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España: sus monumentos y artes, su naturaleza e historia

Pablo Piferrer y Francisco Pi y Margall

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Cataluña

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Prólogo

      (1)Si la pasada excursión por el Principado no te fue enojosa ni nuestra compañía desapacible; bien recordarás, lector, con cuánta buena voluntad y no sin riesgo procuramos guiarte en el examen de los sitios y monumentos más notables, únicos que las circunstancias de entonces nos permitieron visitar. El humo de las descargas aún se cernía tristemente sobre las azuladas copas de los pinos; los ríos reflejaban el brillo siniestro de las armas y los semblantes de los combatientes, y sobre las ruinas de nuestros monumentos más antiguos dábase y recibíase la muerte con valor y ferocidad grandes. En vano aplicamos de lejos el oído para recoger un eco de los cantares montañeses; ninguna voz humana realzaba la armonía de la naturaleza, ni venía a perderse entre los murmurios del espacio; no sonaban dulcemente en las alturas la flauta ni la gaita; y el toque aborrecido de las trompetas sobrepujaba todos los demás sonidos, a la manera con que una tinta de sangre vence a las demás de un cuadro apacible. Así nuestra excursión fue parcial y no sujeta a un plan coordinado, y de antemano resuelto; y con gran pesar nuestro te dimos una noticia incompleta y truncada de los principales puntos de la historia catalana, y hubimos de privarte del examen de no pocos sitios y fábricas ricos en recuerdos, importantes a la anticuaria y como datos a los anales del Arte. Visitamos con lentitud las ciudades primeras de Cataluña, mas no pusimos el pie en el interior; y si alguna vez nos atrevimos a correr alguna comarca lejana, la celeridad con que hubimos de hacerlo y las circunstancias fueron tales, que no pudimos ni llevar a cabo nuestros proyectos con la madurez y perfección que deseáramos, ni dejar de retraernos de aquel propósito. Mas aunque suspendimos el viaje, jamás nos abandonó el intento de concluirlo para cuando la condición de los tiempos consintiese mayor seguridad y detenimiento; y bien te lo indicamos, recuérdalo, con aquella somera explicación de los monumentos y bellezas que aún quedaban por admirar en Cataluña.

     Ahora cumplimos nuestras ofertas, y con el álbum en la mano te convidamos a continuar la excursión suspendida. Nuestro entusiasmo es tan ardiente como entonces; nuestra afición a los recuerdos de la patria, mayor; y la inclinación al Arte ha venido a ser en nosotros la única a que quisiéramos consagrar nuestra existencia. La miseria de todo lo presente ahora más que nunca nos lleva a la contemplación de nuestras glorias pasadas; y el corazón, llagado por el desengaño y las amargas experiencias de la vida, más que nunca apetece con ansia aquel bálsamo dulcísimo, que el espectáculo armónico de la naturaleza derrama en el del hombre entusiasta, forzándole a escuchar aquel sonido inmenso de amor en que se confunden todos sus sonidos, e inundándole de un amor más puro, más fuerte que el primero, a pesar del desengaño y de la experiencia. �Se habrá entibiado en tu corazón la santa llama de entusiasmo y de amor a lo bello y a lo antiguo, que tan de veras procuramos encender en ti durante la anterior correría? Nosotros pediremos a nuestra fe y a nuestra esperanza nuevas fuerzas para reanimar las tuyas; y con más ardor trabajaremos en la exposición de lo pasado, para que la vida y el vigor de aquella edad viril y robusta reenciendan tu entusiasmo y comuniquen a tu alma vigor y vida. Y afortunadamente nuestra buena voluntad será poderosamente secundada por la materia misma; y si lo que juntos anduvimos admirando en el primer viaje te sirvió de solaz y deleitación honesta, ahora el interior de Cataluña te convida con más frecuentes y variadas ocasiones de admiración y goce, y fiero en medio de su esterilidad y pobreza como en su abundancia te abre el riquísimo tesoro de sus bellezas, de sus monumentos y de sus brillantes anales.

     Las aguas del Mediterráneo reflejan los risueños paisajes de la costa y aquellas vistosas poblaciones y limpios caseríos que la orlan y la enriquecen; las llanuras y los valles vecinos, merced a la constancia y amor del labrador al trabajo, ostentan los frutos, que en otras provincias la tierra gruesa y feraz arroja de su seno en abundancia y fácilmente, bien como madre propicia; y en las tierras altas una línea de cumbres cierra el horizonte, mientras otras más elevadas asoman detrás de ellas hasta perderse en la cordillera de donde nacen. Áspera y quebrada, allí la naturaleza revela su sublimidad y descubre sus mayores encantos: al fondo de los barrancos estrechos blanquea el lecho ignorado de los torrentes, medio oculto por los espesos matorrales y árboles que guarnecen entrambas partes del precipicio: y en torno de los picachos negruzcos voltea la niebla con lentitud y misterio. Dulce, muy dulce es contemplar desde una eminencia aquellos picachos, en que la fantasía crea castillos gigantescos, almenados torreones; y mirar cuál a lo lejos suben los Pirineos ya resplandecientes con las nieves de su cima, ya confundiéndose con los vapores del cielo, o como Monseny asoma su triple cresta ceñida de nubes al antepecho que otras alturas inmediatas e inferiores le forman. Pero si en aquellas cimas la imaginación se espacia y el alma ansía remontarse en libre vuelo a la patria primitiva, que el velo de la razón le oculta, los ríos, imagen del movimiento y alma de aquella naturaleza inmóvil, recuerdan la brevedad de la vida y el orden eterno de la creación, al paso que los ojos se ceban en sus márgenes ora escarpadas, ora risueñas, como son risueñas y escarpadas las épocas que atraviesa el curso de la existencia humana. El Ter deslízase con majestad por los llanos que fecunda; o encerrado al fondo de los desfiladeros muge sordamente sobre su límpido lecho de roca, y su rumor acompaña la salvaje armonía de los arbustos y de los pinos que pueblan las vertientes. El Segre forceja sombrío y ceniciento con los inmensos peñascos que le oprimen, hasta que abriéndose paso orla la antigua ciudad de los Condes de Urgel, baña los muros de la pintoresca Lérida, y tapizando de verdor aquellas campiñas, va a perderse en el Ebro. El Cardoner, aunque de breve curso, bien fuerza a seguirlo y admirarlo por poético, cuando después de lamer la falda de la colina salada, camina al lugar de su muerte. Pues las márgenes del Llobregat, �a quién no llenan de un entusiasmo temeroso, cuando altas e inmediatas al parecer déjanse casi salvar de un salto por el ágil montañés, o a qué corazón no traen regocijo y dulcedumbre, cuando llanas y fértiles conducen las aguas por los campos de la Laletania?

     Junto a las márgenes de los ríos, al lado de los arroyos que los acrecientan, al pie de las cascadas invernales de los torrentes, levantan los monumentos sus muros verdosos y ennegrecidos por los siglos. Las llamas, es verdad, han derribado gran parte de las páginas más antiguas del Arte cristiano en Cataluña; mas son tales las que subsisten, que bien pueden ofrecer un estudio completo del género romano-bizantino, y con gloria del Principado patentizar cuánto aquí y en aquellos principios de nuestra restauración aventajaba la arquitectura a la de las demás provincias. Empero una triste soledad reina en los más de esos edificios, abandonados a la humedad y a una ruina lenta; ya el hondo son de la campana, sobrepujando el murmurio de las aguas y de las hojas, no se quiebra en las hondonadas ni guía al viajero; los desiertos monasterios aparécense bruscamente a sus ojos entre el boscaje que los rodea, y las portadas bizantinas levántanse ignoradas a la sombra de los peñascos. En medio de las nieblas que circuyen las cumbres, alzan los castillos sus frentes despedazadas, o por entre los claros de las florestas los altivos homenajes muestran sus ladroneras y sorprenden las miradas de quien desde una altura los descubre; también ellos han sido estragados por el furor de los combates, y la silueta de sus arcos aéreos y paredones aislados dibujase sobre el nocturno resplandor de la luna como una visión incierta. En el seno de las montañas ábrense cuencas, que semejan lagos de verdor; y en las gargantas, que descienden a esos valles, antiguas torres coronan las colinas y defienden los pasos, mientras otras atalayas salpican la costa y asoman sus almenas y ladroneras por encima de los naranjos. También junto a los ríos o en la cresta de las colinas, las buenas villas y ciudades ostentan su conjunto pintoresco o las cúspides de sus edificios; y las que no conservan los muros, a cuyo abrigo defendieron sus leyes y su independencia, tienen plazas y pórticos donde aún se respira el aire de los venerables tiempos antiguos.

     Si estas bellezas y estos monumentos ya llevan en sí mismos aquel sello sagrado de poesía que les atrae el respeto y los hace manantial abundantísimo de las emociones más puras, los recuerdos históricos dan nuevo valor a las fábricas y a los sitios, y las sombras del pasado pueblan los desiertos y las comarcas. El genio popular hinche de armonía los bosques, y por encima de las cumbres la tradición une la cadena de las generaciones. Desde estas rocas nuestros padres lidiaron por su independencia; estos pasos fueron teatro de aquellas hazañas que hicieron famoso el nombre catalán; aquí dominaron con terror aquellos hombres, a quienes las prácticas de la lucha y el espíritu de libertad y fiereza heredado les pusieron el arcabuz en la mano y lanzaron a los peligros y trabajos del salteamiento. Estos monasterios bizantinos se erigieron a la voz de nuestros condes; y desde el humilde valle, que el Ter riega y por donde comenzó la restauración de Cataluña, fueron señalando de todas partes los progresos de la reconquista y creciendo en número y hermosura, a medida que la corte cristiana crecía en cultura y poderío. Desde este recinto la religión suavizó la rudeza de aquella generación guerrera, y abriendo poco a poco las puertas del santuario a las ciencias y a las artes en él refugiadas, difundió la civilización y resucitó la agricultura. En esas naves solitarias, en esos húmedos corredores, las casas más ilustres escogieron su postrera morada: estos medio borrados epitafios dicen sus nombres; estas luengas espadas de piedra traen a la memoria sus altos hechos. Ya en las salas de los castillos no suena aquella dulce habla hecha para las trovas y la cortesanía: el barón y el noble fueron descendiendo a vivir en las ciudades; el trono dominó a la aristocracia; las leyes hicieron deponer las armas y nivelaron los fueros y los derechos; y las familias más esclarecidas se han ido perdiendo entre el movimiento y desborde de las clases, o vinieron a confundirse y aunarse en unas pocas. Mas la poesía vuela alrededor de los hendidos torreones, y vuelve a poblar las piezas abandonadas; las mohosas saeteras de las atalayas parece que aún se observan mutuamente, y truecan entre sí las señales de alarma, y cuando el viento, estremeciendo la yedra que sube por las grietas y agitando las plantas que cuelgan de los antepechos, finge movimiento y voces en las ruinas, entonces place evocar las memorias de los antiguos Castellanos, o escuchar los cantares y la tradición que narran sus contiendas, su estirpe y sus hazañas. Castillos de Vilassar, Cerdañola, Ciurana, Aramprunyá, Monsoliu, Ager, Orís, Montesquiu, San Quirse de Basora, Bramallá, Castellet, y San Martín Sarroca; torres más humildes, que coronáis las colinas donde el noble tuvo su feudo; casales fuertes, que convertidos en vastas masías (2) sois los restos preciosos de aquellos hombres de Paratge (3), de aquellos propietarios deudores de libertad y nobleza al denuedo y fidelidad con que sus antepasados acudieron a su conde; en vuestras piedras mudas oímos el lenguaje del sentimiento, los recuerdos que despertáis enternecen el alma y humedecen los ojos, vuestro aspecto hace nacer o revivir en nosotros aquel deseo de lo infinito, de abarcar a un tiempo lo pasado y lo futuro, de dominar las épocas y las distancias y las generaciones, a que la parte inmortal del hombre aspira confusamente, como si dentro de la cárcel del cuerpo conservara una impresión vaga de la Eterna Sabiduría de su origen.

     El filosofismo y las guerras intestinas han menoscabado la sencillez y amor a la tradición, prendas seguras de vida, dotes características de las villas catalanas; las corrompidas capitales han lanzado a los campos el torrente de la incredulidad y desenfreno, para romper los benéficos diques que la religión, la larga costumbre y el respeto a los mayores habían levantado a favor del bienestar de los pueblos, y los sabios y los estadistas con grande ahínco entienden en la obra de uniformarlo todo, quitando de enmedio lo consagrado por el sentimiento y la tradición, que es el más fuerte de los vínculos sociales, y sustituyéndolo con los engendros de su vanidad loca (4). Mas ni las guerras ni el filosofismo han podido acabar con las crónicas, ni destruir los archivos comunales de las villas, ni aniquilar la memoria de su pasado. Todas tuvieron fueros y privilegios; sus conselleres y síndicos se sentaron en los parlamentos al lado de los prelados y ricos hombres; su régimen municipal creó costumbres públicas, en que la miseria presente nos fuerza a ver un modelo; el trabajo y la honradez bastaron en ellas para conciliar la estimación de los ciudadanos y el renombre; y el respeto mutuo de las clases fue la más sólida garantía del engrandecimiento de todas y de la común ventura; la gloria militar no ciñó tan sólo los homenajes feudales, sino que también en las funciones más ilustres para la historia aragonesa ondearon los pendones de las villas: burgueses y artesanos supieron defender con valor los hogares paternos y rechazar la invasión extranjera; y los que en su recinto se pasaron sin tropas de la corona, sirvieron a los reyes con grandes alistamientos, botaron al agua poderosas escuadras, y con cuantiosos donativos acudieron a sus expediciones.

     Nosotros pediremos a las crónicas y a los archivos la memoria de aquellos tiempos y la pintura de las costumbres perdidas; y con celo y diligencia grandes expondremos la poesía de las que subsisten allí en donde se conserva afición y respeto a los usos, con que nuestros antepasados celebraron los misterios de la religión y las fiestas tradicionales. Si las primeras caricias maternales no sonaron para ti, oh lector, en el habla catalana; esos recuerdos te moverán por poéticos, como mueven todos los de ese ciclo de acción y vida, que entre las edades de la civilización se llama media y es nuestro único y verdadero pasado. Mas si en los años de tu inocencia aprendiste en aquel habla a temer a Dios y a ensalzar su santo nombre, ellos te interesarán por propios, y tú los amarás como en tierra extranjera se ama lo que renueva la memoria del país natal, o como en la desventura y abatimiento todos nuestros afectos vuelan a lo que fue el tiempo mejor de nuestra vida.

     Recoge ya tu álbum; abandona el abrigado retrete: la ocasión es propicia; emprendamos la excursión ahora que muere el invierno. La primavera ya va serenando el cielo: escasean las nieves en las cumbres, que se tiñen de verdor; los arroyos vuelven a perderse debajo de la densa sombra de los floridos zarzales; las brisas restituyen al bosque sus armonías, y sus ecos apacibles a la montaña; las nubes pasan rápidas y por intervalos, imprimiendo matices oscuros sobre el césped de las praderas; y las gotas de las lluvias cuelgan benéficas de las ramas, o humedecen el seno de las rosas. El cazador atraílla sus sabuesos y limpia sus armas; la cabra silvestre recobra seguridad en los barrancos del Pirineo; y en las aldeas apréstanse los mayos que al son de las zampoñas se plantarán por la fiesta mayor y llamarán las doncellas al regocijo y a la danza. La primavera llama toda la naturaleza a la vida, y la naturaleza le responde con el inmenso y creador perfume que hinche y embalsama los aires: �cerrarás tu corazón a la armonía y al perfume de la estación que te convida? Recorramos juntos las márgenes alegres del Llobregat; turbemos con respeto el silencio de los claustros y de las sepulturas; subamos a coger las flores silvestres que crecen en los desmoronados adarves; preguntemos a los castillos y a las villas qué recuerdan aquellas ruinas, aquellas ventanas y aquellos edificios.

     Largo quizás será el viaje, mas la historia nos ofrecerá puntos de descanso oportunos y deleitosos; cuanto más que poco a poco y sin gran fatiga le daremos cabo en cuatro excursiones, que vendrán a ser otras tantas Partes. Y pues los más de los monumentos de la antigua Cataluña pertenecen al género bizantino, ofrecémoste aquí unas breves consideraciones sobre esa arquitectura, más bien nacidas de la observación y experiencia propias y dadas por vía de apuntes, que aprendidas en tratados, y coordinadas, y regularizadas como enseñanza histórica completa (5). Tú juzga, antes que de su valor, de su exactitud, y aun da de mano, si te parece, a su lectura; pero si has de entablar íntimo trato con ese estilo arquitectónico, bueno es que primeramente sepas algo de sus cualidades características, de lo cual a entrambos reportará beneficio: a ti te será más breve y útil el examen de las fábricas, a nosotros nos ahorra riesgo de parecer nimios y prolijos en sus descripciones.

Pablo Piferrer.

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