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Estructura del léxico andaluz1

Manuel Alvar


Universidad de Granada



Desde los tiempos de Diez se viene sintiendo la necesidad de caracterizar las lenguas románicas según la estructura de su vocabulario. En este sentido, deben figurar los trabajos de conjunto de Bartoli, cuando definía una Romania de cuatro miembros, de Rohlfs, cuando intentaba la explicación conjunta de los grandes problemas, de Meyer-Lübke cuando comparaba el vocabulario español con el francés o de Iordan cuando establecía la estructura léxica de los tres romances peninsulares. En efecto, no hace mucho tiempo, Walter von Wartburg escribía: «Quien plantee alguna vez el gran tema de la diferenciación de las lenguas románicas, deberá considerar en primerísima línea el del vocabulario». A esta cuestión me voy a referir, aunque limitándome a una sola región.

El problema lingüístico de Andalucía es muy complejo: se trata de una región de reconquista que, en principio, debería ordenarse de norte a sur: influencia occidental, influencia castellana, influencia catalano-aragonesa a través de Murcia. Sin embargo, este esquema simplista se ha enmarañado. Desde que los soldados de Castilla pisan el norte de Córdoba, hasta que Fernando el Católico recibe las llaves de Granada van más de trescientos años. De los moriscos sumisos de Sevilla a los levantiscos de la Alpujarra hay un enorme abismo social, político y espiritual. De las marismas de la Andalucía atlántica a la Mancha de Jaén hay todo un curso de geografía física. Un mundo de fitogeografía va desde las nieves perpetuas de Sierra Nevada, hasta el cultivo tropical de Motril (caña de azúcar, chirimoyo, caqui): y en línea recta apenas si se recorren 40 kms. Estos datos me parecen suficientemente elocuentes para que, desde la lingüística, emprendamos nuestra «teoría de Andalucía».

Esa doble Andalucía de la que es tópico hablar (serrana o de la campiña, alta o bala, oriental u occidental, de Lorca o de Alberti), tiene escasa validez para la lingüística. Muy pocas veces se cumple tan rigurosa dicotomía. Ni la fonética (abertura de vocales, Andalucía, de la e, aspiración, seseo, ceceo) ni el léxico, ni la etnografía, aceptan resultados tan simples. La vida es mucho más cambiante y mucho más veteada, lo que no quiere decir que no existan dos Andalucías, como existen dos toreos (de Ronda o de Sevilla), como existen dos vírgenes niñas (de Murillo y de Cano), o como existen las peteneras o los verdiales. Pero la imagen es muchísimo más compleja.

En el mapa adjunto, hay una región por la que sobrenadan los elementos occidentales (leoneses, portugueses), aunque ondas de mayor vitalidad irradian, más o menos fuertemente, por todo el sur (baleo, balear, canga), pero en torno a Sevilla se frena esta gran dispersión. Por tanto, la primera zona que distingo en el léxico andaluz comprende toda la provincia de Huelva y, en ocasiones, penetra por Sevilla. Es el área de tabefe, 'requesón', de herrete o herrón 'aguijón', de madre 'abeja reina', de corcho 'colmena', de panizo 'carozo', de lama 'fango', de quesera 'entremiso'.

Dentro de esta superficie, el norte de Huelva tiene fisonomía propia. El límite meridional de esta subzona está en las sierras de Andévalo, Aracena y San Cristóbal. En ella la influencia extremeño-leonesa es muy potente y la geografía condiciona la vida de estos pueblos: apenas pueden relacionarse con su capital y vierten sus comunicaciones hacia Sevilla. Esta imposición geográfica hizo que la historia tuviera allí, también, su propio carácter: Aracena fue conquistada por Alfonso III de Portugal, que acabó vendiendo sus conquistas a San Fernando. Incluso la repoblación debió ser distinta del reino de Sevilla, según acreditan la toponimia (cinco pueblos aún se llaman de León, alguno debe su nombre a la santa de Mérida, Santa Olalla) y ciertos rasgos dialectales. Me fijaré especialmente en uno solo: el latín sabucus aparece un par de veces como nombre de lugar en Jabugo, Jabuguillo, y hoy, en el habla viva, el «saúco» es denominado habugo, coincidiendo con una palatalización de la s- inicial que sólo se cumple en el centro-oriente de Asturias. No es aventurado suponer que sea una región repoblada por asturianos. Teniendo estos hechos en cuenta (geografía, repoblación), se comprende la personalidad independiente de la región y sus nexos con otras geográficamente más afines. Aquí he encontrado un vocabulario distinto al del resto de Andalucía: repión 'perinola', repiar 'bailar el trompo', mazaroca 'mazorca', panizo 'carozo', zurrapas 'requesón', soterraña 'avispaterrera'.

Según el Atlas Lingüístico de Andalucía, la provincia de Sevilla suele tener fisonomía propia dentro del dominio. Unas veces, la mayor parte de ella coincide con el este de Huelva (borrega 'oveja'), otras penetra en el condado de Niebla (obispero 'avispero', puyón 'aguijón'); algunas, concuerda con la provincia de Cádiz (carozo 'corazón de la mazorca') o se une a la de Córdoba (limo). A simple vista salta el carácter estrictamente geográfico de esta zona tan heterogénea. Es la baja Andalucía, vertida toda hacia Sevilla; la Andalucía de Fernando Villalón, que, hacia el norte y el este, se cierra en la serranía y se recuesta, en el sur, en las aguas salobres de la marisma. Los resultados lingüísticos son estrictamente geográficos y nada más. La historia no ayuda a resolver las cosas: cuando Jerez se repuebla en 1264, los castellanos ceden el sitio a cristianos del Algarve, mientras ellos se repliegan hacia las tierras de Sevilla (Sevilla, Écija, Carmona, Osuna), consideradas como prolongación de Castilla. Otro tanto ocurre con el condado de Niebla, repoblado en 1262 con castellanos. El carácter poco preciso de los límites en esta zona se encuentra, justamente, en la geografía: tierras llanas, comunicaciones frecuentes, pocos pero grandes pueblos, intercambio cada año de braceros hacia la campiña o hacia el olivar.

Junto a la costa, aparece una zona lingüísticamente muy bien definida: buena parte de la provincia de Cádiz y el occidente de Málaga manifiestan una clara unidad. Es la región donde se llama mona al 'peón', moniche a la 'perinola ', lama al 'limo', sayo a la 'farfolla', mazorca al 'carozo' y madre abadesa a la 'abeja reina'. Esta región, geográficamente muy bien definida, está formada por la serranía y la Garbía de Ronda, extremo occidental del reino granadino que conquistaron los reyes católicos en 1455, y por las últimas estribaciones de la Penibética que ocupan todo el sureste de la provincia de Cádiz. La unidad de la región se ha podido mantener gracias a lo abrupto e inaccesible del terreno; por otra parte, las diferencias lingüísticas mal pueden estar motivadas por el origen de los conquistadores: aquí hubo jinetes de la Campiña, ballesteros, lanceros y hacheros de Aroche, lanceros y azadoneros de Aljarafe y la Ribera y peones de Sevilla. La explicación del carácter autónomo de esta zona se encuentra a mi modo de ver en las tardías repoblaciones posteriores a la guerra de los moriscos. Y no será vano señalar que cuando Ibn Al-Jatib hizo la descripción del reino de Granada, llamó la atención sobre la extraña manera de hablar de las gentes de la Tacurunna de Ronda. He aquí que la extrañeza nos vuelve a asaltar. Para la filología semítica, para la filología románica, las abruptas sierras de Ronda han sido refugio de arcaísmos.

En el norte de Córdoba encontramos otra región lingüísticamente bien definida. Y esta definición está de acuerdo con la geografía, pues si lingüísticamente no pertenece a Andalucía, también lo está desgajada -a pesar de la administración- por la naturaleza del terreno. La reconquista anduvo pareja con la geografía: Los Pedroches y Fuenteovejuna fueron reconquistas de Alfonso VII, que cedió la región a la Orden de Calatrava y Alfonso VIII confirmó la entrega en 1189. Y he aquí, cómo la dialectología actual nos viene a ilustrar algunos problemas. El hallazgo en esta zona de názura por 'requesón' quita viabilidad al étimon vasco que se había dado para esta voz; creo que hay que pensar en el árabe nasora; y he aquí como desde la dialectología actual podemos confirmar el testimonio de nuestro venerable Covarrubias. En el Tesoro de la lengua castellana se lee: «naçulas es lo mismo que requesón. Este término se usa en el reino de Toledo». Y en efecto, reino de Toledo, a través de los calatravos, eran los Pedroches. Pero hay más: hay un topónimo en el este de Córdoba inmortalizado en una de las creaciones más grandes del teatro español. Suele escribirse Fuenteovejuna. La etimología popular ha hecho que el pueblo sea 'Fuente de las ovejas', o cosa por el estilo. El propio Lope de Vega se hizo cargo del significado. El momento culminante de la tragedia está en la escena tercera del último acto. Laurencia, atropellada por el Maestre, irrumpe en la sala capitular del concejo de Fuenteovejuna e increpa con desgarrados acentos a los ediles reunidos, mientras les arroja al rostro el baldón de su vituperio:


Ovejas sois, bien lo dice
de Fuenteovejuna el nombre.



Sin embargo, la etimología debe remontarse a apicula. La ciudad se identifica con la antigua Mellaria, según el testimonio de Plinio. «La otra parte de la Beturia, que hemos dicho pertenecía a los turduli y al Conventus Cordubensis, tiene oppida no sin fama: Arsa, Mellaria, Mirobriga Regina, etc.». Localidades todas entre Mérida y Córdoba, Madoz dice que allí siempre se ha producido miel en abundancia y una de las fuentes del pueblo se llama hoy Abejera. Como armas, la villa tiene una fuente de cuatro caños coronada por un enjambre de abejas. Será, pues, Fuenteobejuna y no Fuenteovejuna. Por rara coincidencia: en esta región la 'oveja' se llama borrega y la 'abeja' oveja, Y aún más, las colmenas de las abejas se llaman allí corcho (en tanto el corcho es la corcha). Muchos siglos atrás, un tratadista cordobés de agricultura, Columela, daba sabios consejos sobre cosas del campo. Y entonces se llenaba de emoción recordando su tierra natal y escribía: «Aquella región [la de Córdoba en Hispania] es feraz de corcho, y por ello hacemos unas utilísimas vasijas de corteza, porque ni se hielan en invierno, ni arden en el verano». Y así todavía hoy.

Es notable que una región muy inconexa presente, sin embargo, notoria relación léxica. Me refiero al centro mismo de Andalucía: norte de Málaga, este de Sevilla y, sobre todo, grandes zonas del sur de Córdoba y del suroeste de Jaén. Allí a la 'perinola' se llama trompa, al 'requesón' recocío, a la 'avispa' tabarro, al 'trapo de fregar suelo' fregón (frente a la aljofifa sevillana), etc. Es chocante esta unidad léxica, porque no se manifiesta en otras particularidades lingüísticas: aquí está la Andalucía de la e, aquí hay seseo y ceceo, s coronal y s predorsal, oposición fonológica en los plurales y falta de signo de pluralidad... Y, sin embargo, el léxico y la etnografía muestran uniformidad (lo que supone la antigüedad de tales hechos con respecto a la modernidad de los cambios fonéticos andaluces). Región comprendida entre las cuencas de los ríos Genil y Guadajoz, dotada de una fuerte personalidad etnográfica, que le hace mantener preciosos arcaísmos culturales, como las azudas, o crear, con extraordinaria personalidad, algunos de los aires del cante grande.

La conformidad léxica de las tierras del antiguo reino de Granada es algo que no sorprende: unidad formada sobre reiteradas circunstancias históricas, manifiesta ahora la vieja conexión. La reconquista casi simultánea de Málaga, Almería y Granada, sería ya un importante vínculo, pero hay que señalar los nuevos asentamientos de cristianos a raíz de la sublevación de los moriscos (1501) y de la guerra de la Alpujarra (1568-1571). Todas estas tierras montañosas, las dos veces se encontraron alzadas contra Castilla y las dos sufrieron sendas repoblaciones no concluidas hasta después de un cuarto establecimiento de cristianos a partir de la expulsión definitiva de los moriscos en 1610. Este inacabable trasiego de población nos explica el carácter anómalo de la zona, Creo que para cualquiera será una sorpresa comprobar que el léxico de la Alpujarra no tiene sensible arcaísmo, a pesar de ser la región mas alta de España, una de las peor comunicadas y con un aislamiento tradicional. Y es que, vaciada de moros en el siglo XVI, vinieron a establecerse en ellas gentes de la Mancha y de Jaén, con lo que su arcaísmo -de existir- quedó reducido a la modesta cronología de los últimos años de ese siglo XVI o de los primeros del XVII. La provincia de Málaga es mundo aparte dentro de esa unidad, ya que está dividida según influencias muy distintas: Ronda gravita, lexicográficamente, hacia Cádiz; el nordeste se inclina hacia el occidente, sevillano ahora. Y como hay una Málaga gaditana y otra sevillana, hay también una gran zona concorde con Córdoba, que, a veces, penetra en el partido de Loja (Granada); se explica bien esta fragmentación léxica de Málaga: tierra de paso entre las dos Andalucías o ancha calzada que baja, desde el norte andaluz, hacia las aguas del Mediterráneo.

Mapa

Nos queda por considerar una última zona, la oriental. Alguna vez se ha hablado de la penetración catalano-aragonesa en esta región. Bien de modo directo, bien a través del murciano. Además, no hay que olvidar que el partido de Ocera en Jaén, el de Huéscar, en Granada, y el de Vélez Rubio en Almería, pertenecen al dominio lingüístico del murciano. Justamente en esa área extrema es donde encontramos el caudal mayor de elementos orientales: catalanismos como cabirondo 'carozo', aragonesismos como panizo 'maíz', tarquín 'cieno', murcianismos como perfolla 'farfolla', o voces sin correspondencia en otros dominios, como flores 'difteria'. Añadamos un nutrido vocabulario de origen aragonés que señorea toda la provincia de Almería y la mitad oriental de Granada y de Jaén: guizque 'aguijón' (voz usada por el gran poeta oriolano Miguel Hernández), zuro 'carozo', farfolla, perinola, rey 'abeja reina'. Tampoco ahora es extraña la presencia de tanto elemento oriental: esta región fue reconquistada en el siglo XIII; Alfonso el Sabio cedió el nordeste de Jaén a la Orden de Santiago, el actual partido de Huéscar al conde de este título y los Vélez fueron epónimos de un famoso marquesado, pero -y esto es más importante- todos quedaron unidos eclesiásticamente a la diócesis de Toledo, y sólo en 1953 se han desgajado de la sede primada. No conviene tampoco olvidar la geografía: el norte de Almería se comunica mejor con Murcia que con la capital; otro tanto ocurre con algunos pueblos del nordeste granadino y con los de Jaén, unidos a Albacete mejor que a su centro administrativo. La antigüedad de la reconquista en este país y el haber sido centro de reunión y avituallamiento para los ejércitos que iban hacia tierras más meridionales, son causas bastantes para que nos expliquemos por qué ha sido un foco de irradiación lingüística.





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