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Traducción.- He ahí la enfermedad de la elefancia, la cual no se produce sino en el centro de Egipto, y nunca fuera de las orillas del río Nilo, en ninguna otra parte.- Lucrecio, De la naturaleza de las cosas, Libro sexto. (N. del E.)

 

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Cuando Espejo dice nuestra Nación, entiéndase que siempre se refiere a España, de cuya monarquía formaba parte la Audiencia de Quito. (N. del E.)

 

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Hasta aquí se publicó esta obra de Espejo en las Memorias de la Academia Ecuatoriana de la lengua, correspondiente de la Real Española: lo que sigue es inédito. Más no sabemos por qué se suprimieron en la edición de nuestra Academia las cuarenta citas y notas que tiene el manuscrito de Espejo nosotros las hemos impreso fielmente. (N. del E.)

 

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Traducción.- Aunque estas últimas apenas podrán entenderlas los principiantes, sí carecen de un prudente preceptor. (N. del E.)

 

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Traducción.- Los enfermos se curan en los libros; pero mueren en sus lechos. (N. del E.)

 

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Espejo escribió sus Reflexiones sobre la manera de extirpar las viruelas por encargo del Ayuntamiento de Quito, el cual después le mandó borrar ciertas expresiones o cláusulas. No sabemos qué cláusulas fueron las que reprobó el Cabildo civil; pero, sin duda, serían las relativas a los malos médicos y al estado del Hospital, porque consta que al Cabildo le presentaron quejas contra Espejo dos médicos y los frailes betlemitas. Véanse las Actas del Cabildo civil de Quito: año de 1785.- Acta del 13 de diciembre. (Archivo de la Municipalidad). (N. del E.)

 

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Parece necesario decir dos palabras acerca de este clérigo, hermano menor de Espejo: eran hermanos de padre y madre. Don Juan Pablo fue capellán de la Real Audiencia; sirvió de misionero en Mainas, después de la expulsión de los jesuitas. Se asegura que por dos veces se opuso en concurso, y que ambas fue reprobado: en cuanto a su moralidad, ya hemos dicho en otro lugar, que era muy poco conforme con la santidad del estado sacerdotal.

El año de 1795, a consecuencia de sus confidencias íntimas con la Navarrete, fue denunciado al presidente Muñoz de Guzmán: se lo redujo a prisión, y fue juzgado y sentenciado por la Autoridad eclesiástica. Lo defendió como abogado el doctor don Juan de Dios Morales, y sirvió de Agente Fiscal el doctor don Luis de Andramuño, el cual, aunque era íntimo amigo del doctor Espejo, hizo alarde de severidad contra el clérigo hermano de éste.

Ya hemos dicho que el expediente del juicio contra el clérigo Espejo es el único documento escrito, por el cual consta la parte que el célebre y desgraciado médico don Eugenio tuvo en el plan de la completa emancipación política de Quito. Era entonces, por muerte del Obispo Madrid, Vicario Capitular en sede vacante, el señor don Pedro Mesía, Deán del Cabildo eclesiástico, y él fue quien sentenció al clérigo Espejo a dos años de reclusión en el convento de misioneros franciscanos de Popayán.

Cuando la revolución del diez de agosto de 1809, vuelve a aparecer ya de regreso a Quito, nuestro clérigo, y lo encontramos de capellán de uno de los primeros cuerpos de tropa, que improvisaron los patriotas. Sin duda, durante todo el tiempo que transcurrió desde la venida de Montes hasta el triunfo de Sucre en Pichincha, ha de haberse mantenido el cuitado del clérigo Espejo retirado y en silencio: opinamos que falleció muy anciano y que continuó siendo desgraciado hasta su muerte.

Fue albacea de su hermano Eugenio: ambos hermanos se amaban entrañablemente, y el clérigo era admirador sincero de la ciencia del médico. (N. del E.)

 

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Este es el saludo, con que se acostumbraba en tiempo de la colonia comenzar no sólo todo sermón, sino todo discurso, cuando se pronunciaba delante de la Real Audiencia; a la fiesta de Santa Rosa solía asistir oficialmente la Audiencia, con todos los jueces y demás empleados, que dependían de ella. Cuando el clérigo Juan Pablo Espejo pronunció este panegírico, estaba presente en la iglesia la Real Audiencia, con su Presidente, el señor don Antonio Muñoz y Guzmán. (N. del E.).

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