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200.      La correspondencia de varios jesuitas, de 1634 a 1648, publicada en el Memorial histórico, prueba a qué punto llegó por aquellos años la insolencia estudiantil, ya arrancando a un clérigo de manos de la justicia, ya peleando entre sí andaluces y vizcaínos (tom. I, 106,318,349), ya cometiéndose en corto período hasta cuarenta y seis muertes impunes (III, 486), ya matando públicamente a una mujer a pelladas de nieve con horribles e inauditas circunstancias y haciendo pasar a la autoridad por las mayores afrentas (IV, 244). No serían menores los atentados que reclamaron en enero de 1645 la presencia del severo alcalde de casa y corte don Pedro de Amezquita, que para castigarlos debidamente hizo venir de Ciudad Rodrigo un tercio de soldados (VI, 4, 9, 17). Había sido ya corregidor de la ciudad en 1637, pues en el archivo municipal consta una acta de 6 de marzo referente a los excesos e inquietudes de los estudiantes, en la que se le suplica vaya a dar cuenta de ellos a S. M. y a pedir remedio para lo sucesivo.

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201.      Los reyes que en el claustro figuran pintados de claro-oscuro son Alfonso IX, Fernando III, Alfonso X, los reyes Católicos, Felipe III y su esposa Margarita, Carlos II y Felipe V. Los dísticos dedicados a los últimos son conceptuosos y aun revesados conforme a su tiempo, lo mismo que la inscripción puesta en memoria del papa Luna; los más antiguos los compuso el humanista Fernán Pérez de Oliva, tío del célebre Ambrosio de Morales, y algunos modificó en el siglo pasado el maestro Juan de Dios González, como el que atrás insertamos sobre la fundación de la universidad. Por muestra de ellos pondremos aquí el referente a la astronomía, advirtiendo que no todos son de igual mérito:

               Sidera, terra, fretum caelo clauduntur, at ipsum

               Humano mirum! clauditur ingenio.

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202.      De la antesala de la biblioteca se han trasladado a dicho salón los retratos de los reyes de la casa de Austria y de la de Borbón. Las cinco bóvedas de la estancia, repartidas por facultades, contienen cada una en círculos azules con letras doradas doce nombres de los más distinguidos en su respectiva esfera, resumiendo así las celebridades de la universidad. En la teología brillan el Tostado, san Juan de Sahagún, Cisneros, santo Tomás de Villanueva, Deza, Las Casas, Victoria, Soto, Medina, san Juan de la Cruz, santo Toribio de Mogrovejo y el beato Juan de Ribera. En derecho Palacios Rubios, Antonio Agustín, Antonio Gómez, Luis Molina, Gonzalo Suárez de Paz, Antonio Pichardo, Juan Solorzano Pereira, Juan Chumacero, Jerónimo Castillo de Bobadilla, José Fernández de Retes, González Téllez y Ramos del Manzano. En historia y poesía Juan de la Encina, Ambrosio de Morales, Hurtado de Mendoza, González Dávila, Francisco de la Torre, Góngora, Calderón de la Barca, Nicolás Antonio, Meléndez, Sánchez Barbero, Arellano, Quintana. En humanidades Abraham Zacuth, astrólogo y cronologista judío de últimos del XV, Nebrija, Lucio Marinco, Aguilera, Fernán Núñez, Ciruelo, Siliceo, Mallara, Gonzalo Correa, Juan Durán de Torres, J. J. García, Martel. En medicina Andrés Laguna, Cristóbal Horozco, Juan Bravo, Agustín Vázquez, Antonio Zamora, Luis Alcázar, Andrés Ordóñez, Fernando Cardoso, Pedro Miguel Heredia, Rivera, M. de Herrera y Luis Rodríguez Pedrosa. Los bustos de los ocho medallones representan a los más sobresalientes, tales como Soto y Suárez, Covarrubias y Cano, fray Luis de León y el Brocense, Diego de Saavedra Fajardo y el médico Cristóbal Pérez de Herrera. Y aun así no queda agotado el catálogo de los nombres ilustres que allí resonaron; aún falta consignar los de don Enrique de Villena, que se asegura fue rector de la universidad, de Juan de Mena, de Hernán Cortés, de Florián de Ocampo, de Zurita, de Fernán Pérez de Oliva, de Pedro Chacón, del músico Salinas, del maestro Juan de Ávila, de fray Diego de Estella, de fray Juan Márquez, de fray Pedro Malón de la Chaide, del jesuita Luis de Molina, de Gregorio López comentador de las Partidas, del conde-duque de Olivares, del cardenal Aguirre, de Solís, del poeta Villegas, de Pérez Bayer, del obispo don Antonio Tavira, de García de la Huerta, de don Juan Pablo Forner, de Iglesias, de Cienfuegos, de fray Diego González y de don Juan Nicasio Gallego.

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203.      Sobre esta primitiva parroquia véanse la pág. 17 y la 86, y acerca de don Diego de Anaya la 60 y siguientes. Generalmente se ha creído que este colegio se apellidó el Viejo por ser el más antiguo, pero el dictado en nuestro concepto iba unido al título mismo de la parroquia para distinguirla de otra de San Bartolomé que se fundó algo posteriormente, hasta que con el tiempo en vez de colegio de San Bartolomé el viejo se dijo colegio Viejo de San Bartolomé.

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204.      Del colegio de San Bartolomé y de sus grandezas se han escrito dos voluminosas historias, una por don Francisco Ruiz de Vergara en 1661 y otra en 1766 por el marqués de Alventos. Entre sus alumnos se cuentan 7 cardenales, 18 arzobispos, 70 obispos, innumerables presidentes y consejeros y altos funcionarios civiles y militares, de donde vino el adagio que todo el mundo estaba lleno de Bartolomicos. No le iban muy en zaga los demás colegios, pues el de Cuenca produjo 4 cardenales, 2 arzobispos y 29 obispos, el de Oviedo 4 cardenales, 19 arzobispos y 76 obispos, entre ellos a santo Toribio de Mogrovejo y al eminente Covarrubias, y el del Arzobispo 1 cardenal, 10 metropolitanos y 51 obispos, todos con un número proporcionado de dignidades seglares. Los colegiales del Viejo usaban manto pardo o buriel y beca del mismo color, los de Oviedo la llevaban azul, y de grana los del Arzobispo.

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205.      Las cátedras se proveían por turno en un individuo de los cuatro colegios mayores, y la quinta en un colegial menor o manteista. De las etiquetas y cuestiones que suscitaban aquellos a la universidad, hasta en las exequias y recibimientos de príncipes, están llenos los anales del XVII y XVIII.

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206.      Véase atrás pág. 86(**-5).

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207.      En la nota 2.a de la pág. 10 van copiadas dichas inscripciones(**-6).

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208.      De la descripción que hizo de este patio (tomo XII carta 7.�), cuyo interés ha aumentado con la demolición del mismo, resulta que constaba de veinte arcos abajo y de otros tantos arriba, y que entre la galería alta y baja había otra intermedia que seguía las tres caras del claustro con otro grandísimo número de adornos, disposición que a la verdad no acabamos de comprender. Considera Ponz esta obra de las más singulares del estilo de Berruguete: Ceán Bermúdez adelanta más atribuyéndola a este célebre escultor.

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209.      Por escritura de 3 de noviembre de 1529 guardada en el colegio y citada por Ponz, se obligó Berruguete con el fundador, a la sazón arzobispo de Toledo, a hacer en año y medio de su propia mano toda la obra del retablo así de pintura como de escultura, adelantándosele seiscientos ducados de oro antes de su conclusión, verificada la cual se había de tasar su justo precio. Dejáronse al arbitrio del artífice las dimensiones, la elección del misterio de la figura de Nuestra Señora que recayó en el de la Piedad, y si remataría el retablo en un crucifijo de bulto como en efecto remata. A no saberse el nombre del artista, quizá no excitaría tanto la atención.

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