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Español, castellano, lenguas indígenas (Actitudes lingüísticas en Guatemala sudoccidental)

Manuel Alvar






La encuesta

Desde que Amado Alonso publicó su Castellano, español, idioma nacional1 la denominación de nuestra lengua no ha dejado de ser motivo de consideración. La bella obra del malogrado lingüista ha merecido matizaciones, ampliaciones, rectificaciones, pero es un hito al que referir los trabajos de este tipo. Pero, mucho más cerca de nosotros, se ha visto en la forma de designar a la lengua algo que difiere y se relaciona con lo que en aquel libro se dijo: la actitud individual que puede ser reflejo de una conciencia colectiva. Y, entonces, problemas de sociología o de psicología vienen a dar más profundo sentido a lo que se pensó consideraciones exclusivamente lingüísticas2.

Trabajando en la Guatemala sudoccidental pregunté unos cuantos motivos que ahora quisiera glosar, agrupándolos e intentando deducir algún orden de datos, a veces, dispersos. Las cuestiones que formulé eran éstas:

1. ¿Qué lengua habla Vd.?

2. ¿Por qué se llama así?

3. ¿Es preferible su forma de hablar o la mía?

4. ¿Es ventajoso hablar castellano / español?

5. ¿Qué hablan los que no saben castellano / español?

6. ¿Aumentan o disminuyen los hablantes de lenguas indígenas?

7. ¿Debe enseñarse en la escuela alguna lengua indígena?

8. ¿Cuál y por qué?




Los hablantes

Creo necesario hacer una advertencia sobre los informantes de que dispuse. Dejo para otra ocasión la descripción pormenorizada de sus condiciones personales3; ahora me basta con señalar unos grados de cultura y, en su caso, de bilingüismo, porque nos serán necesarios para ponerlos en relación con las respuestas que faciliten. Los informantes de que dispuse se caracterizaban -culturalmente- así:

1. Bachiller

2. Empezó secundaria

3. Estudios primarios

4. Analfabeta (habla mam)4

5. Perito contador (entiende quiché)5

6. Maestro (habla quiché)

7. Estudia bachiller (habla quiché)

8. Hizo sexto curso de enseñanza media

9. Profesor de educación física

10. Estudia enseñanza media

11. Analfabeta

12. Estudios primarios

13. Ídem

14. Estudiante de tercer curso de bachiller

15. Maestro (habla ixil)6.




Español o castellano

Tres de los hablantes dijeron hablar español «porque siempre se ha dicho así y vino de España» (inf. 10), «porque en la escuela se dice lengua española» (inf. 3) y sin dar ninguna razón (inf. 11). Como se ve, sobre el hablante 10 hay, transparentándose, una idea escolar, ese «vino de España» y otra que no cuenta, pues ni es experiencia ni es aprendizaje («siempre se ha dicho así»); también sobre el informante 3 hay algo que, evidentemente, responde a una enseñanza escolar: en las aulas dicen lengua española. Podemos, sí, ver en ello contradicción con lo que otros hablantes respondieron, pero pienso que el sintagma es, efectivamente, muy escolar: tendríamos que saber qué texto utilizó en sus estudios, o qué maestro tuvo para que las cosas pudieran aclararse un poco más. No obstante vemos que español, como término único, no es demasiado corriente y, en los dos casos que cuentan, obedecen al aprendizaje escolar7. Creo no pecar de exagerado si digo que se trata de una denominación ajena a la costumbre. Porque, en efecto, castellano es término mucho más arraigado. Dos informantes de escasa cultura, el 4 (analfabeto) y el 13 (estudia primaria) no supieron razonar su juicio, en tanto que los más cultos de este grupo (1, 8, 9) se explicaron, e incluso con razones, aunque no siempre sean válidas, pero lo que importa es ese encararse críticamente con una realidad acerca de la cual acaso antes no se hubiera discurrido. El informante 1 dirá que «español es la lengua de España, mientras que el castellano incluye todo». Para mí se trata de algo muy claro: él emplea castellano y, por ello, juzga que es el término abarcador, mientras que con una total coherencia dice que «español es la lengua de España»8. He aquí dos hechos a considerar: castellano, general; español, particular. La situación es distinta de la que ocurre en varios sitios de España, donde castellano es el término limitativo y español una suerte de suprasistema que abarca a todas las modalidades regionales (incluida la castellana)9. Tendríamos, pues, uno de esos casos que para Amado Alonso acreditan la difusión del término por mil causas heterogéneas; en tal circunstancia español actúa como neologismo que se identifica y deriva de una ajena realidad llamada España. No de modo muy distinto se expresó otro alumno de bachillerato avanzado: «castellano es lo que hablamos; el español sólo los de España»; tampoco ahora cabe buscar mayores sutilezas: en una hipotética ecuación tendríamos que, identificándose español con España, castellano es (por exclusión) la forma de hablar de cuantos no son españoles, entre los que figuran -naturalmente- los guatemaltecos10.

Mayor raigambre escolar tiene dar una información bien precisa, derivada de saber la existencia de Castilla. En tal caso son de aprendizaje académico respuestas como decir «porque viene de Castilla» (inf. 9), «aunque decimos castellano, debe decirse lengua castellana porque, se enseña así en la escuela» (inf. 2), «porque siempre se dijo así y es costumbre de la escuela» (inf. 12). Evidentemente, la voz, tan arraigada, es de origen escolar que, por supuesto, coincide con el uso común: la escuela refuerza unos hábitos, no los cambia. Proporcionalmente, una mayoría de hablantes se inclina -hasta este momento- por el término castellano (siete) frente a los muchos menos que prefieren español (tres) y, además, si carencia de explicaciones hubo en el caso anterior, también ahora dos personas con mínima cultura o sin ella tampoco razonaron el porqué de una terminología. Queda ese grupo en el que castellano es una convicción frente a español, que se asocia con España o es un hábito escolar11. De cualquier modo, castellano es término de mayor difusión entre gentes de todo tipo y con apoyo en una nomenclatura que se impone desde las aulas y desde el mundo oficial, toda vez que lengua castellana es el sintagma curricular en distintos niveles de enseñanza12.

Al grupo de las últimas preferencias que he considerado habría que incorporar la información de un maestro que dijo: «también se dice [hablar] en Castía» (inf. 6). Se trata de un viejo, viejísimo arcaísmo del español de América, por más que persevere en otros muchos sitios, según he podido mostrar tomando como base una anécdota con indias zapotecas13.

Por último, un grupo de cinco informantes no veía las cosas con mucha claridad, a pesar de estar constituido -probablemente- por gentes de las más instruidas, o acaso, por ello; su instrucción libresca no llegaba a una clara asimilación de conceptos. Tres de estos informantes dirían poco más o menos lo mismo: «[decimos] español porque vino de España; también castellano porque es de Castilla» (inf. 5), «[se llama así] porque lo trajeron los españoles y viene de Castilla» (inf. 14, 15). Aquí se mezclan cosas heterogéneas: la lengua -a Guatemala- no vino de España, inexistente como tal, sino de Castilla, y no la trajeron los españoles (concepto tardío), sino los castellanos. Lo que ocurre es que Castilla fue reemplazada -o lo es hoy- por una realidad política llamada España, y esa realidad ha hecho identificar la lengua con el Estado actual, frente al cual se obtuvo la independencia; la falta de unas ideas claras hacen que español y España vengan a resultar tan actuantes como castellano y Castilla, pero el desajuste en los conocimientos ha permitido que se intercambien las parejas de la ecuación y los resultados hayan venido a ser inexactos o, totalmente, vacilantes. De este modo, habría que explicar otras consideraciones que transcribí y que muestran una preferencia para la que no se encuentra justificación («aunque es mejor español», inf. 7) o «usamos los dos, pero mejor es español, por su origen» (inf. 6)14.

En resumen, hablantes guatemaltecos de muy diversos niveles culturales, al designar a la lengua nacional emplean el término español (10, y hay que añadir los informantes 6 y 7), que va asociado a un tipo de conocimientos escolares; de ahí que lo empleen las gentes más instruidas de cuantas interrogué. Castellano es una forma arraigada en gentes incultas, conservadoras por tanto (lo que explicaría que aún persista en Castía) y con apoyo en todas esas otras personas en las cuales se conserva el arcaísmo por otros motivos distintos que en el pueblo15; conservadurismo, también, al resolver una falsa ecuación español: España: castellano: a todas las naciones que hablan la misma lengua, pero que políticamente son otra cosa que España, y aun habría que pensar en sintagmas totalmente escolares como lengua española (igual que hubo otra lengua castellana), de cuya efectividad no puedo dar ninguna confirmación. En resumen: español es utilizado por los informantes 10, 3 y 11 por muy variados motivos y aun a ellos tal vez haya que incorporar otros dos (6 y 7) de ideas poco claras; castellano, por los informantes 4, 13, 1, 8, 9, 2, 12 (según el orden que he establecido en mis comentarios); en Castía, por el 6 (que utilizó también español) y alternan las dos denominaciones en los informantes 5, 14 y 14.

Así, pues, y en síntesis brevísima: se usan de manera indistinta castellano y español. La primera parece forma más arraigada y tiene su apoyo arcaizante en el uso en Castía; español se recogió en gentes que intentaron resolver las aporías, aunque tal vez dieron en blancos distintos de los que apuntaron; en otros hablantes, entre los que hay gentes de alta instrucción, alternan una y otra designación16.




Modelo de lengua

En las consideraciones anteriores había ya un principio que para unos hablantes era discriminador: español es la modalidad lingüística de las gentes de España, en tanto castellano la nacional. De inmediato se puede formular otra pregunta: ¿qué es mejor, el hablar de los españoles o el hablar de los guatemaltecos?17

Lógicamente, la pregunta no pretende establecer ninguna prioridad; sería absurdo desde una posición científica. Lo que se pretende es algo mucho más simple y, a la vez, más complejo: qué actitud adopta el hablante hacia su propio instrumento lingüístico. O de otro modo: cómo se considera inserto en ese medio en el que se mueve, en el que actúa y con el que actúa. A la vez, podremos descubrir cuál puede ser un ideal de lengua, y si ese ideal está condicionado por algunas causas extrañas. Se me podrá decir -y lo concedo- que el hablar yo una determinada modalidad del español pudiera inducir a que algunos hablantes la consideraran mejor que la suya propia, pero -también lo atenuaría- cuando yo pregunté de dónde era, muchos de estos informantes no sabían decirlo o me englobaban en un «sudamericano» bien poco caracterizador y, por supuesto, tremendamente inexacto.

Hechas las salvedades, y limitando el valor de las respuestas a cuanto se estime pertinente, nada menos que diez hablantes creían preferible el español de España porque su pronunciación es mejor (1), «más cabal» (14), «más clara y mejor acentuada» (5), «más clara» (11). Es decir, cinco de ellos valoraron los hechos fonéticos; otra (el 7) habló de ortografía (si es que no quería decir lo mismo que los anteriores) y luego vinieron consideraciones en las que cuenta el origen, tal y como hemos visto en páginas anteriores: se habla mejor en España, porque allí nació la lengua (5, 9, 13) y de allí vinieron a enseñarla (13), porque el español peninsular es más correcto (8) o porque los españoles tienen más práctica (12), son más cultos (6) o definen mejor las palabras (13)18. Añadamos el informante 3, que decía ser mejor el español europeo, aunque no dio ninguna razón que lo justificara. Paralelamente a estos hechos, alguno de mis interlocutores señaló no las razones positivas del español de España, sino que adujo los elementos negativos del de Guatemala; razones que no cuentan mucho en un plano teórico, por cuanto son aplicables a cualquier otra parcela; como el hablante que se limitaba a decir «aquí hablamos mal» (inf. 12), los otros instruidos que decían que ellos «descomponían» el habla (inf. 1, 14) o que achacaban el carácter negativo a la mala conjugación de una sola persona en un verbo: venistes por 'viniste' (inf. 14).

Antes de proseguir resumamos muy abreviadamente: los informantes 1, 3, 5, 6, 7, 8, 9, 12, 13 y 14 preferían el español peninsular por razones fonéticas, de origen lingüístico o de instrucción, lo que, implícitamente, llevaba connotada una cierta crítica de su propio hablar. Es un abanico de razones en las que se pretende juzgar objetivamente unos hechos, aunque esa valoración no sea -no puede ser- científica. Pero, de cualquier modo, se intenta establecer una escala de valores: mejor fonética, posesión primitiva del instrumento, cultura. No se trata de ver si la escala es falsa o no, sino que en un cotejo, unos hablantes encontraron algo que puede ser un ideal mejor.

Por el contrario, quienes prefirieron la modalidad guatemalteca recurrieron a verdades evidentes («el de aquí es más fácil de hablar», 4), se adscribieron a una posición terruñera y respondieron con algo que no entraba en la pregunta («es mejor el del occidente de Guatemala porque es perfecto, aunque los del oriente digan que ellos lo hablan muy bien», 2), divagaron a pesar de ser hablantes instruidos («aquí las palabras significan lo mismo», 15) o cargaron -todos a una- contra la pronunciación española: hablan deprisa (2), muy rápido (10), «cortan las palabras» (15), «se entiende peor su pronunciación» (15)19.

Las cosas quedan claras: preferencias por una u otra variedad apenas si tienen que ver con el grado de cultura de los hablantes. El español peninsular es preferible porque tiene mejor fonética; razón idéntica a la que lo hace reprobable para otros hablantes (se entiende peor) y no quedó en el campo de las negaciones ningún arma que oponer a las de la posesión antigua (que científicamente no cuenta) o al grado de cultura (que exigiría otro tipo de comprobaciones). Lo cierto es que un 66'6 % de los guatemaltecos interrogados creían mejor la variedad que ellos no practicaban.




Ventajas de hablar español

Cuatro de los informantes eran bilingües y uno más entendía quiché. Sin embargo, cuando a todos se les formuló la misma pregunta (¿Tiene ventajas hablar español?), todos -con independencia de adscripciones sentimentales- se manifestaron concordes: la utilidad de poseer ese instrumento. Lo que varió fue la manera de valorarlo. Resulta curioso comprobar que alguna de esas valoraciones las hemos oído en mil otros lugares: «porque es muy rico y las cosas se pueden decir de muchas maneras» (inf. 2), «porque sirve para mucho» (7), «porque está en los colegios» (7); después vienen las valoraciones nacionalistas («es nuestro idioma», 3, 9, 13, 14; «es la lengua de Guatemala», 1, 6) o de relación, necesarias en una república rodeada de otras muy próximas y que también hablan español («se habla en muchos países», 2, 4, 8, 9, 10, 12, 13, 14, 15)20.

La unanimidad se manifestaba de dos modos: criterio nacional y posibilidades de intercambio; uno y otro actúan en cualquier sitio y en cualquier nivel. El primero por la acción dirigida -se manifieste de manera patente o no-, por la escuela y la propaganda estatal; el segundo por el aluvión de gentes extrañas que llegan al país, por lo que se sabe del colegio o por lo que se ha oído. Evidentemente, el consenso lleva a otro punto: la posición privilegiada del español por cuanto todos (cultos e ignaros, bilingües o monolingües, hombres o mujeres) aceptan su utilidad y creen necesario su conocimiento. Con ello la lengua nacional se convierte en elemento de toda suerte de relaciones y, a través de ella, se configura la vida espiritual de los usuarios21 y se elimina una hipoteca, la de las lenguas indígenas, que por unos hablantes se adscriben a situaciones que se deben superar22.




Las lenguas indígenas

La prioridad otorgada al español nos sitúa ante la valoración de las lenguas autóctonas. La propia terminología que se utilice hablaría de paridad o sumisión. Por eso es importante intentar aclarar las cosas: para unos, los hablares indígenas merecen el dictado de lengua, pero, observemos, todos los que así las valoraron eran gentes instruidas, como nuestro informante 1, el 2, el 6 (maestro de quiché), el 15 (maestro hablante de ixil), mientras que el término dialecto, con su carga de inferioridad23, estaba en gentes más o menos instruidas, pero que no practican sino el español (8, 9, 10, 12, 13); otro hablante (1) utilizó las denominaciones de lengua o dialecto y otro (el 13) las de dialecto o idioma; por último, la idioma se recogió en el 11, 13 y 14, gentes de cultura incipiente o nula24. A pesar de su aparente carácter neutro, idioma se carga muchas veces de tono peyorativo, y no sería desdeñable considerar qué gentes utilizaron la designación. Como en otras ocasiones, el resumen puede aclarar las cosas: tres hablantes prefirieron el término valorativo lengua; cinco, el peyorativo de dialecto; tres el neutro de idioma, que yo no vería como indiferente por cuanto jamás se dice idioma español o idioma castellano y sí (por el informante 13, también de cultura en desarrollo) la alternancia dialecto ~ idioma. Evidentemente, la postura de nuestros sujetos, salvo los casos de gentes que figuran entre las más instruidas del repertorio, era marcadamente proclive a considerar las hablas indígenas con tilde de menos valor, lo que -necesariamente- afecta a otros problemas según paso a considerar25.




Situación de las lenguas indígenas

La mayor parte de estas gentes sabe que el español atenta contra la vitalidad de las lenguas indígenas. Y es lógico, si todos han manifestado preferencia por el conocimiento de la lengua nacional. En favor de un determinado platillo de la balanza actúa una serie de normas de prestigio; los hablantes lo saben bien y formulan con claridad su pensamiento: en la escuela, los niños que sólo saben la lengua indígena son ridiculizados por sus compañeros (informante 13) y acaban avergonzándose de su penuria (6, 13). Estos datos no me cabe duda que son ciertos: proceden de un estudiante de primaria y de un profesor de quiché; uno y otro con lógico conocimiento de causa. A estos motivos psíquicos hay que añadir otros estrictamente culturales: al estudiar, se abandonan las lenguas aborígenes (9); conforme se aprende la lengua nacional (14), y «raro es el indígena que ya no sepa algo de español» (15), la lengua nativa se posterga, y la acción de la escuela se ve ayudada por unas emisiones de radio en las que abruma el empleo del castellano (15)26. Por otra parte está el prestigio de la Iglesia, «y los padres enseñan en español» (7)27. Todo esto son factores que llevan a la desintegración y «el quiché se está perdiendo por falta de conciencia de grupo» (6).

Las formulaciones son exactas y precisas. Quienes las enunciaron eran maestros (6, 9, 15), estudiantes adelantados (7, 14) o simplemente estudiantes (13); salvo este último caso, los otros cinco informantes apuntan a gentes de la más alta responsabilidad. Por eso la concordancia de sus testimonios tiene un carácter muy preciso, consciente y, previsiblemente, verdadero. Los informes en sentido contrario no cuentan por cuanto enuncian hechos que ellos no pueden conocer: Las lenguas indígenas se hablan cada vez más porque hay gentes interesadas en aprenderlas en escuelas especiales (inf. 20) o porque cada vez aumenta el número de indígenas (12).




Enseñanza de lenguas indígenas

Esto nos lleva a formular una nueva pregunta: ¿Se deben enseñar las lenguas indígenas? Como respuesta, se formulan dos órdenes de informes; positivos unos, negativos los otros.

La afirmación está sustentada en unos principios de carácter nacional: «porque es parte nuestra» (informantes 1, 7), «porque sirve para conocer nuestro país, y ahora sólo se enseñan idiomas extranjeros» (10); otros de identificación con lo que es propio: para poder hablar con los indígenas (2, 12, 13, 14), «porque es bueno saber el idioma de la región» (12), «porque es muy necesario para darse a entender con las gentes del área rural» (6); alguno como testimonio de orgullo nacional: «para enseñar a los demás lo que tiene Guatemala» (10); o de justicia democrática: «porque Guatemala tiene más indígenas que ladinos»28 (15); o de necesidad didáctica: «El maestro se hace así entender de los niños que se sienten atraídos hacia lo que dice» (6); o por cierta utilidad práctica: «porque [las lenguas indígenas] se hablan aquí y podrían traducir a los turistas lo que dicen los indígenas» (5), «porque se enseña inglés y, sin embargo, casi todos [los guatemaltecos] se quedan aquí» (2); o de nostalgia histórica: «para que no se pierda el dialecto» (13). No es difícil que todo este abanico de respuestas se pueda reducir mucho: se trata de conocer, conservar y divulgar algo que es patrimonio de toda la nación (1, 7, 10, 2, 12, 13, 14, 6, 15) y, subsidiariamente, como vehículo de utilidad didáctica (6) o de rentabilidad práctica (5). Volvemos a algo que se formuló en otras ocasiones: el criterio nacional, que defendía el uso del español, actúa también ahora en favor de las lenguas indígenas y, el mismo practicismo que presidió las posibilidades de intercambio que el español facilitaba, vuelve a suscitarse ahora con otro tipo de comunicación. La diferencia no es de orden sustancial, sino accidental: en la lengua estos hablantes quieren encontrar un instrumento de vinculación nacional y de intercambio, pero mientras en el español ven el utensilio que trasciende por todo el país y comunica de fronteras afuera, en las lenguas indígenas sólo pueden encontrar el instrumento local (se habla de indígenas; lógicamente de cada comarca, pues son incomunicables los de zonas diferentes; se habla de región, se habla de área rural, se habla de niños marginados o de lengua que puede perderse) o de intercambio con minorías restringidas a su propia limitación geográfica29.

Pero también, muy minoritariamente se obtuvieron respuestas contra la enseñanza de las lenguas indígenas, precisamente, en el carácter poco difundido de tales idiomas («sólo se hablan en los pueblitos»), en su incomunicabilidad («no se entienden con los indígenas de otras lenguas»), en un estadio cultural que debe ser superado: «porque sería un atraso más aquí para nosotros en Guatemala; un gringo me dijo si en Centro América aún usábamos plumas» (inf. 9). También ahora las respuestas negativas vienen a incidir en los mismos caminos que hemos transitado: un criterio ampliamente nacionalista hace preferible la lengua hablada por los más, y un criterio patriótico (no digamos si acertado o no) busca igualarse, o al menos no diferenciarse, de aquella nación que se considera como ideal de progreso.

De todos modos la evidencia es clara: un 75 % de los informantes cree que deberían estudiarse las lenguas indígenas, y esto nos lleva a otro punto30.




¿Qué lengua indígena se debería enseñar?

En favor del quiché abundaron los testimonios: «porque es la principal» (1, 6, 15), «parque las otras son más fáciles» (2), «porque se habla aquí» (5). El acierto de estas respuestas es de carácter práctico: la mayor parte de mis encuestas se hizo dentro de territorio quiché31; es lógico pues que hablaran de su importancia tanto gentes que no la conocen, pero que tratan con indígenas que la hablan (inf. 1), como los propios hablantes de quiché (inf. 6) o, razonablemente, gentes ixiles, pero que tienen clara conciencia de la realidad (maestro que designo con el número 15). Decir un monolingüe de español que las otras lenguas son más fáciles que el quiché no es decir nada, por cuanto ignora todo (inf. 2); mientras que atenerse a la realidad inmediata y seleccionarla, por ser de la región (inf. 5), es sustentar un pragmatismo más que razonable.

El resto de las contestaciones apenas sirven para algo. Decir que se deben enseñar «las [lenguas] de aquí» (13) no parece viable: ¿cuáles son las de aquí? ¿Mam?, ¿ixil?, ¿quiché? ¿Se enseñarían todas a todos? ¿La de la zona propia de cada una de ellas? Entonces estaríamos en los planteamientos de los informantes anteriores: en cada distrito debe estudiarse la que es propia de él. Decir que se enseñen «todas» (inf. 12) no es decir nada, y tampoco hay que detenerse mucho en ello: lo dijo una persona cuya instrucción no alcanzó grados superiores. Por último, otra respuesta es ajena a la realidad: el informante 8 recomendó el cakchiquel32 «porque la hablan mucho por aquí y trabaja con ellos [con los cakchiqueles]». Como el cakchiquel es una variante del quiché, esto nos lleva -una vez más- al primer grupo de estas consideraciones; si creyó cierto lo que decía, no hizo sino formular un error.




Consideraciones de tipo general

Estudiar las posturas que unos hablantes adoptan de cara a la lengua nacional o con respecto a las lenguas indígenas supone la adopción de una serie de comportamientos que son psicológicos, si responden a una actitud individual con respecto al hecho de que se trata; comportamientos sociológicos, si afectan a una conducta colectiva. Pero no nos engañemos, psicológicos y sociológicos son etiquetas para caracterizar de un modo u otro posturas lingüísticas. Y aquí convergen esas dos caracterizaciones que acabo de formular: cada hablante posee su instrumento de comunicación, y ese instrumento está dotado de unas valoraciones, que el sujeto considera de una determinada manera33. En el ámbito que hemos estudiado, el español es una lengua nimbada de prestigio porque es la lengua de la escuela, de la iglesia, de la administración y de comunicación entre las gentes de todo el país34. Su validez nadie la discute, por más que no sea la lengua primera de cuatro de nuestros informantes. Sin embargo, español es término que evoca reacciones de diversa índole, pues es la lengua de un país llamado España y el sentido nacionalista no acepta fácilmente lo que se considera como una cierta sumisión; entonces el arcaísmo castellano (y más aún en Castía) facilita explicaciones falsas o verdaderas, históricas o geográficas, que permiten aceptar una lengua que no es autóctona, pero que -sin embargo- es legítimamente propia. Castellano término más difundido; español, aceptado y, si se rechaza, no consta nunca animadversión o encono35.

Lógicamente, variedades de esa lengua, propias o extrañas, obligan a nueva toma de posiciones. No siendo una lengua nacida en el terruño, se piensa -y no es un pensamiento aislado-36 que será mejor la que hablan las gentes nacidas allí donde se cree estar el origen de la lengua: las preferencias van hacia la fonética, la práctica lingüística o el nivel cultural, mientras que en el propio instrumento se ven defectos, que -indudablemente- proceden de cotejos escolares. (¿Cómo si no tener ese ideal de corrección?). Pero no todos los hablantes piensan igual: otros, cierto que minoritarios, creen que es mejor la propia lengua por serlo propia, y valoran rasgos que no son sustancialmente lingüísticos, aunque pueden convertirse en tales (pronunciación rápida, acortamiento de las palabras). Pero prescindiendo de discusiones localistas, resulta que esa lengua, en la que tantas excelencias se descubren, es una lengua común a todo el Estado; propia tanto, de la joven colectividad; pero es -también- la lengua de proyección hacia el exterior: de ahí el consenso uniforme acerca de las excelencias del español.

Entonces ya no extraña que las lenguas indígenas se estimen como de menor valor (lengua, idioma, dialecto)37, que desaparezcan ante la presión de la escuela, de la Iglesia o de los grupos ya instruidos, pero esta desaparición se puede atajar con la práctica de las lenguas indígenas, tesoro -también- de Guatemala en el que se proyecta el orgullo nacionalista. Y, sin embargo, también hay respuestas hostiles a este planteamiento, y que abogan, con toda energía, para que la lengua nacional se imponga; sin embargo, hoy por hoy, no se puede hablar de total desprecio, sí de manifiesto descuido, que lleva a identificaciones con lo que -con otro signo- también son motivos patrióticos. Por eso, para que las lenguas nativas no mueran entre los avatares que las golpean, se piensa en la utilidad de aprender una lengua indígena que sirviera al instrumento lingüístico para acercarse a las gentes culturalmente menos dotadas38. Si el ámbito en que nos movemos es quiché, lógicamente, en nuestra región, tal debiera ser la lengua que se enseñara.




De la praxis a la teoría

Cada lengua es lo que sus hablantes quieren que sea. Como en tantos sitios de la América española nos hemos enfrentado con una realidad que es, en sí misma, polémica; y la propia indecisión actúa en el espíritu de los hablantes. No emito juicios de valor que, aquí y ahora, para nada sirven, pero quiero dar todo su sentido a situaciones que son intelectualmente conflictivas. Tan pronto como hacemos pensar en un problema de nomenclatura estamos tratando de reconstruir, desde el mundo del hablante, un fragmento de historia. Y hemos encontrado historia en lo que los hispano-hablantes de Guatemala pensaban de sí mismos cuando discurrían sobre su lengua; historia, cuando enfrentaban la lengua nacional a las indígenas. Pero -entendámonos- historia no como arqueología, sino como una necesidad que exige caminar hacia el futuro: sea para una integración total de los hombres de una nación o para el acercamiento entre grupos insolidarios. En inglés, y para muy otros propósitos, se ha dicho: «the future is a world limited only by ourselves»39. También en la pequeña parcela de nuestro estudio hemos encontrado ese futuro al que limitan, o quieren configurar, los propios hablantes, pero -impensadamente- cada uno de los hablantes, al encontrarse inserto en un grupo ha tratado de identificarse con él, de caracterizarlo y de proyectarlo; es decir, ha establecido una teoría de valores para evitar el desorden y organizar el mundo al que pertenece: la lengua preferible es el español sentido como una realidad histórica ajena, pero ya legítimamente propia; su difusión le da una situación de prestigio («tanta soy cuanto puedo comunicarme»), pero hay otros bienes propios que, menos compartidos, merecen ser preservados y divulgados; con todos ellos se conforma una realidad cultural -e histórica- llamada Guatemala, por más que -desde toda suerte de prestigios- se camine hacia procesos de transculturación, implícitos -precisamente- en necesidades de comunicación. En tal sentido, la lengua nacional juega un papel decisivo, de cuya conciencia hemos podido dar muestras en estas páginas o volviendo a la tan traída y tan llevada hipótesis de Sapir-Whorf, la captación de la realidad está condicionada por la lengua. Y he aquí que una nomenclatura (castellano o español) ha hecho pensar en Castilla y en España, en lo que ahora es propio y en lo que en un día se importó, en el Estado y en las misiones que el Estado cumple. Y todo ello a través de ese instrumento que estaba ahí, sobre el que acaso nunca se había pensado y que es -ni más ni menos- que la lengua en la que se atesora, también, la propia historia del individuo. Y habríamos llegado de este modo a situaciones mediante las cuales encaramos lenguaje e individuos para obtener una correlación entre dos disciplinas distintas, la lingüística y la social o psicológica40, y las mutuas implicaciones a las que nos hemos querido asomar.





 
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