Espíritu y técnica de la «República literaria» de Saavedra Fajardo
Francisco Javier Díez de Revenga
Una de las obras
más importantes del autor murciano Diego Saavedra Fajardo
es, después de sus Empresas, la
República Literaria, libro de gran interés
para el conocimiento de la personalidad artística de este
escritor y político del siglo XVII. Es esta obra uno de los
monumentos literarios barrocos dignos de la mayor atención,
porque nada hay en ella que no suscite comentario. Además de
por ser uno de los productos de un ingenio de la prosa barroca, su
interés es grande porque, desde el punto de vista
histórico, por ejemplo, es reflejo claro de lo que
constituye el momento cultural en que el escritor vive, aparte del
continuado espejo que es del alma del autor, que asoma
frecuentemente a la obra para darnos su opinión sobre lo que
nos expone. Ideológicamente también son muchos sus
valores, ya que es la obra depósito ingente de todas las
teorías de una época y de un gran pensador. Pero
mayor es su valor en el aspecto literario por dos razones
esenciales: Debe considerarse la obra, en primer lugar, como un
estudio crítico de la ciencia que en muchas ocasiones hace
referencia a la literatura, a lo literario y a los escritores; a
esto se une la calidad de la obra en sí, su
composición, sus ficciones, la expresión de sus
ideas, que con tanto decoro realiza el autor. Traer aquí el
juicio de Menéndez Pelayo sobre la obra es empezar a
elogiarla sin haber entrado en materia. Aun así, no queremos
dejar de recordar que para el crítico santanderino «todo es en esta República ameno,
risueño y fácil... Una fantasía viva y
pintoresca, alegre y serena, baña de luz las ficciones y
alegorías de este libro...»
1.
Este juicio ha sido unánime.
Anteriores y
posteriores a Menéndez Pelayo, no dudan los críticos
en alabar la composición de la República.
Este virtuosismo formal es el que da al lector uno de los mejores
alicientes para emprender su lectura. Las ideas de la obra
podrán ser rebatidas en tanto que toda ella es una
crítica personal y subjetiva de los valores de la ciencia;
pero en cuanto a su construcción es digna de todos los
elogios. No nos resistiremos, sin embargo, como ya se ha hecho, a
revisar alguna de las ideas que en ella nos expone Saavedra y que
son fruto de su cultura e ideología. La crítica que
ha estudiado a este autor ha dedicado la mayor parte de sus
comentarios a su pensamiento político, reflejado sobre todo
en las Empresas. La República Literaria,
considerada tantas veces como obra poco seria, ha recibido menos la
atención de los escritores y lectores de Saavedra. A pesar
de esto, creemos con John Dowling, el hispanista que ha estudiado
en varias ocasiones a nuestro autor, que «si se quisiera leer una sola obra de Saavedra, la
República Literaria sería una agradable
selección. Es corta y amena»
2.
A lo largo de las obras de este escritor murciano, el lector va perfilando su figura intelectual. Era Don Diego, según nos han dicho sus biógrafos3, uno de los más importantes diplomáticos del siglo XVII. Su presencia en Europa representando a la Corte de Felipe IV, en momentos en que España y todo el continente se hallan alterados por las diferencias ideológicas, hace de Saavedra un conocedor de la política de la época. Son las vicisitudes por las que pasa su vida las que le dan una experiencia que le será base útil para la exposición de sus ideas en la mayor parte de su obra. Hay que destacar también en el autor la enorme cultura que ha adquirido a través de sus numerosos estudios y lecturas4. Una gran formación humanística, apreciable en el apoyo frecuente en citas de autores clásicos, hace de él un hombre de juicio sólido y preparado para comentar muchos aspectos del saber de su tiempo, para elaborar con conocimiento una sólida obra de crítica, donde se nos abrumará con la frecuente mención de personajes y certero comentario de ideas.
A la hora de
entrar en el conocimiento de la obra, podríamos
preguntarnos, en primer lugar, en qué consiste la
República Literaria. García de Diego dedica
todo un capítulo del cuidadoso prólogo que precede a
su edición a estudiar el concepto de República
Literaria, partiendo de la consideración de que se
trata de «una sátira de la
ciencia»
5.
Pero antes de llegar a esta conclusión hemos de meditar
sobre lo que en principio resulta ser tan interesante obra. La
República Literaria es el resultado de fungido
sueño en que el autor va revisando subjetivamente todo lo
que es el saber humano producido y adquirido por los libros. La
cultura libresca que tanto preocupaba a los eruditos de su siglo,
es la más atacada en la obra. Desde la aparición de
la imprenta, la publicación de toda clase de obras, sin
calidad ni valor, había ido en aumento creando una
pseudocultura pedantesca e ignorante que produjo gran
confusión en todo el ámbito de nuestras letras. Ese
será el principal motivo de queja de Saavedra y de
ahí se desprende la sátira de la ciencia humana que
García de Diego considera que «en
las horas del despecho y de la impotencia vive en todos
nosotros»
6.
En gran parte se debe a esta causa, pero también es un
motivo el fustigar con fuerza el exceso, el abuso del saber, toda
esa falsa e inepta cultura libresca que tanto abundó en el
tiempo de Saavedra. Muchas veces, se sobrepasará en sus
apreciaciones, haciendo de esta obra lo que el mismo autor
llamó en la Dedicatoria «delito de la juventud, como se descubre por su
libertad y atrevimiento»
7.
Partiendo de estas consideraciones, nosotros habremos de apreciar
en ella, sobre todo lo demás, la opinión de un autor
preocupado por el momento cultural en que vive. Con García
de Diego rechazamos la opinión de los que sólo ven en
la obra -como lo hace García Prieto- «lo provechoso del asunto e idea, actitud
ésta, panegirista más que producto de un
auténtico convencimiento
crítico»
8.
No hay que dudar,
y esto se hará patente a cualquier lector, que la
República Literaria tiene un asunto creado para
enmarcar la ideología que sobre la cultura tiene Saavedra.
Como tantas obras en que lo que se va a tratar es una visión
deformada, hiperbólica en muchas ocasiones de la realidad,
la de Saavedra comienza con un sueño del autor que le
llevará a un paisaje ficticio, a un mundo irreal, pero
descendiente directo de la realidad de ese mundo culto que el autor
va a satirizar. Se ve trasladado con esta alegoría del
sueño ante las murallas de una ciudad «cuya descripción -como apunta Dowling-
pudiera representar un recuerdo de la Salamanca que bien
conocía»
9.
Tras esta muralla encontrará Saavedra una ciudad poblada por
los ingenios más importantes y significativos de las artes,
las letras, la filosofía y las ciencias, agrupados por su
actividad y perfectamente situados en el lugar idóneo a su
carácter y contenido. Conforme a la tradición de esta
clase de libros, el visitante irá acompañado por un
solícito guía conocedor de los parajes de esta urbe
que le irá informando puntualmente de todos y cada uno de
los personajes y estancias que a su vista aparecen. Será su
primer guía Marco Varrón, el famoso gramático
romano, que se verá sustituido por Vergilio Polidoro,
volviendo de nuevo a ser el autor latino el guía al final de
la obra Las artes liberales, las del entendimiento, los libros, los
literatos, los gramáticos, etc., serán revisados detenidamente
por el observador visitante.
Vencido del sueño el autor aparece en una ciudad con capiteles de oro y plata bruñidos. Se le presenta un anciano, M. Varrón, y empiezan a visitar los arrabales de la ciudad, donde ven campos de eléboro para cultivar la memoria y aumentarla. El frontispicio de la ciudad está formado por columnas dóricas. Allí ve el autor a las musas. Pasados los arrabales se hallan ante las artes mecánicas, donde no se detienen; atraviesan el río que las separa de las demás artes, ante las que llegan. Allí ven a la Arquitectura que tiene a su derecha a la Pintura y a su izquierda a la Escultura. Ven a Navarrete el Mudo y a Velázquez, ante el que Saavedra se inclina. Lisipo y Apeles discuten sobre la precedencia entre la pintura y la escultura. En la puerta de la ciudad están las artes liberales y tras ellas los filósofos estoicos que desprecian a la Gloria. Unas acémilas traen libros; algunas de ellas, tan sólo llevan uno, pero son las más fatigadas.
Saavedra y su guía se encuentran a continuación ante una sala donde se pesan los ingenios. Dará ocasión esto al autor para emitir muy interesantes juicios sobre los poetas más destacados. Tras estas aduanas, los personajes estarán ante unas escuelas en las que enseñan Nebrija y los gramáticos. Saavedra habla de la enseñanza de la lengua con Varrón lo que da pie a que éste exponga sus ideas. Pasará luego ante los historiadores y los filósofos. Después, a lo poblado de la ciudad, en cuya descripción se entretiene Saavedra. Le dará esto un motivo para hablar del gobierno de la ciudad, tema que le era tan grato. Llegarán al edificio denominado la casa de los locos, donde cada uno cultivará sus extraños caprichos. Después, encontrarán a Demócrito, que, riendo, hará un juicio sobre todas las ciencias y las artes. Le contesta Heráclito y, al final, será Saavedra el que dé su opinión. Por último, el autor y su guía llegan ante las chancillerías y, entrando en una discusión que allí se entabla, el autor, al intentar darle una puñada a uno de los litigantes, se despierta.
Con este incidente termina el sueño y con él, la obra. Lo expuesto es el asunto o trama que enmarca el propósito de Saavedra. Como hemos podido advertir, va pasando revista a toda la cultura y el saber de su época.
La
República Literaria es obra muy original. La
ficción, la crítica y la forma de ser llevadas ambas
son personalísimas. Aun así se han señalado
modelos en los que nuestro autor se inspiró. En cuanto a la
forma, González Palencia nos dice que «es un sueño o ficción
alegórica a la manera de Luciano o Platón (en su
República)»
. Estos serían los
modelos en cuanto a la construcción de la obra, en cuanto al
marco. La formación cultural de Saavedra, que era muy
amplia, hacía que nuestro autor conociese estas obras como
muchas otras en que se hace uso de este tipo de ficción, es
decir, el innumerable grupo en que el sueño es el motivo
superficial, la envoltura que rodea y da pie a tantas obras donde
se pretende criticar algún aspecto de la vida desde el
ángulo inusitado e impune de un sueño. Quevedo fue el
maestro de este arte en el barroco. Saavedra sigue esta muy barroca
tendencia. La gran diferencia radica en que la crítica del
político murciano está dirigida no a la vida sino a
los libros.
Respecto a la
filiación del contenido de la obra también ha sido
señalada con insistencia por personas autorizadas.
García de Diego dice que es innegable que Saavedra, en la
composición de su obra, tuvo presente Veritas lucata, sive de licentia,
poetica, quantum poetis liceat de veritate abscedere de Luis
Vives10.
Aunque no está orientado en el mismo sentido crítico,
considera que coinciden «en cierta manera
de factura y de jocosidad»
. Además piensa que gran
parte de los conocimientos, de las síntesis y apreciaciones
de la filosofía antigua, más que de una lectura
directa, parecen proceder de las síntesis hechas. No
costaría probar, asegura, que algunos de estos grandes
trazos se habían sacado del libro de Vives.
Lo que es bien seguro, y señalado por todos, es la gran afluencia de todo lo clásico en el libro de Saavedra. En cierto modo, la obra constituye un inteligente resumen y síntesis de toda la cultura clásica que desde el Renacimiento pesa en las letras españolas y europeas. Por otra parte, desde Erasmo de Rotterdam, rara es la obra española de crítica que no tenga relación más o menos directa con las doctrinas del pensador de Basilea. Ha sido señalada insistentemente la relación que hay entre el Encomium Moriae y la República Literaria.
En resumen, podemos considerar que las fuentes de esta obra están bien claras y definidas, tanto en lo que se refiere a los precedentes de la intención, como de la forma de llevarla a cabo. Sin embargo hay que señalar que la originalidad de Saavedra es en todo momento grande, ya que sabe darle a este tema su impronta personal.
La
República Literaria tiene en nuestras letras obras
coincidentes en la intención y en el marco. Las
podríamos considerar de la misma especie. Es curiosa y
destacable la relación existente entre la obra del murciano,
las Exequias de la Lengua Castellana de Forner y La
derrota de los pedantes de Moratín, que ya
señalaba Menéndez Pelayo11.
Podría ser ampliado este parentesco a otras obras.
Así lo hace Sainz Rodríguez, que consideraba que
«Cervantes, Quevedo, el autor de la
República Literaria, Forner, Moratín y hasta
Leopoldo Alas con su Apolo de Pafos, forman una
áurea cadena»
12.
La relación más directa que existe es la que hay entre la República y las dos obras del siglo XVIII. La razón principal de esta íntima relación está en que el espíritu crítico de Fajardo se aviene perfectamente a la intención de cualquier autor del siglo XVIII. El espíritu esencialmente crítico de los autores del siglo de las luces recibe, comprende y ve siempre con buenos ojos la obra de Saavedra. De esta forma, obras del mismo género que la República triunfaron en el siglo siguiente. Así ocurrió con las Exequias de la Lengua Castellana de Juan Pablo Forner, quien, con el espíritu polemista que le caracteriza, establece en su obra la defensa de nuestra literatura y la crítica a los malos escritores que hacen que la lengua agonice y muera a sus manos.
Leandro Fernández de Moratín finge en La derrota de los pedantes una lucha encarnizada en que los buenos escritores destierran a las docenas de pedantones que invaden nuestras letras. Su intención es bien clara: demostrar y hacer patente la decadencia que de nuestra literatura hay en su siglo causada por la presencia de malos escritores a los que hay que derrotar.
Como fácilmente se advierte la crítica de las obras dieciochescas es mucho más reducida que la de Saavedra, que es más extensa, porque su propósito no se limita a lo literario, sino a todas las artes, letras y ciencias. Aun así, hay muchos puntos en común, sobre todo entre Forner y Saavedra. Antonio de Hoyos ve entre estas coincidencias el descontento que impregna ambas obras, motivo que da pie a la elaboración de estas producciones13.
En cuanto al género literario, por todo lo dicho, debemos considerar esta obra encuadrable en el grupo de sátiras a que pertenecen los libros citados de Forner y Moratín. En todas ellas las escenas y los personajes están situados en los espacios del más allá literario, ese lugar extraterreno donde tienen su sitio los artistas y escritores inmortales. La alegoría, el desajuste cronológico de personajes, los parajes y edificaciones situados en lugares simbólicos que sugieren o fustigan defectos y vicios, serían las características comunes más destacadas de este género.
Los juicios sobre las letras, las artes y las ciencias llenan la obra. Nuestro propósito aquí se reduce a examinar algunos de ellos, en los que se aprecia el enorme bagaje cultural del autor. De gran valor para la comprensión de la estimativa literaria de la época son los comentarios que el político murciano dedica a los ingenios más destacados de las letras españolas y universales. Serán varias las ocasiones en que Saavedra tenga que comentar el arte de nuestros escritores.
Así ocurre cuando el autor llega a la aduana donde se examinan los libros de las más diversas materias que constituyen la cultura humana (pág. 1146)14. Allí nos hace ver como un censor recibe los libros de poesía, que utiliza en su mayoría para construir diversos objetos, porque no sirven para otra cosa (pág. 1147):
De estas obras muy pocas vi que, libres del examen, mereciesen el comercio y trato. |
Con esto refuerza el autor la idea que ya planteaba en el prólogo y que da una noción muy clara de lo que es la literatura de su siglo (pág. 1137):
Todos procuran sacar a luz lo que estuviera mejor en la oscuridad, porque como hay pocos que obren lo que merezca ser escrito, así hay pocos que escriben lo que merezca ser leído. |
La difusión frecuente de obras de muy escaso valor, hecho que él atribuye a la facilidad con que la imprenta los extiende, es uno de los puntos que el autor destaca y reitera en la obra. Si desprecia y critica muchos aspectos de la cultura es porque comprende que en gran parte las obras que se publican no tienen el valor que se les pretende dar. Esto era un hecho bien conocido en su siglo. Recordemos que fue precisamente a partir de la segunda mitad de esta centuria cuando los malos libros aumentaron considerablemente siendo objeto en los decenios del siglo siguiente de las más agrias censuras. Los armónicos espíritus dieciochescos, en los casos más extremos, hicieron pagar a justos por pecadores, de lo que Saavedra es un clarísimo precedente. De esto ya hemos tenido ocasión de hablar al comentar los parentescos de la República.
Para darnos una más clara idea del criterio estético de Saavedra, contamos en esta obra con un juicio de los literatos más significativos. Es Herrera el que expone la opinión sobre los escritores a petición del visitante de la ciudad. Comienza resaltando la estimación en que tiene a los poetas toscanos y españoles, que resurgen de entre la ruina cultural que había producido la caída del Imperio Romano (pág. 1149):
Se nos revela el autor en estas palabras como crítico amante de la clasicidad. Tinieblas son para él todo lo que hubo entre Roma y Petrarca. El juicio es sensibilísimo; sabe destacar cuatro cualidades o perfecciones del poeta que comprenden todo su arte: espíritu, pureza, erudición y gracia.
Más clásico aún se nos presenta Saavedra al juzgar la persona y la obra de Dante, sobre todo al querer aplicar sobre el autor de la Divina Comedia el concepto horaciano de la poesía (pág. 1149):
Los juicios sobre
los italianos continúan. Ariosto -al que destaca como
«hombre de ingenio vario y fácil
en la invención»
(pág. 1150)-, Marino -del
que recuerda su fertilidad y elegancia- y Tasso, son los elegidos,
y es que en estos siglos ningún pueblo tiene tanta
relación con España como Italia, según ha
estudiado Miguel Herrero15.
Los comentarios literarios de Saavedra reiteran más adelante la admiración del autor a la clasicidad y el desprecio de los siglos medievales, cuando al hablar de los poetas españoles advierte que en nuestra patria (pág. 1150):
... oprimió sus cervices el yugo africano, de cuyas provincias pasaron a ella sierpes bárbaras, que pusieron miedo a sus musas. |
Todo esto, comenta Saavedra por boca de Herrera, ocurrió hasta que apareció Juan de Mena. Se inicia así el interesante comentario que hace sobre los españoles. Sobre el poeta cordobés asegura que se hallará en él mucho que admirar pero no primores que puedan ser imitados. El Marqués de Santillana, Sánchez de Badajoz, Costana, Cartagena constituyen también motivo de comentario. En Ausias March admira la agudeza de sus teorías. Más profundo y extenso se nos muestra en la crítica que hace de Garcilaso de la Vega. Demuestra hasta qué punto conoce a nuestros poetas, logrando captar su alma y su estilo (pág. 1151):
Podemos apreciar cómo en estas líneas hay una defensa de la imitación de la clasicidad. El criterio de Saavedra, profundamente incisivo, es capaz de comprender en su totalidad al poeta de Toledo. Todo lo considera el autor. Al mismo tiempo que el ingenio y el natural, ve en Garcilaso la presencia de los extranjeros que incitaron al poeta a iniciar la que Saavedra considera poesía culta. Alcanza este comentario su máximo interés cuando el autor analiza en pocas palabras la obra de Garcilaso. Advierte con tres admirables sustantivos el valor de su lírica -dulzura, gravedad y maravillosa pureza- al reconocer que descubrió su alma en las canciones y elegías. De sus sonetos sabe reconocer la imperfección, y de las églogas destaca sus dicciones, que considera a un tiempo sencillas y elegantes, sus palabras cándidas, y sobre todo el sabor de éstas a campo y a rustiquez de aldea. Saavedra es en estas palabras el crítico comprensivo, sensible conocedor de las obras del poeta que es objeto de su juicio. Sabe captar sus valores y no duda, atribuyéndoselo a los tiempos, en reconocer su imperfección. Al mismo tiempo reitera su admiración por la clasicidad, que conoce y defiende.
Siguen a éste los juicios sobre otros autores del Renacimiento europeo, para pasar al comentario sobre Góngora. Vuelve a demostrar nuestro autor la capacidad de comprensión. El poeta cordobés, muchas veces incomprendido, es juzgado por Saavedra Fajardo en estos términos justos y nada apasionados (pág. 1152):
La crítica
de Saavedra vuelve a ser sabia y comprensiva. Ve en Góngora
al artífice de nuestra lengua ingenioso y agudo, cualidades
éstas tan barrocas que Saavedra tan bien sabe apreciar.
Admira la cultura y pureza de la poesía menor de
Góngora, que contrasta con la de después, cuando
quiso «retirarse del vulgo y afectar la
escuridad»
. Francisco Cascales, cuyo juicio sobre el
poeta cordobés es conocido, opinaba de forma parecida, pero
era más extremista. En una de sus Cartas
filológicas, dice de Góngora:
A ese caballero siempre le he tenido y estimado por el primer hombre y más eminente de España, en la poesía, sin excepción alguna, y que es el cisne que más bien ha cantado en nuestras riberas. Así lo siento y así lo digo. Pero como yo concedo esto, me ha de conceder v. m. y todos los doctos, que han de ser en esto solamente oídos, que aquella oscuridad perpetua debe ser condenada16. |
Cascales celebra en ésta y en otras ocasiones la magnífica poesía de la llamada «primera época» del poeta cordobés, pero una y otra vez condena la oscuridad de la poesía de Góngora en el Polifemo y las Soledades, Concluye el filólogo murciano la carta considerando que:
Por realzar la poesía castellana, ha dado con las colunas en el suelo. Y si tengo que decir de una vez lo que siento, de príncipe de la luz, se ha hecho príncipe de las tinieblas; y el que pretende con la oscuridad no ser entendido, más fácilmente lo alcanzará callando17. |
Si hacemos una
comparación entre los juicios de los dos murcianos,
entendemos claramente que hay entre ellos una diferencia. Cascales
condena la oscuridad de Góngora, pero Saavedra reconoce que
«aun en esto salió grande y nunca
imitable»
y que «se
halló después tanto más estimable»
.
Debemos por esto tener en cuenta la clarividencia de juicio de
Fajardo que ve en la poesía «oscura» de
Góngora un valor y una grandeza que Cascales, como tantos
críticos posteriores, no quiso reconocer.
El último de los comentarios lo dedica el político murciano a Lope de Vega, consiguiendo con sus ideas hacer elegantes juegos de palabras (pág. 1152):
La fertilidad, la ruptura de las reglas teatrales, que constreñían a los genios, así como la riqueza artística, características tan destacadas de Lope, están aquí elegantemente comentadas. Las últimas palabras, la imagen de la almoneda llena de joyas para todos los gustos, reflejan claramente el espíritu y el arte de Lope de Vega.
Con estas líneas termina un juicioso y acertado comentario de los ingenios literarios más característicos, que refleja en Saavedra al crítico justo y comprensivo del arte de los escritores. Ese mismo autor que otras veces se nos presenta escéptico y apesadumbrado, aquí nos hace una crítica sabia, elegantemente digna de su carácter y su cultura.
A la luz de estas observaciones sobre nuestros literatos, podemos preguntarnos si Saavedra fue en realidad un crítico literario, o por el contrario, se reducía su criterio a dar una opinión superficial y poco comprometida sobre los escritores sin adentrarse en el auténtico comentario crítico. Se debe tener en cuenta, sobre todo porque se desprende de sus observaciones sobre estos escritores, que el político murciano los conocía bien, pero en esta ocasión sus propósitos estaban bastante alejados de profundizar en un comentario exhaustivo de sus valores literarios. Lo más digno de destacar en estos comentarios es la facilidad con que capta Fajardo el espíritu que se desprende de la obra del autor comentado. Es la autorizada y sensible opinión de un hombre culto sobre sus propios contemporáneos lo que más se aprecia en estas deliciosas páginas.
Otro aspecto bien distinto de la opinión de Saavedra Fajardo sobre la literatura y el arte literario aparece en las páginas más escépticas de toda la obra, cuando el desprecio de los valores de las ciencias y de las artes llega a su punto máximo. Son las escenas en que Demócrito aparece riendo porque ve y medita (pág. 1172)
... la vanidad de las ciencias, los daños de esta República y cuan destruida la tienen sus ciudadanos. |
El autor comenta cómo todas las ciencias y artes son vanas y falsas. Al llegar a la poesía considera en boca del filósofo griego que es arte presuntuosa porque, en vez de considerarse procedente de un trabajo rústico y villano como las demás artes, se jacta de proceder del cielo. El autor piensa por el contrario que es (pág. 1175)
arte afectada y vana, opuesta a la verdad; que se sustenta con la imitación, siempre fingiendo y representando lo que no es... |
La crítica no puede ser más contraria y escéptica. La poesía sufre aquí las mismas consecuencias que las demás artes.
En contraste nos presenta Saavedra la opinión de Heráclito que, llorando, defiende el trabajo que cuesta sacar a las ciencias de la ruda ignorancia en que nacieron. Don Diego tercia en la discusión al final, dando su opinión y advirtiendo cómo todas las ramas del saber proceden de Dios (pág. 1185):
¿Qué es la poesía sino una llama suya encendida en pocos...? |
Todas estas opiniones nos revelan a un autor de amplia y fina cultura, estudioso conocedor de todas las ramas del saber, lleno de una sensibilidad que sabe captar todo cuanto de valor encuentra en la obra de nuestros poetas.
De la importancia política de Saavedra Fajardo, ya sea por su propia participación en las tareas diplomáticas de su tiempo, ya sea por sus propias obras, especialmente sus Empresas, ya se ha hablado anteriormente18. Este interesante quehacer del autor reflejado en la República va a ser otro de los aspectos o ideas aquí comentados. Lógico es que sobre la mente preocupada del autor gravitaran en forma decisiva todas sus opiniones sobre la política. Ya García de Diego señaló algunos pasajes, además de numerosas «coincidencias menores», en que Saavedra exponía ideas que luego repetiría casi literalmente en su Idea de un príncipe político-cristiano. Pero antes que las ideas que el autor expone cuidadosamente, al atender a la misma concepción de la obra, vemos cómo toda la ficción está planteada y ordenada con un mental criterio político. La ciudad a la que acude el visitante es una República en la que los ciudadanos coexisten y trabajan cada uno en su puesto en una especie de sociedad literaria.
Por otra parte son muchas las consideraciones aisladas que van apareciendo a lo largo de la obra sobre el arte de gobernar y sus numerosos problemas. Como la obra trata de la crítica del falso saber libresco, son los libros de política, que el autor llama «dañosa mercancía», los que suscitan muchos comentarios sobre el arte de gobernar. De ellos dice (pág. 1148):
Esta ocasión dará pie al autor para, a continuación, llegar a una conclusión, hacer un comentario político (pág. 1148):
El pesimismo ante la inutilidad de los tratados políticos es claro. Inducen éstos, en su mayoría, al error y no se encuentra en sus páginas sino el engaño y la malicia. Su insistencia sobre esto llega a hacerle temer por su propia obra, por sus Empresas. Nos dice seguidamente (pág. 1148):
... todo el estudio de los políticos se emplea en cubrille el rostro a la mentira y que parezca verdad, disimulando el engaño y disfrazar los desinios. |
El censor de libros echa al fuego los de materia política diciendo a Saavedra que son peligrosos para todos. Este confesará a sus lectores, preocupado (pág. 1148):
Algo me encogí, temiendo aquel rigor en mis Empresas políticas, aunque las había consultado con la piedad y con la razón y justicia. |
Por sus meditaciones sobre el error a que pueden inducir estos libros, debemos advertir que es el hombre de espíritu auténticamente barroco el que nos está hablando en estas páginas. Junto al pesimismo que le une espiritualmente con Quevedo y Gracián, se halla la esperanza puramente cristiana que a lo largo de toda su obra, como advierte Dowling19, aparece una y otra vez. Para nuestro autor la religión y la verdad son los auténticos fundamentos, firmes y estables de la política. Tras esto, la virtud más apreciada será la candidez de la naturaleza. Tendremos ocasión de hablar de ello. Lo que ahora nos interesa es apreciar como el espíritu del autor, decididamente preocupado por la política, va presidiendo toda la obra. Es este libro claro reflejo de los problemas que por su trabajo se le presentaban a diario, cualidad que debemos destacar entre los valores más importantes de la República Literaria. Toda ella, que por algunas ideas ha sido considerada como alocado producto de la juventud, es por otras razones, tales como el constante aparecer del criterio severo del político expedente, un espejo de la labor del hombre dedicado al estudio de las difíciles tareas del gobierno. Pero en algunas ocasiones, quizás derivadas del enorme interés que tienen para él los temas políticos, llega al apasionamiento. Es lo que sucede a la hora de juzgar a Alfonso X el Sabio, en el que no ve más que al rey, olvidando, al defender la completa dedicación del político, la otra cara de la cuestión. Tras comentar cómo el rey sabio contempla en el firmamento la latitud de la Corona de Ariadne, sin advertir que al mismo tiempo le quitaban la suya de la cabeza, llega con este ejemplo a la siguiente conclusión (pág. 1163):
Sobre esta idea insistirá en las Empresas. Por medio de ejemplos llega a conclusiones. Será éste un avance de lo que predominará en su obra maestra, las Empresas políticas.
Para acercarnos más al espíritu de Diego de Saavedra Fajardo en la República Literaria, podemos fijar nuestra atención en muchos rasgos y aspectos que nos lo delimitan y definen como hombre esencialmente barroco. Así lo apreciamos a la luz de tema tan arraigado a las letras del siglo XVII como lo es el del desengaño. Sería prolijo advertir aquí la transcendencia y significación de este motivo y la importancia que tuvo al ser llevado a sus páginas por autores tan geniales como Quevedo o Gracián. El hondo problema de los engaños de este mundo que, a simple vista, parecen de una forma, pero de cerca son distintos, ya se debatía en el Quijote. Allí Cervantes nos presenta la doble perspectiva del que ve las cosas como le parecen y del que las percibe tal como son. En el XVII, esta doble visión se verá teñida de ese tono ascético tantas veces ponderado.
Saavedra Fajardo
comparte estas inquietudes del pensamiento barroco con sus
contemporáneos al utilizarlo en obras suyas. Es lo que
sucede con las Empresas. Mariano Baquero ha
señalado, comparándolo con Gracián y Tirso,
cómo Saavedra en la empresa XLVI de su obra maestra, bajo el
lema «Fallimur
opinione», comenta, tomando como ejemplo el
engaño del remo en el agua, las falsedades de este
mundo20.
Es el remo que a pesar de que «a la
vista se ofrece torcido»
, en la realidad está
recto. Es el desengaño ante la realidad, ante la verdad, que
resulta bien distinta de las superficiales apariencias.
Siguiendo esta tendencia que desemboca siempre en el desengaño, Saavedra se referirá a las falsas apariencias de este mundo con cierta insistencia a lo largo de la República Literaria. Quizás donde más se preocupe por los engaños sea en la parte de la obra dedicada al examen de los libros. Muchos libros, según la opinión de Saavedra, quieren parecer algo que no son a la hora de la verdad; así, en la introducción del juicio de Herrera que antes tuvimos ocasión de comentar ampliamente, nos asegura Saavedra que (pág. 1149)
... muchas veces no son los ingenios como parecen. Algunos a la primera vista son vivos y lucientes al parecer, pero de pocos quilates; otros, aunque sin ostentación, tienen grandes fondos. |
Saavedra recurre con insistencia a las frases «a primera vista», «al parecer», que luego contrastará con la realidad.
De nuevo meditará sobre este punto al incluir el conocido soneto A una fuente en su obra. Como hemos comentado en otro lugar21 el soneto recoge la tradición de la crítica de la malicia que poseen las cosas de este mundo contrastándola con la candidez de la primera edad. En el comentario que sigue a este poema nos habla el autor de las apariencias de este mundo (págs. 1159-1160):
La apariencia exterior es la que engaña a la vista, porque el interior es bien distinto y totalmente inesperado. La concha es en su exterior descuidada y fea, pero en su interior pulida y bella. Este será el mismo motivo que dé píe a que en su Idea de un príncipe político-cristiano (empresa XXXII) llegue a la siguiente conclusión, tras ponderar la posibilidad de engaño que hay al fiarse de la apariencia externa de la concha:
Nadie juzgaría su belleza por lo exterior tosco y mal pulido. Así se engañan los sentidos en el examen de las acciones exteriores, obrando por las primeras apariencias de las cosas, sin penetrar lo que está dentro de ellas22. |
La reiteración de Saavedra en estas dos alusiones al emblema de la concha nos hace ver que el espíritu del autor está hondamente preocupado por las apariencias y la verdad. Este contraste será destacado a menudo, aun sin llegar a concluir un pensamiento básico como en las anteriores ocasiones. Esporádicamente brotará esta preocupación. Así, cuando entra en la parte poblada y culta de la ciudad, comenta que ésta (pág. 1163)
reconocida por dentro, no correspondía a la hermosura exterior, porque en muchas cosas era aparente y fingida. |
Es la inquietud del hombre barroco que muestra su cuidado al pensar que las cosas pueden representarse como no son en realidad. La búsqueda de la verdad, el desprecio del engaño, el gusto por el contraste de lo auténtico con lo falso, son los caracteres que mejor definen esta preocupación. Es el mismo problema que comentábamos cuando, al hablar de los libros de política, el autor se rebela ante la malicia y tergiversación a que pueden dar lugar. Como Gracián y como Quevedo, Saavedra parte de estas observaciones hacia un fin claro y preciso: encontrar y defender la autenticidad de comportamiento y de ideas.
Está
dedicado este libro de Saavedra a relatar un viaje ficticio, una
especie de paseo que sólo es un pretexto para hacernos ver
sus opiniones. Aun así, este marco no puede carecer de
interés desde el punto de vista literario, ya que el autor
utiliza los más diversos procedimientos que el arte de la
narración le ofrece para descubrirnos esta ficticia
visión. La técnica utilizada para el relato de estos
hechos es la de la exposición por parte del visitante de la
cuidad de las cosas que va viendo, de los seres que descubre y que
hablan con él, y de las reflexiones que en su mente van
teniendo lugar ante determinadas situaciones. El relato en primera
persona da a la obra un tono autobiográfico que aumenta la
subjetividad de lo descrito. La narración es lenta,
detenida, llega al detalle. La minuciosidad hace que se pare ante
las cosas, las medite. El procedimiento utilizado por el autor en
su relato está en función de esas palabras que al
principio de la obra escribe cuando encuentra a Varrón, que
se le ofrece a mostrarle la ciudad: «fuimos caminando en buena
conversación»
(pág. 1139). Este caminar
observando y al mismo tiempo conversando es el sistema utilizado
por el autor. Al igual que Dante, al recorrer los espacios del
más allá, se informa el visitante por medio de la
conversación de los símbolos y alegorías que
se le van presentando. Con frecuencia su narración, no
sujeta a más inspiración que la forma en que se le
van presentando los personajes y las cosas, se verá
enriquecida por el epifonema. Su obra es ante todo didáctica
y, del relato, ha de ir llegando a cada momento a la
reflexión sobre lo que está viendo (pág.
1140):
Algunos de estos epifonemas se refieren a temas antes comentados. Es lo que ocurre cuando Zeuxis y Parrasio discuten sobre la arrogancia con que uno de ellos se preciaba de haber pintado unas uvas en un cestillo que tenía un niño, de forma tan real... (pág. 1143)
Todo lo que aparece ante sus ojos será normalmente comparado y contrastado con la realidad, con esa realidad ideológica del autor que da pie y forma a toda la obra. Ese constante asomarse a la obra el autor para comunicarnos alguna idea personal es uno de los rasgos más característicos de la narración. Hay que tener en cuenta con este motivo que toda ella es un marco de las ideas o asertos que nos quiere hacer ver y como tal funciona siempre alrededor de esa ideología.
Frecuentemente, para realizar el contraste de sus propias ideas con otras, o bien para informarse e informarnos, el autor concede la palabra a los personajes que va encontrando. Saavedra nunca llegará al diálogo directo, en ningún momento dejará en manos de sus personajes la obra. El estará allí siempre, interviniendo, preguntando. La forma de diálogo es siempre indirecta las pocas veces que existe, ya que en la mayoría de los casos, cuando habla un personaje lo hace durante largo espacio y en cierto modo personificando al autor. Recuérdese a este respecto las famosas opiniones de Herrera (págs. 1149 y sigs.) en que el diálogo es breve porque lo que realmente interesa son las opiniones. La larga disertación de Herrera va introducida por unas pocas palabras (pág. 1149):
... y, preguntándoselo con cortesía, me respondió con la misma en esta conformidad... |
Esto se repite a lo largo de toda la obra. El procedimiento del autor no es sencillo, aunque artísticamente es muy conseguido. Tiende a suprimir su propia voz en los diálogos, presentándonos sólo las de sus interlocutores cuando son extensos o cuando tienen gran interés para el contenido de la obra. El propósito de Saavedra no era, por supuesto, escribir una ágil obra dialogada, sino simplemente exponer el pensamiento o las ideas que le sugiere la vista de algún personaje que, por su actividad o por sus méritos, es el objeto de las preguntas sobre lo que Saavedra desea comentar.
El abigarrado mundo de la República Literaria está lleno de personajes de las más diversas épocas y tierras. Al viejo modo de las visiones alegóricas que tan genialmente supo manejar Dante, en un mismo tiempo y espacio hallamos allí reunidos a numerosos hombres que tuvieron una existencia destacada. Saavedra, porque su obra es de crítica literaria, artística y científica, nos presentará a muchos sabios e ingenios realizando cada uno su labor. Lo interesante aquí y ahora para nosotros es que el autor sabe caracterizarlos con acierto según su actividad. Cualquier detalle que el escritor nos da sobre los personajes tiene su significado. Destacan en esto algunas caracterizaciones de habitantes como la que Apolodoro hace al autor de los historiadores griegos y latinos (pág. 1154):
Obsérvese cómo va dándonos, reflejándolas en la propia figura del personaje, las características más destacadas del estilo de su obra. Desde la prudencia de Plutarco hasta el estilo conciso, reflejado en sus cortos pasos, de Tácito, todos están en sus cualidades perfectamente captados.
Se relaciona esta técnica de emparentar señas personales con caracteres del modo de ser con un aspecto muy del gusto barroco: el simbolismo. Saavedra hace a lo largo de toda la obra frecuentísimo uso de este artificio para, por medio de objetos, reflejarnos cualidades de personas o cosas. Tengamos en cuenta que toda la obra es una visión fantástica de un hombre barroco, que veía en todos los objetos significados más profundos. Sería prolijo recordar aquí todos los momentos en que Saavedra se acoge a este tipo de artificios. Dignas son de comentario, por lo curioso, las asociaciones utilizadas en la descripción de los personajes de la República (págs. 1163-1164). Allí los gramáticos son bercerros; los críticos, remendones, ropavejeros y zapateros; los retóricos, saltambancos; los historiadores, casamenteros; los médicos, carniceros, etc. Es el momento más agrio y descarnado de la crítica de Saavedra.
En otros lugares, el simbolismo pesa aún más. Ya no se trata de una simple comparación alegórica; ahora son los propios personajes simbólicos, de los que está relatándonos sus cuitas, los que llegan a tomar parte en la obra (pág. 1144):
El autor se ayuda por medio de estos símbolos en la descripción o comentario de muchas de sus ideas. Unas veces serán los mulos que, cargados de libros, llegan agotados porque mucho es el peso de la necedad; otras veces serán los edificios, los parajes de la ciudad, los que por su disposición se verán llenos de significado. Toda la obra, como tantas otras de la época, se acoge a este artístico procedimiento de verter las ideas en personas o, cosas que por sus caracteres nos reflejan algo que el autor nos quiere inculcar.
Otro de los procedimientos que utiliza el autor murciano en su obra, quizás el que con más constancia, es la descripción, con el fin de hacernos más real y patente su viaje. Con gran minuciosidad, llena de constante simbolismo, va como el pintor detallista creando ante nosotros la imagen de algo inventado. La profusión de detalles revela en el escritor una gran capacidad de observación de la realidad que deforma para acomodarla a sus propósitos. La ciudad está en su totalidad admirablemente descrita por la pluma del observador inteligente e ingenioso, que ve en cada uno de sus detalles el reflejo de una idea, de una característica.
De gran interés, por ejemplo, es la descripción de los campos que hay en las afueras de la ciudad (pág. 1140):
Con un gran alarde de meticulosidad va relatándonos y presentando ante nuestros ojos cómo está construida la urbe. Con su lectura nos resulta fácil imaginárnosla tal como la concibió su autor. No serán pocas las ocasiones en que el lector, entre disgresión filosófica y aserto crítico, vaya descubriendo el paisaje urbano de tan singular República. Contribuyen estas notas a hacer la obra más amable, a hacer más comprensibles sus alegorías y símbolos, que, durante toda la obra, dan forma a los pensamientos de Saavedra.
Otro tanto podríamos decir, encomiando este preciosismo detallista, cuando leemos las descripciones de algunos interiores llenos de símbolos. Así la impresión que le produce la sala donde se pesan los ingenios (págs. 1148-1149):
A veces, los relatos de cómo está dispuesto el paisaje de la ciudad dan ocasión a Saavedra de recargar con rasgos muy barrocos la descripción. Así ocurre en la siguiente (pág. 1162):
En todas estas descripciones se aprecia claramente el poder de sugestión del político murciano, que, con sus detalladas visiones de lugares fantásticos, nos hace ver con minuciosa claridad parajes y estancias totalmente imaginarios. Sus descripciones son estáticas pero no ausentes de vida y significado. No es un autor que nos va haciendo un seco inventario de lo que presencia e imagina; es la visión alegórica llena de significación de unos paisajes que han sido creados para enmarcar la desenfadada visión de la República Literaria.
Hemos tratado a lo largo de estas páginas, partiendo de lo que ya estaba hecho -que era mucho-, de acercarnos más a esta obra del escritor murciano Diego de Saavedra Fajardo, con el propósito de demostrar una vez más que es una obra interesante para el lector moderno, porque se trata de un libro desenfadado, de auténtico sabor barroco, al mismo tiempo que claro y agradable; porque tiene un tema que, si no desconocido, ha sido a lo largo de sus páginas originalmente llevado. Si sus ideas se alejan más del lector actual, no es ningún despropósito conocerlas, ya que están llenas de ingenio. Pero el interés de la obra radica en que es el producto de la aguda imaginación de un hombre que, por su propio quehacer cotidiano y para descansar de él, sabe jugar ingeniosamente con su vasta cultura. Saavedra consigue en la República Literaria, sin dejar de ser el político lleno de sobriedad, el escritor cuidadoso, llegar hasta nosotros con una obra de juventud pero concienzudamente preparada y trabajada. A esto debemos unir lo agradable de sus descripciones y diálogos, la sabia y desenfadada intención con que narra tantas anacrónicas discusiones, con que nos hace tantos elogios y condenas, la pureza con que desarrolla su técnica y su estilo.
Es, además, la obra literaria fiel reflejo de Saavedra Fajardo escritor, que, si bien se superó en más altas empresas en su obra maestra, no debemos dejar de considerar este pequeño libro como una importante muestra de la mejor prosa barroca del siglo XVII.