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400.      Ya indicamos al principio de este tomo, y más extensamente en el de Asturias, parte I, cap. IV(**7), que los hechos de Bernardo aunque acogidos por la historia pertenecen a la fábula.

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401.      Perteneció el estado de Salvatierra con el de Ledesma al infante don Pedro hijo de Alfonso el sabio, y aun creemos que a los bastardos de Alfonso XI y de la Guzmán; más adelante pasó a los Toledos duques de Alba.

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402.      No opinamos sin embargo que el pobre lugarcillo en que pernoctó la santa viniendo de Medina del Campo, donde no se encontraron por dinero dos huevos y sí sólo unos higos secos, según refiere su compañera Ana de S. Bartolomé, fuese el mismo pueblo de Peñaranda que era ya villa a la sazón, sino otro inmediato a él, como expresa el P. Ribera, su historiador coetáneo.

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403.      Dicho Álvaro que compró el señorío de la villa, casó con doña Juana, hija del almirante francés mossén Robin o Roberto de Bracamonte, a quien Enrique III hizo merced de la conquista de las islas Canarias, traspasada luego por el cesionario a su primo Bethancourt. Su línea tomó el apellido materno: don Juan de Bracamonte, quinto señor de Peñaranda, se distinguió en el siglo XVI por sus hercúleas fuerzas (véanse las misceláneas de Zapata, tomo XI del Memorial Histórico, p. 313), Y fue padre del primer conde don Alonso. El tercer conde don Gaspar gobernó con otros el reino durante la menor edad de Carlos II, y al fin recayó el estado en la casa de los duques de Frías.

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404.      Véase el tomo de Valladolid, al fin del cap. VII.

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405.      �Y porque, dice, las escripturas de aquel tiempo no están tan claras ni tan bien ordenadas que a cada paso no haya dubdas, conviene distinguir los tiempos y salvar la diversidad y honra de los escriptores, pues tanto bien y luz nos hacen en sus escripturas, y no condenar la memoria que de padres a hijos ha sucedido como sciencia de cábala.� En 1851 se reimprimió por haberse hecho ya rarísimo dicho epílogo reducido a un cuaderno de pocas hojas, cuyo autor es célebre por su adhesión a la causa de los Comuneros y por la persecución que le atrajo ésta en su vejez.

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406.      En la 3.� parte de su obra se expresa así: �Quién fuese la causa de la perdición de esta historia no se sabe, mas de que a personas muy principales, letrados y ancianos, he oído que la vieron y leyeron, y así de pedazos me voy valiendo.� Existe no obstante en la Biblioteca Nacional una copia de ella sacada en 1590, otra en la Academia de la Historia y otra que tuvimos presente en Ávila.

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407.      Dos manuscritos de esta segunda crónica, ambos pertenecientes a Pacheco, poseen también la Academia y la Biblioteca antedichas; el primero lleva la fecha de 1566, el otro la de 1600. Sobre ellos y sobre su cotejo con la historia de Ariz, emite interesantes observaciones nuestro amigo don Vicente de la Fuente (carta 3.� P. 73 y siguientes) (**9) en la polémica sostenida acerca de las Hervencias de Ávila, que mentaremos más adelante.

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408.      Figura la portada un alcázar, por cuya puerta salen el conde don Raimundo y doña Urraca, seguidos de varios caballeros, y sobre cuyos torreones aparecen Alfonso VIII, Enrique I, Sancho IV, Alfonso XI, Juan II e Isabel la Católica; a una ventana encima de la puerta, se asoma Alfonso VII el emperador, y entre las rejas de una torre Alfonso I de Portugal. A la izquierda deja verse Hércules con la clava y el mundo al hombro, a la derecha san Segundo de rodillas, y abajo los escudos de las dos cuadrillas en que estaba partida la ciudad, el de Blasco Jimeno con seis roeles y el de Esteban Domingo con trece, en medio de los cuales no se descuidó el autor de poner el de Martínez Ariz.

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409.      Para el capítulo siguiente reservamos las noticias eclesiásticas. Ábila en idioma cartaginés significa altura, según dice Sexto Avieno a propósito de la columna de Hércules del lado de África también llamada así, cuya identidad de nombres ha dado lugar a transferir al centro de la península los expresados amores.

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