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Estrategias urbanísticas y crecimiento suburbano en las ciudades españolas: el caso de Barcelona

Francisco Javier Monclús Fraga


(Dept. Urbanisme i Ordenació del Territori, E.T.S. Arquitectura del Vallés. Universitat Politècnica de Catalunya, Barcelona.)

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Resumen

El artículo enfoca los problemas de la suburbanización desde una perspectiva urbanística, analizando las tentativas de control sobre dichos procesos en las ciudades españolas, centrándose en el caso de Barcelona. Se apuntan algunas hipótesis sobre los presupuestos teóricos y sobre la naturaleza de las estrategias urbanísticas que están en la base de distintas «generaciones» de planes.




Abstract

The paper focuses the problems of the suburbanization from a planning perspective, analyzing the attempts of control over said processes in the Spanish cities taking Barcelona as a testing case. They are noted some hypothesis on the theoretical criteria and on the nature of the planning strategies which are in the base of different «generations» of metropolitan and urban plans.





«El combinar el encanto del campo y la ciudad no es cuestión sencilla. El intento ha llevado más bien a la destrucción de ambos»


(R. Unwin, 1909)                


«Un nuevo urbanismo ecológico puede recuperar aquí muchas buenas ideas de la larga tradición del jardín que quedó sepultada en los años del desarrollismo por la hegemonía de los principios corbuserianos ahora en crisis»


(E. Tello, 1996)                



La dispersión suburbana y la recuperación de las tradiciones urbanísticas de la «ciudad jardín»

Las ciudades europeas, como antes las norteamericanas, están experimentando cambios sustanciales en las últimas décadas. La proliferación de neologismos para referirse a las nuevas realidades urbanas o metropolitanas es sintomática de la percepción de esas transformaciones en la cultura urbanística: «ciudad difusa», «metápolis», «hiperciudad», etc. Si hasta hace un tiempo se   —372→   daba por supuesta la existencia de dos modelos de urbanización, uno «anglosajón» y otro «latino», cada vez resulta más evidente la convergencia entre ambos. Por supuesto, las diferencias sustanciales se mantienen en lo que respecta al «vaciamiento» de las áreas centrales, pues los procesos de terciarización radical que se dan en muchas ciudades norteamericanas e inglesas no tienen contrapartida en la mayor parte de las europeas. Pero las tendencias a la suburbanización, a la periurbanización y a la dispersión generalizada se intensifican incluso en las ciudades del sur de Europa. Aunque no se trata tampoco de exagerar el fenómeno y resultan evidentes los distintos ritmos y procesos no hay por qué minusvalorarlo. Así, las mayores ciudades italianas y españolas pierden población en las áreas centrales debido al desplazamiento hacia las periferias metropolitanas en proporciones nada desdeñables: entre 10.000 y 20.000 habitantes al año en Madrid o Barcelona, por ejemplo. Pero mucho más decisivo resulta el proceso de dispersión física, como consecuencia de la exponencial ocupación de suelos suburbanos con promociones residenciales de baja densidad, de la descentralización de las industrias y de ciertos equipamientos, etc. Algunos datos referidos a esos procesos son suficientemente significativos: a pesar de cierta contención en los últimos años, se calculan unas 1.000 has. anuales ocupadas por usos «urbanos» también en esas dos ciudades.

Así pues, el fenómeno de la suburbanización, en la acepción señalada, no puede ser calificado de incipiente si nos referimos a los procesos estrictos de dispersión suburbana. Conviene precisar, por tanto, los términos del debate dado que existe una cierta confusión debido a la utilización algo contradictoria de cierta terminología. Probablemente esa confusión conceptual está relacionada con las diferentes escalas a las que se observa el fenómeno. Mientras algunos se refieren a la descentralización metropolitana, otros atienden a las características físicas de un crecimiento en las áreas de transición urbano-rurales. Aquí nos interesará centrarnos, fundamentalmente, en el concepto más físico de suburbanización y, más concretamente en los del «sprawl» de la literatura anglosajona o el de «périurbanisation» de la francesa, proceso que algunos consideran como una variante del que había tenido lugar en las ciudades inglesas o norteamericanas con tres o cuatro décadas de desfase (Johnson, 1974; Whyte, 1993; Dezert, Metton, Steinberg, 1991). Y, en ese sentido, no cabe duda que la preocupación creciente de los geógrafos y urbanistas de nuestro entorno cultural y urbano más próximo responde a una intensificación notable de dichos procesos de suburbanización (Valenzuela, 1986). El objetivo de las páginas que siguen se inscribe en esa preocupación, tratando de fomentar una reflexión sobre el problema desde una perspectiva esencialmente urbanística, es decir, desde el análisis de las tentativas de control de aquellos procesos en las ciudades españolas y atendiendo, en particular, al caso de Barcelona.

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Gran parte de la investigación reciente se ha centrado en el análisis de una serie de fenómenos que están en la base y han modelado dichos procesos: nuevas lógicas de la promoción inmobiliaria, demanda de espacio para residencia o actividades industriales, extensión de las redes de transporte en paralelo al crecimiento de la movilidad urbana y metropolitana, etc. Y no cabe duda de que ésos son los factores principales que impulsan las transformaciones que están sufriendo las periferias recientes. Así, la explosión de la movilidad urbana en las ciudades españolas se corresponde con el incremento espectacular de la motorización en los últimos 20 años (Monclús, Oyón, 1996). Pero hay otros elementos a tener en cuenta, como es el planeamiento urbanístico, sobre los cuales existen numerosos estudios puntuales, sobre ciudades y áreas concretas, pero que no suelen ser objeto de interpretaciones más globalizadoras con relación al tema que nos ocupa, esto es, los procesos de suburbanización. La pretensión más concreta de nuestra aproximación -desarrollada en otro lugar (Monclús, 1996)- es la de apuntar algunas hipótesis sobre la naturaleza de los presupuestos teóricos que están en la base de las técnicas y estrategias urbanísticas que se desarrollan en el planeamiento. Sin tratar aquí de efectuar una revisión del papel de las distintas «generaciones» de planes que se suceden en las ciudades españolas, sí me parece interesante señalar la persistencia de una serie de «ideas estratégicas» que recorren, con distintas variantes, la mayor parte de los planes urbanísticos durante todo el siglo XX, a pesar de las visiones y paradigmas cambiantes de la cultura urbanística. Se trata de un discurso y unas propuestas que pretenden la «contención» del desarrollo urbano y suburbano mediante asentamientos de baja densidad o «barrios jardín», sistemas de parques y «corredores verdes» etc.

La revisión de los presupuestos teóricos del planeamiento urbanístico contemporáneo resulta, a mi parecer, especialmente oportuna en unos momentos en los que, desde distintos frentes pero sobre todo desde los movimientos más sensibles hacia los problemas medioambientales, se viene planteando la recuperación de la tradición de la «ciudad jardín», a partir de interpretaciones excesivamente esquemáticas, distorsionadas o dualistas sobre el papel que dicha tradición ha desempeñado en el planeamiento efectivo de nuestras ciudades (Martínez Alier, 1995; Tello, 1996). Así, dada la ambigüedad de la noción de la «ciudad jardín», ésta puede verse como panacea del desarrollo urbano armónico e integrado con la naturaleza, o bien como principal responsable del deterioro de nuestras periferias. Algo parecido a lo que ocurre con las interpretaciones contrapuestas de defensores y críticos del «urbanismo funcionalista» respecto a su contribución efectiva en el desarrollo urbano.

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Estrategias para el «extrarradio» en el urbanismo de principios de siglo (1900-1939)

Desde principios de siglo, distintos movimientos confluyen en la proposición de una serie de medidas tendentes a controlar el fenómeno de la invasión suburbana del campo, a la vez que, de forma más ambiciosa, se pretende hacer efectiva la vieja utopía de la fusión y la integración de ciudad y campo. Si se entienden así esos movimientos, como alternativa a la «marea suburbana», no hay tanta oposición como se piensa a menudo entre la tradición de la ciudad jardín y los «principios corbuserianos». Porque, al margen de las posiciones -ésas sí encontradas- sobre la reforma de la ciudad existente, todos comparten una preocupación sobre las posibilidades de acercar la ciudad a la naturaleza que les lleva a proponer estrategias urbanísticas convergentes.

Así, tanto las distintas iniciativas de protección de áreas naturales y de creación de «sistemas de parques», como los proyectos y realizaciones de «ciudades jardín» y de «suburbios jardín» de Howard o Unwin, como el «zoning» del territorio suburbano y la creación de asentamientos descentralizados, como el «planeamiento regional de Geddes y Mumford, coinciden esencialmente en sus objetivos... Pero lo que menos se explica... es que también desde el urbanismo funcionalista expresado en los principios enunciados por Le Corbusier y en los de los Congresos de Arquitectura Moderna (CIAM) se preconizan "Ciudades verdes"» y se concibe una ciudad plenamente inserta en la naturaleza. «Yo he sido el primero en proclamar que la ciudad moderna ha de ser un parque inmenso, una ciudad verde...» decía Le Corbusier en 1930. Un recordatorio de este tipo de formulaciones debería ser suficiente para admitir el peso de la preocupación por la integración de la naturaleza en la ciudad en las propuestas de la «Ciudad Funcional».

A pesar de los relativos fracasos del planeamiento en distintos períodos y países, se debe reconocer que las ideas y las metáforas de la ciudad «verde», «jardín», «parque», etc. han estado en la base de determinadas estrategias urbanísticas en diferentes planes y proyectos a lo largo de todo el siglo. Por otro lado, aunque cada «generación» de planes tiende a contraponer sus planteamientos con los del ciclo o generación anterior, sorprende comprobar la existencia de una fuerte continuidad en las sucesivas propuestas. Numerosos han sido los proyectos bien intencionados de integración armónica de la ciudad en el entorno natural. Ahora bien, como advertía ya R. Unwin en 1909 «el combinar el encanto del campo y la ciudad no es cuestión sencilla. El intento ha llevado más bien a la destrucción de ambos» (Unwin, 1909). ¿Hasta qué punto esto es así y cuáles han sido los resultados en las ciudades españolas? Para dar una primera respuesta a esta cuestión podemos revisar algunos episodios relativos   —375→   a las diferentes «generaciones» de planes urbanísticos, haciendo referencia particular al caso de Barcelona.

Una primera constatación de la preocupación por la articulación de la ciudad central con los cada vez más importantes núcleos suburbanos se manifiesta con la aparición de algunas iniciativas de «planificación del extrarradio» como el proyecto de N. Granés para Madrid de 1910. De los planes de ensanche se pasa efectivamente a considerar el «extrarradio» en los planes de extensión del primer tercio del siglo actual. En ese sentido, un documento excepcional que incorpora las propuestas más innovadoras del urbanismo europeo es el llamado «Plan de Enlaces» de Barcelona y los núcleos suburbanos, del arquitecto francés L. Jaussely. En su memoria del plan definitivo (1907), Jaussely afirma que «las ciudades deben extenderse lo más posible [...] pues ese es el sistema más racional, más higiénico y más artístico». Realmente, se trata de una síntesis de diversos componentes del plural movimiento urbanístico de principios de siglo. La idea es «rematar» las áreas periféricas con una serie de rondas, suburbios jardín y parques «exteriores». Por vez primera, se define de forma clara un sistema jerarquizado de parques recogiendo las experiencias de las ciudades norteamericanas y las teorizaciones coetáneas de Henard o Forestier. A la vez, se introduce una zonificación atenta, sobre todo, a las variantes morfológicas del crecimiento suburbano. Se trata de anticiparse al desarrollo urbano reservando una superficie que algunos consideraron desmesurada en la época (unas 1.500 has., prácticamente el patrimonio actual del espacio verde urbano).

Las iniciativas más vinculadas al movimiento de la ciudad jardín propiamente dicho han sido analizadas, generalmente, bien como proyectos fracasados y totalmente ajenos a la naturaleza de las propuestas originales de E. Howard, bien como operaciones aisladas de «barrios jardín» al margen del planeamiento urbano. Efectivamente, tanto los reformadores sociales como las élites que conformaban los nuevos asentamientos residenciales al modo de barrios-jardín asociaron el desarrollo de las redes de transporte con la posibilidad de organizar una estructura suburbanizada más higiénica, descongestionada e integrada con la naturaleza. En el caso de Barcelona, las propuestas reformistas para la promoción pública de viviendas populares apenas tuvieron una incidencia real; en cambio, la adopción de esos modelos por parte de las clases acomodadas y de la pequeña burguesía barcelonesas se tradujo en la configuración de unos suburbios residenciales de baja densidad que fueron efectivamente asociados a la extensión de las nuevas redes de transporte colectivo (Monclús, Oyón, 1989).

Por otro lado, algunas de las propuestas más interesantes pretendían precisamente una estrecha asociación con las diversas tentativas de planeamiento urbanístico «moderno» que entonces comenzaban a abrirse camino. Por ejemplo,   —376→   una parte sustancial de la actividad de la Sociedad Cívica «La Ciudad Jardín» -protagonizada por C. de Montoliú primero y después por Rubió i Tudurí- que fue pionera en España y que jugó un papel de primer orden en movimiento urbanístico barcelonés de principios de siglo, consistió en efectuar propuestas de tratamiento de espacios suburbanos para su incorporación en el poco vinculante planeamiento existente. Por ejemplo, en la Exposición de Construcción Cívica y Vivienda Popular de Barcelona de 1916 se incluían las propuestas de Ciudad Lineal de A. Soria o los planes de N. Granés para Madrid. Diez años más tarde, cuando C. de Montoliú ya había muerto en su exilio norteamericano, esa preocupación y voluntad de avanzar hacia un planeamiento más integral se manifestaba cada vez con mayor claridad. Así, la demanda de elaboración de un plan regional para Cataluña en 1926, en la que se reflexiona sobre las eventuales consecuencias de una suburbanización «a la inglesa»...: «si el Ensanche de Barcelona fuese reconstruido a base de semejante densidad de viviendas (8 viv. por acre -20 viv./ha-, ley inglesa de 1919), sería diez veces más extenso que lo que es ahora: el paisaje de los alrededores de la ciudad sería invadido en la misma medida» (Ribas Piera, 1995). Como es sabido, pocos años más tarde, en 1932, los hermanos Tudurí elaborarían el llamado «Pla de distribució en zones del territori català». Ese anteproyecto que no sería desarrollado, diagnosticaba certeramente el problema partiendo de una aproximación perfectamente homologable con la del «Regional Planning» anglosajón de la época. Pero lo que interesa destacar aquí es que ese tipo de propuestas -como otras efectuadas en Madrid y en algunas de las grandes ciudades españolas durante esos años- (Sambricio, 1984) utilizaban indistintamente el arsenal urbanístico procedente de distintas tradiciones, desde las propuestas descentralizadoras en asentamientos de baja densidad a la zonificación de raíz funcionalista, pasando por las diversas variantes de las propuestas «regionalistas».

Del mismo modo, determinados planteamientos vinculados a las visiones más funcionalistas de la ciudad comparten las preocupaciones de la tradición regionalista, efectuando propuestas descentralizadoras que tenían como objetivo una mayor integración de la ciudad en el entorno natural. La idea de «evitar el despilfarro» que implica el consumo de suelo suburbano es una consigna fundamental en esa dirección. Así, las alternativas a los suburbios jardín de baja densidad pasan por la disposición de las llamadas «ciudades verdes» que debían permitir el buen funcionamiento del ocio popular sin los inconvenientes de la extensión suburbana descontrolada efectuada por los arquitectos del GATEPAC. Se puede destacar en ese sentido la «Ciudad verde» del Jarama, en las afueras de la capital o el -quizás más conocido- proyecto para la «Ciutat del Repós» de 1932 emplazado en los terrenos del Delta del Llobregat, al sur de Barcelona (y que llegó a contar con miles de afiliados...). Como también se   —377→   podrían recordar algunas de las propuestas más atentas a los procesos de suburbanización en un ámbito regional a raíz del Plan Macià para Barcelona.




De los planes de la posguerra al planeamiento de expansión de los años 60 y primeros 70

Si consideramos ahora la «generación» de los planes de la postguerra, en un contexto ya de progresiva consolidación legal del planeamiento urbanístico, lo primero que interesa destacar es que la idea de la contención del desarrollo urbano y suburbano indiscriminado ocupa un lugar prioritario. Efectivamente, se trataba de planes realmente llenos de buenas intenciones, que se proponían «romper el crecimiento en mancha de aceite», organizando las grandes ciudades siguiendo las estrategias descentralizadoras y los esquemas nucleares propios del urbanismo «organicista» de la época, en particular el modelo elaborado ya con anterioridad a la guerra y codificado en los planes de Abercrombie para Londres de 1943-44. Un urbanismo que partía claramente de una visión funcionalista de la ciudad, con ciertos matices y compromisos con la tradición «culturalista» de la ciudad jardín y del regionalismo geddesiano. Existen muestras de esa asimilación de los presupuestos de una cultura urbanística cada vez más internacionalizada a pesar de las problemáticas circunstancias del período. Por ejemplo, en algunos textos de la época como la «Teoría de la ciudad» de G. Alomar (1947) o el «Urbanismo para todos» de F. Folguera (1959), traductor este último de los manuales de G. Rigotti, uno de los autores que de manera más sistemática recogían las visiones del urbanismo funcionalista y organicista del momento (Rigotti, 1947-1955; 1962). No es difícil encontrar esos mismos principios teóricos, de forma más o menos explícita, en los planes de los años 50 para otras ciudades españolas.

Evidentemente, se partía de unos supuestos poco realistas en las circunstancias económicas, políticas y administrativas de esos años y no hay que explicar aquí la incapacidad de los mismos para controlar la invasión indiscriminada de las áreas suburbanas. Lo que hay que destacar, en cualquier caso, es la ingenuidad en el tratamiento de «límites» en la mayor parte de dichos planes, con la idea del «perímetro urbano» con la que la Ley del Suelo de 1956 establecía, sin transición y sin dispersión suburbana, el final de la ciudad compacta y el comienzo del suelo rústico (Terán, 512-568). Así, se plantean cinturones verdes o parques metropolitanos estableciendo «cierres» periféricos a la extensión urbana y se proponen tratamientos fragmentados del crecimiento suburbano, con orla de núcleos satélites, etc. Ése es el esquema fundamental, por ejemplo, del plan de Madrid de 1946, heredero del Plan de Zuazo y Jansen de los años 30.

En el caso del Plan comarcal de Barcelona de 1953 se parte de unos esquemas en el fondo bastante similares, con la incorporación como estrategia fundamental   —378→   del concepto de la «unidad vecinal». Con todo, se establece una zonificación bastante exhaustiva (39 zonas), introduciendo algunas relativamente novedosas entonces, aunque con edificabilidades realmente notables: ciudad jardín (intensiva, extensiva...), «campo urbanizable» (40 viv./ha), rural (20 viv/ha), bosque (20 viv./ha), parque natural, protección del paisaje. Una estrategia que trataba de controlar las áreas de transición urbano-rural sobre la base de una zonificación por densidades ya experimentada en numerosos planes de ciudades europeas desde principios de siglo. Otro tipo de estrategia tradicional se puede ver en la concepción de los «sistemas de parques y zonas verdes», para delimitar las zonas edificadas y a la vez enlazarlas mediante «cuñas verdes» (Comisión S.O.P., 1954).

Es conocido el hecho de la escasa operatividad de este tipo de planes como consecuencia del intenso crecimiento urbano de los años posteriores y de la incapacidad de gestión de las Administraciones en un contexto histórico como el de la posguerra. La delimitación de las reservas de suelo y las calificaciones de zonas de residencia «extensiva» sirvieron para legitimar o crear expectativas legales a los procesos especulativos del suelo que se desatan a finales de los años 50. La utilización indiscriminada de los planes parciales como instrumentos de transgresión del Plan General tuvo como consecuencia, sobre todo, la densificación de las zonas más consolidadas pero, también, la ocupación de nuevos terrenos alterando las previsiones iniciales. Así, las densidades potenciales de población se multiplican por 1'8, mientras que las zonas libres (parque urbano, rural, agrícola, bosque y parque forestal) se reducen de 2.764 has. a 1.569 has., es decir, un 43% con relación a las previstas por el Plan General (Montero, 1972).

El paso de un crecimiento predominantemente «horizontal» de la postguerra a los procesos de densificación de los años sesenta y primeros setenta (Vilagrasa, 1991) podría explicar, en parte, la menor atención prestada a la dispersión suburbana en la siguiente «generación» de planes que se elaboran entonces. En realidad, el intenso crecimiento de los años sesenta también tuvo su componente «horizontal» y desbordó, generalmente, las expectativas del planeamiento de postguerra que, a esas alturas, se mostraría relativamente comedido. La estrategia principal de los planes de expansión o «desarrollistas» de los años 60 («de la generación» en terminología de Campos Venuti para los planes italianos) sería la de anticipar el eventual nuevo crecimiento, quedando en segundo plano la preocupación por la suerte del territorio circundante, en particular por las áreas agrícolas, a pesar de la consideración de ciertos espacios periurbanos como «rústicos» desde una óptica genéricamente proteccionista.

Documentos como el «Plan de ordenación urbana del área metropolitana de Madrid» de 1963 (que introdujo e institucionalizó por vez primera el concepto   —379→   metropolitano) o el «Esquema director del área metropolitana de Barcelona» de 1966 -aprobado a efectos internos en 1968- (o también los de Sevilla en 1963, Bilbao en 1964, Valencia en 1966, Zaragoza en 1968, etc.), se planteaban como revisión de los vigentes, ampliando la escala a los nuevos conjuntos metropolitanos y proponiendo, en ocasiones, la creación de nuevos asentamientos al modo de las «nuevas ciudades» inglesas o francesas (posteriormente recogidas con la política de las ACTUR). Al margen de sus desmesuradas previsiones de crecimiento demográfico, resulta de gran interés comprobar cómo en todos ellos se incorporan nuevas visiones de los procesos urbanos y territoriales. En particular, hay que destacar la adopción de nociones como las de «ciudad-región» y «ciudad-territorio» con la consiguiente aceptación del policentrismo y la ruptura con los modelos nucleares o cerrados propios de las visiones organicistas. En esas nuevas concepciones, las ciudades dejan de concebirse como un continuum contrapuesto al espacio rural, pasando a entenderse más bien como situaciones territoriales complejas, conjuntos de núcleos urbanos y asentamientos junto a su hinterland, que funcionan de forma interdependiente.

Generalmente se destaca el hecho -fundamental de cara a sus efectos posteriores- del establecimiento de inusitadas reservas de suelo residencial e industrial, a la vez que los sistemas de infraestructuras correspondientes a la nueva escala territorial adoptada. Pero si resulta evidente una ruptura clara debido al cambio de escala y a las nuevas concepciones metropolitanas, también en estos planes se comprueba una importante continuidad en lo que se refiere al tratamiento propuesto para la contención suburbana. En efecto, además de «afinar», las técnicas zonificadoras estableciendo áreas residenciales de transición con densidades decrecientes, las propuestas de parques metropolitanos o de sistemas estructurantes de espacios verdes, a veces en forma tradicional de «anillos», «cuñas», o «corredores verdes» o, de forma más realista, como sistema fragmentado de parques. En el caso de Barcelona, en el cual se adopta de forma explícita el modelo de la «ciudad territorio», el esquema director se propone la contención de la dispersión suburbana mediante «núcleos coherentes e individualizados, inscritos al máximo en la topografía y paisaje, separados físicamente de 5 a 10 kms. por espacios verdes equipados para el tiempo libre y por espacios agrícolas en plena producción». Estrategias ya clásicas que, por supuesto, estarían siempre subordinadas a los procesos del crecimiento urbano «rentable», pero que irían abriendo un camino de cara a las políticas más sensibles de los años posteriores.

La valoración de los planes «expansionistas» de los años 60 ha sido extremadamente crítica debido, en gran medida a su papel como legitimadores del negocio inmobiliario efectuado en los años del «boom» que afecta a todas las ciudades españolas (como, por otro lado, a la mayor parte de las europeas). Lo   —380→   que no parece haberse advertido todavía es que las interpretaciones sobre la naturaleza de la nueva situación que se efectuaron en los años 70 y primeros 80 no eran demasiado acertadas. Así, los planes de esos años fueron criticados y rechazados cuando comenzó a comprobarse su inadecuación al nuevo contexto de estancamiento del crecimiento urbano. La atención prioritaria se desplazó del problema del crecimiento al de la «reconstrucción» de la ciudad consolidada. Una preocupación radicalmente opuesta a la que constituía la esencia de los «planes metropolitanos» que tuvo como consecuencia fundamental la pérdida de visión de la lógica estructural sobre los procesos de expansión urbana y periurbana.






Planes «remediales» y proyectos urbanos: la intervención sobre la ciudad consolidada y el desentendimiento hacia el territorio

En contra de lo que se pensaba entonces, el estancamiento demográfico no supuso un freno a la expansión urbana y suburbana sino, prácticamente, todo lo contrario. La dificultad en percibir la nueva situación es comprensible si se tiene en cuenta que ello suponía un cambio verdaderamente radical en las relaciones entre crecimiento demográfico y transformaciones urbanas. Efectivamente, hasta los años 70 y 80 de este siglo no se había producido -en las ciudades españolas- esa divergencia entre ambas dinámicas (Guardia, Monclús, Oyón, 1994). Claro que el fenómeno no era tan novedoso si observamos lo que ya venía sucediendo en otras ciudades occidentales. Pero el hecho es que la toma de conciencia sobre las nuevas tendencias ha sido bastante lenta y, todavía ahora, no existe una preocupación proporcional a la entidad del fenómeno.

Las consecuencias de esa ausencia de comprensión del problema se manifiestan en el débil tratamiento del mismo en los planes de la siguiente generación, los llamados «planes a la defensiva» o «remediales» que se elaboran desde mediados de los años 70 y durante los 80. En ellos persiste la obsesión por controlar los procesos de densificación que se daban en el período anterior mediante estrategias de zonificación tradicionales (expresadas en las 75 viv./ha que permite en suelo urbanizable la nueva Ley del Suelo de 1975). Como es sabido, la combinación de los efectos de la crisis económica de los años 70 con la crisis política y el consiguiente protagonismo del movimiento reivindicativo ciudadano se tradujo en un nuevo ciclo planificador, esta vez «a la defensiva», para tratar de «remediar» algunas de las consecuencias más dramáticas del espectacular crecimiento anterior (Gigosos, Saravia, 1993). La resolución de los déficits de espacios libres y de equipamientos se convierte en la obsesión de los nuevos planes urbanísticos que de este modo desatenderán los procesos de   —381→   crecimiento suburbano. Precisamente en el momento en el que estos procesos comenzaban a conocer la más espectacular aceleración de la historia urbana de las ciudades españolas.

Efectivamente, a pesar de la crisis económica, la coincidencia temporal de un incremento generalizado de las rentas familiares con el despegue de la motorización individual constituye el fundamento de los procesos de dispersión suburbana basados, en un principio, en las promociones de vivienda unifamiliar de segunda residencia. La descentralización de industrias y de equipamientos que se produce paralelamente en función de la mejora generalizada de la accesibilidad con el desarrollo de las nuevas infraestructuras viarias contribuye asimismo a la aparición de unas «nuevas periferias» que no parecen haber sido entendidas por esa generación de planes que llega hasta mediados de los años ochenta. Ése sería el caso del Plan General Metropolitano de Barcelona aprobado en 1976, que se ocupa sobre todo de la intervención en la ciudad consolidada, redimensionando las previsiones anteriores de expansión urbana y de infraestructuras. Y ello a pesar de reconocer la validez del «modelo teórico de poblamiento en ciudad-territorio» tanto en el ámbito del nuevo Plan (27 municipios) como en su corona exterior, o sea en el resto del área metropolitana de 1963. Claro que entonces todavía se confiaba en el impacto del llamado «Plan de Acción Inmediata» que desarrollaba la estrategia del Esquema Director (con la consiguiente realización de las distintas «polaridades metropolitanas»), cosa que finalmente no ocurrió. Pero el hecho es que las propuestas «territoriales» continuaron teniendo un carácter tradicional con zonificaciones clásicas basadas en densidades decrecientes en suelos urbanizables programados y genéricamente proteccionistas en los no programados («verde de interés», «rústico protegido», «libre permanente», «áreas forestales»).

La comparación de la experiencia del área barcelonesa con lo sucedido en otras áreas podría resultar de gran interés, debido a las diferencias en las superficies gestionadas y en las políticas llevadas a cabo. Por ejemplo, el hecho de la vigencia del Plan general durante los últimos 20 años frente a la generalización con la que se acomete un nuevo planeamiento en otras ciudades durante los años 80 (con el Plan General de Madrid de 1985 como nuevo referente para muchas ciudades). Así, parece claro que se produce una contención relativa del crecimiento suburbano en el ámbito de los 27 municipios del Plan. Pero ello tiene como contrapartida un auténtico «boom» en la ocupación diseminada del territorio en el resto de la región metropolitana, donde se ocupan 20.000 has. entre 1972-1986 (Mancomunitat, 1995; Serratosa, 1994). Un fenómeno que, a escalas distintas, también parece observarse en otras ciudades además de Madrid o Barcelona (la huerta de Valencia, por ejemplo, o las franjas periurbanas en las vegas de los ríos zaragozanos, etc.).

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No se trata de ignorar la especificidad de los procesos de dispersión suburbana en cada ciudad. Como también deberían precisarse los diferentes ritmos y las consecuencias de los procesos que se heredan de los períodos anteriores, sobre todo, las oleadas de urbanizaciones de segunda residencia a medio ocupar todavía en los años 70. Pero podría sospecharse que ciertas semejanzas se corresponden, fundamentalmente, con un generalizado liberalismo en la gestión de las nuevas periferias. Aunque posiblemente se podrían distinguir distintos tipos formales en los procesos generales de fragmentación del territorio: variantes más o menos controladas de la dispersión o «sprawl» tradicional.

Cabe preguntarse, por último, hasta qué punto interesa recuperar las tradiciones de la «ciudad jardín», de la «ciudad verde» o de otras experiencias y modelos teóricos ampliamente elaborados por la cultura urbanística. Pero no sólo los modelos canónicos y singulares, sino las estrategias y las técnicas urbanísticas que han producido un paisaje periurbano de cierta calidad en determinadas ciudades del norte y centro de Europa. Desde las «siedlungen» alemanas hasta los «corredores verdes» y sistemas de parques de ciertas ciudades norteamericanas o anglosajonas. En cualquier caso, no parece estar de más la revisión de todos esos episodios junto con las referencias teóricas de diversas procedencias que se plantean el problema, dado el generalizado pragmatismo reinante en las actuales políticas urbanas. El hecho de que casi siempre hayamos conocido solamente versiones degradadas de las mismas no debería impedir una reflexión sobre las posibilidades actuales de pensar una nueva relación de la ciudad con la naturaleza. Claro que no parece conveniente la recuperación sin más de modelos teóricos esbozados ya a principios del siglo. Pero si se piensa que los procesos que ahora afectan a las ciudades del sur de Europa, entre ellas las españolas, no son tan diferentes de los que hace ya algunas décadas se manifestaban en otras ciudades europeas y norteamericanas, parece lógico tener en cuenta, al menos, determinadas experiencias sobre las que ahora se dispone de una visión con perspectiva histórica suficiente.






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