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Esteban Torre, un humanista de nuestro tiempo

José Antonio Hernández Guerrero


Universidad de Cádiz

A los que conocemos al profesor Esteban Torre Serrano, a los que hemos seguido su trayectoria profesional y académica, y, sobre todo, a los que hemos leído su amplia obra científica y literaria, no nos sorprende una afirmación -simple y profunda- que suele repetir con cierta frecuencia: «Hay que ver la belleza que encierra la palabra científica y el rigor que exige la palabra poética». En nuestra opinión, esta breve frase del intelectual sevillano -mezcla de sabiduría y de sensibilidad- contiene la razón honda que justifica su intensa y su dilatada vida dedicada a la Medicina, a la Lengua y a la Poesía. Esta es la clave que explica su decisión de estudiar Ciencias y Letras en la Universidad de Sevilla, de investigar en París, en Hamburgo y en Frankfurt, y de especializarse en Cirugía, Psiquiatría, Ginecología, Lingüística, Teoría de la Literatura, Literatura Comparada, Métrica y Traducción.

La explicación de su apasionada y, al mismo tiempo, rigurosa dedicación a unas actividades en apariencia tan distantes como el ejercicio de la Medicina, de la investigación científica, de la crítica literaria, de la docencia universitaria y de la creación poética radica en su pretensión de saber mucho -casi todo- sobre el hombre: él quiere conocer al ser humano por dentro y por fuera, y es que este pensador y crítico de personalidad compleja disfruta indagando raíces, analizando palabras y relacionando ideas. No podemos perder de vista que Esteban Torre es un científico dotado de una gran penetración intelectual; es un políglota que indaga en el alma de las lenguas; es un agudo crítico que penetra en el fondo secreto de los textos y, sobre todo, es un artista dotado de una exquisita sensibilidad y un poeta que crea mundos fascinantes1. Si sus múltiples trabajos de investigación parten del supuesto de que el saber científico es una clase de discurso, en sus clases de Teoría de la Literatura explica cómo las diferentes ciencias e, incluso, las técnicas se apoyan en el lenguaje.

Impulsado por ese afán de conocer al hombre -la mente y el cuerpo- no sólo ha estudiado Anatomía, Biología y Psicología, sino que ha profesado las tareas asistenciales en la Ciudad Sanitaria «Virgen del Rocío» de su Sevilla natal y en Mbaise Join Hospital de Nigeria, centros en los que ha ejercido como cirujano. Ha investigado en los Estados Unidos, en Gran Bretaña, en Alemania, en Francia, en Italia, en Bélgica, en Holanda y en Nigeria; habla y escribe inglés, francés, alemán y ruso. Ha recorrido todo este itinerario académico y profesional con la intención de descifrar, en la medida de lo posible, el misterio humano.






Un científico

Esta vocación por penetrar en el misterio humano y por descubrir los secretos de la Medicina orientó sus estudios de las obras de las principales figuras de la historia de la ciencia y del arte de curar al hombre enfermo. Entre los frutos de este dilatado proceso de investigaciones podemos destacar, por ejemplo, su obra titulada Averroes y la ciencia médica: la doctrina anatomofuncional del «Colliget»2. Se trata del análisis crítico de una figura que, a pesar de ser de las más representativas del pensamiento medieval, sólo era conocida parcialmente a través de sus Comentarios filosóficos. Gracias a la publicación de esta obra, podemos tener acceso a una rigurosa traducción de los libros I y II del Tratado universal de Medicina, precedida de un estudio analítico de su doctrina antropológica.

Los especialistas, tanto de las ciencias médicas como del pensamiento lingüístico y literario, han prestado especial atención a esta edición y al agudo estudio del Examen de ingenios para las ciencias de Juan Huarte de San Juan3, y han destacado no sólo la exhaustiva información que ofrece sobre la biografía y bibliografía de este eminente doctor nacido alrededor de 1530 en San Juan de Pie de Puerto, sino que, sobre todo, han valorado el análisis del contenido y del estilo de este libro científico y literario que, por estar dotado de una profunda penetración psicológica, de una notable hondura expresiva y de una considerable altura estética, constituye el punto de partida de numerosas obras humanistas.

Tras el análisis de estas obras, Esteban Torre decide investigar en las fuentes de las teorías lingüísticas y literarias del Renacimiento español y centra su atención en las aportaciones teóricas que los autores científicos de esta época hicieron sobre el lenguaje como vehículo del pensamiento científico, como instrumento de comunicación social y como expresión ensoñadora de belleza. Sus trabajos sobre los tratados de Gramática, Poética, Retórica, Comentarios, Prólogos, Cirugía, Matemática, Astrología y Música, de unos autores tan prestigiosos como, por ejemplo, Gómez Pereira, Juan Huarte de San Juan y Francisco Sánchez el Escéptico, considerados como precursores de Bacon y de Descartes, nos descubren la importancia que alcanzó la reflexión sobre el lenguaje en nuestra época áurea y la notable contribución del pensamiento español a la cultura de Occidente4. Impulsado por su permanente afán de penetrar en el contenido humano de la ciencia y de descifrar el carácter científico del conocimiento literario, tomó la decisión de convocar unos «Simposios interdisciplinares de Medicina y Literatura» en los que cualificados especialistas de las diferentes materias han analizado y debatido las relaciones que, a lo largo de nuestra dilatada tradición occidental, se han establecido entre la Medicina, la Retórica, la Poética, la Pintura, la Escultura y, de manera preferente, los diferentes géneros de la creación literaria5.




La investigación métrica

Es comprensible que, debido a su agudo instinto literario, a su encendido entusiasmo por la belleza y a su esmerado aprecio por el rigor de la palabra, centrara su atención en el estudio de la poesía y que, de una manera más concreta, se consagrara a la investigación y a la enseñanza de la Métrica. A partir de su convicción de que los recursos métricos no son elementos meramente decorativos sino que, por el contrario, son unos instrumentos a través de los cuales el poeta expresa los acordes emocionales de su alma, Esteban Torre nos explica cómo las rimas y, sobre todo el ritmo, constituyen unos privilegiados vehículos de la sensación del tiempo y del sentimiento del recuerdo. En sus clases, en sus conferencias e, incluso, en las conversaciones con colegas, hemos escuchado cómo, una y otra vez, explica que la rima es una manera de canalizar la fantasía y una forma de controlar la marea verbal. Con una sorprendente claridad, y a través de ilustrativos ejemplos tomados de nuestra tradición literaria, nos ha mostrado cómo esa repetición de secuencias sonoras constituye unos misteriosos puentes, no sólo de sonidos, sino también -como ocurre con la buena música- de conceptos, de imágenes, de sensaciones y de sentimientos.

En sus Fundamentos de poética española6, obra eminentemente didáctica, dirigida inicialmente a los estudiantes de Filosofía y Letras y a los de Filología, sienta los fundamentos teóricos imprescindibles para alcanzar la comprensión del texto literario y para lograr, por lo tanto, el objetivo específico de la Poética. Esta obra, producto de un dilatado proceso de examen crítico de los principales tratados de Métrica7, está ilustrada con ejemplos de textos cuidadosamente seleccionados entre las creaciones de poetas contemporáneos de España y de Hispanoamérica. En El ritmo del verso8 integra las aportaciones de los estudios del ritmo provenientes de la Teoría Métrica, de filiación estructuralista y generativista, y los resultados de las investigaciones de la Fonética Acústica, de base experimental. Sitúa el punto de partida en los conceptos rigurosos que proporcionan las cualidades físicas y, por tanto, mensurables, del sonido, como la intensidad y el tono, caracterizados como factores constitutivos del acento silábico. Especial importancia alcanza, a nuestro juicio, sus rigurosos análisis de las bases sobre las que se fundamentan el cómputo silábico y la distribución acentual en el verso español moderno. En su Métrica española comparada9 emprende la difícil tarea de dilucidar y de simplificar algunas de las cuestiones conflictivas que plantea la definición fundamentada de los procedimientos métricos y, en concreto, de las nociones de «verso», «pie», «sílaba» y «acento». Sus agudos análisis y sus rigurosas propuestas, apoyadas en el examen de los fundamentos fonéticos y fonológicos del ritmo10, arrojan una notable luz a unos conceptos que, como es sabido, han sido sometidos frecuentemente a unos enfoques dispares o a unos planteamientos contradictorios. La gran aportación de Esteban Torre estriba, a nuestro juicio, en la oportuna comparación que establece entre los modelos métricos más utilizados en lengua española y los esquemas rítmicos que se siguen en otras literaturas.

Junto al profesor José Domínguez Caparros, es cofundador y codirector de Rhythmica, Revista Española de Métrica Comparada, sin duda alguna, la primera publicación especializada en lengua española que, desde la aparición de su primer número el año 2003, ha alcanzado un reconocimiento generalizado entre los investigadores internacionales más acreditados. Este mismo año salió a la luz el primer anejo de la revista, una edición facsímil de la Prosodia castellana y versificación, de Eduardo Benot (1892), obra que consta de siete libros, distribuidos en tres tomos en 4° mayor y que, como nos indica Esteban Torre en su detallada y extensa «introducción», «es el tratado más extenso y completo de cuantos hasta el momento se habían escrito sobre métrica española»11.




Especialista en la traducción

Sus tempranas decisiones de estudiar idiomas y de especializarse en traducción no fueron impulsadas solamente por unas razones pragmáticas determinadas por la necesidad de obtener información de las fuentes bibliográficas en las que nutrir sus tareas profesionales, sino que estaban determinadas también por su profunda convicción de que, en estos momentos de revolución científica y tecnológica, de crisis sociales generalizadas y de cambios profundos ideológicos -en las que las fronteras políticas y las barreras económicas se disuelven, los vehículos de transporte acercan los pueblos y los medios de comunicación aproximan a las personas- la traducción adquiere una importancia y una urgencia decisivas. Esteban Torre ha expresado de manera reiterada su tesis de que la situación política, económica y cultural de nuestro mundo contemporáneo, determinada por las continuas relaciones y por los múltiples intercambios de los pueblos, exige un servicio solvente de trasvase de ideas y de experiencias, que esté garantizado por unas traducciones rigurosas y claras.

Por otro lado, nos advierte además que, en el ámbito de las ciencias humanas -y más concretamente en la Filología y en la Lingüística12-, como consecuencia de importantes aportaciones teóricas, metodológicas y tecnológicas, se han producido profundas mutaciones y, a veces, sentimos la impresión de que nos estamos moviendo sobre un terreno pantanoso en el que la estructura de nuestra civilización se mueve y de que, por lo tanto, es necesario profundizar hasta alcanzar un subsuelo firme en el que podamos asentar unas bases más seguras. Para conciliar en el momento presente tanto el pasado como el futuro, «no tenemos más remedio -suele repetir- que propiciar el regreso a las esencias originales y, para ello, revisar y traducir los textos que sirvieron de fundamento a nuestra cultura occidental».

Sus quehaceres como Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada han determinado, como es natural, que orientara sus estudios hacia la traducción literaria, una tarea peculiar para la que no son suficientes unas reglas técnicas «que permitan trasvasar automáticamente un texto poético escrito en verso de una lengua a otra». Y aunque reconoce su dificultad, defiende que la poesía -y en concreto, la poesía escrita en verso- puede traducirse trasladando tanto los contenidos semánticos como sus procedimientos formales13: «la traducción de la poesía lírica -son sus palabras- ha de efectuarse respetando, de la manera más estricta posible, los moldes métricos de la composición ya que de lo contrario los elementos rítmicos quedarían excluidos del dominio de la equivalencia textual»14.

Sus teorías están avaladas por sus múltiples traducciones de textos pertenecientes a diferentes lenguas tanto antiguas como modernas. Del Libro de Job15, por ejemplo, realiza una versión libre y abreviada en prosa y en verso castellano a la que añade algunas composiciones propias. En esta traducción podemos advertir cómo Esteban Torre, no sólo penetra en el fondo del texto para extraer la sustancia más enjundiosa, sino que, además, nos descubre las sutiles resonancias que cada término despierta en su sensibilidad de poeta. Como ilustración podemos leer el siguiente fragmento:

Hubo una vez un tiempo en los que los hombres se abismaban mirando a las estrellas. Se admiraban, y se atemorizaban, ante la enorme distancia de los astros, ante el vacío y la luz, el fuego y la oscuridad. Se veían a sí mismos, irremediablemente inmersos en tanta soledad, en tanta sinrazón, en tan inescrutable misterio. Pero, entre millares de seres enloquecidos, víctimas de la desesperanza y del absurdo, había un hombre llamado Job, que vivía feliz y confiado, porque sabía encontrar en las estrellas la mano acogedora del Todopoderoso.


(pág. 7)                


En la obra La poesía de Grecia y Roma. Ejemplos y modelos de la cultura literaria moderna16, nos propone «una lectura, y a su vez nos invita a la lectura de algunas de las más logradas creaciones de los mejores poetas de Grecia y Roma» -como Homero, Hesíodo, Safo, Píndaro, Sófocles, Teócrito, Pseudo-Anacreonte, Catulo, Virgilio, Horacio, Tibulo, Propercio, Ovidio y Pseudo-Ausonio-. Junto a los textos griegos y latinos -poemas y fragmentos que, dotados de sentido, constituyen unidades poemáticas completas-, nos ofrece sus respectivas traducciones en verso que logran ser fieles tanto al discurso de la lengua original como a las convenciones métricas y a las peculiaridades lingüísticas de la lengua castellana. Esta edición bilingüe: griego/español y latín/español -«prolongación viva y palpitante de aquella maravillosa poesía»- es una adaptación al castellano actual que, sorprendentemente, conserva toda su original belleza. Otro ejemplo ilustrativo de su destreza traductora nos la ofrecen sus versiones de Charles Baudelaire, Paul Verlaine17, Rimbaud, Mallarmé18, Friedrich Hôlderlin19 y Fernando Pessoa20.

Una visión panorámica de su peculiar concepción podemos lograrla en su obra Teoría de la traducción literaria21, en la que analiza las nociones de «arte» y «ciencia» -teoría y práctica de la traducción-, esboza los principales hitos históricos de las reflexiones teóricas y ofrece un amplio panorama de las realizaciones más importantes de la Antigüedad -los tárgumes, la Versión de los Setenta, la Vulgata-, de la Edad Media -la Escuela de traductores de Toledo, la Escuela alfonsí-, de la Edad Moderna -Lutero y Fray Luis, las reflexiones de J. Luis Vives, la versión española del «Libro del Cortegiano»- y proporciona una muestra de las directrices contemporáneas. Apoyándose en los fundamentos biológicos y lingüísticos de la actividad traductora, desarrolla un minucioso estudio de los distintos procedimientos y de las diferentes formas de la traducción. Considera conjuntamente tanto los aspectos que se refieren a «la acción de traducir» -al proceso de la traducción- como a los relativos a su efecto, al resultado de esa compleja tarea de verter un texto de una lengua a otra.




El análisis crítico

Esteban Torre es un lector concienzudo que penetra en los textos literarios para identificar los secretos más íntimos de sus misteriosas entrañas22, para captar sus resonancias y para desvelar los múltiples mensajes que encierran. Cauto, ocurrente y sagaz, en sus comentarios aplica su notable caudal de erudición y patentiza el compromiso ético que ha contraído con su profesión. Su concepción de la crítica está alejada tanto de las técnicas «taxidermistas» que se limitan a desmenuzar los textos -a retirarle la piel, a encontrar la médula, a seguir el curso de cada arteria y de cada vena, y hasta sacarle las entrañas-, como de las ingenuas prácticas intuitivas que se conforman con descubrir las resonancias personales. En sus clases insiste una y otra vez que el crítico ha de ser capaz de aplicar unas fórmulas válidas para que las obras literarias recobren la vida. A través de ejercicios prácticos, se esfuerza por inculcar a los alumnos la convicción de que leer no es sólo desmenuzar y reconstruir un texto sino, también, recrearlo y recrearse. Con el fin de que podamos captar la naturaleza profunda de los textos literarios, nos advierte que escribimos y leemos con todo nuestro ser y con todas nuestras facultades: con el cuerpo y con el espíritu, con los sentidos, con las emociones, con la imaginación y con la razón.

Todos sus análisis terminan con una recomendación: que deberíamos leer más pero, sobre todo, que deberíamos leer mejor. De esta manera -nos explica- ensancharíamos nuestra vida con ese mundo imaginario que nos ayuda a compensar la pobreza de la vida cotidiana. La existencia humana se enriquece cuando somos capaces de gozar de las creaciones del arte, de la pintura, de la escultura, de la música y, sobre todo, de la literatura.

Sus comentarios críticos se apoyan en una concienzuda indagación filológica23. Para él, el término «filología» no sólo significa -como afirma la mayoría de los manuales- el conjunto de técnicas de análisis históricos de los textos escritos, ni siquiera el estudio científico de las lenguas. Para él, la «filología» es -también y sobre todo- el amor agradecido, responsable y fecundo al «logos», que es palabra, pensamiento y emoción. «Filólogo» es quien se entrega inteligente e incondicionalmente al verbo hecho voz, dibujo y vida; es el que se dedica al lenguaje humano, ese instrumento que nos proporciona una experiencia inédita de la realidad; esa herramienta que, dotada de un extraordinario poder de transformación, nos pregunta y, al mismo tiempo, nos responde, nos ofrece ayuda y nos suplica auxilio.

Esteban Torre, como filólogo, lee y relee a los autores clásicos porque, según confiesa, le proporcionan nuevos impulsos; lo inquietan, lo interpelan y lo estimulan para que respire el aire libre del pensamiento y para que se sumerja en el mar abierto de la fantasía. Cada una de las palabras de esos textos -que, al cabo del tiempo, conservan la lozanía de la flor recién cortada, el olor del pan que acaba de salir del homo y el alimento de la fruta que aún pende del árbol- son fecundas simientes que, iluminando las cuestiones de más palpitante actualidad, penetran en nuestras entrañas, germinan y producen frutos gratos y provechosos.

Por eso él suele afirmar que, cuando se orienta por el camino de la «filología» -del amor a las palabras- elige la senda de la razón, de la armonía, de la coherencia y de la unidad. Su decisión por la «filología» es un gesto afirmativo y un «sí» categórico a la palabra. Haciendo una profesión de fe en el poder liberador de la palabra, Esteban Torre, con su vehemencia encendida y con su rigor lógico implacable, nos invita con entusiasmo a las aventuras del trabajo mental, a la lectura y a la escritura, al diálogo y a la conversación, al pensamiento y a la acción. Reivindica la Filología como el medio privilegiado para interpretar la realidad, como el instrumento eficaz para el mutuo entendimiento y como el cauce seguro para la humanización: como una generosa y urgente llamada al encuentro y a la vida, e, incluso, como la senda más segura para hacer sensible lo misterioso de los sucesos ordinarios y como el camino más directo para descubrir las entrañas profundas en el ilusorio paraíso de lo cotidiano. Partiendo del principio de que la literatura -la buena literatura- humaniza la vida, concluye que el conocimiento a fondo de los clásicos y de las Escrituras contribuye de una manera decisiva a la pervivencia actual de la sensibilidad artística y de la conciencia moral. No debe extrañamos, por lo tanto, que declare abiertamente que la lectura placentera y reflexiva de las obras maestras nos ayuda a defendemos de los ataques permanentes de la vulgaridad estética de la sociedad y de la brutalidad política de los poderosos, de la ordinariez ambiental y de la crueldad institucional.

Sus análisis críticos están avalados, además, por su exhaustiva preparación lingüística. No podemos olvidar que accedió a la enseñanza universitaria tras opositar a la plaza de «profesor adjunto de Lingüística General y Crítica Literaria». Su trabajo sobre «El campo semántico de la duración existencial en las Soledades» nos puede servir de prueba ilustrativa de la manera rigurosa con la que aplica las teorías lingüísticas contemporáneas a la crítica de las creaciones literarias. Concienzudo y tenaz, Esteban Torre es un buscador de palabras pero, sobre todo, es un indagador de sentidos; es un investigador que recurre a la Filología y a la Poética clásicas para explorar, para iluminar y para tomar conciencia del profundo sentido humano, para desvelar sus misterios y para señalar caminos inéditos en la ciencia y en el arte de comentar los textos literarios24.

Como titulado en Psiquiatría, era de esperar que aprovechara sus conocimientos para penetrar en los sentidos profundos de las composiciones poéticas y para rastrear en el mundo de las imágenes inconscientes y, de manera más concreta, para identificar ocultas redes de las asociaciones obsesivas25. No podemos perder de vista, sin embargo, que, en sus comentarios críticos que tienen por objeto textos de autores clásicos y contemporáneos26 de los diferentes géneros y de distintos estilos, emplea una amplia variedad de las teorías vigentes en la actualidad -como, por ejemplo, la estilística27, la hermenéutica28, la estética de la recepción, la temática29, la tematología30- y las técnicas de la literatura comparada31.




Intelectual riguroso y apasionado

Su pasión desbordada por el conocimiento científico, su interés desmedido por la información histórica, su avidez irreprimible por la lectura, su incansable afán por los análisis críticos, sus insaciables ganas por disfrutar de todas las artes y su ansia incontenible por degustar la vida, nos demuestran que las ciencias y las letras, el arte y la técnica, la contemplación y la acción, la seriedad y la alegría, el trabajo y el recreo, la vida buena y la buena vida integran dos dimensiones compatibles entre sí o, quizás, dos caras de la única existencia humana.

Con su discurso profundo, en el que desdobla bellamente la palabra científica y la poética, nos propone unas sabias recomendaciones para que todos abordemos ese diálogo interior sobre los asuntos que nos conciernen y que, a veces, nos laceran. La literatura es una lectura profunda de la vida, y la vida es una manera intensa -más consciente, más plena y más humana- de vivir la literatura. Partiendo de estos principios nos insiste una y otra vez que tratemos de evitar esa tentación en la que, de manera reiterada, ha sucumbido la literatura y, de manera más radical, algunas teorías literarias: replegarse en su esencia y encerrarse en su torre de marfil.

Posiblemente la raíz profunda de su pensamiento estribe en su convicción -que algunos interpretan como hiperbólica- de que no hay filosofía, ni ciencia ni poesía sin cierta carga de rebelión. Así formulada su propuesta sobre la naturaleza íntima -humana- de la ciencia y de la literatura, paradójicamente, puede parecer que encierra una defensa o un ataque pero, en nuestra opinión, constituye una interpelación, una afirmación y una llamada a la responsabilidad crítica de los intelectuales.




La potente voz poética

La consideración de su obra creativa constituye otra de las vías imprescindibles para interpretar el sentido de su trayectoria personal y profesional. Su palabra poética -su potente voz lírica- imanta no sólo su investigación lingüística sino también explica su aventura vital: es una de las claves para interpretar el recorrido que ha seguido su permanente cuestionamiento de los procedimientos poéticos y su intensa búsqueda del sentido de la realidad humana. Su poesía -clave para examinar todos los fragmentos de su dilatada experiencia- es una manera de reconocerse a sí mismo. La lectura de los versos pone de manifiesto, no sólo la exuberante riqueza sonora, sensitiva y sentimental de la poesía de Esteban Torre, sino también el insondable misterio de la contradicción de la vida y de la muerte humanas, de la pena y de la bendición, de la carestía y de la abundancia. Su libro Y guardaré silencio le sirve a él y a nosotros, los lectores, para recuperar unas sensaciones perdidas y para disfrutar de unas emociones olvidadas. La siguiente composición nos puede servir de oportuna ilustración de la densidad, de la expresividad y de la cadencia rítmica de sus versos:




«En un brumoso sueño»


No sé. No sé cómo empezar. Me duelen
las piernas y los ojos. Tengo sueño.
Y, luego, vuestra risa... Sé que os hablo
quizás en un idioma sin sentido.

Ah, si pudiese triturar mi lengua
para lograr una palabra sola,
clara como el amor. Pero dejadme,
por caridad, que os hable, verso a verso.
Oficinistas, carpinteros, hombres
con automóvil o con el palustre,
sacerdotes católicos, dejadme
abrir mi soledad. ¿Sabéis vosotros
lo que es llevar la muerte a las espaldas,
sentirse irremediablemente dentro
de este vivir indispensable y único?

Os miro tan serenos, tan pensando
en vuestras cotidianas diversiones,
en vuestro trabajar de cada día,
en vuestras soledades, tan serenos...

Qué bien os viene el mundo. Digo a veces:
estos hombres ignoran que están vivos
y que van a morir.

Y es a vosotros
a quienes pido la limosna mínima
de escuchar mis palabras, la limosna
que necesita un pobre hombre, hundido
en un brumoso sueño que le apaga
los ojos y la vida lentamente.32


Esteban Torre es un poeta que, con sus versos nos induce de diferentes maneras a pensar que somos unos niños eternos que no cesamos de jugar; que seguimos sorprendiéndonos con los continuos descubrimientos que hacemos durante toda nuestra existencia; que disfrutamos volviendo al revés un mundo que tantas veces nos resulta soso, aburrido y desangelado; que nos divertimos inventando mundos y transformando, en insólitas y luminosas, las tareas sombrías y anodinas. Su obra poética es, sobre todo, un grito que reivindica la libertad:




«No»


Triste, y el pensamiento en ascuas, puse
mi pluma de oro en el papel timbrado
de un bloque de recetas -Dr. Torre,
especialista en varias cosas-. Hice
duros esfuerzos para despertarme
de ese piadoso sueño que me apaga
los ojos y la vida, como dije
hace ya muchos años. Y, entre brumas,
por entre la neblina del fracaso
-aún no del todo, desgraciadamente,
irreversible- de mi vida, tuve
la sorprendente audacia de creerme
-y os juro que lo creo en este instante-
libre, persona, fuerte, como un niño.
Libre, como lo he sido y puedo serlo.
Libre como persona, libre, y áspero
como una fruta dulce y fuerte y viva.
Sí, tuve en la garganta, entre la niebla
irremediable de mi vida, un no.
Y tuve fuerzas para decir no
y escribir no, gritándolo y uniéndolo
al despertar unánime de cuantos
sienten el ansia de libertad.


(pág. 53)                


Su obra poética transfigura la experiencia fragmentaria del vivir cotidiano en una creación polícroma y armónica, en una obra nueva y renovadora dotada de una alta dignidad artística. La fusión entre la literatura y la existencia, entre la lucha vital de una historia concreta y la tensión espiritual que esta genera, hacen que su escritura sea la interpretación de una vida consciente, plena e intensamente vivida.

Si tomamos en cuenta que, para él, escribir es cometer una travesura hasta sus últimas consecuencias literarias, sus obras constituyen el reflejo de su propia manera de pensar, de soñar, de amar y de vivir. Esteban Torre -que vive y respira en un ambiente letrado- es un conocedor de las formas literarias; es un lector y un reinventor, que contempla, con atención y con fruición, las grandes historias y las menudas anécdotas. Es un hombre lúcido y libre, que ha alcanzado una sorprendente madurez, que sabe y hace lo que quiere hacer; que sabe y no hace lo que no quiere hacer. Su fantasía, su fuerza seductora y su dominio de la lengua nos invitan a doblar la esquina rutinaria de la vida, nos crea momentos mágicos de poesía ejerciendo sobre la imagen tópica de la realidad una distorsión que convierten el mundo convencional de aparente cotidianidad en un mundo único. Con sus textos sugerentes, soplos de un viento libre, despistado y vagabundo, nos anima para que nos decidamos a emplazamos en escenarios -espaciales, temporales y sociales- distintos. Es un estudioso, un investigador, un pensador, un apasionado y apasionante creador.

En su mirada convergen, como afluentes generosos, la acción de todos sus sentidos: el olfato, el oído, el gusto y, sobre todo, el tacto. Por eso en sus escritos descubre la sustancia de los objetos, traspasa los límites sensibles a los sucesos, desnuda de disfraces y de caretas a las personas, penetra en el fondo oculto de la mente, trasciende las apariencias engañosas de los gestos, interpreta el significado de las palabras, se apropia de las esencias de los objetos, crea y recrea paisajes, construye y reconstruye mundos.

Esteban Torre, apasionado contemplador de la naturaleza y degustador exquisito de la vida, es un sutil intelectual que -para traspasar los límites sensibles de los sucesos- mira la realidad con atención, con interés y con respeto; es un soñador que -para evitar que las ilusiones ópticas le velaran la sustancia íntima de los objetos- pone especial cuidado en descubrir el significado profundo de las apariencias sensibles.

Si es cierto que profesionalmente, este Catedrático de Teoría de la Literatura y de Literatura Comparada, sutil amante de la lengua y de las lenguas, dedica todos sus afanes a interpretar el significado de las palabras para apropiarse de las esencias de las cosas, nosotros estamos convencidos de que la vocación que orienta, guía y estimula su trayectoria vital es la poesía. Esteban Torre es un artista atento que contempla la realidad, la disfruta y la padece; que crea y recrea paisajes, que construye y reconstruye mundos. Su escritura -limpia, estricta e intensa- está orientada y alentada no sólo por un selecto afán de perfección y por la ambición permanente de descubrir la belleza en la humilde realidad cotidiana, sino también a trascenderla en una búsqueda de la divinidad, en una esperanzada llamada a Jesús.




«Ven, Señor Jesús»


Has de venir, Señor; tarde o temprano
has de venir a serenar mi pecho,
que ya no puede más, que está deshecho
de tanto reclamar tu nombre en vano.

Vendrás al fin, con tu evangelio humano,
para volverme el alma al derecho;
ensancharás mi pensamiento estrecho
y me darás un corazón cristiano.

Sé que vendrás, el Cristo, la promesa,
la esperanza, el afán; porque no cesa
de golpear tu látigo mis sienes.

Porque no puede ser que todo acabe
con este respirar; porque Dios sabe
que habré nacido de verdad, si vienes.


(pág. 71)                


Como resumen del recorrido por su nutrida y densa obra científica y literaria, podríamos afirmar que Esteban Torre es un maestro empeñado en transmitir el rico patrimonio de un pensamiento que, fundado en las enseñanzas de los clásicos y enriquecido con la inmensa masa de ciencias y de disciplinas modernas33, sitúa a la lengua en el centro de las tareas humanísticas. Ubicado en la continuidad de una tradición y en el subsuelo de una herencia multidisciplinar, nos explica cómo hemos de mirar hacia atrás y aprender del pasado para entender el presente y para encaminamos al futuro. Con su trayectoria vital y académica deshace esa oposición de las «letras» concebidas como el reino estéril de la fantasía metafórica frente al pragmatismo frío y contable de las rígidas fórmulas de las «ciencias» practicadas como herramientas pragmáticas, y destruye las fronteras levantadas entre el arte, la ciencia y la tecnología. En sus trabajos nos muestra cómo la ciencia presupone imaginación y sensibilidad, y cómo la poesía exige rigor y precisión. Sin caer en la ingenuidad de afirmar que los valores literarios por sí solos humanizan, defiende que, si un texto posee calidad literaria, enriquece el gusto y concentra la sustancia humana, puede ayudar para que los lectores, cultivando la sensibilidad, las ideas nobles, los sentimientos refinados y sutiles, amortigüen los golpes de las acechanzas de la vulgaridad y las brusquedades de las ambiciones y de las crueldades personales e institucionales.





 
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