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ArribaAbajoCapítulo segundo

El exilio español: experiencias y actitudes



ArribaAbajo1. El exilio y las pérdidas

A comienzos de nuestra era ya Plutarco hablaba del intolerable castigo del destierro y le oponía, a modo de consuelo, dos grandes verdades. La primera: todo hombre es exiliado en la tierra pues su alma pertenece al cielo; y, sin embargo, el hombre es ciudadano del mundo. En esta consolación estoica había sido precedido por Séneca a quien Gregorio Marañón glosa al comienzo de su libro Españoles fuera de España: «Hace más de veinte siglos que un español desterrado en Córcega -siete años duró su exilio-, exclamaba una tarde, suspirando, con la mirada tendida hacia Roma, la ciudad de sus triunfos, o acaso hacia la sierra risueña de Córdoba donde corrió su niñez: Carere patria intolerable est! ¡Qué sufrimiento intolerable es el vivir fuera de la patria! Corrió luego a su casa y escribió a su madre, Evia, una carta que ha servido de consuelo a muchos españoles desterrados»32. Y así englobaba Marañón, en el contexto de un antiguo destino histórico, la suerte de muchos españoles: Garcilaso, Vives, moros, judíos, ilustrados, absolutistas, liberales, carlistas.

Pero cabe aún un enfoque más amplio como el concebido por otro español fuera de España, Claudio Guillén,   —34→   quien ha indagado en las actitudes paradigmáticas, diferentes entre sí y aun opuestas, de algunas figuras de la Antigüedad, Plutarco, Séneca y Ovidio. Luego avanza a través de las transformaciones que en el fenómeno del exilio han producido el desarrollo de las nacionalidades y, más tarde, el creciente dinamismo internacional33.

Esta tendencia interpretativa abarcadora, que supera el enfoque que antes hemos llamado nacionalista reductivo, dominante casi siempre en los estudios sobre el exilio, permitirá una comprensión mejor del caso particular del exilio español iniciado a partir de 1936, tanto en el plano sincrónico de los numerosos exilios del siglo XX, como en la perspectiva diacrónica de una experiencia humana estructurada a lo largo del tiempo, entre continuidades y rupturas, constantes y variantes. Pero para llegar a estas interpretaciones más ricas y complejas, habrá que intensificar previamente el examen del caso particular que nos ocupa: tal es la intención del presente trabajo.

En primer lugar, el estudio del exilio de los españoles en la Argentina exige una tarea de deslinde entre los muchos exilios producidos por aquellas fechas. Dejando aparte la situación de los españoles que partieron hacia Rusia, hubo un exilio europeo y hubo un exilio americano diferenciables según cada uno de los países receptores. Hubo, además, desplazamientos de muchos desterrados de una a otra región y, desde el comienzo, convergencias con otros grupos procedentes de las expatriaciones que precedieron a la Segunda Guerra Mundial y que continuaron durante todo su desarrollo hasta más allá de su finalización.

La primera diferencia podríamos establecerla mediante la comparación entre las actitudes de los países receptores. En México, por ejemplo, se hizo un esfuerzo institucional importante -desde la Presidencia de la República   —35→   y a través de embajadores y enviados especiales-, primero para evacuar a los expatriados y, luego, para instalarlos en el punto de destino. Sin embargo, se trataba de una sociedad donde la inmigración previa había dejado profundas desconfianzas: por un lado, desde la perspectiva de la izquierda, sobre los recién llegados se proyectaba la sombra de la colectividad española preexistente, los gachupines, conservadores, según la opinión establecida entre muchos. Por otro lado, desde la derecha se temía ese ingreso masivo de republicanos, vistos como peligrosos revolucionarios.

El caso argentino era distinto, según hemos tratado de demostrarlo en el capítulo anterior. Aquel sólido y complejo tejido de interrelaciones entre ambos países constituyó el clima preparatorio del gran éxodo. No hubo, como en México, una política institucional específica, pero la Argentina fue para muchos un obligado horizonte de preferencias. Lo fue para la masa de gentes comunes que prolongaban en esta circunstancia trágica aquella cadena migratoria que venía desde lejos, y lo fue, también, para quienes aquí reanudarían su actividad intelectual. ¿Quién no tenía en estas tierras algún pariente? ¿Quién no conocía a alguien que testimoniara, a través de la recepción de remesas de dinero, cartas y fotografías, revistas y diarios, la gran generosidad de los argentinos? Si esto valía para las gentes comunes, el intercambio intelectual y artístico, la acción continuada y las presencias ya descriptas operaron como un fuerte atractivo para un valioso núcleo de figuras de primer nivel.

Es cierto que la legislación argentina de aquel momento no los favorecía y que la sociedad argentina, con sus instituciones organizadas y sus cuadros bien cubiertos -universidad, profesiones liberales, periodismo-, ofrecían pocos puntos favorables para su inserción, pero aquí se quedaron, precisamente porque ese mayor desarrollo presentaba mejores bases para reanudar las actividades truncadas por la expatriación. Tal fue el caso de científicos como Pío del Río Hortega, matemáticos como Luis   —36→   Santaló, juristas como Luis Jiménez de Asúa, historiadores como Claudio Sánchez Albornoz, pedagogos como Lorenzo Luzuriaga, sociólogos como Francisco Ayala, escritores como Rafael Alberti, Ramón Pérez de Ayala, Arturo Serrano-Plaja, Rosa Chacel o Ricardo Baeza; músicos como Manuel de Falla, dramaturgos como Jacinto Grau y Alejandro Casona; artistas plásticos como Luis Seoane, Manuel Colmeiro y Alfonso Castelao, y numerosos actores y periodistas.

Hubo algunas situaciones especiales que favorecieron la inserción de los exiliados españoles. Señalamos el caso de la recién fundada Universidad Nacional de Cuyo donde, con un criterio muy acertado que influyó en el desarrollo posterior de esta institución, se buscó a figuras sobresalientes para integrar sus cátedras. El Rector Fundador el doctor Edmundo Correas, recurrió al asesoramiento de diversas personalidades argentinas y extranjeras para localizar a los candidatos disponibles. Así vinieron, entre otros catedráticos de diferentes nacionalidades, algunos españoles exiliados: Claudio Sánchez Albornoz, Juan Corominas, Manuel Balanzat, Joaquín Trías Puyol, Antonio Baltar Domínguez, Gumersindo Sánchez Guisande, Justo Gárate, Fernando Más Robles. En su conjunto compusieron el núcleo de españoles más numeroso en una sola universidad34.

Cuando comienza este éxodo era Embajador de España en Buenos Aires, desde julio de 1936, Enrique Díez-Canedo quien, debido a las dificultades surgidas con el personal de la Embajada y con el gobierno argentino, renunció en febrero de 1937. A continuación, sobrevino un período de vacancia apenas cubierto por el primer secretario, Felipe Jiménez de Asúa, mientras se aguardaba al candidato propuesto, Julián Besteiro quien no aceptó la función. Finalmente, en junio de 1938, la asumió   —37→   Ángel Ossorio y Gallardo, sobre quien recayó el mayor esfuerzo de recepción de aquellos exiliados que iban llegando en número creciente. Debió luchar Ossorio contra leyes restrictivas y contra la competencia de otros refugiados europeos que iban llegando en aquellos momentos35.

Desde el comienzo mismo del destierro, comienzan a delinearse las experiencias y actitudes, en parte propias de este exilio, y en parte comunes a otros exilios. De ello ha quedado testimonio en sus biografías y en sus obras en las cuales configuran núcleos temáticos bien definidos. La primera experiencia inmediata de quien ha sido desterrado es la de haberlo perdido todo, lo cual desencadena el ensimismamiento, la conciencia del despojo y el refugio en lo espiritual. Así lo expresaba desde San Juan de Luz, el jurista Adolfo Posada, en un artículo que los argentinos leímos en el diario La Nación de Buenos Aires el domingo tres de marzo de 1937: «En el recogimiento de estos días tristes, perdidos mis papeles, mis libros... desorientado, entretengo las horas volcado hacia adentro, región de libertad, y leyendo con preferencia a quienes revelan en sus escritos la preocupación del espíritu -interés humano supremo-, y desde lo espiritual, la de los valores morales, tan en peligro en los días que vivimos»36.

Azorín, por su parte, ya en diciembre de 1936 había descripto su penoso viaje a Francia y su llegada al hotel, donde se siente como prisionero, en un artículo en el diario La Prensa37.

A partir de aquellos primeros momentos se va profundizando la experiencia del desarraigo la cual conlleva una serie de pérdidas. La primera es la de la lengua, causa   —38→   de tan dolorosos enajenamientos en aquellos españoles desplazados hacia otras áreas lingüísticas. En principio, no sería éste el caso de la Argentina, pero existen diferencias que el desterrado percibe y que van debilitando la plena posesión de su lenguaje. A la vez, vacila su confianza en la posibilidad de una comunicación eficaz con un receptor cuyos códigos difieren del suyo mucho más de lo que la existencia de una comunidad lingüística permitiría suponer. Los efectos negativos que estas situaciones producen en la obra de los exiliados de áreas no hispánicas se dan también, en menor medida, dentro de la comunidad hispánica. (Menos comunes son los efectos positivos de tal experiencia, tales como el acendramiento de la conciencia lingüística del cual son ejemplos paradigmáticos El defensor o las obras dramáticas de Pedro Salinas.)

La segunda pérdida es la del tiempo y el espacio. Azorín expresó esta vivencia como una suerte de cristalización radical de la tragedia vivida: «juntamente soy un expatriado del tiempo y del espacio», dice; y, agrega: «Los dos destierros son acicate para mi patriotismo. No vivo en el presente»38.

La pérdida del propio espacio se vive como un desgajamiento que produce en el exiliado su conciencia de alienación. María Zambrano lo ha definido dramáticamente: el exiliado «al borde de la historia, solo en la vida y sin lugar, sin lugar propio». «Españoles sin España. Ánimas del Purgatorio.39»

En efecto, la pérdida del propio tiempo, en el pasado, deriva de la pérdida del espacio que lo contenía, ya que como dice Gaston Bachelard: «Dans ses mille alvéoles, l'espace tient du temps comprimé». También el presente, porque el propio tiempo sigue transcurriendo lejos: las   —39→   estaciones ya no son las mismas, como lo percibe dolorosamente Rafael Alberti en su poesía del exilio. Finalmente, para el exiliado tampoco hay futuro en tanto no renuncie definitivamente a lo perdido y construya un nuevo proyecto vital. Arturo Serrano-Plaja, exiliado en Buenos Aires, expresó este sentimiento del tiempo en una estremecedora síntesis lírica que comentaré en un capítulo posterior. Horas, días, meses, años son «rebaños espectrales», grano de arena en un tiempo sin reloj y sin arena, es decir sin medida y sin materia, inhumano porque el hombre está hecho de tiempo medido y encarnado.

La cuarta pérdida, definitiva, es la muerte. La patria es la tierra donde están enterrados nuestros muertos y donde seremos enterrados. Manuel Altolaguirre, en 1933, al escribir su biografía de Garcilaso, había tenido una trágica premonición al considerar la muerte del poeta renacentista muerto fuera de España: «No es español quien no muere en España»40. Pocos años después, este temor al más definitivo de los destierros, aflora en varios poetas españoles. Dice Moreno Villa: «Lo malo de morir en tierra ajena/es que mueres en otro, no en ti mismo». O María Teresa León: «Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado».

La segunda gran experiencia del exiliado es la del descubrimiento de la nueva realidad, primer signo de ruptura del encierro defensivo que puede derivar en diferentes actitudes, que a veces son etapas dentro de un proceso: la aceptación, el rechazo, la asimilación. Otras veces pueden quedar en oposiciones irreductibles a cualquier integración.

Aceptación quiere decir tanto aceptar como ser aceptados. Esto fue, según muchos testimonios, más fácil en Buenos Aires, donde hubo desde un espacio popular -el   —40→   de la Avenida de Mayo y de las redacciones de diarios como Crítica-, hasta círculos intelectuales de prestigio continental como los de Sur y La Nación que pronto acogieron a los recién llegados. Estaban allí Victoria Ocampo, Francisco Romero, los Mantovani, Mallea, Borges, Murena; y, por otro lado, los intelectuales españoles y americanos residentes en Buenos Aires, como Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Guillermo de Torre (quien volvía en 1937, tras un lapso de cinco años de ausencia). Por eso Francisco Ayala ha hablado de un exilio «suave y benigno» en esa ciudad que, en viajes anteriores, él mismo y otros españoles como Torre, Moreno Villa, Gómez de la Serna, Ricardo Baeza, habían descubierto como un lugar europeo y civilizado41.

Moreno Villa, por ejemplo, había estado en Buenos Aires en 1933, con motivo de la Exposición del Libro Español. Allí había sido recibido por Amado Alonso y conoció a varias importantes figuras argentinas: Victoria Ocampo, Eduardo Maltea, Baldomero Fernández Moreno, Jorge Luis Borges42. En su autobiografía ha dejado su testimonio sobre el alto nivel cultural y el bienestar con que allí se vivía.

Tal era el ambiente con que se encontraron los exiliados. Algunos no se adaptaron de inmediato y, aunque hallaron facilidades de trabajo y de convivencia intelectual muy notables, vivieron de manera provisional, «como acampando», según recuerda Fernando Baeza43.

Una segunda actitud, más drástica, fue la del rechazo de la nueva realidad. No sin cierta perplejidad, hemos descubierto los argentinos la severidad del juicio que sobre nosotros tuvieron muchos exiliados: desde sus reacciones ante la monotonía del paisaje hasta el desagrado   —41→   frente a los hombres y sus valores. Ramón Pérez de Ayala habla de gente infantil y petulante, de «un sentido de la vida obsceno, torpe, materialista y fraudulento». Y añade: «tanto el tipo del petulante retrasado cultural, como el del inescrupuloso y sinvergüenza materialista», abundan aquí mientras que en Europa son la excepción44.

Rosa Chacel, por su parte, registra en su diario las impresiones sobre el público asistente a una conferencia en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires: «enanos, enanos, enanos... y algún gordo apoplético, profusión de viejas y monstruos híbridos, entre almaceneros y catedráticos...». O: «Nada entre dos platos. Vejez, medio pelismo y rencor, rencor, rencor...»45.

La tercera actitud, de asimilación de la nueva realidad, fue bastante frecuente en el caso del exilio argentino. Ha recordado Manuel Durán una frase de Gracián en El criticón: «Trasplantados son mejores». Y efectivamente, muchos exiliados desarrollaron en nuestro país una fecunda y provechosa actividad. Decía José Gaos que fue programa común de los españoles transterrados continuar lo español de España en México, y modificar lo español de España en lo no español de México. Aunque este proceso no se dio con tal profundidad en otros lugares, en toda América hay ejemplos de esta dialéctica entre continuidad y renovación, y de allí surgió una abundante producción que quizás -arriesguemos la ucronía-, no se hubiera generado en España donde muchos escritores parecían destinados a ser absorbidos por una preponderante actividad pública. Tales son los casos de Sánchez Albornoz, Jiménez de Asúa, Alcalá Zamora o Guillermo de Torre, entre otros.

Anotemos, además, que los hijos de los expatriados se asimilaron rápidamente a la vida argentina, como siempre   —42→   había ocurrido con los inmigrantes, a diferencia de lo ocurrido en México donde aún su integración dista mucho de ser total.

De todos modos, la convivencia no fue fácil entre los distintos grupos de exiliados, dadas las diferencias políticas e ideológicas que ya los habían separado antes de la expatriación. En cierta medida ocurrió lo que Zenobia Camprubí anotara en su Diario: «continúan haciéndose la guerra»46.

Pero el tema mayor de la literatura de exilio de todos los tiempos ha sido la nostalgia del pasado, y también lo ha sido en la del exilio español. Gran parte de la obra de poetas como Alberti, Altolaguirre, Moreno Villa y otros, atestigua esta experiencia lacerante con gran intensidad. Dice Alberti:


Siempre esta nostalgia, esta inseparable
nostalgia que todo lo aleja y lo cambia47.



El exiliado vuelve la mirada hacia su pasado personal, a los lugares de la infancia, la adolescencia, la plenitud, la guerra y éxodo, presentes en memorias como las del mismo Alberti, o las de María Teresa León o Moreno Villa. Esa torsión hacia el pasado abarca también el pasado colectivo, como comunidad histórica próxima o lejana.

A esta última dimensión corresponde el juicio sobre el pasado literario, implícito en la revisión de los clásicos que hicieron los exiliados -continuando una labor que había comenzado en España-, en colecciones magníficas como las de las editoriales Séneca, en México, Losada y Estrada en Buenos Aires o Cruz del Sur en Chile. Como fenómenos conexos, prosigue en América la revaloración   —43→   de Garcilaso, Lope y el Romancero, y la de otros autores como Galdós, que se cumplió enteramente fuera de España: en Estados Unidos, México y Buenos Aires.

Este caso de la revaloración de Galdós merece un capítulo especial en esta historia. Su resurgimiento comienza durante la guerra civil española, momento en que se reeditaron sus Episodios y se distribuyeron masivamente. Pero todavía más notable es la vuelta a Galdós que se produjo, coetáneamente, entre los integrantes de los mismos círculos orteguianos -y en algunos casos, vanguardistas-, que antes lo habían menospreciado: Rosa Chacel y María Zambrano son dos ejemplos notables. Esta última, ya en el destierro, afirmaba que en la novela de Galdós y, especialmente, en sus personajes Fortunata y Benigna, reside la única continuidad de la vida española48. Esta atmósfera se extendió hacia las distintas regiones del destierro. José Bergamín y César Arconada escribieron sobre Galdós en México; Ricardo Baeza, Arturo Serrano-Plaja, Rafael Alberti, María Teresa León, Jacinto Grau y Guillermo de Torre lo hicieron desde la Argentina, y hubo un importante movimiento galdosiano en los Estados Unidos, especialmente bajo el magisterio de Ángel del Río y Joaquín Casalduero. Las editoriales Espasa-Calpe y Losada, a cargo de españoles, editaron sus obras en las colecciones populares Austral y Contemporánea y, de este modo, contribuyeron al reingreso de Galdós al centro del canon de lectura49.

Simultáneamente se realizaron una serie de nuevas lecturas de Unamuno50, que configuran verdaderos procesos de refracción, puesto que se distorsionaban según los momentos y los problemas de las zonas receptoras.

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Hubo mitos hispánicos que se reforzaron en América, como los de Don Quijote y Numancia. Con respecto a esta última, María Zambrano señalaba, en 1939 y en México que «esa capacidad de arrojarse a la hoguera en bloque, este ímpetu que ha conducido a todo un pueblo al centro mismo de la pira», bien puede relacionarse con el episodio numantino51.

En esta torsión hacia el pasado se produce también una revisión de la historia que tuvo sobresalientes manifestaciones en la Argentina, como la publicación de las obras de Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz quienes contraponían polémicamente sus explicaciones de los orígenes de la nacionalidad española. También en Buenos Aires se produjo en 1949 la polémica entre Sánchez Albornoz y Francisco Ayala sobre el lugar de España en el mundo moderno y sobre el nacionalismo52.

Hubo, además, una revisión del pensamiento político social, inscripta en la crisis del liberalismo, larvada desde la guerra civil debido a la política de no-intervención de las grandes potencias y, luego, a la trágica experiencia de los campos de concentración franceses, pero que culmina, sobre todo, en 1945, cuando la Asamblea Internacional de San Francisco -fundadora de la ONU-, no desconoce al gobierno de España, pese al pedido de los exiliados.

Dentro de este marco reflexivo, además del tema del liberalismo, surgen otros como el nacionalismo, el patriotismo y el poder, potenciados cuando tras su experiencia previa sobre los fascismos europeos, los exiliados se enfrentan con la nueva realidad de las dictaduras americanas. En el tema del poder contra Francisco Ayala su análisis de varios episodios históricos españoles en su libro Los usurpadores, algunos de cuyos capítulos, como La campana de Huesca, fueron publicados en Sur desde 1943, en los prolegómenos del peronismo.

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En Buenos Aires y en 1944, en vísperas del peronismo y en una atmósfera existencialista, apareció el libro de María Zambrano El pensamiento vivo de Séneca donde se analiza con vehemencia transparente, no sólo la actitud estoica del exiliado sino también la tragedia del intelectual responsable y de su fracaso frente al poder. Por esas mismas fechas aparecieron libros de discusión fecunda sobre estos temas, como Razón del mundo (1944) y Ensayo sobre la libertad (1945) de Francisco Ayala y, sobre todo, Problemática de la literatura (1951), de Guillermo de Torre quien opone, en un enfoque original, su concepto de una literatura responsable al de literatura comprometida acuñado por el existencialismo.

Es decir que la actividad intelectual de los exiliados, más allá de su motivación inmediata en la propia vivencia del exilio, tuvo una apertura hacia una problemática universal marcada por circunstancias de tiempo y lugar.




ArribaAbajo2. Los exiliados en la creación literaria

En resumen, hubo una actividad intelectual extraordinariamente fecunda en torno de los exiliados españoles, producida por ellos o generada en su convergencia con otros expatriados y con los argentinos, y de ella quedan testimonios en centenares de libros, artículos y ensayos de revistas y diarios. Ante esta inmensa obra escrita se ha planteado, a veces, el problema de lo que Francisco Ayala ha llamado su recuperación científica, puesto que producida fuera de España, ha quedado también al margen de Europa. El registro bibliográfico de esta producción, tarea en la que estamos muchos universitarios argentinos y, quizá, algunas reediciones de libros y antologías de relatos, poemas, ensayos, permitirían realizar síntesis más completas que ésta con elementos concretos.

Y, aparte de la producción escrita, hubo un teatro, un cine, una música, una pintura, una escultura del exilio español en la Argentina que requiere, también, un estudio   —46→   de conjunto. El nuestro se centra principalmente en la producción escrita y, en especial, en la literatura.

Su primer cauce fueron los grandes diarios La Nación y La Prensa donde inicialmente se advierte que hubo una gran continuidad entre la etapa previa a la guerra civil y las etapas posteriores. Aquellos emigrados que habían sido colaboradores antes, prosiguieron, por lo general, con aquella labor. (Lo hemos anticipado en el caso de Azorín y Adolfo Posada.)

A través de ellos recibió el público argentino los primeros testimonios de hechos y actitudes que, por proceder de figuras que les eran familiares, tuvieron una especial autoridad y contribuyeron a conformar la opinión de un sector importante e influyente. En el caso de La Nación este elenco estaba integrado desde hacía años por José Ortega y Gasset, Pío Baroja, Gregorio Marañón, Rafael Altamira, Gabriel Alomar, y muchos otros. En el momento en que comienza la tragedia, julio de 1936, también aparecían en el diario las firmas de Eugenio Montes, Antonio Marichalar, José Bergamín, lo cual demostraba una apertura hacia las nuevas promociones de la literatura peninsular. Algunos españoles, como Amado Alonso, que como hemos visto vivía en Buenos Aires desde 1927, se asimilaron al grupo de recién llegados. Alonso hasta fue candidato al cargo de Agregado Cultural de la Embajada de España encabezada por Ángel Ossorio y Gallardo, función que finalmente asumiría, por breve lapso, Guillermo de Torre.

Pronto varios de aquellos escritores comienzan a enviar sus artículos desde la primera escala del destierro, Francia: Ortega, Marañón, Bergamín, Corpus Barga. A través de ellos se conocieron las primeras impresiones y la situación de quienes iniciaban el largo camino del exilio. Poco tiempo después, algunos de estos colaboradores de La Nación empezaron a llegar a Buenos Aires.

El primero de ellos fue Ramón Gómez de la Serna quien continuó publicando con gran frecuencia, no sólo sus Greguerías, sino también ensayos y cuentos que las   —47→   fueron sustituyendo. Estas colaboraciones cesaron bruscamente en 1949, luego de su viaje a España y de sus declaraciones a favor del régimen franquista.

Guillermo de Torre, que había vivido en Buenos Aires entre 1927 y 1932, volvió a mediados de 1937, luego de una breve permanencia en Francia y por invitación de Eduardo Mallea quien había sido, también, uno de sus introductores en aquel primer viaje. Sin embargo, Torre, que había sido secretario del suplemento de La Nación en 1928, volverá a colaborar con regularidad allí recién en 1942 con algunos artículos sobre el Romanticismo. Luego, a lo largo de esa década salieron en este diario numerosos artículos suyos sobre temas diversos y universales, pero también aquellos que atestiguaban su revaloración de la literatura española clásica y moderna.

Ortega y Gasset continuará enviando sus artículos y ensayos desde París y, luego, con decreciente regularidad, desde Buenos Aires, entre 1940 y 1942. Tzvi Medin ha examinado, con documentos y con testimonios de quienes lo frecuentaron durante la etapa de éste su tercer viaje como autoexiliado, los rechazos de los ambientes políticos y académicos, mientras que el prestigio de su obra se acrecentaba constantemente53.

Francisco Ayala, como Torre, se benefició de su viaje a Sudamérica, previo a la guerra, e invitado por Mallea comenzó a colaborar en La Nación desde 1939 y se vinculó con el grupo de Sur. Artículos y ensayos sobre literatura, sociología, arte, cine, política, e incluso los primeros relatos con que reanuda su labor narrativa en el exilio, aparecieron en ambas publicaciones y en otras.

Algunos años más tarde se incorpora al elenco de colaboradores de La Nación un notable pedagogo, Lorenzo Luzuriaga, director de la Biblioteca Pedagógica de la editorial Losada, quien publicó allí artículos sobre pedagogía, educación en general y, sobre todo, planteos críticos y enfoques experimentales sobre estos asuntos.

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La poesía del exilio estuvo representada por Rafael Alberti y Juan Gil-Albert, y la narrativa por Arturo Serrano-Plaja. Y desde otras regiones de la diáspora llegaron poemas de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén.

El caso de La Prensa era análogo al de La Nación, aunque su público lector había captado un mayor porcentaje de españoles exiliados de filiación liberal o republicana moderada. También conservó sus colaboradores. Azorín, como vimos, en diciembre de 1936, ya expatriado, comienza a enviar los artículos que reuniría posteriormente en su libro Españoles en París, encabezado por una dedicatoria a los directores del diario, Ezequiel Paz y Alberto Gainza Paz, quienes lo sostuvieron económicamente durante aquella etapa. Seguirá publicando regularmente, después de su regreso a España, ensayos y relatos que contaron siempre con lectores argentinos adictos54.

Ramón Pérez de Ayala también se reencontró con su público argentino en diciembre de 1936 y desde París. Los temas de sus artículos y ensayos de aquellos primeros años de posguerra eran sobre los clásicos, la historia de Grecia y Roma y las cuestiones del método histórico y científico contemporáneo. En setiembre de 1940 ya estaba en Buenos Aires, en el inicio de su autoexilio en la Argentina que se prolongará hasta su retorno definitivo a España en 1954. Sus colaboraciones en La Prensa parecen haber sido para él un recurso económico fundamental, sobre todo en aquellos primeros tiempos. Se ocupó, además, de temas de ciencia y filosofía, y de literatura española e inglesa a veces en sus interrelaciones, y también de asuntos antropológicos. En suma, el ensayo español en la más amplia variedad de sus tendencias estuvo vivo en la experiencia de los argentinos a través de estas colaboraciones de Pérez de Ayala en La Prensa.

María de Maeztu, que había llegado a Buenos Aires en 1937, invitada por Victoria Ocampo, es otra de las colaboradoras   —49→   de La Prensa. Allí comentó libros y publicó crónicas de viaje y artículos sobre el tema de la cultura americana, la educación y, en especial, la educación de la mujer.

Leandro Pita Romero, ya en 1938, publica sus artículos de temas varios, sobre todo acerca de la actividad literaria y los aspectos curiosos de la historia reciente, y seguirá siendo uno de los colaboradores habituales de La Prensa hasta su muerte en 1985. Y también escribieron allí Elena Fortún, con sus cuentos para niños; Gerardo de Alvear, pintor radicado en Buenos Aires desde 1935, con sus artículos sobre plástica, y Francisco Madrid con los suyos sobre cine.

Este rastreo en los dos grandes diarios argentinos debe completarse con la revisión de otros, como Crítica y Noticias Gráficas, y de las revistas populares como El Hogar, Atlántida, Leoplán, Saber vivir y tantas otras donde los exiliados compartieron con los argentinos un espacio común de gran riqueza y variedad. Y, naturalmente, aquellas publicaciones específicamente españolas como España Republicana o Galicia emigrante -por mencionar dos entre muchas-, conservan importantes testimonios de esta actividad intelectual y artística de esta región de la España transterrada. (En el capítulo siguiente ampliaremos nuestro análisis sobre las revistas literarias donde participaron los exiliados.)

Parte de esta inmensa producción fue recogida en libros que se sumaron a los publicados originariamente como tales. Según los trabajos bibliográficos menciona dos en la Breve Introducción que encabeza este libro55, entre los exiliados que dejaron obra escrita, ciento quince escribieron obras de divulgación; ciento doce, otros géneros no literarios; cincuenta y siete hicieron traducciones y, finalmente, doscientos treinta y seis dejaron obras literarias de distintos tipos.

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A la vista de este material es posible aventurar el esbozo de algunas conclusiones generales. La primera se refiere al predominio de unos géneros sobre otros. La mayoría de los exiliados practicaron en América varios géneros literarios, lo cual revela una apertura mayor que la que caracterizara, por lo general, su labor previa en España. Encabeza estas preferencias el ensayo. En efecto, sobre aquel total de doscientos treinta y seis exiliados con obra literaria publicada, ciento dos de ellos escribieron ensayos, treinta y cinco escribieron novelas; veinticuatro, poesía; veintitrés, obras dramáticas; treinta y siete, biografías; catorce, memorias y autobiografías.

La preferencia por el género ensayo tiene varios significados. En primer lugar, representa una notoria continuidad con la poderosa tradición ensayística española del 98, vigente aún en aquel momento con Unamuno, Maeztu y Azorín y reforzada por figuras que coexistieron con ellos posteriormente, como Ortega, Marañón, Pérez de Ayala y otros escritores bien conocidos en la Argentina, según hemos comentado anteriormente.

Albert Manent, en su excelente estudio La literatura catalana a l'exili, apunta acertadamente hacia otras dimensiones de esta preferencia: «La condició de l'emigrat afavoria més l'assaig i la poesía que no pas l'analisi erudita o fins i tot la novella, que demana un métier que no s'improvisa, un aparell editorial y un públic ampli.56»

Fue en el exilio -autoexilio en algún caso-, donde se desarrolló y creció la obra ensayística de Francisco Ayala y Guillermo de Torre, y este último reflexionó sobre las características del género en escritos teóricos originales y de gran valor57. Además, durante esta etapa se produjeron en la Argentina dos aportes de especial significación   —51→   para la historia del género: el primero, el volumen titulado El concepto contemporáneo de España: Antología de ensayos (1895-1931), de Ángel del Río y M. J. Benardete, publicación del Hispanic Institute in the United States, editado por Losada en 1946, mientras eran asesores literarios Francisco Ayala y Guillermo de Torre quien lo comentó en la revista Realidad58.

El segundo aporte fueron los dieciocho números de la revista Realidad, aparecida entre enero de 1947 y diciembre de 1949, donde el ensayo es el género dominante en sus más diferentes modalidades temáticas y estilísticas. Algunos de sus colaboradores residían en otras regiones del exilio, pero muchos escribían desde la Argentina, como Claudio Sánchez Albornoz, Francisco Ayala, Rosa Chacel, Manuel Villegas López, Álvaro Fernández Suárez, Jesús Prados Arrarte, Lorenzo Luzuriaga y el mismo Guillermo de Torre.

También hubo continuidad e innovación en la narrativa. Valgan los ejemplos de Rafael Dieste, en cuya obra predomina la tendencia a continuar las líneas temáticas y estilísticas de su labor previa, mientras que Francisco Ayala reanuda desde la Argentina su obra de narrador, interrumpida desde varios años antes, sobre pautas muy diferentes. De manera análoga, la obra narrativa de Rosa Chacel se desarrolla durante esta etapa con nuevas características.

En cuanto a la poesía hay que mencionar, en primer término, a Rafael Alberti, el poeta mayor en el exilio argentino, quien prosigue aquí una obra ya consagrada en la Península pero por nuevos cauces temáticos y expresivos. Poetas menos conocidos antes de su éxodo crecieron en esta región de llegada: tal es el caso de Arturo Serrano-Plaja, Lorenzo Varela o Luis Seoane, entre otros. Aparte hay que mencionar la resonancia y difusión que   —52→   alcanzaron desde la Argentina las obras de algunos poetas del 27 que habían viajado a nuestro país alguna vez, como Lorca, o que nunca habían estado aquí, como Pedro Salinas y Jorge Guillén. Del primero se publicaron sus Obras completas en Losada, a partir de 1938 y bajo el cuidado de Guillermo de Torre. De Salinas apareció la primera «suma», Poesía junta, en Losada, en 1942 y, en 1949, en Sudamericana, Todo más claro, representativa de un viraje importante de su lírica. También se publicaron aquí dos obras centrales de su producción crítica: Jorge Manrique o tradición y originalidad, por Sudamericana en 1947, y La poesía de Rubén Darío, por Losada en 1948. En 1950 Sudamericana edita un relato suyo titulado La bomba increíble. De Guillén aparecieron, siempre en Sudamericana, la versión definitiva de Cántico (1950), y los tres volúmenes de Clamor: Maremagnum (1957)... Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963)59. Todas ellas son obras capitales -aunque no las únicas-, crecidas en el espacio interhispánico del exilio.

También se escribieron memorias y autobiografías entre las cuales destacan por su valor literario, a gran distancia de otras, La arboleda perdida, de Rafael Alberti, y Memoria de la melancolía, de María Teresa León.

La biografía tenía gran auge en la España de los años previos a la guerra, y ello continuó en la Argentina con una producción considerable: baste recordar los nombres de algunos españoles que contribuyeron a esta continuidad del género, como Francisco Ayala, Rosa Chacel, Ramón Gómez de la Serna, Francisco Madrid, Leandro Pita Romero, Arturo Serrano-Plaja.

Otra actividad importante de los exiliados, que abarca el campo de las letras y que lo excede, es el de la traducción.   —53→   Hemos registrado cincuenta y siete de ellos que alguna vez practicaron esta actividad, tan importante para las interrelaciones culturales en una época de gran apertura y actividad intelectual argentina. Españoles fueron la mayoría de quienes ejercían esta labor en las editoriales y algunos de ellos dejaron trabajos memorables como los de Rafael Dieste, Francisco Ayala, Guillermo de Torre, Ricardo Baeza, Arturo Serrano-Plaja, José Otero Espasandín o Manuel Lamana. Recordemos dos ejemplos: Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de R. M. Rilke, traducido por Francisco Ayala, en 1941 para Losada, y El último puritano de George Santayana, en versión de Ricardo Baeza, en 1950 para Sudamericana. (Cuando Sur publique una rigurosa selección de traducciones, en su volumen dedicado a los Problemas de la traducción, en 1976, incluirá entre ellas la que Baeza hiciera de Street Song de Edith Sitwell.)

Tanto Ayala como Guillermo de Torre escribieron reflexiones sobre este tema. El primero lo hizo en 1943 en su Breve teoría de la traducción, y el segundo se refirió a aspectos técnicos y, sobre todo a lo que fuera su preocupación constante: la traducción como instrumento de relación suprafronteriza, universal60.

Lo cierto es que, ni antes ni después, salvo excepciones notables, debidas a figuras como José Bianco, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Enrique Pezzoni, alcanzaron las traducciones publicadas en la Argentina un nivel semejante de calidad.





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ArribaAbajoCapítulo tercero

El exilio español y el movimiento editorial argentino



ArribaAbajo1. La guerra civil y las tres grandes: Losada, Sudamericana, Emecé

Hacia fines de la década de los veinte, la relación entre la industria editorial española y el mercado del libro argentino se hallaba a punto de entrar en crisis debido a factores culturales y económicos.

Guillermo de Torre, en vísperas de su primer viaje a América, había lanzado con juvenil osadía su famoso editorial «Madrid meridiano intelectual de Hispanoamérica» -publicado en La Gaceta Literaria en abril de 1927-, enderezado contra el «latinoamericanismo» que venía de París. Un año más tarde, ya en Buenos Aires, revisaba su posición frente a aquel «pleito del meridiano», reconociendo que entrañaba más bien «un problema editorial y librero que una cuestión literaria»61. Posteriormente entrevistará, en aquella misma revista, a «los pilares más sólidos del edificio editorial argentino»: argentinos como Glusberg, Gleizer y Samet, españoles como Roldán, García, Menéndez y Julián Urgoiti, delegado de Espasa-Calpe en Buenos Aires. Todos ellos coincidían en la necesidad de crear un centro distribuidor del libro hispanoamericano   —56→   en Madrid, aumentar las tiradas y disminuir los costos, organizar ferias del libro y exposiciones y lograr que la prensa y las instituciones culturales apoyaran la producción y difusión del libro62.

A partir de 1930 crece el conflicto con la industria editorial española que, superado el «puente francés» que había mediatizado su expansión hacia América, presionaba sobre una producción argentina apenas discreta -750 volúmenes anuales, como promedio entre 1921 y 1935-, pero que pugnaba por ensancharse. Todo ello provoca reacciones en Buenos Aires y hasta algún «exceso chovinista», que sugiere la prohibición de importar libros peninsulares63, o discusiones sobre propiedad intelectual, ediciones fraudulentas, derechos de autor y traducciones64. Estos conflictos coinciden con la realización en Buenos Aires, en 1933, de una Exposición del Libro Español a la cual asistió como invitado el poeta José Moreno Villa65.

Poco después, en 1936, estalla la guerra civil española y con ella se inicia lo que Pierre Lagarde llama «la grande chance» de la industria editorial argentina, no más de una década, durante la cual el volumen de producción se duplica -1739 volúmenes en 1938, contra 817 del año anterior-, y alcanza un pico espectacular de 33.778 en 194266. En 1938 se realiza una Exposición del Libro argentino en París y Roma, y en 1940 la experiencia se repite en Río de Janeiro, Santiago de Chile y Lima.   —57→   Como lo señalara en aquella oportunidad Paul Valéry, la calidad del libro argentino suponía «una masa de conocedores, de aficionados, de lectores delicados que lo desean; supone todo el personal de artistas y artesanos necesario para producirlo»67.

Vale decir que estaban dadas las bases para que aquel desarrollo se produjera. Con posterioridad, en la década que va de 1954 a 1963, debido a la inflación y la saturación del mercado librero en la Argentina, el resurgimiento de la industria editorial española y la recuperación de sus mercados americanos, el panorama vuelve a cambiar. Con altibajos y dificultades, la Argentina no recuperará ese primer puesto en la producción de libros en español que alcanzara en los años cuarenta.

El traspaso de la industria editorial en español hacia América se dio, principalmente, mediante la transformación en editoras argentinas de las casas españolas que funcionaban como librerías o distribuidoras: Sopena, Labor, Espasa-Calpe y otras. Interesa especialmente el caso de la última que, en febrero de 1937, por idea de uno de sus gerentes, Gonzalo Losada, y la aprobación de Julián Urgoiti, se transforma en Espasa-Calpe Argentina y, bajo la conducción de Guillermo de Torre, lanza la Colección Austral. Su primer título fue La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset, aparecido el 30 de setiembre de 1937, con una tirada de 6.000 ejemplares y numerosas reediciones posteriores68. Otras obras de Ortega se alternaron con títulos que revelaban una selección ecléctica, dentro de las pautas de la Colección Universal, dirigida en España por García Morente para la misma empresa.

A este mercado editorial y librero de origen español, preexistente en Buenos Aires, vino a sumarse el ingreso creciente de exiliados que contribuyeron a aquellas reestructuraciones   —58→   y a la fundación de nuevas editoriales. Emigrados, exiliados y argentinos trabajaron a la par y animaron, asimismo, una crítica de soutien en la prensa porteña y en publicaciones ligadas al mercado editorial, como De mar a mar, Correo Literario, Cabalgata, Realidad, donde los comentarios bibliográficos firmados se ocuparon especialmente de los libros españoles editados en Buenos Aires. Otro aspecto, al cual ya nos hemos referido, es el de la participación de los exiliados en las labores de traducción, en muchos casos notables por su calidad.

Aparte de las motivaciones de tipo económico de su actividad editorial, es indudable que los exiliados encontraron en ella un cauce en su proceso de adaptación a la nueva realidad. En particular, lo fue para la revisión del pasado literario, de la historia española y del pensamiento político-social que antes hemos descripto.

En agosto de 1938, Gonzalo Losada, uno de los gerentes de Espasa-Calpe Argentina, residente en Buenos Aires desde 1928, junto con Guillermo de Torre y Atilio Rossi, se separaron de dicha empresa y fundaron la editorial Losada, acompañados desde el primer momento por Pedro Henríquez Ureña, Francisco Romero y Amado Alonso. Los pormenores de esta fundación, en medio de los conflictos políticos y económicos de aquellos años turbulentos, han sido descriptos por Henríquez Ureña en sus cartas a Alfonso Reyes69.

En menos de un mes, ya habían aparecido dieciocho libros, once de ellos en la Colección Contemporánea, la cual, como su equivalente Austral, tuvo enorme éxito de público y de crítica, tanto por su calidad como por su bajo precio. Sucesivamente surgieron otras colecciones como «El pensamiento vivo», «La pajarita de papel», «Cristal del tiempo», «Poetas de España y América», mientras se agregaban a aquel equipo inicial otros colaboradores   —59→   como Luis Jiménez de Asúa, y Lorenzo Luzuriaga. Pero sin duda, el peso mayor recayó sobre Pedro Henríquez Ureña y Guillermo de Torre quienes, incansablemente, seleccionaron innumerables obras. En Losada aparecieron, también, las obras capitales del segundo: La aventura y el orden (1943), Problemática de la literatura (1951), Las metamorfosis de Proteo (1956), entre otras.

Imposible sería describir -aun en sus líneas más generales-, la inmensa producción de Losada en aquellos años que van de 1938 a 1950, y que abarca desde textos universitarios -como las Lecciones Preliminares de filosofía (1941), de Manuel García Morente-, hasta manuales para la enseñanza secundaria, ensayos, novelas y libros de poesía.

Quizá sólo quepa señalar algunos hitos memorables de la presencia española. A nuestro juicio, el primero de ellos puede ser la publicación de las primeras Obras completas, de Federico García Lorca, recopiladas y prologadas por Guillermo de Torre, en medio de grandes dificultades, reuniendo originales dispersos fuera de España. Los seis primeros volúmenes aparecieron en 1938 y los dos restantes en 1912 y 1946, y durante años fueron el corpus lorquiano más completo y accesible.

En la colección «Poetas de España y América», dirigida por Guillermo de Torre y Amado Alonso, fue editado Entre el clavel y la espada (1991), de Rafael Alberti, ilustrado con dibujos de su autor. (Con posterioridad, Alberti siguió editando en Losada su poesía y su teatro.) A la misma colección pertenecen Poesía junta (1942), de Pedro Salinas, Como quien espera el alba (1947), de Luis Cernuda y Sombra del Paraíso (1947), de Vicente Aleixandre. En 1953, también apareció en Losada el Cancionero: Diario poético de Miguel de Unamuno, editado por Federico de Onís, obra que impone un notable viraje en los estudios sobre este autor.

Otros títulos importantes fueron Unamuno; bosquejo de una filosofía (1944) y Cuatro visiones de la historia universal, de José Ferrater Mora; España en su historia de Américo Castro (1948) y el Tratado de sociología (1947), de   —60→   Francisco Ayala. El ensayo Razón del mundo (1944), de éste último, originó una polémica con Claudio Sánchez Albornoz a la cual ya hemos aludido antes70. Al mismo ámbito genérico pertenece El concepto contemporáneo de España; Antología de ensayos (1946), también citada, de Ángel del Río y M. J. Benardete, obra voluminosa y de calidad excepcional, tanto en su definición del género como en la selección de los textos.

Cómo no mencionar, asimismo, las obras de Saussure, Bally, Vossler, publicadas, y algunas traducidas, por Amado Alonso en su colección «Filosofía y teoría del lenguaje». Y su difusión de aquellas nuevas orientaciones lingüísticas en su Gramática castellana (1938), escrita en colaboración con Pedro Henríquez Ureña, obra sobresaliente por su equilibrada originalidad.

Ya en los comienzos de la década de los cincuenta, edita Losada la trilogía de Arturo Barea La forja de un rebelde (1951), uno de los más valiosos testimonios de la vida española desde comienzos de siglo hasta el final de la guerra civil española.

Otra faceta de esta producción editorial fueron los libros ilustrados con grabados, entre los cuales destacan los que Luis Seoane hizo de Llanto por Ignacio Sánchez Mejía (1961) de Lorca, el Diario poético (1961) de Unamuno, y Sobre los ángeles (1962) de Alberti.

Dejamos de lado la mención de las obras filosóficas y científicas y de las numerosas traducciones -Kafka, Chesterton, Sartre-, que contribuyeron a expandir el horizonte de notable universalidad que caracterizó a Buenos Aires en la década de los cuarenta.

La segunda de las grandes editoriales fundadas por aquellas fechas fue Sudamericana, con la intervención de Julián Urgoiti y Antonio López Llausás. El primero, hijo de Nicolás Urgoiti empresario español de La Papelera Española, Espasa-Calpe y los diarios El Sol y La Voz, como   —61→   hemos indicado antes, había representado a Espasa-Calpe en Buenos Aires y había vuelto a la Argentina en 1937 cuando aquella editorial se reorganiza. El segundo, hijo y nieto de libreros de Barcelona, había tenido allí diversas empresas publicitarias y editoriales. Exiliado en París, luego de un breve lapso en Cuba y Colombia es contratado por el empresario español residente en Buenos Aires, Rafael Vehils, para la organización de una nueva editorial. A fines de 1938 se constituyó su primer directorio integrado por argentinos -Enrique García Merou, Oliverio Lirondo, Victoria Ocampo, Carlos Mayer, Antonio Santamarina, Alejandro Shaw, entre otros-, y algunos españoles. A fines de 1939 comenzó a funcionar Sudamericana bajo la dirección de dos gerentes, Urgoiti y López Llausás, y al poco tiempo se le fusionó la antigua Librería del Colegio.

En pocos años Sudamericana definió su perfil propio dentro del mercado editorial de habla española con colecciones prestigiosas de temas literarios, científicos y filosóficos. Aunque desde su primera etapa predominaron en sus catálogos las obras traducidas, tuvieron una importancia notable las de los españoles expatriados como Salvador de Madariaga, José Ferrater Mora, Claudio Sánchez Albornoz, Francisco Avala, Ramón Gómez de la Serna, Jorge Guillén.

De Madariaga se editaron en Sudamericana varios ensayos y obras de carácter histórico -Vida del muy magnífico Señor Don Cristóbal Colón (1940), Hernán Cortés (1941), Cuadro histórico de las Indias (1945), España (1950)-, y la mayor parte de su vasta producción narrativa, entre la que destacan El corazón de piedra verde (1948), Guerra era la sangre (1957), Una gota de tiempo (1958). De José Ferrater Mora aparece en 1952 su libro de ensayos El hombre en la encrucijada, sobre el acuciante problema de la crisis de la sociedad contemporánea. España y el Islam (1943) y España: un enigma histórico (1956), de Claudio Sánchez Albornoz, fueron obras capitales en el proceso de revisión histórica emprendida por los exiliados. Francisco Ayala publicó la primera colección de sus escritos de crítica literaria,   —62→   Histrionismo y representación (1944) y un volumen de narraciones, Los usurpadores (1949).

Ramón Gómez de la Serna, residente en Buenos Aires desde 1936, aunque vinculado desde antes con el medio argentino por sus colaboraciones en periódicos y revistas, editó sus obras bajo varios sellos. En Sudamericana aparecieron Retratos contemporáneos (1941). Nuevos retratos contemporáneos (1946) y su biografía Automoribundia (1948), un grueso volumen ilustrado de más de ochocientas páginas.

En 1950 Sudamericana publica la cuarta y definitiva edición de Cántico de Jorge Guillén, y posteriormente, los tres volúmenes de Clamor: Maremagnum (1957)... Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las circunstancias (1963).

La tercera editorial donde cumplieron intensa actividad los exiliados españoles en Buenos Aires, fue Emecé, fundada por dos gallegos, Luis Seoane y Arturo Cuadrado, quienes iniciaron allí, en 1940, la publicación de varias colecciones dedicadas a la poesía y la prosa gallega, pero también a temas americanos y argentinos. Luis Seoane me explicaba esta convergencia de direcciones: «Varela, Cuadrado y yo procedíamos, militando en partidos distintos, del autonomismo gallego y creíamos, seguimos creyendo, en las diferencias regionales creadas por herencias culturales e históricas distintas. Queríamos afirmar la situación cultural de cada uno de los países americanos y su aporte diferencial a la cultura universal». Estas inquietudes, prosigue «[...] se prolongaron en las colecciones de libros 'Buen Aire', que fundamos en Emecé, dedicada al pasado argentino, y en 'Mar Dulce', más dedicada a la América de origen español y portugués, que fundamos en la Editorial Nova»71.

Aquellas primeras colecciones de Emecé llevaban nombres gallegos, «Dorna» y «Hórreo». La primera, dedicada a la poesía y la narrativa, de excelente diagramación e impresión   —63→   -a cargo de la imprenta López-, contenía viñetas de Seoane, una de ellas representando la barca gallega llamada «dorna». En casi todos los casos los volúmenes incluían láminas y dibujos suyos y, a veces, de otro artista gallego residente en Buenos Aires, Manuel Colmeiro. «Hórreo» estaba reservada para obras de diferente tipo, sobre todo ensayo e historia de los siglos XVII, XVIII, XIX y, algo menos, XX. Pero también apareció allí la primera novela de Arturo Serrano-Plaja, Don Manuel del León (1946). La ya mencionada colección «Buen Aire» estaba a cargo de Seoane, Cuadrado y del argentino Luis M. Baudizzone, y allí aparecieron varias obras de temas históricos argentinos.

En Dorna, en 1940, se publicaron, entre otras, las siguientes obras: Queixunzes d'os pinos, de Eduardo Pondal, con Noticia de Emilio Pita, dibujo de Colmeiro y viñeta de Seoane; Rojo farol amante de Rafael Dieste, también ilustrado por Colmeiro; De cuatro a cuatro, (De catro a catro), de Manuel Antonio en edición bilingüe de Rafael Dieste, con dibujos de Colmeiro. Con similar perfección formal aparecieron luego otras muestras de poesía gallega: Cantigas de Macías o namorado (1941), Contra el ángel y la noche (1941), de Aquilino Iglesia Alvariño, el Cancionero popular gallego (1942), de José Pérez Ballesteros y Follas Novas (1943), de Rosalía de Castro.

Posteriormente tuvo Emecé un rápido crecimiento y sus colecciones se difundieron por todo el mundo hispánico: «Grandes ensayistas», dirigida por Eduardo Mallea, «Séptimo círculo», serie de novelas policiales dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, etcétera. Dos novelas, presentadas bajo el sello de «Grandes novelistas», reabrieron las relaciones con España: La colmena (1951), de Camilo José Cela, y Fiestas (1958), de Juan Goytisolo.




ArribaAbajo2. Las editoriales gallegas

Luis Seoane y Arturo Cuadrado pronto se retiraron de Emecé y fundaron la editorial Nova cuyas colecciones   —64→   fueron impresas por López. La primera, de nombre gallego, «Pomba» -luego traducido, «Paloma»-, fue dirigida por Cuadrado, con características muy parecidas a las de «Dorna», con viñetas y, a veces, ilustraciones de Seoane.

Allí apareció un libro de poemas de Lorenzo Varela -también de origen gallego y que acababa de llegar de su exilio mexicano-, Torres de amor (1942), donde el dolor de la guerra y el destierro alterna con poemas elegíacos y amorosos, y que llevaba ilustraciones de Seoane e introducción de Rafael Dieste. Cuatro nombres gallegos se asociaban en esta magnífica edición: Varela, Dieste, Seoane, Cuadrado. Y junto a ellos, la presencia de otros exiliados en epígrafes y dedicatorias: León Felipe, Antonio Sánchez Barbudo, Arturo Serrano-Plaja, como sellando esta comunidad de vida y de poesía.

Dos años más tarde Arturo Serrano-Plaja reúne sus Versos de guerra y paz (1945), con material de libros precedentes y poemas posteriores a la guerra civil.

En otra colección de Nova, «Camino de Santiago» -similar a «Horreo»-, dirigida por Cuadrado y Seoane, fueron publicadas obras clásicas y contemporáneas, varias escritas por gallegos: Siervo libre de amor, de J. Rodríguez del Padrón, Orígenes de la lengua gallega, de Fray Martín Sarmiento, Diego Gelmírez, de Manuel Murguía y Cuadros de la guerra de Concepción Arenal. Lugar aparte merece en esta colección Historias e invenciones de Félix Muriel (1943), de Rafael Dieste, con once dibujos a toda página de Seoane, que ilustran estos recuerdos de infancia y episodios legendarios en un ámbito gallego.

En Nova crea Seoane una colección de sesgo americanista, «Mar Dulce», similar a la ya citada «Buen Aire», con el propósito de «afirmar la situación de cada uno de los países americanos y su aporte diferencial a la cultura universal», según me decía en la carta antes mencionada.

Pero, sin duda, una de las más bellas ediciones de Nova fue el Homenaje a la Torre de Hércules, de Luis Seoane, aparecida en mayo de 1944, bajo el cuidado de Atilio Rossi. Se trata de un volumen de gran tamaño, con cuarenta   —65→   y nueve dibujos que, como bien dice Rafael Dieste en su prólogo, son «poesía lírica pintada o dibujada». La crítica de aquel momento señaló acertadamente la calidad excepcional de esta obra: Lorenzo Varela destacó su singular tratamiento del espacio y Jorge Romero Brest, su luz sobrenatural y la coexistencia de la rudeza campesina con las más quintaesenciadas formas contemporáneas.

Cuadrado y Seoane encabezaron, además, las ediciones «Botella al mar», primero bajo el sello de Nova y, luego, independientemente. En su colección «La sirena escondida» publicó Seoane su primera obra literaria, con ilustraciones propias y breve nota de Lorenzo Varela: Tres hojas de ruda y un ajo verde (1948), una de las más hermosas creaciones de la narrativa española del exilio.

Otra notable edición de aquellos años es un Libro de tapas (1953) de Seoane, editado por Botella al mar, al cuidado de su autor y de Manuel López, encabezado por un poema de Varela y una introducción donde el pintor describe su colaboración con la imprenta Nos, de Santiago de Compostela, con Botella al mar y con la imprenta López. A continuación se reproducen las tapas elaboradas durante este prolongado período, con excelente calidad de impresión y color.

Ya en el exilio, Seoane seguía recordando sus primeros contactos con la hoy mítica imprenta López de Buenos Aires, donde Arturo Cuadrado, Lorenzo Varela y él mismo habían emprendido varias aventuras editoriales, revistas y libros, algunos de los cuales acabamos de describir. Gran imprenta donde los españoles exiliados encontraron el ámbito propicio, las máquinas mejores, los técnicos y obreros competentes para sus propias empresas. Precisamente allí se imprimió este libro excepcional que reúne los dibujos de veintiocho tapas de obras de autores argentinos -menos dos, de Seoane y Cuadrado-, editadas por Botella al mar, excepto la que encabeza el volumen, que pertenece a Fardel de eisilado de Seoane, en edición de Anxel Casal.

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Este protagonismo de los gallegos en el mundo editorial tenía antecedentes en sus experiencias previas en los grupos literarios y en las revistas de su región de origen. (Lo mismo ocurría, coetáneamente, con los catalanes, tema del cual no me ocuparé en esta ocasión.)

El caso paradigmático es el de Seoane quien, nacido en Buenos Aires, criado y educado en Galicia, donde se dio a conocer como pintor, grabador y dibujante, alcanzó a colaborar en Nós, la prestigiosa revista compostelana dirigida por Vicente Risco, y más tarde lo hizo en Yunque, que salía en Lugo hacia 1932, bajo la conducción de Arturo Cuadrado y Anxel Fole. También escribió en Nova Galiza, el boletín que publicaron los gallegos en Barcelona, a partir de 1937, bajo la dirección de Rafael Dieste y Alfonso Castelao. Allí colaboraron, además de sus directores, otros gallegos como Eduardo Dieste, Lorenzo Varela y Arturo Cuadrado.

Este último, además de la mencionada intervención en Yunque, dirigió Resol (1932) Lorenzo Varela, nacido en La Habana, criado y educado en Galicia, también escribió en Yunque y, ya en plena guerra, en El mono azul donde, al igual que Rafael Dieste, publicó varios romances de guerra. Su primera actividad en el exilio la cumplió en México donde participó en revistas promovidas por el grupo español, como Taller -dirigida por Octavio Paz-, y Romance cuya influencia se percibirá en varias publicaciones de los exiliados.

Hay que reiterar otro dato fundamental: la actividad editorial de los españoles en Buenos Aires se complementó, durante aquella primera etapa, con una bien articulada y excelente «crítica de soutien», a través de la prensa porteña y de revistas encabezadas por españoles y argentinos de las cuales hablaremos más adelante.

Ya en los años cincuenta las editoriales gallegas sobreviven con formas más restringidas de distribución y comercialización. Citemos las siguientes: Galicia, Citania, Alborada, As burgas, Lérez, Nós, Anxel Casal, Muxía. De todas ellas solamente Botella al mar, bajo la conducción   —67→   de Cuadrado, ha proseguido con su labor, pero volcada ahora a la edición de poetas argentinos.

Durante esa misma década de los cincuenta funcionó en Buenos Aires «Follas Novas», editorial y librería fundada en 1957 por otro gallego residente en la Argentina José Neira Vilas, y cuyas funciones consistían en localizar y distribuir libros y revistas gallegas. Alcanzó a organizar, además, dos Exposiciones del Libro Gallego en Buenos Aires (1958) y en Caracas (1959), con catálogos que llegaron a incluir más de cuatro mil títulos.

Toda esta producción editorial está estrechamente conectada con lo que podríamos llamar «la cultura gallega de Buenos Aires», nacida mucho tiempo antes, en la época de la inmigración masiva que generó sus propias asociaciones culturales y artísticas, sus órganos periodísticos y, también, aquella gran biblioteca producida por el esfuerzo y el talento de unos visionarios editores gallegos quienes pensaron en recoger y prolongar una herencia. Esta intención es explícita en las imágenes del poema con que Lorenzo Varela encabeza el Libro de tapas de Seoane: alameda/ventana/camino.


Es la puerta de un libro una alameda,
un camino de piedra entre los aires,
un manto que el juglar echa en el suelo
tal si dejara en un castillo pobre
las enjoyadas sombras del camino.
Es la puerta de un libro una ventana.






ArribaAbajo3. Otras editoriales

Pero volviendo a los años cuarenta, diremos que aquel campo del libro de arte al cual pertenece el Libro de tapas, estaba también representado por otras editoriales como Losada, El Ateneo y Poseidón. Esta última fue fundada por Joan Merli (Juan Merli Pahissa), en 1942. Había tenido   —68→   en su ciudad natal, Barcelona, una gran actividad como director de revistas, crítico de arte y marchand. Residía en Buenos Aires desde 1939 y, posteriormente, fundará, en 1946, la revista Cabalgata, impresa por su editorial y orientada hacia la difusión del libro y del arte, según veremos más adelante.

Pronto ocupó Poseidón un primer plano en la producción editorial de libros de arte con obras sobresalientes como las que firma Ramón Gómez de la Serna: Don Francisco de Goya y Lucientes (1942), Don Diego de Velázquez (1943), José Gutiérrez Solana (1944), todas ellas con reproducciones en negro y láminas en color. También apareció su libro Ismos (1943), con abundantes ilustraciones y láminas. Y en 1955, Poseidón, junto con Losada, Espasa-Calpe, Emecé y Sudamericana, publican su Antología. Cincuenta años de literatura, selección y prólogo de Guillermo de Torre, como homenaje de quienes habían sido sus editores argentinos.

La editorial se expandió en diversas colecciones como «Críticos e historiadores del arte», «Aristarco», «Pandora». A la primera pertenecen los libros Ruskin el apasionado (1943), con selección, y prólogo de Gómez de la Serna, y Guillaume Apollinaire (1946), con estudio preliminar y páginas escogidas de Guillermo de Torre. En ambos casos, estos volúmenes contenían numerosas reproducciones. También tuvieron allí su lugar los plásticos españoles exiliados en la Argentina: Arturo Serrano-Plaja, por ejemplo, es el autor de Manuel Ángeles Ortiz (1945).

Pleamar fue otra empresa donde los españoles cumplieron una función protagónica. Fundada en 1941 por Manuel Hurtado de Mendoza, editó diversas colecciones como «Conocimiento», «El ceibo y la encina», «Mirto». En la segunda de ellas salieron obras de autores españoles como Alarcón, Galdós y Valera cuya novela Pepita Jiménez, llevaba prólogo de Rafael Alberti y viñetas de Gori Muñoz, talentosísimo pintor y escenógrafo valenciano de vasta actuación en Buenos Aires desde el momento de su exilio en 1939.

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Pero fue, sin duda, la colección «Mirto», dirigida por Rafael Alberti, una de sus más memorables aportaciones. Sus volúmenes encuadernados en tela blanca, con letras verdes y un ramo dorado en la cubierta y en el lomo, constituyen una de las más bellas series de poesía española. Entre las primeras obras publicadas figuran las poesías de Fray Luis de León, Garcilaso, Góngora, dos volúmenes de Églogas y Fábulas castellanas, con prólogo de Rafael Alberti y algunos textos contemporáneos que acompañan a los clásicos. Debemos mencionar, también, la Obra poética (1944) de Antonio Machado, con poemas extraídos de sus libros en prosa y textos sobre la guerra civil; y las Rimas de Bécquer (1944), con un retrato del poeta por su hermano Valeriano, y autógrafos y dibujos originales, un poema de Alberti y un texto en prosa de Juan Ramón Jiménez. Otra edición memorable, dentro de la misma colección «Mirto» fue la de Animal de fondo, de Juan Ramón Jiménez, que reúne los poemas escritos durante su viaje a Buenos Aires, en 1948, y que aparecieron en 1949, en edición bilingüe, traducidos al francés por el poeta argentino Lisandro Z. D. Galtier.

En 1918 el uruguayo Constancio C. Vigil había fundado Atlántida, como cabeza de una gran editorial de revistas y de libros: allí también tuvieron su lugar los exiliados españoles. A su «Biblioteca de divulgación cultural» pertenece el libro El cine, de Manuel Villegas López, destacado crítico cinematográfico, colaborador de revistas porteñas y autor de otros libros publicados en la Argentina.

Pero aún más importante es la presencia de españoles en su «Colección Oro», dirigida por Rafael Dieste, y destinada a la divulgación de temas científicos, históricos y literarios. En los primeros sobresale José Otero Espasandín, gallego exiliado en Buenos Aires desde 1941, a quien le pertenecen los primeros catorce títulos de la colección sobre temas tan variados como El cortejo solar (1942). Narraciones mitológicas (1943). Nuestro planeta (1943), Pobladores del mar (1944), Animales viajeros (1945), etcétera. Otros   —70→   colaboradores exiliados fueron Lorenzo Varela, Javier Farias, Clemente Cimorra, Ángel Ossorio, Francisco Ayala.

En Atlántida reunió Rafael Dieste tres obras dramáticas suyas, Viaje, duelo y perdición (1945), con elementos simbólicos y la idea central del mundo como teatro.

En la colección «Rama de oro» de la editorial Schapire, apareció la primera edición de El rayo que no cesa (1942), de Miguel Hernández con una introducción de Rafael Alberti que se convierte en una maravillosa elegía, la primera para quien acababa de morir en el penal de Alicante.

Bajo el sello de PHA -Patronato Hispanoamericano de Cultura-, fue publicado en 1944 el Romancero General de la Guerra Española, que recogía los numerosos textos publicados durante la guerra civil y añadía otros nuevos. Rafael Alberti era el autor del prólogo y de la selección y lo acompañaban seis dibujos de Gori Muñoz.

La misma editorial PHAC presentó libros de María Teresa León -La historia tiene la palabra (Noticia sobre el salvamento del tesoro artístico español), (1943)-, y Guillermo de Torre -Menéndez Pelayo y las dos Españas (1943).

También publicaron los exiliados españoles en la editorial Americalee, fundada en 1940. Recordamos, en particular, un libro de Clemente Cimorra, España en sí (1941), dedicado «a todos los españoles que por cualquier suerte de motivo se hallen alejados de su patria». Sus ocho capítulos, descriptivos de paisajes y costumbres españolas, incluyen ejemplos literarios y están ilustrados con numerosos dibujos y grabados de artistas expatriados: Ramón Pontones, Andrés Dameson, Federico Ribas, Manuel Colmeiro, Luis Seoane, Cristóbal Arteche, Gori Muñoz, Pompeyo Audivert. Constituye, quizá, uno de los muestrarios más notables de esta labor de ilustradores que perfeccionó admirablemente la calidad de las ediciones de los exiliados en Buenos Aires.

Inútil sería pretender la caracterización de otras casas editoriales donde los españoles trabajaron o editaron sus obras, como Bajel, Argos, Sempere, Santiago Rueda, Ekin,   —71→   entre otras. La tradicional casa El Ateneo, de Pedro García, acogió en sus nutridos catálogos obras de exiliados como Emilio Mira y López, Claudio Sánchez Albornoz, Enrique Borrás, Alejandro Casona, Xavier Bóveda, Luis Jiménez de Asúa, Joan Merli, Justo Gárate, Gumersindo Sánchez Guisande. Fue, además, una librería y distribuidora de proyección continental.

Hemos intentado un esbozo apenas de lo que fue una inmensa actividad que, por su naturaleza misma, resulta de difícil rastreo.

Habrá que ahondar en su investigación, localizando materiales y recogiendo testimonios. Si resulta exagerado hablar -como en otros países americanos-, de un antes y un después de la llegada de los exiliados, es indudable que en el terreno concreto de la industria editorial, sus aportes fueron sustanciales y pertenecen, por igual, a la historia de la cultura española y de la cultura argentina.





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ArribaAbajoCapítulo cuarto

Los exiliados españoles en las revistas literarias


En el capítulo anterior nos hemos referido al hecho de que un núcleo de los exiliados españoles, bien conocidos en el ambiente intelectual argentino a través de sus viajes anteriores o de sus libros y colaboraciones periodísticas, se reinsertaron rápidamente en él y retomaron su contacto con un público receptor que los seguía asiduamente. Junto a ellos, otros exiliados menos conocidos o desconocidos, fueron accediendo a los espacios más prestigiosos del campo intelectual argentino de aquellos años: los suplementos literarios de los grandes diarios y las revistas principales: Nosotros y Sur. (Estas últimas, también, eran seguidas ávidamente por exiliados españoles residentes en otras latitudes: Zenobia Camprubí califica de «botín literario» su adquisición de Nosotros, Sur y el Repertorio Americano)72.

Pero un fenómeno distinto se produce con un numeroso grupo de exiliados que debieron buscar cauces propios en un segundo momento que se define a partir de 1942. Muchos de ellos son los mismos que hemos mencionado antes como protagonistas de las actividades editoriales de aquellos años. Es así como surgen las revistas donde se impone lo que hemos llamado la «dominante española»: De mar a mar, Correo Literario, Cabalgata, Realidad73.   —74→   Queda al margen de este estudio la consideración de otras importantes publicaciones del exilio: España Republicana, Pensamiento Español, Galicia Emigrante, entre muchas.


ArribaAbajo1. Primer momento: los exiliados en nuestras revistas

Los temas españoles habían tenido permanente presencia en las paginas de Nosotros, desde su fundación en 1907. Durante la República, y desde los primeros momentos de la guerra civil, se compartieron desde allí las diversas fases de esperanza e incertidumbre. Dados estos antecedentes, resulta extraña la escasa participación que tuvieron los exiliados españoles en esta revista. Abundan, eso sí, las noticias sobre hechos culturales y políticos: la aparición de nuevas revistas, las muertes de Lorca y Machado, las reacciones internacionales ante el caso español.

Pero, en esta nueva etapa las contribuciones de los exiliados son escasas. Destaca entre ellas un estudio de Guillermo de Torre, colaborador desde su primera etapa americana, que se titula La generación española de 1898 era las revistas del tiempo y donde ejercita, como método nuevo, esta reconstrucción literaria e histórica a través de las revistas de la época, prolijamente examinadas en su evolución. Del mismo autor se reproduce su prólogo a las Obras completas de García Lorca, preparadas por él para Losada en 193874.

En 1940 aparece El tiempo épico: ensayo sobre la novela, de Eduardo Dieste, que analiza las relaciones entre novela   —75→   y lírica y caracteriza diferentes modalidades del género sobre la base de variadísimos ejemplos75. Al año siguiente se publica un fragmento del libro de memorias de Alberti, La arboleda perdida, única contribución suya a la revista76.

Un caso aparte es el de Valentín de Pedro, nacido en la Argentina pero radicado en España desde 1916, y que volvió a Buenos Aires en 1941, tras un lapso de prisión en la Península. En Nosotros escribió sobre diversos temas y publicó poemas sobre Madrid durante la guerra -Versos de la ciudad sitiada-, y tres sonetos titulados Versos de la prisión77.

Sur era la otra gran revista existente en Buenos Aires a la llegada de los exiliados. Ortega había sido la primera presencia española en ella desde el momento de su gestación, según lo ha contado su directora Victoria Ocampo. En el primer número aparece integrando un «Consejo extranjero», mientras que otro español, Guillermo de Torre, formaba parte del «Consejo de redacción».

Hemos dicho que durante la tercera permanencia de Ortega en la Argentina, entre agosto de 1939 y febrero de 1942, una notoria indiferencia y aun hostilidad habían sustituido al entusiasmo suscitado por sus primeras visitas. Sin embargo, la amistad entre Ortega y Victoria Ocampo sobrevivió a estas alternativas y de ello queda el testimonio de varios escritos de la argentina y, muchos años más tarde, un número de Sur dedicado al español con motivo de su muerte78.

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Guillermo de Torre había sido el primer secretario de Sur. Recuerda Victoria: «Pero Mallea, iniciador de Sur y De Torre, secretario, ocupaban un lugar mucho más importante: juntos hacíamos la revista»79. Fue por ello natural que su ayuda le llegaron en el primer momento del exilio en París donde representó a la editorial Sur en varias gestiones. Desde allí, precisamente, envió la nota que abre su polémica con Antonio Sánchez Barbudo sobre literatura dirigida80.

Aunque Torre colaboró en muchos otros diarios y revistas, más de cuarenta artículos, ensayos y reseñas publicados en Sur contienen la más variada representación de esta personalidad riquísima y de la amplitud de sus intereses. Su participación en varios debates y polémicas perfila su pensamiento de «liberal templado» -como le gustaba llamarse-, pronto a denunciar toda forma de energumenismo y, sobre todo, las presiones que pretenden imponer al arte servidumbre extraestéticas. Fiel a una vocación que ya había manifestado en aquellas publicaciones en que interviniera, atendió con extrema dedicación todo lo concerniente a la información bibliográfica encarada con sensibilidad y ecuanimidad.

Ricardo Baeza ha dejado en Sur varios ensayos y artículos y algunas traducciones que acreditan su seriedad intelectual y sus aptitudes de crítico literario. Fue según testimonio de Victoria Ocampo, consejero de notable gravitación. Bajo su responsabilidad estuvo, asimismo, el número especial dedicado a Cervantes en 1947, ejemplar por su rigurosa selección, y limitado a trabajos de exiliados: María Zambrano, Américo Castro, Guillermo de Torre, León Felipe, y la traducción de un texto de Andrés Suarès hecha por el propio Baeza.

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Ramón Gómez de la Serna, cuyos primeros viajes tuvieron amplio eco en Sur y que había colaborado allí desde 1933, continúa haciéndolo en forma espaciada desde su exilio en 1936 hasta marzo de 1940. El Buenos Aires de esta etapa, intensamente polarizado, no era el ambiente propicio para quien no quería tomar partido: «Yo tenía la ingenuidad de ser un conciliador, pero estoy convencido de que las víctimas españolas son los conciliadores», llegará a decir81.

De María de Maeztu, que había llegado a Buenos Aires invitada por Victoria Ocampo para hablar sobre la educación de la mujer, sólo se registra en Sur su intervención en un debate sobre Los irresponsables de Archibald Mac Leish.

Rafael Alberti comienza a publicar en el mismo año de su llegada, 1940, una serie de poemas y algunos fragmentos de sus memorias, La arboleda perdida. A lo largo de esa misma década va anticipando allí poemas que se agruparían en sus libros Entre el clavel y la espada, Pleamar, A la pintura, Retornos de lo vivo lejano, etcétera. Tradujo, asimismo, la Farsa del Licenciado Pathelin, precedida de una breve introducción82.

Francisco Ayala colaboró regularmente en Sur y allí aparecieron siete de sus narraciones breves y una docena de ensayos y de notas sobre temas sociológicos, políticos y literarios. Ya en 1956 titula El nacionalismo sano y el otro, su balance del fenómeno peronista desde su convicción de que las nacionalidades se hallaban en trance de desintegración, tesis que ya había fundado su crítica a Américo Castro y su polémica con Sánchez Albornoz antes comentada83.

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Rosa Chacel publica en Sur entre 1939 y 1960, nueve narraciones, siete artículos y ensayos y su versión del primer acto de la Fedra de Racine. Destacan en esta producción su detallada refutación del Baudelaire de Sartre y un extenso análisis de la obra de Simone de Beauvoir. Estuvo muy ligada a este grupo y de ello quedan abundantes testimonios en sus memorias84.

También colaboraron en Sur Álvaro Fernández Suárez y José Blanco Amor, y desde otros lugares de América lo hicieron María Zambrano y José Ferrater Mora. Pertenece a la primera una de las mejores muestras del ensayismo español en la revista, San Juan de la Cruz (de la «noche oscura» a la más clara mística) donde su fino análisis de la religión, filosofía y poesía que convergen en el amor, concluye con una pregunta apasionada sobre la posibilidad de que Castilla recupere su objetividad. Posteriormente escribe sobre Europa a la luz de la guerra y, en 1945, un ensayo sobre la condición de la mujer en el que subraya las notas singulares de un feminismo español reconocible también en el ya mencionado estudio de Rosa Chacel sobre la Beauvoir85.

Ferrater Mora publicó en Sur, entre 1940 y 1951, once ensayos, algunos sobre temas filosóficos y otros centrados en la relación entre la filosofía y la poesía.

También colaboraron en esta revista, desde sus lugares de exilio, Américo Castro, Salvador de Madariaga, José Bergamín, José Moreno Villa, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Manuel Altolaguirre, Segundo Serrano Poncela, Benjamín Jarnés, entre otros.

Bergamín polemizó con Victoria Ocampo, en mayo de 1937, a propósito de la benévola acogida de ésta a Gregorio   —79→   Marañón. Las cartas intercambiadas entre ambos, registradas en Sur, son testimonio de la violencia que la guerra civil proyectaba sobre la capital porteña86.




ArribaAbajo2. Segundo momento: la dominante española

Con la aparición de De mar a mar comienza un segundo momento que corresponde a lo que llamaremos la dominante española. Lafleur, Provenzano y Alonso, en su libro Las revistas literarias argentinas, 1893-1967, juzgan que ésta no fue una revista nacional «ya que sus principales animadores no eran argentinos», opinión que no compartimos. En efecto, en ella convergen españoles y argentinos en una labor sólo posible en un lugar y en un tiempo: la Buenos Aires de la década de los cuarenta87.

Tres años habían pasado desde la finalización de la guerra civil y del comienzo de la guerra mundial. Ya se prefiguraba la victoria de los aliados y con ello crecían las esperanzas de los exiliados, dispuestos a preparar su vuelta a la patria mediante una empresa cultural e ideológica encaminada a mantener la continuidad de la cultura española en América y preparar ese retorno que, por entonces, suponían relativamente cercano. Más tarde, causas de orden internacional y local harían naufragar aquel proyecto.

Pero nada de ello se avizoraba en diciembre de 1942, cuando aparece De mar a mar, encabezada por Lorenzo Varela y Arturo Serrano-Plaja y un grupo de los más notables exiliados en Buenos Aires a quienes ya hemos mencionado como protagonistas de una intensa actividad editorial88.   —80→   Varela (Jesús Lorenzo Varela Vázquez) lo había sido en México, como miembro de los comités de redacción de Taller y Romance, y Arturo Serrano-Plaja, tras su paso por Francia y Chile también había colaborado en Romance.

La lista de colaboradores se ensancha constantemente con nombres de escritores y plásticos españoles como José Otero Espasandín, Rafael Alberti, Francisco Ayala, Manuel Colmeiro, Guillermo de Torre, Arturo Cuadrado, Ramón Pontones, Javier Farias, Juan Gil-Albert, y un núcleo importante de argentinos.

La revista, de bellísima presentación -tapa, ilustraciones, fotografías-, dedicó números especiales a la conmemoración de las muertes de Miguel Hernández y Antonio Machado -números uno y dos-, y al centenario de Galdós, en el número cinco, de abril de 1943. Aparecen allí textos de Menéndez Pelayo y Ricardo Rojas y colaboraciones de Ricardo Baeza, Guillermo de Torre, Arturo Serrano-Plaja y Alejandro Casona que constituyen lo más valioso de la escasa producción ensayística contenida en De mar a mar. Guillermo de Torre escribe sobre El imaginismo anglo-norteamericano, presentado como «capítulo inédito de la próxima segunda edición de Literaturas europeas de vanguardia», lo cual acredita la larga gestación de esta obra que aparecerá en 1965 con características totalmente distintas, no como una segunda edición de la primera, de 192589.

Francisco Ayala publica dos ensayos breves de los cuales interesa, Sobre el imperio, uno de los pocos textos con temperatura militante incluidos en la revista90.

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Entre los textos narrativos sobresalen dos, publicados en el primer número de la revista: De cómo vino al mundo Félix Muriel, de Rafael Dieste91, y El valle del Paraíso, un relato con buena técnica cuentística, de Arturo Serrano-Plaja. Vicente Salas Viu, exiliado en Chile, describe un viaje al sur de ese país en La espaciosa soledad92, y José Otero Espasandín reconstruye líricamente el mito de Orfeo93.

En cuanto a la poesía, además de unos sonetos de Miguel Hernández y unos poemas de Alberti y Varela dedicados a aquél, publican en De mar a mar, Ramón Gaya, Juan Gil-Albert y Arturo Serrano-Plaja. Este último firma seis sonetos que se incorporarían a su libro Versos de guerra y paz94.

Cada número de De mar a mar incluye una sección de crítica bibliográfica firmada por españoles como Otero Espasandín, Serrano-Plaja, Varela, Cuadrado, Dieste y Farias. Se ocupan de obras americanas y argentinas, de traducciones y de libros españoles editados en Buenos Aires. Por ejemplo, Lorenzo Varela comenta Eh, los toros de Alberti, con grabados de Seoane, y Goya de Gómez de la Serna. Otero Espasandín reseña Torres de amor, el libro de poemas de Varela ilustrado por Seoane; y Serrano-Plaja subraya las calidades estéticas y extraestéticas de Historias e invenciones de Félix Muriel, de Rafael Dieste.

El 15 de noviembre de 1943 aparecía en Buenos Aires el primer número de Correo Literario, «Periódico quincenal», bajo la conducción de Cuadrado, Seoane y Varela.   —82→   Como secretario figuraba Javier Farias. Era evidente el parentesco de la nueva publicación con Romance y De mar a mar cuyas experiencias recogen y, en varios aspectos, superan, sobre todo en la calidad de la impresión y del material gráfico. Sobresalió, sin duda, entre las innumerables publicaciones de los exiliados españoles en América y, al reanudar la empresa encarada por De mar a mar, le insufló un decidido compromiso militante. Sus contenidos programáticos pueden resumirse de la siguiente manera: 1) orientación americanista, desde el ángulo de los desterrados y en procura de la unidad cultural para la próxima posguerra; 2) enfoque político internacional en favor de las democracias; 3) posición antifranquista tendiente a lograr que los organismos internacionales desconocieran al régimen español; 4) identificación entre cultura y libertad y compromiso testimonial de los intelectuales; 5) promoción de iniciativas culturales de amplio alcance; 6) afirmación del universalismo frente el nacionalismo, con especial referencia a los casos español y mexicano.

Es evidente que la amplitud de intereses de los codirectores contribuyó a perfilar de modo original la revista, sobre todo en los aspectos relacionados con la plástica, el teatro, el cine, la música, la crítica bibliográfica. Entre los españoles colaboraban regularmente José Otero Espasandín, Arturo Serrano-Plaja y Rafael Dieste. Y junto a ellos lo hacía un grupo de destacados escritores argentinos.

El ensayo, en sus diversas modalidades, es el género dominante en Correo Literario y a él contribuyeron ensayistas argentinos, americanos, españoles y de otras nacionalidades. No falta la reflexión sobre lo español -de raigambre noventayochista-, bien representada en la serie «Espejo del alma» de Antonio Sánchez Barbudo, anticipo de un libro en preparación, Una pregunta sobre España95.

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En la poesía, abundante y variada, predominan los poetas americanos y argentinos y algunas traducciones del inglés entre las que destaca la selección, hecha por Alberto Girri y William Shand, de siete poemas bajo el título de Poesía inglesa en la guerra española96.

En proporción, está poco representada la poesía española con poemas de Unamuno, León Felipe, Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Agustín Bartrá y Aquilino Iglesia Alvariño. Arturo Serrano-Plaja publica Cuatro sonetos y, en el número de homenaje a Francia en su liberación, su poema La línea de fuego. En el mismo número Juan Gil-Albert firma Mi poema de Francia y Lorenzo Varela su Ofrenda a los franceses. El fin de la guerra mundial es celebrado por Serrano-Plaja con su poema Triunfo y por Varela con sus Canciones de la victoria97. En las páginas de Correo Literario seleccionaron Horacio Becco y Osvaldo Svanascini muestras de la producción de Bartrá, Gil-Albert y Serrano-Plaja para su importante antología Poetas libres de la España peregrina en América98.

A diferencia de lo que ocurre en otras revistas y periódicos argentinos de la época, hay pocas narraciones en Correo Literario, y menos aún de autores españoles. Integran este elenco Rafael Dieste con sus Cuentos simples (En   —84→   Galicia y en las nubes), llenos de ternura y humor e ilustrados por Seoane. Arturo Serrano-Plaja publica su cuento Cabeza de león y cola de ratón, y María Teresa León su recuerdo infantil de la pintoresca loca madrileña Madame Pimentón. Arturo Cuadrado capta el inescrutable sacrificio de un joven al comienzo de la guerra en Victoria para la victoria99.

Las artes tuvieron destacadísimo lugar, tanto en los aspectos informativos como en la crítica de arte y el ensayo, a cargo de escritores americanos y, entre los españoles, de Cuadrado, Varela (con su seudónimo Felipe Arcos Ruiz), Seoane, Otero Espasandín, Serrano-Plaja. Aunque se ocuparon del arte del pasado, se concentraron, además, en la plástica contemporánea rioplatense y en los artistas españoles residentes en Buenos Aires como Pompeyo Audivert, Juan Batlle Planas, Gerardo de Alvear y, entre los exiliados, Manuel Ángeles Ortiz y Manuel Colmeiro. Tuvo especial resonancia el ya mencionado Homenaje a la Torre de Hércules, con dibujos de Seoane y prólogo de Dieste, y María Pita y tres poemas medievales, grabados en madera de Seoane y textos de Varela, que fue comentado por Arturo Cuadrado. Javier Farias glosó líricamente los dibujos de Luna del famoso campo de concentración de los españoles en Francia, Argélès-Sur-Mer.

El cine tuvo gran importancia en el periódico y se ocuparon de él Francisco Ayala, Varela y Cuadrado. Un caso especial es el del filme La dama duende donde intervinieron numerosos artistas españoles residentes en la Argentina: los adaptadores Rafael Alberti y María Teresa León, el escenógrafo Gori Muñoz, el iluminador José María Beltrán, el músico Julián Bautista y los actores Enrique   —85→   Diosdado, Antonia Herrero, Manuel Collado, Amelia Sánchez Ariño, Ernesto Vilches, entre otros100.

También se reflejó fielmente la actividad teatral y escribieron sobre el teatro español representado en Buenos Aires, Lorenzo Varela y Arturo Cuadrado. Dos estrenos tuvieron especial repercusión: La casa de Bernarda Alba, el 8 de marzo de 1945, del cual se ocupó el primer actor de la compañía de Margarita Xirgu, Edmundo Barbero; y la farsa de El Licenciado Pathelin, traducida por Alberti y puesta en escena en mayo de 1944.

La actividad musical estuvo bajo la observación de críticos argentinos y españoles como Cuadrado y Serrano-Plaja; y Juan Paredes reseñó Un concierto de Rafael, Alberti y Paco Aguilar, en el cual el poeta y el laudista desarrollaron su Invitación a un viaje sonoro101.

Especial relevancia tuvieron los aspectos referidos a la crítica bibliográfica lo cual se explica, en gran parte, por las vinculaciones del grupo directivo con el movimiento editorial de Buenos Aires. Hubo una sección titulada Libros y autores con una nota bibliográfica y numerosas reseñas firmadas e incluso, durante los últimos meses, otra titulada El mercado de los libros, De estos aspectos se ocuparon Varela, Seoane, Ayala, Cuadrado, Farias, Otero Espasandín, entre otros. Las reseñas de autores españoles comprenden clásicos y contemporáneos residentes en América como Alberti, Aub, Ayala, Dieste, Torre, Serrano Poncela, Serrano-Plaja, María Zambrano. Y se prestó especial atención a las ediciones realizadas por españoles: tal es el caso de «Mirto» de la editorial Pleamar, dirigida por Alberti, que ya hemos descripto antes.

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El último número de Correo Literario había aparecido el 1 de setiembre de 1945; el 1 de junio de 1946 el número cero de Cabalgata pareció reemplazarlo, al menos en parte. Ambas publicaciones se semejaban en el aspecto material -periódicos de gran formato con secciones variadas y abundantes ilustraciones-, y en la atención insistente a los aspectos culturales y, sobre todo, a la industria editorial y a la difusión del libro. Sin embargo, diferían: en Cabalgata desaparecen los contenidos programáticos de índole política propios de Correo Literario. Era su director el exiliado catalán, Joan Merli a quien hemos mencionado como fundador de la editorial Poseidón, y formaban su elenco principal argentinos y españoles, algunos provenientes de De mar a mar y de Correo Literario, como Otero Espasandín, Serrano-Plaja, y Seoane. Otros, como Gómez de la Serna, no habían colaborado en aquellas publicaciones, y Guillermo de Torre lo había hecho sólo en la primera.

Torre hace un planteo polémico en El tema de las generaciones: La supuesta generación española de 1936, refutando una propuesta de Homero Serís y denunciando los «confines abusivos» a que había llegado este método. José Herrera Petere responde afirmando su existencia: se trata de la generación de la guerra, la de la revista Octubre102. En números posteriores aparecen otros trabajos de Torre: Bazares literarios; dos nuevas antologías poéticas (las de González y Sainz de Robles); Una superchería iconográfica: los retratos de Cervantes y Jean-Paul Sartre y el existencialismo en la literatura (prólogo a la edición de El muro, publicado por Losada en ese mismo año de 1948103. Cuando   —87→   Torre recibe sus archivos madrileños, invita a los poseedores de cartas y dibujos de Lorca a que los envíen para ser publicados104.

Algunos ensayos españoles anticipaban libros próximos a aparecer: tal es el caso de La integración social de naturaleza y cultura explicada sobre el ejemplo del amor, de Francisco Ayala, o España en su historia, de Américo Castro, parte del libro que motivaría su polémica con Sánchez Albornoz105.

Serrano-Plaja se ocupa de literatura europea; José Otero Espasandín, como siempre, de temas científicos; Lorenzo Luzuriaga de problemas culturales, y otros exiliados envían crónicas de actualidad. Como en Correo Literario, las artes plásticas, el cine, el teatro, la música, ocuparon un lugar importante en Cabalgata: las primeras bajo las firmas de Felipe Arcos Ruiz (seudónimo de Varela), de Serrano-Plaja y Gómez de la Serna. De cine se ocuparon Francisco Madrid y María Teresa León, pero el gran crítico cinematográfico de Cabalgata fue Manuel Villegas López. Adolfo Salazar y Jaime Pahissa hicieron crítica musical y Lorenzo Varela, de ballet.

La poesía y la narrativa española también están representadas en Cabalgata por Rembrandt de Rafael Alberti; Poemas fotografiados de Serrano-Plaja; algunos anticipos de La estación total de Juan Ramón Jiménez; y un cuento de María Teresa León, Tres pies al galgo106.

La crítica bibliográfica de Cabalgata estuvo a cargo de dos argentinos, José González Carbalho y el joven Julio   —88→   Cortázar quienes reseñaron muchos libros españoles publicados en América y, especialmente, los de las editoriales vinculadas con el grupo exiliado: Losada, Emecé, Poseidón, Atlántida, Kier y otras. Hacia el final de la etapa -el último número, el 21 de julio de 1948-, el cierre es explicado por la crisis editorial, y la revista se define como «portavoz del libro argentino y eco de sus problemas».

Francisco Ayala ha descripto cómo Realidad nació de una idea de Eduardo Mallea y Carmen Gándara, quienes le propusieron la dirección, que no aceptó, y le fue encomendada al filósofo argentino Francisco Romero. Revista de ideas era su intencionado subtítulo con el objetivo de indicar que no colisionaría con Sur en el terreno de la pura invención literaria107.

Entre enero de 1947 y diciembre de 1949 aparecieron sus dieciocho números que contienen el más representativo testimonio del estado de espíritu liberal frente a dos experiencias extremas: la honda crisis de la posguerra y los problemas derivados del primer gobierno peronista.

Acompañaban al director varios escritores argentinos y los españoles Amado Alonso, Francisco Ayala, Lorenzo Luzuriaga y Julio Rey Pastor. Ayala y Luzuriaga compartían la Secretaría de Redacción y poco después se incorporaron al Consejo Administrativo el argentino José Luis Romero y el español Guillermo de Torre quien ya encabezaba varias secciones de la revista: Inventario, La caravana inmóvil y colaboraba en Realidad.

Desde el primer número se definen los objetivos de la revista: partiendo de la conciencia de la crisis de Occidente y de la unidad del planeta, se proponen abrirse a la comprensión generosa de otras culturas afirmando la razón contra los impulsos destructores, y la libertad de espíritu por sobre «las pequeñas batallas». Estos grandes temas son tratados por pensadores argentinos y extranjeros   —89→   de primera fila. En ocasiones, la indagación apunta sin vacilar a las raíces mismas del liberalismo, sus fundamentos, su razón de ser y su futuro108.

Colaboran en Realidad numerosos escritores españoles, algunos residentes en Buenos Aires, otros en diferentes lugares de América, y alguno lo hace desde España. Tres destacan en función protagónica por la frecuencia de sus colaboraciones: Ayala, Luzuriaga y Torre.

Ayala hace el comentario de Nada de Carmen Laforet, señal de la nueva generación española, en el número uno de la revista, marcando una apertura inusual hacia lo que venía de la Península109. Posteriormente aparecen otros ensayos suyos representativos de sus líneas temáticas preferentes: la creación literaria y la sociología de la cultura. Su narrativa, que tanto creció durante su exilio, también aparece en Realidad con un relato ambientado en la posguerra civil110.

Un tercer modo de la presencia de Ayala corresponde a su ya mencionada polémica con Claudio Sánchez Albornoz, a propósito de un comentario que éste hiciera de su libro Razón del mundo. En su opinión, Sánchez Albornoz está «ideológicamente informado por el ya insostenible nacionalismo de mediados del siglo XIX», mientras que la generación actual está en contra de la retórica patriotera. Dado que se asiste a la disolución del orden político de las nacionalidades, nuestros pueblos pueden encarar formas diferentes, afirma Ayala dentro de una línea de pensamiento que ya manifestara anteriormente111.

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Sánchez Albornoz respondió a sus objeciones elogiando Razón del mundo y España invertebrada de Ortega, y señalando sus errores. Sin caer en un nacionalismo estrecho, dice, asumirá la defensa de España. A continuación caracteriza el pesimismo del 98 y de sus seguidores -incluido Ortega-, que produjo una suerte de envenenamiento colectivo que sólo puede ser superado mediante estudios históricos serios. En cuanto al final de los nacionalismos -aunque reclama su precedencia en el tema pues lo había profetizado en 1932-, no ve todavía cómo podrán organizarse esas nuevas agrupaciones políticas, pero no cree, como Ayala, que sea conveniente extirpar el amor a la patria, el cual puede cuajar en un nuevo patriotismo supranacional. Poco después, Ayala objeta los supuestos del pensamiento y de la ciencia de Sánchez Albornoz, y con su Respuesta cierra abruptamente la controversia112.

A esta misma modalidad del ensayo histórico-político de sesgo polémico pertenece la reflexión de Álvaro Fernández Suárez sobre un libro de Vicente Palacio Atard en el cual objeta la negación de la España racionalista y liberal113.

Pero también se registran otras modalidades del ensayo, género dominante en Realidad. El cauce del ensayo filosófico y científico es elegido por José Ferrater Mora para sus reflexiones sobre el destino del hombre y de la sociedad en su Digresión sobre las grandes potencias. Pero la verdadera dimensión de estos problemas se le presenta en los Estados Unidos desde donde escribe basándose en experiencias concretas que, desde el campo de la filosofía,   —91→   la ciencia y la técnica, desbordan aquel diagnóstico inicial114.

José Gaos también colabora en la revista con un excelente ensayo sobre el Aristóteles de Jaeger; y Eduardo Nicol con La rebelión del individuo, donde contrapone esta fórmula a la célebre de Ortega y sostiene que conciencia moral y conciencia política deben identificarse en el ciudadano, miembro de la comunidad115.

Dos nombres destacados abordan temas científicos: Julio Rey Pastor escribe sobre La historia de la ciencia en el Plata y Jesús Prados Arrarte, sobre economía, desde el enfoque de un humanismo transido de preocupaciones frente a la ciencia y la técnica116.

Dentro del ensayo literario y estético pueden clasificarse un texto de Pedro Salinas, anticipo de su libro sobre Rubén Darío, y otro de Juan Ramón Jiménez proveniente de una de sus conferencias en Buenos Aires117. De Américo Castro aparece su estudio sobre La estructura del Quijote, muy significativo de sus nuevas interpretaciones de la vida hispánica; y de Joaquín Casalduero, La composición del segundo Quijote 1615. Junto con otros de Ayala y Torre, constituyen las contribuciones españolas al Homenaje a Cervantes publicado en la revista en 1947118.

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Escriben sobre temas estéticos Rosa Chacel, Adolfo Salazar y Manuel Villegas López, y firman Crónicas Antonio Espina y Juan Andrade119.

A partir del número tres -mayo-junio de 1947-, comienzan a aparecer unas notas bajo el título de Carta de España, firmadas por Ricardo Gullón o por Un corresponsal. A través de ellas se informa sobre la situación de la cultura y la literatura española: los nuevos autores como Cela, Gironella, Hierro, Delibes; las revistas, los premios literarios, las relaciones entre escritores. De este modo el público argentino tuvo acceso a un panorama veraz y objetivo del estado de la cultura en la Península durante una etapa de incomunicación e incomprensión que comenzaba a superarse. Ricardo Gullón desde España y Guillermo de Torre desde Buenos Aires, estuvieron entre los precursores de esta tarea de tender un puente entre ambas orillas. Torre lo hizo, además, desde las secciones bibliográficas y de información donde campeó, como siempre, su espíritu curioso, universal y ecuánime120.

Después de 1950 la presencia de los exiliados se vuelve difusa, ya sea porque su asimilación al medio argentino se había consolidado, o porque muchos de ellos salieron de este país ante las perspectivas desfavorables derivadas del comienzo del segundo gobierno peronista. Ya no surgen nuevas revistas donde su actividad fuera dominante, y basta recorrer las páginas de Ficción, aparecida en mayo de 1956 bajo la dirección de un inmigrante español, Juan Goyanarte, para advertir que aquella representación era, ahora, minoritaria. Progresa, asimismo, el nuevo espíritu de curiosidad y de apertura en relación   —93→   con la Península, y mientras algunos dan noticias acerca de lo que allí ocurre, otros, como Guillermo de Torre, polemizan con las nuevas promociones reinstaurando, de este modo, el diálogo interrumpido.





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