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«Esta es la tenpestad que dizen los omnes». A propósito del cuento 14 del Sendebar

Carlos Alvar


Université de Genève



La complicada tradición textual y la extraordinaria difusión del Sendebar, obra que se presenta como traducción del árabe realizada en 1253 por encargo del infante don Fadrique, dificulta cualquier acercamiento a esta colección de cuentos; y como suele ocurrir en muchas traducciones, no siempre resulta fácil saber el grado de intervención del traductor, máxime cuando el original se ha perdido, como es el caso del texto árabe que sirvió de base para la versión castellana de esta obra1.

Pero, además, la existencia de un solo manuscrito castellano plagado de incoherencias hace pensar en un traductor poco hábil o en un texto precedente ya deteriorado. Todo ello hace que no siempre resulten claros los relatos contenidos en el Sendebar o Libro de los engaños e asayamientos de las mugeres2.

Uno de los relatos menos claros de esta colección pertenece al sexto día y corresponde al «enxenplo del ladrón e del león, en cómmo cavalgó en él». Ninguna otra recopilación castellana recoge este cuento, con lo que resulta difícil aclarar el sentido deturpado3.

Ante todo, cabe señalar que es uno de los dos cuentos del conjunto (con el 15, que va a continuación de éste, dedicado a las palomas) en el que los animales se convierten en protagonistas y dialogan, dentro de la tradición marcada por el Calila e Dimna, aspecto que quizás sólo sirva para orientar hacia una determinada forma de acercarse al mundo y de concebir el didactismo:

E vino la muger al sesto día, e dixo al Rey: -Yo fío en Dios que me anparará de tus malos privados commo anparó una vez un omne de un león.

E el Rey dixo: -¿Cómmo fue eso?

E ella dixo: -Pasava un gran recuero por cabo de un aldea, e entró en ella un gran ladrón e muy malfechor; e ellos, yendo así, tomóles la noche, e llovió sobre ellos muy gran luvia, e dixo el recuero: -Paremos mientes en nuestras cosas non nos faga algund mal el ladrón.

E a esto vino un ladrón, e entró entre las bestias, e ellos non lo vieron con la gran escuredat, e començó de apalpar quál era la más gruesa para levarla; e puso la mano sobre un león, e non falló ninguna más gruesa nin de más gordo pescueço que él, e cavalgó en él, e dixo el león: -Esta es la tenpestad que dizen los omnes.

E corrió con él toda la noche fasta la mañana. E quando se conosçieron el uno al otro, avíanse miedo. E el león llegó a un árbol muy cansado, e el ladrón travóse a una rama, e subióse al árbol con gran miedo del león. E el león fuese muy espantado, e fallóse con un ximio, e díxol': -¿Qué as, león, o cómmo vienes así?

E el león dixo: -Esta noche me tomó la tenpestad, e cavalgó en mí; fasta en la mañana nunca cansó de me correr.

El ximio le dixo: -¿Dó es aquella tempestad?

E el león le mostró el omne ençima del árbol. E el ximio subió ençima del árbol, e el león atendió por oír e veer qué faría, e el ximio vio que era omne, fizo señal al león que viniese, e el león vino corriendo. E estonçes abaxóse un poco el omne, e echól' mano de los cojones del ximio e apretógelos tanto fasta que lo mató, e echólo al león. E desí quando el león esto vido, echó a foír e dixo: -¡Loado sea Dios, que me escapó desta tenpestad!

E dixo la muger: -Fío por Dios que me ayudará contra tus malos privados, así commo ayudó al ladrón contra el león.

E el Rey mandó matar su fijo4.



A grandes rasgos, leemos que en medio de la oscuridad de la noche, un malhechor montó sobre un león, pensando que era otro animal; el león, por su parte, es incapaz de saber quién se le ha subido encima, y huye asustado; al amanecer, el ladrón consigue abandonar su montura cogiéndose a un árbol, a la vez que el león se encuentra con un simio que le pregunta por la causa de su espanto: al ver el mono al hombre en una rama, se lo dice al león, pero en esto, el hombre consigue dar muerte al simio, lo que corrobora las razones del miedo del león, que huye alabando a Dios por haberle salvado de semejante peligro.

Narrado así, el cuento no parece presentar mayores dificultades; se trata simplemente de un juego de subjetividades y puntos de vista en los que el equívoco constituye una parte primordial.

Sin embargo, al examinar los detalles con un poco más de atención, empiezan a surgir las dudas, debido fundamentalmente a una posible confusión de león / ladrón y al empleo del término tempestad.


Unas correcciones...

En la aldea entra «un gran ladrón y muy malfechor»; luego, empieza a llover cuando cae la noche, y el recuero busca refugio en la aldea, temiendo el daño del ladrón; «e a esto vino un ladrón», que a tientas busca entre los animales el más aparente, y lo monta, resultando ser «un león». Y a continuación comienza la cabalgata que dura toda la noche.

En este primer segmento del cuento dejando al margen el marco hay algo incomprensible. El «recuero», es decir, el que lleva la «recua», decide refugiarse en la aldea, en contra de todo hábito; no por la lluvia, que aparentemente es irrelevante para el relato, por más abundante que fuera, ni por la noche, pues todos los días tienen su noche y nada añade al conjunto, sino por miedo a perder algún animal por culpa del ladrón. Pero todo indica que el ladrón ya estaba en la aldea cuando llega el recuero.

Sin embargo, llega otro ladrón y en el proceso de selección de su presa se tropieza con un león, del que nada se había dicho antes y que evidentemente estaba escondido entre las bestias que conducía el mulero. Es posible que el ladrón que había entrado primero en la aldea fuera el mismo que después se encuentra con el león, de manera que tendríamos un solo ladrón, para más datos muy grande y «malfechor», pero entonces carecería de sentido la transición hacia el relato de los hechos, donde se dice que «a esto vino un ladrón», y el empleo del artículo indefinido; pero también podría tratarse de dos ladrones diferentes, lo que hace pensar en el peligro de la región y en una falta a la economía de personajes y situaciones exigida por la narrativa breve.

El texto castellano es, obviamente, una versión corrupta5, pues lo lógico es considerar que el león ya se encontraba en la aldea, que era el león grande y muy «malfechor» y que el temor del recuero es ante el peligro del animal salvaje. La confusión no es difícil, si se tiene en cuenta la semejanza fonética de león/ladrón, aspecto que podría encontrar su apoyo en la debatida cuestión de la difusión oral de esta obra. Se puede añadir, por otra parte, que el león estaba en la aldea protegiéndose de la lluvia, lo que no parece demasiado convincente, con lo que el aguacero vespertino sigue resultando superfluo desde un punto de vista narrativo, y, lógicamente, va contra cualquier economía del relato: se trata de una circunstancia que nada añade, y, por tanto, sobra.

Así, creo que las dos primeras veces que aparece el término «ladrón» debe ser sustituido por «león» para una comprensión cabal del texto. En cuanto a la lluvia, no parece ser necesaria para comprender los sucesos, pero contribuye a crear el ambiente que justificaría las palabras del león.

A pesar de la reintegración textual que supone corregir la presencia del ladrón inicial, el relato presenta una dificultad añadida por la repetición del término «tempestad», que se encuentra hasta cuatro veces a lo largo del cuento, adquiriendo el valor de palabra clave: si no se entiende adecuadamente, el exemplo resulta imposible de comprender. Las cuatro ocurrencias son las siguientes: «Esta es la tenpestad que dizen los omnes», «esta noche me tomó la tenpestad e cavalgó en mí», «¿Dó es aquella tenpestad?» y «¡Loado sea Dios, que me escapó desta tenpestad!».

La insistencia con la que el término se repite aleja cualquier duda acerca de su transmisión o de la precisión con que lo utilizó el autor de la versión castellana; pero ninguna de las acepciones modernas de tempestad arroja ninguna luz acerca del significado que hay que atribuir a la palabra.

En efecto, los 66 diccionarios recogidos en el Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española, desde el vocabulario de Nebrija hasta el de la RAE de 2002, apenas se distancian de las acepciones que todos conocemos, de modo que no resuelven nuestras posibles dudas al respecto6.

Las ediciones del Sendebar más asequibles, citadas al comienzo de este trabajo, González Palencia (1946), Keller (1959), Vuolo (1980), Mª J. Lacarra (1989), Fradejas (1990) y Taravacci (2003) tampoco son muy explícitas, aunque sí que aclaran algo más.

Es Keller el primero que indica en el vocabulario que «tempestad» aquí parece significar demonio y Vuolo se limita a recoger la información de Keller7. Mª J. Lacarra se acerca con más rigor y se pregunta «¿por qué el león confunde al ladrón con la tempestad?», aduciendo que «en el Panchatantra (V, 1) se encuentra una historia similar, donde el papel del león lo desempeña un «rakxasa», divinidad menor entre los hindúes, quien mantiene relaciones amorosas con la princesa»8.

Por su parte, Fradejas añade algunos datos más: «el protagonista es un «rakxasa» (duendecillo o demonio familiar) que enamorado de una princesa la goza, pero ella, pensando en su dolor, dice que el Crepúsculo la atormenta, y el rakxsa cree que es otro ser más poderoso y huye. Se refugia en la cuadra transformándose en caballo. Un cuatrero entra y roba, a oscuras, el caballo que le parece más lucido -el rakxasa transformado- y huye en él»9.

Taravacci, por su parte, se detiene en el relato del Panchatantra, señalando las incongruencias que ya existían en la primitiva versión hindú, a la vez que intenta explicar los escollos sugiriendo que en el arquetipo el temor del león debía ser consecuencia de las características del personaje que lo cabalgaba: sería un ladrón, pero sobre todo un espíritu bastante poderoso10.

Resulta claro que ninguno de los editores resuelve el problema, aunque todos ellos intentan explicar la extraña aventura del león y la tormenta como resultado de una deturpación de las fuentes. Y tal vez sea así. En todo caso, contamos con un doble aspecto: un rakxasa y una tempestad, el rakxasa equivale al hombre de la versión castellana, mientras que la tempestad sería la transformación de Crepúsculo, supuesto espíritu más poderoso que el duendecillo familiar. De este modo, ya tenemos dos seres maravillosos, el duende y el demonio, el león y el hombre-tormenta.

Al establecer su índice de motivos de cuentos españoles medievales, J. Keller y después H. Goldberg, que siguen la numeración de Thompson, añaden un nuevo epígrafe para dar cabida a la situación de nuestro cuento, único testimonio aducido al respecto11: el león piensa que el hombre es un demonio (o tormenta). Es obvio que no nos ayuda este epígrafe para la comprensión del cuento, pues no hace sino repetir lo que el mismo Keller ya había indicado en su edición. Tampoco el Index exemplorum de Tubach añade nada a nuestros conocimientos, pues no recoge ningún caso similar12.




La versión hebrea

La rama oriental del Sendebar está representada en la Península Ibérica por el Mishlé Sendebar hebreo y por el Libro de los engaños e asayamientos. Ambos textos son contemporáneos y reflejan una misma tradición, aunque algún estudioso -como M. Epstein13 considera que es un original hebreo sirvió de base a todos los demás, siendo, en este sentido, el arquetipo en la transmisión, tanto oriental, como occidental (representada por Dolopathos y Septem sapientibus, y sus respectivas familias). Del hebreo pasaría al persa ya en el siglo VI o VII, de éste al árabe y a continuación se difundiría por la Península Ibérica y el occidente europeo: este itinerario es objeto de discusión, pero en nada altera la importancia de la versión de Mishlé Sendebar, documentada ya a comienzos del siglo XIV o quizás antes, y que presenta indudables coincidencias con el Libro de los engaños castellano, quizás debido a la utilización de una misma fuente árabe14.

El Mishlé Sendebar recoge el cuento del «león asustado» en la jornada cuarta del siguiente modo:

Cierta caravana que transportaba ganado marchaba por el camino. Al caer la tarde llegaron a un lugar donde pasar la noche en el desierto, mas de leones y ladrones era sitio. Una vez allí colocaron al ganado dentro de un círculo formado con los fardos que transportaban y ellos se acostaron alrededor de los paquetes15. Se dirigió un león hacia el ganado, pero no pudo entrar para comer de él. Se quedó fuera y rodeó el campamento para encontrar una brecha, mas no la halló. Llegó después un ladrón y encontró al león tendido en el suelo. Alargó la mano, lo palpó y hallólo gordo y fuerte. Se dijo:

-He aquí que he topado con una buena res.

Se montó sobre él. El león se levantó con gran miedo y anduvo huyendo toda la noche hasta que brilló la luna. Entonces el ladrón se dio cuenta de que estaba cabalgando sobre un león, pero temió bajarse pues se dijo:

-No sea que me mate el león.

Siguió cabalgando hasta llegar a un árbol en el bosque, allí alargó la mano el hombre y se agarró de una rama. El león pasó de largo y se encontró con un mono. Cuando vio el mono al león que huía, le preguntó:

-¿Qué te pasa, mi señor, que vas huyendo?

Le contestó:

-Ante un hombre huyo.

-Vuelve conmigo y yo lo mataré, -le dijo.

El león replicó:

-Ve tú delante.

Caminaron ambos hasta llegar al árbol donde estaba el hombre. Tuvo mucho miedo el hombre cuando los vio y divisando un hueco en el árbol se ocultó en él. Subió el mono al árbol para alcanzar al hombre, mas éste alargó la mano y agarrando los testículos del mono se los apretó. Mucho gritó el mono y sus dientes comenzaron a crujir y a rechinar. El león exclamó:

-¿No te lo dije acaso?

Cayó el mono del árbol y se fueron ambos tanto el ayudador como el ayudado.16



Comparada esta versión con la castellana, el primer hecho destacable es la simplificación inicial, que corrobora la exactitud de las correcciones que hemos propuesto: en primer lugar llega el león y, después, el ladrón; no hay más que un solo malhechor. En segundo lugar, ha desaparecido la tormenta, lo que a su vez provoca que el miedo del león resulte poco justificado: se puede hablar de un empobrecimiento de la causalidad, quizás debido a la incomprensión del original. En este sentido, también el desenlace de la versión hebrea resulta más pobre, dada la simplificación que se ha producido desde el inicio del relato, al identificar dos elementos (la tempestad y el hombre) en un solo personaje (el hombre), con la consiguiente destrucción de la ambigüedad y pérdida de la tensión que podría suponer la presencia de un elemento incontrolable, sobrenatural, como es la tempestad.

Todo ello nos lleva a una primera conclusión: en modo alguno podría haber derivado el cuento castellano de la versión hebrea contenida en el Mishlé Sendebar, ya que éste supone el empobrecimiento de detalles que se mantienen aún en el texto castellano, en remota coincidencia con el Panchatantra.

El cuento hebreo, sin embargo, es de una gran claridad.




Otros textos

Pero antes de continuar, tenemos que hacer un breve excurso acerca de torbellinos, tormentas y diablos.

Uno de los últimos textos franceses en verso de tema artúrico es Les Merveilles Rigomer, obra de un desconocido Jehan de mediados del siglo XIII. Al igual que alguna otra obra del mismo género, destaca por la inclusión de elementos procedentes del folclore rural y pagano, como puede ser la concepción de una naturaleza de carácter animista, el temor a los muertos o la creencia en diosas madres, según ha estudiado M.-L. Chênerie17. Pues bien, este roman cuenta cómo Agravaín el Orgulloso, hijo de Lot y Morcadés y por tanto sobrino del rey Arturo, logró rescatar a la dama de Robert del Albergue Solitario («Sotain Herbert»), que había sido arrebatada por un torbellino encantado para que se esposara con un personaje del Otro Mundo (vv. 8213-8436)18. El episodio recuerda vagamente el rapto de Perséfone por Hades y su estancia en los Infiernos. Pero lo que nos interesa ahora es la relación del torbellino con una divinidad del Más Allá.

Otro relato, de características muy diferentes al que acabamos de aludir, es el Libro del Cavallero Zifar. En el episodio del Caballero Atrevido se habla del Lago Solfáreo (o Sulfúrico), cuyas aguas hierven al recibir las cenizas del traidor Nasón, a la vez que se levantan vientos y se oyen voces procedentes de sus profundidades. El protagonista del episodio se convierte en señor del lago y de la rica ciudad sumergida gracias a su relación con la dama del lugar, con la que tendrá un hijo, Alberto Diablo. Naturalmente, existe una prohibición, la de hablar con el resto de la gente que habita aquellas profundidades; y, como es previsible, el caballero no respeta la prohibición, lo que hace que la dama adquiera aspecto de diablo y expulse al transgresor y a su hijo:

E tomó un viento torbellino tan fuerte al cavallero e a su fijo, que tan bien por allí los sobió muy de rezio e dio con ellos fuera del lago çerca de la su tienda.19



Los torbellinos mantienen frecuentemente una estrecha relación con los diablos, como hemos visto en estos dos episodios. Los ejemplos se pueden multiplicar sin esfuerzo; así, en la Continuación de Perceval, de Montreuil, el rey de la Ciudad Desierta hace desencadenar una terrible tempestad, por medio de los demonios, para acabar con Gornemans de Goort, porque éste había hecho caballero a Perceval, dándole una serie de consejos que si fueran puestos en práctica harían que se anularan las obras del demonio.

La asociación de diablos y tormentas es habitual en los textos; cualquier sonido desagradable se asocia con el demonio, y los truenos reúnen todos los requisitos necesarios. Por eso no extraña que las estatuas antropomorfas de bronce se muevan o hablen debido a un diablo que tienen dentro y que no siente compasión alguna a la hora de provocar tormentas y tempestades, de las que suele formar parte20.

Y en cuanto a la fuerza del viento, o del torbellino en cuestión, depende de la categoría de los demonios que lo han provocado y de las necesidades narrativas del autor.




El mundo de las creencias

Es creencia muy extendida en todo el mundo que un ser maligno cabalga sobre el viento; en algunos lugares, incluso, se llegan a designar los torbellinos de viento o los remolinos con denominaciones que aluden a la «vieja», ser funesto que amenaza vidas y haciendas (Rohlfs, 79 y ss. especialmente, pp. 86 y ss.) y se puede afirmar que uno de los atributos de las brujas es el de cabalgar las nubes y producir tempestades21.

En algunos lugares se considera que los remolinos que levantan el polvo en figuras caprichosas, que giran sin cesar y esparcen la cosecha no son otra cosa que duendes malévolos, y para acabar con ellos basta con arrojarles una hoz o un cuchillo, según atestigua el Schweizerisches Idiotikon:

El remolino es considerado como efecto de una bruja que se encuentra en su centro, la llamada Windsbraut («Novia del viento») o Wind-häx («Bruja del viento»); si uno logra echar un cuchillo abierto, una hoz o simplemente un gorro en el centro del remolino, éste se atenuará.22



Y según afirman algunos, el remedio debe ser efectivo, a juzgar por las consecuencias:

Algunas personas mayores pretenden haber visto tales hoces, que estaban teñidas de rojo por la sangre de la bruja, que habían matado.23



El nombre de esos seres juguetones o vengativos varía de unas regiones a otras, pero suele asociarse a la idea de «espíritu loco» (follet en Cataluña y parte de Aragón y del sur de Francia) y «bruja», pero también se encuentra con cierta amplitud la identificación del remolino con el alma de alguna mujer muerta en el parto sin confesión, dando lugar a otro tipo de denominaciones. Estas formas o sus variantes se encuentran por todo el occidente europeo, y no faltan en parte de España.

En efecto, en una amplia zona que abarca los límites de las provincias de Zamora, León, Valladolid (casi toda la provincia), Palencia, Salamanca, Ávila y Segovia, el «remolino» recibe el nombre de «bruja»; en el norte de Burgos, incluido el Condado de Treviño, el mismo viento se llama «maripajuela», denominación que con algunas variantes se encuentra en la región navarro-aragonesa y en parte de La Rioja, denotando un claro origen mixto lingüístico vasco-castellano. (ALCL, 194). Bastará recordar al respecto que en el folclore vasco Mari es la divinidad de la Naturaleza, una especie de bruja que provoca tormentas, equivalente en cierto modo al Nuberu asturiano y, en la misma región, el viento que llega del sur recibe el nombre de Sorguiñaiza, es decir, «viento de brujas»24.

En cuanto al follet, catalán y aragonés, sirve tanto para designar a un espíritu, una especie de duende, como a los remolinos del viento.

Lo importante, en todo caso, es la personificación del viento, la pervivencia del carácter dañino que tiene ese ser y la amplísima difusión que tuvo en todo occidente la creencia de que en el viento y entre las nubes había un espíritu maléfico.




Sendebar, otra vez

Señala Fradejas que la versión del Libro de los engaños es más lógica que la contenida en el Panchatantra, aunque no le parece lógico el temor del león, que se explicaría a su modo de ver considerando la posibilidad de que Crepúsculo fuera un duende de jerarquía superior al pobre rakxsa. Para este investigador, el texto ha sufrido una deturpación que lo ha mejorado.

Si las consideraciones que propongo son acertadas, resultará indudable que el cuento que nos ocupa ha sido construido sobre la ambigüedad y el equívoco: el ladrón se equivoca y confunde una bestia con una fiera (una mula con un león, si se prefiere); el león, por su parte, confunde a un hombre con un diablo. El descubrimiento de la realidad supone el terror por ambas partes. Sólo el mono no se equivoca, pero su seguridad, su prepotencia le supone la muerte al revelar la verdad.

Para que el juego de la ambigüedad sea posible, es necesario apoyarse en la capacidad metafórica que lleva en sí el término «tempestad»: no me parece arriesgado deducir que, para el autor de la versión castellana, la idea de la tempestad llevaba implícita la existencia de ese espíritu maligno. Y si el autor de la versión castellana pensaba de este modo, su público no desconocería las connotaciones del vocablo.

Surgen aquí nuevas posibilidades: que los oyentes no sólo supieran que la tempestad va acompañada de un ser maligno, sino que admitieran semejante creencia, aceptándola por tanto como algo real, en cuyo caso la tensión provocada entre el público sólo se vería aliviada con una salida cómica o burlesca: la muerte del mono cumple esa función no tanto por el hecho de que muera como por la forma en que muere.

Otra posibilidad es que la creencia estuviera ya en retroceso y que la mayor parte de los presentes la conocieran, aunque no participaran de ella: el cuento se transforma entonces en una narración de carácter cómico, pues la situación planteada carecería de toda verosimilitud, convirtiéndose en una burla grotesca: los errores, el miedo del león, la muerte del simio...

Evidentemente, considero que el público estaría más cercano de la primera posibilidad. Siendo así, el cuento se revela como una construcción perfecta desde el punto de vista del suspense, de la creación del clímax y del consiguiente desenlace.

En efecto, el primer segmento establece la situación y las razones de que se encontraran en la aldea el recuero y el león; además, se indica que era de noche y que llovía mucho, con lo que se plantean las circunstancias necesarias para el resto: la oscuridad impedirá que se vean, permitiendo uno de los errores; la tormenta facilitará el otro equívoco. La lluvia, pues, no es superflua para comprender el cuento.

Llega el león, se producen los dos equívocos de forma casi simultánea, con una extraordinaria rapidez narrativa. Apenas han bastado dos frases para conducir al lector -al público- a la máxima tensión, que se condensa en las palabras del león.

Vendrá luego el amanecer, pero con la luz no finaliza la confusión: el miedo ya está dentro de los personajes, es resultado de la subjetivización de los acontecimientos, y muy probablemente el público -a estas alturas del relato- no podría sino temer lo peor. Es en este momento cuando aparece en escena el mono, que intenta saber lo ocurrido, lo que le lleva a participar en la acción.

El desenlace que se había iniciado con la huida del hombre, se interrumpe con la intervención del mono que pregunta por la tempestad, atrayendo de este modo la desgracia sobre sí mismo. De forma rápida, en medio de otro cambio de perspectiva, pues ahora el autor vuelve a la objetividad, se produce el desenlace, fatídico para el simio: el punto de vista objetivo exige realismo y verosimilitud, y eso es lo que encontramos ahora, incluyendo la utilización de un léxico inequívoco.

El león huye pensando en la tempestad. El hombre ha vencido con la ayuda de Dios sobre un enemigo muy superior.

Ahora se comprende el texto en cada una de sus palabras, en su pormenorizado proceso de construcción lógica y en la necesidad de ciertas ambigüedades para lograr la tensión necesaria y, con la tensión, la enseñanza.

El autor nos ha deleitado y hemos aprendido; ha cumplido con su deber.







 
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