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Diario de la embajada a Roma (1592)


1. Primeros pasos en la ciudad eterna.

A 2 de diciembre entré en Roma, algo después del mediodía; en haciendo oración en la iglesia de nuestra casa, subí a ver al P. General. Habiéndome recibido bien, procuré con pocas palabras despedirme, con ocasión de no haber comido, sin que entendiese la causa de mi venida; lo cual me pareció importar mucho llevarlo adelante con buen entretenimiento hasta prevenir al Papa, y poner bien el negocio en el pecho de Su Santidad. Y aunque se representaba gran dificultad en haber tan presto audiencia del Papa, y en tener suspenso a mi General, que sabía yo que tenía notable cuidado de saber la causa de mi venida; todavía me resolví [a] hacerlo así, juzgando firme mente que consistía el suceso de mi negocio en ganar yo primero al Papa.

Con esta resolución, luego a la tarde misma que llegué, fuí a la casa del duque de Sessa, y le di la carta de Su Majestad y las del conde de Chinchón, y le comuniqué el negocio a que venía y cuánto me importaba prevenir a Su Santidad. El duque me recibió bonísimamente y holgó muy mucho del negocio que traía, y me dijo que Dios lo había ordenado, que el día siguiente, que, aunque no era el ordinario de su audiencia, había de ir al sacro palacio para llevar al auditor don Andrés de Córdoba, y negociaría mi audiencia. Y quedó asentado que se guardase sumo secreto, y ni cardenales ni otros entendiesen que había venido al negocio, y que se tomase calor que eran negocios de Indias a los que Su Majestad me enviaba a tratar con Su Santidad, porque no se podía excusar el entenderse que venía por orden de Su Majestad, según estaba ya divulgado en esta corte.

A 3 de diciembre me dijo el duque, cómo habiendo leído Su Santidad [la] carta de Su Majestad, y pedídome audiencia, la había conseguido para el día siguiente a las veintiuna horas. Este día escribí a Su Majestad y al conde de Chinchón con el extraordinario que partió aquella noche a 4 del mismo. Para ir al sacro palacio, sin que en mi casa lo entendiesen, fuí a comer con el duque, pidiendo licencia por me haber convidado el día antes. Después de comer entré en una carroza del duque con mi compañero y el caballerizo del duque, y cerradas las cortinas fuimos a San Pedro, donde el caballerizo habló al maestro de cámara, que estaba ya prevenido del duque, y él me dijo que esperase un poco, que Su Santidad sabía ya mi venida y que presto me mandaría llamar. En esto vino el embajador de Venecia, que debía de ser su día de audiencia, y negoció un rato.

2. Audiencia con el Papa Clemente VIII.

Salido éste, me llamaron, y entré a la recámara, donde estaba el Papa solo. Habiéndole besado el pie con mucha devoción, le dije: Beatísimo Padre, io se ben intendo il toscano, ma non so parlarlo expeditamente. El Papa gustó mucho de esto y rió, y díjome con buena gracia: Parlate la vista [vostra] lingua spagniola; ch'io l'intendo assai bene. Díjele: Pioche V. Sanitá intendeil mio, et mi fa questa gratia che parli en quello, cosí faró. Y habiendo con esto concordado en que Su Santidad hablase su italiano y yo mi castellano, le propuse mi razonamiento, diciendo que el Rey Católico me había mandado diese cuenta a Su Santidad de las cosas de mi religión, como la había dado a Su Majestad, para que Su Beatitud, como padre universal y vicario de Cristo, pusiese de su mano remedio en las cosas que le requerían; y que este oficio le había a Su Majestad parecido se hiciese con tal secreto, que sola la persona de Su Santidad supiese, que yo venía a este negocio. Y así yo hablaría a Su Santidad con aquella sinceridad y verdad que se debía al mismo Dios, cuyo vicario era.

Luego di la noticia que me pareció ser necesaria, diciendo cómo había más de cuarenta años que era religioso de esta Compañía, y había alcanzado los tiempos del P. Ignacio y de aquellos primeros Padres, y criádome con su doctrina y espíritu. Que, acabados mis estudios, me ocuparon en leer teología escolástica y en predicar, y después de algunos años pasé a las Indias occidentales con deseo de ayudar a la conversión de aquellas gentes; y en eso me ocupé dieciséis años, haciendo los seis de estos oficios de provincial. Después me llamó el General para que diese noticia de cosas que importaban a [lo] espiritual de aquella tierra, y así lo hice en la corte de Su Majestad, donde el Rey Católico me hizo mucha merced, que prosiguiese en venir a Roma, y traté del Concilio Provincial de aquellas partes, siendo Sixto V pontífice. Pero, ofreciéndose necesidad, me envió de aquí mi General a Su Majestad, para que se evitase la visita de la Compañía que habían de hacer prelados; y aunque era negocio difícil, Su Majestad vino en ello, porque siempre ha deseado el honor y bien de esta religión. Y así había sido contento que España se visitase por dos de la Compañía que el General nombrase, y el uno había sido yo. Y habiendo hecho mi visita con el cuidado y fidelidad que pide, y después de haber hecho por mi mano lo que me tocaba, di cuenta de todo a mi General, y escribí lo que se debía hacer por su mano. Que habiéndome aprobado mucho la visita, yo no había visto que en lo demás se pusiese el remedio que convenía, y que de haber escrito algunas cosas que a los de acá no les dieron gusto, vi que era sin fruto escribir, y di cuenta al Rey de algunas cosas, y ahora la daría a Su Santidad entera, y que con esto descargaría mi conciencia ante el eterno tribunal del omnipotente Dios.

Aquí declaré el estado de la Compañía, diciendo que, por lo que había visitado y demás que había visto de esta religión: que en Indias, toda España y la mayor parte de Italia hallaba que en esta Compañía había muchos siervos de Dios, y comúnmente se vivía bien con temor de Dios, y el fruto que se hacía con sus ministerios era muy grande. Empero iban las cosas ya declinando, de modo que si con tiempo no se ponía remedio, tenía por muy cierto que en breve habría ruina grande. Que el daño no estaba tanto en los menores de esta religión, los cuales procedían con simplicidad, obediencia y devoción, cuanto en las mayores, en quien la ambición y trato seglar iba estragando notablemente el espíritu y religión, dándose poco a la oración y mucho a pretensiones terrenas. Que particularmente en los estudios había hallado gran daño, dándose los jóvenes a inventar opiniones nuevas y buscando aplauso de ingenios gallardos con curiosidades y novedades, no siguiendo la doctrina de Santo Tomás como lo mandan nuestras constituciones, y así las letras en muchos no eran las que debían, ni del fruto que debían ser; antes, se podía temer daño. Que en la hacienda y bienes temporales, que estaban los más colegios arruinados, por cargas de censos y sustentar más sujetos que podían. Que en una de las provincias que visité averigüé que casi era la tercia parte de sujetos más de lo que la provincia podía sustentar. Que en el gobierno vía poner muchos mozos, y casi todo andaba en éstos, y los viejos y ancianos estaban desechados y arrinconados, lo que se sentía gravemente, y que éstos no curaban ya de escribir ni avisar al General, porque les parecía sin provecho, y antes con daño suyo. Finalmente, el espíritu de Ignacio y sus compañeros iba faltando y poco menos que acabando.

Tras esto dije las causas de estos daños: que verdaderamente la principal era el modo de proceder que se tenía en el gobierno de acá, porque el gobierno del General era muy absoluto, y todo se reducía a él. La persona del General, aunque él era religioso y docto, y tenía buenas partes, pero no tenía experiencia de España, ni había jamás visitado la Compañía, ni visto cosa de España. Y era cosa fuerte gobernarlo todo por informaciones, las cuales muchas veces eran falsas y apasionadas y de personas de poca sustancia. Y que yo conocía dos sujetos que se carteaban mucho (con él), y supe de cierto en mi visita que tenían defectos grandes y falta de verdad. Que el General muy poco ayuda, porque de los asistentes, los tres eran de poca satisfacción, y entre éstos el de España era hombre sin letras y muy encogido, y poco estimado de los nuestros, y a las provincias de España les parecía que no tenían asistente, ni quien volviese aquí por ellas. Que otros padres graves y antiguos y de consejo, ni aquí ni en Roma los había, ni el General curaba de ellos, muy al revés de lo que Ignacio y Laínez y los otros Generales hicieron. Que la Secretaría tenía necesidad de reformación, porque el secreto se dejaba de guardar por amistades. Había parcialidades y aficiones, y realmente mucho de lo que se proveía de oficios salía por negociación y amistades; y había significado al General lo que me pareció, y después me pesó de haber hecho, porque lo vi peor que antes.

De esta materia fuí apuntando algunas cosas particulares, y Su Santidad preguntándome, que me parece no debo ponerlas en papel. Sola una por ser notoria, y es del P. Paulo Offeo, que siendo asistente el más antiguo y admonitor del General, y hombre sincero y santo, se decía le habían echado de Roma, y quitado el oficio, y puesto a otro hombre de muy poco talento, no lo pudiendo hacer conforme a constituciones; y se decía haber sido la causa ser de opinión que hubiese congregación general; y era caso que se sentía mucho en la Compañía y en gran daño de su gobierno, porque los asistentes ni el General los puede quitar ni poner. Que el General quería estar muy solo, y de todo absoluto, sin tener quien le pudiera ir a la mano, y que de esto se lamentaban los padres graves y antiguos de la Compañía, y que les parecía se había todo de arruinar, si no se ponía remedio eficaz.

3. El asunto principal de la convocación de una Congregación General extraordinaria.

Dicho esto trate del recurso que habían hecho al Rey Católico diversas personas de esta religión, dándole muchos memoriales instando por el remedio; y que Su Majestad, como tan pío y celoso de la religión, había tratado del remedio, porque aunque de los que hacían recurso eran algunos apasionados y ambiciosos, y no trataban verdad; había otros de celo y verdad. Y que a Su Majestad le daba particular cuidado el proceder de esta religión con el Santo Oficio, por diferente camino que otras religiones; de donde se seguía tener la Inquisición tanto disgusto y ofensión; y que esto le estaba muy mal a la Compañía. Que el remedio para todos estos daños, habiéndolo bien considerado, le parecía a Su Majestad que era el mejor y más cierto, hacerse congregación general, la cual es en todo superior al General, y le puede corregir y deponer, y dar el orden que conviene en el gobierno.

Y dije los motivos que había para entender ser éste el mejor medio: es, a saber, por ser éste el que usan todas las comunidades y repúblicas, y la santa Iglesia y las religiones; por ser conforme a los propios estatutos de ésta; por la razón manifiesta de juntarse los que más saben de todas partes, y tomarse allí noticia cumplida de todo; por concurrir los de más celo y más graves y ancianos; por despertarse unos con otros al remedio y reformación, vistos sus daños. Y principalmente porque toda la religión reciba bien y abrace lo que los mismos suyos han acordado, y no pueden decir que hubo ignorancia y falta de información; ni podría el General mudar un punto de lo que allí se estableciese, ni tratar de mudarlo por otra vía. Que este medio de la congregación general le parecía a Su Majestad el más firme y durable, y sin inconveniente, porque el poner la mano la Sede Apostólica por sí sola, se había visto ser de poco efecto, porque unos pontífices mudaban lo que otros hacían, como en cosas de esta Compañía había pasado entre Paulo IV y Pío IV, y entre Pío V y Gregorio XIII, y entre Sixto V y Gregorio XIV. Mas teniendo Su Santidad presentes en congregación general los hombres más graves de la Compañía, podría enterarse de la verdad de todo, y por su medio proveer el remedio necesario, con mucha suavidad.

7.º Que el querer remediar la Compañía por visitas de Obispos o personas de fuera de ella, tenía grandes inconvenientes, por la grande quietud y división que se causaba, por la poca práctica que tiene el que no se ha criado en la religión, y por la afrenta que la Compañía. Y a esta causa se recibe muy mal y los mismos que desean reformación por esta vía la aborrecen y sacuden de sí, y lo que es violento no es durable.

Habiendo discurrido en este remedio de congregación general, pasé a decir cómo se le había pedido al General por muchos padres y los más graves de la Compañía, y que totalmente la ha rehusado. Y se entiende que pone y porná todos los medios que pudiese para desviarla porque el General y sus asistentes temen la residencia, y no quieren ver potestad superior que conozca y sepa, y se provea en su gobierno y personas lo que le pareciere. Y que al General le está muy mal que se tenga de él esta opinión, en que se desacredita mucho y se hace suspecto; y que por sólo su honra debía juntarla. Y que si es verdad que no procede bien, es justo que se entienda y se remedie; y si procede bien, es justo que haya satisfacción en la Compañía y en los de fuera; y que sin congregación general es imposible conseguir esto.

Por tanto, que Su Beatitud, como padre universal y vicario de Cristo, proveyese de este remedio tan justo y necesario, mandando al General que hubiese congregación general, sin detener ni entretener este negocio, pues la necesidad era urgente. Mas que antes de mandar esto Su Santidad, tuviese por bien que yo por mi parte hablase al General, y le propusiese el caso y las razones que hay; y si viniese en ello, sería bien, y si no, pornía su mano la santa Sede Apostólica. Que al Rey Católico le había parecido que este negocio se llevase con suavidad y que yo hiciese el oficio que pudiese con el General, y cuando no bastase, me valiese del supremo poder de Su Beatitud. Y que pareciendo esto a Su Beatitud, hablaría a mi General, y daría aviso a Su Santidad de lo que pasase.

Habiendo oído el Papa con grande atención, y con claras muestras en su rostro y meneos de mucha satisfacción de lo que decía, y de ánimo compasivo y penado; me dijo que él deseaba sumamente el remedio de esta religión, y que era una de las cosas que tenía más en su afecto, y esto me repitió tres o cuatro veces con notable sentimiento. Y añadió que lo mismo que yo le había dicho, había entendido de otras personas graves de nuestra Compañía, de las cuales se había querido informar. Que esta religión de la Compañía se había extendido por todo el mundo, y de tres partes de la cristiandad tenía más de las dos y media, y que en poco tiempo había crecido mucho y muy aprisa; y que era de temer que crecimiento tan apresurado no parase en perderse presto; y que si se perdía sería un gravísimo daño de la cristiandad, porque sin duda sería en perjuicio muy universal. Y que el fruto que la Compañía hacía en la Iglesia de Dios era muy grande, y que esto le constaba a él muy bien, y lo había visto por sus ojos el tiempo que estuvo de legado en Polonia y Germania.

Tras esto dijo que aunque deseaba el remedio y vía la necesidad, pero que le daba cuidado el modo que se había de tomar, porque si no se acertaba sería el daño mayor; y trajo ejemplo del cuerpo mal afecto de humores, que si yerra la cura, es muerte lo que había de ser medicina. Y añadió que Sixto había querido poner la mano en cosas de esta religión y por esta causa habían hablado de él mil bestialidades en Germania, peores que las que dijeran de Martín Lutero. Y que así convenía mirar bien el medio que se tomaba. Dicho esto comenzó a tratar del modo de congregación, y preguntóme cómo se hacía y qué tiempo. Dije que el modo era concurrir de cada provincia el Provincial con otros dos profesos elegidos en las congregaciones provinciales, y que éstos tenían voto definitivo, y se estaba a la mayor parte; y que el General tenía dos votos. Mas cuando era congregación, no para elección de General, sino para negocios, podía el General llamar también algunas personas graves con voto. Cuanto al tiempo, que por muerte del General era forzoso; fuera de esto se podía hacer por dos vías, una convocando el General por negocios ocurrentes, y que así le mandan las constituciones que lo haga en casos de importancia. Otra vía es por votos de los procuradores de las provincias que cada tres años se juntan aquí en Roma y votan si habrá congregación general. Y que por esta vía el General y asistentes son seis votos, y los procuradores atienden a dar gusto al General con quien han de negociar todos oficios y cosas de su provincia; y con todo eso en la junta pasada de [15]90, hubo diez votos, y sólo faltaron tres, y si no fuera sede vacante saliera congregación.

Dijo el Papa que lo mismo que yo le decía le habían informado, y que entendía que por los procuradores no se haría la congregación, porque el General los granjeaba y ellos atendían a su voluntad; y que así convendría que el Pontífice pusiese la mano en el negocio; y él lo pensaba hacer así. Yo le besé el pie dando gracias, y dije que los Generales pasados vivieron a ocho años, mas ahora había ya doce pasados sin congregación, y era mayor la necesidad. Acabado esto me dijo que algunos le habían propuesto otro modo de remedio, que era dar otro orden en los profesos porque como éstos los hacía el General a su voluntad, y sólo éstos tenían voto, dependían de la voluntad del General. Y no acabó de declararse, o yo no acabé de entenderle. Y así le dije que aquel medio y otro cualquiera, para ver si era acertado, era el camino cierto hacerse congregación general. Y pues se había de hacer aquí a los pies de Su Santidad, vería mejor entonces lo que convenía, y a eso echaría su bendición y quedaría asentado.

Tomó a decir que, pues a Su Majestad le parecía, hiciese yo oficio con el General y lo hablase, y después acudiese a él, que lo parecía muy buena resolución; y que así lo hiciese yo y acudiese a darle cuenta de lo que negociase. Porque si el General no hacía de su motivo la congregación general, que él pondría la mano y se haría lo que el Rey quería, cuya voluntad y intención era muy pía y muy justa y muy bien considerada. Con esto le torné a besar el pie, dando las gracias con alguna ternura de lágrimas, y suplicando a Su Santidad se guardase el secreto que tanto Su Majestad me había encargado, y que ni el P. General ni Cardenales entendiesen lo que se había tratado con Su Santidad, pues bastaría sólo el embajador por cuyo medio yo había ido a Su Beatitud, y que los demás pensasen que eran cosas de Indias las que venía a tratar con Su Santidad. Dijo que así se haría y dióme su bendición.

Pasado éste dije que tenía también otro punto encargado de Su Majestad, y era que Su Santidad diese orden cómo la Compañía en España tuviese buena unión con el Santo Oficio, porque era de grandísimo inconveniente lo contrarío, y que por esto le convenía a esta religión más que a otra ninguna estar muy sujeta en todo y por todo al Santo Oficio, y que pretender singularidad y exenciones era destruirnos. Y que lo que acá el General había pretendido de que pudiesen los superiores prevenir en materia de solicitación, allá en España a todos los padres graves y expertos les había parecido no convenir, y lo habían escrito con muchas veras al General, y yo particularmente que tenía experiencia de lo que es la Inquisición de España. Que Su Santidad se persuadiese que a la Compañía, más que a ninguna religión, le convenía la sujeción del Santo Oficio.

Respondió el Papa que aquel negocio estaba resuelto, y que le parecía muy bien lo que decía, y que él había dicho a Jiménez, que es el secretario del P. General, que para qué se ponía la Compañía en pedir aquella singularidad, que nos hacíamos daño y nos manchábamos, porque se daba ocasión de pensar que hubiese entre nosotros más males que entre otros, y que los queríamos descubrir. Yo di a Su Santidad las gracias por el oficio tan paternal.

Durante la plática y el discurso del remedio de la Compañía, me acuerdo haber dicho el Papa dos o tres cosas notables, que por interrumpir el hilo y porque no se me acuerda bien cuándo las dijo, no la, pongo arriba. Una es que el General no tenía aquí padres graves como los habían tenido sus antecesores, y que quién era el asistente de España, que no lo conocía. Otra es que no le convenía a esta religión ponerse en cosas contra la voluntad del Rey. La otra y muy notable fué (que) lo que le había dicho de los estudios curiosos y opiniones nuevas, eran gran verdad, y que él temía mucho que había de ser aquella la ruina y perdición de esta Compañía, porque había subido tanto por las letras, y por ellas se había de temer su caída, pues es de ordinario caer por donde se sube mucho. Y dijo que aun en Roma a sus ojos había visto lectores atrevidos que salían con invenciones, y que en una conclusión habían defendido que Cristo no consagró con las palabras que la Iglesia usa, sino también con otras, siendo esto contra Decretal de Inocencio. También que un libro que había hecho de opiniones, en que dejaban muchas de Santo Tomás, no le parecía bien.

Yo le dije que importaría sumamente poner Su Santidad remedio, y que los que habían hecho aquel libro de las opiniones eran sólos tres, de los cuales ni otros ni yo teníamos la satisfacción que para tal cosa era necesaria. Y que por lo menos había de intervenir una congregación general para examinar tal tratado, y que lo que a la Compañía le convenía era seguir a Santo Tomás, como las constituciones nuestras lo ordenan. Dijo el Papa que él había pensado de no forzar a nadie a que leyese el autor que quisiese, fuese Escoto, fuese San Buenaventura, fuese Santo Tomás, pero forzarle a que, siguiese las opiniones del autor que lee, y que la doctrina de Santo Tomás es la más aprobada. A este pensamiento que me dijo no curé de decir nada, porque era cosa larga tratarlo.

Duró toda esta plática bien una hora, y el Papa estuvo siempre tan afable y amoroso, que no dió muestra de querer que se acortase, antes me pareció que estaba en disposición de otra hora de audiencia, si yo tuviera que decir. La media hora estuve de rodillas y pareciéndole al Papa que debía de cansarme, me dijo graciosamente que me levantase. Dije: Padre Beatísimo, muy bien estoy y no me canso. Entonces con muy buena gracia dijo: Orsu passegiamo un poco. Y así se, levantó y nos paseamos la otra media hora, y al cabo me dió su santa bendición con regalo, enviándome más consolado y obligado a Dios Nuestro Señor de lo que yo sabré declarar.

4. Primera entrevista con el Padre General de la Compañía.

Volví ya muy tarde en el misino coche cerrado a casa del embajador, y por ser ya casi noche no le di cuenta, mas remitime a que la daría otro día, y que la tenía buena. En 5 de diciembre fuí por la mañana a casa del Duque para darle cuenta, porque me lo había mandado. Y así, por ser aquel día sábado, y haber de ir en comiendo a su audiencia al Papa el Duque, por muchos negocios forzosos que tenía, y viendo que no podía oírme despacio, quedó que el lunes fuese, y que él daría las gracias a Su Santidad de la audiencia gratísima que me había dado, y diría cuán consolado había vuelto del buen pecho de Su Santidad en mis negocios.

Este mismo día, viendo el P. General que ya eran tres días, de mi llegada y no lo había dicho nada, porque aunque habíale visitado dos veces, había sido de modo que no estuviésemos a solas; y me envió a llamar y me preguntó qué había en España y cómo andaban nuestras cosas. Como vi que quería saber la causa de mi venida, no me hallando al presente con aquella disposición y quietud que requería el negocio, dije que yo daría cuenta a Su Paternidad, y que ya le había buscado y le había hallado ocupado, como era verdad, y que no tenía allí las cartas, que cuando mandase las traería y daría cuenta de todo Dijo que en hora buena, que el día siguiente me avisarían y él se desocuparía. Y tratamos largas pláticas de otras cosas. Cuando me despedía díjome que sólo lo dijese entonces una palabra de gracia: por qué causa el Rey había escogido hombre de la Compañía para tratar sus negocios con el Papa. Díjele que de aquello también daría razón a Su Paternidad el día siguiente con lo demás. El se paró harto colorado desta respuesta, y así me despedí diciendo él que mucho en hora buena.

En 6 del mismo mes después de mediodía me mandó llamar el P. General, y yo fuí habiendo bien considerado y encomendado mucho a Dios mi negocio. Y después de haber tenido un rato de conversación, traté mi venida diciendo que dos eran las causas por las que Su Majestad había holgado viniese a Roma: una por tratar con Su Santidad algunos negocios de servicio de Nuestro Señor; que cuando vine de Indias había tratado con Su Majestad diversas cosas tocantes al estado eclesiástico, de los obispos y de las vacantes de las iglesias, y del clero y doctrinas. Que entonces sólo me había Su Majestad mandado tratar en Roma lo del Concilio provincial, y había quedado con los otros memoriales. Que de estas materias no importaba al presente tratar con Su Paternidad, que otro día se podría bien hacer. La otra causa de la venida era declarar a Su Paternidad el estado de la Compañía en España, para que de su mano [pusiese] el remedio que supiese: que el Santo Oficio estaba extremadamente ofendido de la Compañía, y particularmente de Su Paternidad y de los suyos que le aconsejan, porque no vían que nadie se les opusiese y hiciese resistencia si no es el General de la Compañía, pretendiendo exenciones de aquel tribunal y moviendo contradicción ante la Sede Apostólica.. Que supiese que el Rey y la Inquisición no eran dos, sino uno, y que el Rey había dicha que nadie, ni el Príncipe su hijo, había de ser exento del Santo Oficio, y que antes echarían la Compañía de España que consentir menoscabo de la Inquisición.

Con esto lo advertí que tenía muy ciertos indicios que se trataba de visita muy pesada a la Compañía, y que ningún medio habría para estorbarla, sino juntar Su Paternidad congregación general, que yo sabía de cierto que Su Majestad se contentaría con esto, y remitiría a la misma Compañía en su congregación general el remedio en las cosas que parecen pedirle. Y que con esto la Compañía se libraría de andar en tribunales de obispos ni de Inquisición. Que había algunas cosas en el modo de proceder y en su gobierno que reprobaban muchos, y al Rey habían dado gran suma de memoriales sobre esto, y Su Majestad deseaba entender cuál de esto era razón y cuál pasión. Lo cual requería junta de las cabezas y personas graves de toda la Compañía. Que también había cosas que claramente pedían remedio, como el tener mayorazgos, prebendas tantos años, el juntarse tanto número en las congregaciones provinciales para tan poco efecto, como era enviar un procurador a Roma, y otras a este modo. Y esto pedía reformación, juntándose de todas partes a ver sus daños y proveer de remedio, como todas las repúblicas, comunidades, iglesias y religiones lo hacían. Que para tratar de esto con Su Paternidad holgó el Rey que viniese yo, pareciéndole que como tan hijo de Su Paternidad y ministro suyo y de quien había hecho tanta confianza, me excusaría de buena gana. Y que el término que Su Majestad había usado en esta mi venida era mucho de estimar y agradecer, porque con el deseo del honor de Su Paternidad y de la Compañía, no había querido se entendiese que yo venía por su orden a tratar nada de esto, sino que Su Paternidad de su propio motivo hacía esta congregación general; y por esto se me encargo en tanto grado el secreto, que ni en su corte lo dijo aun a los muy privados suyos, ni lo supo si no es el Conde de Chinchón, por cuya mano fuí despachado, y le es en grande obligación la Compañía. Ni tampoco pasé por Madrid, por evitar los nuestros y los de fuera. Y que la primera persona con quien trataba era Su Paternidad, que le suplicaba se guardase el mismo secreto acá, y sólo se supiera lo que venía a tratar con el Papa. Últimamente que yo era hijo de la Compañía y de Su Paternidad, y siempre sería fiel y obediente. Sólo le advertía que el Rey me había mandado le diese aviso puntual de la resolución que se tomase, y así lo había de hacer; y que la brevedad que pudiese ser, era lo conveniente para el remedio trabajoso que tenía nuestras cosas en España.

Acabado aquí mi razonamiento di al Padre General la carta del provincial de Castilla que me envió, y la del Conde de Chinchón: las cuales abrió y leyó, y leídas dijo que holgaba mucho hubiese Su Majestad hecho elección de mí para tratar los negocios de la Compañía, que bien sabía yo cuánto hubiese procurado servir a Su Majestad y deseado que se dignase advertirle las cosas que en la Compañía pedían remedio, para satisfacer a la voluntad de Su Majestad en todo. Mas que nunca había recabado esto, ni Su Majestad dejaba de oír a los que decían mal de nuestras cosas, sin permitir que se nos diese copia para responder o enmendarlas. Cuanto a los privilegios de la Compañía de que el Santo Oficio se ofendía, que el Conde de Olivares había comenzado la plática y propuéstola, y a él de parte del Papa se le había mandado responder. Y que los tres de ellos, que era poder leer libros prohíbidos, absolver de herejía, no se me acuerda el tercero, él se había luego allanado que se quitasen. Mas el no ser consultores sin voluntad del superior, a él y a otros padres graves, le parecía importar mucho a la Compañía, para conservar la obediencia y sujeción religiosa. Y que algunos Cardenales le habían dicho que estuviese firme en eso, porque había sido ocasión en otras religiones de muchas pérdidas. Y que ellos lo sabrán en materias de solicitación, que él no había querido impetrar breve para la prevención, que ya le pudiera haber tenido, sitio que se declarase cómo han de proceder los superiores cuando ven el daño, y que el Santo Oficio no lo remedia por no haber suficiente [número] de testigos. Que en las otras cosas, ¿para qué se pedía congregación general? Lo de los mayorazgos ya él lo había remediado y enviado orden para que, o no se recibiesen, o los dejasen del todo. De las prebendas, que ya había hablado a Inocencio VIII sobre ellas, no entendí que concluyó. En esto de las congregaciones provinciales, dijo que era verdad que se juntaban muchos sin necesidad, y que a él así le había parecido.

Viniendo al punto principal dijo que el había diversas veces consultado con los padres asistentes si juntaría congregación general, y que a todos había parecido siempre que no lo debía hacer, y le habían encargado la conciencia que no lo hiciese, porque se seguirían mayores daños. De lo cual daban dos razones: una que habiendo al presente la inquietud y humores revueltos que hay, se podía temer división; que personas de fuera querrían poner la mano en las cosas de la Compañía, y harían lo que quisiesen y no lo que a la Compañía convenía. Y así concluyó que era menester mirarlo y que quería un poco de tiempo para oración y consideración del caso.

Esta repuesta fué mucho más larga, y a pedazos de ella hubo harta disputa, que duró todo más de dos horas. Yo respondí que en lo que Su Paternidad decía que nunca Su Majestad había querido declararle lo que pedía remedio en la Compañía, no se maravillase, porque lo principal de que había queja era del gobierno del General y del modo de proceder suyo y de su Consejo, y que el remedio y satisfacción de esto era propio de una congregación general. En lo de la Inquisición, que bien se acordaba Su Paternidad le había escrito de España, y cuánto le había suplicado nos allanásemos en todo, y que a la Compañía le convenía el freno del Santo Oficio más que a nadie, y cuando no se tuviera bien otra cosa, no era tiempo de tratar de ello. Pues en oponernos al Rey que claramente tomaba la causa de la Inquisición por propia, y, en fin, el Papa haría lo que el Rey quisiese. El P. General dijo con cierto modo de sentimiento: El Papa hará cuanto la Inquisición le mandare. Entonces dije; Pues, Padre nuestro, si el Rey, la Inquisición y el Papa están a una, muy poca cosa es la Compañía para resistir en lo de no ser los nuestros consultores del Santo Oficio. Dije [que] si acá sentían que no convenía a la Compañía en España sentían lo contrario, y que para verlo mejor, era conveniente cosa tratarse en congregación. Esta disputa fué muy larga.

Viniendo a lo demás, dije, que aunque Su Paternidad hubiese proveído de remedio en lo de los mayorazgos, era todavía necesaria congregación general, porque aquellos el otro General los podría quitar y mudar, lo cual no podrían en lo que la congregación estableció. Que bien se acordaría Su Paternidad que por mi mano envió revocación de los privilegios que el Santo Oficio no admitía, y que no se satisficieron con esto por la misma razón, porque los que se juntaban cuanto al motivo de los padres asistentes para evitar congregación, no tenían razón: en congregación eran los hombres más graves y de más religión y celo de toda la Compañía, y que no se puede pensar que estos hayan de dañar y no aprovechar; y que Dios Nuestro Señor que tiene providencia de la Compañía, allí particularmente muestra su favor para que se acierte, y que este medio dan nuestras constituciones por el verdadero y propio para nuestro remedio.

En lo de meter la mano personas de fuera: que si lo decían por el Rey, que Su Majestad procedía justificadamente y con tanto miramiento, que no quería que a la Compañía se le hiciese violencia, antes holgaba que procediese en su congregación conforme a sus constituciones, y holgaba que fuese en Roma y de las personas que nuestro Instituto ordena. Que el enviar Su Majestad a ministros suyos a la congregación las cosas que se piden o requieren remedio, que no se podía ni debía excusar, y en eso antes era merced y favor a la Compañía; que en lo demás Su Majestad se contentaría que la determinación se hiciese por la misma congregación.

Dijo el P. General que el enviar propuestas a la congregación ningún inconveniente tenía, si la dejaban su determinación libre. Al cabo le dije que como hijo suyo le debía decir mi sentir, y era que ya corría común opinión que Su Paternidad rehusaba mucho la congregación y la temía, y por eso la censuraba cuanto era posible, y que esto era en gran detrimento de su reputación, y que le perdían la reverencia y estima que se debe a su persona y oficio. Dijo que bien sabía lo que de esto trataban, y que él había propuesto a los padres asistentes esta razón, y le habían respondido que era respeto humano, y que debía posponer su particular cómodo al bien de la Compañía. Yo le dije que a mí me parecía no respeto humano, sino obligación divina, pues decía muy bien San Agustín: Vita mea mihi est necessaria, fama mea vobis est necessaria. Que su opinión y reputación era para su oficio y para toda la Compañía de tanta importancia, que de ella dependía el bien o el mal del gobierno.

Preguntóme entonces muy encarecidamente qué males se decían de él, y qué era de lo que tanto pretendían satisfacción. Yo, en lugar de decirle los males, le dije muchos bienes suyos, que cierto los hay; y que para que constase de ellos era justo hacerse congregación. Él entones apuntó lo del P. Offeo, y dijo que le había quitado el oficio de asistentes, porque se lo podía quitar, y que lo había merecido y era bien hubiese ejemplo para otros; y en particular me refirió algunas cosas que a mí me parecieron de poca sustancia y de poca satisfacción. Díjele que ya yo había escrito a Su Paternidad de España que aquel caso era grave y era bien tenerle justificado de modo que constase a la Compañía, y que para ese efecto era necesaria congregación, porque comúnmente se entendía que había recibido agravio grande aquel Padre, y que de acá habían escrito personas muy graves que la causa había sido sentir, y procurar aquel Padre que hubiese congregación general. Dijo que si ésa fuera la razón, también se había de haber despedido Manuel Rodríguez, asistente de Portugal, que también fué de parecer que hubiese congregación. Dije que de Manuel Rodríguez decían que se había reducido al contrario parecer, y el otro no. Finalmente después de muy larga plática, quedó que miraría un poco en ello y me respondería; y a lo que pareció no quedó el P. General con disgusto de mi modo de proceder con él.

5. Intervención del cardenal Toledo.

En 7 del dicho fuí por la mañana al Duque, y díjome que en la audiencia del sábado pasado, el Papa, sin hablar él palabra, le había dicho: Ayer estuvo aquí el P. Acosta, y él os dirá si estaba yo bien informado en muchas cosas de las que me dijo cuanto al hacerse congregación general. Ya le dije que hablase a su General y, si él no la quisiere hacer, ya le mandaré que la haga. El Duque dió las gracias a Su Santidad, y yo al Duque, que por estar entonces ocupado, que había de ir al cardenal Santa Severina, yo me partí al sacro palacio a oír sermón del P. Toledo, y acabado el sermón, sabiendo que estaba yo allí, me hizo llamar, y hablé un rato con el P. Toledo, del cual había ya entendido el disgusto y queja que tenía del P. General, por haberle querido infamar no sólo en la calidad de su persona, sino también en sus costumbres, para estorbarle el capelo, y sabía también que el Papa estaba resuelto en dárselo y que Su Majestad no lo contradecía. Considerando esto, me pareció sería de mucha importancia tenerle ganado para mi negocio, y que sin duda lo estaría sabiendo que en ello se hacía servicio al Rey; y así le dije muy brevemente a lo que había venido y cuánto gusto daría a Su Majestad la conclusión de este negocio. Díjome que a lo mismo que yo venía deseaban y sentían muchos en Francia, y que sin duda el Papa lo trataría con él, y él me ayudaría muy bien, porque demás de quererlo el Rey, él vía que era necesario para la Compañía; y también me dijo que en la pretensión que el General había tenido de la prevención en materia de solicitación, él había dicho al Papa que no convenía condescendiese en lo que el General quería, sino que el Santo Oficio usase su jurisdicción, sin lugar de prevención. Y dijo que después habían acudido a él por parte del P. General, y les dijo que venían tarde, que ya había dado su parecer en contrario al Papa. Convidóme a comer y díjome que quería hablar despacio; yo no acepté por entonces, porque no se diese sospecha de amistad. Sólo le di las gracias y encargué mucho el secreto, el cual me prometió fidelísimo. Y con esto me fuí a comer a la Penitenciaría de allí de San Pedro.

Después de comer volví luego al Duque y dile cuenta de todo lo que había tratado con el Papa y con el P. General, y de lo que me respondieron, y también de lo que comuniqué con el P. Toledo. El Duque me dijo que verdaderamente Dios me había traído a Roma, y que en esto vía que quería Dios bien a la Compañía, pues encaminaba su remedio con tanta providencia. El haber dado cuenta al P. Toledo la pareció muy acertado, porque era cosa llama que el Papa se la había de dar, y dijo que por su medio se hacía todo lo que conviniese. Yo le dije que el P. Toledo, como hombre de casa, sabía las cosas de la Compañía y no le podían engañar con relaciones ni con razones aparentes, y que para ahora, y mucho más para adelante, importaba tenerle firme en lo que el Rey quería de la Compañía, pues ningún medio podía ser mejor con el Papa; que así convenía que Su Excelencia hiciese oficio con el P. Toledo, para que se enterase bien que el ayudarme era mucho servicio de Su Majestad. Dijo el Duque que él fuera de buena gana, pero por ser tiempo de capelos se abstenía, mas enviaría al secretario con un recado suyo para el efecto.

En 8 por la tarde fuí a la cámara del P. General, por ver si me quería responder algo. Hallése ocupado en consulta, dejó dicho al compañero dijese a Su Paternidad cómo había venido.

En 9 me llevó el Duque al cardenal Deza, no se le dijo nada del negocio, ni pareció necesario.

En 10, habiendo entendido que por parte del P. General se hacían diligencias para con el Papa, y que el cardenal Allano había por la mañana estado en la cámara del General, y por la tarde el cardenal Acquaviva, y después otro, a lo que creo, de la cámara del Papa; y aunque el P. General no salía por estar indispuesto, su secretario y otros iban y venían con recaudos; parecióme necesario tornar a hablar al P. Toledo, y así fuí a San Pedro y halléle en la cama indispuesto. Díjele cuánto importaba que el Papa se satisfaciese bien de lo que yo le había tratado, y que a nuestro Señor se haría gran servicio, a la Compañía gran bien, y a Su Majestad daría gran gusto en ayudarme con Su Santidad, y que mirase cuántas diligencias se hacían en contrario. Díjome que bien las sabía, y que a él también le instaba el P. General que viniese a verle a San Pedro, pues él no podía ir por su indisposición. Que él hablaría al Papa en pudiendo, y que no dejase yo de tornar a hablar a Su Santidad, y que la congregación convenía se tuviese por el Pentecostés siguiente. Dile las gracias y vuelto a casa del Duque, di cuenta de lo que había, y que convenía me negociase otra audiencia.

En 11 me estuve sin salir de casa, por si el P. General quisiese decirme algo, mas ni aquel día ni en los siguientes me dijo nada ni hallé oportunidad, aunque fuí algunas veces a su cámara.

En 12 y 13 torné a hablar al Duque; me dijo que había hablado a Su Santidad y dádole alguna cuenta de lo que había yo pasado con el P. General. El Papa le había dicho con mucha risa que la plática del General conmigo era como de corsario a corsario, y en el darme audiencia no puso dificultad. Y el Duque envió a su caballerizo para que concertase en el maestro de cámara la hora en que había de ser; y añadió el Duque que sabía que se hacía nueva negociación por el P. General.

6. Segunda audiencia con el Papa Clemente VIII.

En 14 me envió a llamar el Duque y comí con él, y de allí me fuí con su caballerizo en un coche a San Pedro, porque el Papa había señalado las veintiuna horas para audiencia. Cuando llegué ya estaba el cardenal Colonna viejo con Su Santidad, y después un secretario de don Pedro de Médicis y el auditor de la Cámara y los conservadores de Roma; que en fin hube de entrar y temí que el Papa estaría cansado de tantas audiencias. Mas fué al revés, porque le hallé con el mejor rostro y gusto que podía desear. Díjele cómo había hablado largo con el P. General y hecho todo el oficio posible, representándole cuánto le convenía a la Compañía tener congregación y cuánto holgaría de ello Su Majestad, y que alzaría la mano de otros remedios pesados, y que a su honor y reputación le convenía. Finalmente, que, pues se vía que por ningún modo el P. General se persuadía a juntar congregación, que suplicaba a Su Santidad pusiese su mano apostólica, porque con esto satisfaría a su conciencia, que ante Dios estaba obligado a dar remedio a esta religión; satisfaría a la misma Compañía nuestra, pues por su medio le daba el remedio; satisfaría a los de fuera, que verían que Su Santidad no se movía con enojo, sino con amor, pues para nuestro remedio tomaba medio tan suave y propio de nuestras constituciones; y particularmente satisfaría a la intención del Rey Católico, cuyo pecho sabía yo que estaba con cuidado de este negocio, y ternía mucho gusto de que se encaminase bien.

Díjele tras esto que, si Su Beatitud ponía la mano en esto, convenía fuese con resolución y imperio, porque había de hallar muchas dificultades y contradicciones. Advertí también a Su Santidad que, habiéndose de hacer congregación, convenía fuese por Pentecostés, antes que los calores de Roma impidiesen la entrada; y para esto era necesario que el General luego despachase a las provincias, para que se juntasen a elegir los que habían de venir a la congregación general; y así era tiempo de tratar luego este negocio. Y que el General llevaba intento a que por mayo se hiciesen las congregaciones para enviar procuradores que vengan en noviembre que viene a determinar aquí con él si habrá congregación general; y que por esta traza, o no habrá congregación general, o, a lo menos, no en estos tres años, y nuestras cosas piden remedio más breve.

Habiendo oído muy bien, dijo Su Santidad que estaba resolutísimo, por estas propias palabras, que se hiciese congregación general, porque demás de lo que antes le había dicho, él lo había mirado y tratado con otras personas, que eran del mismo parecer; y que las razones que le habían puesto en contrario no eran de peso; y que lo principal era que tenían temor no quisiesen deponer al General, y que había dicho que, estando él allí, no tenían que temer que se hiciese injusticia ni agravio al General ni a nadie. Y dijo que la congregación sin duda se haría, y que se probaría este medio, y cuanto no saliese, él entonces pondría otro. Luego me preguntó que, supuesta la resolución, que modo me parecía a mí que debía tomar para ejecutarla, porque el General le decía que estabaamalato, para llamarle. Yo, después de besarle el pie por la merced que me hacía, dije que podía Su Santidad enviar un Cardenal grave, como Santa Severina, para que de su parte dijese al General lo que era servido que se hiciese. Dijo el Papa que con Santa Severina no convenía, que era enemigo del hermano del P. General, y que para qué quería yo que fuese Cardenal, pues era hacer rumor, y el General se sentiría más de que un Cardenal le llevase el mandato. Dije que sabía la resistencia que el General había de hacer, y las razones que había de multiplicar en contrario, y por eso quería que fuese persona grave y de buena testa, que no se la trocasen. El Papa dijo que importaba poco eso, pues él no había de mandar sino que su testa, y ésta no se la trocarían. Dije entonces que, siendo así, podía Su Santidad enviar a cualquiera, porque la importancia era que Su Santidad gobernase este negocio por su testa y que estando ésta firme, yo lo daba por hecho. De esto se rió con tanto gusto y con tan buena gracia el Papa, que también me hizo reír a mí, no perdiendo empero el decoro que aquel lugar requería. Luego dije al Papá que viese Su Beatitud si le parecía enviar al Padre Toledo, porque, como hombre de casa, no le podrían engañar, y que yo sabía que el P. Toledo está bien en este negocio. Entonces dijo que Toledo le parecía a propósito, porque era ladrón de casa, así en español, y con buena risa;. y que él había de hablar a Toledo en otro negocio por la mañana, y le hablaría también en aquél. Dile las gracias por esto y pedí licencia para hablar al P. Toledo lo que Su Santidad me decía. Díjome lo hiciese así y me dió su bendición con mucho amor, diciendo que no quería de mí otra cosa sino que rogase a Dios mucho por él. Dije que lo hacía y lo haría, y que esperaba en Dios le había de dar mucha felicidad. Díjome que no deseaba otra sino acertar a gobernar sus ovejas, que lo demás no le importaba vida larga ni otra prosperidad. Yo cierto salí aficionado a tal persona y con gran devoción a tal pontífice.

Aunque era bien noche, me fuí a la cámara del P. Toledo y le di cuenta de lo que había pasado con el Papa, y le puse delante el servicio de nuestro Señor, y muy en especial. el de Su Majestad, que sabía de cierto el gusto que ternía que por su mano se pusiese el remedio en estas cosas de la Compañía, y que yo daba cuenta de todo al Rey y la había de dar de ésta particular. El P. Toledo me dijo que aquel día había estado con él un Padre por parte del P. General, sobre el negocio, y que él le había desengañado y dicho que al General le convenía juntar congregación, porque si no se la harían juntar: y que, o el proceder suyo en el gobierno era justo, así convenía se entendiese, o era injusto, y así convenía se remediase; y que ya había hablado con Su Santidad largo sobre este negocio, y le había dicho aquella razón y otras; y que cuanto a llevarle al P. General el recado de Su Santidad, él lo haría de muy buena gana, apercibiendo primero al Papa que, si pensaba tener firme en este mandato, él iría, y si no, que no le enviase. Dile gracias.

7. Nueva entrevista con el P. General de la Compañía.

En llegando a casa me envió a llamar el P. General, que había ya sabido cómo había estado con el Papa, porque me habían visto unos Padres de la Compañía. Díjome que le habían dicho que le había buscado, que dijese lo que quería. Dije que había venido muchas veces y siempre le había hallado ocupado; que no quería más que advertir a Su Paternidad que el lunes siguiente partía el correo a España, y que me era forzoso escribir a Su Majestad, y deseaba saber que había de escribir en el negocio que había tratado. Díjome que había tratado aquel negocio con los Padres, y que, como cosa tan grave, les parecía que no se debía tomar resolución con él hasta comunicarle con el asistente de España, que estaba en Nápoles y vernía presto, pero que para la partida del correo no sería posible. Díjome también que aquellos Padres ponían dificultad en el modo de llamar a congregación a instancias de personas de fuera, porque se haría camino dañoso por allí. Díjele que ninguna razón tenían aquellos Padres, porque el que haría instancia era yo como persona de la misma religión, y que el Rey ni mandaba ni pedía nada, y que en esto usaba un término muy real y que mucho obligaba a la Compañía, pues se contentaba de lo que ella hiciese; y que al mismo P. General, cuando se dijese que juntaba congregación por quererlo así el Rey Católico, le era de grandísimo honor y de gran satisfacción que procedía bien; y que el Rey, por dejar este negocio más libre y más honor de la Compañía, había mandado tenerse tanto secreto, que ni su Consejo de Estado, ni la Inquisición sabían nada, sino sólo el conde de Chinchón.

Díjome que no lo había antes entendido tanto y que holgada de entendello. Díjome también que me advertía que ya algunos decían que yo venía contra él, y que un perlado de fuera había dicho que el P. Acosta venía por procurador de los inquietos y perturbantes. Díjele con mucha resolución que venida y negocio era sólo por el servicio de nuestro Señor y bien de la Compañía y particularmente de Su Paternidad, y que tenía bien probada mi intención en cuarenta años de religión, y Su Paternidad mejor que nadie sabía la verdad y fidelidad con que le había servido. Y siendo esto tan cierto y notorio, no se [me] daría un maravedí por cuanto dijesen los que quisiesen hablar; y que si por aquella vía pensaba ponerme miedo, que podían estar ciertos que ni daría un paso más ni un paso menos de lo que estaba satisfecho que convenía, pues ante el acatamiento del omnipotente Dios afirmaba que ninguna pretensión humana me había traído a Roma, sino el servicio de Dios y bien de la Compañía. Con esto y otras razones largas que pasaron, mostró ablandarse más el General, y dijo nos tornásemos a ver antes que escribiese yo a Su Majestad.

En 15 fuí a casa del Duque y le di cuenta de lo que había pasado el día antes con el Papa y con el P. Toledo y con el P. General, y le pedí enviase al secretario de la embajada al P. Toledo. Y el Duque lo hizo así, y me dijo se vía bien que este negocio le encaminaba Dios como cosa de su santo servicio. A la tarde me dijeron que estaba el P. Toledo con el P. General, y que había gran rato que estaban solos: y un clérigo que vino con el P. Toledo me dijo de su parte que le aguardase cuando saliese del P. General, que me quería hablar. Yo tuve por inconveniente que nos viesen en casa hablar, y dije al clérigo que era ya muy tarde, que yo iría a ver a Su Reverendísima a San Pedro.

8. Intimación pontificia de la Congregación General.

A 16 fuí a casa del Duque, y supe del secretario cómo el día antes había ido al P. Toledo, y no le hallando por haber ido a hablar al General de la Compañía, le esperó una hora, y cuando volvió le contó lo que había pasado con el Papa y con el General, aquel día, para que lo dijese al Duque y a mí; que por la mañana había estado con el Papa, y que Su Santidad le había mandado que fuese de su parte al General y expresamente le declarase su voluntad y mandato para que se hiciese congregación general con toda brevedad. Que el P. Toledo le había dicho que si Su Santidad le hacía espaldas y estaba firme, él iría, y que el Papa le había respondido: Non dubitate, io saró Lucía, aludiendo a lo que había dicho en el sermón de Santa Lucía, de que había estado inmóvil. Con esto el P. Toledo, luego la tarde vino y estuvo con el General gran rato, al cual dijo que nuestro Señor [el Papa] le enviaba para que juntase congregaciónquanto prima, porque muchos habían escrito a Su Santidad pidiéndola y muchos le habían hablado, y los mismos de quien él aquí se fiaba eran del mismo parecer, y que el propio P. Toledo sentía lo mismo y lo había dicho al Papa. Porque, sería en balde, y que era mejor dar gusto a Su Santidad y ganarle, y que si ponía en esto contradicción no le ternía nadie por hombre de buen juicio, y que despachase luego a las provincias para que viniesen a la congregación. También le dijo que la contradicción en que se había puesto con la Inquisición había sido gran vanidad. Que el P. General le había respondido que estaba aparejado a hacer lo que Su Santidad le mandaba, y que así lo haría. Que del P. Acosta tenía queja y grande sentimiento, por no haberle dicho cuando llegó a lo que venía, sino entretenídole algunos días, y así había hablado al Papa sin esperar su resolución, y que no le había pedido término sino de pocos días; y que decían del P. Acosta que venía por procurador de los inquietos y tentados; que tenía muchos sentimientos que hablasen y escribiesen de él al Papa.

Cuanto al tiempo, dijo que no podía ser para Pentecostés, porque se habían de juntar las provincias para elegir los que han de venir a Roma, y no se puede esto hacer en cuaresma, y hay provincias muy lejos, como Polonia y Lituania. Y que al P. Toledo, aunque primero le había parecido que fuese por Pentecostés, pero le parecía que sería mejor por octubre, y que eso bastaba. Todo me refirió Jiménez, secretario de la embajada. Con esto fuí al Duque y le dije el contento que tenía de lo hecho, y juntamente el cuidado que me quedaba para adelante, pues mi General se mostraba tan disgustado y ofendido de mí. El Duque me dijo que el General entendería después que le había yo hecho buena obra, y que él acudiría si se ofreciese necesidad. Dije que, en cuanto a mí, tenía por ganancia se ofreciese en que ganar algo haciendo lo que debía, y que en lo demás, pensaba que el miedo de lo que podría suceder vencería al enojo.

A 17 fuí al P. Toledo, y contóme lo mismo que el secretario había dicho, y dijo cómo aquel día el P. General le había enviado a decir que quería hablar al Papa y dar razón de si, y que él le había respondido que lo hiciese en buena hora, y que él holgaba porque daría la respuesta al recaudo de Su Santidad, porque él no la había podido dar. De esto recebí yo pena y dije al P. Toledo que mirase bien, que el Padre General ponía mucha solicitud y industria en advertir la intención del Papa, y que sería posible que Su Santidad se moviese de su primera revolución; que así convenía que él mismo hablase a Su Beatitud aquella tarde y le tornase a esforzar, advirtiendo cómo el P. General había de hablar a Su Santidad el día siguiente, y que creyese que era negocio éste en que se hacía mucho servicio al Rey. Cuanto al tiempo, le dije que bien bastaban seis meses, que son los que dan las constituciones, y así se podía hacer por junio, y que yo temía que con la dilación no pretendiese el P. General mudar provinciales y poner los que fuesen a su propósito. Dijo el P. Toledo que éste era punto de importancia, y que no se permitiría, y en lo demás, que todavía le parecía fuese para octubre, pasados los calores de Roma; y con esto me dijo que hablaría aquella noche al Papa; y así lo hizo, aunque estaba algo fatigado de dolor de cólica.

A 18 fuí por la mañana a decir misa a Santa María Mayor, y la dije ad praesepe Domini, y hice decir otro número de misas por este negocio; y a la tarde, sabiendo que el P. General iba a hablar al Papa, fuí a Santa Maríade Populo a tener oración al mismo tiempo.

A 19 supe por la mañana que el P. General no había hablado al Papa el día antes, sino a Cardenales, y que para aquella mañana tenía aplazada audiencia con Su Santidad, y pensaba negociarlo bien. Yo fuí luego temprano al Duque y pedíle escribiese un billete al Papa para que no hiciese novedad en la resolución tomada, y así lo hizo; y con esto me fuí a Santa María Mayor a decir misa al altar de la imagen de San Lucas, y hice decir otras misas aquella mañana. Después volví y dije al secretario Jiménez avisase al Duque que, pues era sábado y había de tener audiencia a la tarde, supiese de Su Santidad lo que había concluído con el P. General y hiciese el oficio que conviniese.

A 20, después de haber predicado en Santiago de los españoles, fuí a comer con el Duque, y díjome que había estado con Su Santidad el día antes, y que nuestro negocio estaba bueno. Que el Papa le había contado cómo el P. General aquella mañana le había hablado y quejándose mucho de que le hubiese enviado a mandar que juntase congregación, sin habedle a él oído primero, y que él le había respondido que tenía razón de sentir aquello, mas que no le echase a él la culpa, porque él había tomado aquella resolución después de muchas cartas que le habían escrito y de muchos que le habían hablado en la gran necesidad que tenía la Compañía de remediarse, y que el medio de la congregación le había cuadrado como más suave y más a propósito, y no había querido dar lugar a que se pusiese en disputas y consultas, porque no haciendo esto forzosamente él había de poner otro remedio más áspero, y que la congregación en todo caso se promulgase, que había de ser a los primeros de octubre siguiente. Y que lo que temían de personas seglares y de fuera se entrometiesen y los estorbasen, que no tuviese temor, que él pornía en eso remedio, y que donde él estaba no debía pensar se le hiciese agravio. Finalmente, quedó concluído el negocio, y el P. General volvió con esta resolución, y el Papa dijo al Duque que bien podíamos escribir a Su Majestad en este primer correo esta resolución. Por lo cual hago muchas gracias a Dios nuestro señor y a su benditísima madre la Virgen Santa María, y a su Majestad, por el favor que en este negocio se ha dignado hacer a la Compañía.

En Roma, 22 de diciembre 1592.-Josef de Acosta.




ArribaAbajo- XVI -

Memorial de apología o descargo dirigido al Papa Clemente VIII



ArribaAbajoParte primera.-Acusaciones anteriores a la embajada de Roma

1. Prólogo o Introducción.

Santísimo Padre: Hasta ahora he pasado y callado sin dar satisfacción a diversas culpas que me han sido impuestas, aunque ha muchos días, y aún meses, que tengo entendido que cerca de Vuestra Santidad y de la Majestad del Rey Católico, y en esta corte y en la de España, y en las provincias casi todas de la nuestra Compañía de palabra y por escrito, he sido gravemente culpado, con harto detrimento de mi fama y reputación. Pero considerando que esto se hacía por voluntad de mis mayores, a quienes debo obediencia y respeto, y que a un religioso le está mejor padecer y callar que ponerse en defensa y contiendas, y confiando de la bondad de Dios Nuestro Señor, que cuanto yo menos me defendiese, tomaría más la mano en volver por la verdad y buen deseo que trato, aunque lleno de faltas y miserias; todo este tiempo he dejado de hablar por mí y pasado como he podido mi aflicción y trabajo. Ahora que veo ya redundar este mi silencio en daño y descrédito del ministerio que por Vuestra Beatitud me está encargado, y en menos reputación de la confianza que el Rey Católico hizo de mi persona para los negocios de Real servicio suyo que me mandó tratar con Vuestra Santidad, y principalmente considerando que la falta de satisfacción que de mí pueden tener los de mi religión les hará con razón darme poco crédito, aun en las rosas que tuviese mucha razón, heme determinado a escribir esta respuesta y defensa, para que Vuestra Santidad se digne leerla, y pareciendo justa, con su santa bendición y gracia la puedan ver las personas que Vuestra Santidad juzgare podrán aprovecharse de ella, siendo mi intención decir solamente lo que fuese necesario para satisfacer por mí, sin tratar de ofender a nadie.

Confieso a Vuestra Santidad que, como flaco, a veces me he hallado desconsolado y perplejo, no sabiendo si me convenía callar o si responder por mí, y me consolaba en mi flaqueza la palabra de Salomón:calumnia conturbat sapientem et perdit robur cordis illius (Eccl. 7.), si la calumnia puede turbar y hacer desfallecer al sabio. Pues si en el sabio hace este efecto, no era mucho hiciese en quien no lo es. Pero más cuidado me daba no fuese esto parte para enfriar la caridad, porque con semejantes ocasiones de ofensas y defensas suelen mucho enconarse los ánimos, y así me parecía que con grande consideración pedía David: Redime me a calumniis hominum et custodiam mandata tua. Espero en Dios Nuestro Señor que la satisfacción y claridad que en las cosas que se me oponen yo daré con su divina gracia, será para que la ley de caridad y amor que entre todos los cristianos debe haber, y más entre los de una religión e instituto, se conserve y aumente, mas que en esta ley de caridad tiene Dios resumidos todos los mandamientos, y toda la perfección religiosa consiste en su perfección.

2. Memorial de cargos contra Acosta del P. Alonso Sánchez.

Las culpas, Padre Santo, que se me imputan son en dos géneros muy diversos. Unas son las que se dicen y no se sienten; otras las que se sienten y no se dicen. Del primer género son faltas y culpas personales, no tanto de este tiempo ni conocidas agora de nuevo, cuanto buscadas de tiempos pasados y acomodadas al intento presente de mostrar ser mi persona indigna y poco idónea para tratar con Vuestra Santidad y con la Compañía los negocios que el Rey Católico me ha cometido. De este género son las que se dieron a su Majestad por mano del P. Alonso Sánchez en un memorial, y las que se han escrito más largamente en otro memorial, que por mandato de Vuestra Santidad se dió al P. Doctor Toledo, de las cuales digo, que se dicen y no se sienten, porque de ninguna de ellas se ha tenido nueva noticia, agora a lo menos, de las que más se encarecen y parecen más graves, y con saberse de antes nunca de ellas fuí castigado, ni aun reprendido de mis superiores, antes puedo mostrar sus mismas letras en descargo y abono mío, y no sólo no me tuvieron por tan culpado como ahora me hacen, pero al mesmo tiempo me dieron los oficios de mayor confianza que hay, dándome patentes de prepósito de Toledo y de prepósito de Valladolid y de visitador de las provincias de Andalucía, y visitador de las provincias de Castilla y Toledo y Aragón, las cuales todas puedo mostrar, y en las respuestas que se me dieron antes de estos oficios y en ellos y después de acabados puede constar por testimonio del P. General tanta aprobación y aun loa, no sólo de lo que se hizo, pero en particular de lo propio y personal en religión y observancia y buen ejemplo, que ninguno podrá creer que quien escribía aquello sintiese tan al contrario como en esos memoriales se da a entender.

Pues, ¿cómo a persona del regalo y disolución, de la ambición y de la propiedad que se arguye, y de los demás defectos y culpas que desde aquel mismo tiempo se lo imputan, sabiéndose entonces de ellas lo mismo que ahora, nunca le castigaron ni aun le reprendieron?, ¿cómo le encargaron oficios de tanta confianza?, ¿cómo dieron tan público y notorio testimonio no sólo de sus partes y modo de proceder, sino particularmente de ser muy religioso y observante y de celo? Ya que en mí esto no lo hubiese, a lo menos no es de creer, Padre Santo, que mi General me hubiese de lisonjear, y engañar a quien, según la obligación de su oficio, debía corregir y aun castigar. Si la propiedad es la que dicen y la ambición como la dan a entender, pues no eran faltas éstas para disimular, sino muy dignas de castigo, como delitos cometidos contra los votos hechos a Dios Nuestro Señor. Mas si por letras del mismo General se muestra que se le pidió la debida licencia y que la dió para administrar en cierta forma algún dinero dado de limosna, usar de él conforme a la facultad dada por el Superior, no era propiedad, y si Vuestra Santidad me hizo gracia de poder conservar el resto del viático que traje a Roma para la vuelta a España, tampoco será propiedad. Quien siempre ha andado peregrinando, sin tener otro Superior por cuatro años, sino a su General, en tener lo necesario para sus caminos, y usarlo, nadie puede decir que hace contra el voto de la pobreza. Juntos venimos de Indias el P. Alonso Sánchez y yo; él traía muchas más cosas, y siempre tuvo y usó libremente del dinero de su viático, y no por eso fué tenido por propietario, ni aún yo lo era antes de este nuevo disgusto.

3. Acusaciones de ambición y haber pretendido cargo de Provincial.

Cuando a la ambición, que es el mayor cargo, si al mismo P. General escribí el movimiento de mi ánimo que en tiempo que todas las provincias estaban aguardando a ver qué se hacía de los visitadores, y qué de la nota de dejallos el General como descompuestos se seguía poco estima de sus visitas, y que así deseaba mirase esto su Paternidad, y añadí que tenía por menos inconveniente ser tenido por ambicioso que desunido de mi General, no por eso me declaro por ambicioso y lo doy firmado de mi nombre; ¿pues tan grosero y necio era yo que, ya que tenía ese delito, le había de escribir a mi mismo juez para que me castigase, y que había de manifestar culpa que sola ella bastaba para hacerme indigno y aun incapaz de lo que pretendía? Muy diferente cosa es ser un ambicioso, o ser tenido por ambicioso: lo uno es culpa, y lo otro es pena; y la verdad es la que dice muy bien Tulio, que la ambición verdadera es la que se encubre, que el mismo vocablo de ambición trae consigo el rodeo y encubierta. Para quien lo mira sin pasión, ninguna satisfacción hay más cierta que la misma manera de hablar, mayormente con su Superior, y así lo juzgó entonces el General en la respuesta que me dió a aquel capítulo, en una carta larga toda escrita de su mano, donde al dicho capítulo responde mostrando antes edificarse y satisfacerse del modo de tratar mi ánimo con mi Superior, el cual puedo certificar ante el tribunal del eterno Dios, y así lo certifico y afirmo, que no fué pretender mando ni superioridad, sino satisfacer a la obligación que me parecía tener de que el General entendiese la ocasión que se daba y la nota que se seguía en aquella coyuntura.

Para mayor satisfacción en esta parte, mírese el discurso y modo de proceder que he tenido en la Compañía en cuarenta años, y aún más, que por la gran misericordia de Dios he vivido en ella. La ambición, Beatísimo Padre, no es enfermedad que da una vez y luego se quita; no es fiebre efímera, sino ética pegada a los huesos, que no acaba sino con la vida. La mía en la Compañía, veintidós años, fué de puro súbdito, y sin tener cargo ninguno y no por no poderle tener, pues otros, no de más partes ni de más tiempo los tenían. A mí me ofrecieron el rectorado de un colegio principal antes de ir a Indias, y ningún gusto tuvo de ser superior ni lo fuí siendo General el P. Francisco de Borja; y habiendo la santa memoria de. Pío V tomado el P. Toledo para el Sacro Palacio, me envió a llamar de España para sucederle en la lectura de la Teología en Roma, diciendo que no hallaba quien pudiese henchir mejor aquel vacío; y con ser puesto de tanta estima, que otros le codiciaran, respondí que, si la obediencia me lo mandaba, iría; mas si se dejase a mi inclinación, que no la tenía de ir a Roma. Saben bien los que entonces eran superiores míos, que ni apetecí cargos ni cátedras famosas, sino antes pedí ser enviado a Indias entre gentes bárbaros a trabajar sin opinión ni honra, como en efecto, se hizo. En Indias a pura necesidad tuve cargo de un colegio cuatro meses, y cinco años y medio de Provincial, y sabe el que me sucedió en el oficio la instancia que hice por verme descargado de él sin sufrir a esperar el tiempo que, según el orden de aquí de Roma, había de esperar mi sucesor antes de entrar en el oficio; nunca después tuve cargo, sino fué el de visitador en las provincias de España, Andalucía y Aragón, en la cual visita hice lo que pude y creo se sirvió Nuestro Señor, y el P. General, de ambas visitas mostró la satisfacción que por sus letras puede constar, y las provincias no la han mostrado menor, aunque quejas y notas de algunos no faltaran, como siempre es forzoso haberlas; mas lo común y mejor de las provincias es cierto que dieron testimonio muy bastante de haberse hecho más que mediano fruto en las visitas, y no menos de haber procedido el visitador religiosamente y con entereza. Después de esto, dicen que entró la ambición de ser Provincial; y ya yo he dicho la verdad, que en el acatamiento del Señor es muy cierta; que en el de los hombres lo puede ser, si se advierte que, si yo pretendiera tanto de ser Provincial, nunca hubiese hecho este viaje a Roma, que sabía bien que no era buen camino para ganar oficios tratar de congregación general, y estaba muy enterado que de lo contrario de esto dependía todo el negocio. Y es tanta verdad para mí y para quien lo mirase sin pasión la que digo, que se hallara, que conforme a las cartas que a mí me escribió el P. Alonso Sánchez, de Roma, y el P. Gil González Dávila, desde Alcalá, y aun el mismo P. General, no se puede entender menos de que entre otros que iban nombrados para ser provinciales, cuyas patentes llevaba el P. Alonso Sánchez, era yo uno, y hasta el día de hoy lo entendí así y yendo aquellas patentes, según se entiende, a elección del Rey de España, fuera muy cierto echar mano de mí, según la merced que Su Majestad me hacía; y con entender esto así, estando ya en España el dicho P. Alonso Sánchez, vine a Roma, sin verle ni saber lo que llevaba.

Decir que vine por disgusto de no haberme hecho antes Provincial, no lo quiero llamar malicia, sino necedad, porque si se hubiera hecho algún otro Provincial y dejándome a mi, pudiera tener ese entendimiento; mas no sólo no se hizo otro Provincial dejandome a mí, pero aun al mismo tiempo que mi compañero de visita dejó de ser visitador, quedándose por súbdito, a mí me hizo mi General prepósito de la casa profesa de Valladolid, que es un cargo de mucha calidad, hablando al modo seglar, y juntamente me escribieron de Roma que adelante se vería lo demás. Pues ¿qué razón ni pizca de razón había para resentirme, sino antes tener mucho agradecimiento al término que el General usaba conmigo? Decir que vine a Roma a otras pretensiones más altas, ya esto es dar mucho lugar a juicios temerarios y maliciosos. Y porque de los pensamientos en intenciones secretas yo no puedo alegar más de con dos testigos: uno es Dios y otro es mi conciencia; yo juro sobre ella y ante Dios Omnipotente que ni pretendí cuando vine, ni después acá he pretendido fin mío ni acrecentamiento ninguno, sino hacer servicio a Nuestro Señor y bien a la Compañía, persuadiéndome juntamente que me ofrecía a mucho trabajo y pesadumbre, como lo ha mostrado bien el tiempo, y yo lo dije en España a un personaje con quien me mandó tratarlo el Rey.

Heme extendido, Padre Santo, en dar esta satisfacción, porque es cosa en que me cargan más la mano y no deja de tener alguna apariencia y es necesario lo que he dicho para lo que adelante se ha de tratar cerca del oficio que he hecho para que haya congregación general, que en efecto de haber tratado y hecho que la haya, ha nacido el ser yo ambicioso como me hacen, y si yo hiciera lo que otros, dejarme ir al hilo de lo que aquí gustan y decir que no era necesaria congregación, sin duda yo no fuera ambicioso, y sin ambición fuera todo lo que quisiera, y agora no soy nada, y con eso muy ambicioso.

4. Aseglaramiento, amigo del regalo, faltas de pobreza.

Vengo al otro cargo que me hacen y tanta me lo encarecen, de que soy amigo del regalo. Si esto se me dijera dándome fraterna corrección de palabra o por escrito, como entre otros religiosos es uso loable, yo callara y me humillara, y dijera dándome fraterna corrección de palabra, que me hacían caridad de corregirme; pero viendo que esto nunca se ha hecho conmigo, antes de palabra y por cartas ídome a la mano en alguna estrecha que para mi salud y otros trabajos les parecía no conveniente, y, por otra parte, que ésta nota se me ponga en escritos contra mí dados a Príncipes, como es el que se ha dado a Vuestra Beatitud, y otro dado al Rey de España, con lo cual se quiere dar a entender que no soy buen religioso, y que mi vida es seglar y disoluta, no puede dejarme de causar admiración y sentimiento y obligarme a dar alguna razón de mí. Y la primera será preguntar, si este regalo que dicen es comer lo que todos comen sin que haya diferencia de mi al menor novicio o lego del refitorio, salvo dárseme un poco más de esa bachina o castrado, que dan por tener necesidad conocida. Pues en el vestir, celda y cama no se que haya ningún género de curiosidad ni particularidad que no sea común a todos. Si llaman regalo no usar de algunas cosas que otros usan, y relevarme de algunos trabajos de comunidad, bien se puede presto averiguar si finjo yo enfermedades y achaques, o si padezco necesidad a ratos muy grande, causada de indisposiciones que por largos trabajos he padecido; y si fuese yo singular o introdujese cosas ajenas de religión, sería nota razonable; mas, ¡pobre de mí!, que veo tanto más de particularidades y buen tratamiento entre otros que no tienen mayor necesidad, y se pasa con ello y aun se canoniza por santo.

Si no tuviera respeto a la modestia que debo, quizá pudiera mostrar presto si esto que llama regalo es regla. Les veía que en los que lo reprenden se usa y no es regalo, y en quien no disimula ni finje es regalo y disolución. Esto es cierto, que hacen mucho más particularidades con otros, que no son sus necesidades mayores, ni quizá tan grandes, y no se diga que algunos miran la festuca ajena y no la viga propia, y bien se sabe que no he pasado la vida ociosa jamás, sino siempre trabajando en estudios, en lecturas, en sermones, en caminos, en navegaciones, en negocios diversos que se me ha encargado, y en particulares trabajos míos de componer y escribir de ordinario, y el tiempo que la Compañía señala de recogimiento y oración, quizá le he tenido tengo doblado, quizá cuando otros duermen velo yo y me levanto a oración y a mis solas. Por ventura recibo de la mano de Dios algunas mercedes que él sabe, aunque esto es en parte condenación mía, pues las mercedes y gracias que Nuestro Señor me ha hecho y hace, debían hacerme perfecto y no lo soy; pero tampoco me reprende mi conciencia de la seglaridad y regalo que quieren imputarme. Es mi modo de proceder sin escrúpulos y melindres ni rigores, o por mejor decir, demostración de ellos. También es verdad que mi disposición natural, y la necesidad corporal causada de grandes indisposiciones no me permite usar ni hacer algunas cosas que hombres sanos y recios hacen y usan. Esto si se ha de llamar regalo, sea como mandaren, yo antes dijera que era flaqueza y miseria digna de compasión, que no falta de religión que merezca ser publicada a papas y a reyes. Otros con nombre de penitentes saben darse muy buena maña y gozar todos buenos bocados y todas buenas comodidades, de que pudiera contar algunos hechos que dieran que reír. Pero básteme a mí el pedir absolución de mis culpas sin confesar las ajenas.

5. Sobre comportamiento en el Perú y como visitador en España.

Mas, porque en el papel dado al padre Toledo para Vuestra Santidad no se contentan con ponerme esta nota de regalado, sino que añaden que en el tiempo del Perú me porté mal, y después en las visitas, y últimamente en Roma, quiero dar un poco de más razón de mí con particularidad.

Antes de ir al Perú había estado diecinueve años en la Compañía, estudiando y leyendo Humanidad y Metafísica, y Teología escolástica. De este tiempo, pues no se me opone nada, no diré nada más de dar gracias al Señor, que antes del día del Juicio se me ha examinado la vida con tanto cuidado, y tengo que agradecer que de estos diecinueve años no resulten nuevas culpas y cargos. De estos veintidós que restan, los diecisiete gasté en Indias, los más dellos en el Perú, y déstos, revolviendo los papeles que tienen en su archivo y secretaría, repiten los malos portamientos que dicen tuve en el Perú, y no dicen qué fueron estos malos portamientos y cómo están averiguados. Fuera más razón que se edificaran y loaran los inmensos trabajos que allí pasé, que sin vergüenza los puedo llamar así, que el grande fruto que a gloria del Señor se hizo en aquellas provincias, donde todo el tiempo que he dicho fué continuo el ejercicio de la predicación en los templos y plazas, fueron largas y penosas las peregrinaciones por caminos asperísimos y muy peligrosos, fué continuo el cuidado de ayudar a los indios con dalles maestros y libros compuestos de catecismos y confesionarios y sermones y otras ayudas. Fueron siete años, aunque no continuos, de leer Teología juntamente con el predicar, y mucho mayor trabajo que todos, el de consultas de casos de conciencia y de Inquisición a que asistí doce años, y al mismo tiempo siendo Provincial y no teniendo rector en el colegio principal adonde residía, es verdad, como lo sabe la Suma Verdad, que el trabajo y ocupación que allí tenía era de cuatro hombres enteros, y la necesidad me hacía no reparar en nada, y algún celo que Nuestro Señor me daba de ayudar a las almas. De estos trabajos excesivos y otros interiores por sucesos muy tristes de algunas almas, cobré la enfermedad tan pesada que hasta hoy padezco, de congojas de corazón, que es un purgatorio tan pesado que sólo puede decirlo quien lo ha pasado. Si por tantos trabajos y cargas usaba de alguna más indulgencia, o por decirlo por su nombre me regalaba, pienso que se puede tomar en descuento el trabajo, y que se hallará ser harto mayor que el regalo. Mas, diciendo verdad, en ese mismo tiempo de Perú se hacía harto más de penitencia de la que quizá el cuerpo sufría, y no hay para qué especificar más de que el padre Gil González, asistente que entonces era de la Compañía, me escribía de Roma que me templase en las asperezas corporales, porque la vida no acabase presto como había sucedido a otro Padre, contemporáneo mío.

Estos fueron, Padre Santo, los portamientos del Perú, donde con Virreyes y otras gentes se padecían molestias harto graves, y sea Nuestro Señor bendito por todo, que como a Él se deseaba servir, así no me da pena que aquellos mis buenos tiempos se llamen malos deportamientos. Aunque el P. General en entrando en el oficio, sabiendo mis enfermedades y tristezas muy de otra suerte me trató, escribiéndome y consolándome con mucha caridad, y mandándome venir a Europa para que no acabase de perder la poca salud que me había quedado. Después que volví de Indias, que son ya cinco años, todo el tiempo ha sido de caminos por venir de España a Roma, y vuelto, y ocupádome en las visitas de Andalucía y Aragón, en que no he podido excusar de andar con alguna más comodidad de buenas bestias y dos compañeros, por ser yo pesado y padecer en los caminos mucho trabajo, siendo muchos de estos caminos y viajes en tiempo de estío o de recio invierno, en que sin duda he pasado mucha molestia; y es cierto que ninguna vez subía en bestia, que no sintiese gran repugnancia por padecer indisposición muy contraria al camino, ultra de ser de mío muy cargado y poco hábil para el camino. Cuanto al gasto, si alguno se hacía más del que otro Superior o Visitador hiciera, siempre fué de limosna que a mí se me hacían o habían hecho, sin costarle a las provincias cosa, porque el P. General me había dado licencia para hacerles esta manera de limosna. Si se anduvo con alguna más comodidad que otro anduviera, considérese que yo pasaba con todo eso mayor trabajo que otro, y tenía más necesidad; y en este mismo tiempo, aun de estos caminos, puedo mostrar letra de mi General, que antes me advierte de no estrecharme, sino acomodarme a la necesidad del sujeto; y siempre procuré proceder religiosamente y con edificación, por no disipar con el ejemplo la reformación que con el oficio pretendía hacer.

Agora últimamente, en estos diez meses que ha que estoy en Roma, no sé qué regalo han visto, pues siempre he seguido la comunidad y refitorio, sin querer ni un día ir a comer en la enfermería, como hacen otros con no mayores indisposiciones de las que yo he tenido. En refitorio todos saben si se hace singularidad conmigo más de crecerme, como he dicho, la porción algo más, y algunas cosillas que me son dañosas mudarse en otras que no son de mejor apetito. Con todo eso, dicen que se ha visto que me regalo; a mí me parecía que sólo el hacerme a las comidas y estas menestras de acá era harta prueba de poco regalo; débenlo de decir, por las pocas veces que he comido en casa del duque de Sessa, o en otras fuera de la Compañía. En esto es muy errada la cuenta que hacen, porque si hay mortificación y penitencia es ésta, por ser tan grande la incomodidad de la casa de Penitenciaría donde me han puesto, que no es posible ir a la ciudad a negociar sin perder todo el día y buscar donde comer de limosna; y aunque el Duque la hace de muy buena gana, yo la perdonara y holgara más con mi porción de refitorio, que no esperar tan tarde a comer, que ya está el hombre ahito de ayunar. Si dicen por qué no me voy a comer a la casa o colegio de la Compañía, no quiero responder nada; basta decir que no me atrevo, y así paso como puedo y no como querría.

El haber ido alguna vez con el Duque a estaciones en la carroza y a iglesias es cosa que él la ha hecho de propósito, como se lo dijo a Vuestra Santidad, a quien se ha dado particular cuenta de todo. La causa ha sido verme tratar mal de los míos y quererme honrar y autorizar alguna vez, y ésta es toda la masa que hay para lo que me oponen que soy amigo de seglares; lo cual, diciéndoselo al Duque uno de los de mi casa, respondió que era semejante objeción a la que leemos haberse hecho a otro más religioso y más santo: Manducat et bibit cum peccatoribus; est publicanorum, et peccatorum omicus. Puedo bien afirmar que tiempo de mayor penitencia yo no lo he pasado, y así no acabo de entender que sea éste regalo y poca religión que me oponen, porque en lo demás aquí saben todos que todo el día estoy encerrado en mi celda, leyendo o escribiendo o encomendándome a Dios, y que con gente de fuera tengo poquísimo trato, y antes me han tenido siempre en esta parte por encogido y seco, que no por desenvuelto y amigo de perder tiempo.

Con esto queda respondido a los tres principales cargos que se me hacen, de que soy propietario, ambicioso y amigo de regalo; y no quiero decir si en lo secreto hay algo que sea muy ajeno de regalo, basta que lo sepa el que no ignora nada, ni si pretendo santificarme, sino librarme de ser tan mal religioso como me hacen. Otros capítulos me dicen hay contra mí; pero yo no los sé, ni me los han querido decir, ni por mucha diligencia que he puesto no he podido recabar que se me dé copia para purgarme, ni el P. Toledo me ha mostrado ni querido el memorial que se dió para vuestra Santidad contra mí; más bien se deja entender que, si fuera ropa fina, se dejara ver y mostrar a lo claro, y siendo cosas, o de poca sustancia, o de ninguna prueba más de decirse, basta la respuesta que Tulio da en la oración Pro Roscio Amerino: De quibus verbo arguitur, sat est verbo negare. En el memorial que dió el Padre Alonso Sánchez me acuerdo que decía otra cosa, y es que decían ser yo melancólico; no sé más que decir de lo que dijo San Gregorio Turonense, que era muy chiquito, a San Gregorio el Magno, que le estaba mirando: Ipse fecit nos et non ipsi nos; aunque, por otra parte, no viene bien con la melancolía la disolución que ponen.

Todos estos objectos y culpas dije al principio que se dicen y no se sienten, porque queriéndome condenar, las que tienen por verdaderas culpas, que es haber acudido al Rey y al Papa contra mi General y contra mi religión, según piensan, no se han atrevido a acusarme de ellas, y para henchir su lugar han añadido buscando esotras de ropa vieja y de poca sustancia; parecido semejante a la estatua de David que puso Micol cuando le venían a prender por mandado de Saúl, que buscando a David no le asieron por haberse huído por la ventana, y toparon aquel dominguejo hecho de pieles y paja y lana de dentro, en figura de David, y así como en cosa de burla no quieren que salga a vista este David que han hallado, porque no se vea que todo es borra y paja envuelta. Sea en hora buena que, si me manifestare, podré desenvolverlo mejor y decir qué es cada cosa por sí.




ArribaParte segunda.-Cargos sustanciales derivados de la embajada a Roma

6. Actividades de Acosta contra el Instituto de la Compañía de Jesús.

El otro género de culpas, Padre Santo, que dije al principio que sienten y no se dicen, es de más consideración, y a que me hallo obligado a satisfacer; porque, verdaderamente, si es lo que algunos han pensado y dicho que yo he querido valerme de la autoridad del Rey Católico y del celo santo de Vuestra Beatitud para opugnar y arruinar a mi General y al Instituto de mi religión, culpas son que merecen un muy grave y muy ejemplar castigo, y tanto son más dignas de odio y de infamia perpetua, cuanto es mayor el atrevimiento de querer engañar e inducir las cabezas en lo espiritual y temporal de la Cristiandad contra mi propia religión. Tal género de traición sería, sin duda ninguna, en mí más feo que en otros, por lo mucho que yo debo a la Compañía, donde puedo decir casi que nací, pues no tenía doce años cuando entró en ella, y particularmente habiendo hecho tanta confianza de mí el P. General, que, como es notorio, ha sido en ocasiones muy señaladas. Ser un hombre infiel, ingrato y desleal es cosa abominable a Dios y a las gentes. Mas yo, Padre Santo, pretendo, y con mucha seguridad lo pretendo, que ante Dios y ante los hombres he hecho lo que debía hacer, y lo que cualquier buen hijo y fiel a su religión y a sus superiores ha de hacer. Y porque en los ojos del Señor no me reprende mi conciencia, antes sabe su Divina Majestad que le he deseado servir y agradar en ese particular, tanto como en cosa jamás en mi vida, suplico a su Eterna Sabiduría me dé gracia y luz para vencer las tinieblas y escuridades que pueden causar figuras, tan contrarias a la verdad y caridad religiosa, y suplico también a Vuestra Santidad me dé licencia de descubrir y aclarar algo más que hasta aquí lo que en este propósito fuere necesario entenderse.

A cuatro cabos se pueden reducir las quejas y mala satisfacción que de mí hay en estos negocios. El primero es el haber yo inducido al Rey Católico a que hiciese juntar congregación general. El segundo, el mal modo que en negociar esto con Vuestra Santidad tuve, no esperando la resolución de mi General, ni conservándole su autoridad. El tercero, haberme encargado, con nombre del Rey Católico, de diversos capítulos que son contra el Instituto, queriéndole perturbar y mudar. El cuarto, no haber aquí tratado con el General, con la verdad y sinceridad que un súbdito debe, antes procurado de le engañar y desunir del a otros de fuera y dentro de la Compañía. No pienso hay contra mí queja que no se comprenda en una de estas cuatro cabezas que he dicho, y sí en éstas diere disculpa y satisfacción suficiente, creo me absolverán de las culpas que en este caso me imponen.

7. Congregación general procurada por Felipe II en favor de los perturbadores.

La primera queja, de haber ocurrido a la Majestad Católica para que con su real mano y poderosa se hiciese en mi religión lo que a mí me parecía y daba gusto, sería sin duda muy justa y yo muy digno de ser aborrecido y condenado de los míos, si fuera como muchos deben de pensar, entremetiéndome yo a pretender novedades en mi religión por mano de personas de fuera; mas, en efecto, no pasa así. El tratar con el Rey Católico de congregación general fué fuerza y casi de obligación, en que ningún hijo fiel de esta religión que tuviera la noticia de los negocios y disposición que yo tenía para hablar a Su Majestad, se dejara de tener por obligado en conciencia y en ley de fidelidad a su religión. Cuando acabé la visita de Aragón y vine a Madrid por orden de mi General a dar cuenta de ella al Rey, entendí que de nuestras visitas el Rey tenía poca satisfacción, porque le habían dado a entender que no se había en ellas conseguido el efecto que pretendían, que era sosegarse los ánimos de los inquietos, los cuales no cesaban de hacer recursos a Su Majestad y al Tribunal de la Inquisición, diciendo que las cosas se quedaban como antes, porque, a la verdad, lo que pretendían del gobierno de la Compañía no tocaba a nosotros en nuestras visitas tratar de ello, ni éramos parte, pues visitamos a los inferiores y no a los superiores de la Compañía. Por lo cual instaron de nuevo que se hiciese otro género de visita por prelados y personas de fuera, encaminando toda esta visita a averiguar que el gobierno del General y de los suyos era errado, y del había mucho descontento.

De esto que se trataba tuve alguna noticia, aunque no cierta, por palabras que me dijo Francisco de Abreo y por algunos indicios que vi de no estar el Rey tan satisfecho con las visitas como yo había primero pensado. Después lo supe con más certidumbre del conde de Chinchón, y pareciéndome que la Compañía recibía con aquellas visitas de forasteros grande afrenta, y particularmente se nos hacía a nosotros, los visitadores, y que se abría puertas a los inconvenientes de inquietud y divisiones y novedades, traté con Su Majestad con todo el calor que pude que no se siguiese aquel camino de visita por prelados de fuera, sino otro más suave y más honroso y más firme y seguro de hacerse congregación general, el cual fué Nuestro Señor servido le eligiese el Rey, y de su propio motivo se determinase en él, movido de las razones que le di, no obstante que era en contrario el parecer del Consejo de Inquisición y de sus ministros, y lo tuve por obra del Señor y pensé haber hecho grande servicio a Nuestro Señor y a la Compañía y di a Dios muchas gracias por ello, y al Rey Católico por el favor que hacía a la Compañía en no querer usar de los breves apostólicos que tenía para poderla visitar por prelados y contentarse con el juicio y determinación de la misma Compañía en todas las materias que se ofrecían de su gobierno y de su modo de proceder.

Si en esto ha habido pecado, deseo entenderlo, Padre Santo; si éste ha sido oficio de hijo infiel y desleal, por el cual merece odio y infamia, y no antes agradecimiento y amor, júzguelo Vuestra Santidad y cualquiera que sin pasión lo mire. Pero porque este hecho podrá ser que parezca ser compuesto para dar color a mi justificación y los testigos de él están lejos, quiero alegar dos testigos en Roma, que son omni exceptione majores: el uno es Vuestra Santidad y el otro es la carta del Rey Católico para Vuestra Santidad. Ninguno sabe mejor que Vuestra Beatitud si en España y Roma se ha hecho instancia para que esta religión sea visitada, y no por los suyos de ella. Sabe Vuestra Santidad si, muy poco después que fué colocado en la Silla Apostólica, se le han dado muchos y varios avisos cerca de reformar esta religión, y sabe si se trataba de esto al mismo tiempo que yo llegué a Roma y besé el pie a Vuestra Santidad y le propuse el medio de congregación general, y si por aprobarle y aceptarle Vuestra Santidad cesó otra alguna diligencia y otros medios diferentes que para la Compañía ni eran honrosos ni provechosos. Que en España tratasen de visitar la Compañía por forasteros, bien le consta a Vuestra Santidad, y que se mudó o difirió aquel medio hasta probar este otro de congregación. Cuando cesen otros testigos, bastante será el del Rey en la carta que escribe a Vuestra Santidad este año a los veintidós de mayo, cuya copia envió a su embajador, y de ella consta cuán persuadido estaba el Rey de que convenía visitar a la Compañía por Prelados de fuera, y cómo por habérsele dado a entender por algunos de ellos que se haría mejor y con más firmeza lo que conviniese, juntándose congregación general, me había mandado lo suplicase a Vuestra Santidad de su parte, y da a entender que, aun hoy día, le parece importar la dicha visita: mas yo espero en Nuestro Señor que el medio que se ha tomado de congregación saldrá tan acertado que no haya necesidad de tratar más de visita por forasteros.

Con esto también no niego que ultra de excusar a la Compañía esta visita de fuera, me movió no menos a tratar de esto con el Rey, parecerme que había grande necesidad de juntarse la Compañía, y ver y proveer en el remedio de sus cosas, que para este efecto se habían ya puesto los otros medios más caseros y propios, y no se podía esperar por ellos el suceso que se deseaba, lo cual, si yo no me engaño mucho, me persuadí con claros y eficaces argumentos. Porque pasa así que luego que vuelto de las Indias a fin del año de ochenta y siete, pasé por las provincias de España y vi los movimientos y inquietud de muchos, y que el primer espíritu y caridad y simplicidad que yo había conocido en la Compañía, se había mudado tanto, que verdaderamente me parecía que no era aquélla la Compañía que yo había dejado diecisiete años había, sino otra de muy diferente trato, concebí en mí que para el remedio era necesario, una de dos: o visitar el Padre General por su persona las provincias de la Compañía, o convocallas en congregación general, en el cual parecer hallé a muchos de los más graves Padres de nuestra Compañía; así, cuando vine el año siguiente a Roma traté esto con el Padre General, poniéndole las razones que me movían, y diciéndome él otras en contrario. Una sola me pareció de más peso, que era entonces ser Pontífice Sixto V, y temiendo con razón que habiendo congregación general pornía la mano más pesadamente y no con aquella moderación que era menester: y Vuestra Santidad se acordará haberme dicho a mí esto mismo de su antecesor, la cual consideración todo el tiempo que duró aquel pontificado, me venció a mí y a otros para tener por más acertado en diferir se hiciese congregación. Después en Sede vacante se hizo congregación de procuradores, y hubo diez votos que se convocase congregación general, y por no saberse qué Pontífice saldría, les parece a muchos que no salió por la mayor parte de los votos, que eran veinticinco. Sucedió Gregorio XIV, que era tan propicio a la Compañía, y particularmente al Padre General.

Entonces había cesado la razón de temer y se podía esperar todo favor, díjose convocaría el Padre General congregación; no se hizo. Muchos escribieron de España pidiendo se convocase, y dando muchas y eficaces razones para ello, y éstos fueron no sólo de los más antiguos y graves de nuestra religión, sino de los más confidentes también, y más aceptos al General, los cuales puedo nombrar porque se lo oí a ellos de su boca. Las respuestas fueron en un modo de poner siempre inconvenientes y dificultades, que se entendía bien que por cartas y razones no se concluiría nada, y que acá se tomaba como negocio de deshonor y de querer tomar residencia el General, y así se tenía por desunidos o contrarios los que trataban de congregación general: y aun era práctica ya recibida que en el proveerse los oficios se miraba sobre todo el punto, y que algunos sujetos, por haberse entendido ser de esta opinión, les tenían por disidentes y poco idóneos. Así que esperar que el General de su motivo juntase congregación, no era conforme a buenos discursos esperarla; por votos de procuradores tampoco, porque aquí tienen mucha mano con ellos, y como vienen de nuevo los más, fácilmente les informan e inducen a lo que acá parece, mayormente que hubo mucho rumor, si falso o verdadero no lo sé, que por haberse inclinado el P. Paulo Hofeo, asistente, a que hubiese congregación cayó en desgracia, y le fué necesario salir de Roma, y siempre se juzgó que era más necesario y conveniente que la congregación se convocase por voluntad del General, como las constituciones se lo conceden, que no por votos de los procuradores de las provincias.

Finalmente, yo me persuadí que no habría congregación general sino ayudando al Rey Católico a ello, a lo cual había sentido a Su Majestad inclinado diversas veces por lo que veía preguntar e informarse de cosas de la Compañía, lo cual como lo entendí así lo escribí a mi General con la mayor persuasión que yo pude, diciéndole que si juntaba congregación sería de grande satisfacción para el Rey y para otros de fuera, y para la misma Compañía, aunque sabía que no era esta materia gustosa, y me lo había avisado el P. Alarcón, asistente en Roma y otros Padres graves en España. Mas, al fin, hice mi deber y en cartas de soli avisé con toda verdad y fidelidad, viendo que no había ni se esperaba resolución, y sabiendo que el Rey estaba muy ofendido por los privilegios del Santo Oficio, y lo que se trataba en materia de solicitación acá en Roma, de que el Consejo de la Inquisición se sentía gravemente. Habiendo escrito mi parecer al General, como lo hicieron otros Padres graves, y viendo que acá no se daba remedio, antes se iban dañando más las cosas, supliqué al Rey escribiese al General para que juntase congregación, y que en ella se le daría satisfacción a Su Majestad. Nunca el Rey vino en ello, ni enviar otro Padre a tratar de esto, porque yo temía mucho la venida, como porque estaba cansado de caminos y navegaciones, como por el disgusto que acá había de padecer. Al cabo me ofrecí a venir si mi Provincial me lo mandase, y mandómelo en virtud de santa obediencia, cosa que jamás me había pensado, sino que el Rey, sin saberlo yo, quiso que así se me mandase.

Yo acepté la venida, pareciéndome tener obligación de ella por excusar a la Compañía de la inquietud y afrenta que por el otro medio de visitas de fuera que muy de veras se trataba le podía venir, y también con esperanza que negociándose esto redundaría a la Compañía grande bien de la congregación general. No pienso, Padre Santo, que hasta aquí he ofendido en la intención, ni en el hecho, ni en los medios a Dios Nuestro Señor, ni a mi religión, ni aun tampoco a mi General, de quien he tratado con tanto respeto como Vuestra Santidad sabe y la Majestad del Rey y sus ministros, pues esto mismo ha sido causa de dudar y poner sospecha en mí, pareciéndoles que no podía yo tratar, seguramente, de materia que sabían era de poco gusto a mi General, a quien me veían tener tanto respeto y afición.

8. Negociaciones de Acosta con el Papa Clemente VIII a ocultas de su General.

Bien se pudieran decir otras cosas más particulares y más hondas para en justificación de haber tratado con el Rey que pidiese congregación general; mas pienso que lo dicho bastará, mayormente oyendo cuán acepta ha sido, universalmente la nueva de haber congregación general, y que los mismos que antes la repugnaban y eran de contrario parecer, dan ahora a entender que convenía, y que ellos también la querían, y claramente se echa de ver que es cosa que a toda la Compañía y a los de fuera, amigos y enemigos, ha parecido muy acertada y necesaria; lo cual, no pudiendo negar los que me culpan, dicen que no culpan ya el haber yo procurado que hubiese congregación general, sino el modo que aquí en Roma he tenido de tratarla y concluirla, que es el segundo cabo de los cuatro que propuse. Yo estoy persuadido que toda mi culpa y pecado ha sido querer congregación general y procurarla con veras, y que todo lo demás son ramas y hojas respecto de esto; mas pues me dan por libre de este pecado, resta satisfacer a los demás y primeramente a este segundo, del mal modo que dicen haber tenido, el cual consiste en no haber dado cuenta al Padre General luego que llegué a Roma a lo que venía, y haber primero tratado con Vuestra Santidad de todo este negocio; en no haber esperado la resolución del General ni aguardado el plazo breve que ofrecía de la venida del asistente de España que estaba en Nápoles; en haber engañado al General y sacado este negocio en modo que si viese que si el General juntaba congregación era por fuerza y a su pesar, y no haber dejado guiar la cosa en modo que se hiciese con su reputación y buen crédito. Tienen, Padre Santo, razón de sentirse mi General y sus asistentes, si esto es así verdad como muchos lo piensan; mas no lo es, como Vuestra Santidad lo sabe bien, a quien no se sufre mentir en materia ninguna, y mucho menos en esta de que es sabidor tan cierto. Es verdad que yo traté con Vuestra Beatitud de este negocio antes que con el General, y es verdad que hasta tener el orden de Vuestra Santidad que debía guardar, me recaté de comunicar a otro ninguno lo que se trataba. Todo lo demás que se dice, que no quise aguardar al asistente, y que guié la cosa a fin y en modo que se entendiese que el General no hacía congregación, es muy gran falsedad, o por decillo más templadamente, engaño de quien no sabe todo lo que pasó.

Para enterarse bien en el hecho y en la razón de él, se ha de entender: primeramente que el Rey Católico, teniendo para sí que el General no vernía en juntar congregación general, y dudando de que Vuestra Santidad se lo quisiere mandar, no quiso atravesar su autoridad en este negocio, ni que se entendiese que esto se trataba de su parte hasta que se asegurase el negocio. Con esta consideración me puso tan estrecho precepto del secreto que no me consintió ir por Madrid, ni escribir palabra al Cardenal de Toledo, ni a ninguno de sus ministros, ni despedirme en Valladolid, donde estaba, de nadie, ni aun de su Real persona, ni dar razón a ninguno de los míos ni a los de fuera a qué venía, y mandó viniese a Aragón con figura de llevar negocios de aquel reino, y a la partida, de su parte se me dijo que de la conclusión del negocio a que iba, tenía Su Majestad poca esperanza, mas que enviaba para justificar su intención con la Compañía, para que no sucediendo este medio de congregación no se quejasen si le viesen usar de otro medio más riguroso, y así me encargó que con la brevedad posible le escribiese de Roma el desengaño, que con esto se contentaría de mi venida. Con esta lectura vine, y así lo cumplí como me fué mandado, por lo cual me fué necesario asegurar el negocio con Vuestra Santidad antes de publicar con el P. General ni con los míos la intención del Rey. Lo segundo, se ha de considerar que conforme a todos los discursos y premisas que tenía yo de España, y mucho más con lo que entendí llegado a Italia, no podía esperar negociar bien con el P. General, que supe estaba muy bien prevenido en contrario, y que barruntaba bien la causa de mi venida; y así el abrirme yo luego y declarar a qué me enviaba el Rey había de servir de anticiparse el General y prevenir a Vuestra Santidad y dificultarme el negocio, y aun quizá imposibilitarle.

En esta consideración hice fundamento, y pareciéndome, por una parte que iba la importancia de todo en hablar primero a Vuestra Santidad, y por otra ofreciéndoseme increíble dificultad en poder negociar tan en breve con el Pontífice, y reservarme sin decir a mi Superior a qué venía, no supe más que encomendarlo a Dios con el afecto que pude, y fué Su Divina Majestad servida que llegando a Roma dentro de dos días tuve negociado con el Sumo Pontífice todo lo que deseaba, y al tercero pude dar razón de mi venida a mi General. Lo cual cuando considero las dificultades que hay aquí en negociar y en haber audiencia, mayormente larga y tan agradable como yo la hube de Vuestra Santidad, y otras cosas muy particulares que se ofrecieron al propósito, no puedo dudar que la mano del Señor haya obrado en estos negocios. Vuestra Santidad se acordará bien cómo me oyó y lo que me dijo después, y le supliqué no quisiese usar de otros medios que otras personas le habían representado que no eran decentes a la Compañía, y cómo se resolvió en guiar esta cosa con la mayor suavidad y honra de esta religión que pudiese, y cómo me dijo estar con firme propósito que cuando con el medio de congregación no se pusiese el remedio suficiente, le había de poner Vuestra Santidad, por otra vía de su mano. También se acordará Vuestra Santidad que le dije que la intención del Rey Católico era que esta congregación se juntase por mano de su General, sin que las gentes entendiesen que Vuestra Santidad ni el Rey lo hacían, porque deseaba se conservase la autoridad del General y se hiciese con buen gusto suyo, y que así lo trataría con mi General y pornía todo el calor posible, y si negociase, lo cual dudaba mucho, no sería necesario que Vuestra Santidad pusiese la mano; si no negociase, sería necesario ponerla, y Vuestra Santidad me dijo le parecía muy bien que así lo hiciese y volviese a Vuestra Santidad con la respuesta del General.

Yo le hablé otro día y le dije lo que el Rey pedía y las razones que para ello supe: fué la respuesta que diversas veces había tratado de juntar congregación y que sus asistentes todos lo contradecían y le ponían en obligación de conciencia no juntalla, para lo cual me dió algunas razones, mas que lo vería y encomendaría a Dios. Aguardé ocho días o más, no haciendo más instancia que ir a la cámara del General a ver si me decían algo. Viendo que no me hablaban palabra en ello, y teniendo aviso de fuera de buena parte de diligencias que se iban haciendo, y echando yo por mi deber algunas otras, entendí que en la dilación había artificio, y que cuanto más aguardase sería hacer el negocio más difícil, y así torné a hablar a Vuestra Santidad, diciendo la respuesta del General y las razones que me dió en contrario y cómo no se había resuelto, y Vuestra Beatitud me respondió la primera palabra: Pues yo sí, estoy resolutísimo; y me mandó que aquella noche hablase al Padre Toledo y le dijese hablase a Vuestra Santidad por la mañana del día siguiente en este negocio, como lo hice.

Aquella mesma noche, torné a hablar al P. General, pidiéndole alguna resolución para escribir al Rey con el ordinario que partía el lunes siguiente. No me dió otra más de que esperásemos al P. Alarcón que vernía de Nápoles; yo mostré no descontentarme de esto, y no dije la resolución de Vuestra Santidad ni pensé realmente que con tanta brevedad Vuestra Santidad se la mandara intimar. El día inmediatamente siguiente fué el P. Toledo con el mandato expreso de Vuestra Santidad al General por la tarde, de que yo quedé cierto maravillado, y agora lo estoy mucha más viendo que poca parte pude ser yo para que Vuestra Santidad usase semejante priesa. El P. General, con ocasión de haberle yo hablado la noche antes, parece se dió a entender que después de haber yo hablado con él y mostrado contentarme de que viniese el asistente, por otra parte di prisa a Vuestra Santidad para que sin dilación le hiciese intimar su voluntad, lo cual ante Dios Nuestro Señor y ante Vuestra Santidad, que se puede quizá acordar, no pasa así, ni yo hice de palabra ni por escrito, ni por mi persona, ni por otra, diligencia ninguna para apresurar más el negocio, sino Vuestra Santidad de suyo, inspirado, según yo creo, del Cielo, puso toda aquella prisa y determinación. También afirmo debajo del mismo juramento, que si no fué al Duque de Sessa y el P. Toledo, a ninguna persona ni de casa ni de fuera manifestédirecte ni indirecte que el Papa mandaba tal cosa al General, ni pretendí que se entendiese había sido negociación mía con Vuestra Santidad, antes deseé mucho que se hiciese la convocación de congregación con tanto honor y autoridad de mi General, que ninguno entendiese que había sido necesario precepto de Vuestra Beatitud ni instancia de Su Majestad, a quien escribí suplicándole diese las gracias al P. General y de nuevo lo obligase con alguna carta muy favorable.

Todo esto es pura verdad, como podrá constar claramente por las relaciones que día por día fuí escribiendo aquel tiempo de todo lo que se trataba y hacía, las cuales envié a Su Majestad, y el original está en poder del Duque de Sessa, el cual también es testigo de lo que aquí digo, de haber yo procurado y pretendido la reputación y autoridad del General en esta junta de congregación. De lo cual todo resulta llanamente, si mi afición propia no me ciega, que ni yo mentí a mi General ni procuré hacelle tiro y desautorizarle. Si se publicó en Roma y después en todas las provincias de Europa que esta congregación se hacía a instancias del Rey de España y por mandato del Sumo Pontífice, no tengo, Padre Santo, la culpa de esto, sino los que lo publicaron, que fueron los mismos que se lamentaban y quejaban de ello. Y si se me hecha culpa de no haber dado cuenta al General de todo y haber andado con algunas encubiertas con él, que parecen ajenas de religión y obediencia verdadera, considérese que yo trataba con otro superior mayor y en cosa de tanto momento en que el inferior suyo y superior mío no me satisfacía. Y si yo usara con el General lo mismo que usé con Vuestra Santidad, en caso que el Provincial no satisficiera, ni el General ni nadie dijera que era contra obediencia y religión. ¿Pues por qué con el Vicario de Cristo, mayormente no en negocio mío propio, sino común de mi religión, se ha de tener por trato contrario a religión y obediencia? Mayormente que de todo di cuenta a Vuestra Beatitud y en todo seguí su ordenación y voluntad, y verdaderamente cuando no hubiera otra satisfacción, el efecto que resultó había de ser lo bastante, pues dentro de quince días que llegue a Roma estuvo tratada, ordenada y intimada la congregación general; que quién sabe la dificultad con que se negocia aquí y la grandeza del negocio y la contradicción que tenía, no podrá dejar de confesar que fué voluntad de Dios y favor suyo, y no inteligencia ni diligencia mía. A Él se le den gracias por todo. Amén.

9. Procurador de los perturbadores para alterar el Instituto de la Compañía de Jesús.

El tercer cargo y más grave de todos era cómo me encargué de los capítulos que el Rey me dió contra el Instituto, y que todo el fin de congregación general es para mudar el Instituto e introducir las novedades que los tentados y perturbantes han pretendido. A este cargo, que tanto ha sonado y tanto ruido ha hecho, y acá y allá me tienen condenado, por prevaricador y perturbador de la religión, y caudillo de los perturbantes, no sé, Padre Santo, cómo responder mejor que con reírme y preguntarles cómo lo saben. Porque en efecto de verdad es falso, y se puede convencer por tal breve y manifiestamente con sólo mostrar el memorial que trajo del Rey: más a mí me ha dado muy poco cuidado todo este ruido y alboroto que ha andado y aun todavía anda, por saber que la prueba lo ha de decir el tiempo de la congregación, adonde se verá cuán lejos va la intención del Rey, y mucho menos la mía, de mandar el Instituto ni introducir las novedades que muchos han querido decir.

Yo he estado maravillado de las novelas o bagatelas, como acá las llaman, que de esta mi venida se han publicado. Aquí en Roma, hoy día muchos que se tienen por inteligentes afirman muy severamente que he venido porque el Rey de España quiere que haya otro General de esta religión en España que no tenga que ver con el de Italia, y que para asistir a esto me da cada mes cincuenta o treinta escudos, y que el General no ha consentido que se tomen. Otros, siguiendo al menante autor muy grave, hablan más moderado y dicen que no quiere el Rey sino Vicario general, y en fin convienen que he venido a dividir la Compañía. Los mismos míos de España escriben que he llegado al hondón de estos negocios, y dicen que es mudar el Instituto e introducir otra nueva Compañía. Aquí el General y otros Padres, asentando en esto mismo, han dado en decir en esta corte y dado a entender en ella y por toda la Compañía, que mi venida y asistencia aquí ha sido y es para arruinar el Instituto y Compañía. Con esta voz es cosa grande la moción que se ha hecho y cómo se han convocado unos con otros en Portugal, y en Castilla, en Italia, en Francia y en Germania como en caso de socorrer a la Compañía y para ello venir contra este Acosta y defender su Instituto, y en la demanda peleando no parar hasta dar la sangre y la vida. Con este ánimo y pensamiento vienen como si se hubiese tocado al arma o rebato de enemigos, y vo creo que ha de suceder el cuento del otro aguador de Sicilia, que se vengó de los que le daban vaya preguntándole por momentos cuánto quería por el somarelo o asnillo en que traía el agua. Él, por responder a todos de una vez, subióse a media noche al campanario y comenzó a tañer mucho y recio a arma, como en costa de mar, pensando que fuesen bajeles de enemigos. Con gran alboroto se juntó toda la ciudad dando veces en la plaza, dando voces que dijese qué había. Él cuando los tuvo a todos juntos, y al magistrado y justicia también, dijo que hacía saber que por diez escudos daría el somarelo. Yo no puedo persuadirme que tanto rumor como se ha levantado haya salido de otra más principal causa que parecerles a algunos que les viene bien, y que hacen su negocio echando y alimentando estas nuevas de que mi venida es contra el General y contra el Instituto, porque con tal voz y opinión hacen odiosa mi persona y, lo que más les debe parecer que les importa, la persona del Rey Católico que me envió; porque para afirmar lo que dicen, es cierto que no ha habido fundamento bastante, y es muy cierto que cuando hubiera alguno, se pudieran muy fácilmente haber desengañado. Pero, como digo, deben de hallar por sus discursos que el llevar adelante esta opinión y voz es gran parte de su negocio. Digo que no ha habido fundamento bastante, porque el memorial que traje de Su Majestad es cosa cierta que ninguno le ha visto acá ni allá, ni copia de él, sino que de algunas cosas que yo he dicho y de otras que habrán oído de algún ministro del Rey, y principalmente de las que por su discurso les parece que deben ser, han querido dar a entender que han tenido copia de tal memorial, y yo he comprobado con evidencia no ser así, porque algunos capítulos que han afirmado ser del dicho memorial no lo son; y en fin, esto no es negocio que ha de saberse sólo el día del juicio, sino muy presto, en juntándose la congregación, que al punto entenderán todos tras tanto clamor y arma por cuántos escudos se dará el somarelo.

Pero para no libralo todo para la congregación, quiero abrirme más y librar desde luego de esta congoja a los que están con ella. Ninguna cosa hay de las que el Rey me encarga que sea contra el Instituto. Yo no llamo ser contra el Instituto que en alguna cosa particular se pida a la congregación ordene o provea algo diferente de lo que se halla en alguna constitución, como es que las prebendas y beneficios no se retengan después de los dos años de probación, y lo mismo de los mayorazgos, porque si mudar algo en esta forma fuese mudar el Instituto, forzoso habíamos de conceder que en las congregaciones pasadas se ha mudado el Instituto, pues vemos mudadas algunas constituciones, como es la del modo y forma de escribir, la de las misas por los difuntos, la del orden de decir en congregación general sus pareceres, la de no ser sujetos los profesos a los que no lo son, y otras semejantes, las cuales es cosa llana que pudo la congregación general mudarlas movida de la experiencia sin derogar en nada el Instituto, porque no son constituciones de las que llaman esenciales o sustanciales, y en la fórmula dada a Paulo III y a Julio III por nuestro bienaventurado San Ignacio y por los primeros, donde está lo esencial de nuestro Instituto, se dice que la Compañía en congregación general puede quitar o añadir las constituciones que in Dominojuzgare convenir; así que cuando en cosas particulares y que llanamente no son esenciales, se propusiese algo diferente de alguna constitución, no era eso mudar el Instituto. Pues digo, y así es verdad, que ningún capítulo se me dió que sea contra el Instituto, y para que se acaben de satisfacer de la verdad, desde luego quiero aclararme más.

De todos los capítulos que se me dieron, dos son los que tocan en lo más esencial del Instituto: uno es de las profesiones; otro del despedir de la Compañía. Mas ¿cómo vienen estos capítulos? ¿Qué dicen? ¿Qué piden? ¿Piden que se hagan las profesiones a dos años y dos meses, como le suplicaron al Rey en las Cortes que ahora se han publicado? No pide ni dice eso el Rey. ¿Pues qué?, ¿que haya tiempo determinado y preciso para hacer profesión? Tampoco. Sólo dice que se mire y provea que por la desigualdad de hacer unos profesión y quedarse otros sin ella del mismo tiempo y partes, no se causen los disgustos y quejas que hasta aquí se han visto. Que haya necesidad de atender al remedio de esto, es cosa notoria en toda la Compañía, como se sabe; cuál sea el remedio, si es por no guardarse bien las constituciones o por no guardarse el orden cerca de esto dado, o si conviene perficcionar más aquel orden o dar otro nuevo, no dice nada en aquel capítulo; déjalo al juicio y parecer de la congregación. ¿Qué hay agora aquí contra el Instituto que tanta grita han dado y tantas algazaras han hecho de que quiere el Rey mudar las profesiones?

El otro capítulo del despedir, ¿qué dice?, ¿que no despidan de la Compañía? Si eso dijese, sería degollar a la Compañía, y quitalle lo más esencial que tiene; dice que se mire que la facilidad en el despedir no sea causa a que los que quisieren salir de la Compañía tomen ocasión de aquí de ser ruines, y así pide que haya castigo para los tales. Creo yo que ninguno habrá en la congregación que no diga que es cosa muy justa y muy importante, según va descubriendo la experiencia la ruindad y malicia de muchos, que habiendo gastado la Compañía su hacienda y héchose hombres en sus estudios, para volverse al siglo toman por flor hacerse díscolos y salen con su intento, y está el mundo ya lleno de estos, y la Compañía carece de sus trabajos, y lo que peor es, queda hecha vereda para otros que la sigan. He aquí cómo son contra el Instituto los capítulas del Rey.

Dirán que callo lo que puede escocer, y que no digo nada de comisario. Hablándome en esto y viendo cuán mal se tomaba por acá, dije que el Rey no me había dicho nada de comisario, y no dije mentira, porque en algunos capítulos no se contentó el Rey que los trajese por escrito, sino que de palabra, o por su persona, o por la de algún ministro suyo particularmente me los encargó. De otro no me dijo palabra y si el capítulo de comisario viene, a lo menos es cierto que ninguna palabra se me dijo sobre él, ni se hizo demostración de darle a Su Majestad mucho cuidado; pero cuando el Rey pida esto, ¿es por ventura deshacer el Instituto? ¿No le tuvo nuestro P. Ignacio? ¿No ponen las constituciones comisarios y visitadores? ¿No le tuvo el P. Láinez? Dicen que es dividir la Compañía; eso mire la congregación, y si así fuere no lo conceda, den razón al Rey, que muy llegado es a razón Su Majestad. Muchos son de parecer que antes son necesarios comisarios para mayor unión de la Compañía, y no sólo en España, que está más lejos, mas en Francia le había de haber y en Germania. Hay razones en pro y en contra; esas mire la congregación, y procediendo con verdad y religión, el Rey se contentará con lo que se hallare por cierta y bien fundada razón convenir más a la Compañía. No se lleve la cosa por razón de Estado, sino por razón de religión, y está todo acabado.

Finalmente, Padre Santo, cuando el Rey de España pidiera cosas muy contrarias al Instituto de la Compañía, ¿qué delito era traer yo su memorial para proponelle a mi religión, para satisfacer al Rey y quietalle con el parecer de toda la Compañía? ¿Por tomar su memorial?, ¿luego al punto me obligaba yo a negociar todo aquello? Pienso, Padre Santo, haber en la Compañía mostrado tanta afición como cualquiera de los más estirados de ella en defender, declarar, y apoyar, y guardar, y celar su Instituto en más de cuarenta años que vivo en ella, sin habérseme sentido jamás un mínimo de tibieza en esto. Pues, ¿tan presto y tan sin ocasión había de prevaricar? Ciertamente, me han hecho grande sinrazón los que han sentido de mí otra cosa, y mucho más los que la han ansí publicado y quizá no sentido tanto. Digo llana y libremente que en lo que mi conciencia que dictare convenir a la Compañía no será parte persona del mundo para que no lo diga y defienda libremente. En muchas y muy muchas cosas veo la experiencia de los daños grandes y evidentes que no se pueden negar, y si no se remedian se perderá presto esta religión, como Vuestra Santidad mismo con tanta resolución me ha dicho. Cómo se hayan de remediar, si mudando y acomodando algunas cosas que se han usado hasta aquí, o si dejándolas estar; para eso se junta la congregación. Lo que es certísimo es que, hasta ahora, ni yo tengo capítulo del Rey contra el Instituto, ni cuando le tuviera dejara de decir libremente mi parecer si sintiera lo contrario.

10. Memorial de Felipe II sobre las quejas de los perturbadores.

Era el último cargo no haberme declarado con mi General ni haberle manifestado el memorial que me dió el Rey; a lo cual digo que yo he guardado puntualmente el orden y mandado de Vuestra Santidad, y sabe Vuestra Santidad que me mandó comunicar aquel memorial con dos personas que me señaló, y no con otra ninguna. Y es mucho de maravillar que se forme queja y haga culpa de lo que es obligación y razón. Si yo tratara con otro inferior a mi General, y me reservara de él, tuviera razón de culparme; mas con su Superior y supremo de todo el mundo y Vicario de Cristo, no es puesto en razón que quiera el General ni nadie que no trate yo sin darle cuenta de todo; y si no, vea él como llevara que el Provincial me culpara y se resintiera de que tratase con el General sin darle cuenta al Provincial de todo, mayormente que las materias principales eran las que tocan al gobierno. Y lo principal y más importante para que se ha deseado y pedido congregación es para ver cómo va el gobierno, y si va bien, que se entere todo el mundo que son quejas de hombres inquietos y apasionados las que hay contra el gobierno de la Compañía, que de haberlos muchos y gravísimos todo el mundo es ya testigo; y si no va bien el gobierno, que la Compañía vea en qué y cómo se ha de remediar; porque estarnos así y dejarnos perder sólo con respeto de no tocar en el gusto y autoridad de nuestro General, no es de gente prudente y celosa de su religión, sino de hombres lisonjeros y pretendientes de oficios y mandos, o por lo menos pusilánimes y de poco ser.

Quejándose el P. General conmigo del Rey Católico, que nunca le había querido dar copia de los memoriales que daban a Su Majestad, y no había acudido a él para que remediase los daños que se decían haber en la Compañía, le respondí que no se maravillase ni echase la culpa al Rey, porque lo más y más esencial de los memoriales eran quejas del gobierno; y en esto el General era parte, y así el Rey no había de fiar el remedio de quien había de tener por engaño todo lo que se dijese en contrario, y tomar ocasión de disgustar y afligir a los que tales memoriales diesen. Conforme a esto, bien se deja entender que si el Rey envía alguna persona al Papa y le da algunos puntos que trate con Su Santidad, no han de ser cosas para dar con ellas luego en manos del General ni de los que entienden en el gobierno; y quejarse de los que en esto no andan con claridad, es queja muy voluntaria. Cuanto más, Padre Santo, que quiero decir a Vuestra Santidad mi culpa, antes que disculpa, que con toda verdad deseé y procuré y puse medios para poderme aclarar con el General, y hago a Dios omnipotente testigo, que con mi propia conciencia, anduve dando trazas cómo lo haría sin ofender a Dios, y estuve en propósito y voluntad de hacello, pareciéndome que Vuestra Santidad lo tendría a bien, y que el Rey no se deserviría como las cosas se encaminasen al fin que se pretendía del remedio, y me pareció y lo dije a algunos Padres diversas veces que se podía bien juntar la satisfacción del Rey en lo que pedía, y el remedio y bien de la Compañía con reputación del General, si él quisiese encaminar bien los negocios y dar satisfacción a Su Majestad.

No sé que se es ni qué se ha sido; pienso es providencia de arriba; jamás hallé entrada en el General, sino tanto desdén y tanta cólera y un imperio tan absoluto y inflexible, que me pareció hallar la puerta cerrada más que con aldabas de hierro y si alguna vez se mostró tantico quererme abrir la puerta, luego daba vuelta la cosa en muy peor. El P. García de Alarcón y el P. Ludovido Monzón y D. Andrés de Córdoba son testigos si deseé y procuré medios para allanarme al General; y el P. Toledo se acordará que me dijo que se maravillaba mucho de mí en esto, aunque no podía negar que se edificaba de ello, porque sabía bien los tratamientos y modos de mi General conmigo. Yo no hallé la seguridad del secreto que se requería, antes de lo que me podían coger, vía muy presto los efectos claros, para desbaratarme con Vuestra Santidad, y con los de mi religión, y con el Rey, como de España algún ministro suyo me avisó; y así me resolví en callar y sufrir, y con todo eso se queja tanto de mí el Padre General, después de haberme muy bien apaleado, que me quiere parecer esto a lo que cuenta el otro de Cayo Fimbria, que habiendo herido muy mal a Quinto Scévola, y sabiendo después que iba sanando de la herida, dijo que le quería acusar y poner ante la justicia, y preguntado por qué dijo: quod non totum telum corpore recepisset. (Cic. in orat. pro R. Amerino.) Hanme hecho mil molestias en cuantas cosas menudas y graves han podido, y amenazándome de hacellas mayores y preciádose de ellas: hanme echado con tanta nota de su casa y puéstome en pública penitencia, que eso es estar en la Penitenciaría sin ser penitenciero. Han dado los memoriales que ellos saben contra mí, por no decir libelos, al Rey y a Vuestra Santidad; hanme infamado con Cardenales y con toda esta Corte; han publicado en toda la Compañía que soy cabeza de los perturbantes y perdidos, sin haber hecho conmigo el menor oficio del mundo en corregirme o informarse de mí, o siquiera oírme de los delitos que me han impuesto. Y agora quéjanse porque vivo y porque no ha entrado el golpe hasta las entrañas; que eso es sentirse de que todavía hablo y prosigo en lo que me está mandado.

Yo, Padre Santo, pudiera hacer mucho ruido y dar harta pesadumbre a quien así me ha tratado y trata; mas tengo atención a Dios Nuestro Señor primera y principalmente, de cuya bondad, justicia y misericordia confío mucho que volverá por la verdad que trato y por la razón que tengo. Tengo atención a mi religión, que con contiendas no reciba deshonor y se dé mal ejemplo. Tengo atención a Su Majestad, que sé le parece mejor el silencio y sufrimiento que el alboroto y contienda. Tengo atención a Vuestra Santidad, que lo ve y disimula para más bien. Con esto me he persuadido a callar y sufrir; no he querido usar de los favores del Rey, que me los había hecho tan largos en las cartas que de mí ha escrito a Vuestra Santidad y a su embajador y en las que a mí mismo también ha escrito honrándome tanto; no he permitido que el embajador hiciese lo que el Rey expresamente le mandaba que tratase con Vuestra Santidad, cómo me hiciese luego volver a la casa profesa de donde me echaron con tanta infamia y que sea tratado muy de otra suerte que hasta aquí. Tampoco ha querido dar a Cardenales gravísimos las cartas que traje por orden del Rey en mi favor y recomendación, por sólo no parecer que hacía rumor en esta Corte; no he querido visitar Cardenales que me han mostrado voluntad de ello y me han obligado con ir de su motivo a oír mis sermones a Santiago. He tenido negocios encomendados de España de otra calidad, y ni para ellos he ido, sino negociado por terceras personas.

Muchos de los de la Compañía han querido me hablar en secreto y descansar conmigo de sus quejas y disgustos con el General; no les he dado lugar a ello, sino hecho del desentendido. Uno solo a quien por consolarle dije que me espantaba mucho no le hubiesen hecho profeso a cabo de tantos años y siendo tan docto, y a lo que pienso buen religioso, pues le han hecho Superior; por esto que se supo han publicado a voces y díchole al Rey en su memorial que yo desunía la Compañía. Cierto, Padre Santo, ha sido en este artículo menester gran gracia de Dios para tener paciencia. ¿Yo desuno la Compañía? ¿Yo aparto los súbditos de su Superior? Pues sabe el Señor del Cielo que no sólo de los presentes, sino de ausentes, y no de nación española, he tenido letras con graves quejas del General y no les he querido ni aun escribir una letra; y con verme así tratado e infamado de mi General, y que los que andan junto a él ganan su gracia con andarme por Roma infamando de casa en casa, como sabe bien el P. Toledo. Con todo eso, yo he siempre hablado y escrito del P. General con tanto respeto, que hasta hoy los ministros del Rey, por cuya mano Su Majestad despacha y trata estos negocios, me tienen por sospechoso y se recatan de mí como persona aficionada o apasionada de su General, de que es buen testigo el Duque de Sessa, que podrá decir lo que le escriben en esta parte. Yo miro a Dios, Padre Santo, y espero en Él que volverá por mí, y el padecer algo por el deseo de servirle y hacer lo que debo a cristiano y religioso, téngolo por singular beneficio de la Divina mano y prenda muy cierta que se quiere servir en este ministerio, pues tanta prueba de aficción y contradicción ordena, y háceme su Majestad Divina esta misericordia crecida, que ninguna amaritud me queda en el alma y con las obras pienso me dará gracia de mostrar esta verdad, y de que yo no me busco a mí ni cosa alguna mía, sino que lo que entiendo y estoy muy persuadido ser causa y negocio de Dios para el bien y consuelo y unión de toda esta Compañía, y para que el fruto copioso que de ella redunda en la santa Iglesia, no se pierda ni disminuya, antes con su renovación y reformación vaya en crecimiento a gloria del Altísimo Dios cuya obra y planta es esta Compañía.

He dado, Padre Santo, la satisfacción que se me ha ofrecido en lo que se quejan de mí y me culpan, movido más, según pienso, del temor de Dios por evitar la ofensión y escándalo de mis prójimos, que no con codicia de ser reputado de los hombres. Los cuales, si fueren apasionados o necios o maliciosos, ni ésta ni otra mayor satisfacción les bastara; si fueren cuerdos y desinteresados, creo que con mucho menos de lo que aquí he dicho quedarían satisfechos, pues les bastará considerar que soy súbdito y trato negocio de tan poco gusto para tener contra mí todo cuanto me oponen y mucho más.