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No menciono adrede en la nómina a Groussac porque su antihispanismo sistemático y agresivo lo hace desde luego ajeno a toda ponderación y equilibrio científicos en esta materia.



 

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Sólo muchos años después de su viaje -realizado en 1908- publicó Rojas las impresiones del mismo: Retablo español, en 1938, bello libro al que, por desgracia, malogra una orientación política (no me importa cuál) que sin remedio invade y ensombrece toda la gracia del recuerdo.



 

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Gálvez ha dado nuevas muestras de su hispanismo en un reciente volumen: España y algunos españoles. (Ed. Huarpes, Buenos Aires, 1945).



 

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Ortega nos brindó sus flores en aquella conferencia del Instituto Popular, ya mencionada de 1916. Después de su segundo viaje, en 1928, invitado por «Amigos del Arte», publicó La Pampa, promesas y El hombre a la defensiva, donde, a la vuelta de muchos circunloquios, concluía por decir de los argentinos cosas no precisamente simpáticas. Menos mal aquel curioso reconocimiento de que ese tono severo se debía a la necesidad de «hacernos» a los argentinos, modesta contribución del filósofo a nuestra educación, ya que -según él mismo reconocía- la Argentina había contribuido a «hacerlo a él» con el prestigio hispanoamericano que le diera su visita a nuestra tierra en 1916. Y eso era paladino y verdadero. (Los artículos citados van incursos en el tomo VIII de El Espectador).



 

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Fue otra figura patriarcal de médico, filántropo y propulsor de la hispanoargentinidad que merecería, como tantos otros, un volumen aparte.



 

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Firmaban el histórico memorial el ya citado doctor Rufo por la Asociación Patriótica Española; el doctor Ramiro Pico Bordoy, Presidente del Club Español; don Gonzalo Sáenz, Presidente de la Cámara Española de Comercio; don Ciriato Morea por la Sociedad Española de Beneficencia y el Doctor Avelino Gutiérrez, como Presidente de la Institución Cultural.



 

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Pueden verse completos los textos de todo este importante proceso hispanoargentino en los Anales de la Institución Cultural Española. (Edic. cit., t. I, págs. 239 a 245).



 

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No quiero pasar por alto a algunos artistas plásticos españoles que cumplieron entre nosotros su admirable labor de pincel o de lápiz. Sirvan sólo a título de ejemplo los nombres de Federico Ribas -recientemente fallecido en Madrid y uno de los ilustradores más elegantes de las portadas famosas de Atlántida- José María Cao, el insigne caricaturista; Manuel Mayol y el gran Juan Alonso, uno de los pintores hispanoargentinos de más prestigio en estos últimos tiempos; Alejandro Sirio, el original lápiz barroco e ilustrador eminente de una de las ediciones más bellas de La gloria de Don Ramiro; sin olvidar a algunos caricaturistas como Macaya, Redondo (creador del famoso «Sarrasqueta» de Caras y Caretas, Peláez y Escobar, todos los cuales trabajaron en revistas célebres a su hora: las ya mencionadas Atlántida y Caras y Caretas o en P. B. T., Mundo Argentino, Mundial, etc.

Entre los pintores españoles que hoy trabajan en la Argentina recordemos a Rafael Cuenca Muñoz -que no ha perdido su fuerte vena cordobesa y gitana, llena de brioso color- y al elegante retratista Miguel del Pino, modelo de factura pura y buen gusto clásico.

La arquitectura clásica española ha tenido en Buenos Aires, a más del Teatro Cervantes, algunas otras expresiones: las casas, por ejemplo, de Enrique Larreta, los Sojos o la de los Noel y en otros inmuebles como el Banco Boston y el proyectado edificio para la Facultad de Filosofía y Letras.

No olvidemos, tampoco, a los argentinos que han sentido el tema español como Rodolfo Franco o Lola de Lusarreta, o, también, a los argentinos premiados en España como el reciente caso de Bernaldo de Quirós en la Bienal de Madrid 1951-1952.



 

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Confr. la revista Hispania de la «Asociación Patriótica Española», n.º 206, octubre de 1945).



 

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No fue menos activa durante estos años la obra de la Asociación Patriótica Española pero sobre todo me interesa destacar sus cursos nocturnos de capacitación para obreros y empleados de comercio en materias afines a esta última especialidad, que tanto hicieron en beneficio del inmigrante desprovisto de recursos, de competencia y de ayuda. ¡Cuántos de los que luego llegaron a ser dirigentes responsables en el mundo del comercio hispanoargentino se educaron en aquellas aulas nocturnas de la Asociación Patriótica! Cuando la inmigración decreció sensiblemente, cuando la acción estatal reemplazó por medio de leyes protectoras la acción de los organismos privados, se dieron por cerrados estos cursos prácticos de las Escuelas Gratuitas de Comercio para transformarlos en una cátedra pública de cultura española, según veremos en el próximo capítulo.



 
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