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- XVIII -

La misión de la mujer


Dibujo letra H

Hoy le toca a usted, mamá, decía Blanca, papá ha salido y como prometió que usted nos hablaría del destino de la mujer, me parece que nos cumplirá la palabra, o mejor dicho me la cumplirá, puesto que aquí no hay más mujer que yo.

-Cuando lo seas, replicó Jacinto.

-Pero vosotros no lo seréis nunca.

-Seremos hombres, que vale mucho más.

-Sobre eso hay varias opiniones, dijo la madre.

-De todos modos, estáis aquí de más, insistió la niña.

-Si mamá lo manda, nos retiraremos, dijo Basilio; pero si nos lo permite, puesto que ya tenemos aprendidas nuestras lecciones, tendremos el gusto de escucharla.

-Eso es hablar en razón, replicó la madre, y no tengo inconveniente en que os quedéis en nuestra compañía.

-Nos quedamos, pues, repuso Jacinto, y así cuando alguna joven nos pida consejo acerca de su destino y ocupaciones,   -214-   le podremos contestar con conocimiento de causa, como decía mi hermanita cuando se trataba de las carreras de los hombres.

-Dijo tu padre entonces, que tú, Blanca, o cualquier señorita podía obtener un título profesional, y ahora lo tenéis explicado, pues al decir que en las escuelas de niñas se enseñaba todo lo que necesita una mujer para ser buena esposa, buena madre y excelente ama de casa, debisteis comprender que habría señoras bastante instruidas para comunicar a las alumnas los conocimientos necesarios.

Hubo un tiempo en que se creía que para ser mujer de su casa bastaba saber guisar, barrer, coser y remendar la ropa, y a lo sumo leer y mal escribir, y aún en época no lejana, se decía que la instrucción era perjudicial a nuestro sexo; como si la criatura humana no amase más a Dios cuanto más por sus obras le conociese; o como si las facultades intelectuales de que el Creador nos ha dotado, estuviesen destinadas a no recibir cultivo ni desarrollo alguno, quedando en completo abandono tan preciosos dones, con que al igual que al hombre nos ha enriquecido.

Hoy se comprende que la mujer puede y debe instruirse, cultivando las facultades de que acabo de hablar, sin perjuicio de ocuparse en el gobierno de la casa, lo cual ejecutará con tanto mayor acierto cuanto sea menos ignorante. Dicen algunos que si nuestro sexo poseyese ciertos conocimientos desdeñaría las faenas y ocupaciones que nos son peculiares; pero si esto podía verificarse en alguna vanidosa, no sucedería de fijo en las de recto juicio, y tanto menos cuanto este se hallara más desarrollado. Sin ser instruidas, y por lo mismo que no lo son, vemos hoy mujeres que no tocan una escoba, unos zorros, ni una plancha, ni mucho menos un puchero por no encallecer sus blancas manos; y hasta os diré que las hay capaces de abandonar sus hijos pequeñuelos a personas extrañas, por ahorrarse las molestias y trabajo de la lactancia, que marchita la tez y es causa muchas veces de que, pasando malas noches prodigando sus cuidados   -215-   al tierno angelito, se levante la madre pálida y ojerosa. Se comprende que cuide tanto de conservar la belleza física la que no tiene otra cualidad; pero quien posea la hermosura del alma, la virtud, el talento y la instrucción, dones que no se pierden con los cuidados maternales, con las enfermedades, con la vejez, ni aún con la muerte (pues acompañan siempre a su espíritu inmortal), ésta no debe temer que el cumplimiento de sus deberes marchite sus atractivos.

Vosotros tendréis noticia de la revolución española de 1868.

-Sí, señora, contestó Jacinto, hemos leído eso en nuestro compendio de Historia de España: destronaron a Doña Isabel 2ª, convocaron Cortes constituyentes y...

-Calla, calla, no te han preguntado tanto, interrumpió Basilio.

-Pues bien, cuando en una nación tiene lugar uno de estos acontecimientos, se llevan a cabo en poco tiempo reformas que debían ser obra de muchos años; y como la opinión no está preparada ni ha llegado la sazón oportuna para tales reformas, son como las primeras flores de la primavera que, anticipándose a la estación, mueren de frío en la primera noche de escarcha.

Digo esto, porque a raíz de la revolución de Septiembre, es decir, en el año próximo de 1869, el Gobierno provisional del Duque de la Torre dictó un decreto para que las mujeres pudiesen matricularse en Institutos y Universidades y cursar, cualquier carrera lo mismo que los hombres. Apresuráronse algunas jóvenes, no muchas a la verdad, a usar del permiso concedido; pero fue lo bastante para probar que la debilidad física, que se atribuye a nuestro sexo, y la viveza de imaginación de que, sin disputa, nos hallamos generalmente dotadas, no están reñidas con la disposición para aprender una ciencia cualquiera, ni con la perseverancia en el estudio.

Decía que tales progresos son como flores de primavera, y en efecto, otro decreto dictado poco después de la restauración, dispuso que las alumnas matriculadas para los estudios   -216-   de segunda enseñanza o de facultad continuasen, si querían, hasta terminarla carrera; pero que no se admitiesen nuevas matriculas.

En aquel corto período llegaron a obtener el doctorado en medicina algunas señoritas que cursaron con brillantes notas, otras estudiaron farmacia, sé de alguna que ha concluido la carrera de ingeniero o no sé si diga ingeniera industrial; y otra de profesora mercantil. Creo, a pesar de todo, que el seguir una de estas carreras y sobre todo el ejercerla es más propio del hombre que de lo mujer; si bien, la farmacia por ejemplo, o la medicina tratándose especialmente de enfermedades de señoras o de niños, la podría desempeñar una persona de nuestro sexo; pero siendo muy cierto, como decía tu papá, que sobran hombres de carrera, y ninguna de ellas da de sí lo suficiente para que vivan todos los que a su ejercicio se dedican, sólo faltaba que fuésemos nosotras a hacerles la competencia, para que no pudieran ganarse el sustento.

En Inglaterra, en los Estados Unidos y en Alemania es bastante frecuente que una señorita obtenga el bachillerato, la licenciatura y hasta el doctorado en cualquier facultad; en nuestro país, puede decirse que no hay más carrera para las jóvenes que la de maestra de primera enseñanza, carrera que, si no enriquece a la que a ella se dedica oficial ni privadamente, ofrece un medio muy decoroso para vivir del producto de su trabajo a una viuda, a una huérfana o a la hija de padres poco acomodados, a quienes ayudaría y sostendría en la ancianidad, teniendo al propio tiempo la dulce satisfacción de ejercer la más noble de las profesiones: el sacerdocio de la enseñanza; tomando las niñas de manos de sus padres, que delegan en ella su autoridad y le entregan criaturas siempre ignorantes y muchas veces llenas de vicios y de defectos, para que las devuelva en su día hacendosas, corregidas de sus faltas, modificadas sus inclinaciones aviesas e instruidas en todo lo necesario para hacer la felicidad de su familia.

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Yo había oído decir, dijo Blanca, que también había chicas que estudiaban y hacían oposiciones para la carrera de Telégrafos.

-Así es en efecto, pero hoy por hoy, la joven que a esto se dedica no pasa de auxiliar, y no creo que en lo sucesivo ofrezca tampoco ese cuerpo un gran porvenir para nuestro sexo.

-Papá no nos dijo nada de la carrera de Telégrafos, dijo Basilio.

-Ya lo observé, respondió la madre; quizá fue un olvido suyo, acaso le faltó tiempo, o sería que considera estos empleados y los de Correos como los demás de las oficinas del Estado.

-Y ¿es buena esa carrera de empleado?

-Según: la de Telégrafos no es mala, porque está constituida en cuerpo facultativo, requiere estudios especiales, se ingresa en ella por oposición y se asciende del mismo modo; pero en la mayor parte de las oficinas de la Nación, empezando por las de los ministerios y concluyendo por las de los ayuntamientos, como se entra casi siempre por favor o recomendación, sucede muchas veces que en los cambios políticos quedan cesantes muchos empleados, cuyas plazas se aprovechan para colocar a los amigos, parientes y recomendados de los nuevos jefes de oficina.

-Y ¿qué se ha de estudiar para ser oficial de correos o de telégrafos?

-Para correos, basta la enseñanza que se recibe en una buena escuela de lª enseñanza, dando un poco más de extensión a la Geografía; pues de no estar bien enterado en ella el que distribuye las cartas, podría extraviarse alguna o llegar más tarde a su destino, por ignorar la situación del pueblo, o la vía férrea, carretera o línea de navegación que al mismo conduce. En cuanto a los telégrafos es otra cosa, pues, dependiendo su mecanismo de la electricidad, los principales empleados han de estudiar Física.

-He oído decir, añadió Jacinto, que también Matemáticas.

-Es cierto, y alguno o algunos de los idiomas de las naciones   -218-   que más comunicación tienen, con la nuestra, para poder descifrar los telegramas que vengan en el lenguaje de los expresados países.

-¡Magnífica cosa es por cierto comunicarse por medio de un alambre un pueblo con otro, y hasta un continente con otro continente!

-Yo he visto los postes y los alambres telegráficos, dijo Blanca, pero no sé como pueden correr por ellos las palabras.

-Te daré una ligera idea, querida mía.

Los alambres están en comunicación con un aparato productor de electricidad, que se llama pila. El telegrafista encargado de comunicar los telegramas interrumpe o agita según conviene la corriente de dicho fluido, produciendo vibraciones que en la estación receptora se traducen en puntos y rayas, combinados de un modo convencional, tan inteligible para los que las reciben como para nosotros las letras del alfabeto.

-¿Y dónde se marcan esos signos convencionales?

-En una cinta de papel fabricada expresamente con ese objeto, y la cual se va desarrollando y apareciendo en ella dichos signos.

-¿Y para qué sirven aquellas campanas de loza o porcelana que están junto a los palos o postes?

-Llámanse aisladores, y como su nombre indica, tienen por objeto aislar el fluido eléctrico del contacto de la madera, que siendo un buen conductor, se apoderaría de una parte de él e interrumpiría la corriente.

-¿Y con los chismes aquellos de porcelana no sucede eso? -No, porque la porcelana, como el vidro y el cristal, son malos conductores.

-No lo entiendo mucho.

-Pues dejémoslo estar, y ocupémonos de la misión de la mujer, objeto predilecto de la conversación de esta noche, y del cual nos hemos separado.

-Una pregunta no más, mamá mía.

-Habla hija, si tanto te interesa.

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-¿Dice usted que de un continente a otro van telegramas?

-Sí, y de una isla a un continente.

-¿Y cómo ponen los postes?

-No hay postes: el alambre está sumergido, descansando en el fondo del mar como una enorme serpiente, y sólo sus extremos salen a tierra.

-¿Y no se escapa la electricidad por el agua?

-No, gracias a un tubo de caucho que envuelve el cable eléctrico en toda su longitud, haciendo el efecto de aislador.

-¿Qué es el caucho?

-Una materia impermeable, semejante a la goma o guta percha.

Decía, pues, que la carrera única a la cual puede dedicarse una señorita, no con gran lucro, pero sí con mucha honra y decoro es la de maestra de 1ª enseñanza; por lo demás, su instrucción puede ser tan lata como permitan las facultades intelectuales de cada una en particular, y el tiempo y los recursos materiales de que pueda disponer durante su primera juventud; pero bien entendido, que los estudios a que se dedique nunca deben impedirle el que se ejercite en trabajos de aguja, es decir, en las labores propias de nuestro sexo, y sobre todo, que adquiera práctica en el arte culinario, que sepa limpiar una habitación, hacer una cama y llevar el gobierno de la casa.

Los partidarios de la ignorancia de nuestro sexo suponen que a estas últimas cosas únicamente debemos consagrarnos, pero a mí me parece poco, para llenar la existencia de un ser espiritual e inteligente, ese trabajo material y rutinario de la plancha, la aguja y la escoba, y más poco todavía para ponerse a una altura no muy inferior a la del esposo que se elige por compañero, y algo superior a la de los hijos que se están educando y cuya dirección Dios nos confía.

Creo también que la mujer que ha aprendido lo suficiente para ponerse al frente de un establecimiento de educación, cuidará de sus hijos mejor que la ignorante que sólo, posea el ciego instinto de la maternidad; que la que tenga   -220-   algunas nociones de higiene, de fisiología, etc., cuidará mejor a un enfermo que la que sólo por rutina ejerza esté útil y sagrado ministerio; que la que sepa aritmética llevará mejor la contabilidad de su casa y ajustará con prudente exactitud los gastos a los ingresos; que con estos conocimientos y algunos otros, estará en el caso de aconsejar a su marido y aún de sustituirle en caso de ausencia o enfermedad según la profesión a que aquel se dedique, y, sobre todo, que en el día de la viudez y la orfandad, la mujer instruida tendrá más medios de libertarse de la miseria que la que se halle sumida en la ignorancia.

Suponen los adversarios de la ilustración femenina que la mujer en tales condiciones perdería algo de la dulzura de su carácter; pero no hay que abrigar semejantes temores, pues la que tenga un corazón sensible, la que sea modesta, afable y cariñosa por naturaleza, nada desmerecerá por cultivar su inteligencia: creer lo contrario, valdría tanto como suponer que la flor que se cuida y se riega, pierde su perfume; que el diamante pulido no es piedra tan rica como el que se halle en bruto, o que el género de un vestido no es tan fino y tan suave porque la hayamos dado elegante forma.

La misión de la mujer es ser respetuosa hija, amable esposa, madre previsora y prudente ama de casa, y tanto mejor cumplirá estos deberes cuanto mejor se haya educado su inteligencia y su corazón. Por lo demás, por instruida que sea una señora, como quiera que sus deberes la retienen en el hogar, y los libros no le privarán de atender a cosas tan gratas como necesarias, experimentará un placer al coserla ropa blanca de su marido, al bordar y guarnecer con encajes las camisetas del nido de pecho, al cortar y coser el traje de la niña y al ejecutar tantas y tan variadas labores como podemos hacer en el día, gracias a los adelantos que en este ramo se introducen y que son el encanto de la mujer hacendosa.

-Como hace usted, querida mamá, que trabaja tanto y tan   -221-   primorosamente... -Al llegar, aquí Blanca dió un grito y con un brusco movimiento se levantó de la silla.

-¿Qué tienes, hija mía?, preguntó con inquietud la madre.

-Mire usted lo que me ha caído encima, y mostraba una pequeña araña, pendiente de un finísimo hilo.

-No es nada, dijo la madre, una arañita. Mira, ella también estaba trabajando.

Jacinto dió un manotón al animalillo, le hizo caer al suelo, y poniéndole el pie encima lo aplastó diciendo:

-Insecto importuno, ya tienes tu merecido por haber asustado a esa melindrosa, e interrumpido las agradables explicaciones de nuestra querida mamá.

-Ya había terminado, dijo la madre; pero debo advertirte que el inocente animal a quien has quitado la vida no es insecto.

-¿Pues qué es?

-Un animal de otra clase especial, parecida a la de los insectos; pero que no son insectos y que se llaman arácnidos.

-¿Y dice usted, mamá, que estaba trabajando?, preguntó Blanca.

-Sí: estaba tejiendo, con paciencia suma y habilidad que sólo existe en su especie, su finísima tela.

La araña casera, animal bien conocido, tiene (como habréis observado) ocho patas, su vientre es grueso y provisto de cuatro glándulas, las cuales segregan un líquido, que al ponerse en contacto con el aire se convierte en hebras sutilísimas; pero tanto que cada una de las glándulas produce muchos hilos, generalmente mil, y reunidos los de las cuatro forman una cuerda más delgada que el más fino hilo de encaje, de modo que como aquel cordón consta de tres o cuatro mil cabos, apenas se concibe la delicadeza de las sutiles hebras primitivas, pudiendo asegurarse desde luego que escaparían a la vista del hombre por muy perspicaz que fuese. Apodérase la arena de un oscuro rincón, extiende un hilo de una pared a otra contigua, desde el ángulo que estas forman, va tirando varios otros hilos que afectan a la forma o colocación   -222-   de los radios de un círculo los cuales constituyen la urdimbre de la tela, y sobre ellos va colocando otro que son la trama, resultando un tejido finísimo y delicado, generalmente de forma triangular, quede sirve de habitación para ella y sus hijuelos, y de red para coger la caza.

Araña en la tela

Araña en la tela

-Pero es cosa muy sucia la tela de las araras, observé la niña.

-No lo creas, repuso la madre. Si me dices que no es muy limpia el ama de casa o la criada que deja que las arañas fabriquen sus telas en sus habitaciones, te diré que tienes razón; aunque no siempre puede evitarse por la actividad y rapidez con que trabajan, pues es admirable ver como corre de uno a otro lado, moviendo sus patas traseras con las cuales hilan y tejen al propio tiempo su fina gasa, que no tiene en si nada de sucia.

-Pues se pega a los dedos.

-Eso consiste en que es muy tenue y por lo tanto tiene poco peso y también en que es algo viscosa o pegajosa; razón por lo cual las moscas y mosquitos, más bien que enredados, quedan adheridos a ella, como los pájaros se cogen o prenden en las varillas de liga que disponen los muchachos.

Esta propia cualidad hace que el polvo se adhiera a ella fácilmente, o que cuando nosotros las vemos se encuentren en ellas alguna mosca o los restos de ella, lo cual no te niego que es algo repugnante; pero la tela tal como sale de sus manos o mejor dicho de sus patas, no causa asco.

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Además, en el vértice de aquel ángulo, o sea en el rincón de la pared, para que Blanca lo entienda, forma un capullo sedoso que sirve de nido para sus hijuelos; cuando salen de él, empiezan a andar por su habitación, y después que salen de allí, la madre los sostiene con unos hilitos que les sirven de andadores.

¿No es cierto que algunas mujeres podrían aprender de este animalito a ser hacendosas, provisoras y amantes de sus hijitos?

-Cierto es, mamá mía, y también lo es que las obras de Dios son tan perfectas que en todo encontramos algo que admirar y que aprender.

-Ahora, hijos míos, idos a recoger; pero no os entreguéis al descanso sin antes dar gracias al Todopoderoso por que entre el maravilloso número de seres que ha creado, nosotros pertenecemos a la única especie dotada de inteligencia, sensibilidad y voluntad, a la única capaz de conocerle amarle y servirle.

Cabaña



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