estrechando después con auxilio de los ferrocarriles. Hace cuarenta años o cincuenta que en Granada había ciertos núcleos intelectuales con jugo propio y abundante, de donde se desprendieron por tandas hombres de pro, como Fernández y González, Alarcón, Valera, Castro y Serrano. Lo mismo ocurría en otras partes. Había como criaderos y hoyas donde se preparaban, entre muchas plantas destinadas a perecer por falta de suelo, otras que, una vez suficientemente robustas, eran trasplantadas a otro terreno más fuerte, y donde acababan de desarrollarse y daban de sí lo mejor. Estos pequeños viveros han sido siempre convenientes y aun necesarios para la vida, no sólo artística, sino científica y práctica, pues en los grandes centros se estropean casi siempre los hombres nuevos por exceso de nutrición y falta de tiempo para digerir. Hoy, todos los gurripatos (y yo el primero) que acaban la carrera levantan el vuelo asqueados por la vida local y se plantifican en las metrópolis, donde alguno, quizás el más rudo y duro é inútil, resiste la aclimatación; pero donde los más débiles se adocenan y se convierten en seres anónimos y mueren adheridos a algún cargo de oposición o libre elección.

¡Abajo, pues, esta centralización que convierte en ridiculez el provincianismo! Como el ideal de hoy es ensanchar la nación a costa de Portugal o de Marruecos, sea el ideal de mañana crear en cada ciudad la polis autónoma, donde los ciudadanos puedan vivir en familia, quién sabe si paseando en mangas de camisa y filosofando bajo la dirección de un Aristóteles. Conseguido esto, vendrían por añadidura la calma y el desinterés. En este régimen federativo es fácil la implantación de un socialismo práctico, porque sin necesidad de reglamentos, por la acción personal mutua se puede establecer el medio único, radical, de resolver el problema social, la sopa boba repartida a quienes no queriendo o no pudiendo trabajar se contentan con que se les asegure la alimentación. En un pueblo donde existe la seguridad de comer todos los días poco o mucho habrá, es cierto, holgazanes, pero no habrá dinamiteros; habrá quien viva sin pensar, pero habrá quien dedique a pensar todo su tiempo sin bajas preocupaciones. Este socialismo-anárquico-nirvánico es el mío: éste es mi credo filósofo-político, económico, familiar y religioso. Esto no será del gusto de las clases mercantiles e industriales, y parecerá una blasfemia a los progresistas de la materia; pero es lo humano y aun lo divino, pues creo yo que si existiera un Dios pensante a quien le preocuparan nuestras cosas y que viera la sucesión de los acontecimientos desde la altura, encontraría más noble y digno ese reposo chinesco de quien no se apresura por nada que esta actividad estúpida con que corremos incesantemente para no ir a ninguna parte.




ArribaAbajo- XXII -

19 de Mayo 1894.


He recibido tu carta y espero el paquete que me anuncias. El jueves pasado te escribí, y durante la semana te envié dos o tres colecciones de lo más sustancioso que cayó en mis manos. Habrás leído «La journée parlamentaire», de Barrés, y un «Autour du monde», de Mabilleau, lo único que, según mis noticias, ha publicado Fígaro. Dime tu opinión sobre Mes paradis, de Richepin. Esta semana he tenido algunas salidas: he visto la última de Manon, que me ha parecido musicalmente tan trivial como todo lo de Massenet; Cousin-Cousine, una opereta estúpida; he asistido a las representaciones del Ba-ta-clan, de París, en Eldorado, en las cuales Paulus, la Duclerc y su cuadrilla han lucido una pequeña parte de su indecente procacidad, y, por último, ayer vi por primera vez La fille du tambour-major. Como resultado de todo esto hoy me he dado un baño, el primero esta temporada, que preveo ha de ser acuática, y me he vestido de verano, aunque no hace calor bastante para ponerse tan fresco. He hecho un balance de mi debe y haber hasta el día de hoy, y resulto con un remanente líquido de 60 francos. He dado un paseo por el parque, me he fumado un cirrago, he comprado una lámpara para el piano y me he puesto una venda en la muñeca del brazo izquierdo, donde me ha salido un granito primaveral que me molesta con el roce del puño de la camisa. Y esto es todo lo que me ocurre desde mi última que sea digno de mención.

Por lo que te digo del balance, verás cuán descaminado vas al creer que me dedico a cultivar l'épargne, vicio o virtud que no sienta bien a un español neto. Me contentaré con reunir dinero para el viaje de vuelta. Acuérdate de que el piano se lleva 50 francos al mes, otros tantos la casa, que no es de caña, sino una casa de ladrillo muy mal hecha, pero en esquina, lo que me permite disfrutar de dobles vistas con auxilio de cuatro balcones o ventanas, puesto que aquí los balcones volados son raros. El de la dégustation espagnole me consume no pequeña parte de mi hacienda: 50 a 60 francos al mes, debiendo advertir que el vino es auténtico a pesar de su precio módico, pues a causa del desnivel de los cambios, lo que en España vale una peseta (en Bilbao o Navarra, de donde traen el vino) aquí se puede vender por un franco, ganando 27 céntimos. Si no fuera por la sobriedad y frugalidad que ahora me caracterizan no hubiera podido dedicar nada al arte, y aun así y todo ando a grescas para comprar pasto intelectual; y en cuanto al musical, eche Dios por que haya. Por cierto que se me ha olvidado decirte que si tienes a mano algunas cosillas fáciles y con sabor nacional, te agradeceré me las envíes para ir aprendiendo algo que sirva.

Mi último devaneo amatorio fue con una flamenca monumentalmente hermosísima, cuyos interiores harían suspirar a la Gabriela o cualquiera otra carnicera; y sin embargo, toda la historia se quedó en los preliminares, pues en el momento álgido me ocurrió lo que a las personas de estómago delicado cuando ven una mosca o un cabello, así sea el plato más apetecible del mundo. Me reintegré en mis hábitos y alcé el vuelo. Este asco de la materia se me ha desarrollado gradualmente y explica mis nuevos rumbos culinarios. Desde hace tiempo me limito, siempre que es posible, a los preámbulos, a las suertes de adorno; pero como toro con resabios, cuando me citan a la suerte me escupo. Busco el bulto y no lo encuentro, porque para encontrar el bulto a las mujeres hay que dedicarlas demasiado tiempo y exponerse a recibir una estocada. He llegado a convencerme de que para amar hay que descender en la escala de la civilización, desde la más encopetada, que es la más adulterada y corrompida, a la más zafia y bruta, que es la más natural; y esto no para pararse ahí, no, sino para adquirir el convencimiento de que lo natural es objetivamente insuficiente para inspirar por sí un noble sentimiento (¡qué harmonía!). Delante de la hija de Eva que tira coces y huele y no a ámbar, no queda más vía libre que la del hidalgo manchego ante la moza tobosina: tomar de ella la idea de sexo nada más (el olor, como quien dice), y reconstruir sobre este pequeño cimiento un castillo imaginario que llegue hasta donde se pueda. Dentro de ese castillo es donde únicamente puede habitar la señora de nuestros pensamientos, la que nos inspire un amor que sea algo distinto del usual y corriente entre los animales. ¿No es esto preferible a buscar objetivamente un ideal y creer que se encontró en una mujer perfeccionada? Este género de hembras no es en sustancia distinto del salvaje, pero tiene la contra de dar una falsa idea de las cosas. Aquí asoma una cuestión morrocotuda, de la que ya te he hablado mil veces. La civilización trae el rebajamiento, y el caso particular éste de las mujeres nos lo patentiza.

Cuando la realidad es demasiado grosera, no hay más recurso que embrutecerse o idealizarse; cuando la realidad tiene apariencias hermosas se toma el término medio de prostituirse, confundiendo la idealidad pura con ciertos refinamientos materiales. Se dice que ya no se crean figuras imaginarias porque el arte debe ser más o menos realista, y lo que realmente ocurre es que ya nadie siente deseo de idealizar porque encuentra en el mundo ficciones que le entretienen. Yo comprendo a Heine y a Goethe, y aun a todo el que se haya conformado con disfrutar a todo pasto cualquier distinguida cocinera. Lejos de ver aquí una degradación, veo una sublime depuración del buen gusto, un conocimiento acabado de la perspectiva. Viviendo con un mostrenco realizaríamos el ideal estoico: degradarnos materialmente, pero regenerar nuestro espíritu, desembarazándolo de ligaduras que le entorpecen. Más vale pájaro en mano que buitre volando, dirá un positivista; más vale una mujer espiritual que todas las que podamos crear imaginativamente. Esto es razonable, hasta el punto de que establecido como sistema desaparecerían casi todas las figuras femeninas que el arte ha creado, y quedarían sólo las decadentes, las coetáneas de Ovidio y de Clovis Hugues. Y no es lo peor que desaparecieran las mujeres, sino que con ellas se iría todo lo demás; porque, aunque protestes, tú que crees que se ha exagerado la parte del amor en las artes, hay que reconocer que yéndose Dulcinea nos quedamos sin Don Quijote.

He leído las dos comedias de Galdós, y mucho podría decirse sobre ellas, no todo bueno; por lo cual, y teniendo en cuenta la presencia probable de Pepito, apóstol de Galdós, me andaré con tiento. No se trata de negar las condiciones, ni de decir que las comedias acaban en el tercer acto si tienen cuatro, o en el segundo si tienen tres, según los procedimientos críticos de Urrecha y Bofill. Lo que yo creo es que tratándose de ciertos hombres, se debe ver única y exqlusivamente si las obras son maestras o no. La crítica debe ser benévola con los pipiolos para dejarlos ir ganando puestos y arrastrar penosamente sus medianías; pero con un hombre que ha llegado adonde Galdós ha llegado en la novela, la cuestión se reduce a saber si conviene que siga su tradición o consagre el tiempo a nuevas empresas en las que el resultado sea más o menos dudoso. Aunque en obras dramáticas no baste la lectura, me parece que a Galdós le pasa lo contrario que a Echegaray: éste consigue el efecto, porque concibe plásticamente las situaciones; pero no crea tipos permanentes, porque se vale de sus personajes como de medios para representar el cuadro. Galdós concibe plásticamente los personajes (Pepet, Virginia, el viejo Buendía, etc.), pero las situaciones, los conjuntos son puramente lógicos, y de aquí que el desenvolvimiento de sus comedias sea demasiado gradual, novelesco. Sin necesidad de buscar el efecto se puede con la mayor naturalidad del mundo producirlo, sustituyendo la acción general, demasiado trabada, por momentos de esa acción en que la plasticidad es mayor. Cuando la acción no falta se evita el inconveniente de que los personajes tengan que sustituirla por explicaciones, a veces enojosas. ¿Te parece bien que Virginia tenga que decir repetidas veces lo que ella representa enfrente de Cruz y que su última frase sea: «tú eres el mal..., etc.»? Siempre que en una comedia se hace necesario que uno o varios personajes expliquen lo que los otros son, puede afirmarse que éstos no pueden teatralmente manifestar lo que representan, y que la obra, como obra de teatro, es defectuosa. En La de San Quintín hay una figura con acción, Rosario; pero en cambio Víctor es un tipo de novela. Lo que es lo sabemos por lo que de él dicen; si nadie se ocupase en descifrarlo, quedaría siendo un enigma. No hay, por tanto, que confundir el entusiasmo producido por una idea más o menos significativa con el que produce el interés de la acción; porque es seguro que si éste no ayuda a la idea, la perjudica, por el hecho de impedir que en su lugar figure otra forma más artística. Cuando un autor consigue el efecto a pesar de que la forma artística que ha elegido es defectuosa, no hay que entusiasmarse, sino entristecerse, porque, si por un procedimiento que no domina completamente logra darse a entender, ¿qué no conseguiría con otros procedimientos que le fuesen más familiares? Lo esencial es crear la obra artística con todas las perfecciones posibles, y es un crimen inducir a quien puede ser un Mozart a que coja los pinceles y sea un Madrazo o cosa por el estilo.

Me he reservado para lo último tu consulta: allá voy con ella. En el recorte adjunto verás cómo está hoy a la orden del día uno de los asuntos que traes entre manos, que por esto, y por razones más generales, no me gusta. Ni el título (el tuétano, que dice mi jefe) ni la idea me hacen feliz, porque tales atrocidades se dicen sobre la materia, que ya todo parece cosa de cajón. Aunque una idea tenga valor permanente, no por eso lo tiene circunstancial; hay circunstancias en que ciertas ideas se cubren con un velo para no ver ni ser vistas. La causa principal de este imbroglio en que estamos es la misma rapidez con que todos nos convertimos en diagnosticadores, médicos y enterradores. Cierto es, me dirás tú, que yo también traigo entre manos un librucho, hoy paralizado, sobre ese tema; pero conste que yo tomé la cosa en broma y que resolvía el problema mediante el uso frecuente del jabón y de los baños, la prescripción del alumbrado, la institución de una especie de juegos olímpicos rudimentarios (medio de hacer pasables los ejercicios gimnásticos). En cambio el otro tema, el teogónico, me parece soberbio, y tan difícil, que creo que no te atreverás a hincarle el diente. No es esa idea de las que deben tratarse por encima, y no te hablaré de ella hasta que yo la haya masticado bien, hasta que la haya calentado con mi poco o mucho fuego imaginativo. Creo que voy a diferir mucho de ti en un punto, en el de la centralización esa en favor del Cristo y los Apóstoles; esa significación de Cristo es, más bien que otra cosa, geográfica, puesto que hay quien significa lo que él en otros modos distintos del nuestro. Lo real es que toda la caterva de dioses ha salido de nuestro meollo, unos más divinos y otros más humanizados, el más humano Jesús; y lo real es que nosotros los occidentales a éste nos agregamos, por ser el último en el orden del tiempo y en el de la posibilidad. Hoy ya los dioses que nos formamos somos nosotros mismos, como pensaba Feuerbach, y por esto y por no poder salir de nosotros y por encontrarnos insuficientes, es por lo que nos desesperamos. Que venga la barbarie, que el hombre vuelva a embrutecerse, y no tardará en crear otros dioses; pero ya no hay bárbaros a quienes invocar (como invocaban los profetas), y por eso los profetas de hoy tienen que ejercer de bárbaros.




ArribaAbajo- XXIII -

9 Julio l894.


Cuando varias personas dan su parecer sobre un asunto, el que acierta más y está más en lo justo es el que juzga a más distancia y a más largo plazo. Por eso, una cosa tan sencilla, tan natural como la que tú haces, te parece extraordinaria porque la juzgas al día. Si pensaras que todo eso es una especie de preparativo para lo que has de hacer dentro de ocho o diez años, te parecería muy razonable, como me lo parece a mí. Yo puedo enorgullecerme de tener tanto egoísmo, que ya no tengo ninguno; mis asuntos los resuelvo a muy largo plazo; lo que más me interesa lo dejo aquí para dentro de una docena de años. Así me evito el apresurarme por nada, y me doy la satisfacción de creer que en tanto tiempo bien puedo hacer algo de particular. Este sistema no tiene quiebras porque caben los aplazamientos, y porque en caso de morirse uno no se entera del fracaso. No hay que desistir de nada, sino que hay que empezar inmediatamente a hacer lo que quiera que sea como si fuese una obra muy larga. Cuanto más larga, más dura la distracción, que es lo único que yo creo que se saca en limpio. ¡Para cuando yo vuelva de España! tengo decidido irrevocablemente dedicarme a la pintura, y en breve empezaré a dibujar yo solo. Me parece que tengo mejor vista que oreja, y que sacaré más sustancia al empleo de un órgano que al del otro; pero convencido de que el resultado es siempre casi negativo, por muy brillante que sea. Bien mirado, lo que hacemos los hombres tiene sólo el mérito de ajustarse a reglas que nosotros mismos damos. Los genios se dan reglas más amplias, pero reglas siempre. Cuando yo iba al gimnasio recuerdo que muchos admiraban a ese señor Carranza, de quien se ha hablado tanto con motivo del testamento falso, porque hacía ejercicios más pesados que los demás, que éramos novatos; y a mí me parecía que tanto daba levantar cuatro libras como ocho, habiendo como había pesas de 20 a 40 a las que nadie les hincaba el diente. Cierto que el orgullo nos lleva a querer llegar muy alto; pero la razón debe decirnos que alto y bajo todo es sustancialmente lo mismo, porque en todo hay límites convencionales que nadie traspasa, y tan pobre hombre es el descubridor del protoplasma como el que no ve tres sobre un burro. Según esto, lo más sensato es la indolencia árabe; y en verdad, como dices tú, nada hay más grosero que la actividad mercantil, tanto por ser actividad como por proponerse cosas tan bajas; pero las naciones que tienen cierta velocidad adquirida no pueden pararse, y los individuos que vivimos rodeados de velocidad no podemos hacer cosa mejor que transformar las energías que se nos desarrollan por contacto en actividad intelectual, con éste o aquél pretexto. En la sección inglesa de la Exposición he visto un tejedor que funciona identificado con el telar como si fuera un pedazo de hierro. Creo que en Inglaterra lo ordinario es trabajar diariamente doce o catorce horas de esa manera. Y ocurre pensar que si la supremacía inglesa está cimentada en esos orígenes, y si el ideal de todos es llegar a suplantarla, está en su lugar el anarquismo; esos hombres máquinas han de ser imbéciles o, si alguna vez piensan, han de ser nihilistas; el que se siente uncido a la máquina, déspota peor que cien Nerones juntos, tiene que desear destruirla, y la suerte de la sociedad, si suerte puede llamarse, es que muy pocos sienten su esclavitud, que la mayoría se mecanifica o se mecaniza en fuerza de obrar con sujeción al motor externo. Al lado de ésta son plausibles las escenas de la calle del Cairo, sección marroquí, barrio sirio, Argelia y demás porquerías de la Exposición, donde no se encuentra más que gente semisalvaje, tocando perezosamente un instrumento, danzando, fumando y tomando café. Aunque todos los pueblos así representados sean hoy comidilla de las grandes potencias, se ve bien que este dominio es puramente formal, y que los esclavizados son los que trabajan como burros para darse la satisfacción de apabullar a los otros. Lo que decía un periodista indio visitando hace poco Londres: «con la energía que aquí gasta un hombre para vivir, vivimos allá una docena de familias bastante mejor». El buen hombre no veía la necesidad de correr tanto, y su asombro fue enorme cuando vio un día el sol, que, según él, no servía para descalzar a la luna de la India.




ArribaAbajo- XXIV -

6 Agosto 1894.


Yo he terminado ya mis operaciones de jurado; el miércoles 8 damos el último golpe a la patusca y me libraré con gran contento de estos ridículos vaivenes. Nada he visto más inmundo que un jurado y su obra. Los expositores de nuestra sección merecían a lo sumo un par de patadas por lo mal que lo han hecho, y creo que el que menos sacará medalla de plata. En tabacos, que es donde había más expositores españoles, el agente nombrado aquí los metió en un pequeño kiosco, del que segregó aún la mitad para taberna. A pesar de esto eran cuarenta y ocho los expositores y se han dado cuarenta y ocho recompensas, con la circunstancia atenuante de que sólo once son de plata; las demás de oro, diplomas de honor y grandes premios. A esto le llama el cónsul un triunfo sin precedentes, sin saber que todo el intríngulis está en que todos los expositores han sacado lo mismo, pues se han dado grandes premios a todo bicho viviente, hasta a Honduras y el Transwaal, que hoy es una nación civilizada con el nombre de República Sudafricana. Poca cosa debe ser la civilización, cuando en una docena de años se la tragan los negros más brutos del vecino continente. Claro está que todo el mundo se da lustre con esas hornadas de premios, y que aquí escribiremos un despacho rimbombante con objeto de sacar a cambio una docena de cruces, que hacen falta para tapar bocas; pero no estaría de más que se dijera, por vía de aclaración, que estos combates y estos triunfos se asemejan a las aglomeraciones que se forman al salir de un teatro junto al guardarropa. Desde lejos parece que allí debe ocurrir algo, y luego resulta que cada cual coge sus chismes y se marcha a su casa. Hay un poco de apretura porque todos quieren despachar pronto; pero después cada cual encuentra su sombrero o su gabán, y todos quedan iguales. De nuestros expositores de vinos, algunos no tenían ni una botella de muestra, por haberlas robado en el camino o en las instalaciones; pero todos han sacado medalla porque se presentaban vinos de otro, dándose el caso de que un expositor sacó medalla de plata con su vino, y otro, del que ya no quedaba ninguno, la ha sacado de oro con la misma botella anterior. No faltan guasas por el estilo. En tabacos, los que no querían juzgar sin probar, juzgaron al día siguiente de recoger los echantillons de cada marca, como si en un día hubieran podido fumarse dos centenares de cigarros. Los acuerdos principales se prepararon en un banquete que dio el presidente, y al que tuve el gusto de no asistir, como no he asistido a ninguno de los cinco o seis que se me han disparado; el último, hoy, dado en Bruselas por el ministro de Fomento, y seguido de gran soirée en el palacio real. Me he decidido a no concurrir en adelante a estas invitaciones, porque me molestan el estómago y me incomodan lo restante del organismo, y porque, como tengo mala memoria para los asuntos de etiqueta, no me acuerdo luego de pagar las visitas de digestión, ni de dejar las tarjetas a tiempo, etcétera, etc., con lo cual me expongo a quedar mal. Al principio algunas veces aceptaba creyendo hacer un favor, en vista de que hay verdadera insistencia por atraer a los extraños a casa, mayormente si tienen alguna representación oficial, y de que, a cambio de lo poco que uno se come, tiene que hacer gasto de cabeza durante varias horas. Pero resulta que los mismos que ruegan para que se acepte y comprometen y se rebajan luego que se acepta, se quedan como a la recíproca y como siendo uno el obligado. Así, pues, no me incomodo nunca más por consideraciones de ningún género, y no vuelvo a salir de mi pan de centeno, que es más digerible que el de Viena y el francés. Las comidas oficiales son más libres, y no tienen consecuencias desde el punto de vista de la etiqueta; pero son aún más estúpidas, pues no se conoce a nadie, y se tiene uno que sentar en el sitio predestinado como en una pesebrera, a veces entre un B*** y un L***, como quien dice, entre Dimas y Gestas.

Por lo que antecede comprenderás que mi estado de espíritu no es mucho más claro que el tuyo, ni mucho menos. Cree el vulgo que los grandes dolores son aquellos que nacen en nosotros y que nos afectan personalmente, cuando la verdad es lo contrario. Comparando la tristeza, el dolor que producen, por ejemplo, la muerte de un padre o de un hijo, con los que producen los choques de nuestro temperamento con las circunstancias exteriores que nos son repulsivas, se nota que los primeros son más intensos, más escandalosos; pero pequeños en consecuencias al lado de los segundos. Dichoso aquel a quien no afecta lo que no le interesa; a mí me ocurre que me afecto sólo por aquello en lo que nada me va ni me viene. Por más que eso de no irle ni venirle a uno nada, no deja de ser un modo torpe de hablar; lo que para otro es extraño, para mí puede ser íntimo porque mi epidermis sea más sensible. Yo me encuentro estos días con la misma angustia que aquel que sueña que lo andan por todo el cuerpo sapos y culebras, ratas o chinches (que tu estómago me perdone el símil, pero me sale espontáneo), y despierta sobresaltado y ve que el sueño... es una realidad. Se encuentran aquí ahora tipos cuyo contacto mortifica como el contacto de la fauna antes descrita. Hace muchos siglos que los hombres delicados se desatan en improperios contra la plebe, cometiendo una gran injusticia. La plebe es baja y ruin, pero con bajeza y ruindad naturales; es el estiércol que sirve para abonar las tierras y nada más. ¿Quién tiene la culpa de que algún tonto haya creído que el estiércol se siembra solo y produce de por sí algo? Yo nunca he sentido incomodidad alguna cuando me he encontrado en contacto con obreros estúpidos; a lo sumo me molesta verlos metidos en lo que no entienden, politiquear y hacer el oso al son que tocan cuatro granujas de levita, que acá y acullá los adiestran como a bestezuelas que van a hacer reír en el circo. La verdadera ruindad y bajeza está en la plebe adinerada, que se sirve de la riqueza para realzar su villanía. Una boñiga no incomoda en medio de un camino, ni en el campo, ni en el estercolero: allí está en su sitio, pero si se la coloca bajo un fanal como centro de mesa, no hay medio de resistirla. Por esto se me ocurre pensar que lo que el socialismo pretende, siendo justo, sería sin embargo el principio del fin. Si lo que hoy nos hiere y nos incomoda, a los que aún tenemos la desgracia de sentir y de pensar, es el endiosamiento de la plebe por medio del dinero, la imposición del frac sacramental a los que aún no han tenido tiempo para sacudirse los piojos y arrancarse la costra, ¿qué ocurriría si por arte de birlibirloque se improvisaran varios millones de burgueses de nuevo cuño, sacándoles de su ruindad actual, no por los medios naturales de depuración de la materia bruta (obra sólo del tiempo y del personal esfuerzo), sino por el conocido sistema de la acumulación de utilidades y el uso de la ropa negra? Esas improvisaciones serían incompatibles en absoluto con la vida social. Dígalo si no quien asistiera al banquete que dio hace días el C*** del S***, de que te hablé. Improvisado hombre internacional, y creyendo que con su dinero podía hacer lo mismo que hacen otros, llegó, v io y dio un banquete a los jurados (en el que reunió a unos cincuenta), en el mejor restaurant de la ciudad. Lució sus cruces, hizo los honores, etc., etc., y se lanzó hasta a discursear, no obstante no saber casi nada de francés. Cuando se le acabaron los materiales que llevaba preparados, quiso redondear por medio de algo de su cosecha, y dijo (me lo han contado y no lo creía, aunque es verdad) que el libre cambio es la tabla de salvación de los Pueblos, y que el puñal que había herido a Carnot debía haber ido contra Méline. Esto delante de veinte o treinta franceses y del comisario francés, que tuvo que oponer el indispensable palmetazo. Ese mentecato no es responsable de sus actos; ha venido a Madrid, ha tertuliado en casa de Canalejas, donde ha visto varios diputados cerriles, como J. J. G. G., pongo por caso, y ha pensado que él no es menos que los demás. Este pensamiento es acertado, como lo sería en la cabeza del compañero Iglesias, Martín o Pelotas, y como lo es el de estos expositores al pretender el diploma de honor, que todos pueden ganar por lo mismo que no vale nada. Tanto se baja la talla, que todo el mundo puede llegar a ella; hasta que un día llegue al suelo y se meta debajo de él y desaparezca esta mascarada. No es posible que el bromazo dure mucho, y del mismo mal saldrá, como siempre, el remedio. Pero esto no quita para que lamentemos haber venido al mundo en una época tan cochina, y para que deseemos que los acontecimientos se precipiten y venga un tirano que nos deje en cueros vivos, y exija triunfar en veinte combates singulares antes de usar por derecho propio el taparrabos.




ArribaAbajo- XXV -

14 Agosto 1894.


En la carta que ayer le escribí a T*** le envié una sarta de consejos favorables al desaguisado que medita. Creo que te alarmas sin motivo y que te conviertes a ojos vista en un Calcas, adivino de males; pero al fin y al cabo, errando o acertando, te reconozco autoridad para predicar mientras no se te presente ocasión para arrastrar tu autoridad por los suelos. Pero yo en estos asuntos carezco ya de ella, porque he dado al fin mal ejemplo, y porque estoy dispuesto a dar otros muchos en cuanto me encuentre con más fondos y mejor humor. Además soy, según te consta, fatalista, y creo que la suma sabiduría está en las cosas y en dejar que las cosas obren, incluyendo en las cosas a las personas, siempre que funcionen normalmente y sin intención de enmendar la plana a las fuerzas naturales. Quizás te parezca contradictorio el hecho de ser fatalista y tener una voluntad fuerte, que tú me reconoces y que yo no me encuentro por ninguna parte; pero la poca o mucha voluntad que se tenga se puede desenvolver hacia dentro, mientras por fuera va uno rodando con sujeción a las leyes físicas de los cuerpos racionales. «Hay momentos en la vida en que es necesario dirigir una pregunta a la suerte, al azar», decía Schiller, y se fundaba en que hay realmente momentos en que el espíritu universal (o lo que sea) está más cerca de nosotros y se deja sentir con más fuerza. Yo decía que hasta se puede uno ahorrar el trabajo de hacer esas preguntas; que bastaría dejarse llevar por los hechos, como si uno fuera una piedra, en aquellos momentos en que el instinto nos aconseje que nuestra inteligencia y nuestra energía deben callarse.

En la naturaleza se dan a cada paso ejemplos de fuerzas latentes que no se pueden manifestar en ciertos estados de los cuerpos y que se reservan para mejor ocasión. ¿Por qué en el hombre no se ha de permitir que estos hechos se realicen cuando sea menester? Como hay tipos cursis que apenas se compran algo nuevo se lo echan encima, sin fijarse en pequeñeces y salen vestidos de colores en día de Semana Santa, hay personas impacientes que no pueden guardar nada para luego, que creen que hay que hacer alarde de lo que se tiene o se puede en toda ocasión, como los malos tenores que están deseando dar el do de pecho, aunque dejen en claro todo el resto de la escala. La mayor parte de las veces que hacemos alarde de una cualidad, deberíamos prudentemente estarnos quietos y dejar que otro talle, o que no talle nadie. Quizás el placer que se busca en vencer se encontraría retirándose. No es que yo me haga apóstol de la gandulería, pues se puede ser enérgico y activo en mil cosas que no se oponen a ningún hecho natural ni producen colisión de ningún género. Hay quien trabaja toda la semana y el domingo, por vía de descanso, se anda veinte leguas en velocípedo o hace varias horas de gimnasia. Hay quien suspira porque una pasión le sacuda y le desentorpezca, y cuando la pasión viene se dedica, con motivos fútiles, a arrojarla de sí. Tan disparatada estimo yo esa manifestación de fuerza bruta que triunfa en un record de 200 kilómetros, como la manifestación de energía moral que se pavonea porque ha triunfado en una colisión pasional dejando incólumes la moral pública y el código. Aunque uno tenga fuerza para vencer, no por eso ha de vencer; porque a veces esa fuerza que se pierde inútilmente haría falta para otro trance más duro, que no es raro el caso de que un hombre fuerte se arranque de los brazos de una Margarita para caer en los de una Maritornes.

Desde mi anterior no ha ocurrido más cosa de particular que el haberse agotado todas las operaciones tabaqueriles que teníamos entre manos, y celebrado como fin de fiesta un banquete, que para ser el primero a que he sido forzado a asistir, me ha costado cinco duros y una ligera indigestión. El joven A*** se embriagó como un atún, y Z*** pronunció un brindis de dos minutos en que dijo lo menos diez veces je remercie. A mí me aludieron todos los oradores; pero yo no me digné hablar, ni excusarme siquiera, por lo mismo que la representación de España estaba en tan buenos bigotes (los de Z***). El brindis más sensato fue el del secretario, un joven calvo de Lovaina, diputado provincial (conseiller) que aspira a ser diputado a Cortes con el apoyo de los tabaqueros belgas, que trinan, no sé por qué, quizás porque la moda es que todo el mundo trine. Por fortuna después del banquete, que fue el sábado, han venido las fiestas de la gran kermesse, del domingo 12 al miércoles 15, y me encuentro en los cuatro días de vacaciones sin ganas de salir y dedicado a estudiar un poco el piano, en el que hace un mes no doy golpe. Así es que adelanto como los cangrejos.




ArribaAbajo- XXVI -

23 Agosto 1894.


Comienzo por exhortarte, por todos los medios que indican los tratados de Retórica y algunos más, a que no cejes en tu empeño de prepararte para la licenciatura en Derecho. No es cosa de discutir sobre si el ser abogado es malo o bueno, útil o inútil. Hablando ayer, antes de despedirnos, el activo secretario del «Comité de Cataluña para la E. U. de Amberes», Mariano Capdevila y yo, mientras tomábamos una copa de Oporto y luego oíamos la relación del viaje de Stanley al través del continente misterioso y del échange du sang entre el tal farsante y Tippo-Tib, tuve yo el gusto de arrojar una serie no interrumpida de insultos contra la clase de leguleyos, con gran extrañeza de mi auditor, que aún no estaba en el secreto. Todo cuanto tú dices de los estudios jurídicos es poco, y si pasamos a la práctica es cosa de no acabar. El amigo Capdevila, ingeniero agrícola, que censura al Ayuntamiento de Barcelona porque se gasta el dinero en organizar salones de Bellas Artes y no ha reformado aún las cloacas con arreglo a los últimos adelantos, es un hombre superior a todos los abogados de España juntos, porque su idea es disminuir la mortalidad, y ella le salva; por el estilo hay miles de hombres pequeños que inventan un freno automático, o una nueva bujía, o una lámpara de petróleo inexplosible, o un paragranizos, y que en su género son dignos de estima. Por debajo de todos está el teorizador y el practicón de la ley, que embrolla por sistema, que no profesa ni ciencia ni arte, ni industria, ni comercio, que no produce nada, que vive de la ignorancia de todos, sacerdote de la necesidad del engaño, que a falta de fe, es hoy el instrumentum regni único de que se puede echar mano.

Si algo irrevocable puede salir de mi boca, no es seguramente afirmación de fe, ni de ciencia, ni de nada, sino de que antes pediré limosna que ejercer la abogacía ni nada que se roce con ella. Así, pues, por este lado no creo que me ganas, y así como yo llegué hasta el fin, tú debes llegar también, aunque no sea más que para poder despreciar el oficio con autoridad formando parte de él, y para... aprovechar alguna de las infinitas ventajas que nuestros colegas de varias generaciones se han ido atribuyendo a sí mismos.

Respecto de los Yambos dedicados a F***, he de decirte que además de molestarle con ellos demuestras una parcialidad censurable. Yo creo que la brava hermosura será una de tantas, y que tú, que eres muy impresionable y que formas juicios por adelantado con datos insuficientes, te fabricas lo que te da la gana. Parece que eres un niño de teta y que ni sabes la distancia que hay de la fotografía a la realidad y de los juicios de enamorado a la verdad monda y lironda. A mí, que soy perro viejo, que no me venga con ese hueso, pues sé que bajo ciertas entonadas apariencias se ocultan a veces vulgaridades de tomo y lomo. Mientras no vea no digo esta boca es mía, aunque me envíes un volumen así de gordo, bien repleto de Yambos. Y no digo más, porque si me dejo llevar de mi genio... teorizo y generalizo un poco y volvemos a sacar a relucir la vieja cuestión de las mujeres finas y delicadas, que sigo considerando como el mayor mito de todos los mitos. No hace mucho tiempo seguí yo hasta su madriguera a una joven de regular facha, que resultó ser una tal que se defendía detrás de un estanco establecido en el centro de Berchem, un faubourg de Amberes. Un mes después la moneda falsa había pasado por buena, y un Tenorio de aquí la ponía cuarto y la mostraba á son dos en los principales teatros hecha una mujer de orígenes misteriosos. No establezco comparaciones; pero opino que, dada la escasa práctica de muchos de nuestros primeros puntos, se encuentra uno a veces con que donde se hablaba de tocinos no hay ni estacas.

El Torquemada en el Purgatorio me ha proporcionado un buen rato. Es un informe pericial que debe unirse al proceso de nuestra época. Lo que he encontrado más notable es la suma facilidad con que está pensado y escrito; la premiosidad que muchas veces se notaba en Galdós debía provenir de su irresolución; ahora va tomando más parte en algunos de los personajes. Es un caso raro comenzar por escepticismo glacial para concluir por entusiasmo juvenil, y a Galdós le va a pasar eso. Has de ver cómo en cada nueva obra se calienta más y llega a ser, con humorismos y chacota y todo lo que se quiera, un propagandista. La ligera tendencia romántica de sus comienzos se perdió, y ahora empieza otra tendencia más fuerte que no se perderá, a mi parecer. Y me fundo para ello en que Torquemada en la Cruz estaba más impregnado aún, y en que Galdós, queriendo quitar hierro, en su nueva obra no lo ha conseguido ni a medias. Hay algo más fuerte que él. En cuanto al estilo, lo que he notado es la influencia... ¡del Quijote! Como se le deben haber ido las ganas de estudiar, el buen D. Benito se dormirá leyendo a Cervantes, a falta de un Libro de la oración y meditación; porque a la verdad, algunos de sus párrafos están sacados de la misma fuente.

Ya creo haberte dicho que el 5 de Noviembre se cierra la Exposición, y que para fin de otro mes me veré libre de las últimas incidencias del dichoso certamen. Ya han concluido los jurados hasta en los trámites supremos, y no quedan más que los banquetes póstumos y algunos congresos rezagados. El último, celebrado ayer, es el de propiedad intelectual. Se discutió y nada se acordó, salvo declarar una vez más genio a Víctor Hugo, que fue el fundador del congreso. En el banquete habló el único representante de España, un tal B*** y S***, de Talavera de la Reina, tipo estupendo que trata de tú por tú a Sagasta y Balaguer, y que produjo (según él, pues yo no estuve) gran admiración con un paralelo... agárrate... entre su paisano el P. Mariana y Rubens. La semejanza está en que ambos, según nos dijo, son genios de marca mayor. En realidad, lo que ocurrió, lo que acaeció y lo que pasó, fue que B***, que no sabe palabra de francés, habló en español y le aplaudieron por fórmula sin entenderle. Más vale así. Quedamos, pues, en que a fin de Noviembre quedo libre y que a mediados de Diciembre estaré en Madrid, de paso, pues he de pasar las Pascuas en Granada. Es probable que para entonces estés ya licenciado y no necesites de comadrones, sino de alguien con quien festejar el feliz alumbramiento.

Ya leerías la crítica de Lourdes por Rodenbach; con ella me ha bastado para no leer la obra. Yo no vuelvo a leer nada de Zola, de quien nunca he sido admirador. Verdad es que soy un hereje en estas materias y que opino porque sí, que todo lo que han hecho Zola y los Goncourt, y casi todo lo de Flaubert, etc., es una guasa fúnebre de puro seria. He leído en La Época un fragmento de Lourdes, la descripción del tren de enfermos, y me parece la obra de un majadero; no es una equivocación, es una tontería. Sólo a un necio ensoberbecido se lo ocurre meter el escalpelo del análisis en un cuadro humano, cuya composición es tan puramente sentimental, que en cuanto se piensa, en cuanto se mira siquiera fríamente un instante, se evapora y no deja más que un amasijo de seres repugnantes de puro tontos y desventurados. Ahí no cabe más literatura que la del libro de oraciones, y gracias. Zola es un literato hecho para engañar incautos. Hay muchos que creen que la literatura francesa tiene en él su primer representante, cuando en realidad entre una y otro no hay relación. Recuerda que Taine (que, por su parte, es otro ejemplo de un espíritu extranjero que tuerce el espíritu francés, sacándole de la brillante y oratoria ampulosidad de Renán, que es la legítima, para llevarle a ciertos profundos abismos críticos, a los que apenas si ha habido alguno, como Ribot, que haya asomado la nariz); digo que recuerdes que ha sido vapuleado porque convirtió a Napoleón en extranjero y le presentó como un perturbador de la marcha, mala o buena, que seguía la revolución y república francesa. Si Napoleón, que no comprendía el modo de seguir la ruta indicada, sino el de echar por los cerros de Úbeda y convertir una obra colectiva en personalísima, no hubiese aparecido en Francia, no ocurrirían hoy mil cosas que ocurren. La revolución, siguiendo su curso natural, hubiese creado una forma de existencia política tan perfecta como la piel que cubre cada cuerpo humano, perfecta, no en sí, sino por acomodarse a la estructura. La piel de un jorobado cubre también la joroba. Napoleón cortó como buen sastre un traje a la medida, que después ha servido de modelo para que nos vistamos todos. Yo creo que hoy no hay en Europa más que una nación que viva a gusto, Inglaterra; las demás se encuentran tan incómodas como un paleto con frac y chistera. Pues bien, este mismo papel perturbador representa Zola en Francia; su obra es personal y cerrada, como tú dices bien, y tiene que venirse abajo aplastando a los que la admiran, incluso Clarín. Zola es en grande el tipo internacional, que apesta en congresos y conferencias. Es un italiano astuto, con temperamento de artista, que no pone en uso, sino en explotación; por esto, en vez de dejarse ir al amor de la corriente, ha querido ir río arriba: al principio produciendo efecto, después fatiga, y luego nada. Puede decirse que ahora está en Elba, y que después de los cien días irá a Santa Elena. Pero la leyenda de Zola no renacerá con el brío de la napoleónica, porque ésta tiene lados prácticos, lados brillantes, que aún son explotables en política y literatura; más claro, porque creó intereses que la otra no dejará tras de sí.

Porque me tomé la libertad de llamarte Calcas, te desatas contra mí en una lluvia de denuestos y palmetazos que duran la friolera de cuatro páginas. No sé cómo se te ha ocurrido que yo procuro quedar en buena postura, siendo así que sabes que sin comerlo ni beberlo quedo siempre tan mal en todas partes, que bien pudiera decirse de mí como del caballo de Atila. Exceptuado el rarísimo caso de que alguien se tome la molestia de conocerme y encuentre dentro de mí algún agarradero oculto por las melazas, lo general es que todos formen mal concepto. Estoy seguro de que a F*** le ha molestado más mi carta que la tuya. Aquí, ahora, en la última tanda de personas que he tenido que tratar, he quedado mal con el 95 por 100. Como hace tiempo se me acabaron las tarjetas y no pienso hacerme más, no he podido alternar en el cambio, y en cuanto terminé mis funciones no he vuelto a hacer caso de nadie, aunque alguno me habían invitado repetidas veces para que continuara cultivando las relaciones. Esto no es orgullo, pues yo no distingo de chicos ni grandes; es cosa instintiva o de los nervios, que se me distienden y engorritan como locos cuando hago visitas pro formula. En cuanto a la frase de Schiller, considera que mi amigo Schäfer me la enjaretó un sin fin de veces, y que tengo que darla salida y no hay en España nadie más que tú que pueda ayudarme. Por cierto que Schäfer la comentaba como idea propia del Schiller filosófico, aunque fuese pronunciada en la escena esa de Wallenstein y Piccolonini. Por lo demás, conste que yo decía que no había que aplicar esa frase ni preguntar nada, sino dejarse ir. La frase aun para Wallenstein es rimbombante, y ya me extrañaba que Schäfer, maniático de la naturalidad, la prohijase con otras varias no menos tumefactas: la fuerza de la sangre.




ArribaAbajo- XXVII -

1 Septiembre 1894.


Con objeto de librarme del mote de bilateral que me aplicas, voy a escribirte, bien que no ocurra nada de particular por estos contornos. Nada subjetivo y nada objetivo, a no ser que creas digno de cantarse el resultado noir et rouge de las primeras elecciones con voto plural que han gozado los belgas. Yo he leído con interés todas las noticias electorales, y casi estoy entusiasmado con las tales elecciones, por lo simplificadoras que han salido. Eso de ver desaparecer un partido es siempre agradable, porque hace pensar en que un día desaparecerán todos. Aquí había un partido liberal moderado, cuyo jefe, Frère-Orban, un protestante justo y honrado, amigo del bien y enemigo de las masas, anticlerical y antipático (¡buena unión de adjetivos!), ha gobernado cuarenta años y ha hecho muchas cosas buenas: entre otras, la abolición del impuesto de consumos, que aquí no existe. Pues bien: este partido moderado y ese Frère-Orban han sido barridos con un formidable coup de balai socialista. Es decir, que al desaparecer ese partido casi puede decirse que ha desaparecido el menos malo de todos, cosa muy de acuerdo con la justicia objetiva que administran las cosas aquí abajo.

Había otro partido liberal radical popular, masónico, entusiasta y tabernario, dirigido por Janson, Feoon y los demás pinches que conoces por los retratos de la Independencia (entre los cuales hay nueve (Graux, Vanderkendire, Buls, etc.) moderados). Éstos dirigían el cotarro en Bruselas, y han sacado a pulso el sufragio para asegurar la breva; pero el sufragio les ha dejado en medio de la calle. Sólo han conseguido colocar en la Cámara 17 miembros, especie de residuos políticos, que siempre quedan por muy bien que se barra. También los moderados han sacado algunos senadorcitos para consolarse. En resumen: de 59 liberales ambidextros que había, quedan 17 del lado de la cola, y en cambio entran de fresco 32 socialistas. Los católicos eran 93, y son 103, y continúan con la sartén por el mango, no obstante haber sido derrotados el jefe visible, o sea el presidente del Consejo (Burlet), y el papa verde, o jefe oculto (Woeste), uno que quería organizar de nuevo el Tribunal de la Sangre para limpiar el país de heterodoxos.

Lo importante de la jornada es ver cómo aquí van las gentes a los colegios, derechas como balas, por interés político y, en casos, por temor a la multa, pues aquí el voto es obligatorio. La elección es seria, por lo tanto (aunque no hayan faltado tentativas de corrupción, y corrupción auténtica, a razón de 5 y 10 francos por barba), y no hay aquello de volcar el puchero, pues todos votan, y no habría más que contar el número de boletines, el de electores y el de votos para conocer cualquiera irregularidad. Así, pues, si se introdujera el socialismo en Flandes, como ya lo está en la Walonia y aun en la capital de Gante, se habría de ver muy pronto en Bélgica un ensayo de gobierno socialista, porque cabezas no faltan. Yo creo que el ensayo no tendría nada de expuesto, porque estas tropas están muy disciplinadas; y es tal la práctica socialista que llevan en cooperativas, sindicatos y ligas, que pasarían sin esfuerzo a ocupar su puesto en las filas que les designasen los cabecillas. Aplicado a esta gente, baja en muchos grados el horror a la reglamentación socialista, que pone el pelo de punta a los que conservan aún vivo el sentimiento de su individualidad, como el amigo Spencer y con él la mitad de Europa.

Es más: yo creo que inclinada la cerviz en el punto importante ese del catastro humano, lo demás es muy aceptable. Si todos los individuos tuviesen la docilidad necesaria para someterse al acuerdo de los directores y contentarse con el puesto que les tocase en suerte, sin envidias ni ambiciones, la vida no perdería nada de su independencia; antes al contrario, sería más libre porque la alimentación estaría asegurada.

¿Quién será más feliz, un obrero que libremente busca colocación y libremente se queda sin comer, o un obrero que está obligado a trabajar en oficio, tiempo y lugar determinados,

ero que cuenta con una asignación fija para vivir, asignación tan durable como la sociedad que la garantiza? En suma, el socialismo se presenta cada vez más en forma de pacto, que ofrece a los que lo acepten, a cambio de la enajenación de su libertad económica, los elementos necesarios para vivir siempre y todos los días. Y he de confesarte que yo, aunque tuviera muchos millones, suscribiría a ese pacto, si no fuera porque temo que tras la libertad económica se pierda la libertad intelectual, quién sabe si hasta la libertad del domicilio íntimo. En esto, como en todo, se tropieza siempre con el mal eterno: la ambición de uno, que por egoísmo invencible quiere centralizarlo todo en sí; la bajeza de la masa, que lejos de aceptar con alegría esa seguridad económica para consagrar el tiempo libre a la dignificación espiritual (único terreno en el que será lícita la acumulación de bienes sin límite), dedicaría sus ocios a examinar si la repartición era justa, si los directores o sus parientes y amigos no comían faisán, mientras la turba suelta se limitaba a engullir ternera o pollo.

Mil veces he pensado, y hasta he soñado, si el socialismo no podría tornar una dirección espiritual y hacer que el centro de la actividad humana, colocado hace tantos siglos en la conquista del dinero, y a veces del pan, cambiase de sitio, neutralizando la vida económica por medio de un pacto que asegurase la manutención, y dirigiendo todas las ganas de pelea hacia las regiones hoy polares del pensamiento; pero cada día me convenzo más de que todas las fuerzas de Hércules no bastarían para conseguir que, no ya un rebaño humano, sino el más débil de sus borregos se apartara de la alfalfa material que representa hoy el metal acuñado. El secreto de esa resistencia está en la necesidad de que exista algo universal al alcance de todas las inteligencias. Este algo no existe y hay que sustituirle con aproximaciones. En nuestro tiempo la aproximación empleada es el capital, la riqueza, o más vulgarmente el dinero. El que no es capaz de comprender este tema es un imbécil calificado, como en esferas más altas, en la del arte, por ejemplo, el que no comprende la emoción estética es reputado por tonto. En las inteligencias superiores hay un deseo constante a elevar ese algo centralizador o unificador de la sociedad; en las inferiores, resistencias a los cambios de postura, que exigen, o un esfuerzo para continuar estando a nivel, o una degradación. Por lo cual la inmensa mayoría de los que piden el exterminio del capital no serían capaces de hacer nada después de exterminarlo si no es defender o combatir lo que le sustituyese, verbigracia, la distribución de medios económicos. Jamás la instrucción, por muy universal y obligatoria que sea, llegará a producir nada en este sentido, porque la instrucción es sólo medio que la mayoría no sabe o no puede emplear. La instrucción artística tampoco puede darse en las escuelas. En suma: sería preciso multiplicar las formas públicas del arte, los juegos, los certámenes musicales y dramáticos, para que el arte tuviera tantos escalones como grados de mollera se registran en el mundo, dando por de contado que si hoy hay tantos que no comprenden el modo de ganar dinero, cosa tan fácil, mañana habría más que no entendieran jota ni se interesaran por nada de arte; cosa algo más difícil por lo mismo que no es medio de conseguir cosas materiales y universales, sino idealidad incomprensible para muchos e incapaz para emocionar a otros. Sólo en un estado tan ideal como éste que de vez en cuando nos complacemos en figurarnos, sería eficaz el socialismo comunista y la extirpación radical de la idea de propiedad aplicada al yo, o si no era posible extirparla, el abandono de la misma a los estúpidos Eucliones que siempre han existido como excepción en la sociedad, y que hoy han conseguido democráticamente dejar en minoría a los espíritus generosos y despreocupados. Cuando a muchos les choca el malestar general en nuestro tiempo en que la vida ha mejorado tanto, dan ganas de tirarles a la cabeza el Evangelio, donde ya está dicho para siempre que el mal viene de dentro y no de fuera, que el descontento no es obra de la miseria exterior, sino de las malas pasiones interiores. ¿Cuándo ha de mostrarse contenta un alma de judío, devorada por el afán de atesorar y trastornada por las cábalas mercantiles? Nunca, porque lleva en sí la necesidad de marchar siempre en el mismo sentido, y aunque consiguiera transformar la tierra y sus habitantes en valores y poseerlos todos, aún tendría que continuar trabajando, no por el afán del infinito de que se abusa tanto, sino porque el esfuerzo adquirido no la dejaría en paz, porque una vez que la máquina no puede pararse, hay que echarla algo para entretenerla. Cáese siempre en el mismo resultado: en que la causa de todos los males está en dar a la vida una tendencia dinámica artificial. El que se prepara con todos sus bríos para la lucha, sepa que será devorado al fin, porque aunque venza a los demás no podrá vencerse a sí mismo, y será destruido por esas mismas energías insaciables. Una sociedad cuyo objeto fuera realizado permanentemente, compuesta de individuos que viviesen sin objeto determinado, y gobernada más por la fuerza de las cosas que por el arbitrio de las personas, sería una verdadera Jauja. Pero ocurre todo lo contrario: cada nación vive preparándose para realizar fines grandiosos, que son reventar a otra nación enemiga; cada individuo vive como una máquina, realizando su máximum de trabajo inútilmente, puesto que todos van a ganar lo que tenían ya los otros, sin que de ello se consiga ventaja general; y cada día se publica una ensalada de leyes nuevas, que bastarían para desarreglar el mundo por muy arreglado que estuviese, y luego por única distracción hemos de montarnos en la bicicleta y correr tres o cuatro mil kilómetros para desengrasar.




ArribaAbajo- XXVIII -

8 Noviembre 1894.


Siento que tu tardanza en escribirme sea motivada por las dichosas enfermedades; parece que de algún tiempo a esta parte sois víctimas de la jettatura de un médico mal intencionado; pero como no hay mal que cien años dure, confiemos en que después de estos tiempos turbios vendrán otros más serenos. Yo puedo darme por dichoso por este lado, pues mi familia está siempre rebosando salud. Tú tienes la suerte de estar al lado de la tuya, y la desgracia de estar siempre preocupado con los achaques de los unos y de los otros. Aquí de la ley de las compensaciones.

Aunque mi viaje sea muy rápido, no faltará tiempo para que nos interviuvemos recíprocamente. Iré por San Sebastián y llegaré a más tardar el 20 a Madrid, donde estaré hasta el 22 o 23, pues tengo compromiso formal y deseo de pasar la Nochebuena en el hogar doméstico. Tú me has corregido muchas veces cuando decía la casa por casa o mi casa, y a pesar de la corrección continúo y creo que continuaré siempre, aunque llegara a habitar un palacio de mi propiedad, llamando mi casa al molino de Granada, y la casa a cualquiera otra que habite, aquí o en Chicago. Después de dos años y medio iré a mi casa como el que vuelve de un paseo corto; las distintas chambres garnies por donde he ido y voy arrastrando mi personalidad, las considero como bancos públicos donde uno se sienta para descansar un momento. Te daré un detalle que te ilustrará sobre el caso, diciéndote que casi toda la ropa la tengo en las maletas desde que vine, así como los papeles, de modo que en quince minutos podría estar en la estación, sin haber dejado detrás de mí más que dos o tres sombreros viejos y varios pares de botas o zapatos usados. Las relaciones o influencias del medio no pasan de ser puramente morales, y esto debe ser así, porque yo tengo fuerza de asimilación y no para ejercer influencia sobre los demás. La primera aptitud no necesita de hechos materiales que la favorezcan, pero la segunda no puede obrar sin apoyarse en ellos. Ahora mismo estoy yo aquí tan al corriente como si hubiera nacido en Amberes, y en cambio, la gente que me conozca me creerá un extranjero tan cerrado que aún no puede moverse sin el plano de la ciudad en el bolsillo. La influencia mía tiene que ir de persona a persona, y aquí no he tenido aún ocasión de entrar en suerte. Reconozco que es muy fácil influir sobre las masas o sobre las colectividades, pero para ello hay que emplear medios bajos o que a mí al menos me repugnan. Hay que exteriorizarse y procurar que esta nueva forma no sea conforme a nuestro carácter, sino al carácter de la generalidad. En suma: fuera de aquellos contados casos en que un hombre, por su posición, por causas heredadas o adquiridas accidentalmente, llega a tal altura que obrando con arreglo a sus ideas se impone a los demás sin apelación, no hay medio de influir sino por la adulación rastrera o disfrazada con nombres sonantes. Vicio de origen, pecado original que llevan sobre su puerca historia todos los campeones de la democracia, y en general todos aquellos hombres que, no pudiendo sufrir la oscuridad y el silencio, se lanzan a ser algo sobre un comité, sobre una turba, sobre una colectividad o sobre un pueblo, retocando diariamente la careta con que han de dar el pego a todos. ¿Acaso no sabemos de sobra que esa habilidad, mayor o menor, para el engaño es el mérito principal de los que imponen sus jefaturas y el único de aquellos que en fuerza de afinar la puntería para triunfar se convierten en algo parecido a las gentes de curia, que saben todos los trámites e ignoran todas las leyes?

En lo que me dices de Alarcón, no sé si ver una reforma de tu juicio que no ha sido nunca favorable a mi paisano. Si lo leyeras después de conocer el terreno, le pondrías muy por encima de Peroda y a la altura de Pérez Galdós. Alarcón es un escritor castellano, en la mejor acepción de la palabra; su color local no impide que sus obras sean nacionales, universales, cosa que no puede decirse casi nunca de Pereda, más poeta y más pintor, pero sin fuerza para sacar sus crías de la Montaña. Alarcón es también mucho más pensador; no es ninguna novedad decir que en punto a cacumen científico o filosófico Pereda está por debajo de un seminarista. En cuanto a Galdós, su aparente superioridad está en haber venido después, en ser más observador y meterse más en el fondo de los asuntos. Pero por encima de esas diferencias, fijándose sólo en cómo ha realizado cada uno según sus procedimientos sus ideas artísticas, hay que reconocer en Alarcón una maestría consumada. Quizás con haber escrito Realidad no haya llegado Galdós al summum de perfección a que llegó en su estilo Alarcón con El sombrero de tres picos. Y conste que a pesar de las afinidades que tú sacas a relucir, no me es simpático Alarcón ni mucho menos. Me ha chocado siempre en él su doblez, pues se ve claro que era un impío; y sin embargo, aparece no sé por qué, creo que no ha sido por interés bajo, como un creyente convencido. De Alarcón podría decirse que fue una naturaleza problemática, término de que abusan los alemanes para indicar las personas que no representan solución, que viven merced a la reunión de varios elementos cuyo resultado es siempre una incógnita, porque el problema es insoluble. En cuanto a tus consideraciones sobre los árabes, nada más positivo. Los que hoy sirven en la Alpujarra son castellanos enviados como colonos después de la conquista. La sangre árabe que queda aún en Granada no influye, creo yo, mucho más adentro que lo que está a la vista, los ojos y sobre todo los labios. Los escritores que han salido de Granada son los más clásicos entre los modernos, y el carácter granadino se explica más por la climatología que por la etnografía. Nosotros no hemos formado nunca región después de la conquista de los Reyes Católicos.




ArribaAbajo- XXIX -

22 Noviembre 1894.


Te comunico que después de seis meses de lluvias llevamos varios días de sol, y que por aquello de la ley de los contrastes he cogido un catarro superior, que aparte de varias molestias, me va a costar tres o cuatro francos de lavandera. Ayer me fui a Bruselas para distraerme y despejarme la cabeza, y hoy la tengo más segura y he entrado en caja. Para ayudar mi curación han venido al pelo unas 160 botellas de toda clase de vinos, que me han tocado en el reparto de lo que no se devuelve de la sección española. Aunque ya he distribuido bastante y no me quedará ni la mitad, todavía si vinieras por aquí cogeríamos una pítima soberana. Tengo hasta Champagne catalán y Cognac cordobés. Lo más decente de todo es el aguardiente de Escatrón y el Jerez del Valdespino. Lo demás tiene mucho de camelotte. No sólo han sido vinos lo que ha caído de gorra: también hay alcaparras, aceitunas sevillanas, nueces y avellanas y alguna otra porquería. Ahora mismo, después de almorzar, acabo de suministrarme una ración de almendras y avellanas fritas con sal y una botella de Champagne. Te parecerá todo ello una porquería, pero yo te aseguro que me gustan estas mezclas y que el resfriado mejora mucho con ellas. Después de dos años de silencio me escribe mi amigo Schäfer. De profesor que era en un gimnasio de Wurtemberg, resulta ahora en Winterthur (Suiza) de director de un Lloyd. También he recibido carta de F***, declarándose el más feliz de los mortales y deseándome, si me caso, la misma suerte que él ha tenido.

La verdad es que las personas que tienen aspiraciones vulgares disfrutan de períodos de tregua felicísimos: aquellos en que no se acuerdan de sus asuntos. F*** es un hombre que se consume pensando en los negocios y en la manera de medrar mucho y pronto; pero ahora el casamiento le da un compás de espera, y el buen ciudadano no cabe en sí de satisfacción interior. Deseando que continúe entregado a sus deliquios, me declaro una vez más enemigo de las dichas conyugales y de sus consecuencias. Sobre todo, la consagración pública del acto es cosa que hay que tener tragaderas de burro para aceptarla, a menos de estar en un período de optimismo a prueba de bomba.

Hace tiempo que leo en los periódicos artículos y sueltos sobre Monescillo y el Concilio Toledano. Con este motivo veo que tu entusiasmo por el ilustre purpurado ha decaído y hasta ha desaparecido por completo. Yo no quiero meterme en lo que no me importa, pero sí afirmo que quien ame con sinceridad el catolicismo tiene motivos de sobra para suspirar por la venida de un régimen absolutista que paralice las tendencias disolventes que corren. Toda la alta sabiduría del Papa, la diplomacia profunda de León XIII, se reduce, por hoy, a una transacción honesta con los partidos triunfantes aquí y allá para sacar todo el partido posible. ¿Esta política responde a la convicción de que de estas flaquezas se han de sacar fuerzas para lo futuro, o a la idea de que el catolicismo ha perdido su fuerza propia y antes que desaparezca hay que echarle tapas para que prolongue un poco la vida? A pesar de lo que se habla de la reacción católica, yo no veo, imparcialmente mirando, la tal reacción. ¿Qué importa que cuatro personas entendidas provoquen movimientos artificiales en pro de ésta o aquella idea, si el público, si la masa ha perdido la fe y ha desaparecido para siempre el fundamento del catolicismo (y de todas las religiones cristianas), el amor entusiasta y profundo de las doctrinas evangélicas? Ante tal estado de cosas hay dos caminos: uno que trata de abarcar mucho, debilitando el valor de las ideas; otro que trata de reducirse a la más pequeña expresión y acentuando el valor de esas mismas ideas. Los unos sostendrán el tinglado un poco tiempo hasta que desaparezca del todo; los otros crearán una minoría resistente que durará uno o dos siglos después que el predominio de las ideas católicas haya desaparecido. El fin de todos es dar en la nada, porque así como no hay vida orgánica permanente, no hay vida ideal permanente. La vida del catolicismo es ya milagrosa, y de aquí a dos o tres siglos (a diez si quieres) no quedará de él más que un recuerdo histórico. Y en ese recuerdo figurarán en primera línea los que defendieron la idea con exageración, pero con entusiasmo, y en la cola los prudentes, los diplomáticos, los utilitarios, en una palabra. He aquí por qué yo, sin ser católico y despreciando las pequeñas pasiones que hay en el fondo de muchas líneas de conducta, estoy con los intransigentes.




ArribaAbajo- XXX -

2 Enero 1895.


Recibida tu carta del 22, a la que contesto sin tardanza con el buen propósito de ayudarte a pasar la mala hora que sobre ti ha caído. Mala hora en sentido relativo, porque bajo el punto de vista económico, buena es y aun de las que entran pocas en libra. Después de todo, hay que reírse de esos trabajos. Ojalá no tuvieras otros peores en tu vida. Con ellos se experimenta el cansancio físico, precursor del sueño tranquilo y de las buenas digestiones. He oído decir que una de las grandes facultades de Gladstone era, o es, la de dormir diez o doce horas como un ser inorgánico. Ahí está el quid de su famosa resistencia y la explicación de esa caricatura que le presenta cortando árboles en el bosque de Hawarden. Es muy posible que trabajando tú como un arador te acostumbres a dormir mucho y bien. ¿Quién sabe si tu debilidad o estado abúlico tendría su origen en el poco dormir, que ha contribuido siempre a debilitar el cacumen y aflojar todos los tornillos y aun a secar la mollera?

Valga por lo que valiere, te aconsejo que recuerdes biografías de hombres notables y te fijes en una coincidencia muy repetida: la de que el salto mortal lo han dado cuando las penalidades de la vida les habían conducido a tener que sustentarse, sino de yerbas, al menos del producto de un trabajo rudo y gañanesco. Porque en estos trances acaso la voluntad aún vacilante ha adquirido el temple necesario para dar el último estirón sin hacerse añicos. Y ve aquí cómo se confirma lo que yo digo constantemente sobre la realidad del fatalismo y la ventaja que hay en dejarse llevar y formar y completar por los acontecimientos como si uno fuera un mueble. (No cito por esta vez la frase de Schiller, por la que me hiciste mofa.) Tú has tenido ocasión de irte a Madrid, y no te has ido ni quieres irte, cuando hace poco lo deseabas, y te explicas el cambio por el amor al nido. No hay tal. Eso no es más que un pretexto con que te explicas tú una cosa no explicable a primera vista. Todos los actos instintivos, fatales, aparecen encubiertos bajo ciertos disfraces, con los que voluntariamente nos engañamos para hacer como que obramos libremente, o por un estímulo libremente aceptado, cuando lo cierto es que somos maniquíes. En el fondo, tú estás conforme con esto; sólo que tú aplicas el cuento de otro modo que yo. Tú dices: ese esfuerzo constante del instinto favorece nuestro desarrollo material e intelectual, para que de cada quisque salga más fácilmente aquello que naturalmente debe salir. Ahí está el fin propio individual y no en otra parte. Yo no niego estas penalidades secundarias, pero creo que esas fuerzas propias son juegos infantiles; creo que siendo el instinto cosa de la especie, debe trabajar en pro de la especie, aunque nuestra pequeña vanidad sufra en ello. Si el instinto o la fuerza conservadora de la especie pudiera hablar, cada vez que los hombres se han envanecido por un acto importante, les habría dicho, como a la pulga de la fábula: ¿Pero estabais ahí?

Ya es hora de acabar con esas contradicciones creadas por nuestro egoísmo más o menos amplificado. Cualquier fin que se atribuya en particular al hombre, o a las especies animales, o a la tierra entera y aun a nuestro sistema planetario, es un fin caprichoso, porque finis, lo hay, no puede haber más que uno, y los demás son incidencias a veces imprevistas que nada valen ni significan en absoluto. Es cierto que hay que poner mucha agua al vino cuando hablemos de tejados abajo, y que no es cosa de pegarle a quien se empeñe en creer que lo que hace se encamina a algún fin. Hay que tener tolerancia con los yos pequeños o más grandes que se empeñan en sacar sus pequeñas cabezas por cualquier pequeño agujero. Quizás en esa obstinación se revela una vitalidad mayor del individuo y una aptitud mayor también para servir los ocultos planes de quien los tenga. Y creyendo yo, como creo, que no tenemos ningún fin que cumplir, ¿cómo me atribuyes tú eso de que lo que se hace sea obra de la voluntad y la reflexión y no de la naturaleza? Yo estoy convencido de que se debe hacer lo que buenamente salga, pero estoy más convencido de que salga lo que saliere no sirve para realizar ningún fin particular nuestro; de que vivimos atados a la noria, unas veces para dar vueltas en tonto, porque la noria está seca, y otras para sacar agua, sin saber si sale o no, porque tenemos los ojos vendados para evitar el mareo. ¿Y de dónde sacas tú que con estas ideas haya de convertirse uno en un canalla? Yo las profeso cada día con más sinceridad y no me tengo por canalla, aunque sí reconozco que no seré muy útil a la sociedad. Comprendo hasta eso de dar vueltas alrededor de una noria seca, pero no que artificialmente se complique el aparato para que vaya uno sudando la gota gorda, cada vez tirando de un armatoste más pesado y luego para no sacar nada en limpio. Por esto odio con toda mi alma nuestra organización y todas sus infinitas farsas, y veré con entusiasmo todos los trabajos de destrucción, aunque sea yo el primero que perezca. No trato de reformar nada, ni de obtener nada, ni siquiera de protestar. Me lío la manta a la cabeza... y no para hacer una atrocidad, sino para no ver. Y si estuviéramos en los tiempos del marqués de Villena, te juro que hacía pacto con algún mago para que me metiera en una redoma encantada y me dejara allí en paz varios millares de siglos, hasta que habiendo nacido alas a los hombres, pudiera resucitar con ellas y vivir dando tumbos en el espacio, comiendo aire a todo pasto y sin miedo de tropezar más que con algún pico del Himalaya o cosa así.

No sólo sé que se me obstruye el camino, sino que yo mismo me dedicaré a obstruírmelo con objeto de no ir a ninguna parte; no temo a la cerrazón del horizonte, porque no creo ni en el real, ni en el aparente; no amo la acción ni la contemplación, ni me encanta el misticismo ese convencional de los que después de una buena comida se elevan a las alturas para hacer una digestión espiritual. Cuando se es cínico hay que vivir en el tonel como Diógenes, y cuando se es escéptico hay que dejarse atropellar por el tren que viene resoplando y morir creyendo que el tren es una ficción, y cuando se es cristiano hay que serlo como San Francisco de Asís. Estos ejemplos son los que vivifican las doctrinas, pues aunque el hecho práctico destruya realmente la doctrina, ésta queda en pie, a pesar de los fracasos y hasta en virtud de ellos. Porque lo que afirma a la idea no es la demostración práctica (ésta podrá ser útil para la vacuna del doctor Roux, o cualquier otra zarandaja), sino la convicción personal. Si en el momento supremo Jesús se hubiese acobardado, y por medio de una hábil rectificación se hubiera librado de la cruz, toda la generosa moral evangélica valdría hoy lo que un episodio de la Iliada. Comparados con Jesús o con San Francisco, nuestros místicos son pedagogos de cuatro al cuarto, que ponen una gran idea al alcance de los niños. Los más grandes entre ellos son Santa Teresa y San Juan, dos sublimes histéricos. No te ensanches, pues, ¡oh, verdolaga! con el ejemplo de Santo Tomás, que bajo un sutil espíritu escolástico, encierra como creador de ideas una vulgaridad y crasitud dignas de cualquier capellán castrense. Y perdónenme sus manes y D. Alejandro Pidal y compañeros, resucitadores de la filosofía tomista.

No quiere decir esto que yo haga profesión de santidad, ni siquiera de rectitud. Una vez que tantos redentores han redimido en balde, y que la humanidad continúa mereciendo una lluvia de fuego cada mañana y un diluvio universal cada tarde, no hay que meterse a reformar más. Bueno está ya. Lo mejor es apartarse a un lado y no querer tocar pito en nada. ¡Abstine! Y si le cae a uno una teja encima, ¡Sustine! No aspiro tampoco a ser consecuente, porque si ahora practico estos que tú llamas disparates, es por dejarme llevar de la corriente... de mis ideas y no de las de los demás. Claro está que esas ideas pueden cambiar, porque no son mías, sino producto de las circunstancias y de mis instintos; y si éstos han variado poco, que yo recuerde, aquéllas quién sabe cómo serán mañana. Pero no quiero hacer premeditadamente nada contra los deseos que yo mismo me noto muy claros y definidos, y que no pueden hacer daño a nadie más que a mí mismo, y no en la realidad, sino en el concepto vulgar de los aspirantes impelentes que hoy todo lo infestan. ¡Procura librarte de esa plaga!




Arriba- XXXI -

4 Enero 1895.


Entre plato y plato, durante el almuerzo, he leído tu última carta, en que me envías el tristísimo balance del año. Un poco que hay de verdad, sin duda, y un mucho que tú aumentas, forman la relación, que, por no faltar a la costumbre, adquiere de año en año mayor intensidad dentro del color negro, único de que está embadurnada tu paleta. Contra ese modo de ver no cabe consuelo alguno, como no cabe consuelo cuando se muere una persona amada y sentida de veras. Las reflexiones, consejos y demás zarandajas de razón, resultan impertinentes y hasta enfadosas y ridículas; los motivos sentimentales son contraproducentes, porque si las ideas tienen la facultad de mezclarse y combinarse, los sentimientos íntimos no se combinan con otros, sino para destruirlos y para adquirir mayor fuerza, sin perder su carácter. Cuando sopla el mal viento y nos sentimos dominados por la desesperación sin causa, que es la más terrible de las desesperaciones, todas las gracias y todos los chistes y todo cuanto en el mundo se ha inventado para hacer reír no servirá, más que para enfurecernos más contra nosotros mismos y lo demás, contra el yo y el no yo. Si hay medio de conseguir algo, éste es sólo la exageración de ese estado agudo, que al llegar a cierto extremo no puede sostenerse más y da lugar a una reacción opuesta. En estos asuntos soy perito. Te diré, además, que cometes una gran torpeza suponiendo que esa situación sea producida por el vacío de tu vida, cuando la produce el vacío de la vida en general. Si tú tienes esa predisposición, no adelantarías nada cambiando de aires, ni de climas, ni de ocupaciones; omnia mea mecum porto, que decía Simónides, y no llevaba más que una túnica y el resto del cuerpo.

Lo que sí es cierto es que el pesimismo o, mejor, la tristeza natural y espontánea se refina con el uso y por el contacto con los objetos exteriores (entre ellos las personas), siendo relativamente menos desagradable sentir esa tristeza en esferas elevadas y por cosas elevadas que sentirla al ras de tierra y por el contacto con las cosas más bajas. Con el tiempo llega uno a convencerse de que está de más en el mundo; que no hay fines propios del hombre, porque los únicos fines (que son la generación y conservación) son fines específicos, no individuales, que no hace uno nada esencial, o si hace algo es engendrar otro ser análogo o peor, y que todas las demás ocupaciones son formales o imitativas y como eflorescencias que produce el roce orgánico. Somos ni más ni menos que motores; trabajamos para tirar de un peso, para producir movimiento, para dar éste o aquél resultado útil. Pero el motor ¿qué es en sí? Parece algo porque puede funcionar solo, porque echa chispas o vapor o humo; pero su razón de ser es la máquina. Así, nosotros, para que el engaño sea más agradable, echamos varias cosas hacia fuera y creemos que son algo, siendo así que lo que hay positivo es la máquina de nuestra especie, a la que vamos uncidos como esclavos.

No sé si estos pensamientos nacen de la melancolía, o si son ellos los que, al contrario, la engendran; lo que si sé es que cuando el hecho ocurre no tiene vuelta de hoja. Y es tal la fuerza atractiva de las ideas tristes, que una vez que se enseñorean de nuestro ánimo nos hallamos muy felices con ellas y no las cambiaríamos por las más optimistas y regocijadas de los que viven bien avenidos con sus rutinas fisiológicas. Las consecuencias de este modo de ver son las de la moral panteísta o las de la moral estoica, sin meterse en dibujos. Son las mismas que yo te he repetido siempre cuando ha tocado hablar contra el amor y la propiedad. Un hombre es un motor de cinco caballos: un hombre con diez cortijos es un motor de diez; y como el objeto es no mover nada material (antes al contrario, moverse uno solo si es posible), hay que dar de lado a la propiedad mueble, inmueble y semoviente y convertirse al cristianismo puro, al de los mendigos de corazón, primeros discípulos del Mesías. Asimismo hay que sacudirse del yugo del amor, en el que no caben más que tres grados a cual peor: l.º, el de burro padre; 2.º, el de fournisseur o empresario de espectáculos; 3.º, el de dupe, ya en el género Werther, ya en el F***. Dígase lo que se quiera, todo requiere un fin en el mundo, y el gran desencanto llega cuando en el fin más alto se descubre el vacío. Un amor sin objeto es muy bonito, pero muy poco consistente; un amor con objeto es más prosaico, más duradero y embrutecedor en demasía; porque ese objeto es la cría de los hijos, en los cuales no sólo no está la finalidad del padre, sino que tampoco puede estar la suya propia. Así, todo lo que el hombre crea tiene fines aparentes que se alejan como el horizonte visible; el horizonte está en los ojos y no en la realidad, y nuestro fin, que es cooperar a una obra inacabable, aunque tenga un valor real, es inapreciable y hasta digno de desprecio.

Como demostración de que, fuera de esa aplicación práctica de esta existencia, no existe nada que pueda considerarse con un fin, no hay más que fijarse en lo que significan, por ejemplo, la ciencia y el arte. Ambos amplían la vida real completándola aparentemente y modifican «los modos de vivir». Una idea puede cambiar una sociedad, no se sabe si para daño o si para provecho, pues siempre hay apóstoles convencidos del progreso y entes refractarios a todo lo que sea apartarse de la monda y lironda naturaleza. (Y éstos son los prudentes.) Pero nótese que todos esos lujos que nos permitimos, o que se permiten los pueblos iluminados por la antorcha del genio, son tolerados por la cachazuda naturaleza, a condición de que no se falte a lo convenido; en cuanto el progreso daña demasiado a las funciones de reproducción, vienen los bárbaros, las reservas del orden, y vuelve todo a su primitivo estado, que es de la fornicación permanente. No dejarás de notar que con poco trabajo podría sacar de aquí un sistema de filosofía de la historia, una fisiología de la historia, bastante superior a todo lo fabricado hasta el día, pero aquí cuelgo la péñola, y me dejo de generalizaciones, puesto que mi idea ha sido solamente inculcarte el odio a ese último asidero del arte a que te agarras. Por vía de distracción venga todo en buen hora, pero nada vale la pena de molestarse. Plantéese este dilema:

¿Quiero ser útil o inútil en este mundo a que he llegado en mal hora?

Sí. Pues me caso de éste o aquél modo, con una o varias.

No. Pues me dedico a tomar el sol y a pedir limosna, si no me vienen a mano medios fáciles para ir rellenando el pellejo.

En ambos casos puedo permitirme la satisfacción de entretenerme con mis imaginaciones para disfrazar las miserias de la vida e impedir que se acerque la idea del suicidio, que no resuelve nada tampoco si, como es de temer, tenemos varias ediciones, y cuanto antes nos inutilizamos tanto antes nos echan tapas y medias suelas en el laboratorio de las almas, para lanzarnos a funcionar de nuevo en este planeta o en otro, si hay varios que nos ayuden en estas faenas.