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Epístolas


Juan Rodríguez del Padrón






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Carta de Madreselva a Mauseol

La carta e la buena noche aya Mauseol, varón de las partes de Acaya. E la Pantasilea, reina sin rey, en qualquier tiempo osava e podía escrevir al no conoçido amado Etor; la viuda Cleopatra al leal amante Felipo de Corintio; e yo, la Madreselva, reina sin reino, que reinar solía en Calidonia, primera mente que amasse, aun no só señora de pensar en quien amo; ni oso, con pavor del día, en las negras aguas abevrar el cálamo, e la mayor parte de la noche passada, aún no me es segura. Ya tiene el silençio a todas criaturas, e aun los que bien aman ya suelen dormir; mas yo soy aquella que sola hago la vela. ¡Mauseol, Mauseol, responde si amas! Respondía Fetón en qualquier tiempo a la epístola de Lesbia antilena. Quien bien ama vençe el sueño e ningund trabajo le es por vençer. Así Traçia, que amava sobre los nueve peligros, e Tisbe, bien amando, vençió en velar al velante Píramo. Llamo e no respondes, mesquina, e duermes ¡Tú amas, y puedes dormir! Reposa Mauseol con Artemisa, hija de la encantadora; e la Madreselva, por él condenada a batalla con las serpientes en la dura cárçel. El plazible sueño tiene al hermano de Oriçia: la cuitosa vela tiene la nieta de Jove. Demandas la causa por que mejor ama. No te maravilles si en la tenebrosa hora, e muy nueva a nuestra escriptura, la diestra mano robe el tiempo del mejor reposo a los tristes ojos que en tinieblas e soledat de amor e pensamiento son más poderosos, e su grand poderío no ha por mostrar contra el mezquino coraçón del amante. Mayor mente, que la osada noche dio lugar a la carta qu[e]el día temeroso no quiso otorgar; la qual, si tardó, culpar no deves la que después de aquel día que nos tomó todos solos mi madre Adelfa en nuestra mayor folgura. Sin quebrantar la fe a la casta Diana soy encarçelada en la profunda cárçel de la más alta torre de mi alcázar, de Antíope e deseredada de mi señoría por la cruel mano de mi tío Aritedio, hermano de Hércoles, mi falleçido padre, en tal figura que al grand peligro no te he valido, ni escrevir sola una parte, ni hasta agora entendí si bives, o cómo se ha de ti solo. Cuidando en que mis cuidados comiençan y van feneçer, soy poderosa; mas si bives, yo beviré, e si feneçieses, yo feneçeré. E aun si deçendes a la Vestigia infernal, yo no te desampararé, contemplando en mucha tristura en nuestro caso tan affortunado, no sin grand pavor de la crueldat de aquel, quando no perdona a la propia sangre innoçente, no querrá perdonar al debdo de la criança. Et al punto qu[e]el embaxador del alva primera mente hería en el pecho con las propias alas, la nuestra Creta, con movidos semblantes e actos de muger sandía, en par de mí se mostró gridando: «Eh, eh, señora Madreselva, que o como fiel mensajera del nuestro trato, quita el freno a las lágrimas».

Madreselva: ¡Qué dura fortuna!

Creta: Aún no son complidos los fados.

Madreselva: ¿Bive Mauseol?

Creta: No como solía.

Madreselva: ¿Bive, di, o muere?

Creta: Oi fue judgado a la muerte, a requesta de la reclamante Adelfa, por la fengida fuerça que contra nos avía cometido; e tendido en la grand plaça el estrado de duelo para lo descabeçar, pareçió Artemisa, aquella malquista de vos donzella que le tanto amava, en tal son razonando: «¡Oid, oid, padres conscriptos, oid la querellosa forçada Artemisa! E tú, carniçero de la real sangre, detén el cuchillo. No contradigo, padre, a las nuevas leyes, antes (h)os demando complimiento d[e]ellas. Mauseol me forçó, hijo del rey Anteón; Mauseol me robó el grand tesoro sin estima de mi castidat. Manda la ley que deva morir, si la persona forçada por el matrimonio no lo quisiere salvar. Yo con la justa mano me puedo vengar, e a mi poder es la devida vengança. No es grand vitoria vençer al vençido; el alto coraçón perdona las injurias. Ya la cruel mano no puede recobrar la perdida fama. Nunca la hija de Cirça conocerá el segundo lecho. Quien despojó el árbol de las blancas flores e del primero fruto, de las verdes fojas del postrimero lo despojará. Quien llevó el despojo lleve la despojada. No muera Mauseol; biva por el matrimonio; la piadosa ley consiente sea marido mío.» En contrario, Adelfa guardava la nuestra querella, fue la primera. -«A nos primera mente viene la justitia. La ley tiene dos partes. Nuestra es la primera sentencia. El que, forçada la una, avía de morir, por forçar las dos no se devía salvar. Fenezca Mauseol, ¡muera! pues quiso forçar mi hija», la madre Adelfa reclamava.

Artemisa en contra dezía: -«El forçado amor e la generaçión son mandamientos de naturaleza; el seso e la discreçión roba el osado amor, e ningund forçado del entendimiento pecado es dino de pena; e la vida es favorable, y la muerte odiosa. Quando la penosa ley trae dos penas, por la más ligera se deve judgar. ¡O padres, o vos, omnes sabios, logar tenéis en el baxo mundo de los nuestros muy soberanos dioses, no quiera dar la justa sentençia! La grand piedat vençe la crueça; venga ya la piadosa justiçia, e judgarán los sabios. El verdadero juizio es a mí por saber; mas la fama bella que la sabia Artemisa delibró de Mauseol hazen las solennes bodas; e cras; antes del alva, parten de Antiopía y toman las vías de Acaya. -¿Qué, qué? ¡O leal sierva mía! ¿Dónde o quién?

Creta: «En las plaças de Antiopía Mauseol es; la fabla dize las virtudes, e la salvaçión miraglosa loa la hija de Cirza e plañe la partida e ruega a Diana que truene el viaje.»

Madreselva: ¡Ay, ay de mi!

Creta: «¡Reina sin ventura, no tan agro llanto! De vos deprendí que en la siniestra fortuna muestra la virtut e la sabiduría. Et la Cirza encantadora, aunque fuerte plañía, llamava las artes por tener el mañoso griego; e la triste Adriana, partiendo Teseo, no çesava rogar la tardança.»

Madreselva: «Aquellos vientos que lievan las velas, llevarán los ruegos e las palabras.»

Creta: «La claridat offensa con la sentible oraçión detovo al tebano Teressias, e con su dolorosa epístola del seguro amor sopo retraer a Ineo de la prolongada vía, e no menos ama, ni es menos sabia la Madreselva. Escrevit que la fiel Creta, quando por morir leal dexó arder la fama e se cubrió de un manto que ya en quanto biva no rasgará, e aunque sea la grand noche oscura, el nombre e ropa viril representará el dolor e dará la carta.»

Madreselva: «¡O Creta mía! ¿Qué escriviré? No creas que ya a poder de falssar la letra mía, e escrevir en contrario del que mi encantamiento fue poderosa de aver por marido al que sin arte engañosa no pudo aver por amigo.»

Creta: «Todos males más pocos no hazen pavor: aquel que reina en la venturosa rueda razón ha de temer, e no quien reinó en los tiempos pasados. Escrive sin tardança e sabe oi mostrar todo su saber.»

Madreselva: «Escrivo, más ¿quién sabrá leer la letra? La tinta pluma haze en lo blanco los negros surcos, e la mengua de vista con sobra de lágrimas, no entiende salvo aquellas partes do viene el temor, e al menos son que yo oyo, allá me va el spíritu. Suelen temer los siervos a sus señores e con peligroso secreto ser sepultados. E yo de mí no confío, e temo aquellos que me obedeçían e solía mandar. Quanto es mayor el estado, menor es la libertat, e muy breve la gloria. No teme la pobre vileza de los fuertes tiranos, que siempre dessean reinar, con falso color ser ençerrada, ni de lo alto la grand caída puede libre mente amar, ir sola e venir, velar o se retraer quanto e donde quiere e no ay de quien temer, e yo, desventurada, so el nombre vano de señoría, soy hecha esclava, que un solo passo no me puedo mover, ni aun con terçera persona; e tanto he de temor que maginando en quien amo, pienso que soy entendida. Oi fuese clera la hija de Adelfa, que tales horas libres seyendo, la carta e la mensajera yo sería; mas si tan pobre de estado e virtudes a mí conoçiese, mirar sola mente a mí no querría, e con razón, que ni yo digna sería de tanto mirar, quando menos amar y d[e]él ser amada. ¡A, Mauseol! yo no soy clera de mí; ¿por qué fuyes? Ni ya soy aquella que digna me judgues de más amada; e yo de menor siempre contendía donde es la que tú predicavas. E la simple dava fe a las tus palabras, e quando éramos un día en fabla, que viste en el paño a Jasón, e te levantaste con tendido passo de en par de mí, e yo, menos fuerte, por te tener, salvar no podía la pobre figura, que en todo caso no la podrías desazer, ca la llamavas con imagen falsa de traidor de leal trabajo, e disfamo de los mançebos amantes. ¡O, o! ¡razón falsa! O, o ¡voz engañosa de omne encantado e encantador, más que de leal amante! Vençen los encantadores las fieras serpientes por sus sabias palabras e los caçadores las aves silvestres con sus dulçes cantos, e tú, una simple muger que en ti confía; aquesta sola sea tu ralea; aquesta sea tu gloria. E la sabia Minerva no dubdo vençieras, si los nobles tratados que sabes en artes de amar, segund que a mí, tú le movieras; ni sé coraçón que los pudiera resistir, aunque en dureza pasase al diamante oriental que todas las piedras, aun al saldo azero, pasa en fortaleza. En señal de amor durable, no digo de quien, a ti ofreçida la constante Elisa Dido, pobladora de Cartago, si como conquistada fue de los Maritanos, lo fuera de ti, tan casta no feneçiera como feneçió; ni reçibiera la sentible muerte que por mantener la fe al faleçido Sicheo, de su propia mano quiso reçebir, segund que por más dulçe estilo, agro que fue para mí, tú lo departías en la grand sala qu[e]el mi esclareçido padre viniendo de Acaya, tu clara naturaleza hizo a la gente estrangera e a los señores e dueñas de Calidonia, aquel listado día de nuestra primera conoçençia, quando, vista la tu tan fermosa demanda como traías de vengar por armas las biudas offendidas damas, y las faleçidas, robadas de su fama, restituir por sabiduría, no fui yo sola la que tú forçaste de su libre alvedrío por te hazer saber la secreta fuerça que me hazías durante la real fiesta, en fin de los bailes armenios e danças tebanas. E porque me entendieses, cantando dizía: «¡Favor ayas de quien amas, defensor de las damas!» Donde a mí todas siguieran; primera mente la muy desvergonçada con desonesto amor amante, viçiosa muger que amas, muy favorable se te mostrando, tanto que a mí no plazía, cativa. En aquel punto començó mi trabajoso espíritu prenosticar su mal por venir, que presente veo, e sentir los grandes çelos, que son las mayores penas, dexando las departidas, que sufren los amadores. E con sobra de saber me trabajava de la vençer e fui vençedora, cuitada, mas quedo vençida. Miémbrome, ¡cuitada!, que por pavor de aquella, dubdava de ti, e respondió: «Quando el bivo fuego hiziera paz con las aguas, e pudieren en uno bevir Mauseol sin la Madreselva, e verdadera mente amar a Artemisa.» ¡Ay, que los dos elementos guardan su promesa, y tú falleçes la tuya!

Y dirás por aventura: «Por salvar la mi vida, a mí me fue forçado de te falleçer.» Piadosa es la escusa, Mauseol, mas no perpetua, que la fe sin vida bive y la vida sin fe es sepultada. No digo debieras morir, porque, tú muriendo, en punto yo feneçería ni digo que devieras bevir, porque beviendo, yo feneçiese, mas todos que beviéramos o todos feneçiéramos, e no departieras en los trabajos e penas. El amor e compañía que en los avidos plazeres condenavas tú el padre de Ipólito, istoriando dizías: «La hija de Minus le dava el saber como saliese del laberinto, y le otorgava la fe, viniendo en muerte del Minotauro, e la fe prometida por engaño d[e]él.» Por ser el reprehensor d[e]él, devieras fuir el error, e aquel hijo de Egos dexó toda sola donzella de Creta en las desiertas riberas del mar Inio, mas no cativada en ageno poder, segund tú dexas a mí salva en tu libertat e tú a mí solitaria en la prisión tenebrosa. ¿Qué razón te mueve a lo fazer? No la siento, salvo por que te dexe. E por ti solo menospreçio el lecho de las bodas del muy graçioso Ortíodos, en fermosura el segundo Apolo o del valiente animoso hijo de Peneo e del sabio Carvido, e del muy dulçe sonante e suave cantante, e de la musa Clío, ¡O! ¿por qué tu padre vençido e tú prisionero en poder del mío, fustes por mi ruego restituido al reino de Acaya, donde agora lievas aquella que [por] reinar más que por te delibrar, con falssa lengua se juró forçado? ¿Qué fe deve guardar quando de los dioses la osa quebrantar? ¿O qué lealtat te podrá mantener la que ençendida en fuego venero, no se avergonçó de robar el ofiçio a los varones, e por tantas vezes, segund me dezías, te requirió, sin primero aver tu respuesta, e vista la tuya delante de ti no prevalecer, usó del encanto la deesa de la discordia, la causa causante nuestro grand infortunio? Mira los ledos serviçios que por venir en graçia de ti d[e]ella reçebiste e muy grandes feridas que en tu cuerpo oviste, e fuerte mente peleando el día trabajoso de la tu prisión, disfamo e vergüença que padeciste quando preso te veía levar por las plaças de Antíopa y logares públicos, las gentes que no conoçías; el grand peligro de la reçelada muerte en que a la hora te viste quando en el negro estrado, inclinadas amas las rodillas, veías sobre ti con la aguda espada muy airado el cruel sayón. No sin merçimiento la deves amar: E la Reina, deseredada no menos de la vida que del reino e de la fama, por ti la causante mas por ella dexar. Mauseol, ¡o, poco omne que bien te pueden llamar! ¿e por qué dubdas vengar la nuestra injuria? ¡No vengues la mía; usa del tu cuchillo, o cobarde! Demuestra que de una flaca muger no te dexas sobrar. ¡O ciego omne! ¡Mira lo que llevas, piensa lo que dexas! De las ti(e)ntas manos de las malvadas yervas con que suele hazer el encanto, no sabrá tener el poderoso encanto e cabellos sin trença tendidos, con que llama las artes e los dañados espíritus. La real corona no podría sostener de aquella sola es que la heredó, e de aquella es el çent[auro] que lo posseyó después del glorioso padre, e de la forçada ninfa, siempre vençedor Meleagro rey de Calidonia. Muévate a piedat la grand caída del estado real y clara generaçión do trayo mi naçimiento de ninfa sin par, Adelfa, y del grand Hércules, hijo del alto Jove en la selva Mena, do robó la vestidura al bravo león, fue engendrada; e por tanto, de la selva y de la madre aqueste nombre trayo de Madreselva. E tú que vengar solías las offendidas donas, aún a ti por conoçer, no quieres vengar la devida vengança a mí pues conoçes por ti offendida, abiva tus fuerças contra el tirano poder de Ardateo, ocupador de mi grand señoría, condenador injusto de mí. Delibra la cativa reina, tu propia muger, aún no conoçida, e toma la conquista del forçado yerro que a ti perteneçe. No temas del matrimonio ni de la fe segura. La primera a mí la diste. Aquella es la que vençe; la libre promesa priva la forçada. No vale el matrimonio por fuerça otorgado. El sacramento de otra no amar, que a mi primera mente por Palas y Juno feziste sin premia, deves mantener aquel solo, e lo guardar sobre todos. Llamo las nombradas deesas que te lo manden cumplir. E si lo contrario hizieres, la grand ira de aquellas que la destruiçión troyana ovieron causado con las infernales furias e penas mundanas, tu vida salva, con más poderío en ti se quieran mostrar; e ruego a la grande amargura e grand soledat e desamparo en que tú me dexas, de la quebrantada fe me den testimonio solitario. Ya comiença sentir la escuridat que por ella del alva se suele mostrar. Oyo le fazer el canto en la árbol, consagrada fe lo que prende a las faldas de la nombrada torre, donde yo sola guardo, por ti fago la vela. Hora es ya que fenezca e vaya la letra, la qual ruego que tú solo leas e no venga en poder de Artemisa, porque mayor gloria no aya de mi tristura. E aun si te recuerdas del primero amor, mandando que biva o muera, no tardes de me escrevir. Començada en la pavorosa cárçel, a la media noche, quando llegó a mí la nueva de cómo partías, e feneçida al tiempo que la desvelada, triste Madreselva, trabaja, e no puede alcançar a la muy alta finiestra por mirar si es de día e saber la hora.




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De Troilos a Breçaida

Ya en la estoria troyana nos es recontado por Dites y Daires disponedores de Troya, en cómo el obispo Colcas a los reyes y prínçipes y señores de la hueste de los griegos suplicó que embiar quisiesen demandar al rey Príamo de Troya y a la reina Écuba, muger suya, a Breçaida, hija del dicho Colras. La qual luego les fue embiada sin les ser detenida. E así mesmo nos es recontado en esta misma estoria los amores de Troilos, hijo del rey Príamo, y de la dicha Breçaida, y del cambio que ella hizo, tanto que fue en la hueste griega, trocando al dicho Troilos por Diomedes. E por dar fin y cumplimiento a lo que la dicha estoria nos ha recontado, queremos vos mostrar la carta embiada por Troilos sobre este hecho a Breçaida. La qual Ovidio Naso puso en el su libro de las Epístolas de las dueñas e comiença así:

Breçaida, si mi coraçón pensó, e mi seso ordenó, e mi mano escrive a ti en esta epístola razones que te no vengan en plazer, piensa si de las tales oir eres mereçedora. Muchas vezes mi coraçón es puesto en trabajo, pensando quál fue la causa o causas que tu coraçón movieron a dexar a Troilos, aquel que te tanto amava, hijo del muy noble Príamo, rey de Troya, e de la reina Écuba, e hermano del muy buen cavallero Etor. En los quales tú siempre hallaste mucho de algo, nunca te haziendo ellos minçión de la muy innorme e orrible alevosía que tu padre Colcas se mostró a hazer contra ellos, toda bondat e vergüença e honor posponiendo, notificando la respuesta que los nuestros dioses le dieron a nuestros capitales enemigos, lo qual a ellos dio grande esfuerço para no tardar su venida sobre nuestra muy noble çibdat de Troya. Nin fallo raçón alguna por donde yo de ti olvidado sea, o me devieres trocar por Diomedes, al qual yo soy çierto que amas, salvo si con tus dulçes palabras con affectión de amar demostradas, que me tú dezías, por donde me tenías a ti tan costreñido y animado, eran infintosas y falsas, captelosas y malas. ¿Dó son agora, Breçaida, las innumerables promesas, juras e sagramentos que tú a mí me hazías por el dios de Apolo al que nos llamamos Febo, y otrosí por Neptuno, dios de las aguas, los quales fueron en (h)edificar la nuestra çibdat, e por las santas reliquias troyanas, e por el nuestro Paladión, el qual es fecho a la imagen de Júpiter, infinitas vezes todos días no çesantes me hiziste, prometiste e juraste? Mas ¿qué te pudo dezir, Breçaida, pues veo ser cosa natural pareçer el hijo al padre? E así yo no he a maravilla ser engañado, segund mi padre, e tú engañadora, segund que el tuyo. Ya anda la tu fama por el ayuntamiento de los cavalleros de Troya, y a las dueñas e donzellas tan divulgado y común es ya el clamor de la tu fama e fecho entre ellos e ellas que, todas cosas dexadas, no departen ni fablan en al en los sus solazes e burla, e retratan de Troilos por que te tanto amava.

Miémbrate agora de la postrimera noche que tú e yo manimos en uno, e entravan los rayos de la claridat de la luna por la finiestra de la nuestra cámara, e quexávaste tú pensando que era la mañana, e dezías con falssa lengua como en manera de querella: «¡O fuegos de la claridat del radiante divino, los quales, haziendo vuestro ordenado curso, vos mostrades e venides en pos de la conturbal hora de las tinieblas! Muevan vos agora a piedat los grandes gemidos e dolorosos sospiros de la mezquina Breçaida, e çesat de mostrar tan aína la fuerça del vuestro grand poder, dando logar a Breçaida que repose algún tanto con Troilos, su leal amigo!». E dezías tú, Breçaida: «O quanto me ternía por bien aventurada si agora yo supiese la arte mágica, que es la alta sçiençia de los mágicos, por la qual han poder de hazer del día noche e de la noche día por sus sabias palabras e maravillosos sacrifiçios. ¿E porque no só yo agora tan poderosa de hazer constreñir y apremiar los vigorosos rayos de la claridat del día, como hizo Júpiter, que hizo creçer la noche en que Hércules nasçió segund que Daimira cuenta en su letra, e como hizo Melea por sus encantamientos venir los muy bravos toros de Mares que tenían los pies de azero duendos e mansos al yugo del mançebo griego, e adormeçer el velante dragón? E ¿por qué no es a mí possible de tirar la fuerça al día?» E yo, movido a piedat por las quexas que tú mostravas, levantéme e sallí de la cámara, e vi que era la hora de la media noche, quando el mayor sueño tenía amansadas todas las criaturas; e vi el aire acallantado, e vi ruçiadas las fojas de los árboles de la huerta del alcáçar del rey, mi padre, llamado Ilion, e quedas, que no se movían, de guisa que cosa alguna no obravan de su virtut. E torné a ti e díxete: «Breçaida, no te quexes, que no es el día como tú piensas.» E fuste tú muy alegre con las nuevas que te yo dixe. E aún me miembra más las palabras que me dixiste, corriéndote las lágrimas por las tus falssas mexillas al tiempo de la tu partida de la nuestra çibdat troyana. ¡O Infançilla! no me maravillo yo, nin he por grand fazaña la enemiga que tú feziste en tomar la vedija al rey Visota, padre de Alcatuena, por que cruel mente fue descabeçado por aver el amor del rey Minus de Creta, si lo tú tanto amavas como yo amo a Troilos. Ni tengo yo por grand fecho darte el amor, la tal atrevençia e osadía, ca juro yo por los nuestros dioses Venus e Cupido, que son poderosos de amor, que por escusar agora yo tal partida a mi corazón no dubdaría hazer semejante e aun mayor enemiga, pues que yo agora piense, Breçaida, que tú has bevido de aquella agua del río Lete que corre e pasa por las tenebrosas fonduras de los infiernos; el cual dizen los nuestros actos en sus fazañas que haze a los que d[e]él beven olvidar e fuir de la memoria todas las cosas passadas, para que tú tan ovieses olvidado todas las cosas amaras e promesas e sagramentos que heziste a mí que te tanto amava. E lenxos es de aquí, e no es cosa possible ni creedera; mas no hizo aquí menester el agua del dicho río Lete, ni alguna otra cosa de aquellas que prueva su poderío, aquella çédula a quien es recomendada la reminiçençia de la capaçidad, salvo la movible e no estable voluntat tuya e la poca firmeza del tu falso coraçón. Ame agora Diomedes a ti, Breçaida, e loe la tu presençia falssa. Ca yo soy çierto que non pasarán los tiempos muchos que por él no sean aprovados los dichos en mi epístola contenidos, e aquello que yo fallezco de mostrar de la tu poca confiança e movible voluntat. Yo soy çierto que breve mente lo él suplirá e acreçentará; ca el verdadero e fiel amor por largo tiempo se demuestra. E no dilato ni fago más larga razón en esta materia de deslealtat, la qual todos mis sentidos turba e ocupa; mas humil mente suplico e imploro a los nuestros dioses que por las sus santas admiraçiones e inmortales de perpetual memoria fueron e son inmortales, que tu innorme e orrible deslealtat aborrescan, e te hagan parçial de aquellas que las infernales furias e rabias padeçen por semejantes malefiçios e crímenes. Ca no eres tu menos digna de pena que las hijas del rey Danao, de Argos, las quales cruel mente mataron a sus maridos, ni que otras muchas que padeçen lo semejante.




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Carta de Breçaida a Troilos

La carta siguiente rescrive Breçaida a Troilos, e la qual ella se desculpa e salva de las cosas que Troilos por su epístola le escrivió, e mucho se quexa d[e]él por tan ligera mente creer contra ella, no seyendo así: E en fin le ruega se quiera trabajar por la recobrar; e dize así:

A ti, segundo Etor, conquistador de la fama, cabdillo de los troyanos, esparzedor de la griega sangre, la de ti offendida Breçaida, que por tu epístola no saludaste, con la presente te enbío saludes. Biven los passados por gloriosa fama, mueren los bivientes por trabajosa vida. ¿A qué parte bolveré o lançaré mi pensamiento? La voluntat me requiere antes de la escriptura dar la escriviente mano a la aguda espada; la razón lo desvía diziendo primera mente deva salvar la fama en tan grand fortuna. ¿A quál parte lançaré mis áncoras, daré fin a la penosa vida, o salvaçión a la denegrida fama? Bevir es morir, e finar la vida es sepultar la fama. Ninguna vía es a mí segura. ¿Qual seguiré? Usaré del cuchillo, o del rudo cálamo? Batallan los sentidos, vençen las partes de mí. La vitoria es por el rudo cálamo; pues ¿qué tardo de escrevir? ¿qué escriviré? Mesquina, no lo sé. Bástame asaz la justiçia para me poder salvar; falléçeme la sabiduría para lo saber mostrar. ¡Ay, que las lesvias musas me negaron su favor! ¡Ay, que las aguas de Leocadia, que hiçieron prudente a Serpio, no gustó Breçaida! ¿Qué pensaré, que la sentible passión me robó mi discreçión? Qué fablaré, que no oso contrastar a quien me solía mandar? ¡Affortunada! ¿qué haré, a quién reclamaré? ¡O menbrança sola de mí, desseado Troilos, actor de la estudiosa letra, robadora de mi lealtad! Da logar a la por ti condenada Breçaida que hable e responda en defensa de sí, e se demuestre ser inocente por aquel rudo estilo que las simples mugeres con poco saber traer solemos en nuestra escriptura. Oye primera mente la que sin ser oída condenas, y no des tan en punto creençia a la siniestra de mi razón. ¡O tú, cavallero constante, vençedor de las fuertes batallas, que las fuerzas de Archiles no temes, ni los sotiles engaños de Ulixes! No te consientas vençer de lieves y engañosas palabras, que siguen en pos de los vientos, e careçen de toda virtut. Considera bien el fin de aquellos que la tal relaçión te hizieron e dónde ovieron su naçimiento. Si de los cavalleros e dueñas de Troya, no les debes dar fe, que son enemigos de mi padre Colcas, e no es buen testigo en contrario del hijo el capital enemigo del padre. Si de la hueste a ti adversaria, ¿qué te mueve a la creençía? Como el sabio enemigo siempre estudia e piensa como pueda enojar a su enemigo, e del fiel le hazer el contrario, no te muevas airado contra mí por la nueva requesta que Diomedes me hizo de amores. Al qual çierta mente dizes que amo, que por foir la deslealtat de que me condenas, e no venir en despreçio de un semblante Rey, no sin grand misterio, aunque en proviso, yo le di tu sabia respuesta, que toda persona entendida judgara egual de silençio, diziendo: «Muy poderoso Rey, las profiertas de vuestros amores al presente yo no menospreçio, ni me plaze de las reçebir, ca yo he dispuesto en tal guisa de mi coraçón, que no me conviene responder otra mente a vuestra excelençia.» En lo qual, si yerro o maldat cometí, quiero tú solo jues seas de mí. E quando por tu discreta memoria deliberada mente lo quisieres tratar, hallarás que usar de silencio yo no podía con un tan magnífico rey sin tocar en muy grand desmesura, pues que yo deviese menospreçiar sus palabras, o venir en muy agra e esquiva respuesta. ¿Qué restava a las dueñas silvestres que punto no saben de gentileza e en semblantes requestas suelen offender a los gentiles ombres, e ser después d[e]ellas muy offendidos? Esto no convenía a dama de honor, e menos a la noble en linaje Ipodomia, naçida e criada en tanta destreza. Conoçido yerro en que me veo caer por solo venir en loores de mí, mas no en offensa alguna de ti. Ni te vença la ira, porque al dar a ti de la salva, yo aya perdido el guante de la mi mano diestra, e después sea venido en poder de aquel. El qual fue perdido, mas no ofreçido; fallado, mas no otorgado; y no sin grand vergüença yo pudiera venir en busca o demanda de un pobre guante ante tantos señores. Por ventura te fue ingradosa la vana profierta que me hizo del tu conquistado coser, e respuesta que di al mesmo traedor de aquel suplicante en voz del señor a mí, que oviese membrança de quien la oviera e avía de mí, offreciéndome el presto coser de Troilos, aquel que a mí e yo tanto amava; al qual sin error terreçer, estudiosa mente yo respondí, refiriendo a ti, no a él, mis palabras, que desamar y olvidar no podía un tan verdadero de mí amador. Lo qual, si bien quisieres pensar, aver devrías en grado, considerando que tu conoçido cavallo ya no es en poder de tu enemigo para que en él pueda batallar contra ti; e segund la grand bondat de aquel, no deber hiziera, no dubdes tú, si tan aína él no se comidiera a me lo embiar, por esta sola causa yo no tardara de lo demandar. Si oviste por agravio de lo ir visitar el día de la déçima quarta batalla, quando a el e al rey Menelao e al emperador de la hueste, Agamenón, feziste en tierra venir mortal mente feridos con la punta de tu pavorosa lança, no deves aver, segund creo sabes, despartida la cruel batalla por el retraer de Apolo a la casa ocçidia, los prínçipes danos entraron luego en consejo secreto en la çercana tienda de aquel, por ser de los reyes el más mal ferido, con gran sentimiento tratando vengança. E yo, respirando con mucha alegría, por conoçer que tú solo eras la nueva e el pavor de campo, vino a mí el barrunte del contra ti movido trato, que del todo me entristeçió; al qual, por saber e a ti revelar, fengí ir en vista del tu conquistado; donde por sola venida de mí, todos fueron en continuo silençio; del qual, si sabidor eres, no te debes asegurar, e si leal amador, ni por esto a mí condenar. No esquives no aver a maravilla ser engañado segund fue tu padre, e yo engañadora, segund que el mío. No devías por el yerro dubdoso del padre condenar la çierta innoçençia del hijo; como a las vegadas el viçioso padre engendra virtuoso hijo, e contraria mente. Si bien entendiste la antigua estoria del muy viçioso rey Danao de Argos, que en fin de tu letra, escreviste, hallarás que en los viçios su hija Ipermestra virtuosa mente lo despareçió.

Así que no es propia razón pareçer el hijo al padre; e ya sea que pareçer le deviese natural mente, no es contra naturaleza el hermano menor pareçer deviese al mayor. E así, si Paris, tu hermano mayor, quebrantó la fe a la ninfa Oenone en amar a Elena, bien se sigue que tú, su hermano menor, la oviste falssado a la triste Breçaida. Lo qual, pues de ti no me plaze oir, como sea la verdat en contrario, por esta razón, a lo menos, no devías de mí conçebir... Miémbrate como fue destruida la noble çibdat de Lernesina, criança y hechura de mí, apartados de la humana vida mi antigua madre, marido, hermanos, más dignos de piedat que de pena, a las crueles manos de tus enemigos, en vista de los quales la sangre innoçente reclama vengança, contrista e refresca las mis entrañas. Pues ¿quál voluntat lo conçibe e naturaleza consiente que yo pueda venir en amor de los que tanta me hizieron de offenssa? La qual, si no puede vengar una sola muger, cativa en poder de aquellos padeçeré que deva mostrar continençia de enemistat, o fengirlos amar e desear su victoria, guardando los tiempos con buena esperança.

¿Qué dizes, airado amador? ¿No respondes? ¡Ay, mezquina, yo agora me pensava razonarme contigo e no ser tan alexos de ti! ¡E tú, muy loada epístola, no respondes más por el ordenador, desque heziste la triste embaxada, luego enmudeçiste! ¡O muda epístola, que más no hablas de una sola vez! No dubdo yo, si el poder de la fabla a ti fuese dado, que tú no judgases ser grand sabiduría saber encobrir la enemistat donde no puedes aver vengança. De lo qual, si gloria o loor no reçibo, segund justa mente devía, no reçiba corona de deslealtat, que te plaze a mí dar, Troilos. Mejor mereçía, segund por la presente te enseñaría, aviendo conjecto para lo dezir. ¡Condenas a mí de la fe quebrantada por ti, porque me plogo de la guardar quando la vi a ti quebrantar! Bien la quebrantaste quando las selvas e los caminos eran allanados por los mis clamores porque no me consintiesen apartar de ti; e los oías e eras la guía en el mi destierro. E aun si bien te recuerdas del planto esquivo, actos e cosas pasadas por mí la noche que dizes del nuestro despedir, aún agora no se me olvidan las grandes instançias e suplicaçiones que durante aquella escura tiniebla, por mi ofreçer a ti, no çesava, las rodillas pronas, a grand pena gimiendo, seyendo muy contristada delante de ti diziendo: «¡Piedat ayas de mí sola, que la puedes aver; y más no te cueste del solo querer! No vengas en tanta deslealtat e crueza que padezca y biva solitaria de ti e vaya en poder de tus enemigos. Sé que asaz poco pido. No digo que dexes la soberana madre por la forastera amiga Ipodomia, ni por mí dexes al magnífico padre tuyo, segund que yo dexo al mío por ti; mas sola te pido merçed, que no pierdas tu fama, ni pierdas tu sierva e el nombre leal e ardit que possees no quieras trocar por el nombre contrario. El qual no descreas aver, quando una sola amiga que dezías posseer, reclamante socorro de ti, consientes levar, tú poderoso de le socorrer e presente seyendo, e no le valer. Si el famoso Hércoles, vençedor de la ira del bravo león en la selva Idam, no oviera mejor conquistado su amiga, el çentauro Neso biviese oy, e el vitorioso hijo de Altimena no oviese gloria de tu vençimiento, ni los días alegres e noches plazibles que después ovo, oviese con Daimira, lo qual, si a ti cayera en plazer, segund que a él, el domante yugo de fiel amor, egualmente te apremiara.»

E por el grand poder que tenías, tú lo pudieras bien hazer e desviar sin ninguno te lo contrastar. ¿Pues quál fue la causa infortunada? Yo no lo oso dezir, ni condenar a ti justamente, injusto condenador de mí. No digo seas a mí desleal, segund que dizes yo ser a ti, mas digo que tu condenado antes que naçido hermano, lançado a las fieras de la selva Idra, conoçido por desleal, fue más constante a la hija de Leda, publicada por infiel, que tú fuste a mí, desierta de aquesta mançilla. ¡O bien aventurada Elena, que tantas venidas de reyes e prínçipes viste en sola demanda de ti, e por solo contraste e defensa de Paris! Aun oy días te çercan los muros de Troya, e no embargante por aquesto de ti fallesçidos sean el valiente e glorioso Etor, Protesalao Humenco, Meneo, Archílogo, Protenor, Ortamo, Patruclon, Upon el gigante, el Rey de la loriga, e otros innumerables reyes, duques, condes e cavalleros e altos señores, e toda la señoría del universo, solo por ti perezca de cada día. No veo çessar al tu amador ser firme e constante en tu buen amor. Mas, ¡o sin ventura Breçaida! ¡que no fuste bien demandada quando luego fuste otorgada, sin que ninguno se adoleçiese ni memoria oviese de ti! Por cuya represa nueva mente la guerra no començara, ca días avía que era començada, ni se dexara de continuar, pues que ya rendida, toda vía se esforçó. ¡O divinal providençia de la causa primera! ¡O assoluto poder de la alta espera! ¡O reinante en la irsa del polo! ¡Juno, Minerva, contrarias deesas a las partes frigias, qual declinante derecho odiano, o pasante calurio al punto terçelario, pareçe que al demandante marido su propia muger no deva ser otorgada, e la triste viuda Breçaida al cruel matador del suyo no deva ser denegada! ¡O infernales dioses Plutón, Minus, radiantes prínçipes de los nueve çercos, poderosos en las furias e penas de las escuras tinieblas, lançad del mundano e çelestial regimiento a los nuestros soberanos dioses Jove, Júpiter, Saturno, Géminis, Mercurio, Apolo, Paris, Vulcano, Neptuno, Solorto, Bivero, justos de aquel juez de tanta desigualdat! E tú, la causa de mi infortunio, término de la gran adversidat mía; ¿e quál viento boreas, zéfiro, haustral, bolvió las alas del tu coraçón a pensar de mí el pensamiento contrario? ¡No pienses que aya olvidado el día de la déçima quarta batalla, quando en vitoria de tus enemigos quinientas naos e más les quemaste, el campo e las tiendas de aquellos les robaste; mas no veniste en robo de mí que, vista la rota, con prestos los cargos de todas mis joyas, arreos, jaezes, afferes, esperando quando vernías voluntarioso para me levar; pero más quesiste venir en despojo de la rica presa que de la esperante amiga Ipodomia! ¡O amante Fedra! das tu querella del tardante nieto de Egeo, dios del mar, hijo de la ninfa e de Teseo, no venido al tiempo por ti esperado, forçado de la grand tormenta del mar por contrariedat de los vientos levantes con solas sensulares velas, de largo corrientes por los altos mares! No oviste razón de te querellar a comparaçión de la triste Breçaida, ni te dar a la sentible muerte que por sola tardança e soledat de aquel, solitaria prendiste en la grand escuridat del desierto. Si por ventura las naves entraran los puertos de Redope, e el capitán de aquellos no viniera en demanda ni vista de ti, e llevara en un punto las anclas, haciendo la vía contraria, a la hora pudieras tú bien dezir: «Faleçida es la fe e la buena esperança», e dar de ti el mal cabo que diste; mas no por la vía que te a ello moviste, haçiendo el todo su dever por llegar a las tus riberas. E la grand fortuna le seyendo contraria, e después arribando a las flumarias del sitio, entendido el doloroso fin de tus días, no tardar con mucha tristeza abraçándose con el tronco del árbol seco en que, por admiraçión de los nuestros días, dado el espíritu, fue convertida; el qual, luego en punto reverdeçió, demostrando en sus verdes hojas ser de aquella naturaleza de árboles que almendros dizen en las partidas de acá, los quales antes de tiempo pierden sus flores, según que te era fallida la firma esperança. No dirán así de la triste sin ventura de mí, que antes de tiempo aya perdido la mía, como el tiempo esperado sea passado e venido aquel que mejor me fuera no ser venido. El qual vino, mas no por mí, a las tiendas, mas no a la mía; más quiso robar el pavellón valioso del muerto Palamides, que levarme por su prisionera, aunque fui largos tiempos carçelera de su coraçón. ¡O desamada amante Ipodomia, venida en tanto despreçio al tu amador, que las preçiosas cosas le fueron más caras que tú! Si movido por avariçia, que siempre enemiga te conoçí, no devieras por otra dexar la mi tienda, a la qual en valía ninguna de Greçia se puede egualar; ni a ti se escondía el grand thesoro e aver de mi padre e yo ser muy más arreada que las generosas damas de Frigia; si por solo pavor, que en tu coraçón nunca pudo entrar, pues vençedor eras, a tu salvaçión me pudieras levar; mas aquella lealtat e firmeza que me vieron a ti consentir en el mi destierro, te hicieron retraer del alcançe. E ya que no te plazía venir por me levar, ni porque saber te plug[u]iese de mí, vinieras siquiera a desfiuzarme, porque yo nuevas supiera de ti, e sola mente dixeras: «¿Mueres o bives, cativa muger de Lernesina? Si bives, bive, que yo vida hago.» Mas a quien denegavas la vista, no veo como otorgases la fabla. Bien pueden dezir los nuestros coronados poetas so la verde yerva, no aver sido tan ocupados en perpetuar por su escriptura las fazañas de los tus amores, que por bien amar e te dar a mí cometiste, como fueron en estoriar el peligroso paso que el leal amador Leandro, reinante la madre de los volubles amores, passó vegadas sin cuento por se dar a Hero, su bien quista señora, nadando por las bravas ondas del esquivo mar, batallando con las serenas e dalfines soflantes, peçes e belfas marinas, llamando el favor de Diana e Boreas de los vientos. Saliçia, muger de Neptuno, e Vinilia, deessas del mar, hasta llegar al çercano molle de sus palaçios, donde en vista sola de aquella, luego en punto recobrava sus fuerças, e los grandes fríos vençidos fuyen de la calor natural, en gran reposo e desseada folgança de sus trabajos; a los quales e muy más mayores no dubdes por ti me ovieras offreçido, si Breçaida fuese otra Pantasilea, como tú, Troilos, eres otro segundo Etor. ¡Ai! que si bien sopieses quántas vegadas por me dar a ti engaño la noche, desdigo las velas e guardas del campo, e sola me toma el gallo cantante, llamando a la puerta dardania que hallo çerrada, e ningund troyano me quiere abrir; por que faleçida de mi pensamiento, maldiziendo mi ventura, es por fuerça de me retraer e retraída me dar a la secreta contemplaçión, en lo qual me toma el sueño, e en toda la noche no me parto de ti, que siempre querría que durase! Deplázeme quando viene el día, e Titán comiença a abrir las finiestras de la oriental casa, e estiende su vista a los montes Crinedes, consagrados al alto Apolo, e me hallo a la hora alongada de ti e de los sueños muy engañada. E aún más te digo, que la noche passada que truxo el día de la déçima quarta batalla me viera çercada de una grand roca donde abaxava un emperador e una semblante emperatriz, e grandes compañas de príncipes, reyes, damas e cavalleros e gentiles hombres, que a mi pareçer andavan todos de guerra; e pensando refrescar de las armas que dexado avían, por se dar al reposo, he aquí donde viene en sitio d[e]ellos un cavallero, su yelmo enlaçado de todas pieças, en punto, e dos antiguas dueñas con él; la una le dava la lança, e la otra le sirvía [el] estandarte, todos solos gridando: «¡Batalla, batalla!»

E de tal son combatían la roca, que a poca de la hora entraron por fuerça, destroçando e a todas partes firiendo, hasta venir en alcançe de la rica vandera imperial e prisión del alférez e de çinco cavalleros que tenía de guarda. En el qual instante, yo pavorosa desadormeçí, por vía que más no me tornó el sueño; e desvelando mi pobre sentido, affligíame por venir en el çierto juizio de la tan miraglosa revelaçión; e segund la interpretaçión que le dava, tristeza e alegría me acompañava. E con este solo cuidado engañava al tiempo, e aun me restava el día siguiente e la noche, que en al no pensava; e trabajado el espíritu, me adormeçía, et adormeçida, segunda vez me veía en la roca, a las partes donde era la emperatriz, cubierta de una manto oscuro, cubriente el estado doloroso de duelo, diziendo muy triste en guisa de planto: «¡La nuestra muy cara Ipodomia, amante, parte sana del nuestro grave dolor! No tardes lançar sobre ti las saldas armas de paçençia, a mostrar tu firmeza contra las fuerças de la grand tristura que oy espera batallar contra ti. Deseas venir en conoçimiento de los grandes secretos que traen çelados los varios sueños: tal sabiduría es a ti ascondida e fuye de vos los mortales; la qual, pues tanto procuras saber, aunque sea en daño de ti, a nos plaze de te revelar. El emperador, señor de la roca, que viste en magnífico trono con las bolantes alas ardientes en flamas, es el alto Cupido, nuestro amado hijo de nuestro inflamado marido Vulcán, obedeçido señor de la roca, que es la voluntat firme del leal amador. El cavallero esforçado que la conquistó es el tu desamante amado Troilos, por el qual sólo eres de nuestra valía, alcaide que solía ser de aquella. La antigua dueña que le dava la lança, es tu grande enemiga la olvidança. La que le dava el estandarte, es la deslealtat, que d[e]él no se parte. E el alférez mayor que levó el prisionero al su pavellón, es su faleçido e desleal coraçón. Los otros presos çinco cavalleros son sus çinco sentidos, que solían guardar la nuestra roca del bien amar. La muy trabajada emperatriz que vees plañir e gritar de tal son, es la deesa mayor de las deesas, que, testigo Paris, robó la mançana a Palas, por la grand exçelençia de su resplandor.» E afinando en estas palabras, clarificada la tenebrosa cámara, en punto la deesa me despareció; e yo recordando, vañada en lágrimas, de cuitas aviendo, enojos pasando la creençía horas denegando, segund me traían los primeros motus, después del esquivo e doloroso llanto toda de negro me luego vestí. E si lealtat, tristor e desseo un solo momento se parte de mí, hago testigo a mi coraçón; lo qual ya aquí dexo de escrevir por no te enojar con luenga epístola. La qual, si más larga verás que la tuya, no te maravilles, como sea mayor la querella. Besa por mí las manos a los muy esclareçidos rey Príamo e reina Ecuba, tus progénitos e a tus hermanos Paris, Eleno, e a la sabia Casandra, e al Poliçena e a la griega Elena. Reparte por mí las saludes, e no dexes por saludar a la triste Andrúmaca e al graçioso niño Anastianes, hijo de Etor. Ruego a los nuestros soberanos dioses que lo quieran guardar, prosperar e prolongar la vida, en devida vengança del faleçido padre. E tú la esperança nuestra, firme colupna del alto Ilion, solo amparo de los muros de Troya, esfuérçate en amor e membrança de mí, quebrantando la fe a los sueños, demuestra tus fuerças por me recobrar, en desfaçión e estrago de tus enemigos. E de las saludes, pues tú, Troilos, eres el repartidor, faz que no restes con la menor parte. De sitio griego, con mucha tristura, a la octava después de la déçima quarta batalla.








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